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MIGUEL FLORENTÍN ROA

  NAVIDAD PROHIBIDA, 2013 - Por MIGUEL FLORENTÍN ROA


NAVIDAD PROHIBIDA, 2013 - Por MIGUEL FLORENTÍN ROA

NAVIDAD PROHIBIDA

Por MIGUEL FLORENTÍN ROA

Editorial SERVILIBRO

Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ

Corrección: AUGUSTO GONZÁLEZ

1° Edición, CREAR Y PUBLICAR

Asunción – Paraguay

Julio 2013 (169 páginas)

 

 

 

 

MENCIÓN DE HONOR

PREMIO LITERARIO ROQUE GAONA 2013

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY

 

 

 

Homenaje:

A mis colegas navegantes, que de una forma u otra, se han quedado también sin navidades.

Con ellos, he levantado mi copa, alguna vez, en el brindis de las fiestas que no tuvimos.

 

Abel Alvarez -  Carlos Heinichen

Adelio Cabrera - Carlos Ríos

Adriano Marécos - Chiqui Gamarra

Alcibiades Saldívar - Damián López

Alcides Navarro - David Duarte

Amado Domínguez - Delfín y Primitivo Amarilla

Américo Molina - Derlis Ruiz Díaz

Andrés Fernández - Elvio Fernández

Ángel Cabral - Enrique Espínola

Antonio Quiñónez - Esteban Rossel

Arturo Báez - Félix Prieto

Aurelio Benítez - Fernando Peralta

Basilio Santos - Gabriel Mereles

Benjamín Mercado - Gaspar Camilo

Bienvenido Rodríguez - Guido Llanes

Higinio Rivero - Miguel Ángel Ledesma

Hugo y Carmelo Mattesich - Modesto Belotto

Nicolás Romero

Hugo Cañete - Oscar González

Ildefonso Benítez - Ramón Cáceres

Jaime Patiño - Regis Torales

Jorge Ibarra - Ricardo Oviedo

Lorenzo Garay - Ricardo Pico

Luis Páez - Rogelio Torales

Manuel Fernández - Roque Silva

Marcos Ferreira - Rubén Arévalos

Mario Keim - Salvador Raniolo

Mario Giménez - Victor Merdevier

Mario Santos -  Vidal Bogado

Mauro Patiño - Virgilio Céspedes

Memo Patiño - Wilfrido Barrios

Miguel Ángel Godoy    

 

A propósito omito a diez de ellos, pues sus casos, sus historias o anécdotas,

aparecerán en el siguiente volumen.

 

 

En la descastada casta de los navegantes

hay cosas prohibidas.

Hay disfrutes negados.

Alegrías postergadas.

Casi... aconsejaría que no nos amen,

pues no estamos al momento de los brindis.

 

Y en la Navidad se siente frío.

Ese desarropado sentimiento de mirar todo

desde adentro, con la nariz pegada al vidrio.

 

En la azarosa vida de los marinos, hay sentimientos encontrados. A momentos de gran peligro, le suceden aquellos de infinita paz. La calma, la tormenta, la niebla, luego la calma nuevamente. Sólo que esta última calma ya es mal presagio. Un vendaval se aproxima. Esta semana puede ser así, la otra será al revés.

Pero una cosa es fantasmagóricamente constante. Como si se hubiera decretado. “Nunca estarás en Navidad en tu casa.”

Es como si alguien muy poderoso hubiera sentenciado: Navegante, tendrás siempre, la:

 

“NAVIDAD PROHIBIDA”

 

Lo cierto es que la ausencia obligada se nota en muchas otras fechas.

Uno ya no figura en la lista de invitados porque ya todos, se dieron cuenta que el navegante no está en la foto del bautismo, en los cumpleaños, aniversarios, velorios, etc.

Ni siquiera se lo vio votando. Dirán los vecinos.

Desde dentro del alma del marino, lloran las células que dan forma al corazón del hijo, del novio, esposo, padre o hermano.

Este trabajador del mar, también tiene agendada la fecha del ser amado, y lamenta no poder estar en ese acontecimiento soñado.

Entre todos esos días de obligada ausencia, hay uno que lastima mucho. Se debe posiblemente a que es un dolor producto de la propaganda. Nos llega en forma de postales, de verdi-rojas vidrieras, luces parpadeantes y hasta pólvora de fuegos artificiales.

El trabajador del mar, en una disimulada desesperación por parecer un ciudadano más del montón, tiene pareja y generalmente tiene también hijos.

Son estos últimos los que más sufren, ya que no entienden el motivo de la ausencia paterna en un  momento en que los villancicos prometen toda la felicidad del mundo.

Y entonces hacen preguntas difíciles de contestar.

Pero... ¿donde comenzó todo?

 

El origen de Santa Claus, por ejemplo.

La actual Turquía pudo haber sido la cuna de Papá Noel.

Santa Claus, el hombre bonachón, de largas barbas blancas y picara mirada que viaja por el cielo en trineo, es una de las figuras más representativas de la Navidad.

El mundo hispano le conoce como Papá Noel, aunque también le llaman San Nicolás o incluso, Viejo Pascuero.

Sí, aquel viejito barrigón que suele entrar por la chimenea para dejar regalos debajo del árbol de Navidad para todos los niños que se hayan “portado bien” durante el año es tan popular, que niños de todas las nacionalidades le escriben cartas pidiéndole los juguetes de sus sueños.

Sin embargo, la figura del personaje de traje rojo, botas negras y gorrito de borla blanca es muy distinta a la figura que en realidad inspiró su mito. Aunque existen pocos detalles, se sabe que en el siglo IV, en la región de Licia (actualmente Turquía), vivía un joven de noble corazón llamado Nicolás.

Nicolás quedo huérfano siendo pequeño y heredó una gran fortuna, la cual repartió entre los más enfermos y desamparados, y a los 19 años, se convirtió en sacerdote.

Con el tiempo, llegó a ser obispo, siempre caracterizándose por su gran bondad, generosidad y preocupación por los pobres y desprotegidos.

Se cuentan varias historias sobre él, entre ellas, una que trata sobre un empobrecido padre que no contaba con la dote necesaria para que sus tres hijas se casaran, lo cual las condenaba a la prostitución.

Para salvarlas de una vida de pecado, Nicolás decidió obsequiar con una bolsa llena de monedas de oro a cada una de ellas. Se dice que para lograrlo, él entraba a la casa por una ventana, sin que nadie se diera cuenta, y colocaba la bolsa de oro dentro de los calcetines de las jovencitas, los cuales colgaban sobre la chimenea para secarse.

También se le atribuye el milagro de haber devuelto a la vida a tres niños que habían muerto, por los cuales intercedió a través de sus oraciones.

Al morir, el obispo alcanzó la condición de santo, convirtiéndose así en San Nicolás de Bari, y su popularidad se extendió por toda Europa.

Holanda se convirtió en uno de los países con mayor admiración por San Nicolás. Alrededor del año 1624, los inmigrantes holandeses que fundaron Nueva Ámsterdam (ahora Nueva York), trajeron consigo una imagen del santo y la costumbre de celebrar su día el 6 de diciembre.

De acuerdo a documentación histórica acumulada por The History Channel, el nombre de Santa Claus fue una evolución del apodo holandés del santo, Sinter Klaas, el cual es en sí una abreviación de Sint Nikolaas.

En el año 1809, Washington Irving, escritor de origen estadounidense, publicó el libro Historia de Nueva York (A History of New York), donde nombró a Santa Claus como “guardián de Nueva York”, incrementando su popularidad entre los demás inmigrantes de origen no holandés.

Luego, en 1822, un pastor episcopal de nombre Clement C. Moore, escribió un poema navideño al que llamó “Una Visita de San Nicolás”, el cual, tras ser publicado, convirtió a Santa Claus en un icono de la cultura estadounidense.

Moore contribuyó a la idea de Santa Claus viajando alrededor del mundo en un trineo volador dirigido por ocho renos para repartir regalos en los hogares.

En el año 1881, el humorista político Thomas Nast, se inspiró en el poema de Moore y dibujó la primera caricatura del Santa Claus que conocemos el día de hoy, pues añadió los detalles del borde blanco al traje rojo, el saco repleto de juguetes, el taller del Polo Norte, y de sus ayudantes, los duendes.

Los últimos años del siglo XIX fueron determinantes en la consolidación de la figura de Santa Claus, pues dejó de ser asociado con una religión o nacionalidad específica, convirtiéndose así en patrón de todos los niños, no solo en los Estados Unidos, sino en Latinoamérica, y en muchos otros países alrededor del mundo.

El mito actual cuenta que Papá Noel vive en el Polo Norte junto a su esposa, la Señora Claus, quienes dirigen un taller de juguetes donde, con la ayuda de cientos de duendes, se fabrican todos los regalitos que los niños buenos y obedientes recibirán en Navidad.

Se dice que Santa sale en la noche del 24 de diciembre a repartir dichos obsequios, viajando por los cielos en su trineo, aprovechando cuando los niños duermen para entrar por la chimenea o la ventana para dejar los regalos debajo del árbol o en las tradicionales medias navideñas.

 

¿Mito?

Mito o no, sea cual sea su nombre, San Nicolás o Santa Claus, lo cierto es que este personaje representa la bondad y la generosidad, y de cierta manera, nos invita a compartir y dar amor a los demás en esta temporada, sobre todo a los niños desamparados, y eso, no debe quedarse en la leyenda, sino ser parte de la realidad.

Cuando tenemos uso de razón encontramos que la fantasía ya ha sido creada por alguien y hay que seguirla.

Entramos a una fiesta de colores e inexistente nieve, en la cual el niño se deja llevar con ilusión y nosotros.... bueno, nosotros nos subimos al pequeño trineo inventado y esperamos no se qué cosa mágica. Al final, pensándolo bien, no es malo eso.

Desde el punto de vista que produce felicidad a grandes y pequeños, pero un día habría que analizar si el hecho de descubrir a los 7 años (ahora más temprano ya) que nada era verdad, mortifica o no, daña o no a esa criatura que está formando su carácter.

Lo cierto es que el reencuentro es la palabra clave.

Todas las familias pequeñas o numerosas, incuban, durante el año, amores y rencores.

El amor -ese inquieto colibrí que liba las flores del alma- se estanca en el punto exacto donde el daño fue hecho. Y no avanza más.

Incluso hay reclamos, a voces o susurrados. Se pasan facturas de desgarros espirituales y la distancia aumenta entre los parientes.

