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RICARDO SCAVONE YEGROS

  BENJAMÍN ACEVAL - Por RICARDO SCAVONE YEGROS


BENJAMÍN ACEVAL - Por RICARDO SCAVONE YEGROS

BENJAMÍN ACEVAL

Por RICARDO SCAVONE YEGROS

Colección GENTE QUE HIZO HISTORIA N° 11

© El Lector (de esta edición)

Director Editorial: Pablo León Burián

Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina

Director de la Colección: Herib Caballero Campos

Diseño de Tapa y Diagramación: Jorge Miranda Estigarribia

Corrección: Rodolfo Insaurralde

I.S.B.N.: 978-99953-1-387-6

Asunción – Paraguay

Esta edición consta de 15 mil ejemplares junio, 2013

(130 páginas)



ÍNDICE

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

I. EN EL SERVICIO PÚBLICO

Familia y estudios

La tesis sobre la libertad religiosa

Primeros cargos públicos

La redacción de La Reforma  

Diputado nacional

Ministro de Relaciones Exteriores  

II. EL ARBITRAJE DEL CHACO 

Preparativos para el juicio arbitral 

Aceval en Washington 

La memoria paraguaya

La larga espera

Decisión del árbitro

Regreso triunfal

III. DIRECTOR DEL COLEGIO NACIONAL

Necesidad de un colegio de segunda enseñanza

Organización del nuevo establecimiento educativo

Aceval al frente del Colegio Nacional

Régimen interior del colegio

La Escuela de Derecho

Los últimos años de la dirección de Aceval

IV. TRATADO DE LÍMITES CON BOLIVIA

El Ateneo Paraguayo y otros afanes

La candidatura presidencial del general Escobar

Negociación con Bolivia

Vicisitudes del tratado Aceval-Tamayo

La "cuestión norteamericana" y la renuncia al Ministerio

El Congreso Sudamericano de Derecho Internacional Privado

V. MINISTRO Y CANDIDATO PRESIDENCIAL

De Montevideo a la Legación en Europa

Bajo el gobierno de Juan G. González

La candidatura presidencial de 1894

Ministro de Hacienda

Presidencia de Emilio Aceval

Balance final

FUENTES CONSULTADAS

EL AUTOR



PRÓLOGO

Benjamín Aceval fue indudablemente una de las personalidades más gravitantes en la política, la diplomacia y la educación paraguaya en el período de la posguerra, entre 1870 y 1900. Su nombre está asociado a importantes eventos que ayudaron a configurar el Paraguay que se levantaba de las cenizas y la postración en la que yacía luego de la Guerra contra la Triple Alianza (1864-1870).

Aceval había estudiado Derecho en la Universidad de Buenos Aires, y fue uno de los pocos hombres que contaban con una educación superior cuyo concurso fue esencial para el proceso de institucionalización de la República. Primero, trabajó en las Comisiones de Codificación, luego en la preparación de los argumentos del Paraguay en el arbitraje por el territorio chaqueño, en que la experiencia de José Falcón y la calidad académica de Aceval, permitieron al Paraguay lograr que el laudo arbitral del presidente de los Estados Unidos de América, Rutherford Hayes, resultase favorable a las pretensiones paraguayas, logrando de esa forma retener bajo su soberanía el territorio entre el río Pilcomayo y el río Verde.

La calidad de la argumentación preparada por Aceval es analizada en detalle y con precisión por el autor Ricardo Scavone Yegros, destacado historiador y diplomático, quien demuestra en esta obra sus dilatados conocimientos sobre historia diplomática y el período inmediatamente posterior a la finalización de la "Guerra Grande".

Tras su regreso al país, Benjamín Aceval se abocó con todas sus energías a consolidar el Colegio Nacional de la Capital, bajo su dirección se graduó la primera promoción de bachilleres y se conformó la Escuela de Derecho, de efímera existencia pero inmediato antecedente de la creación de la Universidad Nacional de Asunción.

Aceval fue respetado por quienes conocían la valía de sus conocimientos, formó parte de varios gobiernos en calidad de ministro demostrando toda su capacidad de trabajo y también su integridad.

Este libro pertinentemente documentado, permitirá al lector conocer la vida de un hombre público paraguayo que tuvo como norte de su vida el servicio a la patria y que además nos acerca a la realidad política, diplomática y educativa del Paraguay de fines del siglo XIX.


Herib Caballero Campos

Julio de 2013



INTRODUCCIÓN

Los lectores de La Tribuna de Asunción no habrán dejado de sorprenderse el 12 de mayo de 1900 por los términos en que uno de los hombres más respetados e influyentes del Paraguay contestó los comentarios formulados a su respecto, en esos días, por el diario La Prensa. Sobre todo debió asombrarles que escribiera lo siguiente: "He actuado en una época en que había carencia de hombres de alguna preparación y por eso me han llamado con frecuencia por aquello de que a falta de pan buenas son tortas, no habiendo yo negado a la patria mis humildísimos servicios en caso alguno. Pero ahora que hay ya más personas ilustradas e idóneas, creo que verdaderamente debían ya prescindir de mí y llamar a esos puestos públicos a personas más preparadas e ilustradas".

Quien se expresaba de esa manera tan poco usual en la actividad política era el doctor Benjamín Aceval, un paraguayo que, a los cincuenta y cuatro años de edad, podía afirmar con toda justicia que había prestado grandes y valiosos servicios a su patria. Fue magistrado judicial, diputado, y ministro de Estado en varias ocasiones; representó al Paraguay en el arbitraje que le reconoció el mejor derecho sobre el territorio del Chaco disputado con Argentina; promovió la creación y dirigió por varios años el Colegio Nacional; participó en la redacción del Código de Procedimientos Judiciales de 1876; dictó la cátedra de Procedimientos en la Universidad de Asunción, e intervino como delegado paraguayo en el Congreso Sudamericano de Derecho Internacional Privado, que se efectuó en Montevideo en 1888 y 1889.

Cuando en mayo de 1900 declaró que ya era tiempo de que lo reemplazaran personas más idóneas e ilustradas, Aceval desempeñaba las funciones de senador y rector interino de la Universidad Nacional, seguía enseñando Procedimientos en la Facultad de Derecho y era hermano y consejero del presidente de la República, además de uno de los candidatos señalados para ejercer la primera magistratura en el siguiente periodo constitucional. En su intensa vida como servidor público, no solo había pasado por los cargos que ocupó, sino que en todas partes dejó huellas de perseverancia y rectitud, que le redituaron prestigio y respeto, como se patentizaría pocas semanas después, cuando falleció, en julio de 1900.

El mismo diario La Prensa, que le había dado algunos golpes, destinados más bien a su hermano el presidente, declaró que pese a las diferencias que tuvieron, no quería dejar de rendir homenaje "al caballero culto y amable, al ciudadano probo y amante sincero de su patria, a la personalidad descollante que baja a la tumba con un nombre puro, querido y respetado".

Le tocó, en efecto, actuar en una época difícil, pero sus acciones y las de sus contemporáneos habían contribuido a transformar el país, al punto que algunos de ellos parecieron sentirse excluidos de la nueva realidad. Porque, aun cuando las tres décadas que siguieron a la Guerra del Paraguay contra la Triple Alianza son consideradas como tiempos de escasa actividad cultural y en los que predominó una dirigencia política poco ilustrada, en esos años se sentaron los cimientos del Paraguay del 900, que se iluminó con el brillo de una nueva generación formada en las instituciones educativas y bajo el amparo de las condiciones políticas creadas por la generación que le había antecedido. Posiblemente por eso Aceval pensaba o planteaba, en mayo de 1900, que debía dejar el espacio que ocupó en el servicio público a hombres más jóvenes, convencido, tal vez, de que los esfuerzos realizados habían sido fructíferos y contribuyeron a dotar al Paraguay de una minoría rectora con preparación suficiente como para conducirlo hacia el bienestar que anhelaba y merecía su población.

* * *

La actuación pública de Benjamín Aceval tuvo, como puede apreciarse fácilmente, una importante proyección en la historia del Paraguay y, sin duda, conviene que sea conocida y estudiada. Se acomete aquí la tarea de trazar una semblanza suya, refiriendo los aspectos principales de su múltiple labor, desarrollada en los ámbitos de la educación, la administración de justicia, el estudio del derecho, la política, la diplomacia, el manejo de las finanzas públicas y el periodismo.

Aceval fue, sobre todo, un hombre de derecho, que se sentía comprometido con el país, al que sirvió con el propósito declarado de asegurar la consolidación de las instituciones democráticas y el fortalecimiento de la ciudadanía mediante la educación y el respeto de los derechos y libertades individuales, en un tiempo en que parecía que todo estaba en ciernes; que se debía construir la patria nueva sobre los escombros de la patria vieja.

Pero la historia lo recordará, antes que nada, como el abolido que defendió el derecho del Paraguay al Chaco; como el ir presentante de un país derrotado que preservó parte de su integridad territorial gracias al derecho. Pues, con el arbitraje en que intervino, la República del Paraguay, en palabras de Ramón J. Cárcano, recuperó en la paz lo que perdió en la guerra, y obtuvo ante un tribunal de justicia el único triunfo auténtico de la larga conflagración.



I. EN EL SERVICIO PÚBLICO

 

La tesis sobre la libertad religiosa

En la disertación de tesis, que dedicó a la memoria de su padre y a su madre, Aceval dejó ver que, a los veintisiete años de edad, después de casi una década de estudios sistemáticos e ininterrumpidos, contaba ya con un criterio maduro y reposado, que estaba libre de fanatismos religiosos, que era capaz de argumentar con solvencia y capacidad de persuasión, que adhería a la doctrina liberal y que, a pesar de haber estado ausente de la patria por mucho tiempo, se sentía aún ligado a ella.

Discurrió primeramente en la disertación sobre los derechos absolutos del ciudadano, sosteniendo que, para cimentar la libertad, no bastaba con establecer instituciones democráticas, sino que debía además configurarse un sistema social congruente con el sistema político. A su criterio, uno de los medios para que la sociedad se adecuara al imperio de las instituciones libres era el de regular los derechos y garantías de los ciudadanos, "de la manera más clara y precisa", en la propia Constitución, de suerte que "nunca los poderes constituidos puedan, ni aun pretendan dejarlos sin efecto". Esos derechos absolutos del individuo, entre los que mencionaba la libertad religiosa, la libertad de la prensa y de la palabra, el derecho de reunión, el derecho de tener y llevar armas, la seguridad personal, la inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia, la igualdad y la propiedad, educaban al ciudadano, dándole "la alta idea de su importancia en la sociedad" y haciendo que tomase "interés en la cosa pública". Así, "el mejor de los sistemas de gobierno conocidos, el representativo republicano", podía asentarse sobre bases sólidas y estables, y precautelarse de los azares de cualquier crisis política, que “eche por tierra el gobierno establecido".

Aplicó, luego, esas ideas a lo que había pasado en su propio país, afirmando lo siguiente: "En el Paraguay, mi desgraciada patria, ninguno de estos derechos habían sido reconocidos al ciudadano; existía la más retrógrada intolerancia religiosa; no había prensa, no digo ya la libertad de ella; nadie tenía el derecho de reunirse, ni de hablar, sino por la voluntad del tirano; se encarcelaba y penaba sin causa y sin sentencia a inocentes y pacíficos ciudadanos; la propiedad estaba a merced de los caprichos de mandones arbitrarios. [... La patria] se ha dormido tranquila sobre las cadenas que la tiranía le forjara y su despertar ha sido terrible. Se ha tenido que pasar por sobre todo un pueblo para abatir la cabeza del tirano. ¿Qué nos queda de él? Triste es decirlo, ni los restos de una sociedad en descomposición, en que hay necesidad que espíritus rectos e ilustrados, revestidos de energía y mucho patriotismo pongan en juego sus dotes, con fe en el porvenir, para poder salvar los despojos de ese gran naufragio político".

Las referencias al Paraguay, innecesarias para el desarrollo del tema, y sobre todo la alusión a lo que se necesitaba para "salvar los despojos" del "naufragio político", son demostrativas del compromiso que estaba asumiendo Aceval con relación al futuro del país.

Seguidamente se refirió en la tesis al “primero y tal vez el principal de los derechos absolutos", como conceptuó a la libertad religiosa. Indicó que "el individuo tiene y conserva sus relaciones con Dios, no en su calidad de ciudadano, sino en su carácter de hombre, de ser moral". Por consiguiente, nadie mejor que él mismo para saber lo que busca su conciencia. El Estado no podía conocer lo que resultaba conveniente a la conciencia de cada individuo. A mi entender la soberanía civil o social debía concentrarse en lo temporal, y la soberanía religiosa debía dejar que se busque “el perfeccionamiento y progreso de la sociedad, dentro de su esfera". El avance de una jurisdicción sobre otra, argumentaba, "no hará sino errar su destino, adulterar sus medios de acción, sacándolos de su centro y producir inmensos males para la sociedad y para la religión". Concluía, por tanto, coincidiendo con Cavour, que la única doctrina aceptable era la de "la Iglesia libre en el Estado libre".

Criticó, en consecuencia, la disposición de la Constitución argentina que preveía que el gobierno federal sostuviese el culto católico apostólico romano, diciendo que se consagraba así un “consorcio inmoral de la Iglesia y del Estado, que ha dado un fruto hibrido que siempre será fatal a la religión y al país”. Esto no importaba un ataque a la religión cristiana, sino una defensa a la libertad religiosa. Cuando no se da la separación entre la Iglesia y el Estado, agregó, "la Iglesia se hace exigente, no permite se discuta nada de lo que a ella se refiere y busca que su dominio sea absoluto", mostrándose adversa “a la libertad de la prensa y a las otras libertades". En cambio, en los países donde no hay religión de Estado, "los sacerdotes son los más celosos defensores de la libertad de imprenta y de las otras libertades, porque son los únicos medios con que cuentan para hacer conocer su doctrina y buscarse prosélitos".

Obviamente, toda libertad tiene sus límites, y Aceval manifestaba al respecto lo siguiente: "Pero al abogar así por la completa libertad religiosa, creo sin embargo que el gobierno no solamente puede, sino debe vigilar, que bajo el pretexto de religión no se formen asociaciones que tengan por objeto propagar ideas disociadoras y corruptoras de la moral. No admito nunca que el Estado sea competente para decidir cuál de las diferentes religiones existentes es la mejor y más conveniente para la salud de la sociedad, pero esto no implica que no sea competente para juzgar lo pernicioso a la paz y a las costumbres públicas". En cualquier caso, las limitaciones que pudieran imponerse no debían favorecer a una u otra religión, sino proteger a la sociedad.

Con la presentación de esta tesis, Aceval concluyó los estudios universitarios. Para entonces, al parecer, se había consumido la fortuna de su familia, tanto por causa de la Guerra del Paraguay, como por los gastos que demandaron su sostenimiento y, desde 1870 o 1871, el de su hermano Emilio, en la República Argentina. En 1873, Emilio Aceval, que cursaba el tercer año como alumno interno en el Colegio Nacional de Buenos Aires, solicitó un subsidio del Estado Paraguayo para proseguir sus estudios preparatorios en ese establecimiento, en vista de que "el corto patrimonio" que sus padres poseían desapareció "en medio de la confusión y el desorden que por tanto tiempo remaron en el Paraguay", y por el fallecimiento de su progenitor.



La redacción de La Reforma

En octubre de 1875, había comenzado a circular en Asunción el periódico progubernista La Reforma, redactado y dirigido por  José Segundo Decoud. El periódico apareció con la finalidad de defender las reformas adoptadas por el presidente Juan B. Gill, que implicaron, como ya se señaló, una muy significativa rectificación de rumbos en su gestión gubernativa. En marzo de 1876, Decoud dejó la redacción del diario, por haber sido designado secretario de una misión especial enviada a los Estados Unidos de América. Lo sustituyó brevemente en esa función Ángel D. Peña, del 16 al 30 de marzo de 1876, hasta que se hizo cargo de la redacción el doctor Aceval.

La Reforma era en esos momentos el único diario que se editaba en Asunción. Considerado como órgano oficialista, el Gobierno efectivamente le compraba 250 ejemplares. Tenía su administración en la calle Palma número 8, y en el establecimiento se imprimían, también, por encargo, papeletas, recibos, folletos libros y carteles. El periódico, que aparecía todos los días menos los lunes, tenía cuatro páginas. Incluía el editorial, una sección con documentación oficial, informaciones del exterior, el boletín con noticias locales, y gran número de avisos y solicitadas.

Al asumir la redacción y dirección del diario, Aceval escribió que lo hacía instado por los amigos del gabinete, "sin ninguna práctica en este género de trabajo literario”, con el propósito de poner "al servicio de la buena causa" su voluntad y sus "limitadas aptitudes". Manifestó que intentaría ser imparcial, apoyando toda idea sana, acompañando los buenos actos del Gobierno y criticando lo que considerase malo. Agregó lo siguiente: "Trabajaremos por extirpar el vicio y la corrupción en todas sus manifestaciones y donde quiera que aparezcan, sin herir susceptibilidades, ni ser eco de mezquinas pasiones, siendo la moderación que aconsejan la prudencia y la educación, la compañera inseparable de nuestros actos. La prensa, cuyo poder es innegable en todos los países cultos, tiene sobre todo entre nosotros una alta misión que cumplir [...]. Es preciso hacer esfuerzos por reanimar el patriotismo adormecido en la mayoría de nuestros conciudadanos, por medio siglo de despotismo. Acostumbrarnos a mirar la cosa pública como cosa propia y a anteponer el bien de la comunidad al bien egoísta de cada uno”.

Durante varios meses, Benjamín Aceval escribió en las columnas de La Reforma sobre diversos temas relacionados con la situación política, económica y social del país. Insistió en la necesidad de promover el trabajo, de proteger la agricultura, de dar libertad al comercio. En sus editoriales predominaba el equilibrio, la mesura; el tono era moderado y respetuoso. Apuntó en una ocasión que "escribir sobre lo que se debe escribir, estudiar los difíciles y complicados problemas que se presentan todos los días en la marcha de las sociedades, es difícil, es arduo, es hasta peligroso", para agregar seguidamente: "En estos países nuevos, en que la vida de la civilización recién comienza, la palabra de la prensa tiene una importancia grandísima y es preciso tener mucho tino para dirigir siempre las cuestiones por el camino recto, con aquella prudencia y tacto indispensables a los que escriben para el público”.

