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CARLOS MATEO BALMELLI

  ITAIPÚ: UNA REFLEXIÓN ÉTICO-POLÍTICA SOBRE EL PODER (CARLOS MATEO BALMELLI)


ITAIPÚ: UNA REFLEXIÓN ÉTICO-POLÍTICA SOBRE EL PODER (CARLOS MATEO BALMELLI)

ITAIPÚ: UNA REFLEXIÓN ÉTICO-POLÍTICA SOBRE EL PODER

© CARLOS MATEO BALMELLI, 2011

© De esta edición:

Santillana S.A., 2011 Avenida Venezuela 276

 www.prisaediciones.com

Diseño de cubierta: MARIANA BARRETO CURTINA

Fotografía de cubierta: FERNANDO ALLEN

(Interior de la turbina 9 de la hidroeléctrica Itaipú,

ubicada en el lado paraguayo).

Maquetación: JOSÉ MARÍA FERREIRA y SILVANA ISASI

Coordinación editorial: MARÍA JOSÉ PERALTA

Edición: DIEGO TOMASI

Corrección: MONTSERRAT ÁLVAREZ

ISBN: 9789996764202

Impreso en Paraguay. Printed in Paraguay

Primera edición: julio de 2011

 

Quedan prohibidos la reproducción total o parcial, el registro

o la transmisión por cualquier medio de recuperación de información,

sin permiso previo por escrito de Santillana S.A.

Asunción – Paraguay (310 páginas)

 

 

 

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I: LA ESPERANZA EN MARCHA

UN NUEVO HORIZONTE

LUGO Y YO

LA CENA

LA ASUNCIÓN DEL CARGO

PROBLEMAS Y CONVICCIONES

ITAIPÚ, CUESTIÓN DE ESTADO Y CAUSA NACIONAL

CAPÍTULO II: EL CONTEXTO INTERNACIONAL Y LOS ANTECEDENTES DE ITAIPÚ

EL ESCENARIO INTERNACIONAL DE LA DÉCADA DE LOS SETENTA

LOS ANTECEDENTES DEL TRATADO

LOS ACUERDOS PARA EL APROVECHAMIENTO DE LA CUENTA DEL RÍO DE LA PLATA

EL TRATADO DE ITAIPÚ Y EL DERECHO FLUVIAL DE LA CUENCA DEL RÍO DE LA PLATA

CAPÍTULO III: BRASIL Y PARAGUAY EN EL MUNDO: EL PROBLEMA DE LA ENERGÍA

EL CONTEXTO DE LA GLOBALIZACIÓN

EL SOFTPOWER Y EL LIDERAZGO BRASILEÑO

EL PAPEL DE LAS ENERGÍAS RENOVABLES Y LA SUSTENTABILIDAD DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO

OPTIMIZACIÓN, SEGURIDAD Y SUSTENTABILIDAD ENERGÉTICA

CAPITULO IV: LAS AGUAS BAJAN TURBIAS.

EL PODER DESDE ADENTRO.

LA BATALLA CONTRA LA CORRUPCIÓN DESDE EL SISTEMA

LA INTERVENCIÓN DE LA JUSTICIA

EL ACOSO JUDICIAL

LA PREPOTENCIA DEL SISTEMA

EL TRIUNFO DEL SISTEMA

CAPÍTULO V. LA DISPUTA POR ITAIPÚ. ENCUENTROS, DESENCUENTROS Y PROPUESTAS

UN POCO DE HISTORIA

LA POSICIÓN BRASILEÑA

ITAIPÚ, SINÓNIMO DE PROGRESO

LA SOBERANÍA ENERGÉTICA

EL FIN DEL BLINDAJE JURÍDICO

LA POSICIÓN PARAGUAYA

EL DESEMBALSE:

¿TRAICIÓN A LA PATRIA U OPTIMIZACIÓN ENERGÉTICA?

ITAIPÚ: PRESENTE Y FUTURO DE LA RELACIÓN PARAGUAY-BRASIL

CAPÍTULO VI: ÚLTIMOS MOMENTOS EN EL SENO DEL PODER

LA CONQUISTA DEL RESPETO

LA TENSIÓN EN LA CONVIVENCIA

LA DESTITUCIÓN

EPÍLOGO

 

 

 

UN NUEVO HORIZONTE

 

La mañana había transcurrido como ese conjunto de horas que no deja secuelas en la existencia. La había malbaratado, la había consumido leyendo diarios, escuchando noticias, recibiendo y haciendo llamadas telefónicas. Resignado a una vida pasiva, quería encerrarme en mí mismo, parapetarme entre mis libros y, con la música de siempre, sumirme en una experiencia que se proyectaba ante mí como una vida sin desafíos ni adrenalina.

Tomé un almuerzo frugal, como quien quiere cuidar su figura, pero la verdad era que no tenía apetito. Me resistía a aceptar que había sido dejado de lado en un proyecto político en el cual puse energías, entrega, voluntad, decisión y renunciamiento. Me costaba darme cuenta de que apenas somos figuras marginales y de que, a veces, cuando actuamos no es la fuerza del destino la que nos conduce sino la mano de aquel que, conocedor de nuestras ambiciones y debilidades, nos mueve de la cuna a la tumba, cual personajes de papel arrastrados por el viento y arrojados a la incertidumbre de la existencia.

El 20 de abril de 2008, después de sesenta y dos años, se produjo el eclipse electoral del Partido Colorado. El triunfo de la oposición estaba colmado de esperanzas. Creíamos haber galopado más rápido que los corceles del Apocalipsis. Sentíamos que estábamos inaugurando una época en la que sepultar el envilecimiento colectivo nos llevaría a enterrar lo que debía morir y a ver reverdecer el árbol de la vida.

Nos proponíamos destruir la sociedad embotellada en la que en un mismo recipiente convivían entretejidas la corrupción y la degradación moral de una comunidad incapaz de arremeter contra un orden que merecía su derrumbamiento.

Tras largos años de debilitamiento de los valores morales y de renuncia a la excelencia, nosotros, los paraguayos, nos adaptamos a una convivencia hecha de frágiles tensiones y de transiciones insensibles. Con ritmo invariable, silencioso y sereno, nos acostumbramos a identificar la fatalidad con el destino, el presente con la resignación y el futuro con la esperanza cansada. Perdimos la vitalidad necesaria para querer elevarnos como nación y superarnos como sociedad e individuos. Sentíamos que todo estaba perdido, y nuestra autoestima, disminuida. Nos volvimos un país kafkiano: «habrá esperanza, pero no para nosotros».

Esta sensación también disminuyó mi predisposición vital. Me sentía agobiado, soñaba que el destino nos había jugado una mala pasada, perdí la voluntad de enfrentarlo y, como un pragmático más, hice lo del marinero que, sin rumbo cierto ante una tormenta, se deja llevar por las olas. Lo que me proponía con mi actitud era secundar, y no construir, un destino.

Esperaba que el triunfo electoral, logrado con sacrificio, tradujera la voluntad estremecedora de un pueblo que quería romper sus cadenas. Había llegado el momento de superar las crisis, producto no del azar sino de un devenir político en el que, como decía Gramsci, «hay crisis, porque aquello que tiene que morir no muere y lo que debe nacer, no nace».

Semanas después del triunfo electoral, el presidente Fernando Lugo presentó a los miembros de su gabinete. En aquel entonces yo presumía que iba a ocupar un cargo en el gobierno que inauguraba la alternancia. Creía que el jefe de Estado me tenía reservada la función de ministro de Relaciones Exteriores. Pero mi nombre no apareció en la convocatoria y me consideré excluido del primer gobierno no colorado después de décadas. No puedo negar la desazón que experimenté, pero en ningún momento consideré la posibilidad de expresar mi desacuerdo ni de tornarme opositor al gobierno. Al fin y al cabo, era la administración que representaba el cambio y con la que habíamos colaborado para instalarla en el Palacio de López. Desde ese momento pensé que era oportuno llamarme a silencio, terminar mi periodo de senador y reincorporarme a la vida civil. No traté, por ningún medio, de acercarme al electo presidente. A pesar de sentirme mal recompensado, seguí esperando que el gobierno tuviera el compromiso y el liderazgo necesarios para encauzar el proceso político hacia la meta prometida durante la campaña electoral.

El gobierno del cambio estableció la esperanza e instaló expectativas. En el periodo poselectoral, la atmósfera triunfalista hacía pensar que en adelante no se gobernaría siguiendo los deseos de los gobernantes, sino atendiendo y respondiendo a las necesidades de los gobernados.

Retomé mis lecturas. Quería enriquecer mi interior. Fui al encuentro de mis escritores predilectos para releer aquello que me invitaba a vivir. Me di un permiso, al tomar lo sucedido con la ironía del débil al que el destino le ha deparado un fin no deseado. Durante ese período, pasé momentos tranquilos y familiares. La lectura de las obras de Nietzsche, más que una tarea obligada, era una compañía que me permitía dialogar conmigo a través de él. Estas cavilaciones me sirvieron para repasar mi pasado, hacer el inventario del presente y proyectar un futuro lejos de la política y cerca de una vida profesional que, por vocación y compromiso con mis funciones públicas, nunca había podido ejercer.

En esos días, me sentí en paz con la vida. Los enfrentamientos dejaron de preocuparme; las conspiraciones, de raíces robustas en nuestra cultura política, perdieron su sentido; las negociaciones por adueñarse de espacios de poder se volvieron tediosas, y las charlas insustanciales, una pérdida de tiempo.

Quise practicar aquello de que se nace dos veces, la primera con el nacimiento biológico y la segunda cuando nos reinventamos. Treinta años de militancia, de vida intensa, de reconocimientos e ingratitudes me habían cansado. Tomé conciencia de mis fragilidades y, a través de los cuestionamientos del Incomodador, descubrí que no reunía las cualidades para pertenecer al «grupo de los desmesurados», gracias a quienes la humanidad conoce su última dimensión.

Mientras gozaba de esos pequeños pero gratificantes momentos de la vida en los cuales el detalle deja de ser insignificante y lo cotidiano se transforma de rutinario en estremecedor, un grupo de correligionarios, que me había acompañado en el transcurrir de mi vida pública, se puso en campaña para evitar que yo quedara marginado en el nuevo ajedrez político. Iniciaron conversaciones con el propio presidente de la República para que pudiera obtener un reconocimiento por mis méritos y un lugar destacado en el gobierno verdaderamente sentí la solidaridad de la dirigencia partidaria preocupada por mi suerte política. En ningún momento sugerí ejercer esa presión sobre el Ejecutivo, porque siempre creí y sigo creyendo que el principio de la autoridad presidencial debe ser respetado, sin que esto pueda entenderse como una autorización a menoscabar las instituciones o la dignidad y el respeto debidos a cualquier ser humano.

Mis compañeros del partido insistían en reclamar para mí un lugar de trascendencia por dos razones: mi compromiso en toda la campaña electoral de 2008 y la envergadura del Partido Liberal, merecedor de más espacios de poder y responsabilidad en la administración del gobierno.

Me comentaban que las conversaciones nunca fueron tensas y que lo que daba un sello especial a esos encuentros era el silencio del presidente Lugo. Jamás daba una respuesta. Dentro de este ambiente de dimes y diretes, presentía que mi paz, no impuesta por la victoria sino ganada en la derrota, empezaba a resquebrajarse. Los nubarrones de los tiempos nuevos anunciaban el nuevo barajar de los naipes.

 

LUGO Y YO

 

Retrocediendo en los capítulos de este proceso intrincado en donde se enmarañan, compiten y se oscurecen entre sí imágenes y sentimientos, recuerdo mi primera charla formal con Fernando Lugo, a mediados de 2007, siendo yo precandidato a la Presidencia de la República y él aspirante a ocupar el Ejecutivo. El motivo del encuentro era analizar la posibilidad de mi renuncia a la candidatura y conocer el grado de compatibilidad entre ambos. Tomé la iniciativa a instancias de muchos correligionarios convencidos de que el Partido Liberal, solo, no ganaría las elecciones. Nos correspondía el renunciamiento histórico a favor de un candidato no liberal, para así salir victoriosos y, desde el poder, realizar reformas impostergables en nuestro país. La intención era doble: desplazar del poder al Partido Colorado e implementar un proyecto de sociedad que construyera la nación con la participación ciudadana.

Creí conveniente y oportuno propiciar un diálogo sincero entre dos personas llamadas a integrar una chapa electoral. No deseaba proponer una fórmula constituida únicamente por el imperio de la necesidad y ajena a la voluntad del tándem. Tampoco me pareció acertada ni funcional a la gobernabilidad democrática la conformación de una oferta de gobierno total y puramente impuesta por los acomodos de las fuerzas políticas.

Siempre pensé que la urgencia y la necesidad son malas consejeras. De la misma manera, según mi perspectiva, es un axioma que la historia está llena de sucesos prósperos y adversos y que no se encuentra gobernada por la astucia de la razón sino por el poder del deseo y de la esperanza.

Mi razón, creía yo, me servía de salvaguarda contra cualquier actitud o compromiso susceptibles de dañar la posibilidad de que, en nuestro país, el proceso histórico coincidiese con nuestro desarrollo. De allí la necesidad de un diálogo sin tapujos, honesto y racional. Estas razones me inducían a querer conocer al número uno de la chapa y certificar la complementariedad de nuestras personalidades en función del proyecto político.

Aquel primer encuentro entre Fernando Lugo y Carlos Mateo fue ameno y, más que ponerme a averiguar sus características psicológicas, quise indagar acerca de las propuestas e ideas de quien podía ser el futuro presidente de todos los paraguayos.

Me refirió su interpretación de la historia del Paraguay para explicar lo que, a su criterio, debería ser el futuro de la nación. En varias ocasiones me manifestó que se veía a sí mismo como un punto de inflexión en el proceso histórico nacional. Coincidí con sus puntos de vista sobre la necesidad de sanear la moral, de fortalecer las instituciones, de implementar políticas de inclusión social, de «limpiar» y hacer respetar el nombre de Paraguay en la comunidad internacional, de tolerar la diversidad cultural y de toda índole dentro del marco de la igualdad y de luchar a favor de las reivindicaciones paraguayas en los dos entes binacionales, Itaipú y Yacyretá.

Entendí que se trataba de una persona que percibía la dimensión histórica de los hechos humanos y que poseía un modelo intelectual que servía de soporte a sus juicios históricos. En una conversación de un par de horas es imposible descifrar todo el pensamiento de alguien, pero no puedo negar que, en esa primera ocasión, me topé con un sujeto locuaz, que contaba con una noción clara de nuestro pasado y de la manera de construir un futuro promisorio.

Percibí como materias extrañas a su sensibilidad y razonamiento las técnicas del gobierno. Sentí que su formación lo moldeaba como un portador de ideas pero que no tenía experiencia en las tareas prácticas de la administración pública. Gobernar es un término ampliamente abarcador, que incluye el manejo de las relaciones humanas y la gestión para obtener, de recursos a veces escasos, resultados que beneficien equitativamente a la comunidad.

Hicimos un diagnóstico similar en lo relativo al estado de ánimo de la sociedad. Concluimos que, después de tantos años de frustraciones y espera, el pueblo no creía en la clase dirigente. Ambos descalificamos el ejercicio de la política como herramienta de ascenso social y empobrecimiento de las mayorías. Fuimos tajantes en el rechazo de los hábitos que prostituyeron la política y vaciaron de contenido la convivencia institucional.

Arribamos al final de esta conversación convencidos de que podíamos trabajar en equipo. Le pedí que el Partido Liberal tuviera gravitación en su gobierno, solicitud respondida de forma afirmativa. Fernando Lugo planteó la necesidad de que la mayoría en la alianza fuera respetuosa de las minorías. La idea consistía en forjar un gobierno plural en su composición, democrático y con énfasis en responder a la demanda social.

Llegué a la conclusión de que iba a ser posible para el Partido Liberal trabajar y hacer un buen gobierno con Lugo. Expresé mi predisposición a acompañarlo si las circunstancias me lo permitían e invité a mis compañeros a iniciar un proceso de autocrítica. Señalé la necesidad de tomar conciencia del desprestigio que agobiaba a la política tradicional, y de que por esa causa todos éramos juzgados con la misma vara. Utilicé la ocasión para mencionar el precio a pagar cuando el ejercicio de la política no se adecua a las necesidades y valores de la gente.

El pueblo paraguayo no encontraba en su dirigencia política a la persona apta para guiar un proceso superador del atraso y la miseria en los que nos encontrábamos. Resultaba triste constatar que las estructuras partidarias no eran capaces de seleccionar figuras convincentes y atractivas para el electorado. La falta de representatividad de la clase política y la indiferencia del pueblo abrían las puertas al destino, que, como siempre, halla el medio de atraer al hombre que necesita para un fin determinado.