Pero justo ahí, como acudiendo a un urgente llamado, llega Nochebuena.

Tiene esta fecha: una vela especial, un cirio enorme, que derrite con su calor, las murallas que alguna vez, separaron afectos.

Y ya sea que se quiera reconocer o no, todos se abrazan con todos. Lesionados e infractores, unidos por esa fecha, se ríen de los defectos y se regalan emociones.

Y ahí se produce: el perdón desciende sobre la mesa. La blanca paloma de la paz nos mira azorada, pero ya no se asusta. Casi se diría que sonríe.. .si eso fuera posible.

 

Escuchado al pasar

He escuchado casi todas las versiones de cómo afecta la Navidad en la gente.

He aquí sólo algunas:

a) Me ilusiona y me alegra

b) Me deprime

c) Es algo meramente comercial

d) Es un evento religioso y voy a misa y ya.

e) Lo anterior más la fiesta

f) No entiendo por qué festejamos tanto

g) No sé muy bien el significado pero mientras haya diversión....

Pero, que quieren que les diga... a mí me gusta.

No tanto el momento en sí, en que todos se abrazan, un poco para no caerse y otro poco porque son las doce. Y no es tan claro el motivo del abrazo, pero, “como es sano, alegre y quiero a mi gente”. (Y dale abrazar a todo el mundo. Hasta a esa visita, que no sé muy bien quien trajo).

Ese momento no me entusiasma tanto. Tampoco el basural del día siguiente. Me gusta todo lo previo. A partir de diez días antes. Cuando el clima se va elevando, con los colores y las luces.

Afuera y adentro se va tiñendo todo de rojo y verde. Los más ahorrativos se meten en los altillos a buscar adornos del año pasado. Los otros no, los que tienen aguinaldo, acuñaron una frase: “no hay que usar nada viejo”.

Desde un rincón, después de mover algunas cosas, aparece desvencijado, el arbolito anterior. Lo miramos, como con lástima y ahí decidimos -según el peso del bolsillo- si le damos vida a ese, o salimos presurosos a adquirir el nuevo.

Me gusta -decía- el ambiente previo. La gente que está de compras tiene el semblante que busco. Los ojos bien abiertos, mirando las vidrieras y el paso suave al comienzo, más apurado hacia el 21 de diciembre.

Y después llega: El famoso “¿dónde lo vas a pasar”?

Esta frase es latina. Al gringo no le afecta mucho el donde. “Los que me quieren que vengan, los que no, que disimulen regalándome una botella.”

El latino, en cambio, comienza a programar temprano. Si es soltero, ni se preocupa. Lo despiertan 20 minutos antes de la medianoche.

Pero si es casado, sabe que camina sobre una cuerda floja. Entonces arriesga, vamos a pasar:

a)      en casa de mamá

b)      en casa de tu mamá

c)       En cualquier parte menos aquí, que no vean el bochinche.

d)      En el campo. Que no haya que manejar al día siguiente, porque me voy a beber todo lo que hay.

Ella va a decir así: Pasemos Navidad en casa de mamá. El año nuevo en casa de tu mamá, (para que no se enoje), y después nos queda Reyes para desempatar.

 

Llega el momento.

Hace unos diez años, Landriscina describió en un teatro porteño esa noche tan especial.

Dijo: la cena navideña es un invento europeo. En realidad toda la fiesta en sí, fijémonos que Papá Noel está vestido de invierno, y en los patios hacen muñecos de nieve.

De allá viene la costumbre del pavo, por ejemplo. A la que le agregan fetas de cerdo. Fetas de cerdo, no todo el chancho, como hacemos nosotros.

Y como allá hace frío, la comida y la gente se mantiene bien por horas.

Tu nariz está roja, lo que se atribuye a la temperatura ambiente y no al exceso de bebida.

Nosotros, olvidando el motivo intrínseco de la fiesta, llenamos una mesa larga, cuanto más larga mejor. (No sea que los invitados digan que andamos mal de fondos).

En ella hay de todo lo imaginable. Está llena hasta el borde.

Con los calores de nuestras tierras, la mayonesa es traicionera. Los tíos borrachos y comilones también, y las mujeres de la familia, gritan más, para explicar su alegría de verse.

El compromiso es comer todo. A las dos horas no podemos más, pero es una lástima dejar aquello. O el acostumbrado, “no probé todavía esto qué es?”

Cuando ya nadie puede respirar, nunca falta una tía solterona que desde el fondo grita: ¡¡“se olvidaron que acá hay clericó”!!.... Y todos vuelven a llenar los vasos. Y recordemos que en el clericó hay frutas en fermentación. Pues también son atacadas con cucharitas, sin piedad.

Cuando la fiesta ya está terminando un tío se abrazará de la abuelita para hacer un pequeño discurso de pura ternura.

Mentira!!! Se está atajando de la única persona fresca que quedó en pié.

Veamos entonces como se vive la época previa a esta fiesta, en un barco de carga. Saboreando desde lejos, la felicidad de otros, la dicha lejana.

Los compañeros míos quieren -de a poco- según pasen los días, relatar la Navidad desde lejos.

 

Las fiestas ajenas

El festejo adivinado, imaginado, desde el mar, cuando cerca de las ciudades, se ven las luces pasar, invitando con lo que les queda de titilantes luces, pizcas de pólvora de las bengalas de otros, en sus últimos ardores, a dirigir una sonrisa a tierra e imaginar que en la casa de cada uno, también hay salud y hay alegría.

Cuando la Nochebuena es inminente y comienza a apoderarse del “embarcadizo” esa tristeza tan conocida, los capitanes ideamos juegos o ronda de relatos, como en este caso. Cada uno relatará a su tiempo. Presten atención, porque comienza a correr una especie de:

 

Reglas del juego

Se armó la reunión bajo toldilla. La tripulación terminó las tareas diarias y se preparó a dar cuenta de una botella de ginebra adornada de una picada con base de salmón.

Bienvenido Rodríguez fue el último en acomodarse, y el primero en cuestionar.

-¿De qué se trata este motín?

-En vista de la cercanía de la fecha, se nos ocurrió hacer noches de relatos navideños.

-Falta mucho nió.

-Y depende como lo veas. No nos vamos a sentar a hablar todas las noches de la misma cosa. Este tema se desarrollará alternando con las ocupaciones de cada tripulante. Cada uno aporta lo que recuerda. Hay en la pared un lindo cuadrito con un contador indicando los días y las horas que faltan para la Nochebuena. El famoso “Countdown”.

Se ha nombrado a un mediador, un moderador, para que organice los tumos de los relatos. ¿Qué opinas?

-No me gusta -dijo Bienvenido- y agregó: nunca estuve con la victimización de las cosas. Es como auto flagelarse.

-No exageres amigo. Estas reuniones bajo toldilla son un pretexto para beber y reír.

 

 

 

CAPITULO UNO

 

El moderador da los tumos. ¡Adelante!

Convoco a Bienvenido.

-Yo no sé contar cosas. Además debemos dividir la fecha esta en

a) navegación o b) Nochebuena en puerto.

-Son cosas diferentes.

Me toman -además- de sorpresa. Pero me acuerdo de un 24 de diciembre fuera de casa. Fue en Londres. Los tripulantes salimos a buscar un lugar acorde con la fiesta. Entramos a una disco. (No se rían).

El ambiente ya estaba encendido y comenzamos a beber en la barra. Los londinenses son apagados para los festejos religiosos, entonces deciden ignorar significados y se alegran rápido con el sonido de los vidrios en el clásico choque de los brindis, y el lugar estaba lindo y había alegría. Pero yo estaba incómodo. Todos tendrían nombres interesantes, alegóricos, teutónicos, novelescos.

Mi nombre: Bienvenido... no encaja entre los gringos. Siempre pasó que conozco a alguien de habla inglesa y me pregunta cómo me llamo. Tengo que mentir. Me pongo nombres de película y a partir de ahí, la posible relación con una chica, se toma tensa, por si no recuerdo como le dije que me llamaba. Porque si voy a mentir tengo que tener buena memoria. Pero estamos en Navidad, yo ya me bebí medio litro de no sé que bloody y las chicas nos rodearon. Mi compa, que hablaba bien inglés, nos presentó uno a uno. Ya lucíamos unas gorras de Santa Claus, todos.

-Hello, this is Mark. That one is Michael. This is Fred, and this is... Welcome.

-Todo Londres se rio de mí...Me dirán que no tiene nada que ver, pero esa vergüenza que pasé, es la Navidad que más recuerdo!!!

-Empezamos mal, -dijo el comandante- veremos si el inspector que viaja con nosotros, mejora el nivel.

 

 

CAPITULO 2

 

El moderador convoca, entonces, al inspector adjunto: Capitán de Navío Antonio Quiñones.

-Me toman de sorpresa -dijo el aludido- pero tengo un dulce recuerdo de una calurosa tarde de diciembre. Y cuando digo dulce, me refiero a la caña dulce.

 

Azucarera internacional.

(Solamente si Ud. entiende guaraní)

24 de diciembre 1998 - 5 pm

En un día en que nadie trabaja, tuvimos que presentamos a la oficina todo el cuarto y quinto piso.

En mi puesto gerencial, contaba yo con un sub- gerente. Habían nombrado como tal, a un ayudante con conocimiento de inglés llamado Barí.

El muchacho era tímido, honesto y dominaba el idioma, sólo que hoy no estaba con humor de trabajar. Ya estaba por irse a su casa.

Mi jefa alemana me encargó hacer pasear por el interior del país, a un matrimonio de inversionistas que venía de Washington.

En mis compañeros, la contrariedad era notoria pues todos ya teníamos armada la Nochebuena, pero esta pareja era nada menos que la dueña del dinero de la empresa y desde el coloso del norte manejaba todos los hilos.

Rápido mi jefa me tiró el fardo a mí. Fuimos a almorzar y allí, a la hora de los postres, con una estrategia brillante, le pasé mis pasajeros a Bari.

Los tres subieron a una confortable camioneta del año y pusieron rumbo a la zona del Guairá con la intención de revisar ingenios azucareros.

Mientras manejaba, Bari les explicó que en una fecha como ésta, el país está paralizado y que las familias salen en bloque a hacer shopping. Les ofreció -por eso- ir a un hotel a descansar y que él, personalmente, los recogería el 26 de diciembre para el deseado recorrido.

Los norteamericanos descartaron demorar el paseo, explicando que ellos no festejan nada el 24 de noche. Recién lo hacen el 25.

