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MELISSA BALLASCH MORENO

  LA PROFECÍA, 2008 - Cuento de MELISSA BALLASCH


LA PROFECÍA, 2008 - Cuento de MELISSA BALLASCH

LA PROFECÍA *

Cuento de MELISSA BALLASCH

 

 

Segundo Premio en el Concurso de

Cuentos del Centro Cultural Cabildo (2008).

 

 

And the raven, never flitting, still is sitting, still is sitting On the pallid bust of Pallas just above my chamber door; And his eyes have all the seeming of a demon's that is dreaming, And the lamp-light o'er him streaming throws his shadaw on the floor And my soul from out that shadow that lies floating on the floor

Shall be lifted - nevermore!


Y el impávido cuervo osado aún sigue, sigue posado, en el pálido busto de Palas que hay encima del portal; y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña, cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal; y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal, no se alzará... ¡nunca más!

El Cuervo Edgar Allan Poe


Todas las noches sueña con el cuervo, me dijo, y cada noche le dice lo mismo: "Mañana morirá el señor Black, el vecino de al lado". Y sucedía. "La próxima será tu tía Marge". Y sucedía. "Firulais, el perro, ha llegado al final de sus días". Y sucedía. Así fue en tantas ocasiones. Y siempre sucedía. No me avergüenza admitir la intriga que me producía el singular fenómeno, pero ni su extraña naturaleza ni el hecho de que se manifestara a través de mi hijo me había quitado el sueño alguna vez... hasta hoy. Hoy que el pequeño entró con cautela a despertarme poco después de medianoche, y sentenció: el cuervo me ha dicho que ahora le toca a mi padre.

No volví a dormir aquella noche. -No se lo digas a tu madre -murmuré en voz baja y salí al pasillo, sin aire, con el corazón estrujado en el pecho. Caminando por horas, sin paz y sin cansancio, fumé interminables cigarrillos. Él subió las escaleras y volvió a dormirse, entre el miedo y la incredulidad; no estaba tan seguro de que aquello funcionara como parecía, pero había prometido guardar silencio, cediendo a mi última voluntad. Necesitaba el tiempo que no tenía para estar tan solo que la soledad me ayudara a reflexionar. Y la soledad me impresionó con la rapidez con que pudo reconstruir en imágenes una vida que antes parecía tan larga, con el modo en que los recuerdos desfilan ordenadamente, como haciendo su última triunfal aparición. El orden que surge del caos. Quieren ser el mejor, quieren el premio. Sobre todo, sorprende como la intención suicida, ante la condena, da lugar a un irrefrenable anhelo de vivir. Cuando vi asomar los primeros rayos del sol, ya había planeado mi día.

No se iría conmigo embutido en un incómodo traje, como estaba acostumbrado; ni sería desperdiciando horas en el banco, como hago casi desde que tengo memoria. Era, al fin, un breve instante en que podía no arrepentirme de ser, aunque con tanta brevedad, quien siempre he querido ser. Era, paradójicamente, mi oportunidad de renacer. Me había llegado el momento de saldar la deuda que todo hombre debe pagar y no existen plazos de gracia. ¡Qué más da! Comprendí por qué la gente tacha al futuro de incierto. Me resulta difícil de creer cuán lejos estuve de la desesperación. Todo cambia y uno se adapta, ¿qué más puedo decir?

La cocina era mi pasión inconfesa, y lo primero que hice fue preparar un desayuno, aburrido y triste, pero mío. Luego, invité a la mujer que había acompañado la mitad de mi vida a aquel almuerzo romántico que siempre me había pedido: quería que su último recuerdo mío fuera la ilusión cumplida. No puedo pensar en otra ocasión en que la haya visto tan feliz. Siempre supe cuánto me amaba, no sé si ella sabía cuánto la quería yo.

Mantuve el corazón en calma y libre de angustia. Tal vez en eso me haya ayudado el estar acostumbrado a estas predicciones de mi hijo, porque sabía que alguna vez sucedería, que alguna vez sería yo, sería mi turno de enfrentar el destino: morir es como nacer, el final al que se llega cuando se ha emprendido el camino. La muerte es, como dice Sabina, la suerte con una letra cambiada. Era como si cada segundo me depositara en el interior una paz antes desconocida y un desprendimiento del mundo del que no me creía capaz. Fue mi recompensa, y la agradezco.

Llamé a mi madre, a quien no veía muy a menudo, y me armé de valor para soltar aquellas cosas que siempre había querido decirle. Iba a emprender un viaje, y no podía llevarme un alma envenenada. Pero la distancia era un abismo entre nosotros, y si se me concediera un deseo sería encontrarla una vez más. Cuando nos despedimos, pude adivinar en su voz que estaba sonriendo, y casi sentir las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. A mí me comenzó a doler el pecho.

Me di cuenta de lo corto que es el día cuando se lo mira desnudo en su soledad, cuando sólo significa una cuenta regresiva, segundos que caen en el reloj de arena. Para ello, hay que verlo de ese modo. ¿Cuánto más vale un hoy sin un mañana?

La siguiente actividad, la última, estaba dedicada exclusivamente a mi pequeño: iríamos a jugar al básquet, que era su deporte favorito; yo no esperaba encestar nada. Fuimos al parque que quedaba a dos cuadras de nuestra casa. Un lugar rodeado por una miríada de árboles que antes apenas había visto. Era un espacio vacío de gente y poblado de calor, pero no podía posponerlo: no para todos era aquel el último día. A pesar de sus cortos años y la espigada estatura de los aros, él conseguía encestar. Corrí tras la pelota con un renovado ahínco que parecía repleto de juventud, creo que hasta conseguí anotarme un tanto. Ya no lo recuerdo.

Cuando estábamos por marcharnos, el dolor en mi pecho aumentó como si el corazón me hubiera estallado. Me quedé pálido y sin aire. Caí inconsciente al suelo. Me llevaron al hospital más cercano en una ruidosa ambulancia, me instalaron en una cama disponible en la UTI.

Cuando desperté eran las ocho de la mañana del día siguiente. Sin entender qué había pasado y qué milagro me había salvado, escuché largo rato a mi esposa, que luego de expresar su alegría por mi recuperación y aún sosteniendo mi mano, se extendió en palabras sobre lo que había ocurrido el día anterior. Le encantaba hablar y escucharse a sí misma. No le estaba prestando atención, hasta que su declaración me clavó un dardo en el pecho.

-Y sabes, ayer el señor Brooks, el jefe que me dio mi primer ascenso, murió de un paro cardiaco...

Y sucedía.

2007




 

 

 

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CUENTOS CON GALLETITAS

M.M. BALLASCH/ PATRICIA CAMP

Ilustración de tapa y contratapa: ESTEBAN RIVEROS

Editorial Arandurã

Asunción – Paraguay

Noviembre 2012 (200 páginas)

 

 

 

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