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PEDRO GÓMEZ SILGUEIRA

  EL RELOJ DE LA CIUDAD - Por PEDRO GÓMEZ SILGUEIRA - Domingo, 29 de Setiembre de 2019


EL RELOJ DE LA CIUDAD - Por PEDRO GÓMEZ SILGUEIRA - Domingo, 29 de Setiembre de 2019

EL RELOJ DE LA CIUDAD

 

Por PEDRO GÓMEZ SILGUEIRA

 

 

Fotos ABC Color/Silvio Rojas/ Pedro Gómez/Gentileza.

Desde los primeros tiempos de su solemne bendición, las campanadas de la Catedral Metropolitana hacen hablar al reloj de la torre. Horas tristes y felices para la patria han sido marcadas a lo largo del tiempo. Detrás de esa máquina –una verdadera joya– están las manos de varias generaciones.

 La esbelta silueta de la catedral sobre el barranco y las casitas del bajo marcan el contorno de la ciudad desde el río. Paisaje antiguo y actual salvando las diferencias. Desde allí tañen las campanas marcando las horas de la ciudad.

Rafael Marciano Riveros (48) nació al amparo de esas campanadas, en la Chacarita. Su padre, don Hilario Riveros, era de la zona del Club 3 de Febrero y su madre, Apolonia Vega, del sector del Oriental. Él tenía una modesta relojería “Riveros Hnos.” en la calle Herrera casi Paraguarí; ella era costurera, la modista del barrio, la que confeccionaba la ropa a las galoperas y vestía a sus hijas. Con el tiempo abrió una pequeña despensa a la que todos conocían como el almacén de Ña Chiquita.

“Mi mamá siempre venía a misa para ver a la Virgen de la Asunción. Se casó aquí mismo con papá hacia 1965. Era la iglesia más importante del barrio, para nosotros, y por eso todos los rituales y sacramentos queríamos recibir aquí”, cuenta Rafael, el actual encargado del cuidado y mantenimiento del reloj que está allí desde la década de 1850.

Aunque, en Punta Karapã estaba la capilla de San Blas y todavía existían vestigios de un barrio de descendientes afros, los kamba también aparecían en las celebraciones del santo patrono en la catedral y se unían en una gran fiesta con el resto de la ciudad.

En días previos a la primavera de 1967, según una publicación de ABC Color, el reloj de la catedral llevaba tiempo sin funcionar. El intendente municipal de entonces, Manuel Brítez Borges, dispuso la reparación, pero el reloj andaba más bien “por su cabeza”.

Todavía en esa época, sin tanto ajetreo vehicular, la ciudad se guiaba por las campanadas de la catedral que, de hecho, marcaba la hora oficial paraguaya, incluso transmitida por Radio Nacional del Paraguay. “Aquí en la torre había un teléfono que transmitía las campanadas en conexión directa con la radio. Lastimosamente, desapareció”, refiere.

“La hora paraguaya en el reloj de la catedral” dice el título de otro suelto publicado en ABC, en febrero de 1968. La crónica detalla: “Unos minutos adelantado o una hora atrasado. Así es el reloj de la Catedral Metropolitana, fiel reflejo del concepto nacional de la puntualidad. La hora paraguaya se puede oír todos los días en sus despistados campanazos. Porque desde hace mucho tiempo el viejo reloj no se encuentra con la puntualidad”.

Y agregaba que “los compromisos que se puedan hacer no podrán guiarse por sus engañosas agujas (…) Corresponde a las autoridades poner las cosas en orden. Y de paso arreglar el mecanismo de uno de los más antiguos de nuestros relojes”.

El reloj y las campanadas siguieron funcionando con sus altibajos, pausas de meses y desfases, hasta que, en enero 1977, apareció el relojero don Hilario Riveros junto con Simeón Riveros y Carlos Vázquez, a pedido de la Municipalidad de Asunción. Allí comenzó una relación que sigue a través de hijo y nieto en la actualidad. La fecha fue grabada por don Hilario en la caja del reloj, luego cuando cumplió diez años y el momento en que se retiró para dar la posta a su hijo Rafael.

“El reloj llevaba tiempo parado y las instituciones –ministerios y municipalidad– no se ponían de acuerdo en su mantenimiento. Finalmente, el intendente Porfirio Pereira Ruiz Díaz decidió incorporarle a la municipalidad a mi padre para encomendarle la tarea que cumplió a cabalidad durante 19 años hasta que falleció”, cuenta Rafael.