Muy contrariado Bari, iba disimulando cada vez menos su disgusto.

La pareja parecía no darse cuenta de la incómoda situación y ya cerca de Villarrica, la hermosa dama quiso saber cosas:

-Señor Bari- interrogó amablemente- ¿a qué se debe su nombre? Es decir, nunca lo había escuchado.

Y mi amigo Bari, confesó el origen de su nombre.

-Mi madre -admiradora del cantante italiano-me puso Nicola di Bari. Como estaba en cama por motivos del reciente parto, encargó a mi padre que fuera al Registro Civil. Éste, con la borrachera que le distinguía, llegó a destino con la mitad del encargo.

-Oh...my God. Otra pregunta Bari: Nosotros, antes del viaje, hemos tomado lecciones rápidas del dulce idioma de ustedes. ¿Cómo es que se llama?

-Guaraní.

-Eso. Eso. Entiendo que antes era un dialecto, y que luego, después de la creación y edición del diccionario correspondiente, se convirtió en idioma. A mí y a mi esposo, nos encanta porque es onomatopéyico. Y nuestra intención es aprender algo de esta riqueza cultural. Por ejemplo... ¿Que es Pirareta!

-Zona de peces, -contestó mi amigo sin desviar la vista del camino.

El marido, que a la sazón permanecía callado, quiso saber:

-Mr. Bari....que es ¡Itaipú!

-“Suena la piedra”. Y como seguramente usted, se refiere a la represa más grande del mundo, se podría decir que es el ruido que produce el agua al caer sobre las rocas.

Mientras se aproximaban a la Azucarera Iturbe del legendario Egon Friedman, impresionado el gringo dijo:

-¿Viste querida? yo te dije que viniéramos. Estamos siendo testigos de una civilización que conserva los valores idiomáticos con máximo respeto. Y más allá de empaparnos de lo nuestro, la industria azucarera, podemos, en estos dos meses, aprender uno de los idiomas “más dulces” de la tierra.

-Es cierto, dijo Bari, este es un idioma dulce, delicado y romántico a toda prueba. Se utiliza en declaraciones de amor en las tradicionales serenatas al pie de la ventana de la mujer amada.

Ya habían alcanzado las instalaciones del personal de la fábrica, los talleres, galpones de procesamiento, etc.

Por detrás de todo eso se dejó ver en toda su majestuosidad el imponente río que domina la zona.

Los turistas quedaron mudos. Sólo se escuchaba el rumor amenazante de la corriente.

La finísima dama rompió del silencio...

-Bari, como se llama este río?

-Tebicuary...

-¿Qué significa?

Un sonrojado Bari, imposibilitado de traducir semejante palabrón, sólo atinó a decir:

-Digamos que es... ¡Feliz Navidad amigos!

 

 

CAPITULO 3

 

El moderador llama a Miguel Ángel Ledesma

Habla el segundo oficial, bajo la toldilla, alrededor de la mesa. La botella de ginebra agoniza. El ingenio recién nace.

El turno es suyo Miguel.

-Perdonen, no me gusta este plan de contar cosas. Me parece cursi. Disculpe capitán. (Largo silencio).

Pero para no descomponer la lista, y que no digan que soy amargado, cuento lo que me quedó de una Nochebuena en Holanda.

Es mi tumo, me arriesgo.

 

Navidad en Holanda

-Eran las épocas en que en Paraguay no había capitanes de barco. Sólo personal subalterno. Se contrató entonces a un oficial de la marina mercante de Holanda. Recuerdo hasta el apellido: Korpershoeck.

Llegó a Asunción en vuelo de Iberia y se puso al día siguiente al comando de nuestro buque “Villarrica”, que estaba por zarpar. La Navidad estaba muy cerca.

El buque lucía ya algunos tempraneros adornos.

El holandés hablaba bastante castellano porque estaba casado con una paraguaya. Hecho que le valió el permiso a viajar con la bandera nuestra, según exigencias de Prefectura.

Rebozaba de alegría porque el destino del presente viaje era nada menos que su ciudad natal: Rotterdam.

Durante el viaje amenizamos, cantamos y nos hicimos amigos del extranjero jovial. El destino quiso que la llegada a Rotterdam sea exactamente el 24 de diciembre a las 11 de la mañana.

Todos nosotros (una vez más) lejos de la familia, hicimos ocultos cálculos de la posible invitación del holandés a “pasar” la Nochebuena en su casa, y de paso conocer tan hermosa ciudad.

Su hogar, según contó, distaba a escasas 10 cuadras del muelle.

Los tres oficiales paraguayos que le ayudábamos -por las dudas- nos afeitamos bien y planchamos la camisa dominguera.

No sea que llegue la invitación y nos tome con ropa de trabajo. Sería un escándalo para esa familia holandesa, que, cultos como son, no se merecen tal escarnio!!

A las 14 hs el perfume del comandante extranjero descendió por las escaleras, detrás del vaho, apareció él. Elegante como era, resplandecía aún más con su traje de gala. Los 3 oficiales paraguayos, sosteniendo la respiración ante la posible fiesta que nos esperaba, carraspeamos al unísono esperando el convite.

-Korpershoeck, aclarando la garganta también, en perfecto español dijo:

-Señores, nos vemos mañana. No se olviden de pintar esta puerta.!!!!!

 

 

CAPITULO CUATRO

 

Navidad en Cabo Verde

En el otro fin de semana, nos volvimos a sentar en cubierta. La ronda de “Navidad prohibida”, seguía.

Moderador. Llamo a Miguel Ángel Godoy

-Buenas noches. Soy el Radio Operador y me toca el tumo. Tampoco estoy de acuerdo con estas reuniones. La Navidad es un día más. Además, soy malo contando cosas...

Aunque... ahora que me obligan, me viene Cabo Verde a la memoria.

El viaje a Europa, desde Paraguay, se hace pasando (por supuesto) por Argentina y Brasil, pero lo interesante viene después, al dejar costa brasilera. Recife te saluda como ciudad final y ya entrás a mar abierto.

Como 3 días después te encontrás en el camino, con el archipiélago de cabo Verde.

Estas islas eran de Portugal antes. Cuando lograron su independencia, allá por 1975, pasó a formar parte del continente africano.

Dudan los pobladores, si eso fue conveniente o no, ya que perdieron la ayuda de Lisboa y la pobreza que trajo la independencia es acuciante.

En estas islas hay, sin embargo, un puerto chico pero importante. Sao Vicente, con su puerto, Mindelo.

Hacíamos escala en ese pequeño muelle, solo para cargar combustible. A medio camino, entre Asunción y Alemania, era el lugar ideal para repostar.

Cada vez que amarrábamos, se nos acercaba un niño de unos 11 años a saludar y preguntar cosas.

Nos encariñamos con él y en cada viaje le regalábamos tonterías que sobraban.

Una vez nos pidió una lata vacía de pintura, de 20 litros. En otra ocasión yo le regalé un tubo de pelotas de tenis muy usadas. Otro compañero le obsequió un cinturón que ya no usaba.

En agosto, lo vi partir alegre por el muelle con 3 botellas de plástico (vacías) de gaseosa.

Pedrinho fue perdiendo su timidez del comienzo y a medida que nos conocía subía a desayunar o almorzar. Vaciaba los platos con atrasada voracidad. Le enloqueció el bori-bori. Nunca entendió por qué nuestra sopa, es sólida.

Sabía de su país pocas cosas. Nos contó pedazos de su historia en un desayuno.

Cabo Verde era un centro importante del tráfico de esclavos hace siglos. Eso terminó, pero su abuelo, por temor, había construido una cueva en la ladera de un monte cercano, y allí vivía con el niño. Y como a su padre lo habían matado en una de las tantas revueltas internas, el chico quedó solo al morir el anciano.

Fue en ese mes que nuestro barco “Minas Cué” hizo su primera aparición en la isla. A esa, le sucedieron varias visitas para cargar gasoil.

El 24 de diciembre del año que más quemó mi mente, llegamos al amarre. Pedrinho -extrañamente- no estaba a la vista.

Preguntamos a la misma autoridad que vino a legalizar la entrada del buque, por el pequeño moreno de alegre sonrisa, que nos solía dar la bienvenida.

Nos indicaron el sendero hacia la cueva.

Sorteando unos “tapé-poĩ” logramos llegar.

Lo distinguimos enseguida, por una luz que se filtraba a un costado. Pedrinho estaba en un catre, ardiendo de fiebre.

Lo alzamos enseguida para llevarlo al barco, en donde tenemos siempre botiquines varios.

Ese no era el problema.

Mi alma se rompió en pedazos y casi me desplomo en ese piso de barro, cuando veo en un rincón, el espíritu navideño agonizante.

Con la lata vacía de pintura había hecho una maceta, en donde un seco e inclinado arbusto hacía las veces de arbolito.

De él, colgaban grotescamente las tres botellas vacías y descoloridas de coca cola que hacia un tiempo llevó.

Y más abajo, las gastadas pelotitas de tenis reemplazaban a los globos de los anuncios publicitarios.

Con el niño en brazos, tiritando por la fiebre, no pude menos que rogar al nuestro, al del pesebre. A nuestro niño Jesús.

Este muelle de Cabo Verde es lindo, es de cemento, pero tiene una particularidad: es chico. Cabe un solo barco por vez.

Entonces el siguiente que llega, tiene que esperar su turno, anclado afuera del puerto.

Al terminar de cargar el combustible aquella vez que socorrimos al chico, las autoridades embarcaron para sellar los documentos pertinentes (como se hace en todos lados).

Al abordar, aquel día, hicimos un paro. Sin concesiones: O llevamos a Pedrinho ya al Centro de Salud, a cargo de la Capitanía dos Portos, o no movemos el barco.

Tuvieron que llamar al Jefe de ellos y después de varias deliberaciones aceptaron el traslado. No solamente eso. Nos dijeron que por pasarnos del horario del mediodía, ya no hay amarradores que nos asistan en la salida. En consecuencia, pueden pasar aquí ustedes, esta noche, la Nochebuena. No hace falta que lo hagan en alta mar.

Tuvimos oportunidad entonces de visitar a Pedrinho.

A la noche fuimos a verlo. Estaba con suero. Pero sus ojos tenían ya otro brillo.

La tripulación en pleno, desoyendo la queja de la enfermera de guardia, hizo fila frente a su cama. Aquí un pan dulce, allá un turrón, un juguete comprado en la vereda del hospital, una camisa que le quedó muy grande, y el último de la fila traía consigo, arrastrando desordenadamente un largo cable: el arbolito que nuestra empresa había mandado instalar en el comedor principal del navío.