A pesar de que pensaba que estaba "lejos de tener ilustración bastante para tratar como se debe ninguna cuestión difícil", transmitía conocimientos sin abrumar. Se percibía en sus escritos, por sobre todo, un compromiso sincero con el porvenir del Paraguay.

También emitió allí sus opiniones sobre el pasado reciente. Señalo al respecto, en un editorial de La Reforma, que después de la conquista, el Paraguay había padecido bajo el yugo hispánico y bajo el yugo moral de los jesuitas, "que acostumbraron a una parte del pueblo al servilismo, a la obediencia ciega"; y que, cuando se produjo la emancipación de las colonias españolas, "el Paraguay también quedó de hecho separado e independizado", pero "casi sin conciencia", sin mirar "su libertad como un don del cielo, como la más preciosa aspiración de todo pueblo". Por ello, pensaba que "los gobiernos que se sucedieron al español, pudieron sin contratiempos ni dificultades de ninguna clase, seguir el mismo régimen de despotismo y opresión".

Para él: "En este estado de la comunidad política, especialísimo y refractario a toda civilización y progreso, a causa del gobierno, y cuando [los paraguayos] se habían acostumbrado a una obediencia ciega y a mirar al 'Estado' como un ser tan superior, como algo sobrenatural y semidivino a que debía sacrificarse sin objeciones la tranquilidad, el bienestar y hasta la vida, sobrevino la guerra, guerra sin objeto, sin causa real y solo debido a la petulancia de un hombre [...]. Esta tremenda lucha fue la más grande de las desgracias que hasta entonces sufriera el pueblo paraguayo y para decidir la contienda en que se había empeñado, hubo necesidad de concluir casi completamente con la población viril de la República; más aún, se destruyó a tal punto el país en general, que después de ella, más se asemejaba a un cadáver, a los restos de un gran naufragio político, que a una nación vencida en noble lid".

Le tocó comentar, desde luego, los hechos de actualidad, como el muy significativo retiro de las fuerzas brasileñas de ocupación, en junio de 1876, al que se refirió en los siguientes términos: "Se siente una nueva vida y nuevas fuerzas lo animan [al Paraguay], cuando se ve a la nación libre e independiente tomar asiento nuevamente, aunque despedazada, entre el gremio de las naciones cultas de la tierra. Nuestro corazón de paraguayo no puede reprimir el placer que experimenta al ver a la patria libre ya de fuerzas extranjeras. No nos alegramos porque sean brasileros los que se van; nos alegramos porque son fuerzas extranjeras, que sean quienes sean, son siempre onerosas y antipáticas a los pueblos vencidos".

El retiro de las fuerzas de ocupación abría paso a nuevos tiempos, que presentaban nuevos desafíos al Paraguay. "Muy pronto vamos a quedar solos -escribió poco antes sobre el mismo tema-, y es necesario que trabajemos por reconstruir completamente a la Nación, y conservar las libertades públicas, que son nuestras más preciosas garantías, para demostrar al mundo que somos un pueblo viril, capaz de cumplir la misión que tenemos que llenar, como miembros de la gran familia de las Naciones. La tarea es común y corresponde por consiguiente a todos los ciudadanos; si todos no nos esforzamos por reconstruir la patria y conservar las libertades públicas, nosotros mismos somos los culpables, y no tendremos mañana derecho a quejarnos. Esforcémonos porque la Constitución no sea eludida, que ella sea la norma constante de los actos de los Poderes Constituidos. Y ella fuera violada, hagámosla respetar en la esfera que nos corresponde, pues todos somos los guardianes de ella y todos los responsables para la posteridad".



II.      EL ARBITRAJE DEL CHACO

 

Preparativos para el juicio arbitral

Tras varios años de negociaciones infortunadas, los representantes del Paraguay, Facundo Machain, y de Argentina, Bernardo de Irigoyen, suscribieron el 3 de febrero de 1876 los tratados de paz, de límites y de amistad, comercio y navegación, con los que pusieron término a las controversias existentes entre ambos Estados. En cuanto al territorio del Chaco, se convino que la sección situada al sur del canal principal del río Pilcomayo pertenecería definitivamente a la Argentina, y que este país renunciaba a toda pretensión sobre la sección ubicada al norte, entre el río Verde y la Bahía Negra. El mejor derecho o dominio sobre la sección intermedia, que iba desde el Pilcomayo hasta el río Verde e incluía la Villa Occidental, quedó sometido a la decisión arbitral del presidente de los Estados Unidos de América.

Sesenta días después del canje de ratificaciones del tratado de límites, las partes debían dirigirse al árbitro nombrado para solicitarle que aceptase el encargo. Una vez comunicada la aceptación, tendrían doce meses para presentar sus memorias "con de los derechos con la exposición de los derechos con que cada uno [de los Estados se consideraba] al territorio cuestionado, acompañando cada Parte los documentos, títulos, mapas, citas, referencias y cuantos antecedentes [juzgasen] favorables a sus derechos”. Se especificaba que, si en ese alguna de las partes no llegare a exhibir su memoria y documentación, el árbitro fallaría en vista de lo expuesto por la otra y “de los memorándums presentados por el ministro paraguayo y por el ministro argentino en el año 1873, y demás documentos cambiados en la negociación del año citado". El fallo arbitral sería definitivo y obligatorio para las partes.

Además, se determinó que, en tanto se tramitara el juicio arbitral, no se haría innovación alguna en el territorio sometido a arbitraje, y que ningún hecho posesorio anterior al fallo tendría valor ni podría ser alegado en la discusión como título nuevo, conservando empero la Argentina la jurisdicción que ejercía en la Villa Occidental, "para no impedir el progreso de aquella localidad, en beneficio del Estado a quien sea adjudicada definitivamente". De todos modos, el Gobierno argentino acordó en la cuarta conferencia de plenipotenciarios, celebrada el 1º de febrero de 1876, que retiraría las fuerzas militares que guarnecían la villa, cuando se retirasen del Paraguay las fuerzas brasileñas de ocupación, "en obsequio a la quietud de un pueblo extenuado", “y en el interés de acreditar que los Aliados, consecuentes con sus reiteradas declaraciones, rechazan toda idea de predominio sobre [esta República]”.

Como es sabido, la población paraguaya de Villa Occidental, establecida originalmente como Nueva Burdeos y que pasaría a denominarse Villa Hayes después del laudo arbitral, había sido ocupada por fuerzas militares argentinas en 1869, al amparo de lo dispuesto en el Tratado de la Triple Alianza en cuanto a qua se reconocería a la República Argentina el territorio de la margen derecha del río Paraguay hasta Bahía Negra. Posteriormente, se organizó el Gobierno del Chaco, con asiento en la misma villa. Ambas decisiones fueron oportunamente objetadas por el Gobierno paraguayo.

El procedimiento arbitral permitiría, por consiguiente, al Paraguay, recuperar esa parte del territorio chaqueño. Para ello debía afrontar un arbitraje, en el que tendría que acreditar su mejor derecho, frente a un país que contaba con mayores recursos financieros, con un servicio diplomático más organizado y con competentes investigadores y estudiosos de la historia y el derecho internacional. No solo eso; gran parte de la documentación paraguaya conservada en su Archivo Nacional, se había perdido durante la reciente conflagración. Desaparecieron, como escribió Benjamín Aceval, "en el torbellino de la desastrosa guerra de cinco años que ha consumido [al país] sin dejar, puede decirse, piedra sobre piedra".

Esa debilidad pudo ser paliada gracias a la intervención del exministro José Falcón, alto funcionario y magistrado judicial desde la administración de Carlos Antonio López, que había tenido oportunidad de estudiar los derechos territoriales del Paraguay y conocía la documentación que podía invocarse para respaldarlos. Falcón escribió hacia 1871 que, por haber estado a su cargo el archivo con anterioridad a la guerra, durante seis años, conoció "su gran importancia" y lo destrozado que se encontraba en esos momentos, agregando que, a pesar de todo, había conseguido reunir "algunos documentos que por casualidad se salvaron del trágico naufragio de la nave del Estado, para con ellos manifestar a la inteligencia de los Estados limítrofes, el indisputable derecho que acompaña respecto a los territorios que poseemos".

Precisamente, el gobierno del presidente Gill decidió en marzo de 1877 designar a José Falcón y a Higinio Uriarte, que se desempeñaban como presidente del Superior Tribunal de Justicia y vicepresidente de la República, respectivamente, para que, en unión con el ministro Aceval, preparasen la documentación y la memoria que debían presentarse al árbitro en el diferendo por el territorio chaqueño. Como Uriarte debió asumir la primera magistratura pocos días después, en abril de ese año, el trabajo recayó finalmente en Falcón y Aceval; y así, el viejo servidor del antiguo régimen transmitió al joven abogado la tradición histórica en cuanto a los derechos territoriales del Paraguay.

No era la primera vez que ambos intervenían en forma conjunta en la cuestión de los límites con Argentina. En las primeras semanas de 1876, fueron enviados a Buenos Aires con instrucciones del presidente Gill para el negociador paraguayo Facundo Machain. Según Sinforiano Alcorta, esas instrucciones ordenaban a Machain renunciar a toda pretensión sobre el Chaco, hasta Bahía Negra, siempre que la Argentina accediese a acordar el libre cambio en el tratado de comercio. Otros autores repitieron con posterioridad esta afirmación e, incluso, Ernesto Quesada reprodujo partes de una carta del negociador argentino, Bernardo de Irigoyen, en la que se confirmaba la versión. No se conoce empero, hasta hoy, una constancia documental paraguaya que acredite lo afirmado. Es cierto que Falcón y Aceval viajaron a Buenos Aires en los momentos finales de las negociaciones entre Machain e Irigoyen, y que regresaron a Asunción junto con el plenipotenciario paraguayo, el 17 de febrero de 1876, pero las instrucciones que se les atribuye haber llevado no son concordantes con los antecedentes de la cuestión, por lo que cabe todavía poner en duda sus términos exactos.

Sea como fuere, Falcón y Aceval tomaron a su cargo el trabajo de selección de los documentos y preparación de la memoria o alegato que se presentaría en el arbitraje. Hacia 1872, José Falcón ya había redactado una "Memoria documentada de los territorios que pertenecen a la República del Paraguay", disputados con la República Argentina. Esa memoria fue utilizada en la elaboración del contra-memorándum con el que el ministro de Relaciones Exteriores José del Rosario Miranda respondió, en octubre de 1873, el memorándum dejado por el plenipotenciario argentino Bartolomé Mitre, al cerrar su misión diplomática en Asunción. En ambos documentos se adelantaba la argumentación histórica que el Paraguay sostendría en Washington para demostrar su derecho al territorio sometido a arbitraje.

En enero de 1877, como se mencionó, fue formalizada la solicitud al presidente de los Estados Unidos de América para que actuase como árbitro en la disputa paraguayo-argentina. El presidente estadounidense Rutherford B. Hayes, quien a principio de marzo de ese año reemplazó en la primera magistratura al general Ulises S. Grant, aceptó el encargo el día 28 del mes de marzo de 1877.

Para entonces, el Paraguay ya había efectuado una primera gestión diplomática en los Estados Unidos. Antes de la firma de los tratados con Argentina, en enero de 1876, el presidente Gill designo a José Machain como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en misión especial ante el Gobierno estadounidense, a fin de estrechar las relaciones existentes y representar al país en la Exposición de Filadelfia, conmemorativa del centenario de la Revolución Americana. Machain residía en Argentina y tenía medios propios para financiar su representación. Pero, seguramente considerando lo dispuesto en el tratado de límites de febrero, el Gobierno dispuso con posterioridad que José Segundo Decoud, mucho más interiorizado de la política interna e internacional del Paraguay, lo acompañase como secretario de la misión especial.

En junio de 1876, José Machain presentó sus credenciales al presidente Grant. Tras la recepción oficial, mantuvo una entrevía con el secretario de Estado Hamilton Fish, a quien agradeció, en nombre de su Gobierno, las reiteradas manifestaciones del Gobierno estadounidense en favor del Paraguay, así como “el interés que le había inspirado sus infortunios, como los esfuerzos para conquistar su independencia libre de todo poder extranjero". Le señalo que, con la misión a su cargo, el Gobierno paraguayo correspondía "a las diversas misiones enviadas por el de los Estados Unidos, dando así una prueba del firme propósito que le animaba de estrechar las relaciones amistosas que felizmente existían entre ambos países”.  Agregó que tenía la misión de felicitar a los gobernantes y al pueblo estadounidenses por el centenario de su independencia, "acontecimiento tanto más importante para la América Republicana, cuanto él importaba una sólida garantía de permanencia para las repúblicas sudamericanas y de las instituciones libres que constituyen el bienestar de las naciones".

En la misma entrevista, Machain se refirió al tratado de límites celebrado entre el Paraguay y Argentina en febrero de 1876, y a la decisión de encomendar al presidente de los Estados Unidos de América el arbitraje sobre la propiedad de una sección territorial disputada por ambos países, acotando que su Gobierno solo esperaba el canje de las ratificaciones de dicho tratado para notificar oficialmente tal designación. En respuesta, el secretario Fish expreso que, llegado el caso, el Gobierno estadounidense haría "todo cuanto de él dependiese en favor del Paraguay, como estaba siempre dispuesto a hacerlo en favor de las demás repúblicas hermanas".

El representante paraguayo concurrió a las fiestas del Centenario de la Independencia Americana y a la Exposición de Filadelfia, inaugurada en mayo anterior, "dando así una prueba de qué, si al Paraguay no le fue dado, por circunstancias especiales, enviar sus productos nacionales a ese grande certamen industrial, el Gobierno y pueblo paraguayos, por medio de su representante se [habían] asociado, a los regocijos públicos de sus fiestas patrióticas, demostrando de un modo fraternal y amistoso las simpatías que les inspira la Nación Americana". A fines de julio de 1876, considerando que había cumplido el objeto primordial de su misión, José Machain dejó los Estados Unidos, y se estableció temporalmente en París. Asimismo el secretario Decoud partió en esos días de regreso al Paraguay.

Por lo demás, el Gobierno paraguayo gestionó el apoyo del Imperio del Brasil, que siempre había mostrado especial interés en que la Villa Occidental quedase bajo el dominio del Paraguay. Esto era así, principalmente, porque esa población estaba muy próxima a la capital paraguaya y podría servir de refugio y base de operaciones para los opositores al Gobierno, facilitando la influencia argentina en la política interna del Paraguay. El presidente Juan B. Gill solicitó al representante imperial en Asunción a principios de 1877, que transmitiese el interés en que el Gobierno brasileño dispensase "su valiosa protección" al Paraguay, intercediendo a su favor ante los Estados Unidos de América. Pero el ministro de Relaciones Exteriores del Brasil, barón de Cotegipe, respondió que sería imposible atender el planteamiento paraguayo, ya que la intervención brasileña no sería aceptada por el presidente estadounidense y comprometería la reputación de Brasil. Para Francisco Doratioto tal posición se justificaba, primero, por el hecho de que los gobernantes del Imperio sabían que la interferencia podía ser contraproducente, ya que los Estados Unidos miraban a la monarquía brasileña como una aberración y una amenaza potencial en un continente republicano, y además, porque esos mismos estadistas entendían que la Argentina no tenía títulos históricos, ni ocupación previa, que justifica, sus pretensiones al territorio en disputa.


Aceval en Washington

A principios de agosto de 1877, fue designado el representante paraguayo para el juicio arbitral. El nombramiento recayó en el propio ministro de Relaciones Exteriores, doctor Benjamín Aceval, a quien se acreditó como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en misión especial ante el Gobierno de los Estados Unidos de América. El diputado José Tomás Sosa fue nombrado secretario de la misión especial. Sosa dominaba el inglés, y había desempeñado funciones diplomáticas como secretario de la legación acreditada en Europa durante los años 1872 y 1873.

El 4 de agosto, Aceval hizo renuncia al cargo de ministro de Relaciones Exteriores, y fue designado en su reemplazo, conforme ya se señaló, el diputado Juan A. Jara. Poco después, el Congreso autorizó al Poder Ejecutivo a disponer de la cantidad de dos mil pesos fuertes mensuales, de las entradas generales de la nación, para cubrir los gastos de la misión especial. El 23 de ese mes, se autorizó la utilización de los fondos del Colegio Nacional, con cargo de reembolso, a fin de despachar de una vez la misión, con recursos suficientes para afrontar los primeros meses de funcionamiento.

También en agosto se terminó de preparar la documentación que llevaría el representante paraguayo. El ministro de Relaciones Exteriores, Juan A. Jara, solicitó al encargado de negocios de Italia, a falta de una representación estadounidense en el país, que legalizara las copias de los documentos originales del Archivo Nacional vinculados con la cuestión del Chaco, haciendo “una prolija confrontación entre las copias y los originales", a fin de que “bajo su firma y sello" certificara la exactitud y trascripción literal de esas copias. El caballero Enrique Stella accedió a la solicitud y procedió en consecuencia.

Aceval y Sosa partieron de Asunción el 8 de setiembre. Por no alcanzar el paquete inglés en Buenos Aires, debieron efectuar el viaje por Francia, y llegaron a Nueva York en noviembre siguiente. El 1º de diciembre estaban ya en Washington y el día 7 de ese mes, Benjamín Aceval presentó sus cartas credenciales, y las de retiro de José Machain. En la ceremonia respectiva, el ministro paraguayo leyó un discurso en el que manifestó al presidente Rutherford B. Hayes que las "sabias instituciones de los Estados Unidos de América han servido en gran parte de modelo a las que se ha dado mi país, y ellas han venido a ser para el pueblo y Gobierno del Paraguay nuevas fuentes de las simpatías y merecido respeto que [profesaban a esa] nación", siendo "una prueba inequívoca de ello" el que se le haya confiado la solución de la cuestión territorial con Argentina. El presidente estadounidense respondió que lisonjeaba a su "orgullo nacional" el hecho de que un "remoto país”  haya pensado "que las instituciones políticas de los Estados Unidos eran más o menos dignas de adopción", y que se congratulaba por que el Gobierno paraguayo lo hubiera considerado para desempeñar el cargo de árbitro en su diferendo territorial. Afirmó, luego, lo siguiente: "Puede descansar en la seguridad de que haré todos los esfuerzos para desempeñarlo de manera que continúe mereciendo confianza y consideración".

