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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  PUTEORISMO MODERNO - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 18 de Noviembre de 2012


PUTEORISMO MODERNO - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 18 de Noviembre de 2012

PUTEORISMO MODERNO

 

 Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA


Antes –no sé si todavía– en las escuelas se conmemoraba una fecha dedicada al árbol. Se redactaban composiciones literarias y se dibujaban imágenes alusivas. De todos modos ahora hay mucho más, puesto que se celebran el Día del Ambiente, el de la Salud, de la Tierra, de la Naturaleza, en fin, de todo eso que el resto del año nos dedicamos a degradar, haciendo como con las tortas festivas, que antes de trozarlas y hacerlas desaparecer las elogiamos y las fotografiamos.

Así como con los indios, que cuanto más los marginamos más versos les dedicamos, con los árboles hacemos igual. Dentro de poco los bosques solo podrán ser vistos desde alguna veranda, en los itinerarios turísticos. “Aquello que ven a la derecha es una floresta natural”, dirá el conductor del grupo de viajeros, mientras todos aprestarán sus cámaras.

Los pueblos primitivos tenían al bosque por ámbito restricto de divinidades, genios, duendes y gnomos, entre otros. Casi siempre reconocían una especie arbórea como sagrada; allá el roble o el arce, el ciprés o la encina, aquí el yvapovõ, quizás, o el arrayán, o el guayacán. Entre los griegos antiguos Puta era la diosa griega tutelar de la poda y tala de árboles, que dio origen a un culto ejercido por los puteoritas, la gente asociada a esa actividad.

Quizás deberíamos, en medio del bosque atlántico paraguayo remanente, erigir un altar a la Gran Puta, entronizando su imagen y rodeándola de esos grandes sacerdotes del puteorismo moderno que son los deforestadores, para consagrar las aras, arreglar la liturgia y reunir a la feligresía. Su símbolo evocativo se dibujaría con dos motosierras cruzadas sobre un horno carbonero. Sería el testimonio monumental de cuán estúpidos fuimos capaces de llegar a ser.

Sabemos que la mayor parte de nuestros árboles acabaron y aún acaban en el Brasil, transportados sobre camiones rolleros o carboneros que todos ven pasar, menos los inspectores y vigilantes, obviamente. De manera que si en el siglo XVII venían los mamelucos paulistas a depredar el Paraguay, ahora ya no necesitan hacerlo pues los paraguayos, por menor precio, les bridamos servicio de delivery. Somos un pueblo pródigo y dispendioso porque la propia naturaleza lo fue, excesivamente, con nosotros.

Los japoneses, por ejemplo, demostraron varias veces en su historia ser capaces de superar los inconvenientes más desmesurados. Donde otros hubieran evadido las dificultades emigrando, ellos optaron por asumir y encarar. Así construyeron un país envidiable desde numerosos puntos de vista, menos por el de su veleidoso talante telúrico, precisamente el factor que no depende de la inteligencia, voluntad y determinación de ese pueblo tenaz.

En contraste, hay sitios privilegiados por al administrador cósmico, países que nunca están amenazados de desastres naturales, donde son amables y generosos el suelo y el clima, el agua y la biodiversidad. Paradójicamente, o por esto mismo, sus habitantes no se sienten más incitados al progreso que un yacaré a la vera de su laguna.

Es que, en efecto, los pueblos flacamente favorecidos en recursos, a fuerza de superar obstáculos y padecer reveses se volvieron estoicos, más bravos en el combate, más austeros en la vida y denodados en el trabajo, más empecinados e intransigentes en la persecución de sus metas. En cambio, los que para medrar solo recogen los frutos naturales, que no tienen necesidad de esfuerzo y que la molicie es su forma regular de existencia, los que viven cerca del agua y lejos de la montaña, en planicies tibias y confortables, desprovistas de eriales y peñascos, de ellos se dice que suelen ser perezosos, pusilánimes, disolutos, mentirosos y fáciles de dominar. Coincide en esta idea la mayoría de los autores que desde antiguo observan las cualidades de los grupos humanos. En nuestro caso, para verificar esta hipótesis, no tenemos más que comparar cuál fue la suerte de la colonización española en la región Oriental paraguaya y cuán diferentemente se les dio la fortuna en la Occidental.

Aquí tenemos –lo escuchamos repetir una y otra vez– un país bendecido por la naturaleza. ¡Qué maldición! De habérsenos dado algunos terremotos, ciclones, tsunamis y congelamientos, de haber tenido que sobrevivir cultivando la montaña, bajo la nieve o en el desierto, cuán prósperos habríamos sido. No fue Infortunio quien nos buscó y se enamoró, somos nosotros quienes lo perseguimos para seducirle. La gran diosa Puta es un buen testigo.

 

Fuente: ABC Color (Online)

www.abc.com.py

Sección: OPINIÓN

Domingo, 18 de Noviembre de 2012

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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