“Prácticamente salvó el reloj y era algo demasiado importante para él. Su gran preocupación fue siempre que siguiera funcionando después de él. Entonces, nos fue enseñando ya a nosotros para reemplazarle. Soy el tercero de tres hermanos, también relojero, aunque no lo ejerzo”.

Don Hilario –sigue relatando Rafael– aprendió muy bien el arte de reparar relojes con un argentino de apellido Amendola que tenía su relojería por las calles Palma o Estrella. “Pero, según papá, no se quedó en el país y volvió a la Argentina para vivir su vejez. Yo me acuerdo que él quería retribuirle a su maestro con un reconocimiento por su buena enseñanza, ese logro de reparar el reloj de la catedral, pero ya no logró contactar con él”.

Siguiendo la filosofía de su padre, Rafael Riveros reflexiona: “Nosotros no somos eternos, pero este reloj debe seguir funcionando para las generaciones futuras. En algún momento nos vamos a despedir y no puede quedar desamparado. Por eso, ya le estoy formando a mi hijo que ahora me acompaña en la tarea de mantenimiento”.

Mauricio José Riveros, de 18 años, toma muy en serio la labor con su padre y ya realiza varias tareas para que el reloj siga funcionando.

Cada ocho días padre e hijo suben juntos a la torre sur de la catedral y lo primero que hacen es darle cuerdas, que se constituyen en la energía del reloj y se desarrolla en una semana. En el vacío interior de las vetustas escaleras de madera penden unos 350 kg de pesas que alimentan el reloj.

El estuche de madera, en el que se encuentra, es su protección, y la bobedilla que le sirve de cobertura fue precisamente obra de don Hilario para evitar que las lluvias sigan afectando el artefacto.

“Tiene huellas de balas de las revoluciones. En sus paredes también existen varios huecos de balas y en la misma manecilla que da hacia el este. Cada vez que había revolución, incluso se ubicaban francotiradores aquí. En una de esas apareció un cuerpo incrustado en el reloj (revoluciones de 1908 y 1923)”, comenta Rafael.

Con orgullo sigue expresando: “Me crie con los relojes y fui preparado por mi padre para reparar una joya tan antigua como esta. Este es un reloj big ben gigante que cada 15 min marca el paso del tiempo. Está aquí desde 1884 porque el anterior, que se instaló en 1851, fue llevado a San Lorenzo, según los historiadores”.

Los relojes de las catedrales sirven al pueblo y, de hecho, el de la catedral fue llamado “reloj municipal”. Antiguamente, la gente se guiaba exclusivamente por sus sonidos. El de la catedral de Asunción mantiene su lenguaje de tañidos que se le aplicó desde el comienzo. Cada 15 min emite un sonido particular para indicar hora y cuarto (una vez se escucha din dan), hora y media (dos veces), y menos cuarto (tres veces). En punto suena cuatro veces antes de dar la hora traducida en la cantidad de campanadas. Después de dos minutos y 48 segundos se repite el sonido de la hora en punto para quienes no lo escucharon. De este modo, toda la población tenía perfectamente noción del paso del día y la noche.

“El reloj de la catedral vino específicamente para dar la hora al pueblo, pues anteriormente era escasa la gente común que tenía acceso a un reloj. Ahora con el ruido que existe en las calles y los celulares, ya nadie se fija en lo que significa esta reliquia traída por gobernantes de otra época para beneficio de la población”, dice con nostalgia Rafael.

Mucho antes de que don Hilario se hiciera cargo del reloj, para sincronizarlo, los encargados debían guiarse por la salida y la puesta del sol cada tanto. Pero el trabajo más grande se hacía observando el horizonte desde lo alto de la torre para el cambio de horario de verano e invierno. Luego la práctica fue reemplazada por un reloj madre que se tenía en la Marina y que marcaba la hora oficial paraguaya en concordancia con la hora de Greenwich hasta los años 90.

“Cuando mi padre ya me estaba por dejar al frente del reloj se nos presentó una gran dificultad, porque un buen día paró totalmente. Papá le pidió a mi hermano –que era mecánico de auto– que nos ayudara a detectar el problema. Empezamos a buscar la falla en cada detalle hasta que encontré un buje totalmente gastado. Le mostré a papá que era nuestro centro en todo esto, lo cambiamos y empezó a funcionar de nuevo. Desde entonces aprendí que la máquina me iba mostrando por sí sola los desperfectos como si nos encaminara. Papá se sintió satisfecho por haberme transmitido sus conocimientos y porque ya podía hacerme cargo de la tarea. Fue un aprendizaje y un compromiso de no volver a dejar que ninguna pieza se desgaste”.

