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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  HISTORIA DE LAMBARÉ - DESDE LA COLONIA HASTA EL MUNICIPIO - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Año 2009


HISTORIA DE LAMBARÉ - DESDE LA COLONIA HASTA EL MUNICIPIO - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Año 2009

HISTORIA DE LAMBARÉ

DESDE LA COLONIA HASTA EL MUNICIPIO

Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

Asunción, 2009



 

Los hombres que están perfectamente convencidos de la exactitud de sus opiniones no se toman jamás la molestia de examinar las bases sobre las cuales esas opiniones están erigidas. Ellos siempre echan una mirada de asombro, seguida de horror, sobre las ideas contrarias a aquellas que recibieron en herencia de sus padres.

Aquellos que no tienen conciencia de las tinieblas no buscan jamás la luz.

                                                            Henry Thomas Buckle

(En su “Historia de la Civilización en Inglaterra”)




ÍNDICE

                                              

                                                                                                      

INTRODUCCIÓN

1.  NOTICIA Y ADVERTENCIAS PRELIMINARES

2.  LLEGADA DE LOS CONQUISTADORES A LAMBARÉ. CRÓNICA, VERSIONES, ERRORES Y LEYENDAS

3.  EMPLAZAMIENTO DEL POBLADO INDÍGENA DE LAMBARÉ. LAS CONFUSIONES DE SCHMIDL    

4. LAMBARÉ NO FIGURA ENTRE LOS PUEBLOS ALEDAÑOS A ASUNCIÓN EN LA ÉPOCA COLONIAL

5. EL NOMBRE “LAMBARÉ”                                                                        

6.  EL MITO DEL CACIQUE LAMBARÉ. UN DOCUMENTO APÓCRIFO. HÉROES OLVIDADOS     

7.  EVOLUCIÓN DE LA ZONA DURANTE LA COLONIA                                    

8.  EVOLUCIÓN DE LA ZONA DESDE LA INDEPENDENCIA

9. LA ESCISIÓN DE LAMBARÉ Y CREACIÓN DEL MUNICIPIO

10.  EL CERRO LAMBARÉ Y EL BARRIO ITÁ ENRAMADA

11.  LÍMITES TERRITORIALES, CONFLICTOS JURÍDICOS Y MANIOBRAS POLÍTICAS

12.  PROGNOSIS        










INTRODUCCIÓN



La historia del Paraguay sufre distorsiones, olvidos, errores, falsedades e interpretaciones ideológicas tanto como padecen las demás; con el impulso adicional que le proporciona la melancólica oscuridad y desaprensivo desorden que imperan en nuestros desmantelados archivos y en nuestra debilitada memoria colectiva.

Cuanto más nos alejamos de la actualidad mayor es el campo raso, las lagunas y las vacantes documentales, microambiente ideal para la proliferación del engaño o de la fantasía, de embustes intencionados e interesados, de fantasía ingenua, prejuiciosa o simplemente romántica, que a veces no son más que recursos de escritores embanderados y militantes, desesperados por la carencia o la mezquindad de la información, impacientes por negársele el dato anhelado y fundamental, frustrados por no hallar la prueba irrefutable que le otorgue el laurel definitivo a sus hipótesis preestablecidas, al mito que deben sostener a toda costa o a la doctrina que tienen el compromiso de proteger o divulgar.

La idea de investigar acerca de la antigua zona, luego dehesas, después barrio asunceno y hoy municipio de Lambaré, estuvo siempre en mi ánimo y disposición, ligada a mi interés por la historia de Asunción. Ningún espacio físico, ningún recodo de la Geografía tuvo tanta relevancia en el nacimiento de Asunción como Lambaré, la puerta de entrada de la colonización, escenario del contacto primigenio y germinal hispano guaraní, probeta de ensayo de sus primeros acuerdos, hotel ecológico de sus primeros abrazos.

De la Lambaré prehispánica no se dispone de más conocimientos que los que se tienen de la región dominada por el pueblo karió; intentar ir más atrás implicaría penetrar en el ámbito insondable de la especulación histórica, donde no rige más regla que la buena fe. Pero sí podemos preguntar: ¿Cuáles eran sus límites? ¿Había población estable en ella? ¿Era el pueblo karió de Lambaré el mismo que el de Loma Cavará, donde se fundó Asunción? (Esta es la hipótesis de los historiadores Nocetti y Mir; Cf. Op. Cit. Pág. 29) ¿Los que enfrentaron a Ayolas fueron los mismos indígenas que luego edificaron la casa fuerte “Nuestra Señora de la Asunción, en 1537?”.