Le hicimos llegar el mejor deseo. Lo abrazamos. Le preguntamos cosas.

Pero nuestra ignorancia es tan grande que al no hablar el portugués, nunca supimos si había que decir Feliz Natal o que.

A nosotros nos salió del fondo y casi llorando....

Pedrinho:

FELIZ NAVIDAD

 

 

SEGUNDA SECCIÓN

 

EL AGREGADO NAVAL

Buque amarrado en Virginia

 

Un agregado naval de conocida trayectoria,

había terminado su misión en Washington

y tenía que volver a Asunción.

Hizo los cálculos de lo que le iba a costar trasladarse

con toda su familia, que incluía tres hijos y la niñera del

menor de ellos.

Una fortuna!!

 

Alguien le sopló que mi buque se acercaba a Richmond Deepwater Terminal, en Virginia.

Apenas amarré, hice planes para salir a pasear hacia Chester, que es un lugar idílico no lejos de ahí.

No pude moverme. Ya estaban golpeando a mi puerta.

-¿Capitán?

-Si, adelante.

-Yo soy el Agregado Naval saliente. El señor “coandante” ya requiere mi presencia en nuestra patria querida.

-Me parece muy bien. Además ya debe estar extrañando. Solo aquí a la distancia.

-Bueno. Solo no estoy. Me acompañó siempre lapa y los tres niños con niñera. Ahora estoy queriendo embarcarlos, es decir, que suban a este hermoso barco y nos lleve a todos a Paraguay.

(Antes de caerme de espaldas, me invita a que observe por el ojo de buey un detalle).

-Estoy trayendo mis cositas. No se las voy a dejar por nada del mundo a mi reemplazante!!

Miro incrédulo 3 camionetas grandes de U-HAUL con choferes paraguayos que eran sus cuates, y que en nuestro dulce idioma me gritaban:

-Pya-é pue socio. Tarde etereímajhina.

 

RUMBO AL TRIÁNGULO DE LAS BERMUDAS

Tal vez Uds. no lo saben, pero el viaje USA-Asunción, que en avión se resume a una aventura de pocas horas, en barco es una odisea que toma 30 días completos.

Pasando el triángulo de las Bermudas, se busca Recife, para luego seguir la inmensa costa brasilera.

Y a la altura de Camboriú, atajate porque te espera el tormentoso golfo de Santa Catarina.

Pensando en eso, me negué a cooperar con el militar.

Se puso prepotente. Invocó su investidura. Le contesté que yo soy capitán de la Marina Mercante, y como tal no tengo relación de antigüedad, ni subordinación con nadie. Elegí esta carrera, justamente para ser libre. En todo caso, tengo un solo jefe: el que me paga. Allá, en Asunción. De manera que, hágase un favor y baje de mi buque.

-Está bien -dijo angustiado- se lo pido entonces, como un favor.

-Le llevo sus cosas, pero no a su familia. -Contesté con firmeza-,

-¿Por qué? -insistió-, ¿Qué le cuesta ?...es un barco enorme!!

-Este buque, señor, está saturado de historias y accidentes en el Triángulo de Bermudas. Ese cruce sólo lo hacen los hombres rudos. Usted me propone llevar a su señora, su hija quinceañera, y un bebé con su niñera. Vayan por avión! -Permiso, tengo cosas que hacer.

Por el reflejo de mi cristalera, en un rincón de mi despacho, pude distinguir su enojo.

Comenzaron a bajar las cosas de los camioncitos U-Haul.

No había pasado una hora, cuando me llega un mensaje urgente de mi patrón, el gerente de la Compañía Marítima. En el mismo me indicaba que yo tenía razón. Que es política de la empresa no transportar pasajeros y que incluso el equipaje que se estaba alzando debería pagar flete.

Más abajo, con un tono personal, me indicó: “Haga una excepción, capitán, traiga a esa gente.”

Por una etiqueta antigua. Un protocolo conocido a bordo. Cuando viaja una personalidad o una familia - como en este caso- el comandante cede su camarote.

Odio esa costumbre. Pero...

Al día siguiente, 24 de noviembre, habíamos zarpado. Los pasajeros se enteraron pronto de que el viaje a Asunción dura siempre 30 días. O sea que tendríamos que estar en nuestras casas para Navidad. Por ello, en estas semanas, ese será el tema central.

Si señor, esta travesía llevará el nombre de:

 

El viaje ding-ding-dong

El James River bordea hermosos paisajes de coloridos árboles de diferentes especies. Y mi curva predilecta, aquella en la que se observan mansiones antiguas, ya no tuvo el mismo sabor. Mi barco estaba poblado de gente extraña de todas las edades.

A la salida de la bahía de Chesapeake, donde terminan los ríos y se avizora el mar, todos jugaban a algo. No notaban los negros nubarrones allá, hacia el sureste.

(Would yon like a tereré Sir?)

En pleno Estados Unidos, se ve raro uno, con una guampa en la mano. Nos reíamos de los rostros sorprendidos de las tripulaciones de los veleros que nos rozaban casi, y que iban en regatas hacia la famosa Newport News cuando levantábamos guampas como saludo. El buque Bernardino Caballero avanzaba, sintiendo el efecto de las corrientes que chocan frente a las costas de Cape Hatteras.

En cubierta, dieron las diez. Hora de un descanso. Nuestros ilustres pasajeros agradecieron seguramente el cese de los clásicos ruidos de la picareta eléctrica descascarando pintura.

 

Ronda de terere

Hay en estas mini-reuniones a la sombra, una pasión por los cuentos. La memoria se exige a fondo, y saltan al tapete, cosas del pasado. Pero no le gusta al hombre de mar la tragedia ni el romance cursi.

Busca y encuentra en los casos y cosas, la parte cómica o anecdótica. Todos se sientan como pueden. Generalmente, cajas de madera o latas vacías de pintura, hacen de confortable asiento.

Esta vez, no se habían terminado de acomodar, cuando el tema elegido comenzó sin preámbulos.

-¿Te acordás de “estroner”? -arrancó uno. (Y allá fuimos todos. Cada uno buscó en su memoria pedazos de dictadura. Y mientras el tereré giraba, cada uno aportó un recuerdo-.)

-Al presidente le gustaba el puerto. El rubio te aparecía en su feroz auto negro a las 6 de la mañana. No se para que. Le gustaba nomás.

-Mientras la ciudadanía se desperezaba y los chicos desayunaban para ir al colegio, Stroessner ya venía entrando por Garibaldi, apuntando hacia los muelles, todos los días, todo el año.

-Hacia una parada en el almacén “Cabureí”. Tenía con el dueño (Viviano Torres) una entrañable amistad. El mate que éste le ofrecía, jamás tuvo que ser verificado por ningún guarda-espaldas. Confiaban en él plenamente. La visita era siempre corta. “Tengo que revisar los barcos amarrados” -decía al despedirse.

-¡Si!... yo recuerdo una vez, bien tempranito- contó el marinero Chiqui Gamarra- Habíamos llegado a Asunción la noche anterior. El barco estaba muy sucio, por consecuencia de los golpes de mar que oxidan siempre el casco y por el apuro con que navegamos para llegar a casa a tiempo para las fiestas. Casi no se veía la pintura blanca. Era puro óxido. Claro, lo íbamos a lijar y pintar para que quede acorde al festejo navideño.

El presidente no nos dio tiempo.

 

24 de diciembre - 6 am.

Yo estaba de guardia. Mis compañeros se habían ido todos a sus casas. Mi barba y mi aspecto general me daban la pinta de un terrorista. (Imagínate... yo que soy un ángel).

Sobre las tapas de las bodegas hicimos la base. El árbol con maderas y adornos de cartón prensado era colorido y enorme y lo habíamos levantado con poleas con enorme sacrificio de la tripulación. Calculamos que si había viento nuestro árbol podría precipitarse sobre el muelle, matando a alguien. Pero, ¿quién iba a venir a trabajar un feriado sagrado como éste?

De todas maneras me encargaron que, aprovechando mi guardia, lo asegure con alambres de todo tipo.

En eso estaba. Trepado en las alturas, tratando de afirmar la colosal obra, cuando hace su entrada inesperada la caravana presidencial.

Debido al feriado, no estaba en los cálculos de los operarios ni de los guardias, la solemne visita.

Lo vi venir. Rogué que pase de largo, ¡pero no! Paró a mirar el óxido de mi barco. Eguatána: auto negro, enorme y detrás dos jeeps verdes con los soldaditos listos a disparar.

Yo me encogí para no ser visto. Como un camaleón, pretendí parecer un adorno navideño. Una campanita, un globo. Pero mi mameluco color naranja me delataba sin remedio. Y.. .ahí se produjo todo.

-Tzzzzzzzzzet... bajó 10 cm su vidrio polarizado y doblando el dedo índice, me hizo sin hablar, el gesto para que me aproxime.

N. del R (En este punto, el que cebaba el tereré, se olvidó de hacerlo circular)

-Nderacore -sigue contando Chiqui, haciendo uso de esta palabra de origen francés, que es como la pimienta de todos los relatos- ¡Yo tenía 20 años y era un atleta!... Cuando vi el gesto de llamada, salté como un resorte, pateé mi escalera y quise volar. Pero sin calcular que la escolta no había visto la orden presidencial, no había observado el gesto del rubio.

Y entonces volé - sí - pero con árbol y todo. Es que al hacer una inclinación perdí el equilibrio y toda la carpintería se vino abajo y cayó sobre el sagrado auto presidencial.

Lo único que vieron los soldados y el teniente, fue un barbudo saltando por los aires con intención de asesinar a nuestro adorado líder. Cuando me di cuenta, yo tenía mi cara apretada por diez manos contra el asfalto, que todavía estaba caliente por el sol del día anterior.

-Suelten al muchacho -escuché decir- Yo lo llamé... inútiles caramba!!

Con un gesto ridículo y una pequeña guirnalda atorada en mi cabello, me puse firme, cuando escuché al presidente interrogar:

-¿Qué tiene para decir, intrépido muchacho?

FELIZ NAVIDAD, MI GENERAL

 

 

EL TERERÉ SEGUÍA EN LA SOMBRA DE LA POPA

 

Mario Keim... quería hablar. Calculó que no era mucho el tiempo que quedaba de recreo. Pero como su historia era muy corta, se animó...

-Mi primo Jorge Ibarra... sí que conoció a “Estroner”.