Cumplidas las formalidades protocolares, el ministro Aceval se abocó al estudio de la cuestión del Chaco. Tenía menos de cuatro meses para redactar la memoria para el árbitro, pues el plazo de presentación se cumplía el 28 de marzo de 1878. A principios de enero, anunció al ministro Jara que en pocos días más comenzaría a escribirla, pues hasta ese momento solo pudo dedicarse a estudiar los documentos y libros que había traído de Asunción u obtenido con posterioridad. Pensaba, empero, ir antes a Nueva York, "a mandar traducir los documentos con una persona de confianza", pues en Washington no solo escaseaban "los que poseen bien el español", sino que creía que el traductor podría estar al alcance de su contraparte. Comentó, además, que estaban "sufriendo un frío glacial", "con media vara de nieve en las calles".

Efectivamente, viajó a Nueva York en enero de 1878, para contratar un traductor, a los efectos de presentar en inglés la memoria y la documentación anexa. Desde mediados de ese mes, los documentos comenzaron a ser traducidos, e irían pasando a una imprenta, para su edición en inglés y español. Solo documentos originales serían entregados exclusivamente en español. El 21 de enero, el plenipotenciario ya tenía escritas algunas páginas de la memoria, y pensaba terminarla en los primeros días de marzo. Indicó que el árbitro gozaba en su país “de gran reputación de probidad", que él creía merecida, y aseguró lo siguiente: "Cuanto más me he ido empapando en los antecedentes, mayor es mi confianza en la victoria y si hay justicia, la obtendremos". Por otra parte, enfatizó que participaba rigurosamente de los eventos y recepciones oficiales, procurando "llenar los deberes de la etiquete diplomática, de manera a no dar ni el más leve motivo de enfriamiento en nuestras cordiales relaciones".

A principios de febrero, informó Aceval que la memoria estaba casi lista, y que entregó una primera parte de ella a "un traductor especial muy bueno" que había conseguido. En Washington hizo traducir, además, algunos documentos, que remitió a Nueva York para que se agregaran a los que se traducían allí y fueran impresos en forma oportuna. Apuntó que, aun cuando en un principio pensó imprimir igualmente la memoria, decidió presentarla manuscrita, "tanto el texto español como el inglés, a fin de conservar sobre ella la posible reserva hasta la expiración del plazo”. Con confianza, expresó finalmente: "No estoy descontento de mis trabajos y creo que están bastantemente probados los derechos del Paraguay al territorio cuestionado, por lo que espero, que cuando sea conocida [la memoria], merecerá la aprobación del Gobierno".

El 9 de marzo, el ministro Aceval comunicó al Gobierno paraguayo que había concluido la redacción de la memoria, que se hallaba "casi toda puesta en limpio”. Su traducción también estaba adelantada, aunque temía que no estuviese lista en la fecha fijada para la presentación. Se ocupaba de ese trabajo el traductor oficial del Departamento de Estado. En todo caso, el problema no le parecía grave, pues él cumpliría lo dispuesto al entregar la memoria en español, y enviaría al árbitro la traducción unos días después, ya que se trataba simplemente de “una deferencia para facilitarle su estudio”. Indicó que la tarea cumplida había sido “muy pesada", y que tanto él como el secretario Sosa pasaron encerrados varias semanas. El apéndice y los documentos anexos estaban completamente traducidos, e impresos en su mayor parte. Él entendía que, después de presentar la memoria, la legación a su cargo debía permanecer en Washington hasta tanto se dictara el fallo arbitral, a los efectos de proporcionar al árbitro los documentos e informes que pudiera pedir, y "para no abandonar el campo a nuestro contendiente''. Por este motivo, adelantaba que giraría una letra por el importe de cinco meses más de sueldo, “única manera de poder sostener esta Legación en un país tan apartado", y donde todo tenía "precios subidísimos".

Unos días después, el 20 de marzo, el representante paraguayo confirmó que la memoria estaba encuadernada en pasta, firmada y sellada. La traducción la presentaría después, conforme había acordado con el secretario de Estado, quien le manifestó que bastaba con entregarla en uno u otro idioma. Para el día siguiente o el posterior esperaba el apéndice y los documentos traducidos e impresos en Nueva York. Los documentos testimoniados y originales, así como los libros y mapas que había traído se encontraban igualmente preparados, y pensaba presentar el conjunto antes del 28 de marzo.

En efecto, el día 27 de marzo de 1878, el ministro Aceval entregó al secretario de Estado William M. Evarts la memoria o alegato paraguayo en español, en "un tomo encuadernado con ciento cincuenta y cuatro páginas de pliego entero manuscrito", más el impreso que contenía el apéndice y los documentos anexos, y una caja con testimonios legalizados y documentos originales, libros y mapas. Las copias correspondían a setenta y cinco documentos conservados en el Archivo Nacional paraguayo, y la documentación original consistía en un expediente formado en 1782, con declaraciones de testigos sobre las villas, y fuertes reducciones sostenidos por el Paraguay y un legajo referente a la reducción de Melodía, situada donde se estableció después la Villa Occidental, escrito por el padre Amando González Escobar, "su fundador y sostenedor". Los mapas eran los de Mouchez y Du Graty, y entre los libros se incluían una colección de El Paraguayo Independiente, y obras de Pedro Lozano, Félix de Azara, Demersay, Du Graty y Benjamín Poucel.

Acompañó la memoria con una nota en la que dejó constancia de que con la presentación de sus alegaciones y documentos en tiempo oportuno (el representante argentino había entregado los suyos el 25 de marzo), quedaba "cerrada definitivamente la discusión para las partes", y que la traducción de la memoria al inglés la presentaría en unos días más. Aclaró que por no haber podido controlar debidamente la traducción del apéndice y documentos anexos, se refería al texto en español, el cual esperaba que fuese confrontado en caso de presentarse alguna dificultad por defecto en la versión en inglés. Por último, se puso a disposición para dar “las explicaciones o esclarecimientos sobre cualquier duda" que pudiera "surgir en el estudio de este asunto".


La memoria paraguaya

El alegato redactado por Benjamín Aceval para sostener el mejor derecho del Paraguay al territorio disputado con la Argentina fue muy elogiado, a lo largo de los años. Manuel Domínguez destacó su concisión: "Es el más corto alegato que conozco entre todos los alegatos de orden internacional que en el mundo han sido. Parece un epigrama contra tantos librotes sobre límites y que nadie lee, por librotes. El del doctor Aceval, breve y claro, sin pretensiones literarias ni eruditas, fue, a su manera, obra maestra en su tiempo. La munición fatigada de tanto chisporroteo retórico al uso, descansa en sus páginas serenas donde palpita el corazón de un patriota". Higinio Arbo lo calificó como un memorial "sobrio y bien escrito en el que se analiza y destruye con una lógica de hierro la argumentación argentina.”

El representante paraguayo tenía conocimiento de lo que podría argumentar su contraparte, porque el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino había editado el informe o estudio histórico que sirvió de base para la memoria presentada al árbitro por el representante de ese país. En octubre de 1876, el Gobierno de Argentina confió la preparación de ese documento a Ángel J. Carranza, con la intención de remitirlo oportunamente al ministro en Washington, a los efectos de que lo presentara con las ampliaciones que él creyese indispensables. Carranza entrego su memoria en menos de cinco meses. En ella pretendía demostrar, siguiendo las orientaciones que le dio el Ministerio de Relaciones Exteriores, que: 1) el Tratado de la Triple Alianza, al establecer que la República Argentina exigiría el reconocimiento de su dominio en el Chaco hasta Bahía Negra, expresaba con fidelidad su derecho, "puesto que el Paraguay, como Provincia del Virreinato, siempre estuvo limitado al Oeste por el río cuyo nombre lleva"; 2) las guarniciones situadas sobre la margen derecha del río Paraguay bajo el gobierno del dictador Francia, y por los que le sucedieron, "eran de carácter transitorio e insignificante y, por lo tanto, carecían de importancia legal, pues que solo tuvieron por objeto evitar las invasiones de los bárbaros del Chaco"; 3) el aislamiento del Paraguay posterior a 1810, no rompió los vínculos que le ligaban a las demás provincias del Virreinato del Río de la Plata, "porque, integrando un cuerpo político, no tenía derecho a segregarse sin el beneplácito de éste", y 4) al reconocer la República Argentina la independencia del Paraguay, sin haberse designado nuevos límites, “continuaron demarcando su territorio los que tenía como Provincia, con arreglo al principio del uti possidetis de la época colonial".

Carranza acompañó la memoria con un apéndice "de documentos decisivos e inéditos en su mayor parte", tomados varios de ellos de las copias traídas del Archivo General de Indias, de Sevilla, por Vicente G. Quesada. Dejó constancia de que, para elaborar la memoria, había consultado una amplia bibliografía, tanto en las bibliotecas públicas, como en las particulares de los señores Trelles, Lamas, Mitre y Zinny. Consideraba que su trabajo, de todas maneras, era deficiente, a pesar de que había intentado "conglobar con empeño lo poco que hay escrito acerca de una materia enteramente nueva y de suyo escabrosa".

Años después, Ernesto Quesada explicaría que, "a pesar del diligente estudio practicado por aquel peritísimo conocedor de nuestra historia", su punto débil era la afirmación de que el río Paraguay constituía el límite occidental de la provincia del mismo nombre, fundada en una frase ambigua de Félix de Azara. "Era visible que -expresó-, respecto del límite colonial de la provincia del Paraguay, solo había podido consultar a cronistas y escritores", y lamentó que en vez de reservarse esa memoria para el uso exclusivo del plenipotenciario argentino, se la publicase íntegra, permitiendo que "el Paraguay se apercibiera de la pobreza de nuestra argumentación".

Teniendo a la vista los argumentos argentinos, así como los apuntes, libros y documentos que había preparado pacientemente José Falcón y los que él mismo había obtenido, el ministro Aceval dio forma a su memoria para el árbitro.

Comenzó refiriéndose a sus escasos conocimientos, a su ninguna preparación para trabajos de esta naturaleza, y al limitado tiempo del que pudo disponer "en los estudios previos indispensables". Aludió luego a la desaparición de numerosos documentos que eran "más concluyentes aún" que los que presentaba, por causa de la guerra que había "consumido" a su patria, indicando que las circunstancias por las que pasaba el país le impedían "enviar comisionados a revisar los archivos de España donde tal vez existan otros iguales". En forma categórica afirmaba seguidamente: "Con todo, los documentos que se han salvado de la gran catástrofe que ha desolado al Paraguay y cuyos testimonios van anexos, así como los mapas y autores que se citan, son a mi juicio más que suficientes para llevar al ilustrado y recto criterio de Vuestra Excelencia la suficiente luz y el conocimiento de sus innegables derechos”.

Entrando en materia, Aceval se refirió a la conquista y colonización del Río de la Plata; a la división dispuesta en 1617, a partir de la cual los Gobiernos del Paraguay y Buenos Aires "subsistieron independientes uno de otro y cada cual con su jurisdicción propia"; a la conformación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, que no alteró "en nada el estado de cosas subsistente", y al proceso de emancipación de los dos Estados que disputaban el territorio sometido a arbitraje. Sostuvo que por constituirse Asunción en capital de la Provincia del Paraguay, después de haber sido la capital del vasto territorio dividido en 1617, quedaba “en posesión de todos los territorios que expresamente no hubieran sido adjudicados a la que se segregaba". Aunque la ciudad de Concepción del Bermejo, ubicada en la margen derecha del río de ese nombre, pasaba a formar parte de la nueva provincia, resultaba natural suponer "que su jurisdicción expiraba en el río Bermejo y que no atravesaba un río caudaloso para extenderse caprichosamente al norte”. Pero incluso admitiendo, como mera hipótesis, que se extendiera al norte, no había razón para afirmar que fuera más allá del Pilcomayo. Analizando los términos de la cédula de partición, concluyó que, si se quiso evitar con ella que las ciudades fueran destruidas por los guaicurúes o payaguás del Chaco, no resultaba razonable que, siendo Asunción la ciudad más amenazada por las incursiones de los chaqueños, se confiase la jurisdicción sobre el territorio ocupado por sus enemigos a un gobernador asentado a gran distancia, máxime teniendo en cuenta “la letra de las leyes españolas en vigencia, que prohibía la entrada a tierras de extraña jurisdicción". Además, Concepción del Bermejo fue destruida poco después de la división, "quedando ese vasto territorio completamente desierto"; allí estableció el Paraguay, más adelante, con sus propios recursos, "varias reducciones o pueblos de indios, con expresa aprobación del Rey".

Afirmó que, al crearse la Intendencia del Paraguay, se le fijaron por límites los de su Obispado, del que dependían entonces varias reducciones existentes en el Chaco. Se ocupó luego de demostrar, "con documentos fehacientes, la larga, pacífica y continuada posesión que el Paraguay ha tenido siempre y sin contradicción alguna sobre el Chaco Paraguayo, desde la conquista de aquellos países, hasta su emancipación política realizada en 1811, así como desde esa fecha, hasta que en 1869 un general argentino, valido de la victoria y en virtud de la razón del más fuerte, tomó violenta posesión de aquellos territorios, a pesar de la digna oposición del Gobierno del Paraguay". Mencionó, breve pero prolijamente, las reducciones establecidas y las expediciones realizadas al Chaco, especialmente en el siglo XVIII, para pasar a comentar la independencia del Paraguay y sus relaciones con el Gobierno de Buenos Aires. Concluyó de todo ello que: "El dominio y jurisdicción que la Provincia del Paraguay en todos tiempos había ejercido sobre su territorio del Chaco, siguió ejerciéndose por la nueva República sin contradicción ni reparo alguno del Gobierno argentino". Después, enumeró los actos posesorios o de soberanía practicados durante los gobiernos del doctor Francia y de Carlos Antonio López. Resaltó, por ejemplo, que la fundación de la colonia Nueva Burdeos y su transformación en Villa Occidental no fueron observadas por el Gobierno argentino, pese a tratarse de actos públicos y notorios. “Semejante silencio, en tales circunstancias -añadió-, es muy significativo y prueba hasta la evidencia que la República Argentina tenía la conciencia de que ningún derecho le asistía a esa parte del territorio paraguayo". Recordó el Tratado de Navegación, Comercio y Límites de 1852, y explicó los alcances de su rechazo.

En suma, sostuvo Aceval en la memoria: 1) que Asunción "fue la primer ciudad que los españoles fundaron en aquellas regiones, habiendo salido de ella los que repoblaron Buenos Aires y fundaron las otras ciudades"-, 2) que el Paraguay no limitó sus dominios y sus esfuerzos de conquista a la región oriental del río de su nombre, “sino que también la extendió a la del Occidente o país llamado El Gran Chaco"; 3) que al dividirse la Provincia del Paraguay en 1617, solo se adjudicó a la nueva de Buenos Aires la ciudad de Concepción, situada al sur del Bermejo, pudiendo deducirse de los términos de la cédula de partición "que los territorios al Norte del Bermejo quedaban siempre a la antigua Provincia del Paraguay"; 4) que después de la destrucción de Concepción del Bermejo en 1631, el Gobierno de Buenos Aires nada hizo para restablecerla o fundar otra población, "quedando ese territorio desierto por más de un siglo, hasta que la Provincia del Paraguay volvió nuevamente a poblarlo estableciendo en él en diversas épocas y distintos puntos, varias reducciones de indios"; 5) que, "a más de estas poblaciones, realizó también en todos tiempos varias expediciones al interior de los territorios del Chaco"; 6) que "el Paraguay poseyó y ejerció derechos de soberanía en el Chaco, después de su emancipación política, como los había ejercido siendo Provincia española", y 7) que el nombramiento de Pedro Meló de Portugal en 1783 como gobernador intendente del Paraguay determinaba que su jurisdicción correspondía al territorio del Obispado, existiendo en el Chaco en esos momentos varias reducciones dependientes de ese Obispado.

Asimismo, explicó que los títulos paraguayos se fundaban: "1º En el derecho que emana de la conquista y de su calidad de primer ocupante, demostrado por sus más antiguas posesiones. 2º En la posesión no interrumpida, con aprobación del Rey, de territorios desiertos durante más de un siglo, después de la División de 1617. 3º En el Real Despacho de 1783, que fija la extensión territorial y jurisdiccional de la Provincia del Paraguay, estando con toda evidencia comprendido dentro de ella, el territorio del Chaco. 4º En el derecho de usucapión o prescripción que ha adquirido según el Derecho de Gentes por su pacífica y continuada posesión desde la conquista".

No dejó de aludir al Tratado de la Triple Alianza -celebrado con el objeto de "destruir al Paraguay y borrarlo del mapa de las naciones independientes del globo, por el imperdonable crimen de haber sido una barrera a las ambiciones de sus vecinos"-; a la ocupación por Argentina de la Villa Occidental en 1869, que fue objetada por el Gobierno provisorio paraguayo; a la creación del Gobierno del Territorio del Chaco en 1872, contra la que igualmente protestó el Paraguay; y a las negociaciones que concluyeron con la firma del Tratado de Límites de 1876.

Concluyó mencionando argumentos de orden práctico, que complementaban los históricos y jurídicos. Apuntó que si la Villa Occidental, situada a muy poca distancia de la capital paraguaya, quedaba en poder de Argentina, se convertiría en refugio de quienes pretendiesen atentar contra el orden público del país y en base de apoyo para el contrabando de mercaderías. "Es por eso que sostengo -agregaba- que si ese territorio se diera a la República Argentina, el Paraguay jamás podrá levantarse, verá día a día amenazada su autonomía de nación y terminará por perder su independencia. Le es, pues, indispensable a su vida de nación, como el aire a la de los seres orgánicos; mientras que para la República Argentina no es de necesidad alguna".

