TRISTE Y LÚGUBRE ASUNCIÓN

Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

Nunca como esta vez estuvo Asunción tan adusta y afligida. Tan solo comparándola con las celebraciones del bicentenario de la independencia nacional, tan espontáneamente eufóricas, alborozadas, esplendorosas…, queda uno ahora con la sensación de que aquello fue un milagro. Esta es una ciudad raigalmente melancólica, según parece, que solo se agita en instantes homéricos, como esas flores nocturnas que abren sus magníficos pétalos al placer de la vista solo durante minutos, antes de retornar a su lecho de sueños inconclusos.  

Si no fuese por algún ventanal, una que otra baranda decorada tímidamente, la lóbrega penumbra ceñía a los escasos transeúntes oprimiéndoles en una nube fosca, inundando el alma de languidez. Nada destacaba sobre lo oscuro, nada embellecía lo rutinario; ni luces de artificio ni espectáculos ni celebraciones. Ajada y marchita, no era la ciudad de nuestros abuelos.

Realmente, nunca como este fin de año se vio a Asunción tan adusta y afligida. Recordándola en las celebraciones del bicentenario de la independencia nacional, luciendo tan espontáneamente eufórica, alborozada, esplendorosa…, pensamos ahora que aquello no fue más que un milagro efímero. Hoy retorna a ser la ciudad raigalmente melancólica que, según parece, solo se agita en instantes homéricos, como esas flores nocturnas que abren sus magníficos pétalos al goce de la vista solo durante minutos, antes de retornar a su lecho de sueños inconclusos.

Este año la Municipalidad capitalina ahorró mucho dinero en celebraciones; no derrochó en arbolitos enjoyados de globos y cintas multicolores, en figuras luminosas de caballitos de mar o angelitos, en tiras de guirnaldas de brillos coloridos, en borlas y flecos ondulantes. Ningún dispendio en escenarios y coreografías, animaciones y pasatiempos, de esos que tanto placen a los niños, a las personas sencillas que conservan gozosas el encanto de lo simple. Atesoramos melancolía suficiente para todo el año.

“¡Ah! ¡Qué recuerdos risueños solíamos retener de la grata eutrapelia de aquella niñez callejera, deambulando Palma y Estrella bajo cometas de fuego, petardos inocuos, estrellitas titilantes y refulgentes soles dorados. ¿Cuántos niños anhelaban concurrir al centro asunceno en aquellos días? Las algarabías findeañeras desplegadas en plazas, jardines, veredas y patios familiares hacían la fiesta misma; hoy no son más que lejanas notas melancólicas, repertorio de memoriosos reblandecidos por la nostalgia.

“Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar; la hiciste para los niños. Yo he crecido, a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad, vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar”. La plegaria de Miguel de Unamuno para días como hoy, de estos que, así como así, ya ni inspira ni suspira.

Los niños y las personas de menores recursos poseen una concepción claramente optimista de la función de los regocijos populares. En las festividades, en Chacarita, por ejemplo, hay más despliegue de fuegos artificiales, petardos, música, adornos y celebraciones pintorescas que en los barrios formales. Sabiamente, con su escaso dinero solventan la fantasía refulgente y ruidosa de la algarabía. Los adustos analistas quisieran enseñarles a andar por el camino del comedimiento y la austeridad, para así, quizás, alguna vez -dicen- aprendan el valor de ahorrar para un futuro venturoso.

Este año, el centro histórico asunceno no se estremeció con emociones populares; al parecer, sus espacios ya solo atraen a protestatarios furiosos que se agolpan blandiendo sus demandas enhebradas en garrotes. ¿No tendrá ya esta Asunción otra vocación que vitrina de expresiones ciudadanas airadas, de arena para dirimir torneos de ira y resentimientos, de empeños destructivos e inclementes, de hostilidades y acometidas?

Esta nochebuena oscura y triste que adormeció nuestro centro histórico en lúgubre desolación nos recuerda, empero, que la ciudad subyace todavía, aquella del recuerdo feliz, del mandua rory, la que fulguró gloriosa en el bicentenario. Este fin de año el ave de la tristeza sobrevoló insistentemente Asunción; confiemos en que no haya asentado nido permanente sobre su venerable techumbre.

Fuente: ABC Color (Online)