Pertenezco a una familia muy del interior. Nunca vinimos a la capital, hasta que me tocó hacer el servicio militar. Yo fui el primero en bajar. Ingresé a la marina y no me quejo. Después convencí a mis tíos de que mi primo hiciera lo mismo. Que deje la capuera y venga a los barcos. Yo no le iba a ayudar porque estaba castigado en Bahía Negra, mi suerte luego era de ese color.

El vino sin saber quién era el presidente de nuestro país. Ni siquiera sabía cómo se llama nuestra capital. Con eso les digo todo.

-¿Y a dónde lo destinaron? -quisimos saber-,

-Y en vez de mandarlo a un cuartel, el primer día le ordenaron que atendiera el buque de carga Comuneros, que estaba amarrado en Asunción. Los oficiales, se escaparon “un ratito” a sus casas.

Quien iba a pensar que se toparían con el “auto negro” y los escoltas.

 

El primer día

15 de diciembre - 6 am

Sin saber quién era el primer mandatario ni lo que esto significaba, acató la orden de engalanar la cubierta y casillería bien temprano.

La noche anterior ya le habían dejado un cable largo para que lo extienda de proa a popa. El mismo contaba con cientos de foquitos blancos, cuyo encendido alegraría toda la nave.

No era cosa de otro mundo -se dijo para sí - si bien estoy solo... esto es un juego de niños.

No había nadie más que él en el buque a esa hora. Ya vendrían a las 8 en punto, los demás, a relevarlo.

En eso estaba. Estirando el cable. Cuando de repente...

Don Alfredo, detrás de su oscuro polarizado, fue atraído por la juventud del soldado y su falta de uniforme.

-Pare aquí -ordenó al chofer-, ¿Por qué ese marinero está en short jugando con la electricidad del buque?

-Debe ser un recluta, que recién bajó, mi general - aventuró el driver.

Con gran revuelo de guardaespaldas y un montón de verde-olivos, el estadista subió por la planchada. Todo se revisaba siempre con cuidado, para evitar una caída del anciano.

Pero la orden era no adelantarse a su figura. Cuídenme, pero caminen atrás mío. No quiero a nadie adelante. Era siempre su orden-.

Jorge -a la sazón- silbaba una polca que lo enloquecía. Al notar que subía un corbatudo se molestó porque podría interrumpir su noble misión. (Su padre le enseñó con el arado, que no hay que distraerse mientras se trabaja). Además era, su primer día de cuartel y su primera asignación.

El presi se paró al lado del recluta y lo miraba con emocionada curiosidad.

Nunca se sabrá si fue sin querer, pero Stroessner pisaba el cable.

-Permiso che kapelú -dijo Jorge tratando de ocultar su contrariedad- y agregó para que no queden dudas       ”ecorremiéna”.

El gorila principal iba a saltar sobre este insolente, pero una mano de don Alfredo paró la maniobra.

Tratando de aguantar la risa, le dijo:

—Ikatú pió mi hijo yaú cocido-mi ape?

-Ikatú, che karai -contestó amable Jorge-,

Según contó mi primo después, el pensó en ese momento, ser amable, porque “este tipo debía ser el dueño del barco”. Su pinta, co ¡era imponente!

Cuando descendió las escaleras para preparar el cocido, un corpulento gorila con recorte cadete, al llegar a la cocina, lo agarró por los hombros y sacudiéndolo le preguntó:

-¿En serio no sabés quien es él?

-Un Jorge muy seguro de sí, contestó- moó pió che aikoata-!!

Bajaron todos los guardaespaldas, y buscando en los camarotes uniformes ajenos, vistieron de gala al infractor. Le pusieron en la mano una bandeja con el cocido rápidamente hecho entre todos, y a los empujones lo obligaron a volver en busca de “su majestad”.

Jorge Ibarra, que ya no era el mismo cuando volvió, notó que, por culpa del temblor, la mitad del contenido de la taza, se había ya derramado sobre la blanquísima servilleta.

Con lágrimas en los ojos, por tan mala impresión causada, nuestro soldado debutante, al llegar al lugar donde estaba el cable y los foquitos dijo:

-Donde lo que estás che patroncito, yo te quería decir:

FELIZ NAVIDAD.

 

 

EL MALDITO HATTERAS

 

Hay una punta saliente en el mapa del este de los Estados Unidos. Nosotros la usamos como guía para recalar o despedirnos hacia el sur. Se trata del cabo denominado Cape Hatteras. Es un lindo paisaje, pero le tenemos miedo. Chocan allí dos corrientes importantes: la que viene de Canadá, contra la Gulf Stream, que ataca con fuerza desde el Golfo de México.

Esta última sube hacia el norte con tanta fuerza que produce un peralte al girar en su pasaje por el estrecho de Florida.

En este viaje, trayendo tanta gente y tantos muebles, traqueteábamos a tientas entre la niebla.

El agregado naval en el puente de mando, tratando de disimular que ya había olvidado las nociones básicas de náutica, optaba por discursear sobre política. La señora, empeñada en enseñar los trucos de una buena chipa guazú al cocinero recientemente despedido del Bolsi por apretar a una moza contra la lavadora de platos.

La chica, que juraba tener 15, figuraba en sus documentos como de 19 y se comportaba con la tropa como si tuviera 30.

El bebé lloraba, mientras la niñera trataba de justificar sus continuas desapariciones en los masculinos aposentos. El niño de diez años se acababa de golpear por tercera vez contra los cáncamos y grilletes de la cubierta.

Tal era mi escenario. Y yo, tratando de concentrarme en la meteorología tan cambiante de esa terrorífica zona. Imposible.

 

Triángulo de las Bermudas

Automated mutual assistance vessel rescue, en realidad más conocido por nosotros como AMVER, nos hizo su primer llamado.

 

-CHANGE YOUR COURSE SKIPPER!!

Querían que desviemos. Que cambiemos nuestro rumbo, debido a que se aproximaba un huracán. La sola mención del mismo, hizo callar a todos nuestros pasajeros. En la timonera, el segundo y yo nos miramos de reojo, sabiendo de antemano el libreto para estos casos.

El agregado naval dejó de charlar y nos pusimos a trazar el rumbo para cruzar el Caribe. Antes de empezar, quiso saber nuestro curriculum.

Después de 32 cruces del triángulo me hizo gracia su pregunta. Pero en fin, comprendí que con su familia a bordo, se preocupara por el destino.

Lo convencí de que íbamos a navegar en las proximidades del huracán según el método Bowditch.

-Yo enseñaba navegación en la Escuela de Especialidades -me confesó- y allí usaba mi libro de consulta: Dutton.

-Puede tranquilizarse señor, -le dije- Dutton es el hijo de Bowditch.

El primero es un resumen del segundo. Este, que es mucho más detallado, indica que, para cruzar una tempestad de esta magnitud, hay que considerar que el remolino que ataca es un círculo que vamos a dividir en cuatro cuadrantes. Y sólo dos de ellos son navegables. Los otros dos se llaman: “cuadrantes suicidas”.

En eso estábamos cuando, de repente...

Cuando se acercó el huracán, con admirable dribling, caímos más a estribor de la derrota y pudimos evitar el desastre.

Es cierto que el buque se movió, pero no pasó de un susto. Lo malo fue que nuestra velocidad bajó tanto, que tendríamos que pasar la Navidad por el camino.

Después, ya el viaje se volvió placentero. Fueron 48 horas de paz, para escuchar música y leer aquellas novelas que teníamos atrasadas. Hasta que un miércoles a las ocho de la mañana, un puntito en el horizonte se iba agrandando.

Cuando estuvo cerca supimos que era...

 

TRINEO A LA VISTA

Jorge Spiridonoff era indisciplinado pero valiente. Como buen descendiente de rusos, no le molestaba que le llamemos “cosaco”.

Corpulento, bonachón y arriesgado, se mantenía atento siempre a la navegación. Tenía un solo miedo: El triángulo de las Bermudas. Veía cosas, y también soñaba que las veía. La superstición, las alucinaciones y los espejismos, lo estaba matando. Pero la obsesión en este viaje era una sola para todos: Navidad en tierra.

Fue demasiado... aquella tarde cuando gritó con todas sus fuerzas:

-Un trineo capitán.... Allá en el cielo...un trineo...!!

-Donde Jorge. Dónde ?...Mil veces te dije que indiques con el sistema horario la posición de un objeto. A las 12 si en la proa. A las 9 si es a través de babor. A las 3 si...

-Allá, a las 12. Mire.

En efecto. Con mis propios ojos vi un objeto rojizo a ras del agua. Y se aproximaba rápido.

Alertados, todos los pasajeros subieron al puente. Si...incluyendo la despeinada niñera.

En segundos estuvo encima de nosotros. Era una avioneta Cessna roja, con letras negras a los costados.

Hizo esa pasada rasante, a los dos minutos volvió por la popa del buque. En ambas pasadas lo hizo casi rozando nuestro mástil principal. Su vuelo no era tampoco en línea recta, rolaba; como quien juega.

El agregado naval me seguía de banda a banda, en la timonera.

-Nos está dando un mensaje -le dije-. Rápido pásenme el código.

Consultamos nuestro manual de comunicaciones, que contiene fotos y esquemas de código aéreo-marítimo. Nos estaba indicando por señas que iba a... dejarse caer!!

-¿Dejarse caer? -gritaron todos al unísono.

-¿Sobre nosotros? -quiso saber la señora- Un kamikaze?

-Kamikaze? ¿Trae bombas?... ¡Nos matará a todos! -exclamó la hija.

Me puse en mi papel de mandamás y grité:

-Silencio todos! Nadie mata a nadie. Se trata de un avión con problemas. Está indicando en códigos que va a descender.

En el nervioso silencio, ordené al contramaestre:

-Preparen la lancha.

En efecto. En la tercera arremetida, la avioneta acuatiza suavemente, con pericia.

Sólo que el mar no espera. Al minuto el agua comenzó a entrar a borbotones en la pequeña cabina. Nosotros, con la boca abierta, no nos dimos cuenta que había que acelerar el rescate.

-¡Vayan...vayan! -Indiqué al personal de guardia. Ustedes dos, rápido.

A un costado, sobre una de las alas, ya estaba parado su piloto. Un anciano de pelo blanco, levantaba la mano saludando tranquilo, hasta me pareció que sonreía. Ya a bordo, todos nos relajamos. Le dimos la bienvenida al aventurero piloto y le hicimos la pregunta del millón:

-¿Qué le pasó?

