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RUBÉN ADOLFO SAPENA BRUGADA (+)

  LA PRINCESA TRISTE DEL MERCADO CUATRO - Novela de RUBÉN SAPENA BRUGADA


LA PRINCESA TRISTE DEL MERCADO CUATRO - Novela de RUBÉN SAPENA BRUGADA

LA PRINCESA TRISTE DEL MERCADO CUATRO

 

Novela de RUBÉN SAPENA BRUGADA

 

 

 

 

UNIVERSIDAD DEL NORTE (UNINORTE)

CRITERIO EDICIONES

Caballero 270; teléfs.: 496 991 - 449 738 Fax: (595-21) 448 721

Pág. web: www.libreriaintercontinental.com.py

Diagramación: GILBERTO RIVEROS ARCE

Corrección: ARNALDO NÚÑEZ

Asunción – Paraguay

Agosto 2010 (234 páginas)

 

 

 

 

 

DEDICATORIA

A la memoria de Julia Elena Bibolini, que me dio su vida, tres hijos, cuatro nietos

y los mejores 36 años de mi existencia.

Ante Dios juré amarla hasta que la muerte nos separe.

La sigo amando.

Sigue viva.

 

 

PREFACIO

          En las primeras líneas de "La Dama de las Camelias" -novela inspiradora de otras muchas, de la ópera "La Traviata", y de varias obras de teatro y películas de cine ya en el siglo XX- dice su autor, Alejandro Dumas (h), entonces muy joven, de apenas 24 años:

         "A mi juicio, no se puede crear personajes sino después de haber estudiado mucho a los hombres, como no se puede hablar una lengua sino a condición de haberla aprendido seriamente. Como no he llegado aún a la edad de inventar, me limito a relatar."

         Por mi parte yo pasé con creces la edad a partir de la cual debería poder inventar, pero como experiencia previa solo tengo a mi primera novela lanzada el año pasado, y por eso también me limito a relatar, si no hechos reales -pues no soy historiador ni pretendo serlo- situaciones basadas en hechos y personajes reales.

         Se cumple en mi obra aquello de que el arte, si así puede llamarse a lo que hago, es diez por ciento de inspiración y noventa de transpiración. Yo comienzo escribiendo la idea, es decir, la inspiración, y luego voy trabajando en la forma, gracias a esta maravilla tecnológica que es el procesador de texto, que me permite transformar una y mil veces una sola frase. No me doy por satisfecho hasta que a mi juicio no sobra ni falta una sola palabra.

         En cuanto a la vocación tardía a la que aluden muchos de los que me interpelan sobre la edad en la que empecé a escribir, a mi juicio no las hay tardías; o son tempranas o no son vocaciones. Lo tardío, en mi caso, es el desarrollo de la vocación.

         Esta novela contiene muchos hechos, situaciones y personajes reales, generalmente fuera de su contexto o citados anacrónicamente, pero los personajes principales son ficticios, no existió nunca una Ana Caliente, ni un Manolo, aunque sus personalidades y comportamientos fueron inspirados en varios personajes que he conocido en mi dilatada vida.

         Los hechos relatados como sucedidos en Paraguay tienen un desfase, en más o en menos, de cinco años, mientras que los situados en Rio de Janeiro acontecieron en realidad en los 50 e inicios de los 60 y no en los 70. Es que si no lo hubiera hecho así, mi personaje principal, mi querida Ana, tendría, en el momento del final del relato, alrededor de setenta años y, por sus características, yo necesitaba que tuviera un poco más de cincuenta, pero aparentando mucho menos de cuarenta.

         El Mercado Cuatro lo conocía superficialmente desde niño, y de joven lo frecuenté unas pocas veces como cliente, pero en los 90, luego de haber sido Embajador en España, a mi vuelta fui, en un breve retorno a mi profesión de arquitecto, asesor de mercados municipales en la administración del Dr. Filizzola y allí estuve varios meses, inmerso en ese submundo y aprendiendo sus secretos, hasta que conseguí mi traslado a la oficina de Cooperación y Relaciones Internacionales, en la que mi experiencia diplomática sería (a mi juicio) de mayor utilidad.

         Muchos de mis personajes secundarios brasileños son, o fueron, reales, pues yo mismo frecuenté en los 50 y 60 las maravillosas playas de Copacabana, Ipanema y Leblón, el fascinante ambiente del Copacabana Palace Hotel y su piscina, de la cual era socio con carnet habilitante, de su restaurante "O Bife D'Ouro", de su "Golden Room". Conocí personal pero superficialmente al playboy Jorge Guinle y compartí unas pocas fiestas y efímeras amistades con él, estuve en los carnavales del Copa, me presentaron al playboy dominicano Porfirio Rubirosa, con quien no tuve oportunidad de hacer amistad, pero lo recuerdo muy bien (él nunca se enteró de mi existencia, por supuesto), conocí al cronista social Ibrahim Sued y hasta llegué a figurar en una o dos de sus columnas, gracias a la influencia de una amiga de mi familia, de la época en que mi padre era embajador en Rio. También conocí personalmente al diputado Tenorio Cavalcanti, el "hombre de la capa negra", inspirador de una película con ese nombre, y estuve presente en esa fiesta de cumpleaños de quince de su hija, que relato con lujo de detalles, en 1963 o 64. Mi personaje Zé Poeira es totalmente ficticio, pero sumamente probable, había muchos quiníeleros como él en esa época. Claro que recuerdo bien a los personajes brasileños, pero para obtener los datos biográficos precisos he recurrido a Santa Wikipedia, la patrona protectora on-line de todos los escritores de hoy en día.

         Finalmente, les quiero decir, mis queridos lectores, si hasta aquí llegaron, que deseo de todo corazón que disfruten de esta lectura, aunque sea la mitad de lo que yo disfruté escribiéndola.

         También les pido disculpas por no cumplir mi palabra, pues en mi primer libro, "¿Éramos Tan Felices...?", decía que esa sería mi primera y última incursión en el género literario.

         Uno de los que me impulsó a continuar en este menester fue Juan Manuel Marcos, quien, en una correspondencia electrónica tras el lanzamiento de mi libro, me decía: "Con el libro editado en la mano me quedé leyéndolo hasta terminarlo, a las siete de la mañana. Con eso te digo todo... En resumen, raro es el escritor (incluido yo) que pueda tanto y legítimamente darse por satisfecho con su primera novela como vos. Desde luego, sería un crimen si no continuaras".

         ¡Gracias!

 

         Rubén Sapena Brugada

         Junio de 2010

 

 

 

 

Capítulo 1

 

EN EL QUE SE INFORMA AL GRINGO SOBRE LA

"FECHA FELIZ" EN LA VÍSPERA

 

         Manolo y sus acompañantes, el gringo y las dos chicas, ya habían dejado las Cataratas de Iguazú en el lado brasileño y estaban por volver a cruzar el Puente de la Amistad, para regresar a Puerto Presidente Stroessner, Paraguay. En la última gasolinera de Foz do Iguazú llenaron el tanque del auto. Robert le preguntó si en el Brasil la gasolina es más barata que en el Paraguay y Manolo le dijo:

         - Casi no hay diferencia, sólo se pierde en el cambio de moneda, pero en el Brasil hay nafta súper, de más de 90 octanos, a la que llaman "azul", y en Paraguay hay una sola calidad y peor que la "vermelha" o común del Brasil, pero ¿sabes lo qué pasa?, el motorcito de este Fiat está "pichicateado", se le adaptó un turbo compresor y se le rebajó la tapa culata del motor para aumentarle la compresión, que ahora tiene una relación superior a 9:1, y con la nafta paraguaya, que apenas llega a los 80 octanos, la combustión se produce por el calor de esa misma compresión, antes de la chispa de las bujías y las válvulas golpean produciendo ese campanilleo característico y perjudicial, dañando el motor y reduciendo su eficacia- una explicación típica de ingeniero a ingeniero.

         - Y ¿cómo haces cuando no venís al Brasil?, yo no escuché "campanillas" hasta ahora y ando en este auto todos los días desde hace casi una semana.

         - Siempre mezclo nuestra nafta con nafta de aviación, la que llaman 100/120 por su alto octanaje, pero no se puede usar pura porque es muy seca y daña el carburador.

         - ¡Ah!, pero entonces hay solución, porque se consigue esa nafta de aviación.

