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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  PLATA YVYGUY REKÁVO - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 24 de Febrero de 2013


PLATA YVYGUY REKÁVO - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 24 de Febrero de 2013

PLATA YVYGUY REKÁVO

 

 Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

Buscadores de oro se aprestan a despertar algunos de los que hoy, literalmente hablando, son durmientes del ferrocarril. Creen poseer información acerca de un fabuloso tesoro sepultado en 1868, en las postrimerías de la Guerra Grande, donde las vías cruzan el arroyo Yukyry. Yacen allí, dicen, lingotes transportados en dos vagones. Desde 1862 las vías llegaban a Areguá. ¿Las habrían levantado y vueltas a poner, flamantes, sin llamar la atención?

Es inútil oponer objeciones lógicas a los buscadores de entierros, pues ellos pertenecen al mundo de la fantasía. Ni hace falta recordar que en este país nunca se acumuló oro porque no había de dónde sacarlo. Ni hacer notar que las pocas alhajas y chafalonía de la modestísima clase rica paraguaya, al final de la guerra, no fueron escondidas sino puestas en guarda en consulados extranjeros. Y de estas, solo las que no fueron entregadas al gobierno en el célebre acto del 24 de febrero de 1867.

Desde el siglo XVI seguimos, pues, persiguiendo al metal donde nunca estuvo, porque el sueño aurífero forma parte medular de nuestra herencia cultural. Miles de trashumantes aventureros recorrieron esta región de cabo a rabo, escudriñando el suelo, la piedra, el arroyo, batiendo la arena, agotándose en excavaciones estériles o desatibando yacimientos arcanos, secos, agotados. Toda una vida tras el instante fulmíneo en que se produciría la visión gloriosa del afloramiento, de la vena áurea, del filón platino, del descubrimiento del cántaro venturoso, quimeras deliradas en frías o húmedas noches, al descampado, luego de agotadoras marchas cargando azadas, palas, pinzas, barrenos, hornillos de atanor y crisoles.

Pero en el Río de la Plata nunca hubo minas ni guacas ni enterramientos. Ni buscadores profesionales como los forty-niners californianos, los gambusinos mexicanos o los garimpeiros brasileños. El nombre que recibió la región tuvo que ver con el engaño publicitario y no con el metal. Durante los primeros siglos, en sus cartas a España, los conquistadores y colonizadores del Paraguay mentían sobre los metales preciosos, perlas y pedrería que decían hallar o haber oído de ellas. Su intención oculta era entusiasmar a la metrópoli para que prestaran atención a la provincia olvidada.

El mito del oro, sumado a la envidia, también contribuyó a la liquidación de las misiones jesuíticas del Paraguay. Convertidos en talentosos empresarios, durante el siglo XVIII, los misioneros jesuitas obtuvieron notable lucro en actividades productivas y comerciales, mas no acumulaban caudales aquí; los remesaban a Roma, donde la Compañía debía sostener el alto costo de su inmensa influencia política. No obstante, hasta ahora hay quienes escrutan las honduras del camino tras el oro jesuita.

En el Paraguay, provincia agradable, de vida apacible, por completo desprovista de riquezas, el carácter imprevisor del indígena, unido al temperamento romántico y fantasioso del español, produjo un mestizo alegre y despreocupado, ingenuo y negligente, frugal y contentadizo. Sin laborar, sin ahorrar, sin aptitud empresarial, el mestizo paraguayo prefirió siempre confiar su bienestar al auxilio de las potencias sobrenaturales y a la azarosa buena fortuna. El plata yvyguy rekávo y el vy’a rekávo -la búsqueda de tesoros y la búsqueda de felicidad- son caras de la misma medalla; están en la raíz de nuestra idiosincrasia, bien descripta por varios de nuestros autores y narradores actuales, como antes lo hicieran ya Azara y Aguirre y los cronistas.

Además, hasta el alto siglo XVIII, en nuestro país no se hacían transacciones en moneda sino por vía de permuta. O sea, ni la forma acuñada del metal conocía el paraguayo común. A pesar de la ausencia del oro en el suelo y en los bolsillos, la sirena áurea continuó atrayendo irresistiblemente a muchos argonautas que dilapidaron gran parte de su vida revolviendo archivos olvidados, repasando una y otra vez mapas, planos y señales, reinterpretando textos encriptados y relatos esotéricos. Aunque -no se soslaye- si no fuese por el mito de El Dorado, tal vez la mitad de Sudamérica hubiera sido descubierta recién hoy, a través de Google Earth.

De modo que, en un país como el nuestro, donde hacerse rico trabajando sigue siendo considerada la posibilidad más utópica, el plata yvyguy rekávo deviene una vía concreta y real. Mágica; pero real. Como es casi todo aquí.

 

Fuente: ABC Color (Online)

www.abc.com.py

Sección: OPINIÓN

Domingo, 24 de Febrero de 2013

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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