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JUAN PASTORIZA CENTURIÓN

  EL CUENTO - Relato de JUAN PASTORIZA - Año 2009


EL CUENTO - Relato de JUAN PASTORIZA - Año 2009

EL CUENTO

 

De JUAN PASTORIZA

 

Podríamos discutir mil veces de nuevo sobre el mismo tema, de principio a fin, con puntos y comas incluso, utilizando los elementos propios del asunto.

Sí, es verdad. Hubo un encuentro con el comisario inspector Hipólito González y los soldados corriendo desaforados en la esquina de la plaza, eso nos consta. A partir de ahí se entendería mucho mejor y podríamos sentarnos a hablar porque antes de aquel suceso Antonio era lo que se llamaría un común tipo calmado, de quien no se podría sospechar nada.

Debe ser por aquella garra de espantosa bestia que le tomo de sorpresa, de espalda, como un asaltante, que le cambió de color el rostro, le tumbó, como una bolsa de papas, en la baldosa de la vereda rota. Puede ser un causal, sí señor, Por aquello aparentemente sin que ni para que, que le pusieron en la mente y en la boca, que sirvió después para acusarle, cuando le preguntaron de todo como ladridos, como puñales entre tanto estaba descuajeringado en el suelo protegiéndose el rostro según podía, santiguándose ante las malas apariciones.

Claro que no habrá tenido tiempo de pensarlo ni un segundo, pues no había oportunidad de retorno porque estaba metido en una cueva sin salida, en una boca nauseabunda, trampa para ratones.

Si Antonio lo hiciera en forma normal y meditada, digamos, habría tardado una eternidad, el del bamboleo de la campana de la iglesia al repicar espantando las palomas del entorno. Aquellos mil y tantos años que espera en hundir superficialmente la palada inicial entre los escombros del pueblo arrasados por los vientos de su historia, como los intendentes obesos y corruptos que estuvieron poblando el pasado y parados en el presente.

Mientras tanto, como se sabe lo otro, lo siniestro venía ocurriendo a plena luz del día y nosotros haciendo la vista gorda, por comodidad,  inconsciencia y ningún compromiso con la comunidad que nos necesitaba como el agua al moribundo y nos hacia desesperadas señas detrás de los árboles y los muros, igual que niños fantasmas extraviados en la eternidad. Además los otros, se sabe que estarán del lado de donde apunte el fusil recortado, del ganador seguro de las elecciones tramposas, del que reparte latas de picadillos y galletas cuartel duras en las campañas proselitistas donde se arrea gente, banderas, pañuelos y jinetes.

 

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Suponemos que la indiferencia habrá postergado el latente trabajo de Antonio por siempre, hasta que ocurrió eso al final de una caminata cualquiera de costumbre, para escuchar la música mexicana que propalaba los parlantes del Cine Mundial, buscando chicas en las ventanas de las casas antiguas y en la salida del colegio de las normalistas.

Hasta aquel instante supremo ni se hubiera imaginado con la decisión de comenzar ya y levantar el velo para airear el universo inmundo.

Para aportar más datos o ladrillos que puedan ir levantando la muralla y llamar la atención o que tenga una forzada conexión con el mismo, cuentan por ahí, que se rasgó el mosquitero de tul que cubría la cama de una hermosa pudiente dama de males varios.  En el siniestro caserón lleno de plantas carnívoras como víboras, que queda cerca de la comisaría, en la parte vieja, como si fuera un monumento que se prefería no mirar, por atávica vergüenza.  Quien más quien menos todavía tenía hasta hace poco parientes sifilíticos y sin rostros, como muñecos de cera. Y los que quieren simplificar la cuestión lo liga con esto.  Es una señal, dicen, solemnes como arzobispos. Más allá de aquel referente clave de la historia de los burdeles de alta alcurnia, el manto de tul encontrado debería ser tan suave  y capaz de desaparecer de un soplo en el tiempo, como el humo de un cigarro, sin duda, que no importaría nada aquí, en el curso de lo que pasaría.

Que tiene que ver una cosa con otra.  Habladurías.

Este asunto traerá colas, sin lugar a dudas.

Que los trenes Inter. de los miércoles retornarán sin haber descargado a los pasajeros en la última estación.  Pobre gente exiliada y condenada al viaje perpetuo.  Y los camiones rolliceros irán con su larga carga de contrabando zumbando como mosquitos de acero, bajo la mirada cómplice de los controladores del Comisario Inspector González, que cuentan cobran jugosas coimas para la corona... y los ciclistas locos y felices rondarán como siempre en su ruta cósmica, hasta recorrer toda la vía láctea.  Si, esa es una diversión solo de los habitantes de aquí.  Un aspecto folclórico como cantar con el arpa, guitarras o bailar la galopera.