         - Sí, claro, pero no todos la consiguen porque se vende únicamente en el aeropuerto, y sólo para los aviones, ¡teóricamente, por supuesto! Yo tengo un amigo piloto civil que me la vende en su hangar en barriles de 200 litros y la llevo en una camioneta, que él mismo me presta, o a veces me la lleva directamente a mi casa, somos muy amigos. Tengo siempre dos barriles llenos, uno en el garaje de mi casa y otro en el de mi oficina, y paso la nafta a bidones de 20 litros, como el que tengo ahora mismo en la valijera del auto, para mezclarla, mitad y mitad, con nafta común. Tengo todo el equipo necesario, la bomba de succión para sacar la nafta del barril y el embudo para cargarla en el tanque del auto.

         - ¡Manolo, vos estás loco!, ¡la bomba que tenés es ese barril de nafta!, pero una bomba de explosión y de tiempo, y en este mismo auto tenemos otra bomba peligrosísima, ¿y ahora recién me lo contás? ¿hace una semana que mi vida está en peligro y yo no sabía nada? ¡Shit! ¡Damn you! ¡¿Y dónde está el matafuego?! ¡No veo ninguno a mano en este auto! -el gringo estaba realmente exasperado.

         - ¿Matafuego? ¡Ahora sos vos el que está loco, gringo cagón!, eso no existe en todo el Paraguay, ¿cómo yo voy a tener uno en el auto? ¿Y para qué lo quiero si no puede pasar nada? ¡Todo está muy bien controlado, no hay ningún peligro! ¡Yo sé muy bien lo que hago!

         - ¿Qué pasa, Manolo, por qué se están gritando? -preguntó Anita desde el asiento trasero, muy inquieta.

         - ¡Nada, no te preocupes! ¡Es que el gringo éste es un cagón de mierda! ¡tiene miedo porque llevamos un bidón de nafta en la valijera!, ¡gran cosa!, ¡yo hago eso desde hace años y nunca me pasó nada!

         El gringo ya estaba totalmente fuera de sí y continuó insistiendo.

         - ¡¿Y qué pasa si se incendia el auto y explota el bidón de nafta?!

         - No va a pasar, gringo, no te preocupes, nunca pasó luego, no tengas miedo, cagón de mierda (lo pensó pero no lo dijo), estamos en el Paraguay, "nuestras costumbres no tienen nada que se parezcan a otra nación", así canta Luis Alberto del Paraná, que vive en tu tierra, quedate tranquilo que estás conmigo, ¡ya te dije que yo sé muy bien lo que hago!

         Más tarde, cuando le pasó el susto, el "gringo" Robert McLeod -era escocés, pero en Paraguay llamamos gringo a todo extranjero, no sólo a los norteamericanos, hasta un indio mexicano es gringo en el Paraguay- preguntó por qué era tan mala la nafta paraguaya, si existe libertad para importar cualquier cosa, según le dijeron, y, por tanto, se podría importar nafta de alto octanaje.

         - Y... mirá, la única empresa que puede importar petróleo y refinarlo, o importarlo ya refinado, si se le da la gana, es la Refinería Paraguaya Sociedad Anónima, REPSA, que tiene el monopolio.

         - ¿Es del Estado?

         - No, es privada, pero tiene el monopolio.

         - ¡Qué raro! Me dijiste que aquí todos los servicios, el agua, la electricidad, el teléfono, y los demás están en manos del Estado.

         - Y bueno, es como si REPSA fuera del Estado, porque se dice que es de Stroessner en sociedad con unos gringos. Pero no sólo esos servicios públicos son monopolio del Estado, también tenemos uno para la producción de cemento portland y, ¡cagate de risa, gringo!, ¡otro para la de la caña!, que así le llamamos nosotros al aguardiente de caña de azúcar, es como un ron, ya la habrás probado. Sólo la Industria Nacional del Cemento, INC, con su marca Vallemí, puede producir cemento y sólo la Administración Paraguaya de Alcoholes, APAL, puede comprar la caña recién destilada o el alcohol para producir nuestra más típica bebida, por cierto muy apreciada en el exterior, la Aristócrata. Claro que nosotros preferimos "tu" caña, el scotch. Antes tuvimos la Corporación Paraguaya de Carnes, COPACAR, creada por el presidente Morínigo para monopolizar el procesamiento y la venta de carne vacuna. Morínigo también creó la Flota Mercante del Estado, que hasta ahora funciona, por el momento. ¡Ah! Te cuento que tanto el Hotel Guaraní como el Hotel Casino Acaray, los dos que vos ya conocés, y otro más, en San Bernardino, son propiedad del Instituto de Previsión Social, IPS, que legalmente no es del Estado, sino de sus aportantes, o sea patrones y empleados, pero el gobierno nombra a los administradores y hace lo que se le da la gana con el dinero del seguro social.

         - ¡Ah! ¡Pero entonces todo está manejado por el Estado! Y nosotros estamos pretendiendo conseguir un contrato para construir, con capital privado, un enorme barrio nuevo adyacente al centro de Asunción, en tierras fiscales o recuperadas del río. ¡Me parece que aquí nosotros, los inversionistas extranjeros, no tenemos chance! ¡Esto es un régimen comunista!

         - ¡Bárbaro! ¡Callate gringo! ¡Menos mal que estas loquitas de atrás usan sus deliciosas bocas para cosas más placenteras y no hablan ni entienden nada de inglés! ¡Ni se te ocurra decir eso delante de nadie! Stroessner se enorgullece de gobernar en una "democracia sin comunismo", se considera el enemigo número uno del comunismo en América del Sur, por eso le apoyan los yanquis, porque no tenemos relaciones con Rusia, con China Continental, con Cuba, con ninguno de los países comunistas. Aquí, cuando alguien te molesta, te hace una competencia muy dura, en política, en los negocios o hasta en los amores, le acusás a tu rival de ser comunista, u homosexual, o las dos cosas juntas, que es mucho peor, y ¡listo!, al poco tiempo ya la Policía le cae encima y le hace pelotas.

         - ¡Dios mío, qué locura!, pero si no lo decís vos no me lo creo, porque aquí sólo se respiran tranquilidad, serenidad y paz, se camina de noche y de madrugada por las calles sin ningún temor, vos mismo dejas tu auto con las llaves puestas, no le echas llave a la puerta de tu casa, en ninguna parte se tienen tanta seguridad y tranquilidad como en este hermoso Paraguay.

         - ¡Y bueno! Algún beneficio nos merecemos los buenos ciudadanos, los que nos portamos bien y no nos metemos donde no tenemos que meternos. Ya me vas a entender mejor cuando conozcas la realidad paraguaya.

         Ana, en el asiento de atrás, cebaba el tereré (*) y se lo pasaba a su amiga y a Manolo. Robert lo rechazaba, había quedado asqueado cuando el día de su llegada le ofrecieron el brebaje con la misma guampa y ¡la misma bombilla! que habían usado los demás. Dijo que era un factor de alto riesgo de contagio de cualquier enfermedad. Manolo le explicó que era una costumbre muy arraigada en nuestro país y que los paraguayos por eso tenemos más autodefensas para las enfermedades tropicales, porque nos las trasmitimos unos a otros desde chicos a través del tereré y de la bombilla compartida.

         Estaban de nuevo en territorio paraguayo, en Pto. Pdte. Stroessner, y el gringo sugirió volver al Hotel Casino Acaray y pasar allí la noche, jugando como la primera noche, ya que la segunda la pasaron en el Hotel Das Cataratas y en el Brasil no hay casinos. Luego dormirían (y él retozaría alegremente con la deliciosa Ana), para viajar a Asunción a la mañana del día siguiente, pero Manolo insistió en seguir directamente a Asunción, porque hoy es 2 -le dijo- y mañana es 3 de noviembre, o sea "fecha feliz".

         - ¿Qué es eso? -preguntó Robert.

         - ¡Ya te lo dije! -replicó Manolo casi perdiendo la paciencia. Continuaba hablando en inglés para desesperación de Ana y de su amiga que no entendían nada en ese idioma-. "Fecha feliz" es mañana, 3 de noviembre, el cumpleaños del general Stroessner. Tenemos que ir a saludarlo a las tres o cuatro de la madrugada. Si él y su gente no nos ven allí, en el saludo tradicional, nos van a cortar la entrada al Palacio y no vamos a poder hacer ningún negocio con el Estado.

         - ¡No puede ser! -dijo Robert-, esa clase de caudillos ya no existen más, no tenemos por qué estar adulando a un presidente para poder trabajar; en todo caso entendería si tenemos que darle participación en el negocio, eso se hace en todas partes y nosotros tenemos previsto eso, como vos bien sabés.