Estas y otras cuestiones similares intentaré responder en este ensayo sin permitirme mayores especulaciones que las que razonablemente puedan inferirse de los datos ciertos aportados por los cronistas y protagonistas. Y salvo que algún afortunado estudio arqueológico descubra evidencias hasta ahora ocultas, cabe suponer que hoy día nadie dispone ni dispondrá ya de más información que la que aportaron esas personas.

Pero no me detendré en los orígenes sino que intentaré recorrer estos casi quinientos años que median entre aquellos acontecimientos y los actuales, observando, releyendo, interpretando y recuperando elementos de juicio, erguido sobre documentación verificable, sin apartarme un milímetro de ella, sin incurrir en la comodidad de la falacia de la apelación a la autoridad, que parece responder las preguntas más difíciles con tantas facilidad pero, al mismo tiempo, que tanta falsedad deja infiltrar.

Declaro solemnemente mantener permanentemente presente, como una advertencia a la que debo ceñirme en todo momento, las palabras de Enrique de Gandía vertidas en el prólogo de la obra de Ruidíaz de Guzmán, al relatarnos que “’La Argentina’ fue desdeñada cuando la manía del documento inédito entró a trastornar los cerebros de nuestros jóvenes investigadores (...) la manía del documento ha hecho más daño entre nosotros que aquella otra enfermedad de quienes pretendían hacer historia sin otras fuentes que los cronistas y los recuerdos de su casa. El cultivo del documento ha alejado al estudioso de la verdadera alma de la historia.”

Por eso respeto las versiones y opiniones de los historiadores que me precedieron, aunque tomándolas con las precauciones que son saludablemente aconsejadas por la metodología científica, vale decir, no creo en ellas ni las dejo intactas solamente porque las heredé, como denuncia Buckle. Soslayo lo que me parece gratuito, refuto lo erróneo o exagerado, no con una opinión adversa sino con una argumentación contraria, susceptible de ser invalidada con idéntico procedimiento. No arriesgo inferencias que no estén sustentadas por premisas verificadas; procuro mantenerme apartado de toda pasión, de todo partido, persuadido de que no hay otra manera de sostener la objetividad que con esta receta antigua y respetada, indispensable e inmejorable.

Vale decir, declaro mi concordancia precisa con el historiador Timeo: “la mayor falta que puede cometer un historiador es la mentira, y que los historiadores convencidos de impostura pueden escoger para sus obras cualquier otro título, menos el de historias”. A lo que su ilustre colega y compatriota griego Polibio agrega: “Estamos de acuerdo; pero advierto que existe una gran diferencia entre la infidelidad cometida por ignorancia y la voluntaria; digna aquella de perdón, debe ser corregida con indulgencia; ésta, al contrario es acreedora a justa e inexcusable censura…” (Libro XII Frag. XVIII).


G.L.R.

      2009


 



1.  NOTICIA Y ADVERTENCIAS PRELIMINARES

Los cronistas a quienes en este trabajo consideramos fuentes privilegiadas de información son Ulrico Schmidl, Juan de Salazar, Gonzalo de Mendoza, Domingo Martínez de Irala, Álvar Núñez Cabeza de Vaca y Ruidíaz de Guzmán. De ellos, los cuatro primeros fueron partícipes de los acontecimientos iniciales, recorrieron los lugares que nos interesan y relataron sus experiencias en distintos momentos de su vida.

Juan de Salazar, Gonzalo de Mendoza y Domingo Martínez de Irala lo hicieron pocos años después, estando aun viviendo los primeros acontecimientos de la gesta conquistadora. Ulrico Schmidl redactó los manuscritos que daban cuenta de sus extraordinarias peripecias estando ya de retorno, en su tierra natal, treinta años después de haberlas vivido, cuando el tiempo y la distancia desdibujan los recuerdos, silencian sonidos, mudan lugares y equivocan nombres, ora exagerando cifras, circunstancias o consecuencias, ora soslayándolas, distorsiones que forzosamente inducen a sus lectores a dudar de la veracidad de su testimonio o, directamente, a descalificar sus observaciones, juicios, datos y nombres trastocados debido, se asevera, a la pérdida natural de memoria, a su tendencia a intentar pasmar a sus lectores europeos relatando hechos fantásticos, anotándose además su deficiente comprensión y manejo de las lenguas -castellano y guaraní- de los principales protagonistas [1].