Argumentó, finalmente, en contra de la posibilidad de que el fallo arbitral dividiese el territorio en disputa en dos, tanto porque tal solución dejaría a la Argentina precisamente la Villa Occidental, como porque dicha partición había sido expresamente rechazada en las negociaciones bilaterales previas.

En verdad, la memoria paraguaya, breve y precisa, sin excesos de erudición, constituía un alegato sólido, completo y contundente. Benjamín Aceval la redactó con 32 años de edad, sin más experiencia diplomática que la que pudo haber adquirido en el corto tiempo que ejerció la jefatura del Ministerio de Relaciones Exteriores, y apremiado por el plazo perentorio que se fijó para su presentación. El mérito, empero, no era solo suyo. El alegato era sólido porque se fundaba en documentación sólida, seleccionada y ordenada por José Falcón, el mayor experto paraguayo en temas de límites, de quien Aceval habrá adquirido también muchas de sus referencias históricas.

 

La larga espera

La memoria argentina fue presentada por el ministro plenipotenciario Manuel R. García, quien ejercía la representación diplomática de su país en los Estados Unidos de América. Era extensa, erudita y ordenada. Partía de algunos supuestos falsos, que debilitarían su argumentación. Por ejemplo, descalificaba las reducciones y expediciones paraguayas señalando que no fueron consentidas por el rey de España. Ernesto Quesada comentó que el plenipotenciario argentino presentó una memoria "muy erudita”, en la que creyó suficiente "detenerse en lo de las gobernaciones primitivas (1617), sin recordar que un siglo después (1776) todas esas jurisdicciones y sus límites fueron alterados, al crear el virreinato del Río de la Plata y, sobre todo, al dividir el territorio en intendencias (1782)”. “El estudioso se abisma ante esta falta de lógica -concluye-, pues se trataba de un punto histórico clarísimo”. Para Quesada, la tramitación del arbitraje y la discusión de límites demostraron "la habilidad y tino de la diplomacia paraguaya, y la ligereza e increíble dejadez de la argentina".

Durante abril de 1878, el ministro Aceval se ocupó de apresurar la traducción de la memoria al inglés, que fue minuciosamente revisada. Tomó también conocimiento de "los perjuicios inmensos” que habían causado las lluvias de 1878 en el Paraguay. El ministro Juan A. Jara escribió al representante en Washington que ellas habían hecho “más daño al país que una revolución". En junio, al confirmarle la cancelación del giro emitido por Aceval para costear su permanencia en Estados Unidos, Jara le informó que la situación financiera del país era malísima, que las entradas habían disminuido al extremo de que en marzo y mayo no se había pagado a los funcionarios, y que en abril, para hacerlo, se tuvo que disponer de fondos destinados a otro objeto. Le planteó, en consecuencia, la reducción de la suma asignada a la legación y el retorno del secretario.

El ministro Aceval consintió, desde luego, en la reducción de sus gastos, explicando que había despachado aquel giro al solo objeto de sostener con decencia la legación, para no generar una imagen negativa "ante hombres que no conocen nuestros apuros, que no se los podrían imaginar y que están acostumbrados a ver que todo los representantes de países extranjeros llenan largamente las exteriores exigencias de su posición oficial". Encareció, sin embargo, la permanencia del secretario, porque le resultaba necesario, por no poseer él el idioma inglés, que era el único que conocían el Secretario de Estado y otras personas con las que debía tratar.

El 1º de mayo de 1878, Aceval entregó la traducción de la memoria al inglés, en un tomo encuadernado, y el secretario asistente, en ausencia del secretario de Estado, le adelantó que "se estaban ya ocupando del estudio de la cuestión". El plenipotenciario paraguayo pensaba, de todos modos, que la decisión se demoraría unos meses. El 2 de mayo escribió al ministro Jara: "Estamos en primavera y el verano se aproxima, estación en que esta gente poco trabaja, y casi todos, sin exceptuar al Presidente, van a buscar lugares más frescos o a tomar las aguas, como es de moda. Así es que poca esperanza tengo que el fallo se dé antes del próximo otoño, o tal vez principios del invierno, lo que no me gusta mucho, pues desearía cuanto antes ver terminado tan importante asunto".

Dos meses después, el 2 de julio, confirmó que el Departamento de Estado adelantaba el estudio de las memorias y documentos presentados, y que el fallo podría producirse en poco tiempo más, si no fuese por el verano, que se estaba haciendo sentir con fuerza, al punto que algunos de los altos funcionarios comenzaban a dejar la ciudad, "aunque solo por poco tiempo y sucesivamente". Incluso Aceval viajó a Nueva York en agosto, por ser Washington "casi inhabitable en el verano".

A principios de setiembre, el diplomático paraguayo conversó con el secretario asistente. Este le indicó que el presidente Hayes partiría al Estado de Ohio a tomar vacaciones por tres semanas y que el secretario de Estado no estaba en Washington, pero regresaría pronto. Le aseguró, asimismo, que el señor Evarts "se había ocupado ya mucho de la cuestión y que inmediatamente después de su vuelta lo haría nuevamente", agregando que el fallo sería dado en el otoño, "el cual, según costumbre aceptada aquí, se cuenta del Iº de setiembre al Iº de diciembre". Al promediar el mes de setiembre, el secretario de Estado le aseguró que el fallo se emitiría "tan pronto volviera a Washington el señor Presidente de la República".

Pero pasaron setiembre y octubre sin que se produjera la esperada decisión. En los primeros días de noviembre, el ministro Aceval volvió a entrevistarse con el secretario Evarts, quien le dijo “que el estudio de la cuestión había terminado ya y que el fallo hubiera ya sido dado, si no fuera que después de terminado el estudio se hubieran ofrecido dos dificultades (no de importancia) que exigían algunos estudios complementarios". Estas dificultades, a su criterio, podrían allanarse pronto y el proceso arbitral podría concluir en ese mismo mes de noviembre.

Transcurrieron así, desde la presentación de las memorias, más de siete meses, que habrán sido de inquietud y ansiedad para la representación paraguaya. El Departamento de Estado le manejó con gran reserva, y ni siquiera formuló consultas a los plenipotenciarios en relación a las dudas que hubieran podido surgir del estudio de los alegatos. Muchos años después, comentaría Emilio Aceval que visitó a su hermano en Washington a mediados de 1878 y lo encontró "algo descorazonado ante la falta de noticias, que era imposible arrancar al hermetismo de la Cancillería estadounidense". En forma alguna se podía obtener “el menor indicio de hacia qué lado se inclinaría la balanza", y apenas se consiguió saber, "después de muchos empeños indirectos, y valiéndose de amistosas relaciones", la fecha aproximada en que se dictaría el fallo.

 

Decisión del árbitro

El 14 de noviembre de 1878, los representantes del Paraguay y Argentina fueron notificados del laudo arbitral, dictado con fecha 12 de noviembre. En su parte dispositiva, este instrumento consignaba: "Por tanto, hago saber que yo, Rutherford B. Hayes, Presidente de los Estados Unidos de América, habiendo tomado en debida consideración las referidas exposiciones y documentos [de las partes], vengo a decidir por la presente que la expresada República del Paraguay tiene legal y justo título a dicho territorio situado entre los ríos Pilcomayo y Verde, así como a la Villa Occidental comprendida dentro de él; en consecuencia, vengo a adjudicar por la presente a la expresada República del Paraguay el territorio situado sobre la orilla occidental del río de dicho nombre entre el rio Verde y el brazo principal del Pilcomayo, inclusa la Villa Occidental".

La decisión no contenía fundamento alguno, pero John Bassett Moore escribió que, al parecer, el árbitro se había formado la convicción de que, hasta la Guerra contra la Triple Alianza, "el Paraguay había ejercido cierta jurisdicción sobre la zona disputada, mientras que la Argentina no la había ejercido nunca".

Aceval comunicó de inmediato a Asunción que "el éxito más completo" había coronado los esfuerzos del Gobierno y el pueblo paraguayos. El representante argentino, Manuel R. García, por su parte, debió reconocer la contundencia de la documentación presentada por el Paraguay. Le impresionaron, sobre todo, el nombramiento del gobernador Pedro Meló de Portugal, por el cual se determinaba que la jurisdicción de la Provincia era la del Obispado, y el documento en que el gobernador Martínez Fontes afirmaba que el rey había aprobado las reducciones paraguayas del Chaco, el cual, complementado con otras pruebas, destruía "completamente la argumentación argentina, sostenida en el memorándum del general Mitre, memoria del señor Carranza y escritos de los señores Trelles y Saravia". García recordó que había tenido que preparar su memoria con los documentos e informaciones que le habían sido remitidos, y pidió que se apreciara si con esos documentos "hubiese sido posible a persona más competente hacer mayores esfuerzos por corresponder a la confianza del Gobierno".

El secretario de la legación argentina, Miguel P. Malarín, escribió años más tarde que, tras producirse el laudo arbitral, el ministro García y él tomaron conocimiento de la memoria del doctor Aceval, y que no fue poca su sorpresa cuando se enteraron "de su documentación aplastadora". Anoto también lo siguiente: "No es creíble que en el ánimo del presidente Hayes hicieran presión influencias extrañas al derecho. Además, el doctor Garcia era el decano del cuerpo diplomático en Washington; llevaba diez años de residencia y, a más de sus estrechas vinculaciones con el General Sherman, secretario de estado Evarts y subsecretarios Hay y Hunter, mantenía relaciones sociales con la mejor parte de las familias del distrito”.

En el mismo mes de noviembre de 1878 en que se dictó el folio, tras cumplir las obligaciones protocolares correspondientes, Benjamín Aceval partió de Estados Unidos rumbo a Europa, para tomar en Francia el vapor a Buenos Aires. No pudo hacerlo en enero, y debió esperar el siguiente vapor hasta principios de febrero.

 

Regreso triunfal

La noticia del laudo favorable fue recibida en el Paraguay con comprensible júbilo. Se quiso dar un caluroso recibimiento al plenipotenciario paraguayo a su retorno al país, constituyéndose incluso una comisión popular para organizar el homenaje. El martes 25 de marzo de 1879, a las 7 y media de la mañana, se dio la señal de que el vapor Río Paraná, en que venían el doctor Benjamín Aceval y el secretario José Tomás Sosa, se acercaba a Asunción. La gente se movilizó hacia el puerto y comenzaron a adornarse las calles y colocarse banderas en todas partes. En un vaporcito, la comisión de recepción se acercó hasta el Río Paraná para saludar al homenajeado. Al responder las palabras de bienvenida, el doctor Aceval expresó: "Estoy sumamente reconocido al honor inmerecido que se me dispensa. Como ciudadano no he hecho más que cumplir con un deber. Tratándose de resolver esta cuestión no por la fuerza bruta de las armas, sino por la fuerza del derecho, al árbitro designado le tocaba decidir. La justicia estuvo de nuestra parte y nos fue dada".

El diario La Reforma comentó: "A la llegada al muelle, un inmenso gentío se agolpaba por todas partes; las banderas ondeaban, los cohetes hacían un continuado estruendo juntamente con las salvas, los repiques y las músicas, así como los vivas y gritos del pueblo verdaderamente entusiasmado". Tras el desembarque, hubo otros discursos. Siguieron luego Aceval y sus acompañantes hasta la Plaza Constitución. "La concurrencia era inmensa -apuntó asimismo La Reforma-; calculase el acompañamiento en cerca de cuatro mil personas que le vitoreaban con un entusiasmo indescriptible; no se podía andar en la calle a pesar de que los policianos abrían el camino y cuidaban de que no se interrumpiese el orden". En la Plaza Constitución habló Ángel Peña, y de allí se acompañó al homenajeado hasta su alojamiento.

En una fiesta ofrecida por el presidente Cándido Bareiro a sus amigos en la noche del 27 de marzo, se brindó por la paz y se volvió a destacar la actuación de Aceval. Este, por su parte, pidió que se hiciera un brindis "por el señor don José Falcón, a cuya laboriosidad se debió en gran parte el triunfo de la causa paraguaya".

En esos momentos, Benjamín Aceval debió tomar una decisión importante para su futuro. Al asumir la Presidencia de la República, el 25 de noviembre de 1878, Cándido Bareiro le había designado ministro de Relaciones Exteriores en ausencia, y confió interinamente la cartera al ministro de Hacienda, Juan Antonio Jara. Al reintegrarse al país, el doctor Aceval manifestó al presidente que prefería no hacerse cargo del ministerio, y le planteó en cambio que le designara director del Colegio Nacional, recientemente creado.

No obstante ello, tuvo aún oportunidad de participar en el acto de devolución de la Villa Occidental al Paraguay. El Gobierno argentino, acatando el fallo del presidente Hayes, instruyó al Gobernador del Chaco que procediera a desocupar el territorio reconocido como paraguayo. Acordada la fecha y la forma en que se efectuaría el traspaso, el 13 de mayo de 1879, el presidente Bareiro nombró una comisión compuesta por el general Patricio Escobar y los señores Benjamín Aceval e Higinio Uriarte para que, en nombre del Gobierno de la República, recibiese y tomase posesión del territorio nacional comprendido entre los ríos Pilcomayo y Verde. El mismo día, se sancionó y promulgó la ley por la que el territorio nacional del Chaco, desde el río Pilcomayo hasta Bahía Negra, quedó constituido como Departamento Occidental, a cargo de un comandante militar y político Presidente en la Villa Occidental, que fue denominada desde entonces Villa Hayes.

El acto de entrega y recepción se realizó en la antigua Villa Occidental el 14 de mayo de 1879. Ese día los comisionados paraguayos se embarcaron en Asunción a bordo de una cañonera de la escuadra brasileña, que los condujo hasta la villa. Allí fueron recibidos por el gobernador interino Luis Jorge Fontana, quien los condujo al edificio de la gobernación, para acordar los términos del acta respectiva. Pasaron después a la plaza, donde estaba enarbolada la bandera argentina. Ante la formación de las fuerzas argentinas y paraguayas, y una salva de veintiún tiros de cañón, el gobernador interino Fontana, "tras breves pero elocuentes palabras alusivas", se encargó de bajar la bandera de su país. Fue liada entonces, por los miembros de la comisión, la bandera paraguaya, con el saludo de otra salva de veintiún cañonazos. Benjamín Aceval pronunció entonces las siguientes palabras: “En tal día como este, sesenta y ocho años hace, nuestros padres sacudieron el yugo del coloniaje, y agregaron un nuevo miembro a la gran familia de las naciones independientes del globo. Que ese glorioso aniversario, que coincide con la toma de posesión del territorio reconocido como paraguayo por el arbitraje de Washington, sea un feliz augurio para que la bandera tricolor que acaba de izarse flamee por siempre en estas fértiles tierras, hoy desiertas en su mayor parte y holladas por las plantas del salvaje, pero que mañana la acción fecunda del trabajo, que ennoblece y enriquece a los pueblos, la convertirá en moradas de hombres libres y civilizados".

Se suscribió a continuación, al pie del mástil de la bandera que acababa de izarse, el acta de entrega y recepción de la Villa Occidental y del territorio del Chaco situado entre los ríos Pilcomayo y Verde.

Después de la guerra, la devastación, la ocupación militar, las imposiciones de los vencedores, los renunciamientos territoriales, la anarquía y la persecución política, muchos paraguayos habrán pensado, al conmemorarse la independencia de la patria en ese año 1879, que el país estaba volviendo a su quicio y que existían condiciones para trabajar sostenidamente en procura del bienestar general. Benjamín Aceval, por su parte, ya había decidido orientar sus esfuerzos de ciudadano, sin perjuicio sus propios proyectos personales, preferentemente hacia la educación de la juventud, que entendía como la base necesaria para extender y mejorar la instrucción pública en el país y fortalecer el imperio de las instituciones democráticas.



III.     DIRECTOR DEL COLEGIO NACIONAL


Necesidad de un colegio de segunda enseñanza

Durante la década que siguió a la Guerra contra la Triple Alianza, la instrucción pública se desenvolvió en condiciones extremadamente precarias, tanto por la limitación de los recursos estatales, como por la escasez de educadores capacitados. En 1877, José Segundo Decoud afirmaba que la disposición de la Constitución de 1870 que preveía la obligatoriedad de la educación primaria continuaba siendo "una mera palabra escrita", y que tillares de niños estaban sumidos "en la lóbrega oscuridad de la ignorancia". Esta situación se proyectaba también, en forma más pronunciada, a la educación secundaria y superior. "Es tan notable -agregaba el mismo Decoud- la falta de hombres, que cada día hace más imposible llenar los diversos empleos de la administración con personas idóneas. Dentro de algunos años será más difícil todavía; porque muchos de los paraguayos que hoy figuran fueron educados en el exterior. Cuando ellos mueran, ¿quién los reemplazará ventajosamente? La juventud que hoy se educa en la vida de la ociosidad no estará preparada para desempeñar las importantes funciones públicas. Un país que carece de universidades, de colegios o de institutos de enseñanza superior, no tendrá jamás un estadista, jurisconsulto o un hombre de letras".

En el tiempo que redactó La Reforma, Benjamín Aceval tuvo igualmente oportunidad de analizar el estado de la instrucción pública en el país. En abril de 1876, escribió que todo paraguayo patriota debía esforzarse por propagar la instrucción entre las "masas ignorantes", apuntando que sin ello de nada serviría tener una Constitución liberal y avanzada, o hablar de libertades, de garantías constitucionales y de los derechos absolutos del individuo. Aceptaba que la Constitución política de un pueblo debía ser más avanzada "que el estado de adelanto intelectual, moral y material del pueblo que rige, de manera que ese pueblo haga esfuerzos por colocarse en ese grado de desarrollo en que ya lo supone su carta fundamental". Pero la Constitución no podía resultar incongruente, "en medio del malestar e ignorancia de una gran mayoría de los individuos que componen el pueblo destinado a regir". La Constitución política debía armonizarse con la constitución de la sociedad, a cuyo efecto había que extender a todos las garantías y los derechos constitucionales. Era necesario, para ello, hacer comprender a cada ciudadano, por medio de la instrucción, que sus derechos absolutos "son su propiedad inalienable, son su patrimonio exclusivo que ha tenido al reunirse en cuerpo político".

