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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  LA YERBA MATE EN EL PARAGUAY COLONIAL - GUSTAVO LATERZA


LA YERBA MATE EN EL PARAGUAY COLONIAL - GUSTAVO LATERZA

LA YERBA MATE

en el Paraguay colonial. Dos palabras más.

 

GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

 

 

Introducción

Someramente, este breve artículo se propone volver la mirada durante un instante hacia el ubicuo tema de la yerba mate, con la pretensión de agregar, tal como dice el título, dos palabras más al extenso párrafo que esta planta y su prodigioso producto mereció, de parte de tantos autores e investigadores que se ocuparon de la etapa colonial del Paraguay y el Río de la Plata.

Las referencias que nos aproximan al conocimiento del tema de la yerba mate se hallan dispersas en la multitud de documentos de los siglos XVI, XVII y XVIII, que son propiamente los del coloniaje iberoamericano y, por tanto, paraguayo. Ellas dan suficientes pistas para recorrer las vicisitudes que siguió la misma a lo largo del proceso que supuso su incorporación a los usos, costumbres y hábitos de las sociedades que la adoptaron.

La gran cantidad de trabajos de investigación sobre esta cuestión y las que le son próximas o complementarias atiborran nuestras bibliotecas y archivos académicos, en especial, lógicamente, en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. De igual modo, las menciones que siquiera al paso se hacen de ella en otros tipos de obras, así como los comentarios y descripciones más o menos detallados que se fueron incorporando desde finales del siglo XVI a una sorprendentemente extensa lista de normas legales, dictámenes y resoluciones administrativas, incontables informes, cartas, crónicas y páginas de libros de historia, reúnen tanto material que, sólo compilarlos, implica una tarea ímproba.

Una tarea que, no obstante, varios autores la emprendieron con entusiasmo, dedicación, método, paciencia…, y resultados exitosos.

Bastaría citar solamente a uno de estos autores, Juan Carlos Garavaglia, cuya obra Mercado Interno y Economía Colonial agota prácticamente las vetas de investigación relativa a la yerba mate como eje socioeconómico y político que hace rotar el centro de la historia colonial paraguaya. Después de ella, volver a indagar sobre el mismo asunto, desde el mismo punto de vista, podría parecer un ejercicio que media entre lo reiterativo y lo ocioso. 

No obstante, se dice que es saludable continuar cavando aun cuando la veta parezca agotada, aunque más no sea para confirmar este supuesto de un modo concluyente; para no ir a dormir con la conciencia intranquila por haber desistido sin haber comenzado.


Su modesto lugar en la Medicina natural

El interés de españoles e italianos en la medicina natural del Nuevo Mundo no se despertó inmediatamente sino después de que los conquistadores comenzaron a dar testimonios de los buenos resultados obtenidos en el empleo de las recetas indígenas. Gonzalo Fernández de Oviedo fue el primer historiador oficial en prestar atención particular a las referencias sobre el tema. De hecho, su Historia Natural y General de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, publicada en Sevilla, en 1535, fue también la primera obra que los médicos investigadores italianos, a la sazón los más afamados, consultaron y elogiaron con énfasis.

En 1552 fue traducido al latín el trabajo del médico indígena mexicano Martín de la Cruz, divulgado entre los estudiosos europeos, aunque lentamente. El Libellus de medicinalibus Indorum Herbis, “es un bello manuscrito ilustrado, a modo de herbario medieval europeo”, según lo describe Mar Rey Bueno, una investigadora contemporánea que lo tuvo ante la vista. Esta misma autora afirma que recién en el año 1565 se publicó en  Sevilla la primera obra de índole exclusivamente médica dedicada a América: “Dos libros, el uno trata de todas las cosas que traen de nuestras Indias Occidentales que sirven al uso de medicina y como se ha de usar de la raíz de mechoacán, purga excellentíssima; el otro libro trata de dos medicinas maravillosas que son contra todo veneno, la piedra bezaar y la yerua Escuerçonera, con la cura de los venenados”, de Nicolás Monardes. El extenso catálogo de este autor no contiene referencias a la yerba del Paraguay ni a ninguna otra planta o producto de esta región. Muestra, eso sí, que hasta ese momento la información sobre la herbolaria mexicana que se tenía en España predominaba ostensiblemente por sobre las americanas meridionales.

La siguiente obra de importancia en la materia se publica en Sevilla, en 1590; se trata de la Historia Natural y Moral de las Indias, de Joseph de Acosta, obra enjundiosa en varios aspectos y una de las primeras que dedica más tratamiento a las cosas de la naturaleza que a la doctrina religiosa y a la crónica política. Acosta tampoco leyó crónicas descriptivas del Río de la Plata, porque, dado que dedica mucha atención al significado social del cacao y la coca en sus respectivas regiones y pueblos usuarios, de haber oído de la yerba del Paraguay la hubiera asociado a las otras dos por las similitudes que se dan entre ellas.

Hay dos motivos claros para explicar esto: primero, que en esa época los cronistas del Plata eran todavía escasos y estaban mayormente ocupados en la política y con sus intereses económicos inmediatos; segundo, que no se interesaban en las ciencias naturales ni tenían formación ni método para observar la naturaleza.

Hacia 1640 ya se divulgaba en Perú y España la obra de Ruiz de Montoya, mencionada por Antonio de León Pinelo en su célebre El Paraíso en el Nuevo Mundo, en la que afirma algo para nosotros significativo: “La que en Perú llaman Yerva del Paraguay, por traerse de aquella Provincia, es bien conocida en las demás, y no ignorada en esta Corte” (énfasis nuestro).

Este mismo autor expuso, en su “Question moral, si el chocolate quebranta el ayuno eclesiastico: tratase de otras bebidas i confecciones que usan en varias provincias”, lo siguiente: “Cap. X  De las bebidas por comixtión. Doy fin a todos estos licores y bebidas con una, que ni se aplica a quitar el hambre, ni a templar la sed, sino que siendo medicinal se ha convertido en vicio, y originada de la Provincia del Paraguay, se ha extendido por todo el Perú, y a veces llegado a esta Corte. Cógese en aquella Provincia una yerba que por antonomasia le ha quedado el nombre de Yerba del Paraguay, porque solo allí nace y de allí se lleva a las demás partes. Molida parece zumaque. Esta se echa en agua caliente, y en un mate, que es un vaso grande de calabaza, se bebe hasta en cantidad de una azumbre [1], y a veces de dos en tres y cuatro veces. Y habiéndola tenido un rato en el estómago entretenido con tomar en el ínterin Tabaco, o Coro en humo [2], incitando el vómito se vuelve con facilidad a trocar. Su invención fue como medicina por las flemas que arranca; pero ya ha dado en ser vicio, porque hay personas que la beben dos y tres veces al día, y se juntan a esto tan de propósito, y con tantas comodidades como para un convite, o recreación muy grande. De esta bebida escribió largamente el Lic. Robles Cornejo, y algo Bartolomé Marradó. No quebranta el ayuno eclesiástico, por ser bebida de agua, y respecto de ella muy poca la yerba, que cuando fuera más, toda se vuelve a trocar a fin de dejar sustento alguno, antes entre sus efectos es el uno aumentar la gana de comer. El ayuno moral bien juzgo que le quebranta: porque si bien en algunos es medicamento, y bueno, si se usa con causa, en los mas es vicio, y cosa sin necesidad ni provecho[3].

De las plantas de la India Occidentalse llamó la obra de investigación del médico salmantino Antonio Robles Cornejo, citada por Antonio de León Pinelo, que fue escrita en el Perú y, al parecer, librada al conocimiento público en España, hacia 1625; aunque su manuscrito no tuvo más que dos o tres copias, de las cuales una estaría en el archivo del Consejo de Indias y, las demás, perdidas. La importancia de su trabajo se reconoce en la invariable mención que de él hacen los naturalistas posteriores. Otra obra de Robles Cornejo, Examen de los simples medicinales, publicado en 1617, era un manuscrito, hoy desaparecido, que contenía más 700 páginas. Fue consultado y mencionado por varios autores.

Historia medicinal de las cosas que se traen de las Indias Occidentales, de Nicolás Monardes, fue una obra muy conocida, consultada y citada. Se la publicó entre 1565 y 1574, es decir, medio siglo antes que la de Robles Cornejo. Lo curioso de este herbólogo y médico es que acumuló su saber y escribió su obra sin haber puesto un pie en el Nuevo Mundo; es decir, con tan solamente la información recogida por la experiencia, encargando, recibiendo, adquiriendo e investigando los productos que desembarcaban en el puerto de Sevilla, traídos por los marinos desde todas partes. Además, hizo mucho dinero con la medicina y el comercio de droguería. Pero Monardes no mencionó en su obra la yerba del Paraguay, omisión que nos dice tanto como los demás datos, como veremos.

J.C. Garavaglia lista nueve obras científicas europeas del siglo XVII que mencionan a la yerba mate, y algunas más del siglo siguiente, incluyendo las que denomina “de especialistas”. Ese número de obras da una falsa imagen de la cantidad de conocimientos que proporcionaron realmente, como afirma claramente el autor citado, que fue escasa.

La pregunta que esto nos impulsó a formular es: ¿Por qué en España no hubo estudios sobre la yerba mate, o no se publicaron, hasta el primer tercio del siglo XVII? Esta ausencia contrasta con otro producto americano como el chocolate, que ya gustaba en España en 1520, pero que llegó a Francia recién hacia 1600 y a Inglaterra más de medio siglo después. Como se ve, la expansión de estas novedades exóticas, con haber sido más populares que otras, no eran tan veloces como en nuestros días.

Después de considerar todo lo anterior, la respuesta que se nos ocurre es que la yerba del Paraguay no suscitó mayor atención en la ávida y curiosísima España de la segunda mitad del siglo XVI, en parte porque los grandes botánicos, farmacéuticos y médicos de la región del Mediterráneo, que eran los primeros que estudiaban y experimentaban los productos exóticos que los marinos traían a Europa desde todo el mundo, no recibieron suficiente cantidad de muestras de ella sino recién a principios del siglo XVII. Considero, además, el hecho de que, de la yerba mate, circulaban en aquel medio solamente referencias vagas y esporádicas, casi siempre asociadas a la mala noticia de la explotación indígena.

Una parte más de culpa del rol secundario que le cupo a la yerba mate en la gran feria de productos americanos montada en Europa occidental durante la segunda mitad del siglo XVI, se debió también al éxito y la popularidad de otros artículos, como el cacao, el tabaco, la coca, la quina, la zarzaparrilla, el sassafras albidum, el bezoar, el mechoacán y otros géneros descubiertos en América del Norte, Central y el Perú, tempranamente en aquel siglo, géneros que dominaron prestamente la atención y el asombro de los naturalistas y el muy lucrativo comercio de medicamentos, suerte que no corrieron la yerba mate y otros productos naturales originarios del Río de la Plata.