En cuanto a don Álvar Núñez Cabeza de Vaca, no presenció aquellos primeros sucesos pero estuvo en Asunción desde 1542 a 1544, vale decir, muy poco después. Escribió su “Naufragios y Comentarios” luego de unos quince años.

Ruidíaz de Guzmán, nieto de Irala, publicó su obra “La Argentina” en 1612; lo consideramos cronista de época porque presumimos que habrá recibido información de primera mano.

Apresurémonos a destacar aquí que ninguno de los nombrados, con excepción de Schmidl  menciona algún lugar que se conociera por Lambaré ni con voz parecida, como tampoco a ningún cacique de ese lugar, con ése o con otro nombre. Más adelante consideraremos en detalle la posible génesis del toponímico.

Manejando los textos de Ulrico Schmidl -el único, pues, que utiliza la palabra Lambaré [2 para referirse al primer lugar donde desembarcó Ayolas y su hueste-, el investigador actual se encuentra con dos problemas graves, suficientemente destacados y criticados por los que ya lo intentaron anteriormente: las lagunas de memoria de tiempos ya muy lejanos para el cronista bávaro, y el lenguaje descuidado, además de los dos códices diferentes que dieron origen a las ediciones (Munchen y Sttutgart) y la diversidad de traducciones de ambas.

Este último defecto -por cierto corregible- crea dificultades adicionales. Por ejemplo, donde Schmidl afirma “Auch haben wier Jeren fleckhen oder statt von diessen karioβ gefunden An Einem hohen Lanndt an dem wasser paraboe…”,  la edición de Napa, con traducción de E. Wernicke, interpreta por “(También) hemos hallado su localidad o asiento de estos Carios sobre un terreno alto sobre el río Paraguay” . Mientras que la edición traducida por Klaus Wagner dice: “…y sus poblados y ciudades se encuentran en parajes altos, cerca del río Paraguay[3]. La diferencia entre ambas traducciones es obvia, pues mientras en la primera se habla de una población en particular, en la segunda se refiere a la generalidad. ¿Se refería el cronista a uno, a varios o a todos los poblados karió que observó? ¿Anotaba la característica de uno en particular, o daba la nota de una modalidad urbana?

Schmidl confunde también al referirse a los karió que él conoció y a los demás pueblos guaraní sin distinguirlos; por eso afirma que “estos Carios habitan una tierra grande y dilatada de cerca de trescientas leguas de largo y de ancho[4]. La enorme dimensión del territorio calculado evidencia que el cronista descuidadamente llama “Carios” a todos los pueblos guaraní que él estimaba vivían en esa amplia zona [5].

Los historiadores posteriores, al referirse a los acontecimientos iniciales de la fundación del Paraguay toman sus datos de alguno, algunos o de todos los cronistas mencionados, así como de los documentos, relaciones, requerimientos [6], declaraciones testificales y misivas producidos por los primeros conquistadores. Antonio Vázquez de Espinosa, sacerdote carmelita que visitó Paraguay entre 1610 y 1620, menciona los pueblos de Itá, Yaguarón, Altos, Tobatí, Tuyabacobá, Yuty y Guarambaré [7].

Los jesuitas que escribieron en el siglo XVIII también desconocen o no mencionan el nombre Lambaré, con excepción del padre Guevara, que hacia 1766 escribe una historia del Paraguay repitiendo, en el punto que nos ocupa, el relato de Schmidl, aunque introduciendo dos nuevos personajes: Lambaré y Yanduazubí, “caciques guaranis y señores del territorio en cuyos cantones después se levantó la ciudad de la Asunción[8]. De las equivocaciones e inconvenientes que se atribuyen a la obra del P. Guevara nos ocuparemos más adelante.


