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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  BESOS EN EL TRASERO DEL MUNDO - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 29 de Abril de 2012


BESOS EN EL TRASERO DEL MUNDO - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 29 de Abril de 2012

BESOS EN EL TRASERO DEL MUNDO

 

 Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

Paul McCartney nos visitó en vísperas de sus setenta, cuando la mitad de la generación que lo conoció e idolatró en sus inicios está mirando crecer las ortigas desde el lado de las raíces. Y la otra mitad no oye bien o sufre con los decibeles y no concurre a conciertos.

No obstante, su auditorio fue multitudinario. Los que asistieron relatan que se conserva showman, ágil, simpático y con sus músculos, incluyendo cuerdas vocales, en buen estado de funcionamiento. Esta gira, anunciaron, cubre lugares en donde nunca estuvo antes, trayendo por misión subalterna promocionar su álbum Kisses on the Bottom, título oficialmente traducido por “Besos al final (de una carta)”.

En pocos sitios habrá recogido tantos piropos como los que le prodigaron aquí. Hasta recordaron que es “sir”, o sea, caballero de la aristocracia británica, el quinto y último de la jerarquía de títulos nobiliarios que dispensa el Reino Unido a varones que alcanzan éxitos señalados (sin que, antiguamente al menos, hayan importado mucho los medios empleados para tal fin). Y así como cuando a la reina Sofía alguien le dio aquí el insólito trato de “mi reina”, no faltaron ahora otros que, dejando ver una grosera hilacha republicana, se refirieron a él como “Sir McCartney”. Hubo, asimismo, quien lo promocionó como vegetariano, tal vez aprovechando la ocasión para promocionar a esta simpática secta. ¿Vegetariano Sir Paul? Igual que Hitler, Einstein, Gandhi, Martina Navratilova, Demi Moore. Y Drácula, según la nueva corriente de revisionismo histórico de Transilvania.

No es común que un artista de setenta pirulos produzca tanto entusiasmo, máxime si se considera que la parte de su obra que más gusta la produjo antes de los treinta, cuando no era solista sino miembro de un cuarteto.

Considérese que el grueso de los devotos de la música se dividen en dos tipos: los que requieren que sus ídolos estén muertos desde al menos un siglo, y los que exigen que no pasen de 25 años. Paul no encaja en uno ni en otro.

Allá por los años 80, se informaba que la composición musical más veces grabada desde la invención del fonógrafo era la “Quinta” de Beethoven; y la de mayor variedad de versiones (más de 300) era “Las Cuatro Estaciones”. Estimo que apenas una década después, varias canciones de los Beatles estaban superando esas marcas holgadamente. En el apogeo de su fama, uno de ellos dijo alguna vez “somos más famosos que Jesucristo”, lo que en ese momento era rigurosamente cierto, dato que no impidió que muchos cristianos se sintieran ofendidos. Menos mal que la comparación fue con Jesús, que no con Mahoma, pues la reacción hubiera sido harto diferente.

Es preciso tener presente que en materia artística el aplauso masivo, lo popular, lo cuantitativamente enorme o económicamente impresionante, no agrega un solo ápice de valor estético a un objeto de arte o a un virtuoso. McCartney -o cualquier otro- no es mejor artista porque llene un estadio o porque genere cien comentarios de prensa y en ninguno se haya registrado una mínima observación crítica, siquiera para simular objetividad. Aunque tampoco esto autoriza a inferir que su éxito en nuestro medio fue mero resultado del enardecimiento inducido por la publicidad o la nostalgia.

Lo que enseña el fenómeno de los Beatles y McCartney parece sencillo: hay cosas que gustan a la gran mayoría de los seres humanos, independientemente de sus diferencias. Por eso debe ser que se escucha a Beethoven, Vivaldi o Beatles en Manchuria, Zimbabwe o Paraguay; y en salas de concierto, pero también en restaurantes, tiendas, ascensores, en transportes y hasta en respondedores telefónicos.

La visita del ídolo sirvió también para reafirmar nuestros antiguos complejos de inferioridad mediterránea. “Nadie habría imaginado que al menos uno de los cuatro de Liverpool llegaría a pisar alguna vez el Paraguay”, dijeron muchos comentaristas. “Contra todo pronóstico, Paul McCartney incluyó a Paraguay en su gira”, exclamaron otros, asombrados. Debería parecerles lógico que pase por Paraguay si está promocionando algo llamado kisses on the bottom. Agreguemos “of the world” -besos en el trasero del mundo- y todo queda en su lugar. Es coherente.

Por lo demás, me inscribo entre los que cuestionan a quienes ansían aproximarse a sus ídolos físicamente. ¿Para qué verlos y escucharlos en persona si basta con disfrutar de sus espectáculos en grabaciones magníficamente hechas? Lo argüía mejor aquel francés: “es como si te encantara el pâte de fois y luego mueras de ganas por conocer al ganso”.

 

Fuente: ABC Color (Online)

www.abc.com.py

Sección: OPINIÓN

Domingo, 29 de Abril de 2012

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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