De modo que el conocimiento de la yerba del Paraguay en España no llegó de la mano de la curiosidad médica sino de los conflictos sociales y económicos que tal yerba comenzaría a generar en la provincia paraguaya hacia fines del siglo XVI, que serían políticamente tratados por personas atentamente escuchadas en la metrópoli, como algunos gobernadores que escribían informes negativos y, particularmente, Hernando Arias de Saavedra y Antonio Ruiz de Montoya.

Aun hoy en día, el Ílex paraquariensis a.st-hil. var. paraquariensisno recibe mayor acogimiento en los herbarios y recetarios. En los textos europeos y en sus traducciones a menudo se emplean indistintamente mate y yerba mate; en ocasiones se le da entrada bajo hierba, otras veces bajo yerba. El término té de los jesuitas casi ya no se cita. En resumen, se le describe apropiadamente pero, ocasionalmente, todavía se equivocan algunos datos, como por ejemplo la conocida Enciclopedia de Hierbas y Herboristería, que extiende su distribución geográfica hasta el Perú.

El Dr. Raymond Stark lo incluye entre los estimulantes naturales, asegurando que “Puede actuar como afrodisíaco de tipo medio si se administra a personas cansadas, débiles y exhaustas. Pero bajo condiciones normales el mate es simplemente una bebida agradable y estimulante. No un intensificador sexual garantizado”. Al contrario, en su Enciclopedia, Tina Cecchini, si bien lo clasifica como tónico nervioso, dice que es “completamente inadecuado a las personas agotadas que padecen insomnio”. Pero la enciclopedia mencionada en el párrafo anterior va más lejos en la valoración del ílex: “No tiene efectos estimulantes indeseables como el té chino o indio”[4].


La yerba mate que hallaron los conquistadores

Según todos los cronistas que se ocuparon de nuestro tema y las referencias ofrecidas -siquiera calamo currente- por otras personas, el ka’a, según denominaban los karió-guaraní a lo que los españoles llamaron después yerba mate, era un producto elaborado de antiguo por estos indígenas y no por otros, por la sencilla y sabida razón de que era planta con arcifinio, y este se hallaba dentro del ámbito de dominio guaraní.

Si algunos autores afirman que también la consumían los guaicurú, hay que entender que no se referían a los que habitaban en el Chaco sino a los mbayá, grupo guaicurú migrante que durante el siglo XVI, al parecer, fue atravesando el río Paraguay, desde el Chaco, aproximadamente entre las latitudes S.21 y S.22, yendo a asentarse en la otra margen, entre los ríos Blanco y el Corrientes o Apa, para, desde allí, avanzar con incursiones depredatorias hacia el sur, vale decir, en el interior de la región oriental paraguaya.

Su gradual toma de contacto cultural con los karió-guaraní y su proximidad con el hábitat de la planta, habrán sido los factores que los llevaron a adquirir el hábito de su consumo. Pero ningún cronista asocia la yerba mate a otra cultura que la de los guaraníes.

La descripción de la planta y de su producto fue exhaustivamente hecha por varios observadores de la época. La elucidación de la cuestión de por qué recibió el nombre de yerba (o hierba) si en realidad era árbol, también fue bien explicada por muchos de ellos.

En cuanto a su nombre nativo, el vocablo ka’a, no parece guardar relación con otra cosa que no sea el objeto significado, como tampoco tiene vinculación con algún sentido ritual o sacro. Ruiz de Montoya recoge en su diccionario al menos ocho términos guaraníes que emplean como raíz esta palabra, incluyendo una expresión o dicho de tipo coloquial, lo que da una idea de la importancia que los nativos concedían a este producto de consumo diario. No obstante, ese autor no incluyó entradas para la yerba mate, posiblemente como parte de su campaña personal contra ella.

Ka’atambién constituye raíz de numerosas palabras guaraníes y sufijo para otras, en particular las que se refieren a selva, floresta, monte, bosque, hierbas, etc. De ella se desprenden también ka’aty (yerbal), ka’ary (mate cocido)  kai’u (beber mate), ka’airo (mate amargo), ka’a he’e (mate dulce) y muchos más.

El carácter ritual que algunos nativos daban al acto de consumir yerba mate, materia anotada por algunos observadores, bien podría haber sido simplemente una táctica para que las élites retuviesen el privilegio de la preferencia en la provisión del producto. En todo caso, la sacralización de la coca y del chocolate, en el Perú y en México, representaban comportamientos muy parecidos.

En cuanto a la técnica de consumo, los observadores señalan una misma: se vertía la hoja previamente preparada para el efecto en un  recipiente al que los indígenas denominaban kaygua o yeri’a, dos variedades de calabaza del tamaño de una naranja, aproximadamente. Alcide D’Orbigny y otros autores advierten que no debe buscarse en la lengua guaraní el origen de la palabra mate, sino en el quechua mati, que designa una de las calabazas que se utilizan en toda América como recipiente, cuchara, herramienta, ornamento artesanal, instrumento musical, etc. [5]

Según el diccionario del Dr. Carlos Gatti, en guaraní hay al menos tres términos para referirse a esta fruta:kaygua, hy’a y tumbyky. En español predominó mate, posiblemente por ser más breve y fácil de pronunciar para el europeo. De modo que la palabra que designa el continente pasó, por metonimia inversa, a designar el contenido. De esta misma manera, el verbo guaraní kai’u, para decir beber infusión de yerba mate, se reemplazó y simplificó con matear, que es como en el español paraguayo y rioplatense se emplea hasta el presente.

En cuanto al tereré, como se sabe, se trata de lo mismo que el mate pero cebado con agua fría. En el Paraguay se emplea para esta modalidad un recipiente distinto que para el mate: la guampa, hecha de cuerno vacuno, que, por superar en capacidad a la calabaza pequeña, es más apropiada para la infusión fría, que tiene mayor solicitud de yerba. Garavaglia encontró el primer testimonio del consumo de tereré datando del año 1655, anotando que el historiador paraguayo Pusineri Scala conocía alusiones que lo hacían más antiguo.

Mis estudios al respecto me llevan hasta el padre Bartolomé Ximénez (1569-1640), que si conoció el aspecto o el sabor de la yerba mate fue en España, porque nunca estuvo en el Río de la Plata; y, si la probó habrá sido, seguramente, más impulsado por su curiosidad de naturalista que por otro motivo. Este naturalista confirma que la antigüedad del hábito del tereré bien podría ser igual a la del mate: “Esta bebida no es otra cosa que agua cualquiera recogida de un río, con un puñado de hojas bien machacadas y pulverizadas de cierto árbol. Las hojas se asemejan a las del laurel y son siempre verdes y según lo que cuentan los indios viejos, fue el santo Apóstol Tomás quien les enseñó su uso. La gente seca y reduce a polvo estas hojas; en invierno les echan agua caliente, en verano agua fría, mézclanlo todo bien y después se la beben” (énfasis nuestro).

El padre Pedro Montenegro, que publicó su obra en 1710, afirma: “Socorrió Dios con esta medicina a esta pobre tierra por ser más conducente a ella que el chocolate, y vino a sus naturales habitadores así como lo es el cacao en el Oriente, porque estas tierras muy calientes y húmedas causan graves relajaciones de miembros, por la grave aspersión de los poros, y vemos que de ordinario se suda con exceso, y no es remedio el vino ni cosas cálidas para reprimirlo, y la yerba sí,tomada en tiempo de calor con agua fría, como la usan los indios, y en tiempo frío o templado con agua caliente templada, y los que la usan con agua muy caliente y en mucha cantidad yerran, y no les hará ningún provecho” (énfasis nuestro).

En cuanto al llamado “té de los jesuitas”, Garavaglia supone que se trata de una tercera manera de usar la yerba mate, consistente en echar agua caliente sobre las hojas de yerba, de idéntica manera como se hace con el té o cha indio o chino y las infusiones en general. En esta forma la asimila a “nuestro sufrido mate cocido”, como él dice. Mas, el mate cocido, tal como lo conocemos en el Paraguay, guarda a su vez alguna diferencia con las infusiones, pues emplea la misma yerba procesada que el mate y no simplemente sus hojas, hirviéndola con agua (a menudo vertiéndola sobre un poco de azúcar caramelizada) y luego endulzándola con azúcar común, para servir de desayuno, preferentemente. Es en el Brasil donde suele ofrecerse frío, como un refresco.

En efecto, esta última es la modalidad de consumo de yerba mate que predominó en el Brasil, donde, con excepción de la zona de los estados de Matto Grosso do Sul, Paraná, Santa Catarina y Río Grande do Sul, en los que también se prepara el cimarrao, en versión idéntica a la de nuestro mate, en el resto de aquel país la palabra mate se aplica al mate cocido; y no se consume yerba en otra forma.

Alfred Demersay, al declararse más inclinado a la modalidad brasileña del mate cocido, dejaba bien en claro lo que ya otros viajeros tuvieron la sinceridad de confesar: que les producía repugnancia compartir una bombilla.: “Esta bebida -escribía Demersay respecto del mate, hacia 1860- parece necesaria al habitante de Sudamérica que engulle cantidades enormes de carne, mal cocidas, sin pan, a menudo sin harinas (mandioca o maíz), y siempre sin vino; es para ellos un digestivo obligado. La manera como se aspira la infusión no está exenta de inconvenientes ni mismo de peligros. Dejo aparte el asco, forzosamente inexcusable, de aceptar una bombilla que el primero que llega arranca de su boca para ofrecernos; no veo ventajas en enumerar la extensa serie de enfermedades contagiosas que se transmiten incesantemente ayudadas por este repugnante hábito”.


¿Medicamento, hábito inocuo, vicio o panacea?

El debate acerca del carácter principal de la yerba del Paraguay tenía, según el empleo que de ella se hacía en la nueva sociedad conformada por indígenas guaraní, conquistadores y mestizos, nació muy prontamente, apenas trascurridos unos cincuenta años del principio de la Conquista en la provincia del Río de la Plata[6].

El padreLozano cree que “El uso primitivo de esta yerba entre los españoles se introdujo para vomitar, que en la realidad la semejanza que tiene con el zumaque, hace creer a cualquiera que esta bebida hará arrojar las entrañas”. La finalidad fisiológica mencionada no debió ser principal, ni siquiera importante, porque para esta clase de efectos había muchos productos. Más fácil resulta colegir que, en la primera mitad del siglo XVI, los conquistadores afincados en la Asunción adoptaron el consumo de la yerba mate a partir de una opción particular, en la prueba selectiva que hicieron de los medicamentos naturales de los aborígenes.

Vale decir, es más probable que el consumo de yerba mate se haya impuesto entre los conquistadores por su sabor mucho más que sus excelencias medicinales, con la que competían y a la que superaban muchos otros medicamentos naturales, según puede constatarse en los recetarios indígenas recogidos por los padres Sánchez Labrador, Dobrizhoffer y otros.