Fernando Lugo parecía ser la persona situada en el tiempo y el lugar correctos para vencer en una contienda electoral al partido oficialista. Con este triunfo se esperaba clausurar un período de oscurantismo y desplegar un abanico de nuevas oportunidades para nuestro pueblo.

Esta primera plática no me pareció profunda, al no haber abordado cuestiones elementales de Estado. Tampoco estuvo marcada por la impronta del ambicioso deleite de jugar con las formas, pero sin embargo -según mi impresión- en ella no faltó sinceridad. Terminé la jornada convencido de haber hablado en serio con un hombre que, si bien no poseía un panorama integral de la política, yo presumía que era «un mimado de la fortuna», porque se combinaban un conjunto de circunstancias para hacer de él la figura política de la ruptura y no uno más de esa larga transición iniciada el 3 de febrero de 1989. Para mí, el final tuvo el sabor amargo inevitable para quien que se ve forzado a declinar su candidatura presidencial.

Desde mi juventud había venido construyendo un proyecto político que esperaba que tuviera como epílogo mi candidatura a la Presidencia de la República. Movilicé mi voluntad luchando por forjarme un porvenir que supusiera la oferta de una sociedad auténticamente mejor. Pero está claro que la historia depara determinadas misiones a ciertas personas y que en ocasiones las fuerzas externas exaltan más pasiones que las voluntades individuales. Cuando hice lo que creí que debía hacer, para no ser devorado por la vorágine del proceso histórico, decidí renunciar a la candidatura a sabiendas de que, en la política, resignarse no es un buen final. Pero el imperativo histórico del momento era priorizar la alternancia para realizar el cambio.

Existían las condiciones objetivas y había que hacer renunciamientos para que lo personal se sumergiera en lo colectivo y se forzara la mutación histórica.

 

LA CENA

 

Como todo aquel a quien encomendarán una alta responsabilidad dentro del Estado, yo observaba el comportamiento de los conocedores de los beneficios que trae consigo la proximidad al poder político. Si algo fue evidente en mi entrada y salida de la represa de Itaipú fue que, como afirma el dicho romano, «los hombres adoran más al sol saliente que al poniente».

Mientras transcurrían los días, las horas se hacían más intensas y los rumores cobraban más fuerza. Circulaban toda clase de cabildeos alimentados por la actitud enigmática del presidente. Una mañana recibí en mi casa la visita del electo gobernador de San Pedro, José Ledesma, acompañado de un gran amigo, el ingeniero agrónomo Adalberto Morínigo. Me relataron el diálogo que el primero había mantenido con el presidente y las conclusiones a las cuales habían arribado. En esa reunión, Lugo se comprometió a conversar conmigo y a ofrecerme la dirección general de la Itaipú Binacional. El gobernador Ledesma dio la garantía de mi presencia en una cita que se llevaría a cabo dentro de las próximas veinticuatro horas.

En horas de la tarde, Ledesma me comunicó telefónicamente que esa noche cenaríamos Lugo, él y yo en un salón privado de un conocido restaurante.

Asistí a la cena sin ansiedad y con poca expectativa. Creía conveniente concurrir a esta cita, en la que iban a mezclarse lo humano y lo político, sin presiones impuestas por mí ni por el entorno. Soy un convencido de que se debe negociar sin ataduras; sé que el resultado esperado no está garantizado, pero moverse sin constricciones amplía el margen de maniobra y otorga flexibilidad en cualquier mesa de diálogo. Esa noche nos sentamos a conversar cuatro personas, de los cuales todos éramos comensales y solo dos protagonistas de la jornada. Estaban el gobernador José Ledesma, promotor del encuentro, y el padre Martin Bishu, indonesio, pámoco de Guayaibí y confesor, en el pasado, del entonces monseñor Lugo.

La reunión tuvo el inicio propio de todas aquellas en las cuales los participantes no quieren ir directamente al grano. Empezamos con saludos protocolares y reclamándonos que hacía tiempo que no nos veíamos. Las primeras impresiones se expresaban en chistes sin humor ni sabor, que dibujaban sonrisas forzadas en nuestros rostros. La situación se volvió un tanto incómoda cuando empezamos a aproximarnos al tema que nos había convocado. Al encarar la cuestión, acordamos que fuera el presidente el primero en hacer uso de la palabra, y que luego me correspondiera a mí responder para evitar así una conversación babélica. Este primer gesto de ordenar el diálogo me pareció alentador y me dio la impresión de que esa noche íbamos a llegar a buen puerto. ¡Grande fue mi sorpresa al escuchar a Lugo esbozar sus ideas sobre cómo se integra un gobierno! Hizo una analogía entre cinco años de gobierno y noventa minutos de un partido de fútbol. Según su perspectiva, la duración de los gobiernos es homologable a la una jornada futbolística dividida dos fracciones de cuarenta y cinco minutos cada una. Él hablaba y yo lo escuchaba atónito; mi sorpresa se convirtió en disgusto cuando solicitó mi incorporación al plantel, pero asumiendo la condición de suplente. Exteriorizó su opinión con respecto a que el gobierno iba a tener crisis recurrentes durante el «primer tiempo», lo que dificultaría su gobernabilidad. Reveló respeto y hasta admiración por mi formación y trayectoria y, en su esquema de pensamiento, me atribuyó la función de «pieza de recambio» para el «segundo tiempo».

Lo escuchaba con atención y, simultáneamente, pensaba en la respuesta que daría a una forma de razonar que, desde mi punto de vista, había superado el límite del absurdo. El discurso del presidente me trasladó a un sitio en donde mi margen de maniobra era angosto pero no por eso profundo. Su línea argumentativa me había desencajado y puesto en una posición embarazosa y arriesgada. En última instancia, se trataba de una conversación entre el electo presidente de la República y alguien que aparentemente sería llamado a ocupar un cargo de gran responsabilidad en su administración.

Mientras lo escuchaba, elaboraba lo que consideré que iba a ser insuficiente: mi respuesta. Me dije a mí mismo: aquí no hay que hacer el papel de actor de cine mudo, que gesticula y habla mucho pero no dice nada. Consideré pertinente y procedente una actuación que incluyera gestos, retórica y lenguaje corporal. Era la única manera de escurrirme del enredo en el que me encontraba atrapado.

Su hablar pausado me permitía diseñar mi actuación y seguir pensando. E, inspirada ocurrencia, reparé en que, si la decisión estaba tomada, iba a ser suplente, pero él no era aún mi superior jerárquico; ¿por qué sentirme tan condicionado? En silencio, consideraba que la única manera de salir airoso de ese lugar era hacer lo de Hernán Cortés, «quemar las naves».

Sin ser un avezado tahúr (la verdad, ni siquiera sé jugar a las cartas), opté por arriesgar todo en una sola jugada y con el coraje y la certeza de aquel que en sus manos tiene todos los ases, me decidí a expresar lo que pensaba y sentía.

De nuevo, antes de empezar a contrapuntear los argumentos de mi interlocutor, dudé y me pregunté: ¿no será un discurso táctico con el cual busca evaluarme? ¿No es acaso reveladora de la condición humana la forma en la que uno encara una provocación? Circulaban en mis pensamientos simultánea y aceleradamente ideas inconcebibles. Si me hubiese propuesto pensarlas no lo hubiese logrado, pero su modo de hablar, ceremonioso, conciliador y sin levantar nunca el timbre de voz, me develó la imagen del Lugo sacerdote.

Pensé que el sacerdocio, como ninguna otra profesión, otorga la capacidad de doblegar la voluntad del creyente. ¿Qué acto de poder toma tanta forma y contenido como el de la confesión? ¡Qué oportunidad de conocer el alma humana se presenta para aquel que escudriña en ella cuando el creyente busca liberarse de la culpa a través del sacramento de la reconciliación! ¿Quién puede ser mejor psicólogo que aquel que conoce la dualidad de la conciencia humana? ¿Quién, si no el confesor, ha visto cubrirse el cuerpo y desnudarse el alma de quienes sienten culpa?

Esto me dio la certeza de estar desafiando a alguien habituado, por su oficio, a observar la psiquis del ser humano, a un conocedor de aquellos que desnudan su personalidad en el confesionario y la visten con disfraces para hacer buenas migas con la sociedad.

Esta reflexión alimentó mi sospecha de que estaba tratando con una persona que no actuaba espontáneamente y que desconfiaba del género humano justamente por conocer las dos o más personalidades que habitan en cada uno de nosotros. Esta conclusión me serviría posteriormente. Esa noche, ya había decidido mi plan de acción y escogido los argumentos de mis discursos y hasta las imposturas actorales que iba a utilizar a fin de provocar una reacción que me incorporara al staff del nuevo gobierno. O me excluyera para siempre de él. Por eso empecé mi alocución de manera desenvuelta, ágil, firme, indiferente, hasta con enojo.

Lo primero que le pregunté fue si lo podía tutear o si se sentiría más cómodo al tratarlo de Su Excelencia o de Señor Presidente de la República. A decir verdad, en esa ocasión no se apartó de su estilo llano y campechano y me respondió: «como quieras, mejor será si nos tuteamos y nos decimos Mateo y Fernando.» Lo de Mateo es por una confusión muy común en la gente, pero mi nombre es Carlos, mi padre se apellidaba Mateo y mi segundo apellido, el de mi madre, es Balmelli.

Seguidamente empecé a reclamar a Lugo su actitud egoísta y desconsiderada hacia mí. Enumeré y le eché en cara todas las veces que, cuando me necesitó, no tuvo ningún reparo en llamarme por teléfono y solicitar mi ayuda encontrando siempre una respuesta afirmativa de mi parte. Sin embargo, desde que presentó a la sociedad su nuevo gabinete, no tuvo la cortesía de llamarme, no para justificar, sino cuando menos para explicar por qué prescindía de mis servicios. Con esta protesta no ponía en tela de juicio las facultades inherentes al principio de la autoridad presidencial, sino que buscaba refrescar en su memoria las veces que guardaba silencio cuando se mencionaba la posibilidad de mi nominación a un cargo en el gabinete. Le reproché la falta de respeto y de correspondencia en su trato conmigo. Rememoré aquella conversación que tuvimos, en los primeros días de enero del 2008, en la casa del doctor Hernies Rafael Saguier, en la cual me comprometí, una vez más, a cooperar en todo lo que pudiera sin esperar recompensa. La reunión fue tornándose más intensa que tensa. Había muchas cosas que debían decirse y en ese sentido fui claro y exhibí ante la luz generada por los ojos de la verdad mis presentimientos e ideas. No quise encarnar el papel de quien dice «sí» a todo lo que afirma el presidente: «por más amarga que sea la verdad, hay que echarla de la boca». Primero, porque esa actitud no se compadece con mi personalidad, y, segundo, porque así seguía la consigna del Incomodador: «luz, solo luz, aunque alumbre cosas malas». El escenario me permitía impresionar a los presentes como un hombre transparente cuyas diversas facetas no riñen entre sí. Debido al sinceramiento, dejé de lado cualquier intención de apelar al discurso clásico del político del que se espera solo una verdad parcial porque siempre debe ajustarse a las tácticas y a las necesidades del momento.

Con ese razonamiento, contradije los argumentos del presidente, y le referí que un período poselectoral signado por el triunfo provoca en los ganadores la euforia del momento y eleva las expectativas de los que apostaron por el cambio. Describí la borrachera de la victoria, cuyos subproductos crean una ilusión pasajera. Contrasté la diferencia entre lo coyuntural y lo permanente en las actividades del gobernante y conjeturé que quien asume el gobierno tiene la obligación de dar soluciones inmediatas a aquello por lo cual fue electo. La luna de miel en el ejercicio del poder tiene la duración de una estrella fugaz. Si no ubicamos una luz orientadora en el firmamento, inmediatamente se convertirá en un relámpago que solo habrá pasado como un destello entre dos oscuridades. Esta preocupación me llevó a recomendarle que en la nueva política, representada por él, quedarán terminantemente proscriptas la mediocridad, la corrupción y la improvisación. No podíamos acceder a la responsabilidad de gobernar sin tener ideas claras; de entrada tendríamos que señalar las pautas del buen gobierno, ser coherentes y tener presente el provecho práctico de la recomendación de Nietzsche: «Grandeza significa marcar una dirección». No se podía gobernar con engañifas con apariencia de utilidad, pero cuyo artificio pudiera ser descubierto como una mentira que el pueblo no estaría dispuesto a digerir.

La esperanza instalada podría convertirse en la cárcel en la que deambulan los gobernantes timoratos y los pueblos con horizontes inciertos. Lo peor en un gobierno es la indefinición. El suyo era un ensayo del porvenir contra la actualidad avasalladora.

El tiempo estaba en nuestra contra y en los primeros días de gobierno el pueblo debía reconocer los nuevos vértices de la acción política. Todo lo que implicara un obstáculo para el cambio debía ser removido. La tabla de valores y prioridades de su gobierno no debería estar supeditada a la mezquindad de los intereses individuales o grupales. Dije que me parecía obsceno dudar entre lo que se debe hacer y el pragmatismo hipócrita.

Mi alocución fue algo larga, pero no fatigosa. Sentía que mis comentarios causaban buena impresión, aunque no estaba seguro de ser lo suficientemente convincente. Desprovisto de todo temor, me sentí galopando más allá de mis posibilidades, y nada más podía hacer. De alguna forma, esto anunciaba como sería mi manera de proceder, en la hipótesis de que me fuera encomendada una función en el gobierno.

Mientras los otros dos comensales guardaban un silencio monacal, el presidente expresó su acuerdo con mis inquietudes, y en ningún momento contradijo mis ideas. En una actitud inusual en un recién electo, pidió disculpas por el proceder que yo le había reprochado y señaló que desde ningún punto de vista debería ser tomado como una muestra de animadversión hacia mí. Luego de que pronunció esas palabras, nos estrechamos en un abrazo y no recuerdo quién propuso un brindis por haber dejado las cosas en claro y haber dado vuelta a la página.

Acto seguido, José Ledesma, de modo insinuante y discreto, propuso abordar el tema de Itaipú. La intención no era detallar la agenda del quehacer en la Binacional, sino más bien, de manera indirecta, preguntar al presidente si mi nominación como director general corría o no. En ese momento creí oportuno hacer yo la pregunta como posible beneficiario de la decisión presidencial. Tomé el toro por las astas e inquirí: « ¿Querés o no que sea el próximo director general paraguayo de la binacional? » Después morigeré el ímpetu que puse al pronunciar mi pregunta, y agregué: «Si no me nombras tampoco pasa nada».

La respuesta del presidente se hizo aguardar, con una de esas esperas intencionadas que suscitan ansiedad en el auditorio. Si bien la pausa fue más larga de lo usual, contestó con un escueto «sí». Entonces le pregunté cuándo lo iba hacer público. Esta vez, la respuesta no se hizo esperar: «mañana».

Le manifesté mi conformidad con transmitir a la opinión pública lo más rápido posible su decisión, por ser éste uno de los cargos más apetecibles y porque íbamos a entrar en un proceso de reivindicaciones que obligaba a contar con un director general cuya figura no podía estar debilitada, desde el inicio, por indefiniciones.

Cuando terminé de expresar esto me sugirió esperar cuarenta y ocho horas para dar a conocer «la buena nueva». Expresé mi contrariedad y en un gesto de irreverencia le mostré el ticket de avión marcado con fecha del día siguiente. Volví a repetir los remanidos argumentos según los cuales mi apoyo al proceso no dependía de ningún tipo de moneda política; no estaba en condiciones de tolerar más manoseos ni de mantener una expectativa electrificante que, por la presión de la gente, me consumía los nervios. En esa ocasión fui claro y terminante: «mañana o nunca», dije, y añadí que, si no se daba el anuncio oficial, seguiría con mis planes de viajar a Uruguay, en donde tenía previsto encontrar a unos amigos.

De nuevo, la respuesta no se hizo esperar, y Lugo confirmó el anuncio para el día siguiente. Le agradecí la confianza y me comprometí a trabajar con lealtad, eficiencia y transparencia. Señalé que era consciente de la oportunidad que me otorgaba para servir a mi pueblo y que entendía la trascendencia de ese lugar para su gobierno teniendo en cuenta que uno de los puntos centrales de la campaña electoral giró en torno a la Itaipú. Reafirmé mi compromiso con el proyecto que él lideraba y, sin ningún rubor, sentencié: «Sin voluntad, la ocasión es vana».

Innegablemente, quedé embriagado por la posibilidad de ejercer tan alta función y por la responsabilidad que recaía sobre mis espaldas. Era un compromiso ineludible con el pueblo, con el gobierno y conmigo mismo. La reunión terminó pasada la medianoche. La información se filtró inmediatamente y, ni bien tomó estado público, empezaron las llamadas telefónicas de los medios de comunicación y de los amigos.