2.  LLEGADA DE LOS CONQUISTADORES A LAMBARÉ. CRÓNICA, VERSIONES, ERRORES Y LEYENDAS

Navegante avezado, de escuela, familia y prosapia marítima, el genovés Sebastián Gaboto fue el primero en llegar a la desembocadura del río “que llaman los de aquella tierra Aguaray; los chiriguanos de la cordillera le dicen Itia, y los indios del Perú Pilcomayo[9]. Diez años después llegó el segundo visitante: don  Juan de Ayolas. Fueron los primeros europeos en poner pie en el lugar que después llamaron La Frontera, y la tierra que le continuaba hacia septentrión. El primero explorando y el segundo ocupando en nombre de Su Majestad Carlos I; pero ninguno de ambos fundó pueblo alguno en ese tramo de ribera fluvial izquierda que hoy pertenece a los municipios de Villeta, San Antonio, Villa Elisa, Lambaré y al barrio asunceno de Itá Enramada.

Los ataques que sufrieran los navegantes de Gaboto y los bergantines de Mendoza que comandaba Ayolas, de parte de agaces y guaicurú, provinieron de pequeñas flotas de canoas que acechaban agazapadas entre la maleza ribereña. Debido a este peligro, precisamente, ningún pueblo guaraní arriesgaba ubicar su tey-í en la ribera del río Paraguay, quedando así en exposición pública y a merced de los chaqueños.

Al desembarcar la expedición de Juan de Ayolas a la zona donde dominaban los karió -en algún punto indeterminado entre las actuales Puerto Pabla y Yukyty (es decir antes o después del cerro Lambaré), los nativos estaban esperándolos. Se hicieron ver y, según relata Schmidl -único cronista del suceso-, rogaron a los españoles retornaran a sus barcos ofreciéndoles alimentos por recompensa. Según el relato y un dibujo del cronista, habían erigido algunos obstáculos para un eventual enfrentamiento (contra ellos o contra sus enemigos chaqueños) que el cronista bávaro describe como una especie de empalizada de palmas y una trinchera con palos de punta filosa [10].

A partir de este relato se fue divulgando la leyenda de que entre la hueste de Ayolas y los karió se entabló en Lambaré una gran batalla, en la que los indígenas, al mando del cacique Lambaré, opusieron valerosa resistencia hasta ser inevitablemente vencidos por la superioridad bélica de los europeos. Además de no existir otra crónica de tales sucesos que avale semejante versión, parece obvio que, si así hubieran ocurrido las cosas, entonces todos los protagonistas anteriormente mencionados habrían consignado tan memorable suceso en sus misivas, atendiendo al hecho conocido de que cada uno se esforzaba por incrementar su propia valía y el servicio que prestaban a Su Majestad [11].

El único que describe hechos que podrían haber dado origen al mito de la “gran batalla de Lambaré” es Ulrico Schmidl: “…cuando estuvimos cerca de ellos hicimos estallar entonces nuestros arcabuces. Cuando ellos oyeron nuestras armas y vieron que su gente caía al suelo y no veían ni bala ni flecha alguna salvo un agujero en el cuerpo, entonces no pudieron permanecer más y huyeron de ahí y se cayeron los unos sobre los otros como perros y se fueron a su pueblo[12].

El cronista titula su Relato 21De la ciudad de Lambaré y cómo fue asediada y conquistada”. En vez de “ciudad”, que es como el traductor K. Wagner interpreta el vocablo fleckhen empleado por el cronista, E. Wernicke interpreta como “localidad”, una diferencia que debe tomarse en cuenta, pues esta última palabra expresaría más fielmente lo que vio el relator. No obstante, los mismos traductores alternan el término ciudad con otros como pueblo, población, localidad, cuando que, en realidad, no eran sinónimos en aquella época como no lo son hoy [13].

Schmidl narra cómo, después de producido el desbande karió, Ayolas decidió asediar el poblado de los vencidos, que se hallaba distante del lugar del primer encuentro (como se lee en el final resaltado del último párrafo transcripto), según era, desde luego, táctica habitual, tanto de los indígenas como de los europeos, pues ninguno arriesgaba sus familias y casas planteando un combate en medio de ellas.

Ese asedio duró tres días, que según la crónica no fueron de batalla sino de cabildeos acerca de los términos de la rendición exigida a los nativos. En la confrontación inicial y en las “escaramuzas” (según palabra empleada por el cronista) que se sucedieron entre uno y otro bando durante dos o tres días, cuenta Schmidl que murieron dieciséis españoles, una cantidad francamente indigna de una “gran batalla”.