Pero, entre los guaraníes, ¿era la yerba mate un remedio más o un mero hábito? A juzgar por el informeelevado al gobernador Hernandarias, en 1596 (ya mencionado)[7], se diría que los nativos usaban de él en ambos sentidos, de la misma manera actual, que se habitúa uno a beber diariamente una tisana de sabor agradable, manzanilla, tilo, burrito, boldo, cedrón, etc., a la que, además, se la tiene por beneficiosa para la digestión o el reposo.

Decía aquel informe: “Se ha extendido tanto el vicio y mala costumbre de tomar la hierba entre los españoles, sus mujeres e hijos, que exceden en ello a los indios, quienes se contentan en tomarla una vez al día y los españoles la están tomando en todo él, lo que es más bestialidad que vicio”.

Entre sus propiedades medicinales, descriptas en aquella época, se citan muchas; las más frecuentemente mencionadas son las laxantes, anti flatulentas, eméticas y diuréticas. “Prohíbe la putrefacción y los vapores que (nocivos al cerebro y corazón) de ella se levantan; es admirable para todas las pasiones nefríticas o de los riñones, en las pasiones del pecho crónicas,  que son las envejecidas como el asma, la ronquera y la tos vieja, o en el dolor antiguo, es excelente la sorbición pues prepara para la expulsión los fragmentos de los humores, atenuando unas veces, endureciendo otras, unas ablandando otras cociendo, y generalmente es buena para todos los dolores de vientre, intestinos, hijada, hipondria y muchas otras incomodidades que cada día confirma la experiencia”, afirma un licenciado Zeballos, citado por el padre Lozano.

Otros cronistas jesuitas agregan sus propias observaciones y referencias: “Muchas son las virtudes que se atribuyen a dicha yerba -asegura el P. Nicolás del Techo-, lo mismo reconcilia el sueño que desvela; igualmente calma el hambre que la estimula y favorece la digestión; repara las fuerzas, infunde alegría y cura varias enfermedades”. Y más: “…tomado por la mañana en agua de zarza fuerte con un poco de sen, y por la tarde sin el sen para sudar, repitiendo cada tres días un vomitorio en el agua de la misma”, servía para tratar la sífilis.

El padre Pedro Montenegro agregaba sus observaciones: “Sus hojas verdes, machacadas, arraigan los dientes y muelas que se mueven por corrimiento de calor y mitigan el dolor. Socorre soberanamente a los asoleados que por fuerza del sol y trabajos de caminos se ven en grave aprieto de dolor de cabeza y gran incendio de la sangre y cólera. Asimismo socorre a los atolondrados del humo o fuego de las fornallas de metales y ladrillos, o cal”.

Además, con mayor o menor subjetividad, cada consumidor descubre otros efectos beneficiosos, como también los eventualmente negativos. Desde antiguo, en el Paraguay, es costumbre adicionar otras hojas o raíces machacadas (popularmente conocidas por remedios) a la infusión fría o caliente de yerba mate, que le agregan algún sabor suave y, presuntamente, cualidades curativas, preventivas o vigorizantes adicionales; pero no se conoce con precisión la antigüedad de esta modalidad. Lo más probable es que los que experimentaban con estos productos intentaran reforzar los efectos deseados con mezclas que consideraban adecuadas, ensayos que tuvieron, como virtud adicional e inesperada, acentuar más agradablemente ciertos sabores.

Se refuerza de este modo nuestra hipótesis de que, si los conquistadores y su descendencia mestiza hubiesen adoptado esta yerba solamente como medicamento, es probable que no prevaleciese sobre otras que ofrecían resultados más eficaces. Como causas de lo que entre ellos hizo al consumo de la yerba mate imponerse como hábito, más allá de sus méritos medicinales reales o atribuidos, aparecen dos principales: su sabor de suave y agradable acrimonia, y la práctica asociada de consumirla en ronda de familiares, amigos o compañeros de labor; vale decir, un factor fisiológico asociado a un factor social.

Se funda esto último, no en el hábito tal como lo observamos en la actualidad, sino en documentos tales como la denuncia del Procurador La Madrid: “Las juntas que se hacen para tomar la hierba no son otra cosa que conversaciones de furia infernal contra las vidas honras y famas de los prójimos con grandes desvergüenzas que se siguen de tales juntas”.

Y esto seguido de exageraciones bien marcadas, destinadas a predisponer al gobernador contra el hábito. Agregaba el relator: “Dios es deservido por la hierba, porque por tomarla, no oyen misa ni sermones, quebrantan los ayunos y dan mal ejemplo a los hijos que siguen a los padres y es tanto el vicio que hay en tomar hierba y petén (tabaco), que son muy contados los que no la toman y tanta la fuerza y raíz y ha hecho el vicio, que como si no fuesen cristianos, no la han querido dejar por muchas excomuniones y penas que los jueces eclesiásticos han puesto, ni por reprensiones y ejemplos de los predicadores, ni por penitencia de confesores que tanto sobre ella han trabajado y voceado” [8].

El Gobernador Hernandarias, al filo del fin del siglo XVI, decidió prohibir la producción de yerba mate, en estos términos: “Que nadie en adelante fuese ni enviase indios a hacer hierba a ninguna parte donde la haya ni traigan ni traten ni contraten so pena de pérdida de toda la hierba, que se ha de quemar en la plaza pública; y el que la metiere y quisiere meter en la ciudad, como se prenda incurra en cien pesos de multa para gastos de guerra y denunciador. Y en la misma pena incurra cualquiera persona que la comprare y vendiere y a más serán castigados gravemente como inobedientes a la justicia real y como procuradores de las ofensas de dios y del Rey y del bien público. Y cualquiera persona, de cualquiera estado y condición que sea que beba hierba en público o en secreto, incurra por la primera vez en 10 pesos de multa y en 15 días de cárcel pública y en adelante sean castigados con graves penas”.

Por si no se le tomase en serio, hizo decomisar e incinerar un importante cargamento de la hierba, con el lógico perjuicio económico de sus dueños, que llevaron el asunto a la Audiencia de Charcas, donde consiguieron una condena por indemnización contra Hernandarias. Este se quejó al rey y solicitó una cédula real proscriptiva del producto, que no le fue concedida [9].

 “Hay en esta gobernación, generalmente en hombres y mujeres, un vicio abominable y sucio, con grandísimo daño de lo espiritual y temporal, porque quita totalmente la frecuencia del santísimo sacramento y hace a los hombres holgazanes, que es la total ruina de la tierra, y como es tan general temo que no se podrá quitar si Dios no lo hace”, describía Diego de Góngora en un informe al rey, en 1623[10]. Sorprende que este gobernador, tan hábil para los negocios que ya llegó a la sede de su cargo, en Buenos Aires, por detenerse en Río de Janeiro para abarrotar su barco de mercaderías de contrabando para el mercado rioplatense, no se haya percatado de la potencialidad económica del negocio de la yerba mate.

Empero, la actitud refractaria de las autoridades provinciales proseguiría por algún tiempo más. Luego, a medida que el buen negocio de vender este producto se hizo patente y se extendió a Chile y Perú, las restricciones cesaron y las condenas se morigeraron, hasta desvanecerse.

Algunos religiosos, no obstante, no cejarían tan rápidamente en sus objeciones.  En los años siguientes serían varios los que tomarían la posta de la cruzada contra el hábito del mate, todos ellos jesuitas. Aunque fueron iniciativas individuales, acabaron por generar una reacción corporativa, de tal suerte que la Compañía, reunida en Córdoba, en 1677, decide prohibir el consumo de yerba mate, tabaco y chocolate en las reducciones y colegios jesuitas.

Combatieron el consumo pero no atacaron políticamente la producción y comercio. Esta dualidad de criterio llevará a nuestro tema a situarse en una coyuntura histórica: insistir en la condena dogmática del consumo de yerba mate, aun sin sustento científico ni moral digno de real mérito, o ceder ante el hecho irreversible de la inocuidad del hábito, su masificación y las promesas de grandes ganancias económicas.


La reivindicación

Según vimos hasta aquí, la descalificación de la yerba mate como substancia dañina a la salud o como vicio moral, fue divulgada en cartas, informes y libros durante unos setenta años, desde el inicio de la conquista del Paraguay. A partir de las dos últimas décadas del siglo XVII, esta posición va girando en sentido inverso, sustituida por las menciones y los veredictos elogiosos.

La reivindicación legitimadora de la yerba afectó solamente a sus propiedades medicinales y a su función social, aunque no al régimen de producción de la yerba natural, según se la practicaba en los yerbales, que continuó soportando la mala fama de consistir en una actividad de inicua explotación de los indígenas, en pésimas condiciones de trabajo, en lugares inhóspitos y peligrosos, sin más remuneración que un poco de comida y una fracción de la propia yerba, calculada para consumo personal.

Queda bastante claro que, en fondo de las disquisiciones sobre la producción, el hábito y el tráfico de yerba mate, subyacía una sórdida disputa entre jesuitas de las misiones, encomenderos y autoridades políticas de Asunción, en medio de las cuales quedaban aprisionados los guaraníes, reducidos al carácter de proveedores de mano de mano de obra esclava o semi esclava [11].

Antonio Ruiz de Montoya (1585-1652) y José Guevara (1719-1806) representan, precisamente, los historiadores que se sitúan en los dos extremos cronológicos del período jesuítico en el Paraguay. Entre ambos escribieron Nicolás del Techo (1611-1687), Pedro Lozano (1697-1752), Pedro F.X. de Charlevoix (1682-1761), José Cardiel (1704-1782), Martín Dobrizhoffer (1717-1791) y José M. Peramás (1732-1793) y otros, pero estos son los más frecuentemente citados.

Nicolás del Techo, pese a haber estado en el centro mismo de los conflictos, como protagonista, en su posición de rector del Colegio de la Asunción, se ocupa poco o nada de nuestro tema en su Historia de la Provincia del Paraguay de la Compañía de Jesús. Mas, estos silencios también son elocuentes y deben ser interpretados con la misma diligencia y perspicacia que gastamos en desentrañar los sentidos de diatribas y alabanzas. Precisamente por haber tenido que lidiar personalmente con el debate sobre si los jesuitas de las misiones tenían o no derecho a explotar comercialmente la yerba mate, habrá preferido no expedirse acerca del irritante asunto.

Pedro Lozano ensaya desandar el camino del origen “diabólico” de la yerba mate inventado por Hernandarias, La Madrid y Ruiz de Montoya, reivindicando el consumo de la infusión; mas, escogiendo nuevamente el camino místico. Lozano se propuso invertir aquella tan mala publicidad dando aquel giro de ciento ochenta grados aludido.