Entrando en materia, expuso en un editorial posterior que, aunque existía un número insignificante de escuelas primarias repartidas por el país, "los conocimientos adquiridos en estas escuelas [eran] tan limitados, que los niños que salen de ellas, después de haber aprendido todo lo que en ellas se enseña, apenas saben leer y escribir mal". No podía ser de otra manera, en su concepto, dada la exigua remuneración que se pagaba a los maestros, por cuya razón no se conseguiría tener "maestros de escuela que cumplan su obligación, porque si algo valen o algo saben, se dedican a cualquier otra cosa, que siquiera les haga ganar el pan necesario para la vida". Por eso, entendía que si no se realizaban cambios sustanciales, los paraguayos no tendrían derecho a quejarse en el futuro “de la ignorancia de nuestras masas, de la escasez de hombres aptos para desempeñar los puestos más insignificantes de la administración, de los caudillos que se levantarán, de las revoluciones que se sucederán". Lo que planteaba para afrontar esta situación, ante las limitaciones que tenía el Estado para costear un buen plan de instrucción primaria y secundaria, era establecer Municipalidades en todos los pueblos, "creándoles rentas propias y obligándoles a sostener una o más escuelas primarias según las necesidades e importancia del municipio"; “cada Municipalidad -añadía-, en contacto inmediato y palpando puede decirse las necesidades del municipio, no solamente atendería mejor a las demandas de este ramo, sino que también se tomaría mayor interés por el adelanto del municipio".

Desligado el Estado de la responsabilidad de la instrucción primaria, podría ocuparse mejor, a su criterio, de la instrucción primaria. En este sentido, señalaba la necesidad de establecer en Asunción un colegio de enseñanza secundaria, "donde vengan a completar su educación los niños que hayan llenado los programas de escuelas elementales", y en el que pudiera formarse una juventud ilustrada, "útil a la sociedad y a sí misma”. Al efecto, se debería traer personas de reconocida competencia y honorabilidad para los puestos de director y de profesores del establecimiento. Al Colegio Central tendría que agregarse una Escuela Normal de internos, "donde puedan ingresar siquiera un joven de cada uno de los departamentos de campaña, a fin de que reciban la instrucción necesarios para el profesorado”, con la obligación de que, una vez concluidos sus estudios, enseñasen “por un número determinado de años en sus respectivos departamentos”. Además, se podría habilitar colegios de instrucción secundaria en los principales departamentos, como por ejemplo en Villarrica. Trazó Benjamín Aceval, de tal manera, un plan que él mismo se encargaría de impulsar y concretar con posterioridad.

Poco después, tuvo oportunidad de apreciar más de cerca lo que se hacía en esta materia. En agosto de 1876, la Junta Económico-Administrativa de la Capital encargó al doctor Aceval la inspección de las escuelas municipales, incluido el Colegio Municipal, denominado también Colegio Nacional, en el que se impartía la enseñanza secundaria, desde mayo de ese año, bajo la dirección del profesor Pascual Papirí. Aceval comentaría en setiembre siguiente que, dentro del Colegio Municipal de Asunción, que entonces tenía 243 alumnos, ochenta seguían el primer año de educación secundaria y “el preparatorio para ingresar a él el mío entrante”. Se había adoptado para el primer año el plan de estudios de los Colegios Nacionales de la Argentina, y se pretendía hacer lo mismo para los años siguientes. Él pensaba que estos dos cursos estaban bien atendidos por profesores inteligentes y dedicados, como eran los señores Papirí y Carlos Duval, pero que no ocurría lo mismo con la instrucción primaria elemental, por la cantidad de alumnos que se encontraban a cargo de un solo profesor. Al parecer, los cursos de segunda enseñanza siguieron dictándose en el Colegio Municipal en 1877; y en febrero de ese año fue nombrado para dirigir el establecimiento el doctor Facundo Machain.

Precisamente en 1877 se creó y comenzó a organizarse el Colegio Nacional, con mayores recursos financieros. En diciembre de 1876, en los momentos en que Aceval se incorporaba al gabinete del presidente Juan B. Gill, el Poder Ejecutivo sometió al Congreso, entre otros, un proyecto de ley para autorizar "la fundación de un Colegio Nacional de enseñanza primaria superior, costeado con el 4 por ciento adicional creado para ese fin en la nueva ley de Aduana". En el mensaje, suscrito por el presidente y todos sus ministros, se indicaba que: “El colegio que hoy piensa fundar el Gobierno con el producto del referido adicional, está llamado a convertirse dentro de pocos años en una verdadera escuela normal, de la que han de salir preceptores inteligentes para regentear las escuelas de campaña".

En ausencia del ministro de Instrucción Pública, Benjamín Aceval refrendó con el presidente Gill, el 4 de enero de 1877, la ley sancionada por el Congreso el 29 de diciembre anterior, sobre la base del proyecto presentado por el Ejecutivo. En virtud de esa ley, se autorizaba "la fundación de un Colegio Nacional de enseñanza primaria superior, costeado con el 4 por ciento adicional", que se estableció en la nueva ley de Aduana, del 15 de diciembre de 1876, y que recaía sobre la introducción de productos extranjeros al país; se preveía el nombramiento de una comisión encargada de percibir los fondos respectivos "y de invertirlos en la fundación y sostenimiento del Colegio, previa autorización del Gobierno", y se encomendaba al Poder Ejecutivo la presentación de "las bases bajo las cuales [debería] establecerse el colegio y las facultades de [las que creyese] necesario investir a la referida comisión".

 

Organización del nuevo establecimiento educativo

La Comisión del Colegio Nacional fue integrada el 27 de marzo de 1877 con los señores Higinio Uriarte, José Falcón, José Segundo Decoud, Benjamín Aceval y Próspero Pereira Gamba. A más de sus atribuciones legales, se encargó a la comisión elevar al Poder Ejecutivo la propuesta de bases para el establecimiento del colegio y otra relacionada con su propia competencia, a los efectos de someterlas al Poder Legislativo. La comisión, a la que se había sumado Francisco Guanes en reemplazo de Higinio Uriarte, cuando este último asumió la jefatura del Gobierno, aprobó ambas propuestas el 17 de julio siguiente.

Las bases y el régimen orgánico quedaron sancionados como leyes en agosto del mismo año. En las bases se determinó que la Enseñanza en el Colegio Nacional sería gratuita; que este establecimiento podría recibir alumnos internos, semiinternos y externos; que los que pretendiesen ingresar debían ser examinados previamente, a fin de comprobar que poseían conocimientos elementales; que el colegio impartiría los cursos preparatorios completos, "de manera que terminados ellos, [los estudiantes pudieran] ingresar en el país o en el extranjero a las facultades mayores"; que el plan de estudios que presentase la comisión debía aprobarlo el Poder Ejecutivo; que se dispondrían cincuenta y dos becas, para beneficiar a dos niños por circunscripción electoral, de las veintiséis en que estaba dividida la República; que las becas debían distribuirse a los jóvenes "que se hubiesen hecho más notables por su talento y su aplicación al estudio, debiendo, en identidad de casos, darse preferencia a los pobres"; y que la comisión proporcionaría a los jóvenes beneficiados con becas, "además de la enseñanza, gratuitamente, la alimentación, los vestidos, los libros y demás necesario".

En cuanto a la competencia de la Comisión del Colegio Nacional, se dispuso que debía percibir de la Aduana lo recaudado en virtud de lo previsto en la ley, destinar esos recursos al sostenimiento del colegio, y administrarlos "independientemente de toda ingerencia extraña"; adoptar el reglamento interno y el plan de estudios del colegio, con aprobación del Poder Ejecutivo; proponer al Gobierno los candidatos para director y profesores, y pedir la remoción de los mismos en caso de mal desempeño de sus funciones; nombrar y remover a los empleados subalternos; formar el presupuesto del establecimiento; adoptar los textos del enseñanza; comunicar las vacancias de becas; fijar la pensión que debería ser abonada por los alumnos internos y semiinternos que no tuvieren beca, y, en general, ejercer la superintendencia de la dirección del colegio, presidir los exámenes e intervenir en la distribución de premios.

Al día siguiente de la promulgación de estas dos leyes, se nombró a Cirilo Solalinde como miembro interino de la Comisión del Colegio Nacional, para que sustituyera al doctor Benjamín Aceval, mientras estuviese ausente del país, en cumplimiento de la misión diplomática que se le había confiado ante el Gobierno de los Estados Unidos de América.

El Colegio Nacional entró en funcionamiento en ese tiempo. En marzo de 1878 se publicó el aviso de apertura de la matrícula, previéndose finalmente 90 becas, 12 para la capital y 78 para la campaña, y que los alumnos internos no becados pagarían 8 pesos mensuales y los semiinternos, 4. Se especificaba que a los becados se les suministrarían "la alimentación, los vestidos, el calzado,  los libros, los útiles de enseñanza, el servicio personal, la asistencia médica y cuanto fuere necesario"; y a los semiinternos se les darían los alimentos, libros y útiles de enseñanza, “debiendo permanecer todo el día en el colegio y [retirarse] a dormir a sus casas". A los alumnos externos no se le haría suministro alguno, ni se les obligaría a permanecer en el colegio sino en las horas de estudio y de clase. En el mismo aviso se determinó que las clases se iniciarían el 22 de abril, y que el día anterior, domingo de Pascua, se realizaría el acto de solemne inauguración.

El aumento del número de becas había sido autorizado previamente por el Poder Ejecutivo, a propuesta de la Comisión del Colegio, en el entendimiento de que no se infringía la ley, sino por el contrario se actuaba en consonancia con ella, "pues su espíritu [era el de] de sostener gratuitamente el mayor número posible de jóvenes, habiéndose fijado el número de 52 becas, tan solo por temor de que no hubiera recursos para sostener un número mayor”.

En enero de 1878, se nombró como director del colegio al mexicano José Agustín de Escudero, con una asignación mensual superior a la que percibían el vicepresidente de la República y los ministros del Poder Ejecutivo.

También en enero, el ministro del Interior dirigió comunicaciones a los jefes políticos y a los presidentes de las Juntas Económico-Administrativas, anunciando que el Gobierno había dispuesto que se procediera a designar los jóvenes becarios. La decisión quedaba a cargo de la Junta Económico-Administrativa donde hubiera o, en su defecto, del respectivo jefe político. Tenía que recaer en jóvenes de 13 a 17 años que supiesen leer y escribir bien; que conocieran correctamente las cuatro operaciones fundamentales de la aritmética, y que se destacaran por su aplicación y talento, pues se rechazaría y devolvería a su partido el que no demostrase poseer perfectamente los conocimientos indicados. Se recomendaba que "la elección recaiga en un niño pobre, pudiendo solo nombrarlo de familias acomodadas, en el caso, poco probable, de que no haya entre los pobres ninguno que reúna las condiciones exigidas", pero como estaba permitido el ingreso al colegio de otros alumnos que abonasen su mensualidad, la jefatura podría costear "la educación de algunos jóvenes", siempre que mediara algún entendimiento con sus familias, de manera que “esos jóvenes se comprometieran a servir de preceptores en las escuelas de ese partido".

El reglamento y el plan de estudios del nuevo establecimiento fueron aprobados en abril de 1878, poco antes del inicio de clases. Las asignaturas comprendidas en el plan de estudios se distribuían en seis años de enseñanza.

De esta manera, el Colegio Nacional comenzó a funcionar a partir de abril de 1878. Según Dionisio González Torres, estuvo ubicado originalmente en una edificación de una planta levantada en terreno fiscal, sobre la calle Libertad (actual Eligió Ayala), desde la mitad de la cuadra hasta la esquina con Caapucú (actual calle Yegros).

En octubre de ese año, diferencias surgidas entre el director Escudero y la Comisión del Colegio, que le acusaba de no hacer cumplir el reglamento, así como de incapacidad para dirigir el establecimiento y mantener la disciplina, determinaron su suspensión primero y su cesación en el cargo después. La dirección fue confiada interinamente a José Segundo Decoud; y cuando éste asumió el Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública en noviembre siguiente, la dirección interina quedó a cargo del profesor italiano de ascendencia española Leopoldo Gómez de Terán.

En 1878 ingresaron al colegio 147 alumnos, pero apenas 18, entre los que se encontraban Héctor Velázquez, Héctor Carvallo, Cecilio Báez, Facundo Ynsfrán y José de la Cruz Ayala, aprobaron el primer año en los exámenes finales de diciembre. Por lo demás, el local del Colegio ofrecía pocas comodidades. Gómez de Terán apuntó que los alumnos vivían hacinados en las clases y los dormitorios, "sin otros recreos que estar parados en un estrecho patio o cuando la intemperie lo impide, tumbados en sus camas, no habiendo en los dormitorios ni una silla para sentarse".

Durante su ausencia, Benjamín Aceval no dejó de prestar atención a los problemas por los que atravesaba el colegio.

En la sesión de la Comisión del Colegio Nacional del 21 de enero de 1879, José Falcón informó que había recibido una nota del doctor Aceval, en la que éste solicitaba autorización para contratar, a su paso por Buenos Aires, de regreso al país, una persona que pudiera desempeñar el puesto de director. La comisión le acordó la autorización solicitada, aunque sujeta a aprobación del Poder Ejecutivo y "poniendo al comisionado la limitación de no contratar definitivamente sino después de venir a esta capital y enterarse de las necesidades y condiciones actuales del establecimiento”. En la sesión siguiente, sin embargo, después de consultas con el Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, José Segundo Decoud, se decidió revocar la autorización conferida y que siguiera como director interino el señor Gómez de Terán.



IV.    TRATADO DE LÍMITES CON BOLIVIA

 

El Ateneo Paraguayo y otros afanes

A más de dirigir el Colegio Nacional, Benjamín Aceval prestó su concurso en esos años a otras iniciativas encaminadas a promover la instrucción popular y las actividades culturales en el país. Desde 1885 integró con Alejandro Audibert y José Tomás Sosa la comisión para el fomento de la Biblioteca Pública; y fue fundador y presidente del Ateneo Paraguayo, una entidad constituida en Asunción el 28 de julio de 1883 con el objeto de "fomentar el espíritu de asociación mediante el cambio de ideas''.

El Ateneo Paraguayo organizaba conferencias y tertulias literarias y musicales. En abril de 1885, el doctor Aceval fue electo presidente de la entidad. Le acompañaron en la comisión directiva Mateo Collar y Ramón Zubizarreta, como vicepresidentes, Saúl Cardozo y Abdón Álvarez como secretarios, Gerónimo Pereira Cazal, como tesorero y Ernesto Weber como bibliotecario. Con motivo de su elección, el diario asunceno La Democracia significó que, "después de haberse aletargado durante los meses de mucho calor", el Ateneo despertaba con mayores bríos, "a pesar de nuestra profunda miseria".

Le tocó a Aceval, por consiguiente, abrir con un discurso la tertulia conmemorativa del segundo aniversario del Ateneo Paraguayo, efectuada en agosto de 1885. Significó entonces que, aunque el Ateneo había tenido una humilde cuna, estaba “abriendo nuevos rumbos a la inteligencia que nace en la juventud estudiosa”, y que aspiraba a figurar en la historia "como uno de los más decididos cooperadores del refinamiento en la cultura intelectual del pueblo paraguayo". Destacó que la entidad pretendía mantenerse ajena "a las pasiones caliginosas de la política" y abría las puertas a todos sin preguntar su nacionalidad, su credo político ni su religión. Se refirió al ideal de engrandecimiento de la patria, recordando a quienes habían muerto por ella en la última guerra, para plantear: "que los hijos y los hermanos de esos héroes cuyos pechos han sido despedazados por la metralla, busquen la corona de laurel, no ya derramando sangre en los campos de batalla, sino nutriendo su inteligencia con los vastos conocimientos que constituyen la moderna civilización". Al final, formuló el siguiente llamado "a los hombres de buena voluntad": "vengan a este centro de cultura intelectual; asistan a las conferencias que se dan; preparen trabajos literarios; nazca el estímulo; fórmese el gusto a las letras, y mañana la patria será grande, próspera y feliz y celebraremos con mucha más razón que hoy los aniversarios de la fundación del Ateneo". La Democracia anotó que "la robusta voz" de Aceval "llenó el auditorio”, “y lo pausado y claro de su pronunciación hicieron que todos recogiesen cada una de las palabras de su discurso".

En esa oportunidad, José de la Cruz Ayala leyó una composición suya titulada "Leyenda guaraní" y Héctor Carvallo, la obra de Adolfo P. Carranza sobre "El coronel Bogado"; Jorge López Moreira disertó acerca de "La mujer", y el doctor Ramón Zubizarreta se refirió a "Algunas máximas de Cicerón".

Al año siguiente, 1886, Aceval presidió, igualmente, la tertulia literaria y musical celebrada en conmemoración del tercer aniversario del Ateneo. En su discurso, recordó las tiranías del pasado, que habían sumido al país en "una oscuridad de más de medio siglo" y matado "el germen de los escasos conocimientos que nos trasmitiera el coloniaje", sosteniendo que los paraguayos habían consentido esas tiranías, no por falta de valor, energía o constancia, sino por falta de ilustración, por "la ignorancia de sus derechos y deberes en la mayor parte de los ciudadanos”, por "la abstención de tomar parte activa en los negocios públicos”. Concluyó manifestando al respecto que: "El factor de todas estas desgracias que hemos experimentado en cabeza propia es la ignorancia en la mayoría de los ciudadanos; y puesto que tan cara nos ha costado la experiencia, debemos con todo afán tratar de propagar los conocimientos humanos, tratar de difundir las luces, tratar de familiarizar al pueblo con la ciencia del gobierno". En este sentido, el Ateneo Paraguayo ofrecía un espacio para que la inteligencia fuese "a coger laureles, sin verter sangre y sin derramar lágrimas", así como un ancho campo para estimular a la juventud estudiosa, "que esperamos transformará la faz del país con los progresos que consiga en las ciencias y en las letras”. Además de este discurso y del de clausura, pronunciado por el doctor Ramón Zubizarreta, se leyeron los poemas "Patria" del argentino Leopoldo Díaz, "La Sibila paraguaya" de Victorino Abente, "Al Paraguay" de la maestra uruguaya María Arias y "Rafaela" del diplomático boliviano Claudio Pinilla; y Cecilio Báez disertó sobre "Instrucción y Religión".