Don Hilario había preparado para su hijo un cuaderno de “Consejos de mantenimiento” y pasos a seguir para cada desperfecto. Lo había escrito de su puño y letra para Rafael: “Cuando hacia el 2000 se tenía que hacer la nivelación del reloj y restaurar la torre que prácticamente estaba en ruinas, el intendente Enrique Riera pidió al arquitecto Rubiani, que era director de obras de la Municipalidad, que nos ayudara en la restauración. Vino un ingeniero o arquitecto de apellido Domaniczky que hizo los trabajos y llevó mi cuaderno, un libro sobre la construcción de la catedral, facturas de los trabajos cobrados por mi padre y otros documentos con la promesa de fotocopiar y devolvermelos. Hasta hoy no pude recuperar. Por más de que a nadie le interese o sirva estos documentos, yo los guardaba como un tesoro y son muy importantes para mí y mi familia. Intenté recuperar, las veces que le preguntaba me decía que no recordaba dónde lo había dejado. Luego pasó el tiempo y ya no supe más de él, la última vez que le pregunté ya empezó a enojarse y ya no insistí más. Yo escribí lo que recordaba en un papel, pero me gustaría encontrar los apuntes de papá”.

Así se perdió el cuadernillo de don Hilario. Su hijo Rafael lleva 23 años al frente del reloj ya pensando en delegar la tarea a su hijo Mauricio José Riveros, quien también quiere recuperar la reliquia familiar.

“Qué mejor que enseñarle a mi hijo lo que yo aprendí de su abuelo con mucho orgullo y con muchas ganas. Entre padre, hijo y nieto ya llevamos 40 años manteniendo este reloj”.

Así comienza la historia...

“... y cuando sonó la campana de oraciones vino don Sinforiano por nosotros, nos llevó a su casa y cenamos con él”.

“Sonaron las doce, hora en que se paraliza en el Paraguay todo género de tareas, en la que todos comen, para entregarse después al reposo de la siesta”.

Esto lo dice Ildefonso Antonio Bermejo en su libro Vida paraguaya en tiempos del viejo López. Sus expresiones reflejan la época en que las campanadas marcaban las horas de la ciudad y, prácticamente, los inicios del reloj de la catedral.

También comenta que, como no pudo dormir la primera noche en la casa que el gobierno le asignó en Asunción, por culpa de los murciélagos, el presidente Carlos A. López lo quiso destinar a otra residencia del Estado.

Se trataba precisamente del lugar ocupado por un “relojero alemán” –no da nombres– a quien habían apresado porque “había venido a la República con una máquina infernal, acaso pagado por traidores de Buenos Aires para asesinar con ella al presidente”. Agregaban que habían analizado el instrumento y que “tenía toda la forma de un invento para fines desastrosos”.

“Viendo yo al presidente predispuesto a un fallo tan injusto y cruel me permití indicarle el uso que en Europa se hacía de aquella máquina, al parecer sospechosa, con que pudieron mis demostraciones salvar al pobre alemán de la prisión que le preparaban”, cuenta Bermejo.

No obstante, al alemán le habían dado dos horas para desalojar la casa del Estado donde se encontraba para dar lugar a Bermejo y su señora.

Sin embargo, el presidente dio una contraorden porque el relojero alemán que tenía en la misma casa “y en son de compostura, las principales piezas del reloj de la catedral, había solicitado dilatar la permanencia en su casa para no alargar el reparo de la máquina ni exponerla a nuevos y graves entorpecimientos, razones que juzgó el presidente muy atendibles”.

Ildefonso Bermejo llegó a Asunción en febrero de 1855, de modo que es probable que haya estado reparando el primer reloj de 1851 y preparando el que se montó después.

En su libro, Templos de Asunción, la historiadora Margarita Durán Estragó recoge la historia del reloj de la catedral que marca la hora oficial paraguaya. “El primer reloj fue instalado por el ingeniero Enrique Gowdin, ayudado por el alemán Juan Bukman. La primera campanada fue escuchada el 23 de abril de 1851 anunciando las 12:00 horas”.

Agrega que a fines de 1863 se encomendó el cuidado al relojero Juan Conrad Wildberger, quien cada mes arreglaba la diferencia entre la salida y la entrada del sol.

Este reloj fue reemplazado por otro más moderno en 1884 y el antiguo se destinó a la iglesia de San Lorenzo de Campo Grande.

Rafael Riveros también se encargó de reparar ese reloj y, actualmente, trabaja para poner en marcha el reloj de la iglesia de Santísima Trinidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:  Revista Dominical de ABC Color (Impreso e Online)

Páginas 26 al 31

Domingo, 29 de Setiembre de 2019

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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