Por lo demás, ninguno de los demás integrantes de la expedición de Ayolas -varios de ellos posteriormente protagonistas de la fundación de la colonia asuncena- participaron o fueron testigos visuales de esa confrontación, mas ninguno la recuerda en sus cartas y deposiciones, ni  mencionan pueblo ni fortaleza indígena alguna de carácter permanente en las tierras ribereñas situadas al sur del emplazamiento de Asunción, omisión muy ilustrativa cuyos efectos nos llevan al tratamiento del siguiente punto.


3.  EMPLAZAMIENTO DEL POBLADO INDÍGENA DE LAMBARÉ. LAS CONFUSIONES DE SCHMIDL

De que los karió estaban informados de la llegada de los conquistadores y los aguardaban para negociar su alejamiento o presentarles batalla puede inferirse del hecho de que montaran sus defensas (las que dibuja Schmidl) donde supusieron que desembarcarían, escogiendo seguramente el lugar de la costa que era más apropiado para hacerlo. Como otros, ese sitio quedó indeterminado; por la crónica sólo sabemos que se hallaba alejado del caserío karió, porque si bien Schmidl afirma que el poblado se situaba “sobre un terreno alto sobre el río Paraguay. Y la localidad llamada en tiempos anteriores, en su idioma indio, Lambaré[14], no indica en qué lugar de la ribera que ellos dominaban pudo estar, omisión que solamente deja como alternativa la inferencia lógica, la deducción de otros asertos y la analogía con situaciones similares.

Sólo si se soslaya la clara e inequívoca precisión que hace Schmidl acerca de que se trataba de una altura sobre el río Paraguay -que detalla en su dibujo número siete [15]-, podrían considerarse otras localizaciones alternativas. Mas si se respeta estrictamente la versión del cronista (que en este punto no tenía motivos que le indujeran a confusión), no cabe más que suponer que ese poblado karió estaba efectivamente asentado en algún punto elevado, sobre la ribera, entre Puerto Pabla y la actual bahía de Asunción.

Siguiendo esta línea de informaciones, planteamos como hipótesis que en toda la extensión de la ribera fluvial de la región lambareña no habría habido poblados indígenas. Se trataría de un espacio ciertamente recorrido y vigilado pero no habitado. Al sitio donde acababan los dominios lambareños de los karió y comenzaba el de los indígenas guaraní habitantes de la actual Guarambaré (llamados caraivé por algunos autores), los conquistadores españoles denominaron La Frontera, por el motivo que Ruidíaz de Guzmán lo explica: "por ser los límites de  los Guaraníes indios de aquella tierra, y término de las otras naciones" [16]. El dominio efectivo de los españoles al momento de fundarse Asunción -como coincidía con el territorio de los karió- llegaba también, por el mismo motivo, hasta esa “Frontera” [17].

De modo que la zona segura para toda población permanente comenzaba recién en las tierras altas protegidas por los bañados de Tacumbú. Precisamente esas tierras fueron otorgadas en tenencia y luego en encomienda a Juan de Salazar, quien vivió allí hasta su muerte. Más al sur de Tacumbú, en Yukyty y Lambaré, nadie pidió ni recibió encomienda inicialmente, lo que constituye, a nuestra manera de entender, otra prueba concluyente de que allí no había poblaciones indígenas.

En efecto, si consideramos tramo por tramo, deducimos que si la casa fuerte se edificaba entre Puerto Pabla y el cerro Lambaré hubiera desafiado el riesgo del área de inseguridad -circunstancia ya destacada por el cronista- y hubiera quedado convertida en presa extremadamente fácil para las incursiones depredadoras de los chaqueños.

No conociéndose antecedentes de poblados guaraní en la ribera fluvial -por el motivo de seguridad expuesto anteriormente y porque el mismo Schmidl informa así-  solamente cabe especular que el tey’í de los karió que enfrentaron a Ayolas estaría en un lugar alto, alejado de la ribera fluvial y del peligro que merodeaba en ella: los movedizos, audaces, belicosos e implacables indígenas pámpidos chaqueños [18].