Bajo la presidencia de Aceval, el Ateneo organizó un curso académico que preveía conferencias públicas sobre Derecho Constitucional, Economía Política, Derecho Criminal, Derecho Internacional e Historia, a cargo de los doctores Ramón Zubizarreta y Alejandro Audibert y los señores Pedro P. Caballero, Saturnino Álvarez y Juan Crisóstomo Centurión, respectivamente. Pero el curso no tuvo éxito. En el discurso que leyó en la tertulia del tercer aniversario, el doctor Zubizarreta recordó, con cierta desazón pero sin perder el sentido del humor, que aunque el Ateneo Paraguayo había procurado "sostener algunas cátedras con el objeto de vulgarizar los conocimientos más indispensables a los ciudadanos de un país libre”, ese "pobre ensayo" debió luchar “con el vacío del local, donde apenas reunía una docena de oyentes recogidos por algún solícito secretario en las salas de billar". Resaltó, en cambio, que "algunas conferencias sobre materias de geografía y novedades religiosas" despertaron la curiosidad general, y "dieron animación efímera" al Ateneo.

Por otra parte, el doctor Aceval presidió la Comisión Central que preparó la participación del Paraguay en la Exposición Continental de Buenos Aires de 1882; y el 19 de agosto de 1885 fue nombrado, con el doctor Ramón Zubizarreta y el fiscal general del Estado, Juan Crisóstomo Centurión, para integrar la comisión especial de revisión del Código de Procedimiento Penal, la Ley de Jurados y el Código Penal. Esta última comisión fue reorganizada el 16 de julio de 1887, cuando Aceval se hallaba a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores, y quedó compuesta exclusivamente por el doctor Zubizarreta y el señor Ricardo Brugada.

 

 

Vicisitudes del tratado Aceval-Tamayo

Tras la firma del tratado, Tamayo decidió retornar a Bolivia, para explicar personalmente las razones que tuvo en cuenta al concertarlo. Se encontró allí con la abierta oposición del ministro de Relaciones Exteriores, doctor Juan C. Carrillo, quien sostuvo que el negociador había procedido en contra de las instrucciones que le fueron impartidas. El gobierno del presidente Gregorio Pacheco pareció vacilar, hasta que en noviembre de 1887 tomó la decisión de poner el tratado en conocimiento del Congreso, juntamente con un extenso memorándum en que el ministro Carrillo dejaba constancia de su rechazo al arreglo territorial. Durante dos sesiones, las cámaras escucharon la lectura de los antecedentes y la opinión del ministro, y se tomó la decisión de devolver el tratado para que se lo presentara con la aprobación del Poder Ejecutivo. Renunciante el ministro de Relaciones Exteriores y próximas a concluir las sesiones de las cámaras, la discusión quedó pospuesta de hecho para el año siguiente, con lo cual se imposibilitaba el canje de ratificaciones dentro del plazo señalado.

A diferencia de lo que ocurrió en Bolivia, el trámite de aprobación del Tratado de Límites se inició en el Paraguay sin mayores dificultades. Al día siguiente de su firma, el ministro Aceval lo puso a consideración del presidente de la República, en reunión de gabinete. Explicó que el acuerdo alcanzado se ceñía estrictamente a las instrucciones recibidas, tanto antes de iniciar la negociación como durante su desarrollo; y al dar por terminada la misión que se le había confiado, felicitó "al Gobierno por el feliz desenlace de esta cuestión que venía debatiéndose en el terreno de la diplomacia desde ocho años atrás". En el acta respectiva, se dejó constancia de que "el señor Presidente y los señores Ministros aprobaron dicho Tratado, declarando que estaba en todas sus partes dentro de las instrucciones que le fueron dadas al negociador", y que le agradecían "en nombre de la República" y le felicitaban "por su acierto".

El 1º de abril siguiente, en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, el presidente Escobar anunció la celebración del tratado, resaltando que, una vez que lo ratificasen los dos Estados signatarios, ese acuerdo pondría "término a la única cuestión de límites que la Nación tenía pendiente, quedando nuestras fronteras definitivamente demarcadas”; y agregó: "El pacto es de la más trascendental importancia para ambos países, tanto por el afianzamiento de las relaciones de amistad con esa República hermana, cuanto porque Bolivia queda así habilitada para tener una franca y fácil salida ni Atlántico por el río Paraguay, debiendo como consecuencia establecerse entre ambas naciones una corriente de ideas y de productos que nos abrirá un nuevo mercado y nos unirá más estrechamente por los vínculos de la simpatía común".

Pero el Congreso paraguayo, que se acababa de renovar parcialmente, no estuvo en condiciones de abocarse de inmediato a su labor ordinaria. El encargado de negocios boliviano Claudio Pinilla informó en los primeros días de abril de 1887 que las cámaras se hallaban "hondamente divididas" entre los que sostenían "los actos de la pasada administración", denominados "caballeristas" o "republicanos", y los que se oponían a ella, designados como "democráticos". El primer grupo contaba con evidente mayoría en el Senado, mientras que en la Cámara de Diputados se hallaban con "igual número de votos", lo que complicó la elección de su mesa directiva y el juzgamiento de las elecciones de los que debían incorporarse. Esta última dificultad quedó resuelta, después de cincuenta días de indefinición, en favor del grupo caballerista, mediante, según Pinilla, “la defección de un diputado democrático, que desigualando las fuerzas de los contendientes" permitió con su voto el ingreso de dos representantes republicanos, "cuyos poderes se hallaban contestados". El encargado de negocios boliviano señaló que “la prolongada y anormal situación [de] la Cámara de Diputados" había paralizado la actividad del Congreso por varias semanas.

Aunque esta situación podía explicar que el Tratado de Límites no hubiera sido puesto de inmediato a consideración del Poder Legislativo, Pinilla adelantó en mayo que era posible que el Gobierno paraguayo no quisiese "revestir con la autoridad de una sanción legislativa" el reconocimiento de derechos a Bolivia, y quedar expuesto a la eventualidad de un rechazo por parte del Gobierno o el Congreso bolivianos. Comentaba en este sentido que, tanto el presidente como los ministros, le consultaban con frecuencia sobre la impresión que el pacto había producido en su país.

En la memoria anual del Ministerio de Relaciones Exteriores, del 22 de mayo de 1887, el ministro Aceval anunció que el Tratado de Límites con Bolivia sería sometido al Congreso oportunamente, y sugirió la creación de nuevas legaciones en el Imperio del Brasil y en Europa, que se sumarían a las existentes en Argentina y Uruguay. El encargado de negocios de Bolivia llegó a saber que la legación en Europa tendría a su cargo, entre otros cometidos, la gestión del arbitraje con Bolivia ante el rey de Bélgica, y que había sido ofrecida al ex-ministro Decoud, quien la habría rechazado, en la convicción de que el arbitraje no favorecería al Paraguay.

Dio cuenta también Pinilla de que el mismo senador Decoud adelantó al representante del Brasil en Asunción que el arreglo territorial “sufriría recias impugnaciones en las Cámaras, al extremo de que, acaso, pudiera ser rechazado". Aun cuando aclaró que él estaba comprometido "a apoyar y defender" dicho acuerdo, le dijo que "el pensamiento de una buena parte de la Cámara era contrario a la solución arbitral, debiendo haberse preferido, en todo caso, la vía de la transacción". Sobre la base de estas informaciones, Pinilla interpretaba que no era imposible que los "enemigos políticos" del ministro Aceval, "encabezados por el mismo Decoud, su declarado rival", utilizasen el tratado con Bolivia para atacarlo, y que por más que el señor Decoud públicamente favoreciera la aprobación, podría hacer que el "círculo a quien sugestiona y gerenta " procediese en sentido contrario.

El Tratado de Límites fue presentado al Congreso en el mes de agosto. En el mensaje correspondiente, el Poder Ejecutivo destacó, de nuevo, que el arreglo territorial ponía término "de una manera decorosa para ambas naciones a la única diferencia pendiente sobre límites", y expresó la esperanza de que sería aprobado "en consideración de las altas conveniencias públicas que [aconsejaron] su realización".

Para entonces, la predisposición política paraguaya hacia Bolivia se había deteriorado notoriamente. A mediados de agosto de 1887, tuvo lugar una interpelación al ministro de Relaciones Exteriores, en la Cámara de Diputados, en torno a la situación del Puerto Pacheco -establecido al sur de Bahía Negra por la Empresa Nacional de Bolivia de Miguel Suárez Arana-, y al anuncio de una expedición que partiría de Sucre hacia el Alto Paraguay. La consolidación de Puerto Pacheco, después de que el Estado boliviano nacionalizara la empresa de Suárez Arana, preocupaba cada vez más a los dirigentes políticos paraguayos. Al tiempo que no se percibía que el Gobierno de Bolivia estuviese resuelto a hacer aprobar el Tratado de Límites, comenzaron a intensificarse actos y anuncios oficiales en cuanto a la denominada colonia de Puerto Pacheco y a la apertura de vías carreteras para ponerla en comunicación con los centros poblados bolivianos.

En ese marco, el Congreso paraguayo clausuró sus sesiones de 1887 sin considerar el arreglo territorial. Bolivia lo aprobaría en 1888, fuera del plazo que se había fijado, y el Paraguay ya no llegaría a ratificarlo.


 


V. MINISTRO Y CANDIDATO PRESIDENCIAL

 

La candidatura presidencial de 1894

Para la elección presidencial de 1894, se lanzaron dentro de la Asociación Nacional Republicana o Partido Colorado la candidatura del general Bernardino Caballero y la del general Juan B. Egusquiza, ministro de Guerra y Marina del presidente González. Solapadamente, se trabajaba también por la de José Segundo Decoud. En esas circunstancias, el 24 de mayo de 1894, la Convención del Centro Democrático o Partido Liberal decidió que la agrupación participaría también en los comicios y proclamó la formula Benjamín Aceval - Juan Bautista Gaona, para la presidencia y vicepresidencia de la República.

Ninguno de los dos candidatos pertenecía al Centro Democrático, lo que dio lugar a objeciones en el seno de la convención. Las disipó Cecilio Báez, quien sostuvo: "El doctor Aceval y el señor Gaona no son personas afiliadas a nuestro partido, es cierto; pero no se puede negar su patriotismo. El Partido Liberal lo que busca es el patriotismo de los hombres, no su color político; busca a ciudadanos honorables y patriotas, que deban hacer la felicidad general [...]. Pregunta el señor delegado de Acahay por qué razón tantos sacrificios hechos por el Partido Liberal han de redundar en provecho de dos ciudadanos que no militan en sus filas. Partir de este principio es sentar la teoría, para mí muy errónea, de que la presidencia y vicepresidencia deben darse corito recompensa. ¡No señores!, nosotros no debemos recompensar a ningún hombre; los puestos públicos no deben ofrecerse en premio de servicios; las magistraturas de la Nación se dan a los hombres, no para que las conviertan en objeto de granjería, sino para el bien del país".

La posición contraria tuvo como vocero a Alejandro Audibert, quien argumentó: "Si el doctor Aceval hubiese ingresado al partido, si hubiese hecho declaraciones solemnes, bien pudiera haber llegado a inspirarnos confianza; pero ante sus antecedentes de indiferencia pública, su silencio constante en las luchas que nos agitan, yo no sé cuáles son las esperanzas que se cifran en él. Será muy honorable, será muy patriota, todo lo que se quiera, pero su voz no se ha levantado para condenar el abuso".

Al día siguiente, se realizó una manifestación en honor del doctor Aceval. El presidente del Partido Liberal, Manuel I. Frutos, le presentó el saludo y la adhesión de los convencionales. Aceval respondió: "Ciudadano modesto, pero amante de la patria como vosotros lo sois, deseoso de hacer por ella cuanto dependa de mi buena voluntad, he aceptado lo que me habéis ofrecido y me consideraré feliz si pudiera, llegado el caso, llenar aunque sea en parte, vuestras aspiraciones y corresponder a vuestra confianza. Si el triunfo corona vuestros trabajos, me impondré, como un deber primordial, el llamar a compartir conmigo las difíciles tareas gubernamentales a los ciudadanos más competentes y honorables, pertenezcan ellos al Partido Liberal o a cualquiera otra agrupaciones que existan, de manera que el gobierno no siga las inspiraciones solo de unos, sino de todos los ciudadanos, a fin de concurrir así de consuno a laborar la felicidad de la patria, que debe ser el anhelo constante y principal de todo buen gobernante. Tengo la fortuna de que ningún sentimiento de odio, ni idea alguna de venganza, agite mi espíritu, y pienso que no debemos remover lo pasado, echando antes bien sobre él espeso velo, no solo para no fomentar agrados sino para terminar en fraternal concierto las diferencias que nos han dividido momentáneamente".

Poco después, el 30 de mayo, los alumnos del Colegio Nacional le dirigieron una nota de adhesión, en la que expresaban que, conociendo sus virtudes cívicas, sus honrosos antecedentes y su ilustración, veían próxima "una era de reparación de todas las instituciones patrias". Firmaban ese documento muchos de los que llenarían con sus nombres la historia política y cultural del Paraguay en las primeras décadas del siglo XX: Tomás Airaldi, Orosimbo Ibarra, Antolín Irala, Ricardo Odriozola, Juan B. Benza, Eusebio Ayala, Ignacio A. Pane, Esteban Semidei, Luis E. Migone, Bartolomé Coronel, Eligió Ayala, Gualberto Cardús Huerta y Belisario Rivarola, entre otros. El doctor Aceval les agradeció, y recordó cuanto sigue: "Siempre he tenido predilección por la juventud estudiosa, que anhelando cultivar su inteligencia, acude a las aulas a arrancar sus secretos a las ciencias y a las letras; porque esa juventud será la obrera del progreso y la que elabore la futura grandeza nacional. Por eso en otro tiempo, para mí de dulce recuerdo, le dediqué gustoso mis afanes, contribuyendo, aunque en muy pequeña parte, a formar la brillante pléyade de jóvenes que honran ya las letras paraguayas".

No solo hubo aplausos y adhesiones. Los periódicos afines a las candidaturas coloradas criticaron al candidato liberal por el Tratado de Límites con Bolivia; afirmaron que no había demostrado “poseer las condiciones necesarias para prestar servicios de importancia al país", que solo había ocupado puestos públicos para utilizarlos en favor de "sus ambiciones desmedidas de fortuna" y que nunca se distinguió por tener "carácter firme para sobreponerse a las pequeñas mezquindades de los círculos políticos que actúan en el campo de la oposición". Para El Pueblo, órgano del liberalismo, los ataques se debían a que el general Caballero no podía consentir que hubiese un hombre más popular que él, y el señor Decoud no toleraba estar, "en el concepto del pueblo", "por debajo del doctor Aceval". Al respecto, añadía: "Es raro, en efecto, que el señor Decoud, a pesar de concedérsele mucha habilidad, no tenga ni siquiera una fracción del pueblo que le acompañe y le apoye; y que el doctor Aceval, a pesar de negársele hasta ilustración, goce de las simpatías generales del pueblo paraguayo. El señor Decoud tiene mucha vida pública; pero ninguno de sus actos le ha conquistado la adhesión de sus conciudadanos. En cambio, el doctor Aceval ha vivido casi siempre alejado del poder,  pero sin dejar de prestar importantes servicios al país. Al primero le ha perdido su apego al poder; al segundo le han valido su desinterés y desprendimiento".

Con fecha 3 de junio, se publicó un manifiesto dirigido por Aceval al pueblo paraguayo, en el que expuso su programa de gobierno. Planteaba en él, en sustancia: 1) poblar el país, ofreciendo tierras en condiciones ventajosas a la inmigración agrícola, para aumentar la producción y adquirir sistemas de cultivo más adelantados; 2) buscar nuevos mercados en el exterior; 3) generalizar el uso de instrumentos agrícolas más modernos, y mejorar y diversificar los cultivos; 4) procurar que la población trabajase y produjese más, para llenar las exigencias internas y exportar el excedente; 5) implantar la seriedad, la actividad y : la moralidad administrativas; 6) garantizar la libertad política y civil, la vida y la propiedad de todos los habitantes, con lo que se despertaría la confianza, y consecuentemente, el trabajo y la producción; 7) elevar el nivel intelectual y moral de la población, "educando a las masas", con la habilitación de escuelas para ambos sexos y escuelas normales destinadas a la formación de maestros, el mejoramiento de la universidad y de los colegios nacionales y la creación de escuelas agrícolas y de artes y oficios;  8) organizar el personal de la Administración de Justicia "de la manera más apropiada al lleno de su importante y trascendental cometido"; 9) poner especial cuidado en la elección y nombramiento de funcionarios públicos; 10) reprimir con energía los abusos de los empleados estatales, en desagravio del ofendido y para salvar el principio de autoridad; 10) dotar al país de buenos caminos, asegurar su cuidado y conservación, y poner puentes sólidos sobre los ríos y arroyos; 11) contratar ingenieros competentes en trabajos hidráulicos, a los efectos de resolver las dificultades de navegación del río Paraguay; 12) mantener al ejército en el mejor pie de disciplina, instruir al soldado y habilitar un colegio militar; 13) atender a la Iglesia, ‘‘procurando que los distintos curatos de la capital y campaña sean dotados de párrocos morales, virtuosos e ilustrados", y levantando templos o refaccionando los existentes;

14)    cultivar con esmero las relaciones exteriores, especialmente con las naciones limítrofes, sin descuidar el arreglo definitivo de los límites del país, "bajo la base de la integridad territorial, a fin de tenerlos bien determinados y evitar las discusiones y tal vez los disgustos internacionales"; 15) hacer renacer el crédito y mantenerlo con empeño; 16) levantar la biblioteca pública y fundar bibliotecas populares en todos los pueblos importantes; 17) establecer una penitenciaría con condiciones apropiadas de seguridad e higiene; 18) fundar un asilo de alienados, donde estos fueran atendidos y curados; 19) proteger las industrias nacientes y tratar de implantar otras nuevas, y mejorar la riqueza pecuaria con la introducción de sementales de razas puras de equinos, vacunos y ovinos, y 20) dejar amplia libertad electoral al pueblo, “a fin de que sus representantes en el Gobierno sean la expresión de la mayoría de la voluntad popular y puedan temer el control del pueblo, arreglando a ello su conducta".