         - ¡Claro que le tenemos que ofrecer participación! Pero no directamente a él, están sus hijos, parientes, secretarios, testaferros, etc., pero él es un tipo visceral, no le importa si le ofrecés mucho dinero, si no le caes bien te corta el negocio y listo. Y es muy vanidoso, no tenemos más remedio que hacer como todos, rendirle pleitesía y además ofrecerle participación en el negocio. Y entendé bien ya de una vez, gringo, tenés que adaptarte si querés hacer negocios, o si no andate de vuelta a tu tierra y ¡no me hagas perder el tiempo! -Manolo estaba molesto, creía que ya le había explicado bien cómo funcionaba el sistema en Paraguay y el tipo le salía con esos pruritos.

         Tal como a la venida, Manolo empezó a acelerar el pequeño auto y el gringo se desesperaba; como el auto no tenía cinturones de seguridad se tomaba de la manija cerca del techo, sobre la portezuela, y le insistía a Manolo que con ese auto y en esa carretera, correr a 140 por hora era una locura.

         - ¡Pero son kilómetros y no millas! -le decía riendo Manolo, ya más relajado ahora, soltando las manos del volante para hacer alarde de la estabilidad del auto, en cuarta velocidad y pisando el acelerador a fondo-, además fíjate que no hay tránsito, estamos solos en esta ruta nueva, nuevita, recién inaugurada, que construyeron los brasileños para facilitar su penetración y conquista, al igual que el Puente de la Amistad, pero que, por supuesto, el Rubio presenta como sus más geniales obras. Quedate tranquilo, yo soy un experto corredor de autos.

         A Ana le había llamado hacía tres días y le había pedido que acompañara al gringo, con quien pensaba hacer grandes negocios en la remodelación de la Bahía de Asunción. Robert era uno de los directores de la compañía del arquitecto inglés Ian Fraser, que estaba planteando llevar a cabo ese proyecto. Le pidió también que llevara a una amiga para acompañarle a él, para que fueran dos parejas y existiera un armonioso equilibrio.

         - ¿Y por qué yo no me quedo contigo, Manolo, que nos entendemos tan bien y mi socia se queda con tu amigo, el gringo? Ella es linda, divertida, muy sexy y simpática, le va a encantar luego.

         - No, mi reina, necesito que el tipo sea muy, pero muy bien atendido y sólo confío en vos, a tu socia no la conozco, y si a mí me sale mal, paciencia, me jodo, pero no puedo arriesgarme con el gringo, tengo que tenerle comiendo de la palma de mi mano para consolidar mi posición en el proyecto y seguir como representante en Paraguay de su compañía.

         - ¿Y si a mí el gringo ese no me gusta? ¡Vos sabés muy bien lo delicada que soy yo!

         - Te va a gustar, mi princesa, es un tipazo, tiene buen carácter, recibe un viático bárbaro, en libras o dólares, habla bastante bien el español y además es joven -le dijo-, no pasa de los 30 y es rubio, delgado, alto, de ojos azules -así terminó de convencer a Ana, que había dudado porque se estaba arriesgando a aburrirse o a pasar mal en un viaje de dos o tres días con sus noches. A Robert, Manolo le dijo simplemente que Ana era una joven estudiante, muy divertida y liberal, sexual y no políticamente hablando, muy amiga de él pero sin compromiso de ninguna especie, que les iba a acompañar para conocer ella también las cataratas (ya había acompañado a otros gringos más de tres veces, pero siempre "se asombraba" de lo que veía "por primera vez, gracias a vos mi gringuito amoroso") y que, si él encontraba la oportunidad propicia para seducirla (¡claro que la iba a encontrar!, ella ya tenía instrucciones al respecto), que sin dudar lo hiciera.

         - Vale la pena -le dijo-. ¡Ya me lo vas a agradecer! -remató.

 

 

(*) "tereré" es una bebida que los paraguayos toman a cualquier hora y se comparte en

ruedas de amigos y hasta con desconocidos. Consiste en poner yerba mate en una "guampa" o en un vaso común y agregarle agua helada y una "bombilla" que es un tubo de metal, a veces de plata, por el cual se absorbe la infusión fría. El "mate" se toma caliente en los demás países del Río de la Plata, Argentina, Uruguay, Brasil, pero en Paraguay, en el verano, que dura la mayor parte del año, se toma esta bebida fría; se dice que se inventó en la guerra con Bolivia, para filtrar el agua salobre del Chaco.

 

 

 

Capítulo 2

 

EN EL CUAL MANOLO LLAMA A MARÍA VICTORIA

Y QUEDA MUY INTRIGADO

 

         En Roma, en agosto de 2009, hacía mucho calor, pero el acondicionador de aire de su habitación en el hotel era estupendo y silencioso. Manolo discó el número recién obtenido y al sonar por tercera vez le atendió una voz femenina muy agradable, en italiano, y él preguntó, también en ese idioma, por la "Signora" María Victoria. El italiano que habla Manolo no es perfecto, pero sí razonablemente entendible.

         - Sonno io, chi parla? (Soy yo, ¿quién habla?)

         - Si usted es la señora Restrepo, me supongo que podríamos hablar en castellano, ¿no es cierto?

         - Por supuesto... pero... ¡Ah! ¡Usted debe ser el paraguayo que me tenía que llamar en estos días! ¡Pero no me aparece ningún número en la pantalla!

         - Claro, porque es un número reservado, de teléfono satelital. Hemos intercambiado e-mails la semana pasada, veo que se acuerda. Mire, no nos conocemos personalmente, pero le reitero lo que le puse en mis mensajes, vine a Roma especialmente para hablar con usted, yo soy el Ing. Manuel Carlos Romero, me gusta que me llamen Manolo, y necesito los servicios de su agencia para...

         - ¡Ya, ya, ya!, no me diga nada más, ya le ubico, pero mejor dejemos los detalles para hablarlos personalmente, ¿dónde está usted hospedado? -el acento era colombiano, con la jota pronunciada muy suavemente, como una hache aspirada, "mehor dehemos", sonaba.

         - En Le Grand Hotel, es decir, en el Saint Regis Grand Hotel Roma.

         - ¡Ah!, ¡qué bien! se ve que conserva usted el buen gusto, es un hotel espléndido, muy elegante, señorial -A Manolo le sorprendió ese "conserva usted" que ella dijo como si le conociera de antes, pero no hizo comentarios al respecto. Era siempre muy cauteloso y cuidaba sus expresiones al hablar con personas que todavía no conocía muy bien.

         - Ya lo creo, es lujosísimo y como usted dice, señorial, con mucha clase, creo que es del siglo XIX. Bueno, licenciada Restrepo, si usted accede a recibirme hoy mismo, yo puedo ir inmediatamente, o en el momento en que le quede a usted bien, a su casa, a su oficina, adonde sea, si es usted tan amable y me da la dirección y me marca una hora, por favor.

         - No, no se moleste, señor Manolo (a pesar de no verla, él intuyó una sonrisa divertida en ese "señor Manolo"), para mí es siempre un gran placer tomar una copa en el elegantísimo bar del Le Grand Hotel, lo veo allí hoy mismo, a las... a verrr.. . "¡Dani!, consulta mi agenda, de prisa, por favor, ¿a qué hora puedo ver al señor Manolo...?"..., bueno, mire, señor... tengo libre... eeeh... a las 7 de la tarde, ¿le parece a usted bien?

         - Perfecto, señora, la espero a esa hora, estoy ansioso por conocerla, me han dado excelentes referencias de su trabajo y de su persona. Por favor, al llegar pregunte por mí al barman o al conserje, yo les voy a encargar que la dirijan a usted a mi mesa.

         - No va a hacer falta, se lo aseguro... -otra vez Manolo tuvo la sensación de que ella sonreía divertida. En uno de los tantos seminarios sobre ventas telefónicas y atención al público que él había asistido, como oyente o como organizador, el disertante había hecho hincapié en que el interlocutor capta perfectamente, por el tono de voz, el estado de ánimo o la actitud del otro y que, por tanto, para hacer una buena venta telefónica, se debe sonreír siempre, como si se estuviera frente a frente.

         - ¡Bueno! -dijo Manolo muy sorprendido-, ¡si usted lo dice...! Entonces me despido ya, no la molesto más, señora; reciba usted mis respetos, licenciada, y la espero con mucho interés.

         - Hasta luego, ingeniero, nos vemos a las siete en el bar del Grand Hotel.

