Portal Guaraní - LAS PALABRAS SEDUCTORAS - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

Hay palabras y expresiones capaces de ser seductoras a tal punto que, ejerciendo fascinación irresistible, uno se enamora de ellas; de algunas simplemente por eufónicas, como les ocurre a los poetas; de otras, por motivos tan misteriosos que es imposible señalarlos.

A menudo, por el contrario, no hacemos más que repetir sin agobio términos o figuras que nos suenan imponentes. Registremos la insoportable frecuencia de “el desafío de”, “no compadecerse con”, “crispación”, “no haber voluntad política”, “el síndrome de”, “sustentable”, “paradigma”, “la cultura de”, y tantos otros cuya lista cada lector podrá completar por sí solo, si la náusea no se lo impide.

Los publicistas saben que cualquier mensaje comercial que contenga “micro”, “macro”, “mega”, “áloe”, “ozono”, “ecológico”, “less”, “premium”, “cero” y algunos términos similares, producen resultados sorprendentes. Y también ciertas letras, como la K, la O, la W, la Z. Y la que sin duda es preferida a todas: la X. Vaya uno a saber qué estimulan estos signos en alguna oculta curva del laberinto craneal del homo sapiens televidensis. Tal vez un día de estos los investigadores de las muy audaces disciplinas neurológicas expliquen el porqué de este extraño fenómeno.

Los intelectuales –en general y salvando excepciones– no escapan a las sirenas del verbo. Suelen mostrarse enamoradizos de las metáforas; las adoptan y las acunan como a sus bebés, esforzándose, a base de repetirlas, en formar familia con ellas. ¿Y quiénes son primeros en imitarles? Los periodistas, de cuyas colas van asidos los políticos. Esa es la corta historia de, por ejemplo, la actualmente concurridísima expresión en este escenario, muletilla que dentro de algún tiempo desaparecerá del escenario, como le ocurrió hace algún tiempo a en esta coyuntura, ya extraviada en alguna recóndita coyuntura del camino hacia lo demodé.

El feminismo militante, pertinaz en su proyecto de remover siglos de sedimentación lingüística, mete baza donde halle una brecha. Odian al masculino genérico “los hombres”, que desde hace miles de años designa al género humano de un modo sencillo, económico y suficiente. Aunque dicen “las maestras” para referirse a la totalidad del cuerpo docente. Caprichos de la ideología.
Una saludable recomendación de los filósofos medievales era que no se multiplicaran innecesariamente los conceptos (entia non sunt multiplicanda), receta que se extendía a los dominios lingüísticos, a fin de evitar dar nombres nuevos a lo que ya está bien nombrado. Es decir, ¿por qué el ya famoso influenciar en vez de influir; implementar, por aplicar; recepcionar, por recibir; direccionar, por dirigir; instruccionar, por instruir; molestoso por molesto; dificultoso, por difícil; y tantos más? A muchos se les antojará que estas deformaciones otorgan elegancia a sus discursos, cuando no es otra cosa que ponerse botas de calce 45 creyendo que con ellas se darán pasos más largos.

Y vea usted las extrañas criaturas que nacen en las cuevas de la modernidad tecnológica. Ahí se topa uno con el “jajaja” de la jerga juvenil, muleta sin la cual ningún joven logra ya hacerse entender en ese cementerio de la inspiración que son los mensajitos, el chat, los emails, en los que yacen inhumados el ingenio, el humor que se alimenta del sentido figurado, del equívoco, de la socarronería. Si usted lee jajaja, significa que es broma; si no la ponen, es que no lo es. ¡La sagacidad enlatada!
¿Lograrán sobrevivir a estos instrumentos de comunicación la poesía, la imaginación, la pirueta verbal, la sugerencia de lo no dicho, la misteriosa seducción de las palabras? ¿O todo quedará finalmente cuadriculado por el corrector automático del procesador de texto, arrastrado por la semántica cojeante y atribulada de los tweets, atenazado por las cuadripléjicas abreviaturas de los mensajitos?

Sobre tan grave asunto interpelo hoy a la especie humana, a la que tantos de mis lectores pertenecen, como bien solía decir Chesterton (jajaja).

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