Apuntaba asimismo: "El gobernante debe ser probo, recto y celoso en que se cumplan estrictamente las leyes sobre la percepción e inversión de las rentas públicas. El de origen popular no debe gobernar con solo un círculo o partido político; debe llamar de todos ellos a los hombres más importantes e idóneos, pedirles su concurso, y proceder según la norma que le tienen marcada la Constitución y las leyes, anteponiendo siempre los intereses públicos a los privados. Debe el gobernante ser un servidor del pueblo, firme en el cumplimiento de su deber, sin odios ni rencores, para que su acción se deje sentir de una manera saludable y benéfica. Debe dar el ejemplo como fiel observador de la Constitución y de las leyes, para exigir a sus subalternos y a los gobernados, su estricto cumplimiento".

Todo hace suponer, empero, que con la fórmula Aceval - Gaona el Partido Liberal buscaba únicamente ocupar un espacio en la escena política. De hecho, no tenía entonces condiciones para disputar seriamente el poder a los colorados, aun cuando la fuerte puja por la candidatura oficialista le daba cierto margen de acción. De todas maneras, la indefinición colorada desapareció el 9 de junio de 1894, cuando los generales Caballero, Escobar y Egusquiza depusieron al presidente Juan G. González, concuñado y principal favorecedor del señor Decoud, dejando en el gobierno al vicepresidente Marcos Morínigo. El acuerdo de los generales permitiría, además, concretar una fórmula de consenso para los comicios de ese año, integrada por Juan B. Egusquiza como candidato a presidente y Facundo Ynsfrán, sobrino del general Caballero, como candidato a la vicepresidencia.

Ante esto, el Partido Liberal, en consulta con sus candidatos, decidió a principios de julio no participar en los comicios. Mediante un manifiesto, el presidente de la Comisión Directiva Central, señor Frutos, expuso que la candidatura del general Egusquiza contaba con el afecto del elemento militar, que las autoridades del interior respondían a ella y que las cámaras legislativas la aceptaban sin excepciones. "En presencia de estos hechos -concluía-, nuestra lucha va a ser estéril. Podremos recoger la palma de la victoria en los comicios, puesto que nuestro partido es fuerte y numeroso; pero no tenemos juez que ha de aprobar nuestras actas electorales".

 

Ministro de Hacienda

El general Juan B. Egusquiza asumió la Presidencia de la República el 25 de noviembre de 1894. Para entonces, Benjamín Aceval se desempeñaba como presidente del Consejo de Agricultura e Industrias, constituido por ley del 6 de octubre de 1894, e integrado por cinco miembros, que ejercían sus funciones en forma honorífica. El consejo se hizo cargo del Banco Agrícola, y debía promover la introducción de nuevos métodos de cultivo, el mejoramiento de los existentes, el arreglo de caminos, la construcción de puentes, la apertura de mercados y el establecimiento de ferias que estimulasen la producción. El 15 de octubre siguiente, fueron nombrados para integrarlo Benjamín Aceval, Federico Creydt, Manuel Barrios, Miguel W. Bajac y Gerónimo Pereira Cazal.

El 30 de abril de 1895, Aceval, como presidente del Consejo de Agricultura e Industrias, presentó la memoria de las actividades realizadas en seis meses de gestión. Explicó que en ese tiempo, el consejo se había ocupado de informarse sobre las necesidades existentes y la mejor manera de cumplir su cometido, así como de considerar la organización de las oficinas y el personal intermediario entre el banco y los productores, a fin de asegurar "alguna equidad en la distribución de los recursos y hacer desaparecer, en cuanto sea posible, los abusos y las pequeñas explotaciones de que, según noticias, venían ellos siendo víctimas". Se dictó, por consiguiente, el reglamento interno del Banco Agrícola, y se determinó la habilitación y funcionamiento de agencias departamentales, agencias de partido y subagencias de compañía.

En cuanto al mejoramiento de los cultivos, el consejo hizo comprar semillas en el exterior, que comenzaban a llegar, y se distribuirían gratuitamente o a precio de costo. Entre estas semillas se contaban las de tabaco de Cuba y Bahía, trigo de Argelia, Egipto e Indias Orientales, arroz de Piamonte, algodones blancos de Estados Unidos y algodones de color del Perú, dátiles de Berbería y Persia, renuevos de ananás de la especie Nervosa Máxima, renuevos de bananas del Brasil y plantas de limoneros de Palermo y Sorrento. Se enviaron muestras de coco a los cónsules paraguayos en Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania para seleccionar o mandar hacer máquinas portátiles y manuales que facilitasen la extracción de la semilla de coco para la fabricación de aceite y jabón en el país. El banco proporcionaba trapiches, herramientas y alambres para cercos a los agricultores, esperando "que en tiempo no lejano, su uso se [hiciera] común, desapareciendo los viejos instrumentos agrícolas solo mantenidos por la rutina". Por otra parte, el consejo se ocupaba en esos momentos de la creación de una Escuela Práctica de Agricultura.

Estando en estos afanes, el doctor Aceval recibió la invitación para integrarse al gabinete del presidente Egusquiza como ministro de Hacienda. José Segundo Decoud fue nombrado al mismo tiempo ministro de Relaciones Exteriores, cerrándose de esta manera, el 4 de junio de 1895, una crisis política provocada por la interpelación y renuncia posterior del ministro Agustín Cañete, titular de Hacienda y encargado de Relaciones Exteriores. Emilio Aceval era ministro de Guerra y Marina y uno de los colaboradores de mayor confianza del Jefe de Estado. Se comentó, no obstante, que fue el general Escobar quien sugirió el nombramiento del nuevo ministro de Hacienda.

Benjamín Aceval estuvo al frente del ministerio hasta setiembre de 1896. Renunció al cargo por diferencias surgidas en torno al arreglo celebrado en relación al Ferrocarril Central. Objetado el acuerdo en el Poder Legislativo, el ministro Aceval opinó que la cuestión tenía que someterse a arbitraje, y planteó que el acuerdo fuese retirado del Congreso. Como hubo opiniones divergentes en el propio gabinete, formalizó su renuncia para dejar al presidente en libertad de "ofrecer a otra persona la cartera de Hacienda, en virtud de esta diferencia de opiniones". El general Egusquiza le disuadió por un momento de separarse del Gobierno, pero los comentarios críticos formulados por el periódico gubernista a las declaraciones de Aceval publicadas en La Democracia acerca de los motivos de su renuncia, le llevaron a ratificarse en la decisión original.

Unos días antes de renunciar, el 26 de agosto, el doctor Aceval había concluido la memoria anual del Ministerio de Hacienda, en que consignó los aspectos más relevantes de su actuación ministerial. Apuntó en ella que el desempeño de la cartera era difícil “a causa de la exigüidad de nuestras rentas por falta de producción y de las crecientes exigencias de gastos". Tal situación, empero, se iría modificando, "en atención al cuidado especial que el Gobierno [dispensaba] al fomento de la agricultura y al planteamiento de las principales industrias nacionales". Aseguró que en 1895 el presupuesto nacional había sido atendido con regularidad, pero tenía dudas de que pudiera ocurrir lo mismo en 1896 "por el enorme aumento hecho". Afirmaba que la percepción y distribución de las rentas públicas se ejecutaban "con honradez y escrupulosidad, exigiéndose el debido control y esparciéndose la seriedad y la puntualidad" en las distintas reparticiones dependientes del ministerio. Se atendía con regularidad el servicio de intereses y amortizaciones de la deuda interna y se negoció un arreglo para el pago de la deuda externa procedente de los empréstitos de 1871 y 1872, con el propósito de restablecer el crédito del país. La recaudación aduanera se incrementó en 1895 con respecto al año anterior.

El ministro Aceval emprendió una gira para visitar las aduanas de Pilar, Humaitá, San José-mí y Encarnación, "subiendo el río Paraná hasta Tacurú-pucú". A su regreso, informó al presidente sobre las necesidades más sentidas y presentó un proyecto de ley para la construcción de muelles y tinglados en varias de esas dependencias. También presentó un proyecto para rebajar los derechos de importación a las mercaderías introducidas por Encarnación, en el ánimo de “favorecer a su comercio naciente, a fin de que [pudiera] hacer frente a la competencia vecina en la importante región yerbatera y de obrajes de madera que está dentro de su jurisdicción". Se preocupó, asimismo, del puerto de Asunción, en el que se debían reparar, con urgencia, los muelles viejos y levantar un edificio nuevo para la administración y para depósitos. El puerto estaba, en su concepto, casi inutilizado a causa de la arena. Por ello, hizo venir a dos ingenieros, que efectuaron estudios para la presentación de los planos y presupuestos de las obras, que, a su entender, podían ser costeadas con los limitados recursos del Estado.

Naturalmente, durante su gestión ministerial, el doctor Aceval prestó especial atención a los trabajos del Consejo de Agricultura e Industrias y del Banco Agrícola. A este respecto, significaba en su memoria anual: "El Banco Agrícola es una de las instituciones más útiles e importantes del país. En su nueva era de reorganización, su influencia se ha dejado sentir de una manera benéfica en la campaña: la agricultura y la industria incipientes han recibido ya su impulso poderoso en relación a su capital, y en poco tiempo más comenzará el país a recoger los frutos de ese impulso". Su actividad abarcaba el apoyo a los cultivos conocidos y a los poco conocidos, la introducción de otros nuevos, el envío de productos a varios países para encontrarles mercados de consumo y la introducción de herramientas y maquinarias agrícolas e industriales, y de semillas de varias clases.

Se concretó, además, el establecimiento de la Escuela de Agricultura Práctica y Granja Modelo, dependiente del Consejo de Agricultura e Industrias. Para el efecto, fueron adquiridas dos quintas en Trinidad (el actual Jardín Botánico) y Moisés S. Bertoni fue nombrado para dirigir el establecimiento. Escribía Aceval:

"Si hay acierto en su dirección y administración, como se espera, no hay duda que ese plantel dará muy buenos resultados, produciendo los primeros agricultores formados en el país, que se encargarán de esparcir sus conocimientos por todas partes, haciendo así perder los hábitos de rutina a que está tan apegada en el presente nuestra población agrícola".

Tras dejar el ministerio, el doctor Aceval volvió a ser designado, el 28 de octubre de 1896, miembro el Consejo de Agricultura e Industrias, y volvió a presidirlo. El 11 de noviembre de 1896, fue nombrado también para integrar con Cecilio Báez la comisión encargada de practicar el estudio de los límites de la República con Bolivia, de acuerdo con sus títulos históricos, en cumplimiento de un mandato del Congreso. No llegaría a completar el encargo, pues renunció a la comisión, y se designó en su reemplazo al senador Juan C. Centurión, en julio de 1897. A principios de ese mismo mes, había sido nombrado director titular de la recientemente creada Caja de Conversión, que se encargaría de recaudar, con intervención de la Contaduría General, las rentas destinadas a la conversión de los billetes o papel moneda de curso legal. El cargo era, asimismo, honorífico.

En diciembre de 1897, renunció al Consejo de Agricultura e Industrias; y en marzo de 1898, dejó su cargo de miembro del Directorio de la Caja de Conversión, tras ser nombrado rector de la Universidad Nacional, en reemplazo del doctor Pedro Peña. Aceval era profesor de Teoría de Procedimientos Judiciales en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales desde 1894. En 1896 fue confirmado como profesor de Derecho de Procedimientos (Primer y segundo cursos); pero en los programas de la asignatura publicados ese año se indicaba que Aceval estaba a cargo del primer curso, referido a los Procedimientos Civiles y Comerciales, con nociones sobre la organización del Poder Judicial, y el doctor Teodosio González enseñaba el segundo curso, relativo al Procedimiento Penal. El doctor Aceval ejercería el rectorado durante 1898, dejándolo al ser nombrado presidente del Superior Tribunal de Justicia, en noviembre de ese año.



FUENTES CONSULTADAS

 

Archivos

Archivo del Arzobispado de Asunción.

- Libro de Bautismos de la Parroquia de la Catedral, tomo IV.

Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores del Paraguay.

- Departamento de Asuntos Consulares y Legalizaciones, volúmenes 10,15 y 40.

- Departamento Político y Diplomático, volumen 22.

Archivo Nacional de Asunción.

- Sección Histórica, volúmenes 273 (2), 254 (1) y 273 (2).

- Sección Educación, volumen 5.

 

Fuentes documentales impresas

Actas de las sesiones del Congreso Sud-Americano de Derecho Internacional Privado. Buenos Aires, Taller Tipográfico de la Penitenciaría Nacional, 1894.

Ateneo Paraguayo, Composiciones literarias leídas en la velada celebrada en conmemoración del 2º aniversario de su fundación, Buenos Aires, Imprenta de M. Biedma, 1888.

Ateneo Paraguayo, Composiciones literarias leídas en la velada del 25 de octubre de 1886, Buenos Aires, Imp. de M. Biedma, 1888.

Registro Oficial de la República del Paraguay, 1874-1900.

[República Argentina], Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores presentada al Congreso Nacional en el año 1877, Buenos Aires, Tipografía de La República, 1877.

[República Argentina], Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores presentada al Congreso Nacional en el año 1879, Buenos Aires, Imprenta de La Nación, 1879.

[República del Paraguay], Cámara de Diputados, Actas de las sesiones de los Periodos Legislativos de los años 1873-74-75-76-77-78- 79-80, Asunción, Tipografía del Congreso, 1910.

República del Paraguay, Cámara de Senadores, Sesiones del periodo legislativo del año 1899, Asunción, Tipografía del Congreso, 1899.

República del Paraguay, Cámara de Senadores, Sesiones del periodo legislativo del año 1900, Asunción, Tipografía del Congreso, 1900.

[República del Paraguay], Memoria del Banco Agrícola del Paraguay correspondiente al año de 1896, Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1897.

República del Paraguay, Memoria del Ministerio de Hacienda presentada al Honorable Congreso de la Nación correspondiente al año 1894, Asunción, Tipografía y Encuademación de H. Kraus, 1895.

[República del Paraguay], Memoria del Ministerio de Hacienda correspondiente al año 1895 presentada al Honorable Congreso Nacional en sus sesiones de 1896, Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1897.

[República del Paraguay], Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores presentada al Congreso Legislativo en el año de 1879, Asunción, Imprenta de La Reforma, 1879.

Universidad de la Asunción, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Programa de Procedimientos Civiles y Comerciales, Primer Curso, Catedrático Doctor D. Benj. Aceval, Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1896.

Universidad de la Asunción, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Programa de Procedimientos, Segundo Curso, Procedimiento Criminal, Catedrático Doctor D. Teodosio González, Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1896.

 

Libros y folletos de Benjamín Aceval

Chaco Paraguayo, Memoria presentada al árbitro, Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1896.

Libertad religiosa, Buenos Aires, Imprenta de Pablo E. Coni, 1873.

República del Paraguay, Apuntes geográficos e históricos, Asunción, Imp. de La Democracia, 1893.

 

Libros y folletos

Alcorta, S., Antecedentes históricos sobre los tratados con el Paraguay, Buenos Aires, Establecimiento Tipográfico de Moreno y Núñez, 1885.

Amarilla Fretes, Eduardo, El Paraguay en el primer cincuentenario del fallo arbitral del presidente Hayes, Asunción, Imprenta Nacional, 1932.

Báez, Cecilio, Cuadros históricos y descriptivos, Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1906.

Brugada, Arturo, Doctor Benjamín Aceval. Su actuación pública, Asunción, Imprenta Asilo Nacional, 1925.

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Artículos

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Pérez Acosta, Juan F. "Recuerdos del colegio", La Tribuna, Suplemento Dominical, Asunción, 26 de setiembre de 1965.


Periódicos (de Asunción)

El HERALDO, 1884,1885.

EL IMPARCIAL, 1887.

El INDEPENDIENTE, 1889.

El ORDEN, 1885,1886.

El PARAGUAY, 1900.

EL Paraguayo, 1887.

EL PUEBLO, 1894.

LA DEMOCRACIA, 1881,1882,1883,1884,1885,1886,1887,1889,

1895,1896.

La LIBERTAD, 1874.

LA PRENSA, 1899,1900.

LA REFORMA, 1876,1877,1878,1879,1883,1884.

LA REPÚBLICA, 1894.

La TRIBUNA, 1900.

Los DEBATES, 1876.



 


RICARDO SCAVONE YEGROS

 

Nació en Asunción, Paraguay, en 1968.

Abogado, egresado de la Universidad Católica "Nuestra Señora de la Asunción" (1993).

Funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República del Paraguay, incorporado al Servicio Diplomático y Consular.

Ha cumplido funciones de Secretario de Embajada en Bolivia (1993-1995) y Chile (1996-1997); Consejero en la Embajada en México (2002-2006); Representante Alterno en ALADI y MERCOSUR (2008-2009), Encargado de Negocios en Bolivia (2009-2010) y Encargado de Negocios en Perú (2012-2013). En Cancillería, desempeñó los cargos de Director de Asuntos Legales (1999), Director de Integración Física (1999-2000), Director de América (2000-2002), Director General de Comercio Exterior (2006-2007), Director General de Política Bilateral (2007-2008), Director General de Asuntos Especiales (2010-2011) y Jefe de Gabinete del Canciller (2011-2012). Actualmente se desempeña como Embajador del Paraguay en Colombia.