Esa larga conversación, amena, sincera e intensa, dejó en mí impresiones confusas. Sin presumir de poseer dotes de mistagogo, noté que la decisión tomada no complacía en todo lo ancho de su inteligencia y sentimientos a Fernando Lugo. Observé que, durante la reunión, se había sentido, por momentos, cuestionado, acosado y quebrantado debido a mis comentarios. Me dio la impresión de que, cuanto más profundizaba en un tema, tanto menor era el eco que despertaba mi voz. Su «sí» no fue producto de una reacción espontánea sino que fue más bien arrancado por la presión del momento. En ese instante no sabía si su frialdad, distancia y silencio eran provocados por mi personalidad o por mi condición de liberal. No entendía si quería para ese puesto una figura con otro perfil o con una pertenencia partidaria diferente. Las dudas iban y venían e interrumpían súbitamente la euforia que vivía en ese momento.

Itaipú era un reto inmenso. Sentía más entusiasmo por ello que por las felicitaciones recibidas. Mis fuerzas me invitaban a inspirar voluntades. Sabía que debía sacar talento y firmeza de cualquier madera y que no iba a tener tiempo para el descanso, razones para las excusas ni refugio para protegerme. Entré a la Itaipú dispuesto a todo, con convicción y con las ganas encendidas, pero con la sospecha de no saber si esa era la decisión deseada por Lugo. Este estado de zozobra nunca amilanó mi ánimo, mas alimentó, desde un principio, todo tipo de intrigas, obstáculos y conspiraciones en mi contra. La forma de mi destitución confirmó la premonición que me acompañó durante toda mi gestión al frente de la Itaipú. «Lo que permanece al final, estaba al comienzo».

 

LA ASUNCIÓN DEL CARGO

 

No es nada sencillo para los historiadores, aunque lo deseen y se lo propongan, hallar una fórmula cómoda para describir una fase de tiempo histórico. Tampoco es fácil para nosotros definir una época que toma su lugar, por vez primera, en nuestra historia. Presumíamos que el periodo de la certeza, representado por los gobiernos colorados, había llegado a su fin. Se intuían tiempos nuevos y se respiraban aires frescos que ensanchaban los pulmones. Paraguay ardía en esperanza. Los más ingenuos llegaron a pensar que aquella expresión de Augusto Roa Bastos de que «el infortunio se enamoró del Paraguay» ya no era aplicable a nuestra realidad.

El 10 de julio de 2008 concurrí a la convención de mi partido, fui recibido con cariño y entusiasmo y sentí el reconocimiento de los liberales y su complacencia porque uno de ellos iba a estar al frente de una empresa emblemática para el pueblo paraguayo. No quería hacer uso de la palabra, pero el entonces presidente de la convención, Federico Franco, me invitó a dirigirme a los convencionales.

No tenía un discurso preparado y fue una de esas ocasiones en las que uno habla con el corazón y no con la razón. Son esas circunstancias en las que la palabra se pone al servicio de las emociones. Recordé a mis correligionarios la trayectoria histórica del liberalismo. De nuestro pasado arrancaría la fuerza para hacer una gestión en la que, por sobre todas las cosas, se priorizara el interés de los paraguayos. Pasé revista a los prohombres que vivieron su paso por la función pública entendiendo que, cuando se está al servicio de la causa nacional, la felicidad no es posible y lo único digno es la vida heroica. Prometí acabar con el carnaval característico de los manejos financiero-administrativos de la Itaipú. Reafirmé mi compromiso con la transparencia y con la defensa de los derechos paraguayos y juramenté una administración austera.

Proclamé que el liberalismo entiende la austeridad como una de las máximas virtudes de la República, junto a la libertad y la justicia. Rememoré pasajes de nuestra historia en los cuales la trascendencia de nuestro partido marcó para siempre el carácter nacional. Así, contra el oscurantismo, trajimos luz y razón, combatimos las dudas e incertidumbres con decisión y liderazgo y, cuando los antagonismos se apoderaron de Paraguay, contribuimos aportando paz y verdad.

Quería comunicar a las bases del partido que la Itaipú estaba en buenas manos y que me había trazado un rumbo consciente y decidido para forjar un horizonte firme, pues, en caso contrario, el ordenamiento social pierde serenidad. Terminé diciendo: «Itaipú dejó de ser la institución sujeta a la rapiña del ganador. De ahora en adelante, es una causa nacional».

Había dos prioridades que competían entre sí y debían ser satisfechas simultáneamente. Tenía que conformar mi equipo de colaboradores y adentrarme en el manejo administrativo, financiero y técnico de la Itaipú. Mi proceder fue el mismo de siempre: decisiones rápidas antecedidas de una reflexión. No soy de los que deciden a oscuras; no me gusta andar a tientas y, por lo general, cuando resuelvo algo, la idea ya ha recorrido mis entendederas, por lo menos fugazmente.

Me gusta ser previsor; siento desagrado cuando mi inteligencia entiende a través del miedo. No dejo que mis cavilaciones amanezcan, reflexiono antes de tomar una decisión y no doy descanso a los problemas. Algunos cuestionan mi ansiedad y «aceleramiento» cuando me corresponde actuar y decidir, pero considero que las medidas tardías tienen un costo elevado en oportunidades. Es inadmisible acceder a una responsabilidad superior sumergido en las dudas, confundido por las nieblas y la falta de visión, con las manos atadas y los ojos vendados por la ignorancia.

Me puse en marcha, y no tenía mucho tiempo. Era 11 de julio, y el 15 de agosto asumiría el cargo. Fui descubriendo el tamaño y la complejidad de la empresa hora a hora, día tras día. En la medida en que me apropiaba de información y conocimiento, la envergadura del reto era mayor de lo esperado. Ante los desafíos me sentí como en una trinchera, diminuto y frágil, y comprendí la necesidad de embarrarme para poner orden en la entidad. Me pregunté si estaba preparado para tomar decisiones que, intuía, iban a tener un costo político, aunque nunca esperé que tuvieran además un costo humano.

Decidí seguir una línea política y me propuse obtener determinados resultados en un período de tiempo definido. Asumí el compromiso de hacer frente a las consecuencias de las acciones a ser emprendidas. Mi margen de acción estaba limitado por varias circunstancias, porque sobre mí se cernía, según la percepción de muchos, la imagen de un futuro presidenciable. Esta impresión generó un entorno político hostil en el que algunos evaluadores de mi trabajo estaban al acecho para recoger los réditos de mi fracaso.

Enseguida sentí los inconvenientes generados por llevar a cuestas la aureola de hipotético presidenciable ¡Que fáciles me habrían resultado muchas cosas si no hubiera sido percibido como una amenaza o un potencial competidor electoral! Era consciente de que esto, lejos de ser una ventaja, se convertía en una carga a ser sopesada en cada decisión. Por eso actué de una manera congruente con la idea de hacer de la Itaipú una causa nacional, y, bajo este lema, comprometí mi conducta y mis ambiciones con los intereses nacionales.

Decliné cualquier aspiración partidaria para no contaminar la causa nacional con los intereses grupales de mi partido. Me alejé de la vida política, circunstancia que provocó el disgusto de muchos correligionarios. Balanceé los beneficios que la Itaipú podía ofrecer a intendencias o gobernaciones sin discriminar partidos políticos. Las puertas de mi oficina siempre estuvieron abiertas a cualquier compatriota que se acercara a solicitar una contribución útil y honesta para su comunidad. Por todos los medios traté siempre de ser respetuoso con la jerarquía presidencial, con la del vicepresidente de la República y con la de todos los representantes de los otros poderes del Estado.

Sobre mis espaldas cargaba la inmensa responsabilidad de hacer una Itaipú servicial a la moralización de la política en Paraguay y a la recuperación de nuestra dignidad nacional. Actué persiguiendo un designio excluyente, y sin pretender construir un futuro político posterior. Si era percibido como un competidor, los objetivos pretendidos se me escaparían de las manos.

Viví la Itaipú dentro de la realidad. No quise actuar evadiendo mis responsabilidades, postergando decisiones ni entregándome a quimeras. Tenía un triple frente: el interno, dentro de la Itaipú, el externo, y el brasileño. Era consciente de que no podía combatir con éxito como el Mateo presidenciable. Tenía una doble función: la de evitar la proyección de una imagen equivocada, y la de borrar de la retina de los ojos que sigilosamente me observaban mi retrato con la banda presidencial.

Estas circunstancias sugerían que el cambio, tantas veces proclamado y exigido, enfrentaba adversidades difíciles de vencer. Noté que la cultura política imperante no estimulaba la incorporación de valores y anhelos conducentes a un estadio superador.

Enumerar las dificultades y sorpresas con las que uno se encuentra en un gobierno permeado de vicios exigiría un capítulo aparte y no es el propósito de este ensayo. La idea es transmitir cuán difícil es administrar y custodiar los intereses nacionales cuando no ha prendido en la consciencia colectiva un proyecto de Nación.

Me puse en campaña para organizar mi equipo de trabajo. Conociendo mis limitaciones en temas eléctricos y energéticos, quise rodearme de la gente más idónea, no solamente para asesorarme, sino también para discutir con solvencia intelectual, en el momento necesario, con la contraparte, durante el proceso de renegociación.

Me enorgullezco de haber elegido compañeros de trabajo que fueron amigos leales y competentes colaboradores. Tuve la suerte de escoger individuos cada uno de los cuales contaba con una visión integral de los problemas energéticos, siendo a la vez, soberano en un área específica, lo que me permitió consolidar un grupo en el cual las capacidades no se neutralizaban sino que más bien hacían sinergias.

En las ocasiones en que cupo discutir temas técnicos con los especialistas brasileños, aunque no soy un conocedor profundo de estas materias, nunca noté ningún tipo de inferioridad paraguaya en el modo, en la contundencia y en la soltura con que mi equipo defendía nuestra posición. Previamente a cada encuentro consensuábamos los beneficios de explayarnos en portugués para evitar excusas dilatorias por la falta de entendimiento resultante de los diálogos en dos idiomas diferentes sin la intermediación de intérpretes.

Verdaderamente, este grupo de técnicos se esforzaba en hacer placentero mi aprendizaje de temas que, hasta esa etapa de mi vida, me eran extraños. Hoy sería un atrevido si pensara que me convertí en un especialista, pero al menos puedo llegar a captar lo imaginativa que puede ser la inteligencia humana para dominar la naturaleza.

En lo relativo a los nombramientos dentro de la institución, debo reconocer que el presidente Lugo me dio bastante libertad para la selección de mis colaboradores. Solicitó una alta dirección para una persona de su confianza; por lo demás, tuve libertad de llevar una política de recursos humanos enmarcada en un criterio que buscaba profesionalizar la trayectoria de los empleados de la Itaipú.

 

PROBLEMAS Y CONVICCIONES

 

Desde mi asunción me encontré con una serie de problemas provenientes de las entrañas de la institución. El modelo de la empresa respondía a criterios de alta modernidad, pero su imagen y funcionamiento interno estaban embarrados y ensombrecidos por la falta de una dirección racional y transparente que priorizara a la Binacional como una empresa líder y no como un coto de caza que aprovechaban quienes, gozando de situaciones provisionales, la convertían en su propiedad para su uso y abuso. Comprendí que, para hablar de igual a igual con Brasil, nuestra principal arma consistía en la autoridad moral de la cual solo podríamos revestirnos a través de una gestión honesta y eficiente.

Por otro lado, percibí que la simbiosis entre la Itaipú y el gobierno central lo distorsiona todo, y descubrí que las decisiones tomadas fuera de la entidad eran impuestas sin el más mínimo respeto por las normas vigentes. Los caprichos políticos violaban la normativa de la entidad, y para disfrazar esos despropósitos se buscaba un ropaje jurídico a la hechura del pedido proveniente del Ejecutivo. Esa unión impedía a la Binacional desembarazarse de la función de proporcionar bienes, servicios y prebendas al tenedor del poder político de turno.

Era portador de una visión que suponía la ruptura de ese vínculo para el buen funcionamiento de la Binacional. Esto significaba sustraer de la órbita de recursos del Poder Ejecutivo una herramienta siempre utilizada para fines personales y para bastardear la consciencia política de nuestro pueblo. Suponía que un conjunto de reformas terminaría consolidando un cambio no basado en la revolución sino en la incorporación de valores fundados en la moral y en la transparencia. Obviamente, no animaba mi espíritu ni alimentaba mi voluntad la idea de seguir manejando la institución como se venía haciendo desde años atrás. Me sentía atrapado por la mirada de la opinión pública, que esperaba un giro de 180 grados en la administración. Esto nos obligó a iniciar un proceso interno para ajustar todo el proceder administrativo a las normas existentes y la vinculación entre la Itaipú y el gobierno central a los canales de la legalidad. Quedaron proscriptas las situaciones de hecho que, justificando la falta de tiempo para allanar los problemas y satisfacer las necesidades, echaban por tierra los principios de legalidad y transparencia.

Esta tarea consumió energía y friccionó nuestra relación con el Ejecutivo. Existía un esquema de colaboración entre éste y la Binacional, pero no se conducía por los canales correspondientes. Por ello, en todo momento dimos a conocer a través de los medios de comunicación que existía un conjunto de normas que no podían ser vulneradas y que en consecuencia, tanto los miembros más encumbrados del gobierno central como los de la Itaipú debían ajustar su accionar al cuerpo jurídico y a las leyes de la República. Esta actitud disgustó a todos los que querían seguir con el carnaval.

Esta línea de conducta explica por qué fuimos los primeros directores de la entidad en presentar nuestra declaración jurada de bienes en la Contraloría General de la República. En épocas anteriores, cuando había un pedido de informe o una interpelación contra un director general, o éste no respondía o presentaba un amparo para no asistir a la convocatoria del Parlamento. No rehuimos responsabilidades, pusimos siempre la cara, respondimos a todas las falsas acusaciones con documentación, números y hasta mostrando los documentos más íntimos de una administración. No le temíamos a la verdad. Sabíamos que estaba de nuestro lado. Nunca nos escabullimos utilizando argucias que podíamos extraer del principio de la binacionalidad. Sabíamos que los principios del derecho no pueden ser invocados para dar amparo a procedimientos envueltos en oscuridades. No entré a la Itaipú para enriquecerme ni para ser sostenedor de la industria de los nuevos ricos ni alimentar la cultura administrativa de la patria contratista.

Me puse al frente de una institución que debía dar una explicación al pueblo paraguayo, me apoderé del coraje y la fuerza que generosa y gentilmente ceden las convicciones, y me aferré a mis principios como a una tabla salvadora.

Este proceder desagradaba a quienes creen que administrar dinero del pueblo se sujeta al cálculo frío y que entienden el servicio público como un ascensor que nos eleva de nuestra condición de ciudadanos comunes a los círculos de la plutocracia, y, en un maridaje incestuoso e insano, unen el poder y el dinero. Tengo una inclinación existencial, que quizás sea disfuncional e incompatible con nuestro presente, a no poder ver un futuro mejor si no es edificado sobre la moral, la verdad y la razón.

La idea tan simple de que la función pública se conforma de un conjunto de estructuras hechas para servir, y no para servirnos de ellas, es revolucionaria y el día que tome cuerpo y alma en la conciencia de la humanidad se acabarán los matrimonios entre el vicio y la traición que hambrean a los pueblos.

Necesitamos ímpetu creador, guiar al pueblo es poner las pasiones al servicio de una idea. La política de Estado se nutre de la savia del razonamiento, de la cautela de la experiencia y de la fuerza embriagadora de la pasión. Mirando atrás, recurro a la tendencia de la revelación y a través del recuerdo quiero contribuir, con estas líneas, al aprendizaje colectivo. Quizás algún día las ideas puedan arremeter contra las barreras que amurallan e impiden la instrucción de los pueblos.

Administrar con transparencia no es fácil. Cuando se toman decisiones se reduce la complejidad del entorno y, en un conjunto que contiene varias opciones, se prefieren unas y se desechan otras. La indecisión fortalece las especulaciones. Nunca decidimos teniendo toda la información y conociendo anticipadamente las consecuencias de las opciones. Cada decisión tiene una dosis de incertidumbre. Establecer un puente entre el conocimiento y la decisión es una tarea insoslayable para mitigar los imponderables que acarrea esta última.

Esta actividad es obligatoria para los estadistas. No se puede gobernar de espaldas al conocimiento. He ahí la importancia, para quienes gobiernan, de configurar y fraguar equipos de trabajo; no en balde el Florentino daba sus sabios consejos al Príncipe. El gobernante no puede utilizar digresiones filosóficas para postergar o no tomar decisiones. De ser así apela a pretextos fútiles, testimonios de la duda que lo limita.

La política saca lo mejor y lo peor del ser humano. Los encomendados a liderar deben actuar a sabiendas de que la bondad inoperante y pasiva significa la renuncia a la libertad. Al único que no le es permitido temer es a quien gobierna.

