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JUAN PASTORIZA CENTURIÓN

  BAUTISMO DE SANGRE - Ensayo de JUAN PASTORIZA - Año 2008


BAUTISMO DE SANGRE - Ensayo de JUAN PASTORIZA - Año 2008

BAUTISMO DE SANGRE

 

Obra de JUAN PASTORIZA

 

Juan Pastoriza Centurión nació en Ypacaraí en 1954. Es locutor y conductor de programas de radio y televisión. Se ha dedicado a enfocar, en columnas y espacios de información de distintos medios de prensa escrita, múltiples aspectos de la actividad cultural y artística. Es autor del Libro "Lo Nuestro", con el periodista Pedro Espinola, que reúne la biografía de 150 autores nacionales. Ha ganado numerosos premios nacionales e internacionales en géneros literarios y periodísticos.

 

Un camión vacío del Ejército tumbado en medio de la calle, con el combustible fluyendo como un arroyo. Una negra humareda a un costado, como cuando se queman las cubiertas. Tuvimos que contener a duras penas a un personaje que pasaba por ahí, que, motivado no sabemos por qué extraña rabia o euforia, quería arrojarle un fósforo prendido. Se fue haciendo hurras y agitando no distinguimos ahora qué bandera, hasta perderse en la lejanía desierta.

También recordamos la violenta impresión que nos causó observar a jóvenes caídos uniformados, algunos de ellos irreconocibles, destrozados, en charcos de sangre, como lagos oscuros en la vereda. Otros como durmiendo apaciblemente. Eran bastantes. Enormes boquetes y otras rociadas de agujeros más pequeños en las murallas del Batallón Escolta. Humo en varias partes. En un rato vendría la eficaz y aparatosa operación limpieza, para borrar por siempre todos los rastros de la zona donde el conflicto armado se dio con más fuerza, para dar la impresión de que por allí no había pasado absolutamente nada.

Vimos otro coche que fue detenido a fuerza de balazos, con el ocupante inerte adentro, en la avenida Mariscal López y General Santos. Después supimos de qué se trataba de un extranjero. Era técnico de los tanquistas leales al gobierno derrocado.

Igualmente nos acordamos de un oriental rejuntando los casquetes de las balas, para coleccionarlos seguramente. Le gritamos en guaraní, tampoco sabemos por qué, y era como si estuviéramos en una atmósfera extraña, caminando en un tiempo que no nos pertenecía. Como despertando de una pesadilla y yendo en senderos de gloria. Lo cierto, esa madrugada había caído Stroessner.

Seguramente un montón de pequeños detalles, anónimos actos heroicos y anécdota mínimas quedaron olvidados, en el momento de hacer algún recuento histórico de aquello que se denominó la gesta liberadora del 2 y 3 de de febrero, ocurrida hace veinte años.

Ahora la distancia nos permite mirar aquello con ánimo más apacible, sin conservar el temblor de las piernas que tuvimos cuando escuchábamos tan de cerca los silbidos de las balas, el estruendo de las explosiones o sobre todo el retumbar constante de los disparos de los tanques. Vamos a rememorar algunos episodios que nos tocaron vivir entonces en aquella inesperada cobertura periodística y que suponemos merecen ser todavía mencionados, a pesar de que sentimos como si todo hubiera sucedido como una ráfaga que pasó hace tanto tiempo.

Es una gran verdad aquello de que la realidad siempre supera a la ficción. La imaginación de los contadores de cuentos fantásticos suele quedar desplazada a un modesto plano secundario. De lo contrario nos resultaría difícil entender algunas cosas que nos sucedieron en la noche de la candelaria de febrero de 1989. Quién iba a sospechar siquiera que un tranquilo turno de locutor, en radio Cáritas, entonces todavía en el antiguo edificio de los pisos de Luis Alberto de Herrera y Caballero, se iba a convertir en una suerte de bautismo de sangre, o de fuego, como se suele llamar a situaciones semejantes.

Lo más llamativo que nos había sucedido en la víspera de aquella histórica jornada fue un entredicho con el cantante Luis Miguel en una conferencia de prensa. Ni recordamos la razón. ¡Ah!, le habíamos reprendido su llegada tardía a la cita con los periodistas.