Muchos todavía no creen del todo, que tiene que ver con los chimentos de las comadres arpías, que si fuera así de simple mantendríamos una charla con los ahogados de fin de semana, quienes encontraron la paz en sus tumbas de los turbios arroyos, afluentes del lagos de los caimanes y las rayas gigantes. O con los suicidas, que siempre cuelgan, de repente, bamboleándose desde las vigas de las casas de la gente importante que han perdido las fortunas que nunca tuvieron en las ultimas mesas de truco.

No, hay que adelgazar las palabras, en honor a la comprensión. Lo cierto es que decirlo resultaría grave, quemaría mansiones, influencias, padrinazgos, y tumbaría posiciones en el ajedrez social y político.

Al desovillar los hilos de la verdad, no lo imaginamos a Antonio con actos heroicos premeditados, o tal vez se soltó de rabia e impotencia.

Esto llegó al colmo. Rompieron los huevos.

Sabemos que es quemante y que revolvería los intestinos y condenaría al círculo de los insomnios a tantos. Seguro.  Basta mirar los gestos de desaprobación de la casta intocable de los influyentes. Pero hay tantos indolentes también, que ni les importara, que continuaran jugando por monedas las madrugadas de carambolas en el billar de Benegas, que lo oirá como quien oye llover.

     A lo mejor algunos hasta se ponen a aplaudirlo, si sale bien…  Si les conviene estarán de parte de Antonio, discurseando al más puro estilo de los políticos perversos y mentirosos.

    -    Con la juventud no hay que joder.   De ella es el futuro, divino tesoro bla, bla, bla y tres hurras a los jóvenes de la patria, como éste valiente.

   A partir de aquí Antonio presentirá todo, pero no puede recular, si tiene observándole al mismo Comisario Inspector González, como un repelente bicho interplanetario, repitiendo enardecido mil cosas intraducibles, apuntándole con el dedo índice acusador.

    Entendemos que Antonio nunca le dio importancia. Tal vez sea una pesadilla, la imaginación febril de sus 17 años. Enojos, soledades y onanismo comunes. Nada raro, después de todo es natural, como morir de amor o caer del trapecio de los circos pobres.  En un país sin rebeles los jóvenes nacen viejos.

A lo mejor ni siquiera jamás se le ocurrió caminar ese tramo en especial, esa tarde - noche de grillos y lámparas agónicas del alumbrado público. Que por el contrario decidió quedarse, en casa, en el barrio a jugar al fútbol con los otros chicos.

Pero es que casi diariamente, a esa hora, después del baño, en el arroyo, por el calor, Antonio se iba hacia los frescos de los eucaliptos rumorosos de la plaza, donde se mecía la música como una hamaca. El rojo pa´í difundiendo valses y leyendo las páginas incendiarias del semanario “Comunidad”, que lapidaba a las autoridades.

Esa hora le atraía, por su melancolía, andando con pasos gigantescos, con el espíritu de poder dar la vuelta al mundo sin fatigarse.

Las diez cuadras que caminar desde el barrio bajo, por la ruta asfaltada a la cual le faltaba un pedazo, que alguien comió la plata para su conclusión, y pasando a media cuadra de la Comisaría, hasta la parada obligatoria de ómnibus. El itinerario obligado.

El alma herida por las luces intermitentes de los televisores blanco y negro instalados en el vecindario, difundiendo la telenovela de las lágrimas.

 

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Como están las cosas suponemos que aquello causaría el gran guarará que solía decir el abuelo, sin apreciar los alcances de semejante expresión, que va más allá de despertar las gallinas de los árboles de sus dormideras.  Este asunto es superior.  De armas tomar, como dirán ellos.  Y la contra deben ser los machetes Barcelona, como manda la tradición de los voluntarios descalzos de la degollación.

Lo de Antonio inquietaba a los capos, representado tan fielmente en la personalidad imprevisible como un perro harto de sí mismo, la del ya mencionado Comisario Inspector Hipólito González.  Cuidado con él, que puede ser que sea de no jugar ningún juego.   Conoce como un gitano de carro peregrinos, en la palma de su mano la vida, obra y gracia de la gente.

Él, la máxima cabeza de la ley, se supone que actuaría con ejemplar rigor en una situación como esa, que lo obligaría a quemar su uniforme caqui por los superiores, que aparentemente estaban arriba para cosas mayores, no para pendejadas.

Pero por las dudas, Gonzalíto, investigue, habría dicho una voz mayor.

Con los jóvenes no hay que mostrar debilidades, porque después se suben encima, como perritos.  Que esto sirva de ejemplo, que resuene en todo el país, aunque suceda en un pueblito perdido de morondanga, dónde el único entretenimiento es andar en bicicleta. Y con el merito de surtir con jóvenes amantes al General.

Así lo haré, como usted, lo ordene, señor, seguramente respondió el Comisario Inspector González.