La subordinación de los valores éticos a la convivencia social resulta del devenir histórico y de una realidad inmanente; sin embargo, concibo la historia como un proceso conducido por hombres y grupos obligados a entender y forzar las mutaciones sociales cuando son necesarias. Las transformaciones no se realizan por sí mismas; son conducidas por la decisión y la visión de los líderes. Creí que administrar la Itaipú de modo ejemplar podría servirnos a los paraguayos para recuperar la fe en nuestra capacidad de convertir la posibilidad del bienestar en realidad. Tanto desengaño nos ha llevado a ejercitar el cinismo como un arma de supervivencia, a implementar un patriotismo de oropel para saquear las arcas del Estado en nombre de la patria, a invocar la premura y la precariedad social para despojar al pueblo de su bienestar y a evocar la épica nacional para defraudar nuestro futuro.

Mi visión de las cosas y la evaluación del triunfo electoral del 20 de abril de 2008 me permitieron conjeturar el camino a seguir, aquel que abriría el paso al porvenir. Estaba dispuesto a actuar en consecuencia aunque esto significase cavar mi propia tumba, tumba donde sería depositado un cadáver más.

La suerte nunca fue amiga mía; pero en el ejercicio de mis funciones, no dejé que me arremetiera la sensación de haber sido engañado. Sabía con qué bueyes araba, y no puedo negar lo difícil que fue mi vida en ese tiempo. Preferí desgarrar mis sentimientos por luchar a favor de una verdad inalcanzable, a recurrir al engaño que edifica la psicología de las personas sobre la base desvergonzada de la duplicidad moral. Procuré poner mi gestión al servicio de los intereses nacionales. No me presté al entuerto ni al juego confuso, y anduve por un camino claro y predecible.

Actué con coherencia y reconociendo que cuando se acaban las opciones se esclarece todo en la mente. Mi área de acción, en tanto llegaba al final de mi mandato, se estrechaba más y más, pero debo reconocer que siempre fui un transgresor, y no acepté que zonificaran el territorio en donde me estaba permitido actuar; me retumbaba en los oídos la réplica de Bonaparte, cuando le pregunta a su interrogador: «~y vos, sabéis cuánto cuesta no osar?»

En ese sentido, quizás mi conducta no coincidía con la voluntad del gobierno, pero armonizaba con la del futuro, pues estábamos echando las bases para construir un nuevo Paraguay. No me seducían los fines ilusorios. Todavía tengo la esperanza de que nosotros, los paraguayos, podamos construir una sociedad mejor. No es posible que dure por mucho tiempo el sometimiento del cuerpo al látigo. A pesar de tanto pesimismo, tengo el convencimiento de que el cuerpo vencerá al látigo y llegará el día en que el destino de mi pueblo será guiado por quienes escuchan su voz antes de decidir.

Estas orientaciones guiaron nuestro accionar, del cual no estamos arrepentidos. Hemos cometido equivocaciones, pero no podemos dejar de reconocer que, en muchas ocasiones, «la realidad no acataba nuestras predicciones».

Cuando erramos, tratamos de rectificar inmediatamente, no

Mi visión de las cosas y la evaluación del triunfo electoral del 20 de abril de 2008 me permitieron conjeturar el camino a seguir, aquel que abriría el paso al porvenir. Estaba dispuesto a actuar en consecuencia aunque esto significase cavar mi propia tumba, tumba donde sería depositado un cadáver más.

La suerte nunca fue amiga mía; pero en el ejercicio de mis funciones, no dejé que me arremetiera la sensación de haber sido engañado. Sabía con qué bueyes araba, y no puedo negar lo difícil que fue mi vida en ese tiempo. Preferí desgarrar mis sentimientos por luchar a favor de una verdad inalcanzable, a recurrir al engaño que edifica la psicología de las personas sobre la base desvergonzada de la duplicidad moral. Procuré poner mi gestión al servicio de los intereses nacionales. No me presté al entuerto ni al juego confuso, y anduve por un camino claro y predecible.

Actué con coherencia y reconociendo que cuando se acaban las opciones se esclarece todo en la mente. Mi área de acción, en tanto llegaba al final de mi mandato, se estrechaba más y más, pero debo reconocer que siempre fui un transgresor, y no acepté que zonificaran el territorio en donde me estaba permitido actuar; me retumbaba en los oídos la réplica de Bonaparte, cuando le pregunta a su interrogador: «¿y vos, sabéis cuánto cuesta no osar?»

En ese sentido, quizás mi conducta no coincidía con la voluntad del gobierno, pero armonizaba con la del futuro, pues estábamos echando las bases para construir un nuevo Paraguay. No me seducían los fines ilusorios. Todavía tengo la esperanza de que nosotros, los paraguayos, podamos construir una sociedad mejor. No es posible que dure por mucho tiempo el sometimiento del cuerpo al látigo. A pesar de tanto pesimismo, tengo el convencimiento de que el cuerpo vencerá al látigo y llegará el día en que el destino de mi pueblo será guiado por quienes escuchan su voz antes de decidir.

Estas orientaciones guiaron nuestro accionar, del cual no estamos arrepentidos. Hemos cometido equivocaciones, pero no podemos dejar de reconocer que, en muchas ocasiones, «la realidad no acataba nuestras predicciones».

Cuando erramos, tratamos de rectificar inmediatamente, no dejamos que los desaciertos perdurasen, y creímos que debíamos honrar las promesas hechas a lo largo de la campaña electoral. Lo nuestro no era un infantilismo carente de sentido de realidad, sino que la cuestión iba por otra senda. Asumíamos o no el costo de hacer un Paraguay en serio. De lo contrario, seguiríamos, como siempre, encarnando la conducta cómplice y complaciente que reproduce los vicios que tanto daño nos han causado.

La historia castiga a los que llegan tarde cuando ella impone cambiar. Es mejor asumir el costo del cambio que contradecir el devenir histórico. Así sea, que el precio a pagar haga de nosotros desterrados de nuestro propio suelo.

Si de algo puedo jactarme, en muy pequeña medida, es de haber contribuido a anticipar el mañana; por eso actuamos de acuerdo a la recomendación de Goethe: «nada de transigir: hay que vivir resueltamente en la integridad, la plenitud y la belleza».

 

ITAIPÚ, CUESTIÓN DE ESTADO Y CAUSA NACIONAL

 

Siempre hemos concebido la política como una actividad con metas superiores para toda la sociedad. Cuando me encomendaron dirigir la Binacional, propuse, anuncié y llevé adelante una administración cuyas prácticas y orientación se enmarcaban en la noción de lo que entendemos como una «cuestión de Estado».

Desde el principio, suponía que el tema de Itaipú, como parte de la alta política, exigía un accionar que reuniese la racionalidad de las políticas de Estado y el pluralismo que fortalece las reivindicaciones nacionales.

Pusimos en práctica una política interesada en involucrar y comprometer a toda la sociedad paraguaya en el reclamo de equilibrio y equidad en la administración de los beneficios de la Binacional.

Denominamos «cuestión de Estado» a la necesidad de tratar los problemas sociales y políticos con una práctica estatal orientada por una visión estratégica que permita diferenciar los aspectos secundarios de los principales dentro del proceso político. Los gobiernos deben actuar incorporando la realidad como un dato que no puede ser ignorado. La cuestión de Estado demanda políticas cuyos diagnósticos y plan de acción tengan la capacidad de incidir sobre la realidad.

En el escenario de la globalización, los gobiernos tienen poco margen para improvisar. El dogmatismo y la ideologización deben ceder ante el enfoque pragmático, que, sin prescindir de valores que eleven la forma de convivencia, se funda en una comprensión profunda y abarcante de la realidad y en la destreza de los gobiernos para conducir los procesos internos.

El mandato del momento impone gobernar con sensatez, serenidad y sentido común. No pueden alcanzar el resultado esperado las políticas ejecutadas a partir de lecturas e interpretaciones equivocadas de la realidad. El dogmatismo construye conceptos irreales e intima a adaptar la realidad a la ficción, lo que lleva a inclinarse a favor de circunstancias artificiales que impiden que la posibilidad se convierta en realidad. Como diría Theodor Adorno, «no hay vida verdadera en la falsa».

Ser gobernante exige generosidad, imaginación, ética y racionalidad. Los gobiernos requieren lucidez para saber en qué lugar se encuentran y a dónde ir. Es preciso renunciar a las fabulaciones y saber que es inevitable el fracaso cuando la fantasía vence en la pugna entre ella y la realidad.

La cuestión de Estado responde a un razonamiento que prioriza la necesidad de encarar la gestión de gobierno con liderazgo y con una visión que anticipe las necesidades del futuro. Quienes gobiernan deben hacerlo con un conocimiento que desenmascare los falsos dilemas y no con la avaricia de la verdad absoluta que, como decía el Incomodador, sirve para «curar la herida de la existencia».

El énfasis en un tratamiento diferente y superior de la tarea gubernamental como cuestión de Estado obliga a reconocer la necesidad de estar preparados para gobernar y no hacerlo de improviso. Aquel que se precie de ser buen estadista está obligado a evitar caer en la tentación tan habitual del voluntarismo y el populismo. El razonamiento sugiere que las políticas son susceptibles de ser mejoradas siempre y cuando no sean concebidas exclusivamente como un fenómeno electoral.

Itaipú, en tanto la valoramos y administramos como una cuestión de Estado, me obligó a neutralizar cualquier inclinación electoral de signo personal. Cuando la primacía de lo electoral se impone al tratamiento que encumbra una política a un estatus superior, la voluntad de los gobiernos se torna distante e indiferente hacia lo principal y prevalece la preocupación por lo inmediato sobre la visión estratégica requerida por los asuntos de gobierno.

Se debe apartar el electoralismo de aquello que es permanente en el manejo del Estado. La Itaipú, como generadora de energía y reivindicación nacional, no debe estar sujeta a los avatares del quehacer político cotidiano, y menos aún del interno partidario. Obramos en consecuencia. Ello causó el desagrado de mucha gente, y me quedé solo. Me volví un visitante de estepas, donde la más irrestricta soledad es el blindaje de quienes gobiernan. En mi experiencia de vida he aprendido que la soledad es más llevadera en el amor que en la política.

El ejercicio tradicional de la política es incapaz de procurar un contrato social que genere pasión por un nuevo comienzo. Creíamos que todo el empeño puesto en la administración y las renegociaciones de la Itaipú podía marcar una nueva senda en la que los atavismos políticos fueran reemplazados por patrones de gobernanta íntimamente identificados con la causa nacional para, sobre la base de la nación, construir ciudadanía.

Conducir un proceso con objetivos tan controversiales como sacar de las sombras los manejos administrativos, subordinar la toma de decisiones a la legalidad, tarar el presupuesto y diseñar un esquema que borrase las inequidades derivadas de la aplicación del Tratado de Itaipú, era una misión llamada a trascender y demandaba una visión político-diplomática precursora de un accionar reflejo de los valores de una nueva política.

Concebí la tarea como una cirugía histórica que iba a suponer un rompimiento demoledor con los usos y costumbres que residen, sin rubor y a sus anchas, en el sector público. Nunca me consideré un individuo nacido y formado para captar una época sin interferir en absoluto en ella. Siempre pensé que no inmiscuirse en el curso de los acontecimientos solo sirve a aquellos a quienes arrastra el destino. Rehusé ser objeto y contemplar; siempre quise ser protagonista. Ver pasivamente que la enormidad de los acontecimientos manejara mi voluntad me parecía propio de un personaje indigno de respeto. Me asustaba la frivolidad de una vida indiferente a la suerte de los demás. Considero determinante en estos rasgos de mi personalidad la fuerte educación católica que recibí desde niño. Esto explica mi inicio temprano en el lodazal de la política. Muy pronto me embarré en ella, y, como afirmaba Alfredo Palacios, «tiré mi honor a los perros».

Jamás me sentí beneficiario de un firme deseo de intervenir en el destino. Aun así, conocedor de mis flaquezas, de mis limitaciones intelectuales y de la congoja que aqueja al alma cuando se está en el umbral de un desafío, siempre hallé en mí la decisión y las fuerzas para enfrentar los retos con la entrega de quien persigue un sueño.

Dirigir la Itaipú de por sí trae consigo muchas dificultades, pero estar al frente de ella en un momento en el cual a todos los problemas del trajín diario se les agregaban los inherentes a una actitud rectificadora de los rumbos seguidos hasta ese entonces, implicaba una situación desemejante con las anteriores, en las cuales no existía aspereza entre la administración y la corrupción.

En función de las necesidades de aquel tiempo, enmarqué la política a seguir en lo que describimos como cuestión de Estado y causa nacional. Lejos de convertirse en términos antagónicos, ambos conceptos se implicaban y demandaban un esfuerzo recíproco y complementario. Si nosotros queríamos obtener los resultados esperados, debíamos circunscribir nuestro accionar en la Itaipú dentro de los parámetros que perfilan una administración sin patrimonialismos, abusos ni vicios truculentos.

Por ello, pensábamos que había que forjar, en las fuerzas políticas y sociales, una idea que pudiera ser abrazada por todo el pueblo paraguayo, sin distinciones de ninguna naturaleza. Los paraguayos tenían que percibir a la Itaipú en su calidad de proyecto universalmente incluyente, capaz de seducir la voluntad de cada uno. La determinación de batirnos contra la corrupción debía tener visibilidad y credibilidad. No se podía seguir sosteniendo una conducta envilecida por la impunidad. Para tal fin, tampoco podíamos ser vistos con la misma mirada desconfiada y descalificados con la que son desaprobados aquellos que administran los bienes colectivos como un patrimonio personal logrado por asalto. ¡Basta de robar a manos llenas!

Nuestra actuación tuvo siempre el objetivo de que nosotros, los paraguayos, nos sintiésemos orgullosos de una gran obra y comulgásemos con el anhelo de dignificar la nación a través de este proceso reivindicativo. En ningún momento concebí la Itaipú como un peldaño para mi ascenso político; por ello, entendí la necesidad de su despartidización y de impulsar un perfil institucional. Las ambiciones, cuando no están morigeradas por intereses superiores, cumplen la función de carceleros del espíritu.

Incluso antes de asumir presentí que me esperaba una misión, la de participar en una inmensa contienda, donde batallar iba a significar darme de bruces con obstáculos que solamente podrían ser salvados con una actitud íntegra. De ahí mi afán de dirigir la Binacional sin orejeras ideológicas ni soluciones fraguadas en paradojas autodestructivas. Había que emprender el difícil combate con el pragmatismo zambullido en la realidad y sin esperar victorias pírricas que solo demoran la derrota.

Nuestra visión connotaba una correspondencia entre el manejo transparente y las legítimas aspiraciones a un trato igualitario; por eso antes de mi nombramiento visité partidos políticos, sindicatos, gremios, iglesias, a los efectos de transmitir el mensaje y de comprometerme con la obligación de hacer de la Itaipú una causa capaz de despertar la atención y el apoyo del conjunto, como nación que se eleva por encima de los intereses individuales.

Sin querer acomodar el pasado a mis necesidades del presente, debo reconocer que la propuesta fue bien recibida por la sociedad civil y por todos los representantes de los partidos políticos. En este sentido, la conducta de la dirigencia nacional expresó una unanimidad ajena a discordias o enconos personales. Haber invitado a compartir esfuerzos y esperanzas en la aspiración a una Itaipú paritaria generó un ambiente de expectativas positivas para el gobierno y para nosotros, que entrábamos a administrar una entidad en donde andaba suelto «el apogeo del espanto». La impunidad. Para tal fin, tampoco podíamos ser vistos con la misma mirada desconfiada y descalificados con la que son desaprobados aquellos que administran los bienes colectivos como un patrimonio personal logrado por asalto. ¡Basta de robar a manos llenas!

Nuestra actuación tuvo siempre el objetivo de que nosotros, los paraguayos, nos sintiésemos orgullosos de una gran obra y comulgásemos con el anhelo de dignificar la nación a través de este proceso reivindicativo. En ningún momento concebí la Itaipú como un peldaño para mi ascenso político; por ello, entendí la necesidad de su despartidización y de impulsar un perfil institucional. Las ambiciones, cuando no están morigeradas por intereses superiores, cumplen la función de carceleros del espíritu.

Incluso antes de asumir presentí que me esperaba una misión, la de participar en una inmensa contienda, donde batallar iba a significar darme de bruces con obstáculos que solamente podrían ser salvados con una actitud íntegra. De ahí mi afán de dirigir la Binacional sin orejeras ideológicas ni soluciones fraguadas en paradojas autodestructivas. Había que emprender el difícil combate con el pragmatismo zambullido en la realidad y sin esperar victorias pírricas que solo demoran la derrota.

Nuestra visión connotaba una correspondencia entre el manejo transparente y las legítimas aspiraciones a un trato igualitario; por eso antes de mi nombramiento visité partidos políticos, sindicatos, gremios, iglesias, a los efectos de transmitir el mensaje y de comprometerme con la obligación de hacer de la Itaipú una causa capaz de despertar la atención y el apoyo del conjunto, como nación que se eleva por encima de los intereses individuales.

