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LUIS BAREIRO

  DE OBISPO A PORDIOSERO - Por LUIS BAREIRO - Domingo, 29 de Mayo de 2011


DE OBISPO A PORDIOSERO - Por LUIS BAREIRO - Domingo, 29 de Mayo de 2011

DE OBISPO A PORDIOSERO

 

  Por LUIS BAREIRO

 

lbareiro@uhora.com.py

 

Cuando tenía once o doce años, sufrimos un terrible accidente de tránsito que dejó a papá con una pierna rota y tres costillas fracturadas. Él tuvo que guardar reposo absoluto durante seis meses; y mamá, embarazada, se vio obligada a tomar un turno como maestra suplente.

De entre los muchos ciclos de escasez y abundancia que vivió la familia, aquel fue quizás el peor de todos. Y, sin embargo, no hubo un solo día en el que la comida faltara en la mesa. Me pregunté cómo era eso posible. Mi madre era una excelente administradora, pero no hacía milagros.

Un día caí en la cuenta de que no pasaba una semana sin que recibiéramos la visita de algunas de mis tías. Las hermanas de mi madre se quedaban un rato, compartían un café con leche y luego se marchaban dejando en la cocina un par de bolsas, sin decir nada. Las revisé. Eran los víveres para la semana.

Sentí vergüenza. Y se lo dije a mi madre. Ella me explicó que nunca debía confundir caridad con solidaridad. "Son mis hermanas, me recordó, a ellas les importa tanto lo que me pase a mí como a mí lo que les pase a ellas. No nos hacemos concesiones de favor, colaboramos unas con otras, somos la misma familia".

Confieso que la explicación no me quedó del todo clara hasta que unos días después recibimos otra visita; la de un amigo de papá y sus hijos, que por alguna razón me decían primo. El hombre contó que apenas se enteró del problema que habíamos tenido se puso a pensar cómo podía ayudarnos, y que a ese fin respondía la visita.

Papá le agradeció el gesto y le dijo que llegó en el momento oportuno porque quería vender los restos del automóvil, dijo que ya tenía un comprador probable y que si le ayudaba con los trámites incluso podía quedarse con una pequeña comisión. "Si me ayudas, ganamos todos", le alentó.

El amigo se removió algo incómodo en la silla y luego le respondió que en realidad había pensado en otra cosa, y llamó a sus hijos. Los chicos se acercaron con unas bolsas de las que empezaron a sacar algunas ropas usadas.

Vi cómo papá perdía color. Les pidió que se detuvieran, les dijo que agradecía el gesto, pero que no era en absoluto necesario. El hombre adoptó entonces una actitud condescendiente y le recordó que él solo cumplía con su deber de cristiano y que el orgullo es innecesario en situaciones desesperadas.

Mi padre se incorporó en la cama y con una firmeza que me emocionó le pidió que no se preocupara, que en tanto él tuviera fuerzas para trabajar, sus hijos no necesitarían de la caridad. Y con ello dio por terminada la visita.

Así que el amigo y los hijos tomaron sus cosas y se fueron.

Al día siguiente, papá pidió unas tijeras y se cortó el yeso de la pierna. Tomó un par de muletas con las que venía practicando y salió a la calle. Regresó a la tarde con lo producido por la venta de los restos del auto, suficiente para cubrir nuestros gastos hasta que pudo volver al trabajo.

Esta semana, volví a recordar aquella experiencia, luego de que el presidente Fernando Lugo anunciara exultante que tras su gira por Europa consiguió una donación alemana de 11 millones de dólares. Un poco antes, había aceptado de Taiwán un helicóptero para la Fuerza Aérea.

Me sentí como aquella vez ante la bolsa de ropas usadas.

Y explico por qué.

El año pasado, los paraguayos produjimos proteínas como para alimentar a 50 millones de personas, generamos una riqueza superior a los 17 mil millones de dólares y nuestro Estado gastó 11 mil millones de dólares, mil veces la donación alemana.

Estamos sentados sobre la mayor reserva de agua dulce del planeta, y tenemos una reserva de energía suficiente como para abastecer a todo el estado de San Pablo, el mayor emporio industrial de América Latina.

¿Alguien puede explicar entonces qué hace el presidente recorriendo el mundo en busca de donaciones?

¿Quién le dijo que necesitamos caridad, y no simplemente socios?

Siento vergüenza. Y no es orgullo, es dignidad.

 

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 29 de Mayo de 2011, 01:00

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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