Entre otras cosas, aseveró que: “El doctor don Gaspar de Escalona Agüero, oidor de la real audiencia de Chile, en su Gazophilatio Regio Peruano, libro 2.p.2, cap. 31, escribe que es general opinión en las provincias del Paraguay que san Bartolomé la mostró y descubrió a los naturales”(la planta de yerba mate).

Muy dudoso es este principio-continúa-, ni sé que haya habido tal persuasión,  pues ni la menor mención se halla en papeles antiquísimos que tratan de esta yerba, ni rastro alguno por estas partes de que discurriese por ellas este gloriosísimo apóstol. Con todo, no falta quien añada que encendiéndose una pestilenta enfermedad recetó el uso de esta yerba a los dolientes, con tan saludables efectos que no perecieron a su rigor los que la usaron, y que desde entonces quedó tan bien opinada entre estas gentes, que en cualquier achaque la tomaban con feliz suceso, invocando la intersección de san Bartolomé”. De modo pues que, sin darle todo el crédito a su fuente, deja abierta la ventana para que la mano sacra entre a terciar en la disputa.

La idea de otorgar a la yerba mate un origen de índole sobrenatural era excelente, desde un punto de vista táctico, pues mataría tres pájaros de un solo tiro: por una parte, debilitaría la versión de los asuncenos de que fueron sus antepasados conquistadores la que la descubrieron, industrializaron y la introdujeron al mercado de consumo masivo, y, por otra, anularía, “por contrario imperio”, las anteriores versiones acerca de su procedencia diabólica y su tacha pecaminosa. Por último, si la planta venía del Cielo, los religiosos, que gozaban de preeminencia en la administración de lo sagrado, tendrían al menos cierto derecho prioritario sobre ella.

Además, como la mayoría de la gente ya estaba aficionada a la infusión, convencerle de su origen celestial y su inocuidad mística no sería demasiado difícil, teniendo por bien sabido que los seres humanos tendemos a creer primero y más fácilmente lo que nos conviene. Pero no fue Lozano quien dio el primer paso en esta dirección, sino el ensayista Bartolomé Ximénez Patón, como se dijo antes. Esto hace suponer que la etapa reivindicadora de la yerba mate comenzó tímida pero tempranamente, en el primer tercio del siglo XVII.

El padre Guevara, que seguía la senda abierta por Lozano, explicó que fue Santo Tomás, el apóstol, quien, habiendo llegado a América a divulgar el Cristianismo y arribado al Paraguay desde el noreste, “halló pobladas las campañas del árboles de Caá, cuyas hojas eran veneno a los que, incautos, las gustaban. Tomólas el glorioso apóstol en sus manos, obradoras de prodigios, y tostándolas al fuego, las purificó de las cualidades nocivas. Este parece ser el verdadero origen, y nos persuadimos que la torrefacción la despoja de las malas cualidades, según enseña el príncipe de la medicina Galeno”.

Simultáneamente, se combatió enérgicamente la tonta versión que se había difundido en Europa acerca de que el mate embriagaba. El padre Peramás escribió: “Jamás se encuentra un ebrio entre aquellos neófitos. Contentábanse con su propia bebida de yerba paraguaya, a la que son muy aficionados; bebida que puede tomarse veinte veces en una hora o en media sin el menor daño. Me refiero a lo que yo mismo he visto y experimentado. El que escribió que el abuso de dicha bebida produce embriaguez, ni la bebió jamás en su vida ni vio beberla a otros”.

Quien pasó decididamente a la etapa de la promoción publicitaria fue el padre Dobrizhoffer: “Cuando esta yerba se prepara en debida forma, expide ya de por sí un olor precioso, pero si a ellas se mezcla algo de las hojas o corteza de la fruta Quabiramiri, que se machaca como harina, su olor y su sabor llegan a ser doblemente agradables”. No obstante, hacia 1740, el padre Pedro Lozano todavía sentenciaba que “La yerba es el medio más idóneo para destruir al género humano o a la nación miserabilísima de los yndios guaraníes[12].

Más de dos décadas después, el Obispo Manuel Antonio de la Torre, escribiendo alrey, relataba que “Allí(en Maracayú), cada arroba de yerba que beneficia el peón no vale más de un peso hueco y para pagar en esta especie doscientos pesos de ropas (que no valdrá treinta pesos plata) se demora en aquellos desiertos por un año o muchos más, alimentado con flaca carne, pagándola por muy gorda, teniendo por cama el suelo duro, sin más abrigo que su propia ropa, durmiendo entre víboras y otras sabandijas ponzoñosas, y después de estas penosas incomodidades, tiene que madrugar a buscar árboles de dicha yerba, a veces muchas leguas del rancho, fatigarse en cortar las ramas, formar haces y traerlas a lomo como si fuera un jumento, con los peligros de muchos tigres que en aquellas partes hacen no pocos destrozos, y para descansar le precisa, desde la primera noche, comenzar la faena en secar y retostar la yerba con gran cuidado y proligidad, porque no se la pierda la diaria fatiga, no pudiendo muchísimos días trabajar por los malos temporales, viviendo en aquellos desiertos como étnicos, sin oír Misa, sin hablar de la doctrina cristiana, ni acordarse de los Santos Sacramentos, sin los cuales mueren que es una compasión. Con dicho ejercicio gastan el vestido y al fin de su tarea vuelven mal comidos y peor vestidos, hallando igualmente a su familia y a veces aumentada, que es una lástima”.

En la Europa cristiana e inquisitorial la persecución contra compuestos naturales con propiedades psicoactivas fue drástica. La evasión que provoca el desmayo voluntario, el libre goce de los placeres sensuales y ciertas dolencias como la epilepsia, en la mentalidad de la época estaban íntimamente asociados con lo demoníaco, la brujería, los hechizos malignos; era lógico que las substancias que los produjeran fueran tenidas por las autoridades religiosas como instrumentos del demonio y, por consiguiente, materia a cargo de la Inquisición.

Por eso fue que, en una ocasión, un clérigo del Río de la Plata solicitó a la metrópoli envíe un inquisidor para encarar el “problema” de la popularización del consumo de yerba mate[13]. Sin embargo, esta hierba denunciada no producía ninguno de los efectos de las adormideras y sus derivados, ni de las bebidas alcohólicas ni de los vegetales y hongos alucinógenos descubiertos en México, como el ololiuqui y el peyote, que sí merecieron la atención y la persecución del aparato inquisitorial. Ninguno de tales efectos podía adjudicarse a la yerba mate.

De modo que los informes que las autoridades de fines del siglo XVI y principios del XVII elevaban a la metrópoli, se limitaban a insistir en el carácter vicioso del consumo de la yerba del Paraguay, sin arriesgar seriamente su asociación con lo demoníaco, en el sentido terrible que se daba a esto en Europa.

Hay que notar que los más decididos objetores a la yerba mate declaraban no haberla probado. De ser así, significa que no tuvieron la ocasión de aficionarse a ella. Es posible que varios de ellos se abstuvieran del mate por tenerlo, como lo tuvieron, por práctica vulgar. Sus prejuicios debieron estar enraizados en su educación, impregnada de mojigatería medieval, aquella que tendía a considerar pecaminosa cualquier experiencia que produjera algún goce, por discreto que fuese, que trascendiera los placeres comunes de la mesa.

Posiblemente veían a la yerba mate -como inicialmente vieron al tabaco y al chocolate- impropia para hidalgos católicos, que es como consideraban a los entretenimientos en general, los banquetes ruidosos, los bailes, juegos y competencias que hoy llamaríamos deportivas, en resumen, cualquier diversión que tuviese origen o éxito en el vulgo.

Pero, ¿Qué hubiera sucedido si en siglo XVII el mate hubiera logrado el éxito del chocolate y el tabaco en España y en sus reinos de Italia, por ejemplo? La domesticación de la planta todavía no se había consolidado; la producción era escasa y de ritmo irregular, el enfardado y transporte eran demasiado precarios; todo hubiera sido insuficiente para sostener un mercado de consumidores tan ricos como impacientes. “Toda planta de civilización da origen a rigurosas servidumbres” advierte Braudel. La preparación del suelo, sembrar, talar, recoger las hojas, procesarlas adecuadamente, embalarlas y transportarlas con cuidado…, nada de esto podía hacerse en el Paraguay de la época.

Se dirá que cuando el uso del tabaco se expandió en Europa occidental tampoco tenía un aparato de producción organizado, y que la demanda lo forzó a nacer; pero esta planta crecía en una asombrosa extensión geográfica, sin requerir más que pocos metros cuadrados de siembra; para mayor ventaja, fue prontamente sembrada con éxito en España y hasta en Inglaterra.

Aquí mismo, en el Paraguay, sucedía que las condenas de la autoridad política, sumadas a las grandes dificultades de comunicación que en esa época tenía el Río de la Plata con la metrópoli, impidieron que los primeros intermediarios en el tránsito de la yerba mate desde los bosques del Mbaracayú hasta Asunción tuvieran posibilidad práctica de consolidar abarrotes capaces de alcanzar los depósitos sevillanos en cantidad necesaria para despertar, primero, y luego satisfacer, el apetito de aquel ávido mercado de productos exóticos. Esto explica por qué los médicos de Sevilla y Lisboa recibieron solo unas muestras de este producto y por qué no lo divulgaron en sus herbolarios y recetarios.

Antonio Escohotado, en su (estupendo resumen de un tema vasto), afirma que, cuando el cardenal Borromeo escribió al obispo de Asunción y al superior jesuita para que condenen y eliminen la práctica del mate, que era “algo tan dañino para la salud de las almas y los cuerpos”, ya el negocio de la yerba mate estaba funcionando muy promisoriamente y su interdicción no tuvo acatamiento[14].

La opinión de Ruiz de Montoya, cuya influencia fue grande, tuvo importancia en la formación de la primera imagen pública acerca de la yerba mate. En realidad, este observador adoptó dos posiciones paralelas en relación al producto, por una parte, lo describía objetivamente y no refutaba los méritos medicinales que le atribuían; pero, por la otra, denunciaba los graves males que su explotación acarreaba a los indios. “Dieron en usarla los indios viejos -decía-, pero con moderación; los frutos que comúnmente refieren desta yerba, son que les alienta al trabajo, que les sirve sustento, y así lo vemos cada día, que remará un indio todo un día, sin otro sustento que beber de tres en tres horas la yerba, púrgales el estómago de flemas, despierta los sentidos, ahuyenta el sueño al que desea velar sin embarazo de sueño, y en esto parece a alguno que se semeja o es la misma yerba de la China llamada cha, que quita el sueño y aun el nombre no desdice mucho, porque en la lengua de los naturales se llama caa”.

