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PEDRO GÓMEZ SILGUEIRA

  EL LENGUAJE DE LAS CAMPANAS - Por PEDRO GÓMEZ SILGUEIRA - Domingo, 06 de Octubre de 2019


EL LENGUAJE DE LAS CAMPANAS - Por PEDRO GÓMEZ SILGUEIRA - Domingo, 06 de Octubre de 2019

EL LENGUAJE DE LAS CAMPANAS


Por PEDRO GÓMEZ SILGUEIRA

 

 

• Fotos ABC Color/Silvio Rojas/Pedro Gómez.

Las campanadas de la catedral hablan por sí solas y expresan sentimientos, emociones. Sus sonidos acompañaron distintas épocas de la historia de Asunción y el país –tristes o plenas de felicidad– y tienen mucho que contar.

Uno de los componentes más destacados de la Catedral Metropolitana de Asunción y que la eleva hacia el cielo son sus torres con las campanas y el reloj, que abordamos en una nota anterior.

En el ajetreo actual, pocas veces tenemos tiempo de levantar la mirada hacia las aberturas de esas torres que dejan ver estos elementos que suenan siempre al oído como una canción, cualquiera sea el motivo por el que tañen.

La catedral cuenta con seis campanas distribuidas en igual número en la torre norte como en la del sur. En la primera, se mantienen tres campanas, una gigante datada en 1760 con la inscripción “Jesús, María y José... San Cosme y San Damián, ora pro nobis”. Se presume que eran de las reducciones jesuíticas.

La tradición oral dice que esta campana habría sido traída en tiempos de la Guerra Contra la Triple Alianza para ser fundida y convertida en cañón, sin embargo, se la alzó y quedó en lo alto de la catedral, donde hoy cumple el papel fundamental de ser la voz principal del templo, un monumento nacional.

Una de las campanas más pequeñas de esta misma torre está fechada “20 de noviembre de 1832” y lleva la inscripción “República del Paraguay”, plena dictadura del Dr. Gaspar Rodríguez de Francia. La otra no posee grabado alguno.

Estas campanas doblan o repican según la ocasión, triste o festiva. Tiempo atrás, se las manejaban con una cuerda desde abajo mismo, vestigio del cual se mantienen las roldanas. En la actualidad, dado que se toca solo en ocasiones muy especiales, el campanero (o sacristán) y su ayudante suben hasta la torre. De cualquier manera, tocar las campanas requiere la concurrencia de tres personas que deben manejar muy bien el arte de producir los sonidos que transmitan el mensaje. El campanero era un oficio muy reconocido durante la colonia, a tal punto de haber dado nombre a un sector de la Chacarita.

A mitad de las escaleras de esta torre se mantiene una abertura tapiada con el tiempo. Era la puerta que comunicaba la torre con la habitación del sacristán y el campanero, modificación introducida a la catedral en el corredor de la calle Comuneros entre 1906 y 1915, pero cerrada después del 2000.

Esta reparación es mencionada por la historiadora Margarita Durán Estragó en su libro Templos de Asunción (1537–1860), quien recoge la historia de la catedral desde los tiempos de la fundación hasta la actual construcción encargada por don Carlos A. López.

En la torre sur, la del reloj municipal, se mantienen otras tres campanas. La primera más grande lleva la inscripción “Saint Pietro, ora pro nobis” y “Anno 1803”. Hay que aclarar que el último dígito se confunde entre un dos, tres o un nueve. Esta campana es la que tiene el mecanismo para emitir el sonido de marcado de las horas.

Por el año que indica esta campana, debió ser traída con los últimos gobernadores españoles y habría sido testigo de la independencia.

De hecho, Blas Garay y Gregorio Benítez al describir los hechos de la Revolución del 14 y 15 de mayo de 1811 afirman que “la señal de alarma convenida para reunirse en el cuartel general de la plaza era un repentino toque de campanas en la catedral. A hora de las diez de aquella misma noche hízola dar Caballero y acompañado de Iturbe (...)”.

Exactamente no hemos podido precisar el origen de las campanas de la catedral, aunque, tal vez, ello conste en los Archivos del Arzobispado, donde habría que hurgar minuciosamente.

Margarita Durán menciona que en el inventario de la catedral de 1795 se incluye la reparación de un badajo de la campana y pago al herrero Bazán. Luego señala que durante el gobierno de Lázaro de Rivera, en 1799, este realiza un urgente pedido de once indios para la reparación del campanario de madera de la catedral que estaba muy afectado por los raudales y deteriorada de tal forma que “no podría sostener las campanas”.