Es preciso tener en cuenta que un tey’í se integraba con una o dos tava, cada una de estas casas comunitarias estaba habitada por aproximadamente cien familias; vale decir, de acuerdo a cálculos de Susnik [19], sumaban unas seiscientas personas, de las cuales a lo sumo ciento cincuenta serían varones en edad de combatir. Pero Schmidl relata que en la batalla de Lambaré se enfrentaron cuatro mil combatientes karió contra trescientos españoles. Si el cronista no exagera, estas cifras no explican cómo cuatro mil combatientes salieron del mismo poblado. Con las cifras de Schmidl, de acuerdo a nuestras estimaciones, basándome a mi vez en las de Susnik, para que hubiesen combatido cuatro mil karió en esa batalla, tuvieron que haberse coaligado al menos 27 tey’í que aportaran cada uno 150 combatientes. Esto hubiera requerido una alianza entre veintisiete caciques dominadores de un área aproximada de 1.300 kilómetros cuadrados, si fuera una circunferencia, y más aun, si fuera un polígono irregular cualquiera.

Tampoco se comprende, y menos aun se explica, que los karió de Lambaré hayan hecho esfuerzos tan gigantescos para conformar un ejército desusadamente nutrido para enfrentar a un contingente de 360 navegantes exhaustos, hambrientos y aparentemente pacíficos, que ascendían penosamente por el río Paraguay, algunos navegando, otros caminando por la ribera izquierda, cuyo destino final se desconocía y que no deseaban guerrear ni conquistar la tierra sino obtener comida para proseguir el viaje.

Por el contrario, la primera actitud de los karió hacia los expedicionarios fue claramente amistosa; les auxiliaron proveyéndoles bastimentos y atenciones solícitas. Fue cuando Ayolas decidió quedarse en el lugar y ordenó desembarcar cuando se produjo el conflicto seguido de enfrentamiento. Los karió no estaban preparados para una batalla pero tuvieron que plantearla ante la emergencia de ser invadidos por quienes consideraban nada más que exploradores de paso. La “batalla de Lambaré”, como ostentosamente la denomina Schmidl tuvo pues que ser realmente lo que en otra parte de su crónica llama, esta vez adecuadamente, simplemente una escaramuza.

Todo parece indicar, pues, que Schmidl exagera, multiplica varias veces el tamaño real de las huestes karió para lograr lo que se propone a lo largo de su relato: impresionar al lector europeo. Una batalla de trescientos contra cuatro mil era, sin duda alguna, homérica. Si se considera que los tercios españoles de Carlos V que entraron a saco en Roma el 6 de mayo de 1527 eran unos cinco mil, o que los lansquenetes alemanes de Güeldrés comandados por Suffolk en la batalla de Pavía (24-02-1525), sumaban unos 4.000 -por citar tan solo dos grandes acontecimientos bélicos de los que Schmidl tuvo noticias antes de lanzarse a su aventura americana-, su valor de soldado en combate habría sido tenido entre sus lectores por extraordinario.

Ahora, buscando el “terreno alto sobre el río Paraguay” donde se ubicaba el poblado de los lambareños, de acuerdo a la versión del cronista bávaro, según se observe el terreno desde Puerto Pabla hasta la actual bahía de Asunción no existen casi elevaciones sobre la ribera fluvial, con excepción de los cerros Lambaré y Tacumbú, demasiado prominentes ya para convenir a las condiciones de la edificación y dinámica cotidiana de un poblado. Luego viene Itá Pytá Punta (carente de acceso practicable al río) y, finalmente, las lomas de San Gerónimo y Cavará y las barrancas del actual centro asunceno. Dentro del espacio geográfico señalado, éste sería el punto geográfico más alejado de los enemigos chaqueños y, por consiguiente, el más apto para que tal poblado medrase.

Si se toman como referencia los nombres de los caciques que mencionan los documentos de la época, habría unos cinco o seis tey’í de la familia karió-guaraní en el área circundante a Asunción. Uno de ellos podría haber estado ubicado donde se halla actualmente el casco urbano antiguo de Lambaré, por ejemplo; o en algunas de las demás colinas que circundan el centro asunceno; pero, en esos casos, ninguno de ellos sería aquél al cual se refiere el cronista, por no estar sobre el río o cercano a él.