         Con poco más de sesenta años, Manolo continúa siendo esbelto, elegante, con las típicas características de un caucásico, salvo por su cabello, que fue de un negro intenso cuando joven; ahora tiene las sienes nevadas, lo que le da un toque adicional de distinción, y el resto de un color castaño muy oscuro. Se mantiene en buena forma física, a fuerza de varias horas semanales en el sauna y el gimnasio del Club Centenario, caminatas en Ñu Guazú, consumo de productos dietéticos y complementos vitamínicos, todo controlado por su médico de cabecera. Con eso contrarrestaba sus excesos de comida y de alcohol en las fiestas y los fines de semana.

         Había llegado hacía unas pocas horas a Roma, ciudad que conocía desde niño, pero ese hotel, cuando allí estuvo por primera vez en los años 70, en luna de miel, se llamaba simplemente "Le Grand Hotel", así, en francés, no en italiano. En funcionamiento desde finales del siglo XIX, fue construido por el mismo arquitecto y con el mismo lujo y esplendor del Ritz de Londres. Cada una de sus habitaciones y suites ofrece una identidad única y está exquisitamente amueblada con una combinación de estilos Luis XV de los períodos del Imperio y de la Regencia. En el siglo XX siempre compitió en lujo, servicio y tradición con el "Excelsior", que se encuentra sobre la muy transitada Via Veneto y es el preferido de las celebridades, por tener su entrada en esa calle tan concurrida. Hospedarse en el Excelsior es como estar en una gran vidriera, los paparazzi siempre andan rondándolo para pescar alguna foto interesante. En cambio, Le Grand Hotel está en un bello lugar menos expuesto a la vista, cerca de lo que queda de las Termas de Diocleciano, que fueron los más resaltantes baños termales de la Antigua Roma, y continuaron siendo utilizados hasta que los godos interrumpieron el flujo de agua de los acueductos que los surtían en el año 537 dC. En las calles circundantes se pueden observar restos de las termas, que Manolo visitaba y observaba con fascinación cuando venía a Roma.

         Mientras leía esta historia en un folleto del hotel, Manolo se preguntaba cómo era posible que los romanos, en los primeros siglos de la era cristiana y aun antes, hubieran tenido acueductos que les traían abundante agua a la ciudad, desde muchos kilómetros de distancia y, en su querida Asunción, a orillas del caudaloso río Paraguay, en pleno siglo XXI, en los días de mucho calor falta el líquido esencial por horas y días en muchos de los barrios más poblados. Si a la abundancia de agua dulce no aprovechada, le sumamos la abundancia de energía hidroeléctrica que producimos, pero no la podemos utilizar por falta de infraestructura de transmisión, la conclusión es que somos más ineptos que corruptos. Un poco de corrupción no impediría el progreso si fuéramos eficientes y eficaces. Manolo, como empresario de la construcción de obras públicas, estaba acostumbrado a satisfacer las ambiciones de funcionarios venales, pero estaba convencido que siempre cumplía con su papel de ciudadano "constructor de la sociedad".

         Una vez bien instalado, había utilizado su teléfono satelital luego de recibir un mail recién llegado a su casilla, que había abierto en su laptop. Si llamaba desde el teléfono del hotel tal vez no sería atendido, al no figurar el número en el registro del celular al que llamaba, mientras que su teléfono satelital podía configurarse para que fuera de número reservado, inidentificable y, por eso mismo, generalmente era atendido, pues se supone que sólo los muy importantes consiguen que se oculte su número, en esta época en que todas las llamadas son automáticamente identificadas y filtradas por el que las recibe. Había marcado el número de María Victoria Restrepo y esperado atentamente a que se realizara la rápida conexión entre su teléfono, el satélite más cercano, el proveedor local y el teléfono del destinatario. Así se produjo la conversación que lo dejó tan intrigado.

         Unas semanas antes, en Asunción, cuando el gerente del banco con el que trabajaba le había recomendado esa gestora, Manolo "googleó" el nombre repetidas veces y encontró diversas páginas de Internet en las cuales figuraba la Signora María Vittoria Restrepo. Las páginas web visitadas no coincidían todas en su nombre, algunas lo escribían con doble tt, "Vittoria", como si fuera un nombre italiano, y otras Victoria, en castellano. Una de ellas era la del "Circolo dei Giornalisti Stranieri di Roma" o sea, Círculo de Periodistas Extranjeros de Roma, que la tiene en su junta directiva desde hace casi diez años. En su vasto currículum figuran, en destaque, una licenciatura en periodismo por una universidad brasileña, la secretaría de redacción, en los 80 del siglo XX, de un prestigioso periódico de Bogotá, Colombia, del cual ahora es corresponsal en Italia y en toda Europa, y sus estudios de artes y letras en la Universidad George Washington de la capital de los Estados Unidos. Otra página web, la de una afamada agencia de relaciones públicas de Roma, la cita como Chief Executive Oficer, CEO, de la misma.

         En ninguna pudo encontrar la fecha de nacimiento de ella, pero por los datos de estudios y cargos Manolo le calculó un poco más de cuarenta. En las páginas de revistas de chismes y romances -"revistas del corazón" les dicen en España- la relacionan sentimentalmente con un poderoso empresario, don Enzo Di Caltaggiruni, de bastante más de ochenta años, muy cerca de los noventa. Al googlear el nombre de su pareja se entera de que don Enzo está casado con una famosa diseñadora de modas de Milán, es accionista mayoritario de un holding de bancos y financieras, empresas de software y hardware, de teléfonos celulares, de conectividad vía fibra óptica, periódicos, cadenas de TV y radio, empresas contratistas de obras públicas, empresas de seguros y reaseguros y de otros rubros, en Italia y en varios países de la Comunidad Europea, con ramificaciones en los EE. UU., en Asia y en América Latina, específicamente México, Colombia, Brasil y Bolivia. Tanto Forbes como Fortune lo han incluido entre los 500 hombres más ricos del planeta durante los últimos 10 años. Algunas páginas de diarios y revistas del tipo "prensa amarilla", también consultadas por Manolo, lo relacionan con la "cosa nostra", la mafia siciliana. Su "famiglia", informa uno de ellos, lleva como apellido, desde hace más de un siglo, el nombre de la pequeña y muy antigua ciudad siciliana en la que nació, Caltagirone en castellano y en italiano, Caltaggiruni en siciliano.

         Manolo había enviado y reenviado varias veces un e-mail a la agencia de marketing y relaciones públicas, que le fue respondido recién tres días después del primer envío. En esa respuesta figuraba una dirección de correo electrónico personal de la Sra. María Victoria, con dominio gmail.com. Intercambiaron algunos mensajes; en el tercero la respuesta le vino de otra cuenta del mismo servidor y le anunciaba que la anterior ya no sería utilizada. Combinaron encontrarse en una fecha de finales del mes de agosto en la que ella se encontraría en Roma, su base de operaciones, entre sus vacaciones en Grecia y un crucero por el Mediterráneo. Le decía también que en esa fecha él recibiría un correo con el número del celular que usaría esa semana, ya que lo cambiaba constantemente para evitar a los molestos televendedores.

         Manolo terminó de deshacer su equipaje, faltaban dos horas hasta las siete de la tarde. Había reservado una suite junior, que costaba más de 600 euros al día, pero para él era muy importante causar buena impresión en las personas a las que pensaba contactar. Se dedicó a contestar sus mensajes y correos en su laptop, admirado de la gran velocidad de la conexión wi-fi de Internet banda ancha, comparando con las modestas prestaciones de los proveedores paraguayos de Internet, que están limitados al ancho de banda que les suministra COPACO, monopolio estatal que administra la fibra óptica que conecta, a través de la Argentina, con todos los backbones o puntos de enlace y con los satélites de la red de redes.