La catedral y su torre recibieron la independencia sostenida sobre puntales, según Durán: “Aunque muy deteriorado y amenazando ruina, el campanario de la catedral pudo soportar el prolongado y efusivo repiqueteo de sus campanas, cuando estas anunciaron el despertar de la patria, en mayo de 1811”.

Un pasaje anecdótico que cuenta Durán Estragó es el protagonizado por el obispo García de Panés y el Dr. Gaspar Rodríguez de Francia. Menciona –recogiendo escritos de Mariano Antonio Molas– que el prelado había sido conminado por el dictador para que volviera a presidir las ceremonias en la catedral. El viejo señor obispo era llevado al antiguo templo “en una silla de manos, suspendida en hombros de cuatro personas”. Cada vez que iba y venía a la catedral repiqueteaban las campanas y los fieles se arrodillaban a su paso para recibir la bendición. Esto molestó al dictador Francia, quien ordenó “al instante”, al sacristán mayor, que se bajaran las campanas y se desmantelara la torre amenazada de ruina para la construcción de otra. “El campanario fue demolido y cesaron los repiques”.

Finalmente, el 20 de setiembre de 1840 falleció Gaspar Rodríguez de Francia y la catedral “estaba sin campanas para llamar a los fieles a oración por su alma. Se colocó una horca y de ella se suspendieron las campanas de la catedral para que con sus tañidos y dobles contribuyesen a las plegarias fúnebres y exequias del finado, y así estuvieron hasta que se construyó la nueva catedral”.

Toques de felicidad y de tristeza

Es obvio que las campanadas festivas se sucedieron en la catedral desde los primeros tiempos de la conquista y colonización. Había ocasiones felices para el tañido de las primeras campanas, que evidentemente trajeron los europeos. El primer obispo nombrado para Asunción, Fray Juan de Barrios, no había podido venir a estos lares porque falleció durante los preparativos de su viaje. Por tanto, el primer obispo en llegar en realidad a Asunción fue Fray Pedro Fernández de la Torre, en 1556. Fue recibido con toda la parafernalia de entonces y se rezó el primer Te Deum. Es imposible pensar que no haya habido campanadas de felicidad.

Al año siguiente, un momento triste que podría haber sido acompañado de un redoble de campanas, quizás haya sido el fallecimiento del fundador de la ciudad Juan de Salazar, quien fue enterrado en la catedral.

Motivos de alegría para la Iglesia durante la colonia fue la ordenación de los primeros 23 sacerdotes nativos en 1598, de manos del obispo paraguayo fray Hernando de Trejo y Sanabria.

El sacerdote franciscano fray José Luis Salas relata, basándose en las crónicas de esa época, que habían venido a Asunción para la ocasión “dos hermanos, personalidades nativas paraguayas: monseñor Hernando de Trejo y Sanabria, consagrado obispo en Tucumán, en 1596, y el no menos célebre Hernando Arias de Saavedra o, simplemente, gobernador Hernandarias, recientemente nombrado gobernador del Paraguay”.

La ciudad se había preparado para recibir a dos de sus hijos más dilectos, medio hermanos entre sí. “Luego de atravesar una puerta simbólica con cerradura y llave ya abierta, a su ingreso se dirigieron ambos bajo palio a la Catedral de Asunción”, refiere la argentina Lucía Galvez en su libro Mujeres en la Conquista, citada por Salas. Este acontecimiento dio origen a la tradición de entregar las “llaves de la ciudad” a los visitantes ilustres. Aunque últimamente la Municipalidad de Asunción se las entrega a cualquiera.

Otra triste circunstancia de la Iglesia asuncena que le tocó anunciar a las campanas con un toque de arrebato –susto y alerta– fue el incendio del templo de La Encarnación, el viernes 4 de enero de 1889, a las 11:45, refiere Margarita Durán.

El mismo padre Bernabé Colmán que fue testigo del pavoroso siniestro cuenta en una parte: “Sin pérdida de tiempo hago dar aviso al pueblo con las campanas, y acto continuo echóme sobre el rico sagrario, en que estaba encerrado Su Divina Magestad, y tan apresuradamente logré sustraer al voraz incendio (...)”.

Llamados al pueblo

En los pueblos del interior, todavía hoy las campanas llaman a misa dominical, al igual que en varias iglesias de Asunción. Sin embargo, en la Catedral y La Encarnación, por ejemplo, esta práctica ya ha quedado en desuso por la presencia del reloj para que no se superpongan las campanadas. Por tanto, el tañido de campanas se reserva para acontecimientos muy especiales y si suenan sorpresivamente, podrían generar gran alarma.