Y está también el juez  Mario Martínez, a quien no se  le puede ignorar en este instante. Flaco y espinoso como un pescado recién comido, pero sonrientemente rabioso como la hiena, o por lo menos lo que sabemos de aquel animal en las páginas de alguna enciclopedia.

Sin pensarlo dos veces, estaría de por medio azuzando, esa gente copetuda, los del Club Social.  Los propietarios de la panadería, de la despensa, de la farmacia, los ganadores de la licitación del asfalto no acabado, la directora del colegio, del último prostíbulo, del único hotel y las chicas que viajan por las noches a la capital para entretener a los poderosos. Hasta ese momento nadie se enteró siquiera de su presencia de Antonio, por que para ellos era menos que una hormiga o cucaracha, que aplastar con la betunada punta de una bota policial.

No sabían que ocupaba espacio en el papel.  Lo mismo cuando Antonio fue a ver el radio teatro El León de Francia, pensó que aquellos actores andariegos nacieron sabiendo las letras. Nunca se imagino que alguien estaba detrás, en la sombra como un titiritero maestro.

   Fue un colosal descubrimiento cuando le dijeron que eso estaba hecho ante, que repetían nomás como ventrílocuo. Debe ser por ahí que comenzó a entrar dentro de Antonio la larva de querer si es posible, alguna vez, hacer algo parecido, un recurso para deslumbrar a las muchachas.

Porque ni siquiera cuando la policía especializada rodeó con furia, el colegio Delfín Chamorro, aquella vez de la revuelta encabezada por Marcelino Colmán, se inmuto.  Lo vio como un plácido espectador más. O cuando rompieron fila en el desfile del 14 de mayo, frente al palco oficial. Y chiflaron el discurso del chupamedia que no pudo continuar, cuando los visito el Presidente de la República.

O cuando acusaron al Intendente de haber talado los árboles de la plaza para comprar un violín e integrar el conjunto “Los muchachos de antes”.

Bueno, participo a escondidas de aquella manifestación contra los precios de vampiro de la compañía Vargas Peña  de la luz eléctrica.  Miro quemarse como Judas, las columnas, en las esquinas.

   O la vez que tiraron las planteras de la señora directora del colegio, en el fondo del aljibe, cuando subieron al cielo las cuotas. Pero Antonio iba con los curas en el cerro, para conformar el ejército que atacarían cualquier noche la Comisaría. Y sabe quién mató por despecho al muchacho raro aquel en la piscina. Y quien compró al arquero en la final del campeonato y quienes pagaban los votos en cada elección.

 

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Al llegar a la esquina de la plaza, le salió al paso el comisario Inspector Hipólito González, directamente enfilo hacia él como un toro herido, desde donde está el guardia y el mástil con la rota bandera patria. Para cortarle el camino. Resonó en la nuca de Antonio el sonoro golpe que le hizo trastrabillar, hasta tambalear y caer de bruces como un ebrio. El Comisario gritando, fuera de sí, como un demonio con cola, alas y cuernos, de que si era cierto que estaba escribiendo la historia de lo que sucedía en el pueblo, y ponía en ridículo al gobierno y hablaba pavadas como del mosquitero aquel del puterío de su imaginación, del propio señor intendente y su violín, que se mofaba del juez, que sabías quien llevó el dinero que faltaba del asfaltado, que divulgaría los nombres de las chicas que iban a divertir a los grandes señores de la capital, que asistía a los ejercicios militares de los pa’i rebeldes, que las votaciones eran de matarse de risa, que los trenes no querían parar más en el lugar, que se hacía pasar de contrabando a los rolliceros, que la honorable directora abusaba con las cuotas de los cursos, que fue uno de los que tomaron el colegio con Marcelino Colmán y rompió fila como provocación en las fiestas patrias y molesto al notable primer alumno que subió a alabar con justa razón las obras del gobierno, que conocía hasta quienes compraban a los jugadores, y que salió en la manifestación de unos cuantos desubicados contra el precio de la luz, en acción patoteril.

   Que todo eso vas a escribir boludo, y una patada en el trasero, que le hizo rodar a Antonio.

  Una vez más pregunto si es cierto lo que están diciendo, hable púes, carajo, pendejo, y desde lejos venían corriendo los soldaditos, con los fusiles prestos, descerrajados aparatosamente.

Ya sin tiempo de pensar ni en nada Antonio dijo Si señor Comisario Inspector, ahora que usted hace eso, voy a escribir el cuento que usted mismo está contando.

 

Juan Pastoriza

 

(Galardonado en el concurso

Relato Breve 2009 de la Cooperativa Universitaria).

Fuente: EL AUTOR.

Registro: Setiembre 2010

 

Xilopintura de la Serie Paraguay

Artista: CARLOS COLOMBINO 

 

 

 

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