         Luego se dio un prolongado baño con hidromasaje en el jacuzzi para quitarse la modorra, producida por el largo vuelo, con muchas y aburridas escalas y la diferencia horaria; se afeitó con esmero, se peinó con cuidado y se vistió con un pantalón gris oscuro, camisa celeste, corbata de seda estampada con minúsculos diseños geométricos en tonos naranja y púrpura sobre un predominante fondo amarillo, para que contrastara con la camisa celeste, eligió un saco cruzado color crudo, casi blanco, pues era verano en el hemisferio norte y, cuidadosamente, dobló y colocó en el bolsillo del saco un pañuelo del mismo juego de la corbata. Como botón de solapa se puso el distintivo que representaba el título de Caballero del Corpus Christi en Toledo. Ese pin de solapa le pareció el más adecuado para negociar con los grandes personajes del Vaticano, ya que se trata de una respetada y conocida Orden católica española. Esa palabra, el Vaticano, trajo a su memoria, lúdica a veces, en los momentos más inoportunos, el prostíbulo asunceño que en los años sesenta y setenta era popularmente conocido con ese nombre. Los lupanares, todos sabemos, no tienen letrero visible ni nombre oficial y son generalmente conocidos por el de su regenta o madama, ña Acela, ña Chiquita, ña Cayé, tía Perla, o por su dirección, Perú y Amambay, calle Luna y vía férrea, etc., pero éste era conocido como "el Vaticano" porque a él se accedía por una escalera que estaba situada junto al Gran Cine Roma. "El Vaticano"... por su cercanía a Roma... ¡qué fino humor el de sus conciudadanos de aquella época!

 

 

Capítulo 3

 

EN EL QUE SE NARRA EL SORPRENDENTE REENCUENTRO,

DESPUÉS DE MÁS DE TRES DÉCADAS

 

         Diez minutos antes de las siete bajó y se dirigió al bar; estaba un poco tenso pero más que nada curioso. ¿Quién sería esta mujer tan importante que le dio a entender que lo conocía? No recordaba haberla visto nunca, aunque era seguro que habría leído sus reportajes, ya que eran publicados en todo el mundo; las fotos que había observado en Internet, hace unos instantes, le recordaban a alguien, no sabía a quién, a alguna actriz famosa quizá.

         Al mozo le dijo que esperaba compañía y que cuando ésta llegaraiba a ordenar su pedido, mientras tanto que le trajera un Express "lungo" y agua mineral "Evian", francesa, por cierto, pero de venta en toda Europa. Es curioso, meditó Manolo -tratando de pensar en cosas banales para distraer su mente tan tensa y por eso mismo tan dispersa, sin capacidad de concentración-, al café de máquina al vapor los italianos le llaman Express, utilizando una palabra inglesa, mientras que los yanquis le dicen Espresso, en italiano, tal vez por el origen de las máquinas. En Italia, además, si uno quiere un café Express como el que tomamos en nuestra región, lo debe pedir "lungo", o sea largo, porque el normal es muy concentrado y no llega a la mitad de la tacita. Para tomar café de colador se debe pedir café "alla americana" y el mozo, si se trata de un lugar elegante como el bar en el que estaba ahora, pondría cara de asco, como si le pidieran que orinara en la taza.

         Como a las siete y diez ya había controlado la hora, unas siete veces, alternativamente en su Rolex de oro y en el viejo reloj de pared del bar, alemán o suizo, de madera y bronce, con un largo péndulo, y la tal María Victoria no aparecía. ¡Mujer al fin, todas son iguales!, pensó él, pero había tenido la esperanza de que una empresaria tan importante se comportara con más formalidad. Los que tienen poco tiempo lo administran mejor y son mucho más puntuales.

         Ya estaba desilusionado de ella cuando, pasada las siete y cuarto, hizo su majestuosa entrada en el bar una elegantísima señora de estatura mediana, que a primera vista no aparentaba más de treinta y cinco o cuarenta años, tez morena que podría ser producto del bronceado solar, aunque tenía algo de oliváceo; ni delgada ni gorda, sino pulposa, con curvas pronunciadas y sensuales, pelo negro, ni largo ni corto, lacio y muy bien peinado, como si recién hubiera salido de la peluquería, ojos claros, casi verdes, más bien celestes, en realidad azules, ahora que los veía más de cerca, con sombras que acentuaban lo azul en los párpados superiores, las cejas impecablemente depiladas y moldeadas, largas pestañas, tal vez postizas, labios carnosos, que más que naturales parecían rellenados con botox, pintados en un tono rosa grisáceo, que se abrían, generosos, en una sonrisa amplia y franca. Vestía un traje sastre blanco, gris y negro elegantísimo, de escote bajo, el único botón estaba a la altura de la cintura, seguramente de marca, aunque Manolo no sabría identificar al diseñador, y una blusa también muy escotada, blanca, de seda, con grandes volados, un sencillo collar de perlas de dos vueltas y aretes al juego, además de una fina pulsera de oro en la muñeca derecha y un reloj Patek Philippe en la izquierda, también de oro, por supuesto, rectangular, con una elegante y discreta malla de cuero de lagarto, y en la mano una cartera tipo sobre, con el distintivo de Chanel, en oro. La siguió asombrado con la mirada, hasta que ella se acercó sin titubeos a su mesa y él se levantó casi abruptamente para saludarla.

         - ¡Hola, Manolo! ¡cuáaanto tiempo! ¿Cómo estás?, ¿ya te diste cuenta de quién soy?, ¿o acaso todavía no me reconocés? - dijo ella sin dejar de sonreír maliciosamente mientras él permanecía callado, en estado de estupor. Ella, poniéndose ligeramente en punta de pie para compensar la diferencia de estatura, se apoyó con ambas manos en los hombros de Manolo, acercó su rostro y le dio dos besos, uno en cada mejilla, al estilo paraguayo, pero peligrosamente cerca de la boca.

         - ¡Esteeee...! -Manolo retrocedió casi medio metro para observarla mejor, para verla en conjunto; estaba totalmente desconcertado-, ¡sinceramente..., disculpame..., me tenés cara conocida, pero... eh... yo... esteee... no sé... ayudame...!

         Él la estaba tuteando, o mejor dicho "voseando", siguiendo su ejemplo. Sabía que en Colombia también se usa el vos, pero los verbos que le acompañan no se conjugan exactamente igual que en Paraguay, y también había estado en algunas regiones de ese país en las que usan el usted en forma coloquial, familiar, íntima, tal como hacen los brasileños con el você, que tiene el mismo origen que el usted, ya que este pronombre deriva del protocolar y respetuoso Vuestra Merced, que se transformó hace como cuatro siglos en vuesamerced, vuasé y de allí en usted, mientras que el Você del portugués comenzó del mismo modo, como "Vossa Mercê", modificándose en "vossmicê", vossuncê, vassuncê, mecê, vancê, vacê y terminando en "você". Por ese origen similar ambos vocablos exigen verbos con conjugación en tercera persona del singular, mientras que el vos se utiliza en América latina con deformaciones de conjugación de la segunda persona del plural; vos sois, vos tenéis, vos estáis, que era la forma protocolar de dirigirse a otra persona de los conquistadores, se transforma en vos sos, vos tenés, vos estás, aunque en Chile, por ejemplo, algunos dicen vos tenis. Manolo conoció también a bolivianos que dicen "vos eres". En fin, es parte de la riqueza de nuestro idioma.

         - Mírame bien, Manolo, ¡soy Ana! ¡y no me digas que no te acordás de mí porque no te voy a creer! ¡Si nosotros nos conocimos demasiado bien hace muchos años en Asunción!

         - ¡¿Anita Caliente?! ¡¿Vos sos Anita Caliente?! ¡No puede ser! -dijo Manolo en voz involuntariamente alta, llamando la atención de algunos clientes, probablemente turistas latinos, porque los europeos no se inmutan con lo que oyen o ven en un lugar como ese. Lo dijo con gran asombro y con una espontaneidad que normalmente él no se permitía, pues se preciaba de ser muy discreto y cauteloso.

         - ¡Dios mío! ¡Qué locura! -siguió diciendo Manolo- ¡No, no, noooo!, ¡no puede ser!, ¡no-pue-de-ser!, ¡estoy loco!, ¡estoy soñando!, ¡vos no podés ser Anita Caliente!

         - ¡Brujo..., brujo..., brujo! ¡No me llames más así, yo ya no soy la que era antes! -dijo ella, pero su expresión no denotaba enfado ni disgusto alguno, sino que parecía más bien un cariñoso y divertido reproche. Casi simultáneamente se sentaron en torno a la pequeña mesa redonda, frente a frente. De él, más bien se diría que se desplomó en la silla, tan desconcertado estaba.

         - ¡Y entonces, ¿quién sos vos ahora?! -balbuceó Manolo, recuperando lentamente la respiración, que casi se le había cortado, y el ritmo del corazón que había estado muy acelerado. No podía controlarse ni borrar todavía su expresión de asombro-. ¿Por qué ahora sos colombiana si antes eras paraguaya? ¿Qué hacés en Italia y con un cargo tan importante? Me dicen que sos una periodista consagrada, la sucesora de Oriana Fallaci, y que sos también empresaria, ¡una gran gestora comercial!, que sos amiga tanto de primeros ministros y jefes de Estado como de cardenales y obispos, ¡¿es cierto todo eso, Anita?! ¡Me cuesta creer que vos seas vos! -este torrente de palabras y preguntas le brotaron sin casi pensar en lo que decía, estaba perplejo, absolutamente desconcertado.

