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BEA BOSIO

  OCHO DE NOSTALGIA - Por BEA BOSIO - Domingo, 26 de Enero de 2020


OCHO DE NOSTALGIA - Por BEA BOSIO - Domingo, 26 de Enero de 2020

OCHO DE NOSTALGIA


Por BEA BOSIO

 

 beabosio@aol.com

“En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse…”, decía el Bolero Cubano de Julio Gutiérrez.

Nunca voy a olvidar cuando, viviendo en Miami, asistí al concierto del gran pianista, también cubano y leyenda del Jazz Bebo Valdés. Don Bebo, en su momento, había sido una de las grandes luminarias del mítico Cabaret Tropicana en La Habana, hasta que salió de Cuba en 1960 y se instaló en Europa un poco después. Cuando fui al concierto, ya habían pasado cuarenta años de aquel exilio, pero al termi­nar de tocar esa canción en particular, Valdés se detuvo, se levantó y fue a sentarse al borde del escenario y con micrófono en mano se dirigió al público:

– “Necesito saber si hay alguien de la calle ‘tal’ de la Habana aquí, esta noche”, preguntó sabiendo que en Miami su público era en gran parte cubano. Un par de tímidos entre la gente de pronto levantó la mano. Bebo los vio y se le dibujó una sonrisa en la cara. “¿Alguien sabe qué fue de Tommy, el pelado? –insis­tió, interesado– ¿Y qué pasó con Lucía? Que bonita era. ¿Se casó? ¿Con quién?”.

Del público le empezaron a lle­gar los informes pormenori­zados, mientras el resto de los presentes que no éramos cuba­nos observábamos extasiados ese intercambio de añoranzas. Aquella transformación de afa­mado músico a antiguo vecino fue a mi criterio la parte más entrañable del concierto, lo que le dio la dimensión humana. Yo también había dejado mi país muy joven y conocía bien a fondo esa nostalgia (la que­rencia es, al fin y al cabo, una de las grandes dolencias para quien migra. Ataca en ráfagas de recuerdos, e inunda esta­dos de ánimo estando lejos, especialmente en los domin­gos, feriados y fiestas patrias). No hay antídoto que valga.

Ni construcciones mentales que sofoquen del todo el sueño idealizado de volver a casa. Al menos por un instante. Exis­ten sí pequeños parches que en alguna comida o música recrean lo que se extraña. Por eso proliferan en los polos de migrantes los negocios y res­taurantes con productos típi­cos de cada zona expatriada, pero pocos sitios tienen tanto carácter latino como la Calle Ocho en Miami –corazón de la Pequeña Habana–. Visitar el barrio es una experiencia exó­tica que va mucho más allá de los negocios que pueblan la zona. Es bajar de una super­carretera de primer mundo, doblar una esquina y encon­trar –por ejemplo– un par de gallinas y un gallo en plena calle, en total desacato a un cartel que pide (en inglés cere­monioso) “cruzar solamente por la franja de peatones”.

Por supuesto que es solo el municipio el que mantiene la formalidad de colocar los car­teles en inglés. De resto, todos los anuncios comerciales, o al menos la gran mayoría, son en español directamente. Y es que encontrar alguien que hable solamente inglés es bien difícil en este enclave latino que tiene la mayor concentración hispana de Miami (98%). La noche que lo visito lo encuentro algo diferente a aquel distrito pintoresco donde se afincaron los cubanos al salir de la isla ori­ginalmente. Hoy es un enclave latino en general, donde turis­tas y locales vienen a buscar un buen plato y un buen ritmo para el baile.

La influencia sigue siendo fuertemente cubana, pero la población se extiende a miembros de varios países de Centroamérica que se sienten más cómodos viviendo en un lugar donde el español toda­vía prevalece. Es el colchón perfecto para amortiguar los miedos ante una nueva cultura y el barrio es un lugar propicio para los recién llegados por la empatía de quienes lo habitan y el apoyo de otros emigrados. Un lugar de caras amigas, expe­riencias similares y conexiones con el pasado. Los vecinos de la zona se encuentran todavía en las calles.

Las abuelas conocen a los niños y los saludan desde sus ventanas, y, según dicen quienes defienden el carácter de la zona, es históricamente y por excelencia el lugar donde los sueños comienzan. Lo que amenaza a la Pequeña Habana es justamente su ubicación pri­vilegiada y la explotación turís­tica de la zona que ha empezado a hacer que las cosas cambien.

La moda sube los precios de las propiedades y si eso ocurre, la mayoría de la gente de clase tra­bajadora –que es la que le da el sabor latino al barrio– tendría que marcharse a sitios más accesibles. Hasta hoy, aunque ya el cambio se está notando, todavía el espíritu local se man­tiene y lo que se respira en el barrio, más allá del jolgorio de los ritmos latinos, es el sabor a nostalgia de quien se ha mar­chado tras horizontes mejores, pero busca en la distancia algún recuerdo propio que lo ampare. Y lo encuentra en los aromas. En los bailes. Y en los sabores.

Lo viví en carne propia. La pri­mera generación que migra siempre es extranjera en la nueva patria que abraza. El sueño americano es, sin duda, un gran aliciente para los que día a día la luchan, pero aun así, la afamada querencia sigue siendo la gran trampa… “Porque aquello que un día nos hizo temblar de alegría, es mentira que hoy pueda olvi­darse con un nuevo amor”.

Cuánta razón había en aquel bolero cubano que tan bien interpretaba el gran Bebo Valdés.

 

Fuente: www.lanacion.com.py

Domingo, 26 de Enero de 2020
















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