Sin querer acomodar el pasado a mis necesidades del presente, debo reconocer que la propuesta fue bien recibida por la sociedad civil y por todos los representantes de los partidos políticos. En este sentido, la conducta de la dirigencia nacional expresó una unanimidad ajena a discordias o enconos personales. Haber invitado a compartir esfuerzos y esperanzas en la aspiración a una Itaipú paritaria generó un ambiente de expectativas positivas para el gobierno y para nosotros, que entrábamos a administrar una entidad en donde andaba suelto «el apogeo del espanto».

A nivel internacional, los paraguayos proyectamos una imagen de unidad que inquietó a ciertos círculos de influencia en Brasil. Hubiese sido un despropósito sentarnos a la mesa de diálogo para negociar sin contar con el apoyo de todos. La contraparte, al percatarse de esta situación, en un primer momento tomó cartas en el asunto prestando la atención que nuestros reclamos merecían.

Desde el principio estaba en una situación incómoda. Temía que mi prudencia y mi modo gradual de ir acumulando conquistas fueran interpretados como una actitud proclive a enajenar los intereses nacionales. Esta posición me situó en un brete y disminuyó mi área de acción. Me forzó también a no entablar relaciones formales con los exponentes de la corriente del «fundamentalismo energético». Debía construir una identidad que encarnase la posición paraguaya con la seriedad y la sensatez que reclama el tratamiento de estas desavenencias internacionales. Cualquier asimilación entre nuestro punto de vista, que contenía el reclamo de justicia como meta y el diálogo respetuoso como método, y aquel que ofrecía conquistas y soluciones fáciles como fin e incontinencia verbal como método, reduciría las posibilidades de emprender la construcción de una convivencia superior.

Entendía que mi capacidad de diálogo y mis canales de comunicación se abrirían en la medida en que pudiera transmitir una posición paraguaya respaldada por una conducta diáfana y congruente con el manojo de los recursos que pudieran ofrecer una solución digna a nuestras diferencias.

Cuando se actúa en función de Estado es conveniente no sucumbir a la tentación de la irrealidad de la utopía, que, las más de las veces, está impulsada por una motivación recóndita y difusa. La fantasmagoría no es saludable para la estabilidad, representatividad y respetabilidad, cualidades irrenunciables de un buen gobierno. Teniendo en las manos las riendas del Estado, fabular aleja de la realidad y la distorsiona de tal manera que hace incomprensibles las sordideces y mezquindades del mundo.

Quien gobierna con exceso de fantasía demuestra su inclinación a lo fácil y perjudica la suerte de la colectividad. Los gobernantes están obligados a redescubrir el camino de la realidad cuando ésta supera a la quimera. De no ser así, los gobiernos inspirados en planes imaginarios estarán demostrando la futilidad de muchas empresas humanas, y, cuando esto suceda, la realidad mostrará su peor cara. Aquellos que cargan sobre sus espaldas la responsabilidad de gobernar deben bajar al terreno pedestre de la práctica, y para ellos no es válida la experiencia de Borges: «muchas cosas he leído y pocas he vivido».

Estas reflexiones han sido enunciadas para señalar que nuestra estrategia al frente de la Itaipú reconocía como marcas fronterizas los axiomas de cuestión de Estado y causa nacional. Cada conducta de gobierno significa una praxis amenazada por el riesgo y el error. Para disminuir estos márgenes, hay que actuar sin concebir fantasías ni escuchar los elogios que encantan a nuestros oídos. No creo que nuestra actuación haya estado exenta de equivocaciones. Habremos cometido yerros, pero nuestro accionar estuvo siempre sujeto a la máxima «recta actitud y deseos de acertar».

No soy un político adversativo. Siempre me he considerado un hacedor que cree que cuando nos invitan a participar del mundo de lo práctico se nos ofrece la verdadera oportunidad para conocernos. Más comprensión adquiere uno de sí mismo en la acción que en el más nítido y hondo análisis introspectivo.

El mandato socrático «Conócete a ti mismo» es insuficiente si solo encomienda a la razón que descifre la maraña de sentimientos ocultos y contrapuestos que integran el alma humana. En el «conócete a ti mismo en la acción» gravita el ofrecimiento sugestivo por el cual el anhelo de la vida empuja al hombre más allá de sí mismo.

Al frente de la Itaipú, fui un conductor que siempre buscó soluciones en la serena simplicidad de lo auténtico. Nunca cedí espacio a la insensatez. Jamás le di la oportunidad de hacer su defensa ni de reclamar sus méritos. No podemos dar patente de corso a las sandeces ni presumir que la necedad es más sabia que la sabiduría. Quien gobierna no puede perder tiempo en asuntos baladíes. El tiempo es un bien invalorable e insustituible en el proceso de toma de decisiones. Pero los políticos muchas veces no ponderamos el significado de su pérdida, y en innumerables ocasiones nos embrollamos en deliberaciones, exponiendo y sopesando argumentos que nos llevan a callejones sin salida.

Los tecnócratas tampoco están libres de esta falla. Cuando se realizaban las discusiones de carácter técnico, notaba la estrechez de miras de los técnicos, quienes presumían que los problemas solo tienen una solución. En todas las ocasiones yo trataba de alejar los puntos de vista enceguecedores que impedían arribar a conclusiones. Para ahorrar tiempo, después de haber comprobado este hecho, les pedía a mis asesores que la primera etapa de la discusión la tuviesen entre ellos para que esta instancia actuara como filtro y evitase que se sucediesen reuniones que por su contenido y duración me resultaban insufribles.

Estando al frente de mis responsabilidades, manejé mis obligaciones orientando e inspirando mis esfuerzos según el paradigma diseñador de una sociedad moderna. Construir la modernidad es el gran desafío que tenemos por delante. Este camino no puede ser allanado por el populismo ni por el voluntarismo. Retomar el camino de la realidad permitirá impulsar procesos de modernización.

El mandato del momento impone ubicar, en las instancias estratégicas del sector público, a personas aptas para avizorar y anticipar el amanecer del mundo moderno, e impacientes por apresurar su mediodía.

Comprendí que la Itaipú y el sector energético son piezas irremplazables en la arquitectura del proyecto de la modernidad. En el edificio a ser construido, la binacional y lo que a partir de ella se puede hacer son herramientas con musculatura propia para destruir obstáculos y cimentar la base sólida de un sector que, a través de la explotación racional de nuestros recursos naturales, haga posible dar un salto cualitativo.

Sentí el peso de la envergadura de mi compromiso y sus consecuencias, lo que me obligó a captar inmediatamente la grandeza del emprendimiento. Vislumbré lo que se convertiría en una nueva contingencia de mi vida. Decidí andar con los pies en la tierra y extremar las capacidades de todos mis sentidos. Conjeturé que, si actuaba como un juguete de mis ambiciones, iba a conducir la nave a un continente desconocido.

Desenterré la energía vital que debemos extraer los convocados a gobernar, y no dejé vacilar mi voluntad como aquellas almas débiles, con espíritu fuerte, más dadas a la fantasía que a la acción. No me refugié en lo bello. Desde un inicio tomé decisiones necesarias, porque las circunstancias lo exigían, que fueron dolorosas para mí y para los afectados, pero había que poner orden. Gobernar es decidir, en muchas ocasiones, para no agradar: los hombres de Estado no pueden dejarse acaramelar por lo superficial, lo complaciente y lo cómplice. El aprendizaje del buen gobernante incluye el no ser débil cuando es preciso ser fuerte.

De esta manera hice frente a mis actividades en la entidad. Muchas medidas fueron implementadas pensando en el mañana y administradas a sabiendas de que hay un día después. En esta visión, el futuro socorrió al presente.

No soy un prestidigitador. Por eso, nunca quise engañar. Fui objeto de muchos ataques de los perjudicados por mi nuevo estilo de administración. Las agresiones nunca soliviantaron mi voluntad ni movieron mi ánimo. Tampoco me indujeron a adoptar actitudes timoratas que buscaban conciliar aquello que por naturaleza es irreconciliable. Dirigí mis esfuerzos e intenciones hacia determinados objetivos. Hoy, mirando atrás y al ver el retroceso desde lo alcanzado, pienso que el trabajo al final resultó en vano.

Asumir un protagonismo en el proceso histórico nos predispone a pagar el precio por dar un sentido a la historia. Esta carece de él, porque ella es búsqueda de sentido. Es el costo de no ser convidados de piedra o cómplices de una realidad insultante. Nuestra estadía al frente de la Binacional no podía pasar desapercibida. El imperativo del momento imponía llevar adelante una obra que suscitaría animosidades en una situación inhóspita. ¡Hay que estar preparados para no sucumbir en el intento! Forma parte del contrato de adhesión pasar bajo el yugo cuando se fracasa en el ejercicio de la política cimentada en un proyecto racional que prescribe causa y meta al movimiento humano. En algunas ocasiones es preferible el suicidio político a la muerte.

 

V

LA DISPUTA POR ITAIPÚ. ENCUENTROS,

DESENCUENTROS Y PROPUESTAS UN POCO DE HISTORIA

 

Mi posición respecto a las negociaciones entre paraguayos y brasileños relacionadas con Itaipú es crítica hacia ambos bandos. Los enfoques de las partes dificultaban encarar un diálogo concluyente y conducente a una solución superior, pues .estaban constituidos por prejuicios que impedían crear los escenarios adecuados para que los actores pudieran dialogar con capacidad de interlocución. Estas negociaciones podrían ser calificadas de soliloquios en los que cada parte reflexionaba en voz alta y creía estar a solas, con el resultado de hablar y no escuchar, debido a que no encontraba en el otro un interlocutor válido. Esta carencia de alcance en el abordaje del tema de Itaipú, capítulo central en las relaciones paraguayo-brasileñas, supuso una pérdida de tiempo en el proceso de búsqueda de una definición satisfactoria en su plazo, forma y contenido para beneficio de los dos países y del continente.

La renegociación de Itaipú hace a la sustancia de la relación paraguayo-brasileña, en la cual la diversidad de los temas implicados obliga a que algunos de sus componentes demanden decisiones que no se hagan esperar. Lo espinoso del tema de Itaipú se debe a una agenda que entrelaza sentimientos con visiones encontradas. Además, la diversidad temática inhibe la flexibilidad de los actores, razón por la cual en este proceso de negociación las decisiones tempranas cumplen una función crucial. Postergarlas supone un costo de oportunidad que aleja del panorama la solución y el entendimiento.

Escuchar la voz de la realidad, a la cual muchos gobernantes hacen oídos sordos, nos facilitará describir lo acontecido reconociendo la interdependencia que se genera cuando los factores estructurales interactúan con el comportamiento de los actores. Hacer planteamientos o reivindicaciones desde la realidad se enmarca en lo que es una política de Estado. Llevar adelante unas negociaciones manipulando las expectativas de la contraparte es un pretexto para no hablar claro, prolonga el statu quo y estorba la conciliación de los intereses.

La posición paraguaya se caracterizó en muchos casos por negar la realidad, y la brasileña por descalificar las expectativas paraguayas. Ambas se asemejaron en cuanto soslayaban la efectividad de los factores que incidían en el proceso. El abordaje de los temas, al no tener como condición la realidad y girar en torno a expectativas y negativas, supuso por mucho tiempo un círculo en el que se repetían los mismos argumentos y acusaciones sin encontrar un punto de inflexión que supusiera la ruptura de esta discusión bizantina.

A cualquiera le impacienta y enfada participar en disputas más proclives a las peroratas que al diálogo, en especial cuando éstas se originan en argumentos artificiosos que no reconocen las exigencias impuestas por la realidad mudable. Los encuentros se constituían en un teatro de maniobras y choques de intensidades que cerraban el camino al entendimiento. Coincidían en ellos el combate al pragmatismo, el ocultamiento de la realidad y la inicua tendencia a la consecución de fines fútiles. Esta situación me remitía a aquella en la que abocarse con entusiasmo pero sin racionalidad produce un esfuerzo estéril y la frustración del anhelo cuando se topa con la realidad. Con resignación, Gabriel García Márquez, en su novela El Coronel no tiene quien le escriba, hace decir al protagonista: «No importa. El que espera lo mucho espera lo poco».

Por estas razones, es fundamental entender el contexto internacional en el que fue firmado el tratado, y comprender la lógica de la globalización, debido a la cual las nuevas circunstancias que provoca exigen la reinterpretación de lo acordado en la década del setenta.

No se trata de oponer el pasado y el presente, porque si de esa confrontación sale victorioso el pasado todo permanece inmutable. No vale la pena correr el riesgo de quedar prisioneros del ayer y dejar de construir el porvenir. La idea consiste en comparar el pasado y el presente para distinguir la emergencia de hechos, circunstancias, actores y posibilidades nuevas, que exigen la actualización y la implementación de medidas jurídicas y políticas que nos permitan un uso más provechoso de nuestros recursos hidrológicos. El compromiso es con el futuro, y la finalidad es elaborar y realizar una agenda positiva que sirva de base a la integración energética regional.

Durante el desarrollo de esta obra, vamos a dedicar atención al papel desempeñado por presidentes, ministros y colaboradores. Admitimos que la evolución de la relación entre las naciones también depende de los puntos de vista personales, de los caracteres y de las habilidades o errores de aquellos que tienen responsabilidades dentro del Estado. El estadista está sobrepasado por la presión del tiempo. El analista, cuando se equivoca, escribe un nuevo tratado. El error del hombre de Estado es irreparable.

Asimismo, reconocemos que no se puede prescindir, para comprender las relaciones entre los estados, de los movimientos profundos de la vida económica y social. No podemos cerrar los ojos a la realidad y desconocer el origen económico que tienen muchos conflictos internacionales. En el caso de Itaipú, negar el componente económico y la nueva valoración que reciben las energías renovables demostraría una visión sesgada de la realidad, tan llena de parcialidad como la visión que atribuye a los actores una función marginal y secundaria en las relaciones internacionales.

 

LA POSICIÓN BRASILEÑA

 

Desde el inicio del proceso de renegociación, Brasil sostuvo un criterio unívoco con relación a la Itaipú Binacional y a la revisión del tratado de 1973. En todo momento los representantes del gobierno brasileño mantuvieron la tesis de la intangibilidad del tratado. Esta posición se fundaba en el principio romano «pacta sunt  servanda», según el cual lo pactado debe ser cumplido. Desde esta perspectiva, el tratado constituye para los brasileños un andamiaje jurídico rígido, y algunos miembros del gobierno lo presentan como un cuerpo jurídico pétreo. Es decir que, por más que varíen sustancialmente las circunstancias originales, las disposiciones en él contenidas se mantienen invariables.

Este punto de vista es útil para justificar una posición política: la de no querer abrir la discusión sobre la necesidad de actualizar lo firmado en 1973. Ahora bien, sostener desde el razonamiento jurídico esta posición contradice los cambios y agregados a los que fue sometido el tratado a través de sucesivas notas reversales.

El tratado de 1973 es un cuerpo jurídico compuesto por un articulado principal integrado por veinticinco artículos y tres anexos. El «Anexo A» trata del estatuto de la Itaipú, el «Anexo B» describe las instalaciones destinadas a la producción de energía eléctrica y las obras auxiliares, y el «Anexo C» establece las bases financieras y de prestación de los servicios de electricidad de la Itaipú. El tratado y los anexos fueron firmados por las altas partes en un mismo acto. Conforman, además, el marco jurídico de la institución treinta y tres notas reversales y dos más que no fueron sometidas a la aprobación parlamentaria.

Este conjunto de normas configura una institución sui generis cuya organización y comportamiento, según nuestro entendimiento, no están sujetos al derecho internacional público ni a los respectivos derechos nacionales. Afirmar que el tratado no ha sufrido actualizaciones ni ha sido complementado por medio de las notas reversales supone desconocer o negar la validez y la vigencia jurídica de estas últimas. Ellas constituyen acuerdos que se viabilizan por el intercambio de notas diplomáticas entre ambos gobiernos, notas sometidas a la aprobación parlamentaria para poder pasar a integrar y a modificar el conjunto de normas que conforman el derecho positivo de la Itaipú Binacional.

Las notas reversales son concertaciones de las altas partes que pasan a integrar el tratado mismo. Nuestra tesis pretende ilustrar sobre circunstancias que consideramos obvias. La utilización de las reversales demuestra que el tratado puede someterse a cambios, y que, de hecho, así ha ocurrido. De esta manera, situaciones no previstas en el texto originario encontraron su reglamentación en las notas. Éstas, al reglamentar las consecuencias que emergen de la aplicación del tratado, y al requerir todo un proceso diplomático y parlamentario para obtener eficacia, demuestran que poseen la capacidad prescriptiva y constitutiva de cualquier norma jurídica.