Luego agregaba: “Tiene la labor de aquesta yerba consumidos muchos millares de indios; testigo soy de haber visto por aquellos montes osarios bien grandes de indios, que lastima la vista el verlos, y quiebra el corazón saber que los más murieron gentiles, descarriados por aquellos montes en busca de sabandijas, sapos y culebras, y como aun de esto no hallan, beben mucha de aquella yerba, de que se hinchan los pies, piernas y vientre, mostrando en rostro solo los huesos, y la palidez la figura de la muerte” [15].

La diversificación de enfoques se inicia, pues, con Montoya; los otros jesuitas que inicialmente opinaron sobre la yerba mate se sumaron a ella. Aquellas primeras condenas apuntaban, parabólicamente, al régimen de producción que empleaban los encomenderos y perseguían una condena a estos y a su forma de organización económica. Más adelante, cuando en las reducciones jesuíticas comenzaron a estudiar la reproducción domesticada de la planta, a desarrollar el producto y proveer a los mercados externos, en suma, a fortalecer el negocio, la opinión de cronistas e historiadores de la Compañía fue volviéndose benevolente.

Por consiguiente, de los dos grandes debates inicialmente generados por la yerba mate, el de carácter médico-farmacéutico y el sociopolítico, al primero se lo puede considerar dirimido hacia mediados del siglo XVII, época en que ya no se escuchan discrepancias dignas de mención acerca de las virtudes del consumo de la infusión, fría o caliente. El segundo, por el contrario, cobra su mayor fuerza a partir del segundo tercio de ese siglo hasta el fin de la época colonial.

Cronológicamente, la leyenda negra de la yerba mate comenzó a divulgarse aproximadamente en la década de los años 1580, y se prolongó durante el siglo siguiente. Así como su descrédito se expandió inicialmente en obras y misivas de misioneros jesuitas e historiadores que abrevaban en esas fuentes, así también su progresiva reivindicación vino de la mano de algunos cronistas jesuitas, principalmente, a partir de las dos últimas décadas del siglo XVII. El siglo XVIII fue ya el de su apoteosis. Según vimos antes, las descalificaciones podían referirse a la substancia misma, atribuyéndole la causalidad de daños físicos o vicios morales; o dirigirse directa y específicamente al proceso de producción y transporte del producto, envilecido y degradado por la inicua explotación de la mano de obra indígena.

En este caso, quienes lo denunciaban se referían a los encomenderos y no a los padres misioneros, sea porque casi siempre eran estos los que escribían tales denuncias, sea porque, habiéndose desarrollado la técnica de reproducción domesticada de la yerba mate en los campos de cultivo de las misiones, los misioneros no tenían que hacer padecer a los indios las penurias de los que recogían, procesaban y transportaban las hojas en, y desde, los lejanos e inhóspitos bosques del Mbaracayú [16].

A su vez, los encomenderos asuncenos también acusaban a los padres de las reducciones de explotar la mano de obra indígena sin más retribución que el adoctrinamiento; lo que era verdad, a juzgar por la organización social y económica interna de las reducciones, en la que no circulaban monedas. “A los indios que traen Yerba de los Yerbales págueseles en lienzo y no en otra cosa”, rezaba una disposición del Provincial Luis de la Roca, en 1724. Aunque ese lienzo no era el importado de Europa sino el mismo que era hilado por las mujeres guaraníes neófitas.

Aquella época inicial, sobrada en condena de los efectos del consumo de la yerba mate y del hábito de consumirla, no duró mucho. Sus efectos nocivos no se exageraron más y sus cualidades medicinales ya no se impugnaron. A su paso por el Paraguay, en la primera década del siglo XVII, un viajero experimentado, observador inteligente y sistemático, como era Antonio Vázquez de Espinosa, recogió de ella una impresión objetiva y desprovista de juicios de valor negativos, de lo que cabe inferir que no incidió en su ánimo la polémica que rodeaba a su producción y comercialización, de la que debió haberse informado plenamente.

De aquella primitiva etapa del conflicto son los intentos de cronistas y relatores jesuitas de desacreditar la yerba mate asociándola a prácticas condenadas. “El venerable padre Antonio Ruiz de Montoya la da (a la yerba mate) origen diabólico -relata José Guevara-, deduciendo su principio entre los indios del abuso de uno de ellos para su infame ejercicio; mas ¿qué cosa hay por sagrada que sea que no diligencie el demonio para los ministerios más escandalosos, llorando en casos recientes de nuestro siglo convertida la Eucaristía en infames confecciones y misturas infernales? Pero no admito sea ese su principio entre aquellas gentes”.

La Corona metió la mano en el asunto de la producción, mediante una cédula real del año 1645, autorizando que los guaraníes que fuesen destinados al servicio de la mita para beneficiar yerba mate, quedaban exentos de tributar, aunque con la condición de que no se la comercializase para provecho económico de los padres misioneros [17]. En teoría, al menos, las condiciones legales del trabajo indígena eran idénticas para todos: obligatorio, retribuido y temporal.

Finalmente, refiriéndose a estas mudanzas de óptica y talante, Juan Francisco Aguirre observaba, en1793, que “Todas las cosas van con la veleta, unos tiempos a un aire y otros a otro. El beneficio de la hierba, sin el menor riesgo de la conciencia, ni sombra de bestialidad, está muy en uso en las casas, celdas y aún en las iglesias”.


La guerra tributaria

Los misioneros jesuitas del Paraguay recibieron un tratamiento fiscal especial de parte de la Corona, consistente en que sus neófitos pasarían a abonar el impuesto anual en vez de servir como mitayos en la producción yerbatera. Este privilegio le fue concedido en reconocimiento a sus servicios militares en la defensa de la frontera contra las incursiones bandeirantes, con la intención implícita, seguramente, de mantenerlos alertas y bien dispuestos para futuras eventualidades similares, en decir, como fuerza militar de reserva o alternativa, como realmente llegó a ocurrir en los combates por la Colonia do Sacramento.

Dirigiéndose a Madrid, el Gobernador del Paraguay, Rexe Corvalán, enumeraba lastimeramente la lista de males que asolaba al Paraguay. “Á esta miseria se añadía  la que han puesto á esta provincia los doctrineros de la Compañía de Jesús -decía-, quitando el valor y el comercio á la poca hierba que en los montes benefician los naturales, por ser tanta la que ellos benefician, con pretexto de que paguen tributo. Y por esta causa faltaba el comercio en esta provincia, perecían sus habitadores y la Real Hacienda perdía sus alcabalas, teniendo los religiosos otros muchos medios de qué pagar cantidad tan corta”.

Los misioneros, por su parte, reiteraban en cuanta carta, información o petición realizaban, que sus neófitos eran demasiado pobres para pagar el tributo real, motivo por el cual los padres tenían que hacerse cargo de tal obligación, y a este fin, alegaban, contribuían los réditos de la explotación de la yerba mate. Pero el ingreso en las arcas reales debería aumentar a medida que las reducciones incrementaban su población, lo cual no sucedía; al contrario, ésta decrecía; de ahí que las órdenes de levantamiento censos de indígenas reducidos y encomendados fuesen una exhortación real permanentemente dictada a las autoridades coloniales americanas. La Corona sospechaba la evasión, pero no nadie la probaba.

Cuando el crecimiento del comercio yerbatero alcanzó réditos comparables a la de productos hasta entonces más traficados, como los cueros y el tabaco, la Corona comenzó a cargarle más tributos. Soportaba originalmente el quinto real, luego las tercias reales[18], ampliadas posteriormente a todo el diezmo; finalmente se le agregó la alcabala.

El 26 de febrero de 1680, el rey emitió una cédula real destinada a crear polémica y conflicto en el Río de la Plata durante casi un siglo. En virtud de ella, estableció impuesto de alcabala para el comercio regional, especialmente sobre yerba mate, cueros, carne, tabaco y otros frutos agrícolas de consumo local; el producido sería aplicado a la defensa del puerto bonaerense contra la amenaza portuguesa. En referencia a la yerba, el monto del tributo era de cuatro reales de plata al entrar al puerto preciso de Santa Fe y otros cuatro si salía de él. En cuanto a la yerba producida por los jesuitas, se la cargaba con medio peso por arroba para los vendedores y un peso para los que la llevaban a Perú y Chile. En aplicación de la disposición, en Santa Fe llegaron a embargar canoas y balsas cargadas de yerba proveniente de las reducciones.

Los jesuitas protestaron: “al colegio de la ciudad de la Asunción del Paraguay le era forzoso enviar á Santa Fe ú á otras partes partidas de dicha hierba para venderla y comprar con ella vestuarios, ornamentos, papel, hierro y otros géneros que van de España, de que precisamente necesitan y no se hallan en aquella gobernación, donde por falta de plata y oro sirve de moneda la hierba”. Lograron así, cuatro años después, ser eximidos de gravámenes, con recupero de sus bienes retenidos [19]. De todos modos, un año después se dictó otra cédula suprimiendo el impuesto para vendedores y compradores de este rubro.

A las persistentes quejas de los asuncenos respecto de estas concesiones graciosas con que se beneficiaba a los misioneros, la Corona había respondido tímidamente, restringiendo la exportación de la yerba mate jesuítica, fijándola en el máximo de 12.000 arrobas anuales (unas 60 toneladas), medida que debía fiscalizarse en Santa Fe o en Corrientes. Según datos de los libros de la época los jesuitas colocaron en las ciudades del Plata 2.741 arrobas en 1671; 3.438 en el año siguiente; 10.531 en 1673. Sin embargo, el gobernador de Buenos Aires, José de Garro, en 1683 informó al virrey del Perú que “exceden a más de 50.000 arrobas” anualmente la cantidad de yerba mate que la Compañía de Jesús pasaba por Santa Fe, a la que el gobernador aludía con la frase destinada a despertar suspicacia “que dicen es de los indios de sus doctrinas”.

Estos no serían más que datos parciales del movimiento del negocio, teniendo en cuenta las reiteradas denuncias e informes de la época, elevados a la inteligencia real, acerca de que la evasión tributaria en el tráfico comercial lícito y el contrabando de todo género, montaban a tanto o más que lo declarado por los contribuyentes de alcabalas y por los oficiales reales [20].

Continuaba relatando, el gobernador bonaerense, que los jesuitas se negaron a pagar alcabalas sobre la yerba mate, recurriendo a los tribunales, de lo que se seguía la clara consecuencia de “el comprador se irá á lo más barato, con que cesa el comercio del Paraguay tanto como se prospera el de los Padres”. Se polemizaría, en lo sucesivo, si la exención real era para la yerba que producían los indios reducidos en orden a su consumo, o también incluía la que los padres comercializaban.

