LAS PALABRAS MÁGICAS
Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA
Ya inunda ciertos medios de prensa locales esto de “feminicidio”, novedad fabricada en el laboratorio lingüístico feminista anglosajón, expandida por la globalización y distribuida en el mercado de curiosidades que agitan periodistas, snobs y gente de hablar lucido.
Pero hay muchos que todavía no lo comprenden. ¿Qué significa, preguntan? Para responder es preciso recurrir al diccionario feminista, que aplica al suceso en que una mujer es matada por un varón, especialmente –afirman– por el hecho de ser mujer. Se lo ilustra con el caso típico del crimen de pareja en que ella es la víctima. Restan, pues, muchos otros de los que no se sabe si encajan o no en tal definición.
Por ejemplo, ¿Es feminicidio si en la represión de una manifestación feminista una participante muere a manos de un policía? Si nos atenemos a la definición, la respuesta debe ser afirmativa. ¿Es feminicidio si una mujer que odia al sexo con el que la naturaleza le dotó, harta de soportar tal condición, se suicida? Respuesta dudosa pues falta allí la mano del varón; tal vez debería generar un derivado: femisuicidio.
Si se arrojara una granada de fragmentación al interior de un convento de religiosas, poniendo por caso, ¿qué posibilidades estadísticas habría de matar allí a un ser humano de sexo masculino? Si los estudios revelan que no las hay, estaríamos ante un caso de feminicidio colectivo o, tal vez, genocidio femíneo.
Considérese este curioso caso: hace algunos meses, en Antofagasta, empujada por un varón, una mujer cayó desde el 12º piso de un edificio yendo a dar a la azotea de otro contiguo, con tan fatal precisión que acertó a caer sobre otra mujer. Ambas murieron. ¿Hubo allí feminicidio doble o feminicidio simple? No arriesgaré una respuesta ante un caso tan complejo.
Luego habría que considerar el feminicidio involuntario, el frustrado, el ficto y el falso, debiéndose entender como involuntario el que se desea cometer contra un varón pero acertando a una mujer; por ejemplo, se lanza un dardo envenenado y mortal contra un modisto milanés que resultó ser una señora que se disfrazó de varón para allanar el difícil sendero hacia la alta costura. El feminicidio frustrado sería lo opuesto, el que se perpetra contra alguien a quien se cree mujer resultando que no lo es, como el de alguna atleta olímpica rusa.
El feminicidio ficto es el más difícil de explicar pero, a la vez, podría resultar ser el más común. En virtud de esta tipificación, en todo caso comprobado de mujer asesinada por un varón, hay que presumir que el motivo del crimen fue el hecho de la feminidad de la víctima, salvo muy clara e irrefutable prueba en contrario. Por falso feminicidio debería entenderse, verbi gratia, el acto de matar a una mujer pero solapando el destinatario final, que es un varón; como en aquel caso en que el marido furioso atravesó a su mujer con una espada, aunque no para matarla sino al amante, a quien ella cubría con su cuerpo.
Aparece también en el horizonte otro neologismo sintético: femicidio, empleado por algunas disgustadas, que opinan que la palabra homicidio no les incluye (por ese odioso homo, claro).
Reclaman la reforma de los códigos para introducir femicidio al lado de homicidio. Los títulos dirán entonces “Del homicidio y el femicidio”; que, lógicamente, hará necesario que el primer artículo siguiente diga más o menos así: “A los efectos de la presente ley, homicidio y femicidio son sinónimos”.
Y así vamos, demoliendo el viejo y sabio proverbio latino intelligenti pauca; al inteligente, pocas palabras.
La creencia en que la pronunciación de ciertas palabras es un acto mágico que hace emerger o desaparecer cosas, es tan antigua como el animismo. Suponer que si se decimos víbora, cáncer o pombero provocaremos la aparición física de lo que está significado por estos vocablos, es un mito que todavía goza de saludable vigencia. La lingüística feminista se mueve en el mismo nivel, convencida de que la mera pronunciación de un artículo, sustantivo o adjetivo de género femenino hará visible a la mujer oculta.
Mas, la humanidad no se divide entre gente visibilizada y gente invisibilizada sino entre quienes se hacen ver y quienes pasan desapercibidos. Y solo en el circo las cosas se hacen visibles tras un ¡Shazam!, emergiendo de la chistera del mago. Aun así, hay todavía quien cree que embrollando el hablar se aclaran las ideas.
Fuente: ABC Color (Online)
www.abc.com.py
Sección: OPINIÓN
Domingo, 09 de Febrero de 2014
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