 

LA EXPLICACIÓN

En fluido inglés -por supuesto-, nos contó que se había perdido. Y que a partir de ahora pasa a engrosar la enorme lista de accidentes del Triángulo.

-Tengo mucha experiencia en la zona. Hago el cruce Miami-Caracas siempre. Pero como no me da la autonomía con este tanque, bajo normalmente en una isla para repostar. Esta vez no la encontré... -Y pensar -agregó- que allí queda un portafolio detrás del asiento, con un millón de dólares.

Spiridonoff, el hombre de los mil días de gimnasio con pesas, el Hércules del grupo, hacía rato quería escuchar algo así.

Se lanzó al agua rápidamente, antes de que el semi- sumergido avioncito termine por desaparecer. No le importó que sea un área conocida por la cantidad de tiburones.

-No!! ¿Qué hace? -gritó el gringo- no es efectivo lo que hay allí. Son bonos que se pueden anular!!

-Jorge no vayas!! -le ordené yo-,

Pero nuestro nadador ya estaba lejos, y no escuchaba.

Muy cerca de mí, el primer oficial me susurra: En todo caso, ¿por qué no usó la lancha ?...que todavía se encuentra allí, al costado, amarrada.

Miro al cielo y digo....Virgencita de Caacupé....! No hubiera venido yo, en este viaje!

 

TERERÉ ANTES DEL CRUCE DEL ECUADOR

Otro día. Otra ronda. Sin embargo, el tema era el mismo. Nunca supe porque.

-¿Por qué ?

-Cierto -dijo alguien- ¿por qué insisten todos en recordar al dictador?

-Fácil -agregó el Jefe de máquinas- este presidente fue el que compró la mayoría de los cargueros que tenemos.

-Saben quien conoció y conversó con “estroner” ? -inquirió el cocinero- y agregó sin respirar- EL CAPI.

-Que hable...que hable....corearon los demás.

Apenas me habían pasado dos mates y ya me exigían hablar. Justo a mí. Que para contar, soy malo!

En fin, no se arrepientan después. Mis historias son demasiado largas.

Bueno.. .Escuchen...

(Entrecerré los ojos para ver mejor mi pasado.)

El tono plateado de sus sienes -dije con tono misterioso-, le daba un aspecto solemne. Había que respetarlo.

Sus decisiones eran inapelables y su discurso suave y corto. Fracasé siempre las veces que quise discutirle cosas. Por eso, cuando te daba una orden, era que ya la había venido masticando desde el alba.

Ese era mi jefe. Gerente general de la naviera.

Recuerdo especialmente aquel día. Vino a bordo a compartir un café. Apenas se sentó en el comedor con aroma a madera y barniz, me dijo sereno:

-Stroessner va a inaugurar tu barco.

-¿Inaugurar? -Dije sorprendido y perezoso- ¡Pero si este es un barco viejo!

-No lo diga así, capitán. Suena mal. Este cascajo tiene diez años, pero es nuevo para nuestro país y nuestra empresa. Inaugurar significa incorporar.

Se produjo el cese de bandera holandesa y ahora lo registramos con nuestra enseña patria. Ese hecho no puede pasar desapercibido.

Haremos una ceremonia solemne y ya hemos invitado al rubio. Y ojo, aceptó enseguida.

-Yo no quiero participar de eso. Soy de perfil bajo.

-La ceremonia será pasado mañana. Vuelvan a probarse sus uniformes de gala. Apenas tendremos tiempo de soltar algunos puntos de costura en los pantalones de los que engordaron.

Apenas bajó mi jefe, veo subir por la planchada de acceso a un rostro conocido de los diarios y de la tele. Teruco Pappalardo.

-Buen día. ¿Capitán?

-Sí. Adelante.

-Represento a Ceremonial de Estado.

-Tome asiento. ¿Café?

De un maletín extrajo una carpeta y rápidamente se concentró en su lectura. Al instante disparó:

-Unos buzos revisarán su casco esta tarde. ¿Está de acuerdo?

-No hay problema señor. Adelante con la inspección.

-A propósito.. .Ud. ¿A qué partido está afiliado?

-A ninguno. No me interesa la política.

-Mmmm... Empezamos mal. Rousseau nos enseña que hay que gustar de la política.

-En realidad, Jacobo Rousseau dice que la política es inherente a todo ser humano. Y eso lo acepto. Yo, me refiero a la política partidaria. No tengo bandería y me siento cómodo.

-Bueno. No nos sirve así. Para esta ceremonia necesitaremos cambiarlo por otro oficial de su staff. Además acá tengo otro dato que a usted lo descalifica. Tiene un tío escritor y revolucionario.

-Bueno. Entonces doy un paso al costado. Uf...No sabe cómo me quita un peso de encima. Siempre lo tuve miedo a la solemnidad, el protocolo de corbata, el desfile, los discursos, la etiqueta, etc. Casi no soy de este planeta, señor, mi orgullo es ser un hombre de mar, y como los tiburones, ando solo en el medio del Atlántico.

-Acá, en mi planilla, veo que su padre fue excombatiente en la Guerra del Chaco. Pero tampoco quiso afiliarse. Su padre fue un rebelde -remató Conrado Pappalardo-,

-Un rebelde con dos heridas de guerra. Comandante del Regimiento Corrales, Primer director de Cimefor, Jefe de Policía, Agregado Militar, etc. Alguien que dejó 7 litros de su sangre y jirones de piel, astrágalos, escafoides y metatarsianos esparcidos entre las tunas chaqueñas. Un rebelde imposible de mirar si le da el sol de frente, debido al intenso brillo que producen sus condecoraciones.

-¿Cómo?

-En sus cuatro libros, mi padre cuenta a los millares de alumnos que los leyeron, que hoy, si no fuera por ellos, usted y yo, estaríamos acá en un barco boliviano barriendo y limpiando la cubierta.

-No se salga del tema.

-Me parece, si usted no opina lo contrario, -insistí- que con dos rebeldes más de ese calibre, el Paraguay hubiera evitado las desmembraciones fronterizas que hemos sufrido por flojera.

-La reunión ha terminado. No tengo tiempo para este tipo de charlas, dijo levantándose con gesto de fastidio-. Le haré saber mi decisión.

A través del gerente de su empresa le comunicaré quien puede recibir a mi general. Usted o su primer oficial. Solamente una recomendación final: el recorrido por el barco tiene que ser de una sola mano. Es decir, no ha de haber pasillos sin salida ni muchas escaleras. Lo que se busca es que, debido a que el presidente es siempre seguido por una larga comitiva, la misma no se tranque, porque es muy incómodo hacer un giro, un retomo.

Al final, no pasó nada. Ese mismo lunes a la tarde, me comunicaron que (bueno o qué) dirija yo el ritual solemne.

Quedó fijado todo para las 08:30 del miércoles. Debido que era fecha patria, había también buques de guerra de la armada brasilera amarrados detrás del nuestro.

Ese miércoles temprano fui a la peluquería. No sea cosa que el presidente pase revista y me diga: ¿con que este es el capitán cabezudo y cabelludo?

Cuando venía de la peluquería, saqué mi uniforme de gala del auto estacionado frente a la aduana. Con él en la mano, ingresé al puerto silbando bajo.

De repente, los acordes del himno nacional me llegan traídos por el viento. Platillos, bombos, trómpetas…

-Socorro -dije en voz alta- esa ya es mi ceremonia. !! Llegaré tarde. ¡Qué tremendo descuido! Este es mi final, mi perdición. Como vas a hacer esperar a un presidente de la República olúo. Acá no solamente me echan del trabajo. Pierdo mi profesión.

¡ Socoooooooorrrrooooooooo!

Sofocándome, recorro los últimos metros por los muelles y cuando llego al lugar donde la banda de músicos se inspiraba, me doy cuenta que eran los brasileros y su propio homenaje.

Respiré aliviado y puse manos a la obra para los detalles.

Stroessner llegó diez minutos tarde. Lo normal. Se ejecutó el himno y la bandera fue izada según protocolo.

Le di la bienvenida a nuestro líder cuando éste pisó la planchada.

Mi tripulación, de gala, formaba firme a mi lado. Nos miró por un rato largo y ponderó nuestra juventud.

Luego, me adelanté para que me siga.

No le hizo mucho caso a las enjundiosas explicaciones técnicas con las cuales quería yo lucirme.

Se detuvo unos segundos para mirar la sala del capitán. Esta suele tener, por respeto; el retrato del presidente.

Eso es sabido en cualquier buque. En su lugar estaba la foto de mi padre. Siguió avanzando. Su comitiva le seguía fielmente.

Tampoco aceptó los bocaditos que le ofrecieron mis mozos contratados.

Más rápido de lo que yo había calculado, ya se estaba yendo.

Ya han pasado años. Pero me sigue vibrando en la memoria, lo que me dijo cuando bajaba. Me hizo reír, si no me creen, les muestro esta foto. Les juro, me hizo reír.

Me dijo: -Adiós, ¡capitán rebelde!

 

 

CONCLUSIÓN

 

La vida en el mar no es para cualquiera. El temperamento debe ser sellado y a prueba de tensiones. No obstante, el humor, el equilibrio, la lectura y la música no pueden faltar.

De otra manera, aconsejo, el viaje en avión. Rápido y sencillo. Te traen una bandeja. Bebes, comes, duermes y ya está: llegaste.

Mi pasajero ilustre eligió mal. Quiso ahorrar, y embarcó a su familia completa.

Y en la bodega... todos sus roperos. Pero él no estaba preparado para esto.

La educada y sobria figura del Agregado Naval se iba deteriorando con el correr de las horas. Ya llevábamos diez días de navegación y la cáscara diplomática de su temperamento, se desprendía poco a poco para dejar ver la pintura inferior que denotaba a un irascible hombre con complejos varios.

Todo comenzó en el comedor. Ya se habían retirado los oficiales y las damas. Quedamos reflexionando tranquilos, mientras la digestión automática hacía su trabajo, ayudada por un riquísimo té.

Había una diferencia básica entre nosotros dos. Si bien la cuna profesional era la misma, el Colegio Militar, uno se desprendió del uniforme y el otro no. Ese detalle pareció hacer de detonante.

-A ustedes, los oficiales mercantes, les falta disciplina -dijo de golpe-,

-Hay disciplina -corregí rápido- pero no es vertical. Es a conciencia.

El tema duró media hora. El tono subió ligeramente.