Hacia fines del siglo XVII, por causa de la evasión tributaria, o sea el contrabando del que acusaban a “las doctrinas” (misioneros), el comercio de yerba mate se había desordenado lo suficiente como para que los oficiales reales de Buenos Aires consideraran que debían intervenir con energía. Solicitaron a la Corona que se modificara el régimen de tránsito vigente, que tenía su aduana en el puerto a Santa Fe y se la trasladara a Asunción. Denunciaban los fraudes, “Y para su remedio convendría que ni una arroba de hierba ni de otros frutos bajen a Santa Fe y a Corrientes, sino primero á la Asunción”. Pero esta pretensión no tuvo andamiento.

La metrópoli estaba, por consiguiente, bien informada de la situación. En los considerandos de una cédula real puso énfasis en el caso del comercio de yerba mate, recordando que a los jesuitas se les había otorgado una concesión especial, pero advirtiendo que estaba enterado de que “por sí y por interpósitas personas gozaban largamente de esta conveniencia; y que a su ejemplo relajaban el breve todas las demás religiones, de cuyo aprovechamiento aprovechaban en particular los Provinciales y otros Prelados”.

La cosa llegó a nivel de escándalo cuando comenzó a hablarse de contrabando. Carlos II reclamó al general de la Compañía de Jesús para que aplicara un castigo ejemplar a los religiosos miembros de la orden que en el puerto bonaerense se involucraban en tráficos prohibidos[21].

Hacia 1675, el representante dela compañía solicitaba a Madrid que el tributo que los indios reducidos debían pagar a la Corona, por haber sido declarados vasallos de ella, se pagara a los oficiales reales de Buenos Aires y no de la Asunción, y que se lo hiciese en yerba mate, lienzo de algodón y cuero vacuno. El fiscal desaconsejó esta modalidad, alegando que dichos oficiales especularían con el precio de la mercadería, recibiéndola a precio vil, ante lo cual el Consejo de Indias admitió lo solicitado, pero a condición de que los productos fuesen recogidos por los oficiales, con intervención del gobernador, y tasados por peritos.

En medio de ese ambiente político y económico corrompido que reinaba en Buenos Aires y Santa Fe, nadie estaba libre de acusaciones o sospechas de evasión tributaria, contrabando, acaparamiento, especulación dolosa o connivencia comercial con el enemigo. Desde Asunción, a los jesuitas se les acusaba de soborno sistemático de todas las autoridades que tuvieran algún pie metido en el camino del tránsito de la yerba mate, desde Corrientes en adelante, de lo que los adversarios de la Compañía obtendrían todas las municiones con la que dispararían contra el prestigio de la misma, causándoles agujeros que aumentarían a través de los años y se extenderían hasta Europa.

Por de pronto, a la sospecha fundada de que los misioneros jesuitas estaban cometiendo evasión tributaria pagando muy poco -apenas 9.000 pesos por 60.000 indios reducidos censados, según el fiscal del Consejo de Indias (además de no declarar tener, en realidad, más cantidad de neófitos que ésta)- se sumaba la denuncia de que no pagaban alcabala por la yerba que colocaban en el mercado rioplatense.

Por otra parte, entre las medidas establecidas para financiar los gastos de defensa del puerto de Buenos Aires contra  ingleses y holandeses, y el territorio de la banda oriental contra portugueses, el Consejo de Indias aconsejó al rey, y este promulgó, que se cargase un impuesto de medio peso por arroba de yerba que se vendiese en Santa Fe y Buenos Aires, y un peso a la que se destinase a los mercados de Tucumán y Perú. Pero además fijó el precio comercial de la yerba, en dos reales de plata la arroba que se vendiese en Santa Fe y Buenos Aires, y cuatro la destinada a Tucumán y Perú [22].

En 1701 se reimpuso la carga de un peso por arroba sobre los compradores. Sin embargo, la yerba producida por los indios de las reducciones jesuíticas se mantuvo liberada de carga tributaria y fuera de todo estanco.

Algunos años después de que las reducciones jesuíticas comenzaran a aportar sus indígenas reducidos para integrar los ejércitos de defensa del territorio español en el Río de la Plata, el procurador general de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay solicitaba al rey que, a los indios reducidos del Paraná y Uruguay que concurrieran a ejercer labores militares o a trabajar en instalaciones militares, se les abonara un jornal de dos reales [23], la comida diaria, consistente en pan o maíz, carne y sal, además de yerba mate y tabaco, “que les son tan usuales como en España el vino a los labradores”. El rey accedió a lo solicitado, excepto en lo relativo al incremento salarial (1706).

Finalmente, la sisa impuesta a la yerba para contribuir a los gastos de la defensa militar de Buenos Aires, que debía durar sólo seis años, fue suprimida en 1717. Pero la presión de Madrid para que se empadronaran los indios reducidos y se informara sobre los tributos que se pagaban y los que dejaban de pagar los jesuitas fueron siendo cada vez más insistentes. Esto provocó numerosas visitas de los inspectores a las reducciones, pero sus informes nunca daban las cantidades mínimas necesarias para aplicar casi ninguno de los tributos.

Respecto a la exoneración tributaria de la que gozaban los jesuitas, o la que reclamaban insistentemente en los momentos en que la Corona presionaba, los argumentos principales, repetidos a lo largo de los años en los informes de los misioneros jesuitas y de sus favorecedores, fueron: que los indios reducidos eran pobres de solemnidad; que los gastos de las reducciones eran cuantiosos e insostenibles sin el comercio yerbatero; que cualquier carga que se pusiese sobre los indios provocaría su desbande y retorno a la gentilidad; que, este caso, las fronteras quedarían desprotegidas y a merced de los bandeirantes; que el ejército de indios guaraníes reducidos prestaba servicios militares imprescindibles en el Río de la Plata y el sur del Paraguay, en ambas riberas del Paraná.

Debido a que los conflictos se iban agudizando en torno a los intereses comerciales de paraguayos y jesuitas; y mientras unos y otros, por medio de sus procuradores, recurrían ora a la Audiencia de Charcas, ora al Consejo de Indias, o suplicaban directamente al rey, metiéndose también a opinar, entremedio, gobernadores, obispos y regidores, en 1728 se volvió a establecer un impuesto de medio peso sobre la yerba proveniente de las misiones jesuíticas, con la calurosa protesta de los padres y la promoción de acciones para procurar su reconsideración, haciendo que la Corona se ratificase en su decisión anterior y ordenara a la Audiencia de Charcas que la haga cumplir.

Entretanto los jesuitas se quejaban, los oficiales reales de Buenos Aires informaban que aunque las partidas de yerba mate y tabaco que comerciaban los padres eran grandes, los procuradores jesuitas no las querían contabilizar ni informar sobre sus cantidades y sus compradores.

El procurador de la Compañía volvió a solicitar a Charcas que la yerba que los indios reducidos empleaban en su consumo quedase excluida de gabelas. Sin embargo, y sin perjuicio de este trámite, el provincial de la orden acudió directamente al rey pidiendo la eximición tributaria total y la devolución de lo pagado anteriormente en ese concepto.

El fiscal de la Corona aconsejó que se libere completamente de tributos a la yerba mate que los jesuitas colocaban en el mercado del Río de la Plata, pero el XII duque de Alba [24], a la sazón decano del Consejo de Estado (considerado por la Compañía de Jesús como su enemigo), se opuso a este dictamen, recordando que ni los cánones eclesiásticos ni las leyes indianas eximían a los religiosos de pagar tributos por sus actos de comercio, ni siquiera con la excusa de servir a su sustento.

Tanta disputa en torno a la yerba mate y a los beneficios que producía, junto con las demás acusaciones que, desde diversos frentes se dirigían hacia los jesuitas, provocó finalmente lo que pareció una pérdida de paciencia de la Corona, que se decidió a hacer averiguar la verdad de los hechos mediante un procedimiento veloz, para lo cual designó inspector a Juan Vázquez de Agüero, a fin de que, con instrucciones secretas y con la recopilación de todas las disposiciones vigentes, efectuara una inspección in loco y elevara un informe oficial.

Vázquez de Agüero produjo su reporte en el año 1736, refiriendo que no se podía hacer el cómputo de la producción yerbatera de estas  “por no haber más razón en aquellas oficinas que la que los Padres querían dar”.

Los obispos en general, salvo excepciones conocidas, fueron siempre muy favorables a la Compañía en sus informes. En parte se habrá debido a esto que el rey Felipe V, en 1743, dictó lo que los jesuitas dieron en llamar la “Cédula Grande”, en virtud de la cual les autorizó a continuar con el comercio en el modo en que lo venían realizando en el Río de la Plata y ciudades vinculadas y que, asimismo “no se haga novedad” en los demás privilegios y concesiones que les fueron otorgados, especialmente en lo atinente a la exoneración del diezmo por indios y tributos sobre los productos en general, así como el transporte de la yerba mate y otros productos de las reducciones en las propias embarcaciones de la Compañía, directamente a Buenos Aires, que era un privilegio que se le había dispensado ya en el año 1645.

Solicitada una aclaración desde Buenos Aires, el Consejo de Indias aconsejó al rey que “se sirva declarar que los religiosos de la Compañía de Jesús y demás eclesiásticos son libres y exentos de la contribución de la mencionada sisa impuesta sobre la yerba que llaman del Paraguay”. Se incluía en la liberalidad a los indios guaraníes y a los compradores en general.

En misiva al rey, el obispo coadjutor del Paraguay, el franciscano fray José de Palos, que tomó el partido jesuítico, refería los sucesos de la Revolución de los Comuneros asuncenos afirmando que estos habían solicitado se expulse a los padres jesuitas de sus misiones, se den sus indígenas reducidos en encomienda a los españoles, con lo cual pagarían a la Corona los tributos que esta no percibió nunca, y se les prohibiera a los religiosos la producción de yerba mate para comercialización, “lo que equivale a pretender la total ruina de la más floreciente y útil cristiandad que Su Majestad tiene en toda la América.

Proseguía el prelado su argumentación afirmando que “si se prohibiera (a los jesuitas) conducir a Buenos Aires y a Santa Fe hasta las 12.000 arrobas de yerba, que en nada perjudica al comercio de los españoles de esta provincia, por ser de otra laya muy diferente que la yerba que benefician los del Paraguay, no podrían pagar reduciendo a plata los tributos a Su Majestad ni comprar vino para el santo oficio de la misa…” [25] El mismo obispo Palos dejaba claro, en su alegato a favor de los jesuitas y en contra de los asuncenos, que “…ni aun las doctrinas de los clérigos seculares y religiosos de San Francisco han pagado jamás diezmos…

Como el tema tributario continuaba ocupando el centro del debate, pese a la derrota de los Comuneros paraguayos y a la indiscutida supremacía jesuita que siguió a este desenlace, un provincial de la Compañía consideró oportuno contraatacar con los mismos argumentos, señalando a Madrid que los misioneros contribuían efectivamente con el impuesto de un peso de plata por cada indio reducido, sin descontar los costos que el comercio de la yerba mate producía, mientras que los encomenderos paraguayos descontaban gastos de almacenamiento, transporte, mermas y comisiones de los funcionarios, con lo que, según el cálculo del provincial, los padres tributaban más que los paraguayos [26].