A modo de ejemplo podemos citar dos notas reversales que, si bien no tuvieron aprobación parlamentaria, han modificado elementos constitutivos y prescriptivos de la conducta de la Itaipú. Según la Nota Reversal de marzo del 2005, la Itaipú reconoce, entre sus obligaciones, su responsabilidad social; vale decir que, a través de este medio, se le atribuyó una misión social a la empresa, lo que, en la realidad, implica la superación de la óptica que considera a la Itaipú Binacional una represa hidroeléctrica con el objetivo exclusivo de producir energía.

El artículo I del tratado establece desde una ortodoxia excluyente de otros objetivos que la Itaipú Binacional se realiza para «el aprovechamiento hidroeléctrico de los recursos hidráulicos del Río Paraná, perteneciente en condominio a los dos países, desde e inclusive el Salto del Guairá o Salto Grande de Sete Quedas hasta la boca del Río Iguazú». En su inicio se le atribuye a la hidroeléctrica una sola finalidad, la generación de electricidad de naturaleza hidráulica. De la lectura del texto del artículo I se deduce que en su comienzo la empresa no tenía objetivos que compitieran entre sí, o que se complementasen. La finalidad era única: transformar las aguas del Paraná en energía eléctrica.

Atribuir una misión social a la Binacional por medio de una nota reversal implica, en lo jurídico y en lo práctico, un cambio de la versión originaria del tratado. Con esta norma la Itaipú adhirió al nuevo concepto empresarial de la responsabilidad social, lo que demuestra que el tratado no es ni pétreo ni intangible. Por último, incorporar el concepto de la responsabilidad social como misión estratégica tuvo incidencia presupuestaria, y, si bien ni en el tratado ni en el «Anexo C», en el tópico «Costo del servicio de electricidad», se prevé un gasto asignado para la responsabilidad social, éste ha sido incluido en los gastos de explotación. Además, no podemos desconocer que el costo del gasto social se incorpora el precio de la tarifa de Itaipú, que termina pagando el consumidor final.

Lo mismo sucedió con la Nota Reversal de diciembre del 2005, que dispuso la actualización de las bases financieras del «Anexo C». A través de ella se modificó el factor multiplicador, es decir, el monto para la compensación a una de las altas partes contratantes por cada gigawatt-hora cedido a la otra. En este caso, el factor multiplicador pasó de 4,8 a 5,1 a partir del 1° de enero de 2006.

En ninguna de las notas reversales referidas se demandó la aprobación parlamentaria, que sin embargo está contemplada en el ordenamiento jurídico de la Itaipú Binacional. Si se reconoce que las notas afectan la funcionalidad y la organización de la represa, entonces es sencillo concluir que lo pactado se cumple, pero que, no obstante, hay circunstancias y mecanismos que exigen y justifican los cambios y actualizaciones que demandan las nuevas circunstancias, la racionalidad administrativa y el mandato de lo político. Obviamente, la disputa jurídica que gira en torno al principio «pacta sunt senvanda», en el contexto de la renegociación de Itaipú, responde más a la razón política que a la lógica jurídica.

Recuerdo que en el primer encuentro presidencial, realizado en Brasilia en e12008, el entonces presidente Lula señaló en reiteradas ocasiones que la modificación del tratado no podía formar parte de la agenda de las negociaciones. En aquella ocasión, el titular del Ejecutivo brasileño manifestó su incapacidad para conseguir la aprobación parlamentaria de cualquier alteración del mismo. Así, Da Silva evidenció la voluntad política que precede a la aplicación de cualquier norma y en especial si afecta a un tratado internacional. Desde aquel momento, el gobierno brasileño explicitó la posición de su país, que traslucía la voluntad de la contraparte de mantener cualquier solución relativa a las reivindicaciones paraguayas dentro del marco jurídico existente.

En aquella ocasión el presidente Lula dejó sentada una posición jurídico-política que encubría la verdadera intención brasileña. Brasil expresaba a través de esta posición que no iba a sentarse ni siquiera a dialogar sobre la posibilidad de que la energía de Itaipú pudiera ser vendida a terceros países. Deduzco esto porque es evidente que el tratado ha sido objeto de mutaciones. En ninguna de sus disposiciones se prohibe la venta a terceros y ningún artículo de sus anexos atribuye tampoco perpetuidad a su contenido. Puede ser modificado en cualquier momento si hay una decisión política y las altas partes logran un acuerdo. Plantear la intangibilidad de cualquier tratado es contra natura, porque contradice la lógica jurídica y las necesidades políticas que, por ejemplo, pueden surgir en un proceso de integración energética.

Esta posición de Brasil obedece a tres razones que los paraguayos tenemos que comprender. La primera es la imposibilidad de sustituir la energía de Itaipú en su matriz energética. La segunda, que sería inocente esperar que Brasil asumiera todos los compromisos financieros para la construcción de la Binacional y que luego permitiera la venta de la producción a terceros mercados. Y la tercera, que está demostrado que la industria brasileña tiene apetito energético, y la proyección hacia el futuro demuestra que la demanda energética brasileña seguirá creciendo.

Pretendemos explicar estas circunstancias sin querer justificar la posición de nadie. Es imprescindible que en un proceso de negociación nos esforcemos en intuir la intención opuesta del otro, porque esto, más que un ejercicio intelectual, constituye una imposición de la realidad. De esta manera podemos establecer hipótesis para demarcar el área en la que está inserta el accionar del contrario y presumir el resultado que espera las negociaciones.

En aquel instante comprendí que insistir en la renegociación del tratado en los términos que preocupaban a Brasil nos impedía acercarnos a los puntos de convergencia. Debido a ello, con un grupo de asesores nos empeñamos en compatibilizar las reivindicaciones paraguayas con el texto del tratado. Entonces empecé a expresar un punto de vista que no coincidía con el que sostenían los integrantes paraguayos del grupo del «fundamentalismo energético».

Sosteníamos que no existían impedimentos para que nuestro país pudiese vender en el mercado brasileño, a través de la ANDE o de agentes comercializadores, sus excedentes de energía eléctrica provenientes de recursos propios o de la porción que tiene derecho a adquirir de Itaipú.

Esta aspiración se sustenta en una política de integración energética entre Brasil y Paraguay con la que se lograría la solución a dos de las principales reivindicaciones de Paraguay en las negociaciones en curso: la libre disponibilidad y el justo precio por la energía que le corresponde, ya que representa la posibilidad de mejorar sus ingresos comercializándola directamente en el mercado brasileño. Con la comercialización, la central de Itaipú estaría integrada plenamente a la operación óptima de los sistemas interconectados, teniendo en cuenta la seguridad energética de ambos países y cumpliendo criterios que satisfagan la integridad patrimonial de la Binacional y la preservación del medio ambiente.

El objetivo de este planteamiento es habilitar a Paraguay para que obtenga mayores beneficios económicos de sus recursos hidráulicos, dentro de una política de real y efectiva integración energética regional, con el manejo de criterios comerciales entre las empresas del sector de ambos países.

La comercialización de esos excedentes en el mercado eléctrico mayorista de Brasil (libre y regulado) nos permitiría obtener importantes ingresos. Nosotros fundábamos nuestra posición en la interpretación de los artículos XIII y XIV, así como de varios numerales que tratan sobre el particular en el «Anexo C». Afirmábamos que estos artículos servían de respaldo para que la ANDE ejerciera su derecho a comercializar la energía paraguaya de Itaipú en el mercado eléctrico brasileño mayorista en forma gradual y progresiva. Para la realización de esta operación debían establecerse bases, reglamentaciones y procedimientos por parte de los órganos de administración de la Itaipú y de las autoridades reguladoras de ambos países.

Esto nos permitiría, respetando el texto del tratado, recuperar nuestra soberanía energética, y estaríamos vendiendo nuestro excedente al mercado más seguro de la región. Por otra parte, la recuperación de nuestra soberanía energética no significaría desde ningún punto de vista dejar de reclamar la actualización de las regalías correspondientes a la compensación por cesión de energía, Royalties y resarcimientos. Nuestro planteamiento contemplaba dos ejes centrales en las reparaciones que exigíamos: el ejercicio de la soberanía sobre nuestros recursos naturales y la actualización del factor de ajuste conforme está previsto en la Nota Reversal Número 1 del 11 de febrero de 1974.

 

ITAIPÚ, SINÓNIMO DE PROGRESO

 

Otro punto de vista que expresaban los brasileños consistía en la valoración histórica positiva que hacían de la Itaipú Binacional. Para ellos, la hidroeléctrica era una obra de progreso que lograría resolver problemas limítrofes con el concurso de ambos países.

En todas las ocasiones en las que me correspondió dialogar y debatir noté el orgullo brasileño por haber puesto en marcha y concluido el proyecto hidroenergético más grande del mundo. Hago notar esto porque la hidroeléctrica fue planeada, ejecutada y terminada por gobiernos militares de derecha, y es significativo que un gobierno de izquierda de continuidad a las consecuencias jurídicas, económicas y ambientales de una obra realizada por gobiernos autoritarios.

Por el contrario, los voceros del gobierno paraguayo vinculados al «fundamentalismo energético» desconocían el valor histórico y la trascendencia económica de la Itaipú Binacional tanto para Paraguay como para Brasil. Este grupo, que gesticulaba aparentando inclinaciones radicales y basaba sus discursos en dogmatismos, daba a entender que la Itaipú era una obra construida por Brasil para sustraer nuestros recursos naturales y los beneficios que acarrea el aprovechamiento de éstos.

La verborragia en el discurso nunca se acompaña de una actitud coherente. Por ende, cualquier observador podía reconocer en sus contradicciones la falta de argumentos racionales y de seriedad.

La retórica descalificadora y agresiva dilatar el proceso conducente a la búsqueda de una solución que estableciera un sistema de reparación de las inequidades existentes en la aplicación del tratado. Evaluar la construcción y el funcionamiento de Itaipú de manera negativa significaba juzgar lo realizado desde una visión retrospectiva que pretendía cambiar lo que por naturaleza es inmodificable, o sea, el pasado. Adentrarse en éste desde el presente siempre encierra inconvenientes, pero la oferta de futuro es una promesa de hechos cargados de esperanza.

La verbosidad excesiva e inconsistente, la incoherencia entre el discurso y la actitud y la irracionalidad argumentativa facilitaron la creación de un ambiente de antagonismos y no de negociación, hasta tal punto que se alcanzó un nivel de palabrerío y beligerancia inaceptable entre dos estados que invocan como sustento de sus relaciones los principios de la buena vecindad, la reciprocidad y la igualdad jurídica. En algunos encuentros se profirieron insultos incompatibles con el ejercicio de la diplomacia, el manejo de las relaciones interestatales y la racionalidad que deben estar presentes en toda negociación basada en el diálogo.

La ausencia de sentido común llevó a que algunos voceros del «fundamentalismo energético» manifestasen que Paraguay iba a denunciar el Tratado de Itaipú ante organismos jurisdiccionales internacionales, por considerarlo leonino e injusto. Olvidaban que, si nuestro país emprendiera esta acción, la Itaipú de igual manera seguiría funcionando, puesto que no puede parar sus actividades si uno de sus miembros se niega a seguir reconociendo la legalidad y la legitimidad del tratado. Esto daría lugar a una situación paradójica. Se pretendería anular los efectos del acuerdo y simultáneamente la empresa seguiría funcionando con normalidad, produciendo energía y distribuyendo royalties, regalías y resarcimientos.

La denuncia de un tratado es la manifestación unilateral de la decisión asumida por un Estado de desvincularse de un tratado internacional, lo que significa que el denunciante queda, a partir de ese momento, fuera del alcance de las consecuencias que implican derechos y obligaciones.

Esta actuación de algunos miembros del gobierno logró que diferentes grupos corporativos brasileños rechazaran al unísono la posibilidad de iniciar las negociaciones referidas a los reclamos paraguayos.

Documentos oficiales del gobierno calificaron estos excesos en términos que no abrían en un primer momento posibilidades a ningún tipo de entendimiento. Se manifestó: «el nuevo gobierno de Paraguay presenta una agenda irrealista, que no se sustenta con argumentos técnicos, solo políticos. La discusión se la debe pautar en premisas verdaderas».

La cercanía de estos grupos al presidente Fernando Lugo sirvió de justificación para que se conformasen dos enfoques diferentes en el gobierno paraguayo en cuanto a Itaipú. El del «fundamentalismo energético», que calificaba a la obra de «faraónica» y de «monumento a la corrupción», y el del «pragmatismo energético», que comprendía la envergadura técnica, la importancia económica y la trascendencia política de la Binacional como ejemplo de cooperación e integración. El primer grupo lo conformaban los así llamados «compañeros de causa» del presidente Lugo, y el segundo lo lideraba yo, en mi condición de director general paraguayo (DGP), acompañado de técnicos y funcionarios de alta calificación técnica y moral.

Ni bien me incorporé al staff de la Itaipú e inicié mis primeros contactos con el director general brasileño (DGB) Jorge Samek, comprendí la necesidad de revivir la memoria histórica de la entidad y, para ello, de convocar a empleados experimentados del sistema energético.

Desde un principio presumí que a la contraparte le faltaba memoria histórica, y noté enseguida que los negocios de Itaipú, si bien eran oteados por Itamaraty, desde 1985 pasaron a ser administrados por ciudadanos brasileños con actividad y compromiso político en el Estado de Paraná. Esta situación anteponía la visión local a la dimensión internacional de Brasil. Esta práctica la inauguró el presidente José Sarney al nombrar como sucesor de Costa Cavalcanti a Ney Braga, que era un veterano político a nivel nacional y estadual que llegó a ser gobernador del Estado de Paraná.

Una de las primeras medidas que adopté fue la de reclutar a este grupo de colaboradores con quienes permanentemente nos reuníamos a trabajar en laboratorio para planificar y elaborar las acciones y los documentos que, en forma de non-papers, durante todo el proceso de negociación fui presentando a Brasil y que nunca fueron desmentidos ni contradichos. En ninguna ocasión los técnicos brasileños refutaron por escrito los argumentos esgrimidos en defensa de nuestras posiciones. No creo que esto respondiera a una táctica diplomática, sino más bien a la carencia de fundamentos idóneos para objetar o descalificar nuestros planteamientos.

Todas las conversaciones que mantuve con las diferentes corporaciones brasileñas, entre las cuales estaban Itamaraty, ELE Tuosxas, la dirigencia política y miembros del Parlamento y del empresariado, fueron siempre acompañadas de documentos que respaldaban en forma rigurosa y racional nuestra posición. Asimismo, en los encuentros públicos que se llevaron a cabo en Brasil, Argentina, Uruguay y España siempre estuve acompañado por integrantes de mi grupo asesor.

La cercanía y colaboración de este equipo técnico de profesionales era imprescindible debido a mi formación académica. Provengo del mundo de las ciencias sociales y de las humanidades, y nunca tuve dominio de temas de ingeniería ni de ciencias naturales. Habría sido un gran irresponsable si no me hubiese dejado asesorar. Comprendí que el éxito de una buena gestión pública está directamente relacionado con el trabajo de equipo que uno tiene que formar para gobernar con sabiduría y creatividad. Este trabajo exige un liderazgo que incluya tres elementos: tener presentes los límites del conocimiento que el líder posee, administrar los talentos que tienen los integrantes para que actúen de manera complementaria y no competitiva, y saber escuchar, para que, con argumentos consistentes y racionales, se pueda establecer una visión que divorcie la realidad de la apariencia.

La creación de un grupo de trabajo con funcionarios permanentes de Itaipú, que se caracterizan por ser técnicos de alta calificación mundial, supuso la disconformidad y provocó la celotipia de los miembros del sector del «fundamentalismo energético». Nuestro grupo, en todo momento, entendió que el principio de la realidad se contrapone al de la esperanza, que la política internacional continúa dominada por el conflicto entre las razones de la fuerza y las razones del derecho, que en un proceso de negociación el diagnóstico antecede a la prescripción y que las relaciones interestatales no son homologables a las relaciones humanas.

El «fundamentalismo energético» presumía de poseer virtudes que, como tales, son más perjudiciales que los vicios. Este grupo basaba su dogmatismo en «el saber imaginario de la sabiduría absoluta», lo que condujo a que planteasen propuestas que no se compadecían con la realidad y desnudaban la inconsistencia de un discurso que para lo único que servía era para contaminar el ambiente de negociación.

El punto de vista de este grupo le impedía entender que la realidad existe fuera de la mente y que si no se la lee de forma apropiada se alía con la apariencia.

Enfoques tan cerrados no permitían comprender que la percepción es lo más subjetivo que hay y que solo el ejercicio de la reflexión depura la concepción de la realidad de componentes deformantes y permite distinguir la dimensión fáctica de la aparente. La historia está llena de doctrinarios de estirpe dogmática que idolatran sus teorías hasta el extremo de olvidar que el objetivo debe ser la aplicación práctica.