No obstante, el ordinario del lugar puede disponer el toque de campanas ante una situación difícil para el país como ocurrió en varias ocasiones durante el arzobispado del monseñor Ismael Rolón para denunciar los atropellos a los derechos humanos y la represión por la dictadura.

Otro acontecimiento más reciente acompañado por un lúgubre tañido de campanas fue durante el Marzo Paraguayo en 1999. Es probable que estemos olvidando varias otras fechas.

El Arq. Jorge Rubiani recuerda también un momento trágico de la historia paraguaya en que, por obra del destino, el sonido de las campanas de la catedral marcaron una hora funesta para la República, aunque, en este caso, más bien tenía que ver con el reloj. Sonaron las 10:00, cuando el presidente Juan Bautista Gill cruzaba a una cuadra corta de la Catedral de Asunción, el 12 de abril de 1877, por la calle Independencia Nacional caminando sobre Villarrica (hoy Presidente Franco). En ese momento del antiguo edificio sede del Ateneo Paraguayo, que entonces era la casa del general Vicente Barrios, salieron los complotados, entre ellos uno de los hermanos Godoy, Nicanor Godoy, junto con Vicente Molas y le dieron un escopetazo al presidente Gill, quien cayó al suelo sin poder decir “¡ay!”.

Dice Rubiani que el edificio de la actual Catedral Metropolitana es el sexto levantado desde los tiempos de la fundación y cita entre esas cuestiones que marcaban la vida del templo y la ciudad, los raudales. La actual construcción de gruesas paredes comenzó en 1842 y terminó en 1845, cuando era obispo diocesano Basilio López, hermano de Don Carlos. Su lápida es de 1859, está a un lado del altar mayor y fue el primero sepultado en esta catedral.

A partir de entonces fueron enterrados en la catedral seis arzobispos que estuvieron al frente del clero asunceno: Mons. Pedro Juan Aponte, cuya lápida preside el altar y data de 1891; Mons. Juan Sinforiano Bogarín (1949), Aníbal Mena Porta (1977), Felipe Santiago Benítez (2009) y Mons. Ismael Rolón (2010).

Cada muerte de obispo es motivo de profunda tristeza para la Iglesia, por tanto, es una de las ocasiones en que las campanas doblan con su tono lastimero, lento y sobrecogedor: tan, tan, tan...

Cuando fallecen los papas o se realiza un funeral simbólico en honor a la cabeza de la iglesia universal, las campanas tañen con dolor, como cuando falleció Paulo VI, en 1978; luego Juan Pablo I, el mismo año tan solo 33 días después de su elección. Finalmente, cuando Paraguay lloró la muerte de Juan Pablo II, en el 2005.

El día jubiloso por excelencia en que repican las campanas en la Catedral Metropolitana es el 15 de agosto, festividad de la Virgen de la Asunción. Esta tradición viene de antaño. Es el día obligado del año en que las campanas rebozan de felicidad. Las ocasiones excepcionales corresponden a la elección de un nuevo papa, cuando asume el nuevo arzobispo y cuando se anunciaba la natividad del Señor en la Nochebuena y, luego, para proclamar la resurrección de Jesucristo en la vigilia pascual.

En varias publicaciones de ABC Color de unas décadas atrás también se mencionan que las campanadas de la catedral acompañaban diversas actividades civiles, como el festejo del Día de la Amistad o las manifestaciones a favor de la democracia que fueron sostenidas con la Iglesia católica.

Antaño y ahora, el toque de campanas sin motivo alguno o a deshora alarma a la población y causa un gran susto. Hérib Caballero Campos en su libro Los bandos del buen gobierno de la Provincia del Paraguay (1778 – 1811), en especial para Asunción, Villarrica y Curuguaty, recoge disposiciones de los gobernadores Melo de Portugal, Joaquín Alos y Brú, y Lázaro de Rivera, quienes prohibieron que se tocaran las campanas durante la noche, luego de las horas del avemaría hasta el amanecer. Esto estaba dirigido a los vagos que cometían travesuras haciendo sonar las campanas sin necesidad en un acto considerado atentatorio contra la moralidad pública.


 

 

 

 

 

 

Retrato del primer obispo diocesano Basilio López, hermano de Don Carlos A. López.    Fue pintado por el artista italiano Rossetti,

una vez fallecido el prelado.   La fidelidad con que logró plasmar su rostro le dio fama y mereció todos los elogios, según

El Semanario (Colección del Museo Monseñor Juan S. Bogarín)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:  Revista Dominical de ABC Color (Impreso e Online)

Páginas 26 al 31

Domingo, 06 de Octubre de 2019

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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