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BEA BOSIO

  BALSEROS - Por BEA BOSIO - Domingo, 09 de Febrero de 2020


BALSEROS - Por BEA BOSIO - Domingo, 09 de Febrero de 2020

BALSEROS

  

Por BEA BOSIO

 

 beabosio@aol.com

Yo los sentía a veces por la noche. El sonido ensordecedor de la patrulla costera sobrevolando las aguas con sus helicópteros feroces, auscultando los mares en sospecha de ilegales inmigrantes. A veces sólo era eso. El ruido de las aspas y motores irrumpiendo el sueño de los que dormíamos cerca de la costa y amenazando los sueños de quienes se habían hecho a la mar desde Cuba en frágiles balsas. Esas que aparecían en los noticieros de la Florida al día siguiente, abandonadas en la playa cuando lo lograban, o que eran confiscadas si el intento había sido frustrado por las autoridades. Era el pan nuestro de cada día en las redes de noticias locales. Uno miraba las embarcaciones y se admiraba de la osadía de enfrentar el mar de manera tan precaria.

Tan fuerte eran las ganas de largarse, tan dura e insostenible la desesperanza.

Una vez el ruido del helicóptero me despertó al punto de incorporarme. El sonido era persistente. Se alejaba un poco, y luego volvía con toda la furia de los motores. Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana: Un haz de luz desde el aire iluminaba las aguas. Una voz mecánica, amenazaba con un alto parlante: Un movimiento en falso y aténganse a las consecuencias. Ahí, en la palestra, totalmente descubiertos y enceguecidos por el resplandor tan potente, un grupo de hombres semi desnudos levantaba las manos en una balsa. Pronto aparecieron refuerzos, desde la tierra y desde el agua. Y se los llevaron. Y volvió el silencio a la noche que ya no era la misma, porque estaba quebrada. Sentí en el alma todo el peso del mundo de haber visto el fin de aquél sueño como una espía desde mi ventana. Como una cobarde espectadora callada. Imaginaba el miedo de esa luz potente encandilando sus rostros ateridos de frio y el silencio solemne ante la derrota en sus carnes cansadas. Yo no era distinta a ellos. Había llegado a Estados Unidos con el mismo sueño que llegan todos, pero en circunstancias más privilegiadas: Un traslado en el trabajo y una visa. La ilusión ante el desafío era la misma: las ganas de progresar unidas a la nostalgia.

A veces las noticias mostraban filmaciones. La policía cercando una balsa cerca de la costa, y los tripulantes desahuciados de cansancio arrojándose al mar como un último salto de fe. Y luego nadar, con la vida en vilo con un solo propósito de supervivencia: poner los pies en la arena para poder empezar la vida en una patria nueva. Si algún nadador lo lograba, la persecución se detenía. Estaba en terreno seguro y legalmente habilitado para empezar una vida en norteamérica. Así lo establecía la política de “Pies Secos, Pies Mojados” que permitía a los inmigrantes cubanos quedarse en Estados Unidos sólo si habían pisado la costa estadounidense. De 1995 al 2017 la política estuvo vigente y varios cubanos se arriesgaron llegando en balsa clandestinamente. En el 2016, fueron casi dos mil, y más de cuatro mil en el 2007. Las historias eran todas similares. La intrépida idea de largarse que se volvía temor e incertidumbre en la inmensidad oceánica, flotando en estas naves frágiles. Más de una tragedia ahogó los sueños en alta mar.

Uno de los casos más sonados en el universo balsero ocurrió en el 2003, cuando 12 miembros de la tripulación de un camión Chevrolet 1951, se lanzaron al océano desde Cuba con la intención de llegar a las costas de la Florida. Habían convertido el camión en balsa para huir. El autor del invento había comprado el coche 11 años antes de aquélla descabellada idea, y se dedicaba a hacer fletes. Pero un buen día le prohibieron seguir circulando por no haber hecho los tramites burocráticos para cambiar la chapa. Desmotivado y cansado de las trabas del gobierno fue a la playa a sentarse mirando el horizonte y de pronto pensó que si no podía andar por tierra, pues intentaría echarlo a andar por mar. Volvió a su casa y diseñó los planos y transformaciones del Chevrolet para volverlo anfibio y navegable. Lo comentó con un grupo de amigos que se unieron a la empresa. Le hicieron una proa en el frente y la soldaron a la estructura. Sellaron los bajos y conectaron una hélice al sistema de transmisión. Luego trasladaron el auto a la playa y terminaron de instalar los tanques que serían parte del sistema de flotación. 16 tanques de 250 litros que flotaban por una serie de depósitos vacíos. La Cruzaron los dedos y lo lanzaron al mar. Increíblemente el invento funcionó. Ahí subieron nueve hombres, dos mujeres y un niño y se hicieron a la aventura de navegar. Avanzaban hacia Florida en una velocidad crucero de 12 kilómetros por hora, con buen clima y sin percances, hasta que los avistó la guardia costera, a unos ochenta kilómetros de Cayo Hueso (extremo sur de la península de Florida, ubicada a unos 169 kilómetros de la Habana) La operación fue frustrada y los balseros fueron devueltos a Cuba. Historias como estas cargadas de sueños y leyendas han poblado el sur de la Florida desde los tiempos de la revolución cubana que dio inicio a un gran éxodo que continúa en mayor o menor medida hasta el sol de hoy. Según cifras oficiales, en el condado de Miami Dade viven casi 700,000 personas nacidas en Cuba, conformando un 25.7 % de la población, sin contar los cubanos americanos, ya nacidos aquí pero con fuertes raíces en la isla de cultura y tradición.

- “ Lo importante si te lanzas es que no te devuelvan”-me dice Francisco, que llegó a Estados Unidos así. “Todo el resto se puede. Empezar de nuevo. Trabajar duro, sabes, de eso se trata la vida. De no perder la esperanza y renacer.

 

Fuente: www.lanacion.com.py

Domingo, 09 de Febrero de 2020
















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