Miembro de Número de la Academia Paraguaya de la Historia. Miembro Correspondiente de las Academias de Historia de Argentina, Colombia, España, Bolivia y República Dominicana y del Instituto Histórico y Geográfico del Brasil.

Ha publicado los siguientes libros: Las relaciones entre el Paraguay y Bolivia en el siglo XIX (2004); Historia de las Relaciones Internacionales del Paraguay (2010, en colaboración con Liliana M. Brezzo); Gregorio Benites, un diplomático del viejo Paraguay (2011); La Declaración de Independencia del Paraguay (2011) y Después de la Guerra. Las relaciones paraguayo-bolivianas desde el Tratado de Paz hasta 1952 (2013). Preparó la edición y los estudios preliminares de los libros: Gregorio Benites, Misión en Europa (1872-1874) (Asunción, 2002); José Falcón, Escritos Históricos (Asunción, 2006); y Polémicas en torno al Gobierno de Carlos Antonio López en la prensa de Buenos Aires, 1857-1858 (2010), entre otros.

Fue Profesor de Historia de las Relaciones Internacionales del Paraguay en la Academia Diplomática y Consular del Ministerio de Relaciones Exteriores.


 


ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO ABC COLOR SOBRE EL LIBRO



BENJAMÍN ACEVAL LE DIO AL CNC ESPLENDOR ACADÉMICO

Además de su gran trabajo para que el presidente norteamericano Rutheford Hayes fallara a favor del Paraguay en la cuestión del Chaco, Benjamín Aceval le dio al Colegio Nacional el esplendor académico que tuvo en sus inicios. Este aspecto es destacado en el libro que se publica hoy.

Benjamín Aceval defendió los derechos del Paraguay en el Chaco

y le dio calidad académica al Colegio Nacional./ ABC Color

 

Se trata de una investigación del historiador y diplomático Ricardo Scavone Yegros, quien en la siguiente entrevista explica su obra.

-Al regresar de Washington, en marzo de 1879, Benjamín Aceval prefirió ser director del Colegio Nacional antes que ministro de Relaciones Exteriores.

-Fue así. Aceval había promovido al incorporarse al gobierno del presidente Juan B. Gill la apertura de un colegio de segunda enseñanza. El Colegio Nacional se creó, en consecuencia, en 1877, con recursos procedentes de la recaudación aduanera.

-¿Cómo funcionaría?

-Se previó que tendría alumnos internos –con becados por cada circunscripción electoral del país–, semiinternos y externos. Aceval lo concebía como la base para el inicio de estudios superiores o universitarios, y para el mejoramiento de la educación primaria. Consideraba que muchos de los egresados regresarían a sus pueblos para desempeñarse como maestros.

-¿Pero por qué dirigirlo personalmente?

-El Colegio Nacional comenzó en abril de 1878, cuando Aceval estaba en Washington, y tuvo dificultades. La Comisión del Colegio acusó al primer director, el mexicano Escudero, de no cumplir el reglamento y de incapacidad para dirigir y mantener la disciplina. Lo separó del cargo y nombró, sucesivamente, dos directores interinos. Parecía que todo el esfuerzo realizado y las esperanzas depositadas en el establecimiento iban a quedar en nada.

-Entonces asumió Aceval. ¿Qué hizo al frente del Colegio Nacional?

-Convirtió, por ejemplo, la segunda sección del primer año en Clase preparatoria. Fue una medida drástica, que demostró que todos tenían que hacer sacrificios para asegurar el objetivo de brindar y obtener una buena formación. Amplió el local del colegio, reparó y mejoró el mobiliario, creó una biblioteca y adquirió textos y útiles de enseñanza.

-¿Puso énfasis en el internado?

-Era partidario del internado. Daba para ello dos razones. En primer lugar, que a causa de la guerra la gran mayoría de los estudiantes no tenía a sus padres y carecían, decía él, “de esa autoridad que las madres generalmente no pueden reemplazar para con sus hijos varones”.

-¿Y la otra razón?

-Decía que siendo “el primer instituto serio de segunda enseñanza”, la mayoría no daba a los estudios la debida importancia y creía que aprendería con solo ir a clases. En el libro se citan testimonios sobre cómo funcionaba el internado y lo que fue el Colegio Nacional.

-¿Cambiaron las cosas con estas medidas?

-El Colegio Nacional fue adquiriendo cada vez mayor consideración y prestigio.

-Fue fundamental para el país...

-Cecilio Báez, uno de los primeros egresados del colegio, apuntaría que la actuación pública del doctor Aceval se señaló por su intervención en el arbitraje del Chaco “y por la creación del primer instituto de enseñanza superior, donde se ha iniciado la cultura nacional, sin la cual no hubiéramos merecido hasta la fecha la consideración de pueblo civilizado”.

-Usted le dio mucha importancia al Colegio Nacional en su libro...

-En el libro se resumen los aspectos principales de la meritoria gestión del doctor Benjamín Aceval como director del Colegio Nacional.

21 de Julio de 2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY

 


APASIONANTE RELATO SOBRE HISTÓRICO FALLO DEL CHACO

En esta parte de la entrevista mantenida con el historiador Ricardo Scavone Yegros, él narra los pormenores del histórico fallo del presidente norteamericano Rutheford B. Hayes respecto a los derechos del Paraguay sobre el Chaco. Esto se logró gracias a los documentos presentados por Benjamín Aceval y que fueron recopilados en buena parte por José Falcón.

 

José Falcón fue fundamental para recopilar los documentos

que presentó Benjamín Aceval./ ABC Color

 

La biografía de Aceval aparecerá mañana, domingo, con el ejemplar de nuestro diario.

–¿Cómo se llegó al arbitraje del presidente de los Estados Unidos Rutheford Hayes?

–Tras varios años de negociaciones, Paraguay y Argentina suscribieron el 3 de febrero de 1876 los tratados de paz, de límites y de amistad, comercio y navegación, con los que pusieron término a las controversias existentes entre ambos Estados.

–Pero quedó pendiente lo del Chaco...

–Se convino que la sección situada al sur del canal principal del río Pilcomayo pertenecería a la Argentina, y que este país renunciaba a la del norte, entre el río Verde y Bahía Negra. El dominio sobre la sección que iba desde el Pilcomayo hasta el río Verde, e incluía la Villa Occidental, quedó sometido a la decisión arbitral del presidente de los Estados Unidos.

–Es decir, el Paraguay tenía que fundamentar su derecho sobre ese lugar.

–Sí. Y gran parte de la documentación del Archivo Nacional se perdió en la guerra. Eso se palió gracias a José Falcón, funcionario de Carlos Antonio López, quien había estudiado los derechos territoriales del Paraguay y conocía la documentación que podía invocarse.

–¿Cuándo se inició la misión de Aceval?

–En agosto de 1877 fue designado ministro plenipotenciario ante los Estados Unidos. Lo acompañó el diputado José Tomás Sosa, quien dominaba el inglés y había sido secretario de la legación en Europa durante 1872 y 1873. Aceval presentó sus credenciales al presidente Hayes en diciembre de 1877, y redactó el alegato que sería presentado al árbitro.

–¿Cuándo presentó Aceval tal alegato?

–El 27 de marzo de 1878, en “un tomo encuadernado con ciento cincuenta y cuatro páginas de pliego entero manuscrito”, más el impreso que contenía el apéndice y los documentos anexos, y una caja con testimonios legalizados y documentos originales, libros y mapas. Las copias correspondían a documentos del Archivo Nacional y la documentación original era un expediente formado en 1782, con declaraciones de testigos sobre las villas, fuertes y reducciones sostenidos por el Paraguay.

–¿Qué puede comentarnos sobre el alegato paraguayo?

–Breve y preciso, sin excesos de erudición, era sólido, completo y contundente. Aceval lo redactó con 32 años de edad, sin más experiencia diplomática. El mérito es compartido con José Falcón.

Publicado en fecha: 20 de Julio de 2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY


 

B. ACEVAL FUE UNO DE LOS RECONSTRUCTORES DEL PAÍS

Benjamín Aceval fue uno de los reconstructores del Paraguay tras la Guerra contra la Triple Alianza. Estuvo ausente del país durante la contienda, pero aprovechó el tiempo para formarse de manera excelente para defender los derechos de la República. Para conocer su vida, el domingo llega a los lectores el libro “Benjamín Aceval” en la serie de biografías que edita El Lector.

 

Estatua de Benjamín Aceval en Villa Hayes.

Un digno homenaje a un paraguayo ilustre./ ABC Color

 

El próximo domingo aparecerá, con el ejemplar de nuestro diario, el libro biográfico escrito por Ricardo Scavone Yegros sobre este ilustre compatriota. El autor habla sobre su obra.

–¿Qué formación académica tuvo Benjamín Aceval?

–Aceval nació en Asunción en diciembre de 1845. Según testimonios confiables, realizó sus primeros estudios aquí y en 1860 fue enviado por su padre al Colegio de Montserrat, en Córdoba. Luego pasó al Instituto Argentino de Corrientes y, por causa de la guerra, en 1864 o 1865, al Colegio Nacional de Buenos Aires, donde concluyó sus estudios secundarios.

–Estuvo fuera del país durante la Guerra contra la Triple Alianza...

–Así es. Mientras el Paraguay afrontaba la guerra, el joven Aceval se consagró al estudio. En 1869 ingresó a la Universidad de Buenos Aires para estudiar Derecho, y concluyó la carrera en 1873. Se graduó como doctor en jurisprudencia con su tesis sobre la libertad religiosa.

–Un tema llamativo para la época, ¿no?

–En esta tesis, Aceval deja ver que a los veintisiete años de edad, después de casi una década de estudios sistemáticos, contaba ya con un criterio maduro, que estaba libre de fanatismos religiosos, que era capaz de argumentar con solvencia, que adhería a la doctrina liberal y que se sentía ligado a la patria.

–¿Cómo es eso?

–Introdujo en su disertación referencias al Paraguay que resultaban innecesarias para el desarrollo del tema y aludió a la necesidad de que “espíritus rectos e ilustrados, revestidos de energía y mucho patriotismo” pusieran en juego “sus dotes, con fe en el porvenir, para poder salvar los despojos de ese gran naufragio político” que fue la guerra.

–¿Cuándo volvió al Paraguay?

–Yo supongo que en agosto de 1874, cuando fue llamado para integrar el Superior Tribunal de Justicia. Duró poco tiempo en el cargo, hasta noviembre de 1874, y desde entonces comenzó a trabajar como abogado en Asunción.

–Pero siguió influyendo en la vida pública...

–Sí. Intervino en la redacción del proyecto del Código de Procedimientos Judiciales, sancionado en 1876, que reemplazó al antiguo Estatuto Provisorio de Administración de Justicia de 1842 y a las leyes españolas que se aplicaban subsidiariamente. En contrapartida, se negó a integrar la comisión redactora de un proyecto de Código Civil.

–¿Por qué?

–Afirmaba no estar en condiciones porque para ello se necesitaban “dotes intelectuales muy aventajadas y un vasto conocimiento de la ciencia del derecho”. Pensaba, además, que no existía un solo paraguayo capaz de cumplir esa labor, y que tendrían que pasar muchos años hasta que el país tuviera “jurisconsultos capaces de abordar semejante trabajo”.

–¿Qué otras funciones desempeñó?

–En 1876 fue electo diputado y a finales de ese año el presidente Juan B. Gill lo nombró ministro de Relaciones Exteriores. Ese año fue, además, redactor del periódico La Reforma. Su actuación en la prensa y la capacidad que demostró en la Cámara de Diputados contribuyeron a cimentar su prestigio político.

Publicado en fecha: 19 de Julio de 2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY



LA IMPORTANCIA DE BENJAMÍN ACEVAL EN LA HISTORIA PARAGUAYA

El historiador Ricardo Scavone Yegros, autor del libro sobre Benjamín Aceval, habla de la importancia histórica del biografiado y de lo mucho que sus actos representaron para nuestro país en un tiempo muy difícil.


La obra respectiva aparecerá el domingo con el ejemplar de nuestro diario, como título número once de la Colección Gente que hizo Historia, de ABC Color y El Lector.

–¿Por qué una biografía sobre Benjamín Aceval?

–Aceval tuvo gran importancia en la historia del Paraguay. Magistrado, diputado, senador y ministro en varias ocasiones, representó al país en el arbitraje que le reconoció el derecho sobre el Chaco, disputado con Argentina; promovió la creación y dirigió por varios años el Colegio Nacional, participó en la redacción del Código de Procedimientos Judiciales de 1876, dictó la cátedra de Procedimientos en la Universidad y fue delegado en el Congreso Sudamericano de Derecho Internacional Privado, en Montevideo en 1888 y 1889.

–Le tocó actuar en una época difícil...

–Sí, y sus acciones y las de sus contemporáneos contribuyeron a transformar el país, y sentaron los cimientos del Paraguay del 900, que se iluminó con el brillo de una nueva generación formada en los centros educativos. Aceval demostró siempre un especial interés en consolidar las instituciones democráticas y en el fortalecimiento de la ciudadanía mediante la educación y el respeto de los derechos y libertades individuales.

–¿Desde el ejercicio de funciones públicas?

–No necesariamente. Fue fiel a esa línea cuando ejerció el periodismo, en La Reforma en 1876, o cuando presidió el Ateneo Paraguayo en la década de 1880.

Al retornar al Paraguay tras la misión cumplida ante el presidente Hayes, el presidente Cándido Bareiro le pidió que asumiera el Ministerio de Relaciones Exteriores, y él le planteó que le nombrase director del Colegio Nacional, que consideraba “la única esperanza del país para la preparación intelectual de la juventud”.

–¿No sacrificaba así su carrera política?

–Sí, aunque debe recordarse que entonces la actividad política no era precisamente un remanso. El país estaba saliendo de un periodo convulsionado. Como escribió Manuel Domínguez: “Eran tiempos de espantosa anarquía; dominaban hombres violentos en nuestro escenario político y, sin embargo, el doctor Aceval pudo cruzar aquel ambiente malsano libre del contagio terrible de los odios y rencores”.

Publicado en fecha: 18 de Julio de 2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY


BENJAMÍN ACEVAL, UN AUTÉNTICO HÉROE CIVIL

El próximo domingo, los paraguayos, especialmente los jóvenes, tendrán la oportunidad de conocer la vida y la obra del gran Benjamín Aceval. Es posible que su nombre sea bastante difundido, pero pocos saben qué hizo realmente este héroe civil paraguayo.

 

Rutheford B. Hayes, el presidente de EE.UU. que gracias a los documentos

de Benjamín Aceval determinó que el Chaco era paraguayo./ ABC Color

 

“Benjamín Aceval” se titula, justamente, el libro que aparecerá el domingo con el ejemplar de nuestro diario. Será el volumen once de la Colección Gente que hizo Historia y fue escrito por el historiador compatriota Ricardo Scavone Yegros. Contiene la más completa biografía elaborada hasta hoy sobre este hombre ejemplar.

Tomás Benjamín Aceval Marín, diplomático, magistrado y catedrático, fue un hombre fundamental en la defensa intelectual de los derechos del Paraguay sobre el Chaco. Hijo de don Leonardo Aceval y de doña Mónica Marín, nació en Asunción en 1845. Se crió en la Argentina, específicamente en Córdoba y en Corrientes, y se recibió de abogado en Buenos Aires, en 1873.

Regresó a Asunción para dedicarse por entero a la política y al periodismo. Así, fundó el periódico La Reforma.

Durante parte del gobierno de Juan Bautista Gill (1874-1877) y, tras el asesinato de este, en el de Higinio Uriarte (1877-1878) fue ministro de Relaciones Exteriores. En la presidencia de Gill, Aceval había sustituido en el cargo a otro gran paraguayo, factor fundamental también en la defensa de los derechos paraguayos en el Chaco: el doctor Facundo Machaín. El mismo cargo volvió a ocupar Benjamín Aceval durante la presidencia de don Cándido Bareiro (1878-1880), en la de Patricio Escobar (1886-1890) y durante la segunda etapa de la de Juan B. Egusquiza, quien gobernó entre los años 1894 y 1898.

Como diplomático y con el cargo de ministro de Relaciones Exteriores, representó al Paraguay en los Estados Unidos, país designado para arbitrar en el litigio entre el Paraguay y la Argentina por la posesión del Chaco Boreal. Su trabajo en la presentación de los documentos pertinentes en apoyo de la causa paraguaya fue fundamental para que el presidente norteamericano Rutheford Hayes volcara su arbitraje a favor de nuestro país, con lo que la soberanía sobre el territorio litigado fue definida totalmente.

El laudo arbitral, conocido históricamente como Laudo Hayes, fue emitido el 12 de noviembre de 1878. El mismo dice en su parte fundamental: “Con esta, se da ahora a conocer que yo: Rutherford V. Hayes, Presidente de los Estados Unidos de América, después de haber tomado en debida consideración las dichas exposiciones y documentos fehacientes, juzgo: que la dicha República del Paraguay tiene los títulos perfectos y legales a la posición de dicho territorio discutido entre el Pilcomayo y el río Verde y de Villa Occidental situada entre ellos, y por consiguiente concedo a la dicha República del Paraguay el territorio en la orilla occidental del río del mismo nombre, entre el río Verde y el brazo principal del Pilcomayo, incluyendo Villa Occidental”.

El laudo fue recibido con gran algarabía en nuestro país, que vivía entonces un período político (como casi todo el tiempo en aquellos años) de caos y violencia bajo la presidencia de Cándido Bareiro.

El 25 de marzo de 1879, el doctor Benjamín Aceval regresó a Asunción después del gran trabajo realizado en Estados Unidos para el arbitraje favorable del presidente Hayes. Una junta popular compuesta por paraguayos y extranjeros radicados aquí se encargó de organizar una gran recepción al ministro de Relaciones Exteriores.

Publicado en fecha: 17 de Julio de 2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY

 

 


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