         - ¡Del propio Papa soy amiga, Manolo querido! -dijo ella con mucha vehemencia, remarcando cada sílaba, del pro-pio-pa-pa-soy-a-miga, con una actitud que denotaba gran orgullo y vanidad-. Pero mirá, esa es una historia muy larga y no sé aún si te la voy a contar toda, así que, por de pronto, en honor a nuestra vieja amistad, que supongo se mantendrá como antes, porque no hay motivos para que así no lo sea, te ruego que ni-se-te-o-cu-rra llamarme por mis antiguos nombres y apellidos, y menos aún por ese denigrante apodo, que recién te salió del alma; ¡bueno!, es lógico, porque, al fin y al cabo, vos mismo me lo pusiste, pero yo no quiero ni acordarme; aquí todos me conocen como María Victoria Restrepo. Acostúmbrate, porque así me llamo yo desde hace muchos años, me cambié legalmente mis nombres de pila a María Victoria, y Restrepo era el apellido de mi difunto marido, que también me dio su nacionalidad colombiana, aunque ahora tengo también pasaporte italiano, pero soy colombiana a todos los efectos. Si querés usar un apodo que me gusta, llamáme Vicky, ese siempre luego me gustó, pero contame, ¿qué lo que puedo hacer por vos?, yo sé que si viniste hasta Roma para hablar conmigo es porque me necesitás. Yo no te olvidé nunca y tampoco olvido que fue gracias a vos que conocí al gringo, ¿te acordás de Robert?, ¡un amor era el gringuito!, y salí del país con él, gracias a eso llegué a lo que soy ahora, no gracias a Robert en sí mismo, sino que gracias a él salí del Paraguay y me fui al Brasil, en donde comencé a triunfar, o si no yo estaría ahora en el miiiismo vyrorei de aquella época.

         Su acento seguía siendo colombiano pero, de repente, en la medida en que hablaba con él, afloraban atisbos de acento y giros idiomáticos paraguayos, como "siempre luego", "qué lo que", por ejemplo.

         - Esperá, Ana, dame unos segundos para que me recupere del asombro, nunca tuve una sorpresa tan grande como ésta, creo que voy a necesitar tomarme un trago, o más de un trago, en realidad, y vos, ¿qué querés tomar? ¡Sííí... ! ya sé que antes, en lo de tía Perla, tomabas sidra y licores dulces, pero ahora tu bebida favorita, seguro, seguro, que es el champagne, y del mejor, me imagino.

         - ¡No jodas, Manolo! ¡Déjate de sarcasmos estúpidos, insultantes, calumniosos, injuriantes e infundados! -¡Salute!, ¡cinco adjetivos calificativos seguidos, en ristra como chorizos, en línea como las velas de Lino O., en boca de Anita Caliente! Es evidente que algo, o mucho, en ella ha cambiado, pensó Manolo. Además, ahora sí parecía ofendida, pero porque quería parecer ofendida, pues le costaba sentir rencor y mucho menos odio hacia ese hombre que fue el único, en toda su vida, por el que alguna vez sintió algo parecido al amor-. Primero, insisto en que te olvides de Ana y de Anita y que me llames María Victoria o, como te dije, si querés usá mi apodo cariñoso, Vicky, tenés derecho a eso y, segundo, sabés muuuy bien, hacé nomás un poco de memoria, que ya en aquella época, en el Paraguay, yo siempre tomaba Johnny Walker etiqueta negra, como vos y como tooodo el mundo, pero ¡por supuesto que me gusta el champagne, me encanta luego, que venga nomás tooodo el champagne que quieras! ¡Tenemos que brindar por los viejos y los nuevos tiempos!

         - Ok, voy a pedir una botella de Dom Pérignon, entonces, ¿te parece bien? - (¡Es muy caro! pensó-, pero no me puedo achicar ahora que ella es poderosa, tengo que mantener mi antigua ventaja sobre ella). Levantó la mano para llamar la atención del mozo, que estaba en el otro extremo del salón, pero expectante, como pendiente de su llamado.

         - No, Manolo, no vayas a gastar inútilmente en un champagne tan caro, pero medio dulzón para mi gusto. Pedí un Moët et Chandon Brut Imperial, que es de la misma bodega, un poquitiiito más barato, pero aún así bastante caro, pero es mucho más seco, muy, muy seco en realidad, ¡me encanta cómo me "rasca" el paladar y la lengua!

         - ¡Caramba! ¡Qué manera de refinarte, quién diría, ¿eh?!

         - ¡Ay, Manolo! ¡Ya me estás subestimando otra vez!, ¿por qué yo no habría podido evolucionar y refinarme?, ¿eh?, además, modestamente, entre otras cosas, soy accionista y directora de una importante vitivinícola en Sicilia y, para que no me embarullen en las reuniones del directorio, estudié y me gradué a nivel u-ni-ver-si-ta-rio en enología y cata de vinos.

         Manolo iba a hacer un comentario elogioso que contrarrestase el efecto de sus palabras anteriores, cuando en ese preciso instante, ¡la plaga del siglo XXI!, ¡la comunicación que interrumpe la comunicación!, el celular de María Victoria sonó desde su cartera Chanel con un ringtone polifónico, fuerte y escandalosamente, como una orquesta completa ejecutando el pegadizo tema de amor de la película "El Padrino". Si hubieran estado en el Paraguay, todos los presentes hubieran dirigido sus miradas hacia ella, pero allí la gente, sofisticadísima, fingía no oír ni ver a los demás. Vicky le pidió disculpas diciendo que no podía dejar de atender, pues ese ringtone identificaba la llamada de "Il comendattore". Giró el tronco hacia la derecha y atendió, poniendo la mano en concha bajo el diminuto teléfono sostenido entre el pulgar y el índice, como para que no se la oyera en el ambiente. "Caro mío, come stá?, Bene... prego... stá bene... prego", etc.

         Los celulares, así como Internet, con el MSN, el Orkut, el Facebook, el Skype, el Hi5, el Twitter, el qué-sé-yo-punto-com-o-punto-net, nos permiten comunicarnos en tiempo real con gente que está al otro lado del mundo o en la habitación contigua, o hasta en la misma habitación, eso no importa. Pero nos impiden la comunicación directa, cara a cara, ojo a ojo, con el que está frente a nosotros o a nuestro lado. A veces, justo cuando estamos por lanzar esa frase genial, preparada desde hace varios minutos y en espera del momento oportuno, esa frase que deslumbraría a nuestro interlocutor, o volcaría el resultado a nuestro favor en una negociación, ¡zaz!, suena el celular de uno o de otro y se pierde el momento mágico. Manolo, antes de la masificación de los celulares, aprovechaba cuando iba con sus hijos en el auto para hablarles, para comunicarse con ellos, porque en la casa estaban siempre pendientes del televisor, del equipo de sonido, del único teléfono de la casa que disputaban entre todos, del videogame, de la computadora, etc. Ahora van con él, en el asiento de al lado, pero con los auriculares aislándoles de los demás sonidos y la vista clavada en la colorida pantalla del "blackberry", ambos pulgares achicándose para acomodarse al pequeño teclado, jugando un videogame intercontinental, intercambiando fotos, MP3 y videos o chateando con sus amigos de Japón, Buenos Aires, la esquina de su casa o con el hermano que está en el asiento trasero.

         Mientras ella utilizaba su moderno artefacto, Manolo la miraba fascinado, como si recién ahora se estuviera dando cuenta de lo que tuvo en sus manos hace más de treinta años. Parecía preguntarse: ¡¿Cómo no vi el potencial de esa pendejita que se transformaría en esta mujeraza, antes una simple putita, ahora toda una bella princesa?!      Ella, por su lado, cuando se había enterado que volvería a encontrarse con su antiguo y unilateral gran amor -que probablemente no habría cambiado casi nada, pues los hombres no cambian mucho por más tiempo que pase- se preguntaba a sí misma, ahora que ella sí había cambiado, cómo le convendría presentarse ante Manolo. ¿Como una restaurada Vestal, con sus virtudes recuperadas milagrosamente por el tiempo transcurrido, o como la Hetaira que era cuando él la conoció, pero refinada, como una geisha?

