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JUAN PASTORIZA CENTURIÓN

  ENTRE GENTE DE POCAS PALABRAS Y PARRICIDAS - Artículo de JUAN PASTORIZA


ENTRE GENTE DE POCAS PALABRAS Y PARRICIDAS - Artículo de JUAN PASTORIZA

ENTRE GENTE DE POCAS PALABRAS Y PARRICIDAS

 

Artículo de

JUAN PASTORIZA

 

 

Una profesión compleja, delicada y de responsabilidad es la que tiene el locutor, y sus bifurcaciones —animador de radio y televisión— en un país como el nuestro —ancestralmente de pocas palabras, lo cual no equivalen a no tener nada que decir, si desde siempre tenemos un rico universo que sacar a flote.

Como estar envueltos en una dura caparazón, producto de una vergüenza de mostrar en público nuestras intimidades. Tal vez prudencia o pícara sabiduría innata, que son compuertas de los sentimientos. Tenemos una economía para hablar; que podría ser reflejo de pensamientos largos, cuyas puntas o síntesis son las que se suelen escuchar en el tamborileo de los medios.   

Estamos acostumbrados a decir lo justo y necesario, en lo posible menos, y hasta a veces completando las piezas del rompecabezas de la comunicación con alguna expresiva y oportuna seña de rigor.   

El factor que comentamos debe ser una de las fuertes manifestaciones de nuestra identidad profunda, que se siente violada por la simple necesidad de llenar espacios, con esfuerzo, de cualquier manera, sin decir nada, delante de un micrófono en una cabina radial o en un set ante las cámaras de la televisión.   

Como diría alguien, mitad en broma, y la otra, en serio, hasta sería una grave traición ser paraguayo y charlatán, de esos que hablan hasta por los codos. En contrapartida, los medios audiovisuales deben consumir kilómetros y kilómetros de voces, y toneladas de imágenes, aunque sean basuras, todos los días, de todo el año, de todas las horas, así hasta el despeñadero de un ruidoso infinito.   


Hay una infraestructura fuerte, apuntalada, por grandes empresas multinacionales, para que no se desvirtúe un ápice esta costumbre tan conveniente para sus pingües negocios, de marginar, todos los elementos que son detonantes de la identidad de uno, de lo contrario sería despertar un peligroso gigante dormido, que puede abrir los ojos, y darse cuenta de lo que sucede. Eso no les resulta conveniente.   

Sin caer en el nacionalismo torpe y miope, de creer a pie juntillas que solamente lo que se crea en el medio es lo que vale, y lo demás no cuenta, tampoco se debe caer en el otro extremo, de desvalorizarlo en la totalidad, como nos ocurre. Hay una tendencia de hacer crecer las raíces de complejos varios en torno a todos los que defienden lo culturalmente suyo, y que hay una suerte de complot contra, por ejemplo, el ser paraguayo. Minimizarlo, reducirlo a la mínima potencia, y si se puede, convertirlo en ceniza.    

 
En donde mejor se observa el tema de la desvalorización, es en el campo de la juventud que todavía está en el deslumbramiento de los fuegos artificiales de otras fuertes manifestaciones culturales, cualquiera que sean estas, y se engancha con facilidad a la fila de lo trivial que se ha venido generando por otras causas en los grandes centros, dándoles una importancia de vida y muerte, mientras lo suyo, ahí al lado, adentro y alrededor, agoniza de muerte. Se crea una mentalidad de no querer estar más, y lo que es peor, de no querer ser de este lugar, y negarlo siete veces si es necesario, por lo tanto soberana pérdida de tiempo es tratar de hacerles entender la validez de un legado cultural.   

Pero una cosa es lo que quieren hacernos creer, un sector minoritario, pero muy grande en cuanto a manejo de medios y de caudal económico. Y otra muy diferente, lo que realmente ocurre entre una entre la enorme cantidad de jóvenes que no figuran en los segmentos mediáticos, ni en las cajas de vanidades, ansiados por sus pares. Sin estar descolgados de los movimientos que pasan en su tiempo que le toca vivir, también se engancha a lo suyo.   


Nos ha tocado la suerte de formar parte del jurado de eventos, algunos más pequeños, otros grandes. Nos ha sorprendido, dejando de lado decepciones menores, la cantidad de gente joven, que uno suponía debería estar bebiendo de las fuentes de los últimos sucesos de las llamadas capitales del mundo, o lo que proyectan imponernos desde esos lugares, están firmes en las cosas nuestras.   


Solamente en un ya antaño y conocido encuentro artístico cultural, que abarca diferentes y variadas localidades del país, algunas alejadas de la capital, se han presentado cerca del millar de jóvenes, cuyas edades en casos excepcionales alcanzan los 25 años, y muchos no tienen siquiera 15, con ganas de engancharse a lo nuestro; lo que es más, con temas propios, como queriendo convertirse en los largamente esperados parricidas culturales, que bien vendrían para renovar conceptos caducos y repetitivos.   


Hoy por hoy, al parecer tienen conciencia de que si es original y suyo, vale; no tienen por qué acomplejarse ante nada, ni hacer genuflexiones ante nadie.   


Lo llamativo, casi imperdonable actitud, es que ningún medio, lo haya destacado. La gente nueva expresa con fidelidad una cultura regional y, por ende, de proyección universal, más valiosa que la copia trasnochada de la cachaca de moda. Aquello habrá salido de los huevos de la decepción de varias generaciones pérdidas enredadas entre un patrioterismo barato y la inoperancia, que al final no aportaron un ápice, viviendo de espaldas al tiempo. Tienen un gusto a amargura de no pertenecer a ninguna parte, menos a su lugar, por más de que lo declamen, porque también en su momento sintieron vergüenza de pertenecer al mismo, porque esa era la constante y ahora se sabe que es la maldición.   

Por lo visto y oído en estos espacios tomados por asalto por jóvenes, que trajeron un aire fresco, en donde se nota calidad y autenticidad, los autodenominados profesionales, o embanderados de lo nuestro, pueden o deben ir guardando sus violines, arpas y guitarras en sus respectivos estuches y despejar el escenario, para darles lugar a los nuevos. La generación de parricidas no deberá tener piedad si cumple a cabalidad su misión, para que la simple nostalgia no siga siendo la cerrazón que impida ver la transparencia del día de hoy. Y eso hace falta a nuestra cultura popular.

 

JUAN PASTORIZA

Fuente: EL AUTOR,

 
 
 

Ilustración: FAMILIA,

escultura de HUGO PISTILLI.





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