Mi jefe de máquinas, Walter Krone, que había salido a fumar, volvió en la peor parte y su rostro cambió al notar los ánimos alterados.

Paraguayo como todos, mi mejor maquinista se declaraba alemán a quien pregunte.

-Soy de raza germánica y si me hacen enojar me convierto a SS.

-No me hagas ser de las juventudes hitlerianas, porque me sale “demasiado bien”, -solía decir-.

Cuando salíamos a pasear por ciudades extrañas, se convertía en mi guardaespaldas sin sueldo. Nuestro diálogo siempre era el mismo.

-Cuidado capi, aquel parece ser un ladrón. Parémonos frente a esta vidriera y por el reflejo lo controlamos. Si te quiere sacar la billetera, le doy un golpe seco en la sien y cae muerto aquí mismo.

-Basta Walter. Ves muchas películas.

Por eso es que, ahora, en el comedor, lo estaba yo observando.

Cuando noté que los puños de Walter se crisparon, decidí dar por terminada la sobremesa. Al salir, mi guardaespaldas me dijo al oído: déjelo conmigo capitán, este domingo es el bautismo del Ecuador. Yo lo arreglo.

-¡No! Amigo. Ni se te ocurra, -le dije leyendo de antemano su mente maquiavélica.

Pero el domingo llegó y justo ahí. En el cruce ecuatorial.

Ojalá usted lo haga en un crucero, un transatlántico. Allí todo es fiesta, baile, disfraces y orquesta. Usted y su dama disfrutarán con alegría y tomarán fotos y champagne francés.

En los buques cargueros la historia es otra. Venga, le muestro.

La “ceremonia del cruce de línea” es una tradición marítima que se remonta a la época medieval y que aún se practica a bordo de ciertos barcos, conmemorando la primera vez que un marinero cruzó el Ecuador.

Originalmente fue creada como una prueba que los experimentados marineros idearon para asegurarse de que sus nuevos compañeros de navío serían capaces de sobrellevar las largas y duras travesías en el mar.

La ceremonia es tradicionalmente presidida por el “Rey Neptuno y su Corte Real” y forma parte de una iniciación en “los solemnes misterios de la Antigua Orden de la Profundidad”.

En el siglo diecinueve, y aún antes, era un evento bastante cruel con tablas mojadas y cuerdas, y sucedían cosas brutales. Algunos llegaban a atar al neófito con una cuerda. Al tirarlo al mar, lo recuperaban tirando de la soga en medio de grandes risotadas y borrachera. Pero eso era antes. Ahora nos civilizamos.

Ese domingo me hice el olvidadizo. Me enfrasqué en una novela nueva y pensé asistir al asado del mediodía normalmente, sin novedad. La paz me duró diecinueve minutos.

-Permiso comando, -dijo el contramaestre seguido por sus dirigidos-Los muchachos y yo queremos, como es costumbre, realizar la ceremonia.

-¿Están seguros? Vale pió la pena.

-Ya estamos listos. Velázquez se disfraza de Afrodita y Walter Krone quiere ser Neptuno. Pidió loo.

-¿Walt?

-Si. Además ya tenemos el bleque, la pintura picante, vendas para los ojos, miel, vinagre, etc.

-Muchachos. Yo nio los conozco a todos ustedes. No podemos ir en contra de una tradición. Voy a imprimir entonces los certificados con los nombres de guerra de cada neófito. Pero, les voy a pedir los límites humanos de siempre y todo se va a realizar con una condición.

-¡Oh...no! -escuché que uno dijo débilmente-,

-Sí. Les quiero recordar que estando Walter entre nosotros, la cosa cambia. La condición entonces es que: las mujeres no participan. Problemas no quiero. Heridos tampoco. Ustedes serán responsables.

-Gracias capi. Vamos muchachos manos a la obra.

Supuse. Di por sentado, que como el Agregado Naval es un Capitán de Navío; que es lo mismo que decir, Coronel, tenía que ser intocable. Ese pasajero tenía -¿cómo se dice?- inmunidad diplomática carajo. Entonces no hacía falta recomendar nada a la marinería.

Cuando lo pensé, ya era tarde. Los gritos que yo escuchaba, venían directamente de la cueva de la inmunidad.

Detuve mi lectura, dudé en cuanto a mi intervención, y me dije al rato: “que sea lo que Dios quiera”. Me voy a limitar a controlar a Walter para que no le pegue en la sien a tan ilustre viajero.

Por un largo rato me olvidé de ellos. Me dediqué más bien a controlar tonterías. Por ejemplo, si se cumple la vieja teoría de que el agua de la canilla gira en un sentido y lo hace en otro después del cruce. Y si, ahí estaba la fuerza de Coriolis, haciendo lo suyo.

Entregué la guardia al primer oficial y bajé las escaleras para disfrutar del asado dominical. Desde una mesa chica, me saludaron las damas con cara de susto. Les tranquilicé aclarando que la redada no es con ellas.

La esposa del agregado se acercó para solicitar se libere al marido, pues el mismo sufre del corazón.

-Es todo simbólico señora. No se preocupe. Enseguida estarán todos acá riendo.

En cubierta, sin embargo, logré divisar a Neptuno corriendo de un lado a otro, perseguido por una Afrodita que trataba de detenerlo.

Los neófitos estaban atados a los mástiles, con los ojos vendados. Proferían toda clase de improperios.

El de la inmunidad aclaraba a los gritos que lo suelten pues él “ya había cruzado el Ecuador en avión”.

-En avión no sirve- decía Walter con los ojos inyectados en sangre SS.

A mi ilustre pasajero ya lo habían bañado con alquitrán, pintura minio, sal, vinagre, gas oil. Su aspecto era el de un moribundo. Aún así seguía gritando:

-Voy a hacer una nota formal a la Dirección de Marina Mercante, al Comandante de la Armada, al Ministro de Salud, socorro capitán veeeeengaaaaaaa pues   

A su lado, en otro mástil, estaba atado un nuevo tripulante que estudiaba inglés y lo practicaba siempre con el agregado.

-Los voy a denunciar a la Prefectura carajo -dijo en un momento el ilustre.

-Don’t hesitate Commander- le contestó el estudiante.

Me distraje. Es cierto. Lo confieso. Me aburrieron los disturbios y me dediqué al asado y el buen vino. Muy lejos estaba mi propio bautismo, hace décadas.... ommmm. Pensaba en eso cuando lo veo a Walter que se acerca a la parrilla.

-Uf, por fin -me dije- este sátiro va a comer, y en un rato mando que termine todo.

Pero Walter no tenía hambre. Era SS. Era Goebbels, Karl Doenitz, Himmler, era Martin Bormann. Todos en uno. Era un verdadero verdugo para este intruso que ofendió a su comandante.

Se llevó un chorizo de la parrilla y volvió a cubierta soplándolo para que se enfríe. Fueron minutos. No, que minutos. Fueron segundos de descuido, cuando escucho un grito aterrador....

-Socorro capitán -gritó el ilustre- este degenerado me está metiendo su cosa en mi boca!!!! Pero la puta... haga algo!!

-WTF...

. -Haga alggggggmmmñññññpuaj...

 

 

FINAL CHAPTER

 

Después del bautismo tan “horrendo”, el agregado optó por no dirigimos la palabra. Al pasar frente a Recife se lució demostrando a sus familiares el efecto coriolis en el grifo de la canilla. Para ello había pedido en las Antillas que cada miembro de su familia, tome debida nota del sentido de giro de dicho chorro.

Frente a Maceió, su familia filmó a los delfines saltando al costado de la proa, al tiempo que grababan los indescriptibles saludos de estos nobles animales. Los alegres silbidos que nuestros nietos traducirán muy pronto con algún software de Silicon Valley.

Walter, se acerca al grupo familiar que ríe en la proa. Para arreglar su situación y enmendar sus fallas, decide enseñarles un truco que siempre hacemos.

-Miren...Al ver el entusiasmo de los delfines en sus saltos, dejen colgar a un costado, un aro salvavidas, a escasa distancia de la superficie. De inmediato, ellos intentarán pasar por el medio, como en los circos. Siempre, al estar a escasos treinta centímetros de lograrlo, se dan cuenta que el aro es pequeño para el tamaño de ellos y desisten en pleno vuelo, asestando un coletazo al salvavidas. Falta saber si el “grito” que lanzan en la maniobra es de alegría o rabia.

-¿Alguno quedó atrapado en el orificio alguna vez? -quiso saber el niño.

-Imposible. -Aclaró Walter- Si eso sucediera, fácilmente lo rompería con la enorme fuerza que ellos tienen.

-¿Es cierto que nos defienden de los tiburones?

-Hay videos que muestran a los delfines empujando a golpes de hocico a un tiburón a punto de morder a un ser humano.

Cabo Frío y Rio de Janeiro fueron objeto de admiración y más fotos.

La alegría por la proximidad a tierras más familiares, más conocidas, y los relatos en la proa; hizo olvidar el enojo provocado por los abusos de Walter, hacía unos días.

En el puente de mando, un pesar cubría la mesa de cartas náuticas. El primero oficial trazaba con un lápiz HB los límites de un frente de baja presión.

La logia masónica “Fraternidades” tiene en Rio Grande do Sul, una emisora de radio con un departamento náutico, dedicado a proteger a los pescadores. Hacía un par de meses aceptamos la invitación que nos cursaron amablemente.

En su página advertía para los tres días siguientes, fuertes tormentas en su zona de cobertura.

Estos datos coincidían con la famosa:

www.windguru.com

Si hay algo que corre veloz a bordo de un barco, es la noticia de mal tiempo. Nuestros pasajeros no tardaron en enterarse.

La siguiente madrugada nos saludó un silbido continuo proveniente del sur.

Yo tenía la leve esperanza de entrar al río de La Plata antes de que arrecie el temporal. Era...demasiado optimismo.

Al amanecer de un jueves fresco, ya teníamos olas de cuatro metros frenando nuestro avance.

No había sorpresa en nuestros curtidos rostros. Era Santa Catarina y sus acostumbrados berrinches.

La conocida escala de Beaufort va de cero: calma total, hasta una graduación de 12, que ya es el huracán.

Nosotros ya teníamos fuerza seis esa mañana Y se esperaba 10 hacia la tarde.

El agregado subía pocas veces a la timonera. Esta vez lo hizo temprano.

El dominaba la teoría de la navegación, pero se notaba que en su vida había hecho mucha oficina. Ahora que ya tenía altos cargos sólo se acostumbraba a observar tormentas a través de alguna ventana de su escritorio y bien a cubierto de la lluvia y los ventarrones.