Sin embargo, como recelaba que el temperamento real acerca del diezmo de los indios reducidos podría estar cambiando, ofreció, en nombre de la Compañía, oblar cien pesos anuales, pagaderos en lienzo de algodón y yerba mate, por cada reducción, lo que daba un total de tres mil pesos anuales, suma que se entregaría a los obispos de Buenos Aires y Asunción, a fin de que, en adelante, se dejen de molestar “a estos miserables vasallos”, o sea, a ellos mismos; aunque con lo de “miserables vasallos” se referían, obviamente, a sus neófitos.


La guerra comercial

Más allá de lo que podría denominarse competencia comercial, en jerga económica, tema que está estupendamente agotado por los autores que se ocuparon de él, existió también lo que preferimos denominar guerra comercial, que lleva las cosas a un plano superior a lo puramente mercantil.

Es oportuno recordar aquí que existía una prohibición papal estricta acerca de que gente eclesiástica ejercieran actividades lucrativas, norma que era sistemáticamente soslayada en el Río de la Plata “por haberlo hecho costumbre la tolerancia”, según se explicaba en un informe a Roma. Obispos y frailes, superiores e inferiores, jesuitas, franciscanos, dominicos o mercedarios, como colectividad, en sociedad o por cuenta propia (los que podían), todos practicaban alguna forma de actividad comercial. El rey, atendiendo a las quejas de sus oficiales, quiso recordar esta restricción y dirigió una cédula real al obispo de Buenos Aires refrescándole la memoria: los religiosos no podían, decía, continuar dedicándose a la intermediación comercial, la importación y exportación y, mucho menos, se sobreentendía, al contrabando.

En el marco de esta disputa sobre derechos mercantiles y sus violaciones, en 1717 el procurador de la Compañía de Jesús en el Plata, Bartolomé Ximénez, elevó al Consejo de Indias un informe sobre la situación política, social y económica del Río de la Plata, en el que incluyó un extenso libelo contra las autoridades políticas, funcionarios, comerciantes y vecinos del Paraguay. Denunciaba que, siendo tan pingües los beneficios obtenidos de la exportación de yerba mate, ningún paraguayo quería dedicarse a otra cosa, abandonando el laboreo de la tierra y la fábrica de azúcar, tabaco, hilado de algodón y lienzo.

Según Ximénez, “Procuran (los gobernadores y funcionarios) al entrar en su gobierno, y aun en el discurso de él llevar (a Asunción) gruesas cantidades de ropa, paños, bayetas, lienzos y otras mercaderías y las depositan en poder de alguna persona de confianza para que las expendan, y a todos los que han de comprar pide por precio yerba del Paraguay, la cual forzosamente ha de buscar o ir a beneficiarla, y si no tiene indios para ello por no ser su encomendero, piden al gobernador se los dé en la cantidad y número que les parece, y se los concede”.

Continúa denunciando que el gobernador otorga las licencias de producción sólo a cambio de un precio en yerba, permutándola por sus mercaderías. Además, los productores deben pagar en yerba por cada indio que ocupe en la labor. De modo que los encomenderos y corregidores se vean apremiados por el gobernador y otras autoridades a entregar cada vez mayor cantidad de nativos a los productores. A esto seguía la consabida descripción de las dramáticas condiciones en que los indios eran sometidos a la producción, empacamiento y transporte de la yerba mate [27].

No obstante, el colegio que la Compañía tenía en Asunción contaba con un patrimonio superior a cualesquiera otros en la provincia, generado por estancias de ganado, producción de cuero, comercio de géneros diversos y exportación de yerba mate. Esta yerba no provenía de las reducciones sino de los montes naturales de Mbaracayú. De lo que no se tiene información específica es si la producían ellos mismos, con sus indios o sus esclavos, o la adquirían de los productores.

En 1728 visitó el Paraguay Mathías de Anglés y Gortari [28], a resultas del cual produjo un informe oficial en el que tomaba inequívoco partido por los asuncenos. Relató que “Los Padres de dicho Colegio (Jesuita, de Asunción)tienen abarcado todo, ó la mayor parte del comercio de la Provincia”. Estas porciones considerables (de yerba mate)las conducen los dichos padres en sus propias embarcaciones al Colegio de la Ciudad de Santa Fe -proseguía-, y las vende y percibe el Procurador del Oficio de Misiones, cuya administración de entrada y salida, y considerables ganancias, y manejo en cosas de puro comercio, exceden con mucha ventaja á quantas tienen á su cargo los Seculares de todo el Reyno; y también remiten los dichos Padres bastantes porciones al Colegio de la Ciudad de Buenos-Ayres, donde mantienen otro Procurador de Misiones, y todas estas quantidades las venden dichos Padres Procuradores á plata en contado; y son tan eminentes en la inteligencia de toda suerte de mercancías, tratos, compras y ventas, que dificultosamente habrá Mercader en todo el Reyno que les iguale”.

De acuerdo a cifras que Whingham recoge de otro autor, hacia el año 1734 los jesuitas exportaban casi 44 mil arrobas. Según datos de E.A.J. Maeder, la producción pasó de 25.000 arrobas anuales, en las dos décadas trascurridas entre 1660 a 1680, a 59.000 en el período 1755-1768, llegando a promediar las 140.000 entre 1781 y 1789. Garavaglia afirma que las doce mil arrobas que los jesuitas podían comercializar en el Río de la Plata, libres de impuestos -una cifra que según este autor se mantuvo inalterable hasta la expulsión de la Orden-, representaba el treinta por ciento del total en dicha plaza.

En la consideración de estos y los demás datos recogidos por los autores sobre el comercio yerbatero colonial se interpone la duda que provoca por el falseamiento de datos que se hacía con fines de evasión tributaria. De todos modos, si se buscan cifras, no hay más opción que aferrarse a los datos disponibles, porque de las numerosas denuncias de adulteración y ocultamiento de datos que se hicieron a Madrid en varias oportunidades, en aquel siglo, no se pueden extraer más que especulaciones.

Lo cierto e indubitado es que el negocio de la exportación de yerba mate sería todavía más disputado en el siglo XVIII que en el anterior, pues llegaría a ocasionar una guerra civil, la llamada y en el Paraguay bien conocida Revolución de los Comuneros, que fue el desenlace de este conflicto que, junto con otros de carácter político, llevaba ya un siglo.

Esa rivalidad comercial tenía dos frentes y tres protagonistas. Entre los protagonistas, por una parte estaban los productores asuncenos, identificados con los encomenderos; a este mismo sector se agregaban los funcionarios coloniales que, sin producir, acopiaban, intermediaban o cobraban los tributos; en la otra parte estaban los misioneros jesuitas y franciscanos (con enorme supremacía de los primeros) y los padres jesuitas del colegio de Asunción. Los dos frentes estaban constituidos por la producción, los asuncenos extrayendo el producto natural de los bosques del Mbaracayú y produciendo en el sitio yerba de palos, los jesuitas misioneros cultivando en la zona ribereña del Paraná, en ambas márgenes, dedicados principal, aunque no únicamente, al ka’a miri.

El obispo José de Palos llegó a sostener, en un informe al rey, el argumento de que ambas partes enfrentadas realmente no competían en el mercado del Plata porque los misioneros se dedicaban a proveer ka’a miri, mientras que los paraguayos lo hacían de yerba de palos, alegación mentirosa porque en las reducciones jesuíticas se producían ambos tipos de yerba mate y ambas se comercializaban[29].

Respecto a esto, Maeder refiere una instrucción del año 1769, que indicaba que el ka’a mini era preferida para la exportación al Perú y que se autorizaban una ocho mil arrobas anuales, mientras que la de palos era libre. Estas cifras, como se observa, son del momento inmediatamente posterior a la retirada de los jesuitas, que, junto con otros datos que ya citamos anteriormente, indican que la expulsión no interrumpió la producción, al contrario, esta fue aumentando en los años siguientes, sin perjuicio de la observación que hizo Gonzalo de Doblás, en 1785, acerca de que los que ocuparon las reducciones del Paraná no hicieron más que explotar las plantaciones sin cuidarlas ni reponerlas.


Técnicas de reproducción y cultivo

En cuanto al desarrollo de la técnica de germinación artificial de las semillas de yerba mate, que se dice los misioneros jesuitas descubrieron y aplicaron ya en el siglo XVII, que le habría dado tan notoria ventaja, como tuvieron, sobre el sistema de producción tradicional, no existe mucha información. Salvo Cardiel, los jesuitas no se ocupan de referir algo acerca de este tema específicamente.

En pos de mayor claridad acerca de esto, rescatamos una frase del informe de Vázquez Agüero que resulta ilustrativa: “…teniendo (los misioneros jesuitas) para el beneficio y cultivo de la caaminí plantíos en algunos pueblos donde era única la especie”. Reforzando este informe, en una carta al rey (1752), el deán del Paraguay, Antonio González de Guzmán, describiendo a las reducciones jesuíticas que debían entregarse a los portugueses en virtud del tratado de 1750, decía: “Sus planteles de los árboles llamados ‘Yerba del Paraguay’, que son como naranjos grandes y los tienen cultivados a modo de olivares a la orilla de los pueblos, a costa de mucha industria y afán por la mucha delicadeza de la planta en su plantío y en su conservación, se juzga que llega en los siete pueblos a 200.000 árboles, que valuados a cinco pesos, como se juzga que los valuará cualquiera que sepa su trabajo en el cultivo y su grande utilidad, montan 1.000.000 de pesos”.

No obstante, esta información no impulsa ni desmiente otras especulaciones, como la que hace Thomas Whigham, quien afirma (posiblemente fundado en Charlevoix, porque no cita fuentes) que inicialmente los misioneros hicieron trasplantar especies pequeñas a los campos de sus reducciones y, después, probaron extraerle la pulpa a las semillas, disponiendo estas para la siembra y germinación artificial, reduciendo el lapso más extenso que duraba el proceso natural. Si hubiese sido tan sencillo, especulamos, a los encomenderos no les hubiese sido difícil obtener idéntico resultado en zonas más próximas a sus encomiendas [30].

Más ilustrativo es el Padre Cardiel cuando relata los trámites en los que tuvo que participar para entregar la reducción de San Nicolás a los portugueses, luego de la infausta claudicación española en el tratado de San Ildefonso. Los militares hispanos que vinieron a entregar la reducción a los lusitanos, levantaron un inventario y avaluaron los bienes, entre los que Cardiel cita: “… De árboles de yerba del Paraguay, de que se contaban como cuarenta mil plantas, en dos grandes planteles o yerbales, como allí dicen, que valuaban en cinco pesos cada árbol…”; luego seguía con los algodonales y las plantaciones de melocotones.