O una minuciosa revisión del automóvil y control de documentos personales cuando retornábamos de una cobertura nocturna, de un evento realizado en el barrio de Trinidad, porque, según decían, buscaban armas o a alguien en especial. Pero nada extraño en aquellos días en los cuales reinaban el absurdo y el terror.

Hubo una especie de simulacro de escape de la radio, esa misma noche, a pedido de los directores, por si sucedían algunas cosas raras, según nos dijeron los mismos, sin dar otras explicaciones. Porque, nos contaron después, como si nada, que hubiéramos sido los primeros blancos de la implacable represión, si el golpe fracasaba. Por tanto, divertidos, más como juego que enserio, participamos de aquella operación de guerra que ni lejanamente presagiábamos se daría de verdad al otro día. Es que se decían entonces tantas cosas, y lo de la revolución era un secreto a voces, que ya nadie le daba importancia.

Teníamos en nuestro programa de todas las noches varios invitados. Entre ellos recordamos al músico argentino, Ramón Ayala y al artista plástico, Hugo González Frutos. Hacíamos preguntas sobre los temas específicos de cada uno de ellos, tratando de amenizar a la audiencia nocturna. Pero las insistentes llamadas de personas que vivían en la zona de de la Caballería hablaban de grandes aprestos militares y de un urgente pedido de desalojo hacia sitios donde supuestamente las cosas se darían de una manera menos peligrosa. Mucha cautela con la información, nos recomendaron, cuando consultamos sobre el tema con la dirección.

Más tarde pasó algo en el barrio o en la misma casa de la consuetudinaria amante del presidente. Hubo tiroteo y fallecidos. Se declara una urgente reunión del directorio, mientras el programa seguía su curso normal, de una noche del montón.

Llega un vecino desencajado para contarnos que los tanques habían salido hace dos horas de Cerrito y que venían hacia el centro y que comenzaron los tiros. Bueno, como tantas veces se había dicho lo mismo, no le dimos mayor crédito al tema.

Se suceden las llamadas telefónicas, una tras otra, algunas de ellas con voces de desesperación. Se decide enviar móviles hacia los sitios donde supuestamente estarían sucediendo los hechos.

Efectivamente, los tanques estaban llegando. Y poco después se practica, pero ya en serio, la medida preventiva. Sobre todo con las chicas y todo aquel que quisiera irse. Una de ellas se niega a retirarse porque valientemente se empecina a quedarse en su puesto, así como algunos de nosotros, que optamos por mantenernos en nuestro lugar de trabajo pasare lo que pasase. Se abre la puerta de un sótano estratégico, por si las papas quemaran.

Sinceramente, a esta altura, no creíamos del todo de que algo mayor y catastrófico pudiera ocurrir, hasta que comenzamos a escuchar muy de cerca el tableteo de las armas livianas, confundiéndose con los fuegos celebratorios de la fiesta de San Blas.

Nuestro compañero Celso Velásquez inicia sus informes sobre el movimiento de avanzada de los tanques, y sobre algunas escaramuzas cerca del cine Victoria. Una explosión en el edificio de Antelco. Otras personas nos ponen al tanto sobre más focos de violencia y así vamos armando un rompecabezas de la situación. La constante era mantener la calma y no alarmar a la población, costare lo que costare.

Uno de los entrevistados, al oír una detonación bastante fuerte y cercana, se asusta y pregunta al aire qué diablos estaba pasando afuera. Algo se estaba desarrollando sin que ellos se enteraran. La señora del artista argentino Ramón Ayala pide por favor que la dejen salir, cuando nos informan desde el móvil que se produjo un ataque al Cuartel Central de Policía y que la Marina de Guerra entró en acción con los cañones de los buques mientras las campanas de la Catedral estaban repicando.

Se armó rápidamente el cuadro de periodistas y técnicos que cubriría la batalla que se estaba dando, sin duda alguna, a pocas cuadras de la radio. Hablaban de enfrentamientos en el Palacio de Gobierno. Algunos se negaron a quedarse y se fueron. Llegó uno de los directores para acompañarnos. Y aquí se dio aquello de "hasta las últimas consecuencias", porque no había camino de retorno.

La radio se convirtió en un medio de comunicación muy importante entre las personas que deseaban dar señales de vida a sus familiares, dar sus paraderos y, al rato, éramos uno de los pocos medios que informaban sobre el suceso, porque también los canales de televisión se apagaron abruptamente y otras emisoras se callaron, excepto una que trataba de minimizar lo que pasaba y lo que era inexorable.