En una negociación tan compleja y controvertida como la de Itaipú, los representantes nacionales teníamos que tener presente que la realidad y la apariencia se implican recíprocamente y que, por lo tanto, para descifrar y diferenciar una de otra es necesario tener una visión de los problemas que no se funde en ficciones que vayan mutando como resultado del insalvable dualismo que se genera entre la realidad de las acciones y la inconsistencia de los discursos.

El comportamiento del grupo del fundamentalismo energético demostró la incongruencia de aquellos que, una vez ascendidos a un lugar de responsabilidad, convierten la política de los valores absolutos en la del hiperrealismo de los medios. Esto fue evidenciado cuando asumieron la conducción de la Itaipú Binacional en enero de 2010. Desde entonces, las reivindicaciones paraguayas, la política de transparencia, la racionalidad administrativa y todo lo relativo a impulsar un proceso de integración energética ha quedado en la nada.

Volviendo a los argumentos brasileños relativos a Itaipú, estos enfatizaban que la Binacional no podría haber sido construida solamente por Paraguay. Los brasileños recalcaron en varias ocasiones que para ellos era factible montar aguas arriba una represa de envergadura, y que para ello contaban con el proyecto técnico de Octavio Marcondes Ferraz.

Brasil mantuvo la posición de que la única alternativa válida para que Paraguay pudiera expandir su generación de energía era a través de hidroeléctricas binacionales en asociación con sus dos mayores vecinos. Siguiendo este razonamiento, los brasileños argumentaron que la construcción de Itaipú se reveló extremadamente ventajosa para Paraguay, puesto que el sistema eléctrico paraguayo es abastecido desde dicha central hidroeléctrica en más de un 70%.

En 2008, luego de treinta y cinco años, la Binacional superó el récord de generación de energía. En diciembre de dicho año la generación logró la marca más importante en veintitrés años de operación de la usina: 94.684.781 MWH. Desde 1985 hasta 2008 la Itaipú transfirió para sus socios cerca de 8,8 mil millones de dólares, de los cuales 4,8 mil millones se transfirieron a Paraguay. La preocupación desde el inicio de la operación comercial de la represa fue siempre el pago de esos beneficios, inclusive antes de cancelar completamente el pasivo financiero asumido para la instalación de la empresa.

En el presupuesto dolarizado de la Itaipú se contempla anualmente el pago a las altas partes, a ANDE y a ELETROBAS de los royalties, regalías y resarcimientos en concepto de pago por la compra de energía, el monto necesario para resarcir a ANDE y a ELETROBAS, en partes iguales, por las cargas de administración y supervisión, y el monto necesario para la compensación a una de las altas partes contratantes por cada gigawatt-hora cedida a la otra parte contratante. Estos ítems integran el presupuesto de Itaipú y están reglamentados en el «Anexo C» bajo el título «Costo del servicio de electricidad», lo que significa que forman parte de la tarifa de Itaipú, o sea, del costo por la producción de energía, que finalmente es pagado por el consumidor.

Los brasileños insistían en que la Itaipú colocaba a Paraguay en una situación de privilegio que cualquier nación del mundo quisiera gozar. Esto, debido a su capacidad de generar energía diez veces superior a la demanda del mercado interno. Nuestra contraparte enfatizaba que, si Paraguay no hubiera construido la hidroeléctrica en forma Binacional, estaría atravesando las dificultades de no contar con suficientes fuentes de generación de energía, y, al mismo tiempo, enfrentando los altos costos de la importación de derivados de energía fósil.

Argumentos de diversa naturaleza referían que el patrimonio de la Itaipú está evaluado en cerca de 60 mil millones de dólares, de los cuales la mitad pertenece a nuestro país, y que, para un emprendimiento de esta envergadura, Paraguay no calificaba ni califica como deudor a los efectos de acceder a las fuentes de financiamiento (que implicaran estas cifras) para la construcción de un emprendimiento hidroeléctrico. Desde esta misma línea argumental) se sostiene que ni Paraguay ni Brasil tendrían jamás el know-how que se adquiere a partir de estos grandes aprovechamientos hidrológicos.

Brasil, sin reconocer que negociaba desde una situación de predominio, aseguraba que, además de su parte en los recursos naturales compartidos, adicionalmente habría que agregar como parte de la contribución brasileña el aporte del capital y la garantía de mercado.

 

LA SOBERANÍA ENERGÉTICA

 

En lo relativo a la reivindicación del derecho a la libre disponibilidad de la energía generada, la respuesta negativa se respaldaba en que el tratado no autoriza esta operación, que tropieza con obstáculos logísticos y económicos. Con estos argumentos se defendía la compra forzada a través de la cual lo que no consume Paraguay debe cederlo a Brasil, y viceversa. Esta posición explicaba el éxito de Itaipú como un emprendimiento generador de energía debido a la fórmula que estableció el «mercado cautivo», ya que esto habría sido lo que convenció a los acreedores e hizo posibles los préstamos para la construcción.

Reiterando la conveniencia y las ventajas de esta situación, los brasileños conjeturan que Itaipú solo existe porque Brasil aprobó una ley que obligaba a las distribuidoras de las regiones del Sur y del Sudeste a comprar toda su energía (Ley número 5.899/73, la «ley del GCOI», «Grupo coordinador de la operación interconectada»).

La existencia del «mercado cautivo» garantizaba que toda la energía producida por Itaipú tuviera su compra asegurada por parte de Brasil, lo que fue así inclusive durante el período en el cual la capacidad de generación del país superaba sus necesidades de energía (1984-1996). El mecanismo del «mercado cautivo» aseguraba a la Itaipú el ingreso necesario para poder cumplir en el plazo y la forma debidos con todos sus compromisos financieros.

Otro argumento empleado para oponerse al reclamo paraguayo estaba vinculado a la eliminación del «factor de ajuste» (inflación americana) que incidía sobre el pasivo financiero y, consecuentemente, sobre el precio de la energía vendida. Esta es la fórmula diseñada para mantener constante el valor real de la cantidad de dólares de los Estados Unidos de América.

Según las autoridades energéticas, con la eliminación del factor de ajuste para la ANDE, la venta de la energía de ésta estaba exonerada del sobrecosto que significaba incluir en la tarifa este elemento. Por el contrario, ELETROBRAS seguía pagando el factor de ajuste, lo que la obligaba a incluir este costo en su tarifa. Por ende, cuando la ANDE vendiera su energía, lo haría sin incorporar este costo a su tarifa, lo que quiere decir que vendería su energía a mejor precio que ELETROBRAS.

ELETROBRAS adquiere aproximadamente el 92 % de la energía de Itaipú, y asume proporcionalmente la misma responsabilidad con relación a la deuda de la empresa. Bajo esta circunstancia, el factor de ajuste se diluye. Si vendiera solamente la mitad de la energía producida por la Itaipú, el impacto de la inflación americana sobre el precio de la energía brasileña de Itaipú cambiaría sustancialmente, pues se diluiría en solo el 50%. Se produciría un aumento del precio de la energía distribuida por ELETROBRAS, con valores crecientes hasta el año 2023. Sin embargo, la energía vendida por la ANDE entraría en el mercado con un valor mucho más accesible.

Por otro lado, la alternativa propuesta de vender a terceros mercados el excedente de energía paraguaya carece de viabilidad. Si la venta fuera para Chile, las líneas de transmisión tendrían que transponer el obstáculo natural de la cordillera de los Andes. Si se tratara de vender a Argentina, habría que conectar Itaipú y Yacyretá, y luego, en territorio argentino, construir líneas de transmisión desde esta última hasta Buenos Aires. Inversión difícil de realizar en un momento en el que el mercado financiero global se muestra volátil e inestable.

La respuesta brasileña a la exigencia paraguaya de la soberanía energética consistió en proponer que la ANDE aumentara su propio consumo, para lo cual serían necesarias inversiones en toda clase de infraestructuras, como nuevas subestaciones o modernas líneas de transmisión. Dotar a Paraguay de la infraestructura necesaria de los servicios de electricidad favorecería la creación de un parque industrial que aumentase nuestro consumo energético. Con estos argumentos las autoridades del sector energético brasileño se oponían a que la ANDE comercializara directamente la energía paraguaya en el mercado brasileño.

En lo relativo al «precio justo», la respuesta brasileña al reclamo paraguayo se basaba en el argumento de que el precio de la energía de Itaipú es compatible con el esquema de precios practicados en el mercado brasileño. De acuerdo a las informaciones dadas a conocer por representantes de este gobierno en e12007 el costo promedio para ELETROBRAS fue de US$ 42.50/ MWH.

Brasil siempre destacó que el valor de la energía de Itaipú está dentro del promedio de precios de la electricidad producida por otras centrales hidroeléctricas. Cuando otras centrales hidroeléctricas están totalmente amortizadas, el precio que ofrecen es más ventajoso que el de Itaipú. Sin embargo, si el precio de la energía eléctrica ofrecida por otras instalaciones tiene que incorporar el costo del servicio de sus deudas (que no han terminado de ser amortizadas), su oferta es superior al promedio practicado dentro del mercado. Este argumento, así presentado, padece de inconsistencia, porque la Itaipú no vende energía, sino que con ella se contrata potencia, y el precio por potencia contratada es de US$ 22.50/ MWH.

El precio de la energía producida por la Itaipú está fijado anualmente de conformidad con lo dispuesto en el «Anexo C» del tratado. El presupuesto de la entidad es singular, porque su ejecución se somete a una lógica diferente a la de otras ejecuciones presupuestarias. La particularidad en la elaboración de este presupuesto deriva de su naturaleza atípica, ya que el monto del mismo tiene que cubrir el costo de la producción de energía y los compromisos establecidos en el citado anexo.

De acuerdo al «Anexo C», el costo del servicio de electricidad estará compuesto de las siguientes partes anuales: utilidades del capital, cargas financieras de los préstamos recibidos, amortizaciones de los préstamos recibidos, resarcimiento de las cargas de administración y supervisión, gastos de explotación, saldo de la cuenta de explotación del ejercicio anterior y monto necesario para la compensación de la energía cedida por una de las altas partes a la otra.

La lectura de los diferentes ítems que componen el costo de producción de la energía muestra que este presupuesto es anual y que contempla el concepto de utilidad. Esto quiere decir que la Itaipú no tiene ni lucro ni perjuicios, y que si, por alguna circunstancia no prevista, una de las altas partes no ejecuta su presupuesto, el saldo remanente será devuelto a la cuenta de explotación del año anterior.

Esta peculiaridad obliga a realizar una ejecución presupuestaria dentro de la anualidad correspondiente y en forma eficiente. De lo contrario, el excedente pasa a formar parte del presupuesto del próximo año. Por esto último, ninguna política presupuestaria de racionalización puede tener el propósito de lograr un ahorro. Dentro de esta lógica presupuestaria, ahorrar equivale a no ejecutar, y lo que resta debido a la no ejecución no queda en manos de ninguno de los dos países en concepto de utilidad, sino que pasa a formar parte de la cuenta de explotación del año anterior.

Esta ortodoxia presupuestaria es reforzada por el artículo VI del «Anexo C», que establece la posibilidad de examinar la modalidad económica y financiera del manejo de la Itaipú: «después de transcurrido un plazo de cincuenta años a partir de la entrada en vigor del tratado, teniendo en cuenta entre otros conceptos el grado de amortización de las deudas contraídas por la Itaipú para la construcción del aprovechamiento».

Este artículo establece que el «Anexo C» podrá ser revisado en un plazo de cincuenta años o en la hipótesis de que se haya terminado de saldar toda la deuda. Esta disposición no excluye la posibilidad de que todo el tratado pueda ser revisado en cualquier momento, siempre que las altas partes estén de acuerdo. Esta cláusula impone la condición ineludible de saldar el pasivo financiero de la entidad en un plazo no mayor de cincuenta años para la modificación del «Anexo C».

Otro argumento por medio del cual Brasil justificaba su posición de no innovar en lo referente a Itaipú tiene que ver con el mecanismo que se utiliza para que Paraguay, al término del pago de la deuda externa, sea dueño del 50% de una usina sin pasivo financiero y sin que haya necesitado desembolsar dinero alguno en todo el transcurso de la construcción y del funcionamiento de la represa. El mecanismo de cesión de energía no consumida por Paraguay a Brasil supone una operación a través de la cual nuestro país amortiza con lo producido el patrimonio de la institución.

Analizando el discurso que enfocaba las ventajas financieras, Brasil secundó su posición sobre la base de dos ejes argumentativos: el primero, que, desde que la usina empezó a generar energía comercial, las altas partes recibieron algún tipo de compensación, y el segundo, que Paraguay no asumió ningún riesgo financiero para ser copropietario de la represa hidroeléctrica de mayor generación del mundo.

En todo momento Brasil acentuó el valor agregado que significa para el aumento de la generación de energía de la Itaipú el hecho notable de que cerca de cuarenta y cinco usinas con reservorios, construidas en la cuenca del río Paraná, regularizan y hacen predecible el caudal de agua que se encauza hacia la Binacional. La operación coordinada de esas usinas ubicadas en territorio brasileño, promovida por el ONS (Operador Nacional del Sistema), representa una ganancia de aproximadamente e130% en la capacidad anual de generación de energía de Itaipú. Este beneficio se reparte igualitariamente con Paraguay. Esto permite que la ANDE pueda contratar una potencia inferior a la que necesita y se valga de la repartición ecuánime del excedente energético para cubrir sus necesidades adicionales.

Durante las negociaciones, este fue un argumento que los brasileños blandieron en todo momento so pretexto de alcanzar el sinceramiento en la contratación de potencia por parte de ANDE y de ELETROBRAS. La contraparte resaltó que el costo de este excedente energético, en comparación con lo que cuesta la potencia contratada, es diez veces menor, puesto que la estructuración de su precio es el resultado de la adición del equivalente de los royalties, regalías y resarcimientos.

Según la posición brasileña, esto explica que en el año 2007 el valor promedio de la energía adquirida por la ANDE fuera de US$ 22,5/ MWh, en tanto que para ELETROBRAS fue de US$ 38,7/ MWH. Esto quiere decir que la ANDE estiró energía de Itaipú a menor precio que el que pagó ELETROBRAS.

Con relación al reclamo paraguayo de revisión de la deuda de Itaipú, la respuesta brasileña no se hizo esperar. Este país esgrimió argumentos según los cuales se reiteraba que la responsabilidad del compromiso financiero de construir la represa estaba avalada por el tesoro brasileño.

La construcción de Itaipú, cuyo inicio data de 1975, se convirtió en la mayor inversión realizada hasta entonces en un proyecto de aprovechamiento hidroeléctrico. La obra inmovilizó, en concepto de inversiones directas, cifras del orden de 12,2 mil millones de dólares, que, sumados a los costos financieros (prorrogación de la deuda), elevan a 27 mil millones de dólares el costo total de la represa.

Los dos socios aportaron cada uno cincuenta millones de dólares para constituir el capital social de la Binacional, una cifra que representa un monto inferior al 0,5% del total invertido. Esta mínima integración de capital demuestra que la Itaipú no fue construida con capital propio sino que fue llevada a cabo apelando a recursos financieros y préstamos externos. Debido al hecho de que Paraguay no calificaba como tomador de crédito en los mercados financieros internacionales, Brasil asumió el compromiso de financiar el 100% de la construcción de la usina a través de ELETROBRAS y con garantías ofrecidas por el tesoro nacional.

Otro argumento similar se refiere a la situación vinculada al capital integrado por la ANDE (cincuenta millones de dólares), que se realizó con un préstamo del Banco Do Brasil y cuya amortización se sucedió a través de la propia remuneración del capital.

Además, los brasileños siempre recalcaron que los intereses pagados por Paraguay sobre el préstamo brasileño eran inferiores a los que tenía que pagar a la entidad financiera prestamista por ese dinero captado y vuelto a prestar al socio paraguayo.

El abultamiento del pasivo financiero de la empresa se debe a las turbulencias del mercado internacional (crisis del petróleo, deuda externa y recesión económica de los años ochenta). No hay que apartarse del antecedente histórico que señala que la Itaipú fue concebida en una época en la que coincidían la euforia de los geopolíticos brasileños y la crisis mundial del petróleo. Esto sucedía en la década del setenta, y en el siguiente decenio vino el problema del endeudamiento externo. La crisis del endeudamiento externo demostró la vulnerabilidad de las economías de la región y significó el acrecentamiento de los pasivos financieros de las economías locales.

Repasando este período desde una perspectiva histórica, hay que recordar que las transformaciones económicas llevadas a cabo en la región hicieron que los países latinoamericanos se convirtieran en elegibles para los créditos privados. Los grandes excedentes acumulados por la OPEP debían ser invertidos en algún sitio.

