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CARMEN ESCUDERO DE RIERA

  EL MISMO CIELO (Cuento de CARMEN ESCUDERO DE RIERA)


EL MISMO CIELO (Cuento de CARMEN ESCUDERO DE RIERA)
EL MISMO CIELO
Cuento de
CARMEN ESCUDERO DE RIERA
 (Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
 
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EL MISMO CIELO
Son dos mujeres, Crispina y Dña. Amparo. Han nacido en dos países muy alejados y bajo cielos que creen diferentes. Crispina ha resuelto buscar trabajo en la capital y Dña. Amparo está necesitando quien la ayude en el trabajo de la casa.
 
El ómnibus llega a la terminal cuando aun las luces no se  han apagado, Crispina busca a la amiga que prometió esperarla: no hay tal, espera, pasan tediosos minutos, mas minutos, mas tediosos y nada, ni rastro de la amiga. Crispina, con su pequeño atado a cuestas, echa a andar calle abajo. El sol calienta, los ladridos de los perros vagabundos y el ruido de la gran avenida que le sale al encuentro la aturden. A derecha e izquierda se suceden casas con patios de tierra; sigue caminando, los patios se transforman en jardines de césped muy verde encerrados tras altísimas rejas ya sin el aroma de naranjos y limoneros. Sigue andando y como buena campesina no se cansa; son muchas las tórridas leguas que ha transitado en su vida. Torpe y temerosa cruza a la acera de enfrente y enfila hacia una sombreada callejuela transversal, le trae a la memoria los "tapepoi" de su pueblo. A poca distancia ve el cartel: "se necesita muchacha". Golpea la puerta una y otra vez, nadie responde Un hombre pasa y le dice: "Toca el timbre, ese ma'era brilloso que está por el costado del portón, apretá con fuerza tu dedo por él". Toca el timbre y repentinamente la puerta se abre: Buenos días -es Dña. Amparo quien asoma su imponente figura. Buen día la señora; demasiado necesito para mi trabajo-. Dña. Amparo la mira, le ha causado buena impresión. "Pasa, ¿cómo te llamas?"-. Crispina, señora-. Sin más trámites la acepta y le entrega el uniforme, sabe de la inutilidad de pedir referencias.
 
Crispina dice que tiene cuarenta años y son cuarenta surcos los que cruzan su cara cetrina enmarcada por un pelo lacio, negro como sus ojos pero sin el brillo que estos aun conservan; profundos y penetrantes, son ojos tristes que han visto demasiado, que han sufrido mucho.
 
-No quiero verte una sola vez sin el uniforme puesto y para servir la mesa no olvides el delantal-. La señora habla rapidísimo y con tono imperativo, algo rudo, casi no la entiende; la una no sabe palabra de guaraní y la otra apenas balbucea el castellano, pero el gesto resulta bien claro, y la orden no admite replica. Crispina ignora que el habla de la Señora es el habla de su tierra, aquella que dejo lejos y hace mucho, tierra de campos verdes, campos a orillas del Cantábrico, campos húmedos y con olor a mar donde también hay rostros de sufrimiento.
 
Pasan los días y poco a poco se van entendiendo, hasta dialogan: -Señora, ¿por qué lo que usas tanta clase de plato?, plato, platito, platillito-. Sorprendida por la pregunta, Dña. Amparo no responde, nunca se había cuestionado al respecto y jamás había percibido la profusión de platos que habitualmente se empleaban: soperos, de comida, de entrada, de postre, de desayuno, de té, para el pan, para la mantequilla y los de las tacitas de café negro. La patrona de Crispina ignora que con un Plato hondo, una cuchara y un cuchillo de campo o del hombre de la casa si lo hay, están resueltos todos los problemas en la mesa del hogar de Crispina.
 
Transcurrido poco tiempo y los platos en todos sus tamaños no constituyen misterio alguno, La mesa puesta a la perfección, los cubiertos en orden y el delantal blanco como la patena; las camas con las sabanas impecables, la colcha estirada: la señora no valora en su justa medida todo esto. Ella no sabe de catres entramados con el colchón enrollado y la ropa de cama sin estirar ni sacudir. No sobra el tiempo cuando al alba hay que encender el fogón para el mate mañanero, además es el método más eficaz para evitar que las gallinas los ensucien al trepar sobre ellos.
 
-¡Qué barbaridad! Has estropeado dos llaves, tienes que tener más cuidado-. Sigue la retahíla, pocas veces Crispina recibe semejante reprimenda, Dña. Amparo desconoce la casa de Crispina: en ella la puerta está siempre abierta y lo único cerrado son las paredes orientadas hacia el sur, para impedir que el viento helador enfríe las noches y amaneceres del invierno.
 
-La Señora, me quiero ir a mi casa y quiero que me des un poco mi plata-. Crispina comunica, no solo comunica: pide y se va. Dña. Amparo desconoce el apellido de Crispina, pero Pastor Ayala vestirá un flamante pantalón azul y una camisa Blanca, el día de la clausura de clases; es Crispina Ayala, su madre, quien se los ha traído de Asunción.
 
-¡Qué limpia tienes la casa!, los pisos brillan y los muebles relucen- la señora está satisfecha con el trabajo de Crispín y sobre todo con lo bien que barre: no le ha pasado por la imaginación lo que es "barrer la tierra" del piso endurecido del rancho Estamos en el mes de octubre y Crispina, sin haber cumplido un año en el trabajo, pide una semana de vacaciones; ni sabe del Código Laboral ni de leyes de trabajo. Con firmeza enfrenta a su patrona.
 
-La Señora, voy a necesitar que me adelantes mi sueldo, todito luego, el sábado ya me voy a ir-. Dña. Amparo asombrada calla y paciente concede, los siete días pagos y libres.
 
La Señora ignora que Crispina tiene "cuatro angelitos", que de seis hijos, dos viven y cuatro han muerto, que tiene dos enterrados en un pueblo y dos en otro, que tiene que pintar de color celeste cuatro nichos antes de que llegue el primero de noviembre, cuatro jalones en ese andar dolido y silencioso de vida resignada.
 
Crispina con sus ojos negros, no solo profundos sino sinceros, ha logrado el permiso y viaja otra vez. Un sol sin mácula abrillanta el azul del cielo de noviembre. Muy temprano, cuando el fresco aun lo permite, la señora se encamina con dos rosas blancas hasta el cementerio como todos los años en ese día. Crispina no sabe que son dos los hijos de la señora que al igual que los suyos han muerto en un tiempo no olvidado. Sin duda, ese inmenso cielo azul es el mismo para ambas.
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Asunción, noviembre de 1997-marzo de 2001.
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Fuente:
TALLER CUENTO BREVE
Coordinación :
DIRMA PARDO CARUGATI ,
Asunción-Paraguay
Octubre 2005 (179 páginas)
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Enlace recomendado:
TALLER CUENTO BREVE
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