Nosotros, con veinte años pasando por este lugar todo el tiempo, ya sabíamos de memoria donde guardar el termo para que no se estrelle contra un mamparo, o donde apoyar el pie para no perder el balance y seguir normalmente con la conversación y la risa fácil. Secretos estos que facilitan la vida a bordo.

Al momento de entrar al puente de mando, notamos a nuestro invitado con el rostro ligeramente pálido, y eso, ya lo sabemos, es señal de descompostura. Así ya no se almuerza y el mismo olor que viene de la cocina incomoda hasta al más bravo.

Afuera, la espuma del oleaje iba en aumento. Nuestra velocidad bajó a la mitad.

Como traíamos vehículos sobre las tapas de las bodegas, envié al personal a reforzar las trincas. A la noche de esa jornada, ya nadie quiso dormir.

 

RIO GRANDE

Nos tomó la madrugada frente al puerto de Rio Grande. Como a las 4 am ya estábamos con fuerza nueve en la escala mencionada y fue ahí que se escuchó un fuerte chasquido en cubierta. Con los reflectores, vimos aterrados que se había soltado uno de los autos y su trompa asomaba a un costado, listo para abandonarnos.

-Apaguen el reflector. -Me negué a seguir viendo el triste espectáculo de un BMW cayendo al mar.

-Papá -escuché decir a nuestra pasajera más joven- hubiéramos venido por avión. Así asegurábamos Navidad en casa.

Al amanecer nos bañaba la espuma desordenada del enfurecido mar. Era ya-desgraciadamente- Beaufort 10.

Ordené al agregado que guardara silencio. Hice otra vez mis cálculos.

Río de la Plata.. .ni pensar. Nuestro barco ya avanzaba sólo a 5 nudos.

Con el compás medía la distancia a Rio Grande. Podía llegar allí en 6 horas. Con la desventaja del viento tomándonos por el través de babor, lo cual no es bueno, pero.. .no había mucho para elegir.

Para que un buque ingrese a puerto debe estar despachado por las autoridades marítimas a dicho lugar. Un capitán, no puede elegir a su antojo otro punto de recalada. Hay, sin embargo una excepción llamada “arribada forzosa” a cuyo amparo la nave recurre en casos urgentes. Esa figura legal es cuestionada hasta hoy por algunos países que se resisten a aceptarla. Queda pues, normalmente, a criterio del comandante luchar con esas durezas legales.

Timonel, ponga rumbo a Rio Grande.

-¿Qué? -objetó el agregado naval. -No tiene usted permiso de ingreso!!

-Ordené silencio en el puente- dije concentrado en el drama.

Tomando el micrófono del BLU (banda lateral única) llamo al puerto brasilero.

-Buque paraguayo Bernardino Caballero en prueba de equipo. ¿Qué tal me recibe?

-Cinco barra cinco capi. Cuál es su mensaje, cambio, -contestó el operador sin mucho entusiasmo-,

-Estoy a cinco horas de su puerto. Solicito permiso de ingreso a canal de acceso.

-Negativo señor. Desde temprano el puerto está cerrado por inclemencia del tiempo.

-Lo sé amigo. Estaba escuchando las comunicaciones. Pero igual. Tendré que hacer una arribada forzosa.

-No puede capitán. La escollera está colmatada por arena que trajo el oleaje.

-Voy a entrar. Cambio.

-Voy a ponerlo en contacto con mis superiores. A ver si así entiende.-dijo con rabia-.

Pasaron varios minutos. En ese silencio se pudo escuchar al agregado, devolviendo el desayuno en uno de los lavatorios adyacentes.

Mi timonel también estaba blanco. Le dije que se aparte y tomé yo el timón. Consciente de que un descuido en el rumbo puede poner al buque en estado de tumbarse, iba dibujando un curso en zigzag peleando cada ola, una por una. Ese es un momento en que uno no confía en nadie.

Y ahí sí. El silencio fue total. Por un instante creí estar solo. En mi enfebrecida mente sólo veía el muelle brasilero tan ansiado. Quería llegar solamente para dormir. Miré el reloj y me di cuenta que llevaba 18 horas sin sentarme.

La inclinación del barco era tal, que ya no quedaban sillas a la vista.

Algo llamó mi atención a mis espaldas. Giro la cabeza para observar un espectáculo inédito. Mi tripulación en su totalidad había formado una fila. Llevaban puesto el chaleco salvavidas y en silencio, esperaban la orden mía para abandonar. ¡Nunca había visto eso!

Y entonces hago un examen mental. ¿Cuándo - en realidad- un comandante debe dejar de luchar y abandonar la nave? No lo sé. Descubro que no lo sé.

¿Es o no es este el momento?

Si forman fila detrás de mí con el mensaje de abandono.. .debe ser esta la instancia final.

Por otro lado. ¿Cuáles son las posibilidades de salvarse si uno está en el agua? Son -calculo- todavía menores las chances de sobrevivir.

Entonces miro los 16 rostros uniformados por el miedo. Inexpresivos. Casi mortajas ya en esta despedida de la vida. Y me doy cuenta del grado de dependencia hacia el comandante. Pensar que si yo pronuncio una sola palabra de abandono, todos se van. A la vida o a la muerte. No sé. Pero se van.

Y ahí se me ocurre hacer uso de la sicología de bolsillo. Les voy a dar -me dije- una inyección extra de optimismo.

Y en ese silencio sepulcral, mirando al mozo, pido:

-Javier, andá y tráeme un cafecito. Lo necesito.

El mozo se fue. Pero, por supuesto, que no iba a poder traer nada. Con ese movimiento, le iba a ser imposible mantener una tacita en la mano. No obstante, conseguí lo que yo quería. Esas fueron palabras mágicas. Por la mente de cada uno, habrá pasado el siguiente pensamiento lógico:

“si el capi pide café, quiere decir que no estamos al borde de la muerte”.

Lo que ellos no sabían era que yo, como un excombatiente del golfo de Vizcaya y del feroz Mar Caribe, nunca había visto un mar tan encrespado como el de hoy.

 

Capitanía dos Portos

En eso estábamos cuando suena de nuevo el equipo de radio:

-Halo Bernardino...aquí Capitanía dos Portos.

-Adelante, le recibo cinco barra cinco.

-Al habla el capitán de corbeta Da Silva para informar que es imposible entrar. Tenemos el puerto fechado.

-Sabía eso señor. Pero voy a entrar igual. Todo el aspecto legal lo veremos después. Esto es una emergencia. Ahora voy para adentro.

Después de otro silencio, en el cual se notaba que discutían entre ellos, alguien me pregunta:

-Comandante, ¿Cuántas veces ingresó usted a este muelle?

(Yo lo había hecho en cinco ocasiones)

-Ingresé a su puerto 18 veces.

-En ese caso, sabrá que con el viento sur la barra se llena de arena y el poco canal que queda es presa de una corriente que te lleva sobre las rocas.

-Lo sé -dije mirando inquisidor a mi asistente-.

Cuando ya faltaban 30 minutos para ingresar veo al agregado enroscado debajo de un escritorio y temblando.

-Venga -le dije disimulando mi sorpresa-. Lo necesito. Al fin y al cabo, usted es colega mío. Venga.

-¿Dónde?

-Acá. Su puesto será a estribor. Pasaremos muy cerca de una piedra. Su misión es avisarme cuando la estemos por chocar. Mi asistente se ubicará a la otra blinda para advertirme la proximidad del banco de arena. Vamos, todos a trabajar.

La situación no había mejorado nada. Pero por lo menos dejaron de lado la intención de abandono.

-¡Capitán! -me grita el primer oficial- ¡el Agregado Naval tiene un ataque! Me acaba de mostrar que lleva siempre puesta una pulsera que indica que es cardíaco. Se siente desfallecer.

-Lo siento. No hay tiempo ahora para minucias -me escuché decir en el colmo de la sangre fría. (Me prometí corregir esa parte de mi temperamento)

Nos aproximábamos a la escollera. El buque se escoraba aún más. Las mujeres y el niño gritaban en tono dramático. No sabía yo si mi corazón iba a aguantar tanta presión.

-¡Vigías...Informen! -grité mirando a los costados-,

-Babor a 80 metros de la piedra.

-Estribor a 200 metros del banco de arena. Acercándonos rápido.

Los informes se sucedían cada treinta segundos mientras yo estaba pegado al timón, que iba de banda a banda.

Por fin pasamos la escollera y el agua cambió de golpe. Estaba fresco pero todos sudábamos. Sobre todo el “Agregado”, que estaba en pleno pre-infarto.

A pedido nuestro, una lancha ambulancia estaba esperando. Lo llevó en el acto y a la hora y media nos llega el informe: “El Sr. Agregado Naval tendrá que ser intervenido por presunto daño cardíaco. Por el momento está claro que no tuvo que haber navegado. Un viaje así pudo ser fatal”.

Por fin pudimos dormir.

Después del desayuno me avisa el cocinero:

-Rápido capitán. En la tele van a pasar el caso nuestro. Lo anunciaron recién en el noticiero.

Nos sentamos todos para observar imágenes de nuestro vapuleado buque.

En vez de eso, las cámaras estaban en el sanatorio. Había corrido la voz de que un diplomático venía en el barco paraguayo y los cronistas salieron disparados para allá.

-Buenos días su excelencia, -disparó el notero de la TV bandeirante.

-Buenos días -dijo débil nuestro Agregado-.

-Sin esforzarse mucho... Cuéntele a nuestra audiencia, que pasó ayer, por favor.

-Mi gobierno me envió como observador de uno de nuestros buques. Y en circunstancias de este vendaval, tuve que ayudar al aterrado capitán del carguero a encontrar el rumbo y le mostré como se hace una arribada a esta hermosa tierra. Amo tanto a Brasil, que hace meses yo había planeado pasar esta Nochebuena con ustedes...Gracias por vuestra hospitalidad Y feliz Navidad a todos

 

 

ÍNDICE

Dedicatoria

Homenaje

Introducción

Capítulo uno      

Capítulo dos

Capítulo tres

Capítulo cuatro  

Capítulo cinco    

Capítulo seis       

Capítulo siete     

Capítulo ocho     

Capítulo nueve

Capítulo diez      

Capítulo once     

Capítulo doce     

SEGUNDA SECCIÓN

El agregado naval        

El tereré seguía en la sombra de la popa  

El maldito Hatteras      

Conclusión

Final Chapter    

 

 

 

 

 

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