Se vivió una época en la que hubo más necesidad de prestar dinero que apetito crediticio. Durante el quinquenio que precedió a la crisis de pago de 1982, ingresó a la región un promedio de más de 25 mil millones de dólares por año, y en sus tres cuartas partes los préstamos fueron de origen privado. Durante este período, el crecimiento económico fue impulsado tomando créditos en el mercado financiero internacional. Las consecuencias desastrosas que esta política tuvo para la región tienen su explicación en que el mercado financiero internacional en reiteradas ocasiones se aparta de la razonabilidad económica y financiera para actuar con la lógica de un casino.

En aquel entonces, la banca internacional competía en ofertar y colocar liquidez entre los tomadores de crédito, a tasas reales de interés muy bajas e incluso negativas, con gran flexibilidad en lo relativo a la aplicación de esos recursos en comparación con la condicionalidad a la que estaban sujetos los préstamos oficiales para el desarrollo en el pasado. La ingeniería financiera que permitió que los pasivos de la región alcanzasen tasas de interés altísimas contenía una trampa que fue puesta en funcionamiento. La coyuntura consistía en que los créditos contratados se regían por un sistema de tasas de interés flexible. Cuando éstas se elevaron bruscamente como consecuencia del déficit fiscal de Estados Unidos, se estancó el comercio internacional, se deterioraron los precios de intercambio y se interrumpió el ingreso de capitales debido a que la banca privada no quiso enfrentar el aumento de los riesgos. La interrupción del flujo de capitales hacia nuestros países hizo entrar a muchos de ellos en dificultades casi insuperables para hacer frente al pago de la deuda.

El proceso de endeudamiento externo y la crisis acentuaron el entrelazamiento entre las economías de los países acreedores y las de los deudores. Esto quiere decir que la coyuntura favoreció la mayor integración de nuestras economías al mundo global en ciernes. Esta crisis tuvo un fuerte impacto sobre el endeudamiento de Itaipú. Las tasas de interés durante la fase constructiva se hicieron más costosas y elevaron los precios de la carga financiera del proyecto. El equilibrio económico financiero solo se alcanzó al final de la década de los noventa, después de la renegociación de la deuda.

Brasil accedió al reclamo paraguayo de auditar el historial del endeudamiento externo de Itaipú el 22 de setiembre de 2009, cuando con el ingeniero Samek recibimos al contralor paraguayo Octavio Airaldi, quien, acompañado de una delegación, ingresó por primera vez en la margen izquierda (instalación de la usina sita en territorio brasileño) para auscultar y verificar en el archivo que contiene los documentos originales la legalidad de toda la deuda de la Binacional. En aquel tiempo, la deuda ascendía aproximadamente a 19 mil millones de dólares, y está previsto que se termine de pagar en los primeros meses del año 2023.

Creo que paraguayos y brasileños debemos esmerarnos en priorizar el pago de toda la deuda lo antes posible. De hecho, bajo nuestra administración anticipamos parte del pago. Por todos los medios se debe imponer una ortodoxia financiera que nos permita cancelar el pasivo de la entidad para el año 2023 0, si es posible, un poco antes. Por ello, no se debe incrementar el pasivo financiero con la construcción de obras millonarias de infraestructura, que, además

 

EL FIN DEL BLINDAJE JURÍDICO

 

El reclamo de control y transparencia fue desde un principio apoyado y exigido por una gran mayoría de la sociedad paraguaya. Si bien es cierto, que la aprobación parlamentaria del tratado de Itaipú fue presidida por un debate legislativo y social del cual se hizo eco la prensa, no es menos cierto que el método y el proceder inspirados en el secretismo diplomático estuvieron presentes durante todo el estadio previo de negociación. Asimismo, mientras se construía la obra y luego de terminada, siguió manteniéndose una administración reservada hasta el 1º  de agosto de 2008.

Debemos refrescar la memoria reconstruyendo el escenario en el que se negoció la construcción de la usina. En ese entonces la geopolítica imponía su lógica de hierro sobre la diplomacia y la política. Imperaban criterios que estrechaban el margen de maniobra de ambas actividades, además de desdeñar la incidencia que, en democracia, tiene la opinión pública en los asuntos de gobierno.

Regía la desconfianza del poder político hacia la sociedad, se administraban los asuntos públicos con gobiernos autoritarios que restringían la labor de la prensa y que se movían sin ser interpelados por los medios de comunicación, que no gozaban de la plena libertad y garantía para el ejercicio de sus derechos. El bien individual y colectivo de la libertad era embretado por criterios de realismo político que justificaban su proceder en la creencia de que la dialéctica de lo público y lo secreto se coloca en el centro del poder. Si bien se publicitaron todas las obras del gobierno, no se podía acceder a la información de cómo se construyó, quién hizo ni cuánto costó ninguna de ellas.

En ese periodo el autoritarismo basaba su actuación en el entendimiento de que no existe poder sin publicidad y de que no existe poder sin secreto.

Itaipú fue construida y administrada con un hermetismo que impedía que la sociedad pudiera ver lo que sucedía dentro de ella. Los paraguayos percibíamos a Itaipú como la razón de ser de la industria de los nuevos ricos, de la patria contratista, del robo, del despilfarro, siempre al servicio del mandamás de turno.

Cuando el 20 de abril del año 2008 el pueblo paraguayo acudió a las urnas para elegir a sus futuras autoridades, lo hizo en el entendimiento de que la alternancia incluía el concepto de la palabra cambio. Cuando el presidente electo Fernando Lugo me nombró director general paraguayo de la Itaipú, comprendí desde el primer momento que una tarea impostergable para nosotros, los paraguayos, era la de transparentar y moralizar los manejos administrativos de la empresa.

Sabía que el combate contra la corrupción me demandaría sacrificios y estaba convencido de que solo la luz diluye las sombras. Por lo tanto, la transparencia era un fin que perseguía mi actuar y también fue una herramienta para escudarme ante las prácticas corruptas de fuera y dentro de la institución. De igual manera, era consciente de que teníamos que sentarnos a negociar nada más ni nada menos que con Brasil. Siempre contemplé la necesidad de robustecernos moralmente para iniciar un diálogo constructivo. Soy un convencido de que, para negociar con un Estado continente, las mejores razones que podemos invocar en cada encuentro son la moral de nuestra conducta, la lucidez de nuestros argumentos, el valor de nuestra palabra y la seriedad de nuestro compromiso, que desnudan la sinceridad de la voluntad.

Antes de asumir la responsabilidad de dirigir la Binacional, entré en contacto telefónico y mantuve encuentros con el director general brasileño, Jorge Samek. Le expliqué que la relación entre la Itaipú Binacional y la sociedad paraguaya había sido bastardeada durante años por una práctica política que convirtió a la Itaipú en un botín de guerra del cual solo se beneficiaban los ocupantes transitorios del poder.

Manifesté en todo momento ante la opinión pública paraguaya la decisión de terminar con la malversación de los recursos de la institución. Pensé que la mayor represa del mundo, manejada con sofisticados y específicos criterios técnicos, no podía sufrir la dualidad del dios latino Jano, mostrando en el anverso un rostro de lo más moderno en tecnología y en el reverso el rostro de la degradación moral. Si queremos ser respetados, nuestra administración y nuestro comportamiento personal no deben ser retratados con la doble cara de Jano, que mira hacia adelante y hacia atrás.

Debo reconocer que el ingeniero Samek allanó el camino para introducir como normas en la Itaipú Binacional los criterios de control y transparencia. El 15 de agosto de 2008, ambos firmamos en Asunción el documento denominado «Medidas administrativas a ser implementadas de inmediato en la Itaipú Binacional». Con este documento se sepultaron el secretismo y el blindaje de la impunidad.

Una vez más, entendí que los cambios culturales que configuran las pautas del desarrollo histórico de una sociedad tienen mayor capacidad de conservación que de cambio. El documento, firmado el 15 de agosto de 2008, fue internalizado como norma constitutiva del derecho positivo de la entidad a través de la resolución del directorio y del consejo de administración. El mismo fue recogido en la declaración presidencial del 25 de Julio del 2009. Según se lee en los medios de prensa locales, el denominado «decálogo Samek-Mateo» ha perdido virtualidad jurídica, pues las prácticas del pasado se han reinstalado en la administración paraguaya de la Binacional. Por tratarse de una herramienta jurídica y administrativa con la cual se puede perfilar y proyectar una gestión estratégica fundada en la racionalidad, la ética y la transparencia, la transcribiremos textualmente:

1. Todas las solicitudes de información de los órganos oficiales de control serán respondidas.

2. Todas las solicitudes de información del Senado serán atendidas.

3. Todas las solicitudes de información de la Cámara de Diputados serán atendidas.

4. Creación de un Comité Consultivo de responsabilidad socio-ambiental con la participación de representantes del gobierno, al cual le corresponderá asegurar:

-        Total transparencia en la gestión de los fondos sociales;

-        Articulación de las acciones de responsabilidad socio ambientales, y sociales de la IB y las políticas públicas;

-        Alianzas con instituciones públicas y privadas, buscando el mejor aprovechamiento de los recursos disponibles.

5. Buscar la uniformidad de los procedimientos de gestión financiera y control, para asegurar la total transparencia por medio de las siguientes medidas:

-        Divulgación de los contratos y convenios por el centro de documentación (Intranet e Internet).

-        Transparentar los procesos de compras.

-        Apertura del catastro de proveedores (Intranet e Internet).

6.      En la liberación, el acompañamiento y la fiscalización de la aplicación de los recursos financieros destinados a las fundaciones mantenidas por la IB, en la margen derecha (MD) y en la margen izquierda (MI).

-        Definición de cronogramas de desembolsos para el ejercicio basado en la planificación presupuestaria.

-        Fijación de metas de desempeño y estándares de calidad en la prestación de los servicios.

-        Vinculación de nuevas transferencias al cumplimiento de las metas de desempeño y a la prestación de cuenta de los recursos recibidos.

7.      La fuerza laboral de la IB será adecuada con base las necesidades empresariales, mediante la implementación inmediata de las siguientes medidas administrativas:

-        Racionalización y educción del cuadro de empleados de la IB.

-        Utilización de concurso para la selección y contratación de nuevos empleados.

-        Optimización de los procedimientos de gestión de recursos humanos y fin del apadrinamiento político.

8. Implementación de un programa de desarrollo de proveedores, con el objetivo de mejorar la calidad de gestión y logística operacional de las empresas proveedoras de la IB.

9. Adopción de instrumentos jurídicos calificados (término de responsabilidad) para la concreción de apoyos financieros y patrocinios de la IB, por medio del cual deberá ser identificada la entidad beneficiaria, sus responsables legales, su objeto, eventuales contrapartidas, procedimientos para la aplicación de los recursos y exigencias y plazo para la rendición de cuentas.

10. Medidas complementarias:

-        Gestión binacional para el comité de ética.

-        Adhesión formal a los principios propuestos por el pacto global de la ONU.

-        Implementación de acciones socio ambientales en la MD y en la MI.

-        Creación de un comité de equidad y género.»

En lo relativo a la reivindicación de la cogestión plena en todas las áreas de la Binacional, debemos reconocer que la contraparte inmediatamente se hizo eco de este reclamo. A esto se debió que el 24 de setiembre de 2008 firmáramos un acuerdo de intención con el ingeniero Samek, en el cual manifestábamos nuestra intención de promover ante nuestros respectivos ministros de Relaciones Exteriores el intercambio de una nota reversal con el objeto de declarar el principio de igualdad de derechos y obligaciones que debe regir en la gestión de todas las direcciones de la Binacional.

Consideramos la vía más práctica y expedita utilizar las instancias "institucionales de la Itaipú como fuentes generadoras del derecho que rige la administración de la entidad. En este sentido, el consejo de administración, por la Resolución RCA-008/9, aprobó la propuesta del directorio ejecutivo de la entidad, contenida en la Resolución RDE-076/09, que reafirmaba los principios de la cogestión plena que consagra la igualdad de derechos y obligaciones en la dirección general, técnica, financiera, administrativa, jurídica y de coordinación.

Este es un claro ejemplo de que el tratado puede ser ajustado a las necesidades de los nuevos tiempos. La coyuntura política obligaba a una actualización del tratado en lo que hacía a sus aspectos formales. De hecho, la cogestión se venía dando dentro de la entidad. No obstante, la gestión paritaria depende más de cuestiones fácticas que de cuestiones jurídicas. Con esto se alude a un factor que no puede ser soslayado: si la administración paraguaya no reúne los requisitos de capacidad técnica y solvencia ética, por más que la consagre una norma interna, la administración paritaria no tendrá efectividad jurídica y tenderá a convertirse en un mero postulado.

Antes de asumir nuestra responsabilidad frente al ente ya existían elementos que traducían la paridad en la gestión de muchas áreas. La propuesta de lograr en términos jurídicos el reconocimiento de la igualdad de derechos y obligaciones proponía transformar lo real en legal.

Para tal efecto se produjo una metamorfosis institucional. La decisión del consejo de administración, en su dimensión normativa, y sus consecuencias prácticas, implicaban establecer formal y realmente la igualdad en todos los lugares de toma de decisión dentro de la empresa. Se presume que los únicos órganos con capacidad de decisión para modificar el tratado son los parlamentos nacionales. Sin embargo, en esta situación hubo una transferencia de competencia para legislar y, a través de la norma adoptada, modificar elementos constitutivos de la estructura organizativa de la Binacional.

Al existir voluntad política de parte de los gobiernos, el consejo de administración amplió su función normativa de hacedor del derecho: «low making power». La decisión de esta instancia deliberarte y legislativa está respaldada por lo que establece el «Anexo A» del tratado en cuanto atribuye al consejo de administración «la obligación de cumplir y hacer cumplir el tratado y sus anexos», además de la obligación de definir las directivas fundamentales de la administración y el reglamento interno de la entidad.

La resolución adoptada por el consejo se fundaba en disposiciones contenidas en el mismo tratado. De éste derivaba la personería jurídica de la Itaipú, que supone, entre otras cosas, la capacidad de actuar por derecho propio a nivel nacional e internacional, independientemente de la existencia de los respectivos sistemas jurídicos locales.

Según se contempla en el tratado, la Itaipú cuenta con órganos internos con potestad para interpretar, reglamentar y aplicar el propio derecho que, de acuerdo al imperio de las necesidades y de las finalidades, irá creando nuevas normas y adecuando las ya existentes a los objetivos de la institución. En consonancia con esto, no es temerario afirmar que el referido tratado autoriza a sus instancias de decisión a crear el derecho para el orden interno y para relacionar el funcionamiento interno y el externo, es decir, para reglamentar los términos a través de los cuales la entidad se vincula con los Estados, las empresas y los particulares.

La Binacional es una entidad interestatal pero a la vez distinta de los estados miembros. Su forma y su naturaleza jurídica dependen de su finalidad. Esta característica explica por qué el derecho de la entidad contiene elementos extraños. La Itaipú crea su propio derecho positivo, que responde al mandato del orden práctico y al fin perseguido por ella.

Esto revela que su legislación debe estar dirigida, por sobre todas las cosas, a regular la generación de energía y el gerenciamiento de la entidad. Cuando surge la causa material del derecho, los órganos creadores de las normas están autorizados a legislar a partir de la legalidad y la legitimidad propias del sistema jurídico de la entidad. De allí la dificultad que presenta encuadrar el derecho de Itaipú en las categorías jurídicas convencionales del derecho internacional o del interno. Un ejemplo que ilustra esta singularidad y extrañeza jurídica es que la entidad no dejaría de existir aunque una de las altas partes dejara de reconocer la validez del tratado. Si uno de los dos estados declara su nulidad, el tratado seguirá vigente y produciendo las mismas consecuencias para ambos socios. Bajo estas circunstancias, la Itaipú seguirá existiendo, y sus respectivas instancias funcionando, para garantizar el cumplimiento de sus objetivos.

En sus instrumentos constitutivos no aparece referencia alguna a la posibilidad de aplicar ningún sistema jurídico nacional ni internacional en forma subsidiaria para regular las relaciones internas de la entidad. El tratado no declara su dependencia de los principios generales del derecho internacional ni del nacional. Por este motivo, el consejo de administración legisla en él y más allá de él, y tiene competencia para normar sobre las materias que lo requieran cuando las circunstancias lo habilitan.

El derecho se hace para regir los destinos de la entidad y debe ser siempre receptivo al mandato de lo político. Por lo tanto, la decisión política debe sobrepasar la rigidez del análisis jurídico. En el caso en cuestión, las circunstancias ameritaban y reclamaban una sensibilidad política que se inclinara a favor de la cogestión plena.

Los parlamentos nacionales forman el poder constituyente y el consejo de administración forma parte del poder constituido con la facultad derivada de legislar y de velar por que la aplicación del tratado responda a la preocupación por mantener el equilibrio y la equidad entre las partes. Todas las modificaciones que haga para extender los efectos del principio de igualdad expresarán un criterio jurídico que interpreta la norma en consonancia con el espíritu del tratado.

 






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