         Lo de que los hombres no cambian era algo que había aprendido en la larga trayectoria hacia su impecable y refinada formación cultural cosmopolita en la adultez, desde la ignorancia mercadocuátrica de su niñez: "La mayoría de los matrimonios fracasan -según un consejero mediático influyente y crematístico, aunque no por eso carente de razón- porque durante el periodo, largo o corto, del noviazgo, la novia se presenta como la más dócil, la más hacendosa, la más perfecta potencial ama de casa y amorosa madre; el novio piensa que ella nunca va a cambiar, pero luego de la ceremonia del altar ella cambia y se vuelve absorbente, posesiva, celosa, exigente, imperativa, inquisidora; mientras que el novio se muestra y se presenta tal como es, parrandero, mujeriego, bebedor, jugador y pendenciero, y la novia piensa que al casarse, con sus dotes y siguiendo los consejos de su madre, lo va a cambiar. Él no cambia nunca y ella sí. Y terminan fracasando". Así de simple es la ecuación.

         El mozo, que antes de tomar el pedido había saludado con un respeto exagerado, rayano en la adulonería, a la "nobilissima signora María Vittoria", les trajo en menos de un minuto el champagne; parecía que ya lo tenía preparado desde que la vio ingresar al lujoso bar del hotel. Enseñó a Manolo la etiqueta con la botella inclinada, una mano bajo la base y la otra en el cuello de la misma; luego ejecutó la ceremonia de quitar el capuchón y el alambre protector, tomó con firmeza el corcho con la mano derecha, haciéndolo girar y sujetándolo para que saliera sin estruendo, inclinó las copas una a una, acercándolas a la boca de la botella y sirvió el vino muy lentamente, sin espuma y sólo hasta la mitad de las copas; puso la botella en la champañera de plata sobre la mesita de arrimo, cubriéndola con una blanca, inmaculada servilleta y, tras una reverencia en la que inclinó el tronco como un sirviente oriental, se retiró.

         Mientras tanto, Manolo la observaba atentamente y, a pesar del recatado traje sastre, el amplio y generoso escote de la blusa le permitía admirar la mitad superior y el valle de un par de senos de buena forma y tamaño. Los grandes volados de la blusa impedían saber si tenía o no sostén. Se preguntaba si la turgencia de esos senos sería producto de ejercicios y cuidados naturales o estarían "tuneados", porque, por lo que él sabía, Anita ya debía haber cumplido los 50 hace unos pocos años. Pero retrocedía en la memoria y la veía tal como era a los 17 o 18, cuando la conoció, y hacía la comparación. Si bien Ana nunca fue una Audrey Hepburn, tampoco era una Sofía Loren. Ahora se veía con provocantes pero no exageradas curvas, como Marilyn Monroe en su buena época.

 

 

 

Capítulo 4

 

DONDE SE RECUERDA Y SE DESCRIBE LA CASA

DE TÍA PERLA EN ASUNCIÓN

 

         En aquellos años de su juventud, recién salida de la pubertad en realidad, ella era alegre, bulliciosa, nadie podría nunca imaginar siquiera lo que había sufrido en su pobre y triste infancia; incluso Manolo desconocía la mayor parte de su niñez ya que ella era muy reservada en cuanto a su vida anterior. Recordaba que ella se exhibía siempre en poses muy sensuales, la malicia le brotaba instantánea y casi alevosamente en la mirada de sus ojos azules -que para nada eran fríos como suelen ser los de ese color-, en la forma de poner sus labios para que pareciera que querían estar besando ya, y en la sonrisa, mezcla de tierna inocencia y salvaje pasión arrolladora.

         Ana no era, en esa fase de su vida, una prostituta típica, a tiempo completo, ni siquiera vivía en el burdel; la mayor parte de las veces tenía sexo por placer, por diversión, como normalmente hacen los hombres, que están condicionados, por la educación y el ejemplo familiar, para diferenciar y separar completamente el sano y divertido sexo del esclavizante y comprometedor amor.

         Sí -dirán enseguida las mujeres-, pero no puede haber amor verdadero sin deseo carnal; es cierto, pero no menos cierto es que existe buen sexo sin amor ni culpa, para la gran mayoría de los hombres y para muy pocas mujeres, en nuestra civilización judeo-cristiana-occidental y, sobre todo, latina.

         Ana, sólo cuando estaba muy necesitada y no se le presentaba ninguna otra alternativa, recurría a la tía Perla, pero con la condición de que el cliente no fuera un viejo decrépito ni un gordo panzón repugnante, a muchos había rechazado por tener esas características. Ella se consideraba una compañera sexual alegre, amorosa y completa, para clientes especiales. Una princesita, un "bocatto di cardinale"; así la definió proféticamente Perla cuando la ofreció por primera vez a Manolo, sin saber que treinta años después su definición sería literalmente exacta -"es una chica educada y fina que está juntando plata para ir a la universidad"-, agregó, mintiendo para justificar el ejercicio crematístico que del sexo hacía la chica. Era costumbre de la tía Perla exagerar las virtudes y las condiciones de las "sobrinas" que ofrecía. Una vez le dijo a Manolo, refiriéndose a una de las más nuevas: "mirá que tiene su auto propio, un cero kilómetro". En la Asunción de los 60 y 70 sólo los muy ricos tenían automóviles, pero Manolo contestó con su habitual tono sarcástico: "¿Y a mí qué me hace eso? Yo me voy a acostar con ella... ¡si es que me gusta!... y no con su auto".

         La tía Perla era la proveedora principal de compañía femenina de los ministerios y las grandes empresas del Estado y privadas y su casa parecía una vivienda normal, nada la distinguía de las casas de familia de los alrededores o de barrios similares. Propiedad del comisario de Policía de esa jurisdicción, que se la arrendaba a casi el doble del precio de mercado, pero a cambio le daba la necesaria protección y además una buena parte del alquiler lo cobraba "en especie", la casa estaba estratégicamente ubicada en Itapytapunta, un vecindario tranquilo y poco poblado en ese entonces, no lejos del centro de Asunción, pero apartado de los barrios elegantes donde vivían quienes la frecuentaban.

         La sala de visitas estaba austeramente amoblada y tenía una chimenea casi siempre apagada, dado el intenso calor asunceno, en cuyo interior se armaba el pesebre navideño en el caluroso diciembre y sobre la cual lucían como adornos dos o tres figuras de arcilla cocida policromada, representando a un ángel, una paloma, una burrerita. En un portarretrato artesanal de cuero repujado y pirograbado, una foto casi sepia, por lo vieja, de Perla, muy joven aún, saludando al Gral. Stroessner, que aparecía con uniforme de teniente coronel. También había un juego de living tapizado con cuerina gris, y entre las tres piezas una mesita baja y alargada, con un horrible jarrón de flores artificiales en el centro, muy cursi, sobre un pequeño mantelito redondo de ñandutí. A los costados dos o tres lámparas de pie, de diferentes estilos; en las paredes, tres o cuatro reproducciones de obras famosas, la maja desnuda de Goya, la Gioconda, uno o dos paisajes parisinos, enmarcadas y colgadas como si fueran verdaderos cuadros. ¡Ah! y el infaltable almanaque del año.

         El sitio de honor, en el centro de la pared más larga, lo ocupaba un enorme "combinado" Grundig, estereofónico y de alta fidelidad, de madera oscura barnizada a la laca, con incrustaciones de madera más clara, que casi siempre dejaba oír emisoras locales de radio transmitiendo músicas folclóricas, o partidos de fútbol si el cliente lo pedía, pero más común era que reprodujera románticas y cursis canciones, rancheras o boleros, a veces un poco de jazz, si el cliente traía su propio disco. El "pick up" era automático, admitía una pila de hasta diez discos "longplay" de 33 1/3 RPM, que iban cayendo secuencialmente uno encima del otro, sobre el plato giratorio, y sobre los cuales se posaba la cápsula con púa de diamante, en un brazo equilibrado con contrapeso regulable, para que no pesara más de dos gramos sobre el disco y no lo gastara o rayara. ¡Una maravilla!, ¡el único lujo de la modesta casa!, regalo tal vez de algún poderoso cliente agradecido y aficionado a la buena música.

         El televisor, en blanco y negro, estaba casi siempre apagado, pues sólo había un canal en la ciudad y su programación era bastante aburrida para la mayoría de los varones. Pero Manolo, que era un asiduo frecuentador y conocía cada rincón de la casa, sabía que en la sala de espera de las chicas había otro receptor, más modesto, para ver las sensibleras telenovelas argentinas, mexicanas, colombianas. Todavía no habían llegado las brasileñas, porque no se las doblaba al castellano.