De las descripciones de este cronista se infiere que, en las reducciones jesuíticas, el maíz, el tabaco, las leguminosas y otras especies de consumo diario se cultivaban en las huertas familiares, dentro del casco urbano o en dehesas, mientras que el algodón, el lino, la vid, la yerba mate y especies que requerían más espacio, estaban más alejados de las casas. Para cuarenta mil plantas de yerba, parece obvio que se requerían sementeras amplias, arrancadas al bosque mediante rozados.

En resumen, es posible concluir en una proposición disyuntiva: o bien la técnica de germinación artificial de la semilla de yerba mate se convirtió en un secreto seriamente cautelado por los padres misioneros, o bien, ninguno de ellos la mencionó y describió por considerar un asunto poco digno de interés. No obstante, respecto a esos cronistas jesuitas tan minuciosos, como Cardiel y Dobrizhoffer, que detallaban todo lo que observaban, cuesta admitir que simplemente lo obviaran por considerarlo un ítem intrascendente.

Pero, ¿los misioneros cultivaban mucho más que lo que recogían de los montes? ¿O lo que recogían era para producir la yerba de palos mientras que lo cultivado se destinaba a la fabricación del ka’a mini?

De esto tampoco se tiene información documental, más que alguna recogida por algunos autores en años posteriores a la expulsión. Sólo es posible efectuar inferencias a partir de datos dispersos, como las alusiones referidas un poco más atrás. Súsnik y Chase Sardi, por su parte, al considerar que había yerbales cultivados en las reducciones de Jesús, Santiago, María de Fe, Itapúa, San Ignacio Guazú, San Cosme, Trinidad, San Javier y Santos Mártires, recuerdan que, no obstante esto, los jesuitas continuaban explotando los yerbales silvestres “para disponer de ambas variantes de yerba”.

Si se observa el mapa que reproducimos en la página siguiente -levantado por Juan de Ávila, en el año 1771-, se nota que la línea de frontera norte de la Provincia del Paraguay de la Compañía de Jesús partía, al Oeste, desde la desembocadura del río Tebicuary en el Paraguay, desplazándose hacia el Este por el curso del río, hasta los 26 grados de latitud sur, y, desde allí, iba elevándose en una diagonal hasta un poco más al norte del río Monday, para torcer hacia Oriente yendo a cruzar el río Paraná a 25 grados de latitud sur, es decir, un tanto más abajo de Saltos del Guairá.

Lo más interesante de este mapa es que señala los yerbales jesuíticos con las manchas que están bien visibles en el plano. En la margen derecha del río Paraná no había yerbales en Itapúa sino solamente en Alto Paraná y Canindeyú, lo que nos lleva a concluir que los plantíos yerbateros se ubicaban en las orillas de los grandes bosques cercanos a las reducciones, en ambas orillas del Paraná; pero, simultáneamente, los jesuitas explotaban los yerbales naturales que caían dentro del territorio de su provincia. Podría inferirse, asimismo, que por la índole de las exigencias del tratamiento del producto, la yerba de palos se producía en los montes y el ka’a mini en las reducciones. Esto, al menos, en principio; y salvo excepciones, seguramente.

El período posterior a la expulsión de los jesuitas del Paraguay está muy bien estudiada y analizada por muchos investigadores, quienes suelen coincidir en una serie de fenómenos concomitantes, como la drástica reducción de la población guaraní en las antiguas misiones, asimismo, la de la producción agropecuaria en general y la crisis administrativa generada por mala gestión, negligencia y venalidad de quienes tomaron a su cargo los pueblos de las misiones. La libertad comercial decretada por la gobernación de Buenos Aires, en 1770, no incluyó a los guaraníes, pues a estos se los consideraba incapaces de hecho, así que se les designó administradores generales, funcionarios que recibirían el diez por ciento de las operaciones mercantiles.

De todo lo expuesto cabe inferir, en síntesis, que la yerba mate no tuvo realmente posibilidades de proyectarse a Europa y pasar a integrar el vasto mercado de productos exóticos que hacían fortuna en ella, durante aquellos años. Si esto fue bueno o malo para los habitantes del Paraguay, es algo que debe determinarse mejor a la luz de las experiencias similares que abundaron en varias regiones de América y de las consecuencias que tuvieron en ellas. Lo cierto es que, según cifras actuales, el Brasil es el máximo productor delílex (casi la mitad de la producción total), seguido de Argentina, mientras que Paraguay contribuye solamente con el cinco por ciento de ella.

Este es el resultado de muchos factores, pero las fibras de su raíz más gruesa y profunda constituyen: la pérdida de los territorios del Mbaracayú a manos lusitanas, la expulsión de los jesuitas, la pésima administración que les sucedió en las antiguas misiones, así como los otros factores tan frecuentemente citados y lamentados en todo texto de historia social y económica que se haya escrito acerca de este país.



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[1]Medida antigua de líquidos en España, equivalente a dos litros.

[2]“Formar coro” es como se llamaba entonces a grupos de personas reunidas para hacer algo en común, como conversar o entretenerse; en este caso era fumar.

[3]León Pinelo distingue cuatro clases de ayuno: el espiritual, como abstinencia de vicios y pecados; el moral o abstinencia de comidas y bebidas; el ayuno natural, la requerida para la comunión; y el ayuno eclesiástico, el guardado en los días indicados por los preceptos eclesiásticos o practicados por votos particulares.

[4]Menciona los siguientes componentes: cafeína, de 0,2 a 2%; ácido clorogénico: de 10 a 16%; catecoles de teobromina.

[5]Los que se usan como recipiente son de la especie Lagenaria siceraria, que se presume vinieron a este continente con los primeros migrantes asiáticos. Del purungo, en araucano, se pasó a porongo, adoptado por el español sudamericano. Los peruanos llamaban poto al porongopequeño, del mismo tamaño que el empleado para matear. A uno de tamaño mayor en Perú se lo conoce por chucula. En Colombia, Venezuela y Panamá llaman totuma o tapara. En Brasil, pixidio; y así sucesivamente.

[6]No deja de ser llamativo que Ruidíaz de Guzmán, por ejemplo, no haya dado cuenta del empleo de la yerba mate, habiendo hecho una detallada descripción de lo que sembraban y consumían los guaraníes del Guairá, por ejemplo. En la época que escribió su obra ya se expandía el hábito entre los conquistadores y mestizos.

[7]Memorial del Procurador Miguel de La Madrid.

[8]No difieren estos comentarios en casi nada, dicho sea de paso, de las que ciertos informes y crónica hacían, en otras partes de América y en Europa, en relación a la coca, al tabaco, al chocolate, el cha y las bebidas alcohólicas obtenidas de la fermentación de frutas y raíces, como señaló Garavaglia en su obra mencionada.

[9]Carta a S.M. Año 1618.

[10]Primer gobernador de la Provincia del Río de la Plata después de la división operada cinco años antes.

[11]Del Techo refiere que el Gobernador Martín Ledesma tuvo la intención de someter a los indios reducidos del Paraná a la autoridad de Asunción con la “cantinela” de que fueron los españoles quienes primero los conquistaron. Cardiel se quejaba de que apenas los jesuitas formaban una reducción, juntaban algún ganado y formaban sementeras y ya aparecían “los españoles de Asunción” a reclamar esas tierras en su condición de “descendientes de conquistadores”. Nada muy diferente a los actuales reclamos que pretenden basarse en los “derechos originarios”.

[12]Lozano se refería al procedimiento de extracción del producto de sus bosques naturales, según era practicada por los encomenderos, no a la bebida o al aprovechamiento medicinal.

[13]Mencionado por J.C. Garavaglia en su obra citada.

[14]J. C. Garavaglia agrega un dato interesante: que el cardenal actuaba por incitación de un jesuita, Diego Torres, que clamaba por la condenación del consumo de yerba mate, obteniendo, el prelado, un dictamen complaciente de un médico influyente, el milanés, Jacopus Antonius, que “certificó” que la hierba era demoníaca.

[15]En La Conquista Espiritual del Paraguay.

[16]No obstante, Doblás refiere que muchos los guaraníes reducidos, pese a que tenían a su disposición los cultivos en sus reducciones, preferían ir a recoger a los montes que les eran cercanos y desde donde transportaban fácilmente por los ríos que abundaban en ambas riberas del Paraná. Era, posiblemente, por la persistente tentación de retornar a la vida silvícola.

[17]Veinticuatroaños después (1669), desde Madrid se advertía al provincial jesuita del Paraguay de que estaba enterada de los excesos que los padres estaban cometiendo en el comercio yerbatero.

[18]Equivalente a un tercio del diezmo.

[19]Cf. Real Cédula al Gobernador del Río de la Plata, del 17 de julio de 1684.

[20]En la obra de Garavaglia hay abundante información sobre las cantidades y precios de la yerba mate en el tráfico regional, a lo largo de los siglos XVII y XVIII.

[21]Esta reacción sobrevino por un caso de introducción de géneros al puerto, lo que se habría cometido en una hacienda que la Compañía poseía a 10 o 12 leguas de la ciudad.

[22]El real de plata, que entonces era la moneda más utilizada en el Río de la Plata, se dividía en ocho pesos. Estos montos se habían sugerido desde Buenos Aires al rey, en 1664.

[23]En 1755, un recaudador bonaerense escribía al rey quejándose de que los jesuitas no oblaban el impuesto a la yerba que enviaban al Perú y Chile, advirtiendo que, si no se les obligaba eficazmente, tendría que desistir del contrato de recaudación.

[24]Fernando de Silva y Álvarez de Toledo. Manifestó que si el monarca quisiese otorgarles a los jesuitas una gracia, que quedara claro que era por efecto de su piedad y no por justicia; y que “conviene evitar este ejemplo”.

[25]Lo alegado acerca de la falta de competencia en el comercio yerbatero, se basaba en el supuesto de que ambas partes vendían variedades distintas del producto, como se verá más adelante.

[26]De paso, recordó el provincial Nusdorffer al rey, que la Compañía solventó el ejército de 6.000 guaraníes que combatió contra los Comuneros, sin pedir reembolso.

[27]Hay varias descripciones del proceso de producción en los yerbales. Garavaglia arma un seguimiento completo.

[28]Corregidor de Potosí, comisionado por el Virrey del Perú, Marqués de Castelfuerte, en calidad de juez investigador de las denuncias relativas a la actuación de José de Antequera.

[29]El ka’a miriera un tipo de yerba más procesada que la yerba de palos, y valía el doble porque era preferida en los mercados andinos.

[30]“De ella (la yerba) han hecho plantaciones por todas partes (…) He dicho que se tomaron sus primeras plantas de la comarca de Maracayú, donde se cría la mejor clase de hierba; y no han degenerado sensiblemente en las Reducciones”, es lo que dice, resumidamente, Charlevoix.

 

 

 

 

 

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