UN NOBEL PARA MAMÁ
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
Por alguna razón (religiosa, sospecho) los paraguayos tenemos una tendencia masoquista a exaltar el sufrimiento. Un general muerto en batalla es mejor que un héroe victorioso, un mártir está por sobre quien muere rutinariamente de vejez tras una larga vida de santidad, y una mujer sufrida será siempre mejor madre que una que nunca sufrió.
López se inmoló en Cerro Corá y por eso ocupa un escalón más alto en el Olimpo guaraní que Estigarribia, quien cometió el error de ganar y sobrevivir a su guerra. Probablemente, Roque González no sería el primer paraguayo en alcanzar la santidad si no hubiera terminado sus días convertido en una pira por un grupo de furiosos nativos.
No basta con ser santo o patriota, hay que padecer horriblemente en el intento de serlo.
Con este mismo criterio, cada 15 de mayo los medios nos regalan un montón de historias de aguerridas mujeres a las que se les fue la vida engendrando y educando hijos –10, 12 y hasta 18 de ellos– y nos cuentan de ellas exponiéndolas como casos notables de maternidad ejemplar.
Si les prestamos mayor atención y les retiramos el halo de magia con el que se edulcoran sus historias, veremos que se trata de ejemplos notables de cómo nuestra contracultura patriarcal se cebó en estas mujeres convirtiéndolas en víctimas, en personas cuyas vidas se han limitado a ser parte de la de otros, de sus hijos y de sus hombres.
Son mujeres que jamás recibieron educación, que nunca supieron que tenían derechos, que no tuvieron otra opción que la de ser madres. Son mujeres que probablemente poseían talentos que no se les permitió desarrollar, inteligencia que no estuvieron autorizadas a cultivar, sueños que no se permitieron tener.
No tuvieron otra vida que esa que se agotó en el largo e interminable proceso de alimentar, bañar, vestir, peinar, curar y educar hijos, uno detrás de otro, con estoicismo, con sacrificio, con porfía.
Bien por sus hijos; mal por ellas.
No es bueno que les haya pasado. Es cruel. Es injusto. Ellas no son un ejemplo de maternidad, son la consecuencia de un modelo de dominación que construimos los hombres y que hasta hoy se resiste a morir.
Mi madre tuvo 7 hijos y dedicó su vida a criarlos. Lo hizo con un amor inmenso y honesto. Pero no fue una decisión suya. Su cultura, religión, sociedad e historia le convirtieron en una mujer a la que solo se le permitió ser una madre. Y pudo ser tantas cosas más.
No quiero eso para mis hijas. Quiero que ellas sepan que hay en el mundo madres como la dos veces presidenta de Chile Michelle Bachelet, o como la escritora canadiense Alice Munro a la que su hija llamó en la madrugada del 10 de octubre pasado para decirle "Mamá, ganaste el Nobel".
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 18 de Mayo de 2014, 01:00
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