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BEA BOSIO

  CRÓNICAS DE GUERRA - Por BEA BOSIO - Domingo, 01 de Marzo de 2020


CRÓNICAS DE GUERRA - Por BEA BOSIO - Domingo, 01 de Marzo de 2020

CRÓNICAS DE LA GUERRA


Por BEA BOSIO

 

 beabosio@aol.com

Al cumplirse 150 años de la Guerra Grande, en este marzo compartiré episodios de aquellos tiempos que enlutaron nuestra patria. Pequeñas crónicas que subsisten en la memoria colectiva y que nos llegan a través de testimonios plasmados en libros como el de mi bisabuela, Teresa Lamas. En Tradiciones del Hogar, Teresa recuerda las historias que oyó de niña. Que le contaron sus abuelas y tías –testigos presenciales– de esa contienda que traspasó de cuerpo y alma a nuestra raza.

Como la espera lúgubre que se instaló en las casas cuando los hombres partieron a dar batalla. El desconcierto plasmado en los silencios. El llanto ahogado en el miedo y la desesperanza. La historia de un tío baldado –José Carísimo– a quien una parálisis infantil lo había confinado a una silla de ruedas y quedó rezagado en Asunción, junto a ellas. Inmóvil en su gran sillón de baqueta labrado vio Tío José desencadenarse sobre la patria el huracán de la guerra… Uno a uno los hombres fueron saliendo por la puerta. Primero los mayores y luego los más jóvenes. Intrépidos, patriotas y soñadores. José los vio irse con la impotencia de no poder unirse a las filas y aquella frustración lo hundió en una profunda pena. A veces soñaba que no estaba impedido, a veces se perdía en los delirios. Más de una vez, sentíase herido de repente por la alucinación de un milagro y hacía un esfuerzo supremo para moverse y ponerse en pie, pero en seguida tornaba a la realidad de su invalidez incurable y rompía a llorar con varoniles sollozos de desesperación.”

De esa guerra no volvió nadie. Algunos murieron en Estero Bellaco, y otros seguían batallando a duras penas, cuando de pronto llegó una noticia funesta: El enemigo avanzaba y había que abandonar la ciudad cuanto antes. Desconcierto total para las mujeres.

La tribulación.

Los nervios.

La prisa

Llevar a cuestas apenas lo necesario y salir en aquel dramático éxodo de la patria misma en pos de la bandera que la derrota empujaba hacia las más lejanas soledades… En la familia, cuando estaba todo listo para dejar la casa y lanzarse a la intrépida aventura de la Residenta, de pronto se instaló una tremenda angustia: ¿Qué hacer con el tío José? ¿Cómo transportarlo con ellas?

Él imploró que lo dejaran de lado para no entorpecer la huida. Ellas no podían concebir desprenderse del último hombre que quedaba en la familia, la figura paternal entre tanta desdicha. La solución fue una carretilla que encontraron en casa de los parientes. Y una mañana bellísima, que nada parecía tener que ver con tormentas bélicas, emprendieron la marcha dejando atrás la casa de la Calle Rivera (hoy Benjamín Constant.) En todas partes había revuelo. El sonido de las puertas que se cerraban, los sollozos de despedida. Ancianos, mujeres y niños, cada quien con su atado. “La gente se inmovilizaba junto a sus respectivas casas, se prendía con las manos crispadas a los barrotes de las ventanas, quería volver a entrar”. Salieron en grupo de la ciudad y la marcha siguió por los caminos de tierra. El tío José era conducido por una sobrina, Dolores, quien narraría después la historia a mi bisabuela. El campo embarrado hacía ardua la marcha y mover la carretilla se iba convirtiendo en una penosa tarea. Tenían que parar constantemente en busca de aliento y coraje. No estaban acostumbradas a estos trajines, como no estarían acostumbrados los hombres a la cruenta guerra. El tío insistía a cada rato en ser dejado, para que pudieran avanzar más fácilmente. Pero no había manera que aquello sucediera, y la marcha seguía, día tras día. En poco tiempo se acabó la comida. Caldo de huesos – blanquecino y demacrado– como pronto estarían ellas. También ingeniosas tortillas con el meollo de los troncos de las palmeras. Las echaban a machetazos, y aunque el cansancio les sacaba destreza, los días por otro lado, iban dotándolas de experiencia. Dos meses anduvieron en ese vía crucis hasta que llegaron a Atyrá. El grupo decidió descansar unos días en ese alto para reponerse del agotamiento de la cordillera. Pero el plan se vio frustrado cuando en plena noche llegó la noticia de que una columna enemiga avanzaba sobre ese pueblo. Aterradas, se incorporaron y de nuevo empezó la huida. Las mujeres que iban en el grupo que transportaba al tío José se apartaron del resto, retrasadas por la dificultad de la carretilla. Al subir una cuesta rezagadas, se les heló la sangre cuando oyeron el sonido lejano de los cascos de caballos. Eran ellos. La noche estaba oscura y apuraron el paso. Ni siquiera podían oír las súplicas del tío –que consciente del peligro que acechaba– insistía en que lo dejaran. Corrían como podían. “Mamá sus hermanas, las mías, mis primas, huyendo con niños o atados en los brazos, yo empujando la carretilla, y el paralítico suplicando que le abandonásemos, formábamos en la soledad de aquel desierto un cuadro de tragedia”. De pronto empezaron a oír las voces del enemigo, ya mucho más cerca. Aquello apuró la marcha hasta que en un momento Dolores –que empujaba la carretilla– cayó de rodillas sollozando del miedo, de cansancio, y de tanto horror que la af ligía. Entonces en la noche surgió un vozarrón, como un rugido. Esta vez en voz de mando, fuerte y masculina: Era el tío José con el vigor de la voz de antaño, antes de la parálisis, de la guerra y las desdichas.

–Basta Lola!!!! Te lo mando!!!!! Corran!!! ¡Sálvense ustedes!!

La orden fue tan vigorosa que azotó el silencio de la noche como un látigo, despertándolas del último letargo de inocencia. Instándolas a la urgencia de la supervivencia. Y así en un último titubeo se cruzaron sus miradas, y en un último momento cargado de pena e ira, las mujeres huyeron, sabiendo que nunca más lo verían.

Como nunca volvieron a ver a sus hombres.

Serían ellas las de la heroica tarea de reconstruir la patria sobre las cenizas.

* Reconstrucción de la anécdota narrada bajo el título “Un Episodio de la Residenta” del libro de Teresa Lamas Carísimo, Tradiciones del Hogar. La ilustración es de la artista Yuki Yshizuka.

 

Fuente: www.lanacion.com.py

Domingo, 01 de Marzo de 2020
















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