         Había tres dormitorios para uso de los clientes, uno de ellos con dos camas matrimoniales, para las sesiones especiales, que había que reservar con varios días de anticipación o tener la suerte de encontrarlo desocupado, y los otros dos con una sola cama cada uno. Había un baño completo de uso común, con bañadera y ducha separadas, en el corredor que daba a las puertas de los dormitorios. Sobre cada cabecera, en la pared, un sencillo crucifijo de madera con un Cristo estilizado, de bronce fundido, y en las mesitas de luz, imágenes de cerámica policromada de la Virgen de Caacupé, de la Asunción, u otras vírgenes. Nada hacía sospechar de las orgías que allí las "sobrinas" realizaban, con industriales, comerciantes, contrabandistas, grandes empresarios, altos personajes del gobierno del Rubio, militares, policías, directores de entes públicos, a veces algunos ministros de Estado y embajadores extranjeros.

         Hacia el fondo estaban la cocina y el sector en que la madama vivía y donde algunas de las niñas dormían o, simplemente, descansaban entre un cliente y otro. No eran muchas las internas o pupilas. El fuerte de Perla no era ese escaso equipo permanente, sino una base de datos (una agenda, así nomás eran llamadas antes) con los teléfonos de más de doscientas (o quinientas, ¡chi lo sá?!) "sobrinas" a quienes llamaba y citaba, en su casa o en el lugar que su cliente elegía. A veces, cuando iba a presentar a una de las pupilas, la hacía salir por el fondo, dar la vuelta a la casa y volver a tocar el timbre de la entrada principal, como si llegara recién de la calle. ¡A nadie le gusta ser el segundo hombre del día de una mujer! Además, así se le podría cobrar el taxi al cliente. Todo trato se realizaba sobre la base de compromisos de palabra, con absoluta buena fe, tanto de sus clientes como de sus chicas.

         En la heladera de la cocina había unas pocas gaseosas y botellas de "Agua Salus", pero nunca tenía Perla grandes provisiones de whisky o vino, ni siquiera cerveza. Las bebidas o comidas se traían a pedido del cliente, pago adelantado mediante, y sus proveedores habían inventado el "delivery" casi instantáneo décadas antes de que ese nombre y ese servicio se conocieran en el Paraguay.

 

 

 

 

 

ÍNDICE

 

Dedicatoria

Agradecimientos

Prefacio

CAPÍTULO 1: En el que se informa al gringo sobre la "fecha feliz", en la víspera

CAPÍTULO 2: En el cual Manolo llama a María Victoria y queda muy intrigado CAPÍTULO 3: En el que se narra el sorprendente reencuentro, después de más de tres décadas

CAPÍTULO 4: Donde se recuerda y se describe la casa de tía Perla en Asunción CAPÍTULO 5: En el cual se explica el origen del apodo de «Anita Caliente" CAPÍTULO 6: En el que Manolo compara la Anita de antes con la de ahora

CAPÍTULO 7: En el que disfrutan del caviar de Beluga y otras delicias, mientras Manolo plantea su negocio

CAPÍTULO 8: En el cual el gringo aprende algo de gastronomía paraguaya

CAPÍTILO 9: En el que el gringo recibe breves lecciones de guaraní, mal dadas por Manolo, que apenas habla ese idioma

CAPÍTULO 10: En donde se rememora el tradicional saludo de "Fecha Feliz" en Mburuvicha Róga y el gringo sigue aprendiendo sobre la gastronomía paraguaya

CAPÍTULO 11: Sobre "Sus muertos, en tranvía". Con la póstuma colaboración de don Ernesto Giménez Caballero

CAPÍTULO 12: Que trata de las antiguas villas asunceñas y los viajes en tren, en barco.

CAPÍTULO 13: De cuando los autos subían a las vías del tranvía

CAPÍTULO 14: Que transcurre en la casa de cambio "clandestina"

CAPÍTULO 15: En el que se dan algunas pistas sobre los nombres de Ana

CAPÍTULO 16: En el que se venera a Nuestra Señora Santa María la Virgen del Rosario, por el día en que nació nuestra heroína

CAPÍTULO 17: Que trata de la amarga estadía de Migdonia y su familia en la casa del albañil

CAPÍTULO 18: Que se ocupa de lo sucedido en la capital del trabajo.

CAPÍTULO 19: En el que la familia Caballero llega Paraguaype, Mercadocudtrope (a Asunción, al Mercado Cuatro)

CAPÍTULO 20: Que relata parte de la niñez mercadocuátrica de Ana

CAPÍTULO 21: De cómo la entrega de su virgo convirtió a Ana en princesa

CAPÍTULO 20: De cómo un petulante cantante kurepi logra sacarla del Mercado CAPÍTULO 21: Que trata de la breve estadía de la Princesa en la capital de Misiones, terminando en la cama del posadero posadeño

CAPÍTULO 22: Que relata la experiencia que adquirió la Princesa en la Perla del Sur

CAPÍTULO 23: En el que se compara, indebidamente, al miembro de un alemán jorobado con el cipote de Archidona, capitulo escrito en ilegal coautoría con un Nobel español

CAPÍTULO 24: Que trata del convivio de la Princesa con súbditos pescadores e ingenieros en la Villa Permanente de Ayolas

CAPÍTULO 25: En el que se cuenta parte de la historia de Manolo, primer y último amor verdadero de la Princesa

CAPÍTULO 26: En el cual la Princesa conoce al Rey Pigmalión panameño

CAPÍTULO 27: En el que no vuelven las oscuras golondrinas porque la Princesa está triste

CAPÍTULO 28: Que se ocupa de los viernes culturales de la Embajada de Colombia

CAPÍTULO 29: En el cual la Princesa se despide del Rey Pigmalión

CAPÍTULO 30: De cuando el gringo se instala en Rio de Janeiro, pero añora a la Princesa paraguaya

CAPÍTULO 31: En el que la Ciudad Maravillosa da la bienvenida a la Princesa triste

CAPÍTULO 32: En el cual Ana descubre los encantos de la piscina del Copa y los del seductor Jorge Guinle

CAPÍTULO 33: Que se ocupa de los Carnavales en el Copa, con Jorginho y con Porfirio

CAPÍTULO 34: De cuando Ana conoce a Zé Poeira, malandro y banquero del "Jogo do Bicho"

CAPÍTULO 35: Que nos habla de la noche ilustrada, de las caídas de un hombre de moral y del hombre de la capa negra

CAPÍTULO 36: Que relata la vida de Vicky en el edificio de Barata Ribeiro 200 y en el que aparece por primera vez el Dr. Restrepo, pero ya se vislumbra un grande y duradero romance

CAPÍTULO 37: En el que Vicky actúa con la experiencia de un gran consultor del BID

CAPÍTULO 38: En el cual Migdonia Monges se trasforma definitivamente en María Victoria Restrepo

CAPÍTULO 39: De lo que sucedió en Washington, entre la colegiala y el director, con trágico desenlace

CAPÍTÜLO 40: Donde aparece, por primera vez, don Enzo, il Capo di tutti i Capi

CAPÍTULO 41: Que transcurre en Roma y en el cual se habla de la moda, las compras, la expectativa de Manolo hacia el crucial encuentro con María Victoria

CAPÍTULO 42: Donde Manolo conoce el palazzo y se relata el preludio de su gran reencuentro con una mujer inolvidable, pero difícil de recordar

CAPÍTULO 43: En el que la princesa Vicky vuelve a ser Anita Caliente y, con la complicidad de Manolo, humillan al autor del Kama-Sutra

CAPÍTULO 44: Con el relato del almuerzo en pelotas y el retorno al hotel en la limusina

CAPÍTULO 45: De cuando Manolo recibe asustadoras noticias

CAPÍTULO 46: Del raje de Roma y la vuelta a Asunción, con el rabo entre las piernas

CAPÍTULO 47: En el que Vicky le propone financiar "La Franjita Costerita" CAPÍTULO 48: En el cual se relata el amistoso almuerzo con el ex obispo

CAPÍTULO 49: De la presentación del proyecto a las autoridades competentes

CAPÍTULO 50: Que trata de cómo el proyecto naufragó en las poco profundas aguas de la Bahía de Asunción, del encuentro de Ana con su madre y de su retorno a Colombia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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