Nos llegó el momento de ocupar un móvil. Con el corazón en la boca nos ofrecimos para salir a la calle ante la negativa de otros compañeros. Y con el chofer, julio César Rojas, decidimos dirigir nos a lo que en ese momento se podía llamar el verdadero frente de batalla.

El tableteo era incesante y fulminante. Rayos cruzaban el cielo en forma insistente, en tanto que sospechosos silbidos se perdían entre los árboles y los edificios. Y seguían varias explosiones, a veces al unísono. Nos comentan por "walkie" que hubo una revuelta interna contra el propio Monseñor (6) que era la autoridad suprema de la radio, quien ordenó detener la transmisión para que todos se fueran a sus casas o ponerse a salvo, por lo menos. Nos consultaron si estábamos de acuerdo en seguir y unirnos a los complotados de la información y dijimos que si, cuando llegamos a una zona donde estaban apostados los tanques que disparaban constantemente. Supimos que todos fuimos cesados en nuestras funciones, pero no le dimos importancia. Estábamos en otra.

Un coche estacionado a una cuadra de distancia explota estruendosamente y al rato quedan apenas llamas. Eran, nos contaron después, los momentos más críticos del ataque al Batallón Escolta, último reducto de Stroessner. En publicaciones periodísticas posteriores, quienes estaban refugiados con el dictador en dicho lugar decían que captaban nuestros informes.

Pudimos sortear los tanques e, increíblemente, los soldados apostados detrás de los mismos, o tirados en el suelo disparando, no nos dieron importancia y pasamos. Subiendo la calle 25 de Mayo y pasando General Santos, no había una sola luz. La oscuridad era espantosa y el único vehículo que se movilizaba era el nuestro. Ya no era difícil entender que el desplazamiento de los tanques sobre Mariscal López tenía la intención de liquidar lo más pronto posible el asunto, por la intensidad del fuego. Seguíamos informando.

Pero, aún así, confiábamos ciegamente -o tontamente- en que no nos veríamos afectados por las acciones de guerra, por estar tripulando un móvil de prensa. Como si eso importara en aquellos momentos. Pusimos un pañuelito blanco atado al espejo retrovisor. Al menos ese pensamiento manteníamos como una tabla de salvación.

Cuando bajamos del vehículo, vimos a varias personas cuerpo a tierra. Y una tremenda explosión, muy cerca, casi demolió una casa de dos pisos. Nos contaron después que había fallecido en una fuga desesperada, en ese sitio, una mujer y que hubo numerosos heridos civiles más.

Nuestra función de informar no cesaba, porque desde la base nos daban entrada continuamente. Éramos casi el último punto de referencia. Observamos a soldados desnudos corriendo hacia cualquier parte. Después de transmitir sobre algunas escaramuzas aisladas y escuchar a gente gritando o gimiendo de dolor y observar fogonazos de metralletas a la distancia, nos vimos en un serio aprieto. Al levantar la cabeza, vimos pasar prácticamente encima de nosotros un enorme avión Xavante, con las luces de guerra prendidas, como un siniestro pájaro. Instintivamente nos tiramos al suelo, porque presentíamos las ráfagas mortales.

Pero pasó el peligro, y el compañero preguntó solamente si la grabadora estaba ilesa porque debíamos seguir con la información.

Más tarde escuchamos la proclama aquella de "Hemos salido de nuestros cuarteles...". Y lo que vendría después ya sería una historia más conocida o espectacular que este pequeño episodio que acabamos de narrar.

(6). El representante del Arzobispado, propietario de la radio, era el monseñor Pastor Cuquejo. (Nota del ed.).



Fuente:

2 DE FEBRERO DE 1989 ¿QUÉ HACÍAS AQUELLA NOCHE?

Prólogo, edición y compilación: ALFREDO BOCCIA PAZ

Editorial Servilibro, Asunción-Paraguay, 2008.

 

 

 

 

 

Enlace recomendado: EL CASO FILARTIGA

© ANIBAL MIRANDA/ ANALY FILÁRTIGA. 1992

 
Portada: JOEL H. FILÁRTIGA
 
Impresión: Editora Litocolor,
 
Asunción-Paraguay, 1992 (105 páginas)


 

 

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