Ulrico Schmidl recuerda también que “Después (del armisticio), los carios tuvieron que edificar para nosotros una casa grande de piedra, tierra y madera para que, si con el tiempo sucediese que se rebelasen, los cristianos tuviésemos un refugio y pudiésemos defendernos y protegernos[20]. No establece el lugar; ni siquiera lo deja entrever; aunque se supone que el sitio escogido forzosamente debió estar cercano al poblado karió que los europeos ocuparon después del combate y el cual debía proveer la mano de obra, porque otra solución no se avendría con la lógica de la situación o no sería práctica ni conducente al objetivo declarado. Si el poblado conquistado por las huestes de Ayolas estaba en la Lambaré actual y la casa fuerte se edificó a siete kilómetros de distancia (en Loma Cavará), no se explicaría ni se entendería la estrecha relación de vecindad que debió anudarse entre los vencedores y los vencidos, pues estos últimos debían cazar y cultivar para alimentar a aquellos, además de tener que edificar sus chozas, prestarles servicios domésticos y acompañarlos en las excursiones guerreras y entradas.

Concluyendo pues: el combate de Lambaré al que se refiere Schmidl pudo haber sucedido en cualquier punto de la ribera fluvial que se extiende desde Puerto Pabla hasta la actual bahía asuncena; mas, para asentar la casa fuerte debió escogerse un emplazamiento vecino del indígena preexistente, en el actual centro histórico de Asunción, posiblemente Loma Cavará [21], que la mayoría de los autores se inclina a indicar como lugar de fundación, siguiendo la descripción de las crónicas. Siguiendo esta línea de razonamiento, la “batalla de Lambaré” debió producirse en la bahía de Asunción, y el poblado karió al que se refiere Schmidl debió estar en las inmediaciones.

Con respecto a las fechas se producen confusiones, al igual que con el empleo del verbo tomar. Por ejemplo, donde Schmidl dice “Tomamos este lugar el Día de Nuestra Señora de la Asunción”, da pie para que el investigador Vicente Pistilli interprete que tal fecha fue la de la batalla y toma militar del sitio, sin considerar que, en realidad, tan admisible como eso es que el cronista se haya referido al acto simbólico o toma oficial del lugar mediante el acto formal de dar por iniciados los trabajos de la casa fuerte “Nuestra Señora de la Asunción”, tal como relatan Juan de Salazar y Gonzalo de Mendoza en sus respectivas declaración y probanzas y lo confirma una carta del presbítero Andrada al Consejo de Indias [22].

Por lo demás, hay que tener en cuenta que el cronista bávaro habla en primera persona cuando dice “tomamos este lugar…” aferrado a su estilo narrativo de hablar en primer persona, aunque en realidad él estaba con Irala en el puerto de Candelaria cuando Salazar, Gonzalo de Mendoza y los demás conquistadores que los acompañaban cumplieron las instrucciones originarias [23].

Porque consta -esto sí bien documentado- que tal casa fuerte estuvo prevista en la capitulación de Pedro de Mendoza con el Emperador, que su asiento y construcción fue decidida por Juan de Ayolas y encargada su ejecución a Domingo Martínez de Irala, pero ejecutada finalmente por Juan de Salazar y Gonzalo de Mendoza, siguiendo la orden recibida de su superior jerárquico, Irala, a la sazón lugarteniente de Ayolas. La casa fuerte edificada por los indígenas y españoles, seguramente bajo la dirección técnica de los capitanes, siendo concluida y tomada, o recibida oficialmente, por Salazar, Mendoza y las demás personas de cierta jerarquía que los acompañaban en el acto. Todo esto sucedió ocho meses después de serles comunicadas la decisión de Ayolas de asentar casa en ese lugar y la disposición de ejecutarla que correspondió a Irala [24].

La hipótesis del investigador Pistilli consiste en aseverar que hubo dos construcciones y dos fortalezas, una dispuesta por Ayolas, ejecutada y acabada en el mes de enero de 1537, y otra ejecutada por Juan de Salazar, iniciada en agosto de ese mismo año. La primera fue asentada con la invocación a la Virgen de la Asunción por haber sido la fecha en que se decidió la rendición de los karió, el 18 de enero según el rito galicano por el cual se regía Schmidl, según afirma Pistilli. ­­La segunda se realizó el día 15 del siguiente mes de agosto, también conmemoración de la Virgen de la Asunción, según el calendario de rito romano, coincidencia que resulta extremadamente rara, considerando el devenir de los acontecimientos y, sobre todo, la inmensa cantidad de hechos azarosos que debieron confluir para que tan extraordinaria casualidad lograra darse.

Otro hecho que debilita la hipótesis de Pistilli de que hubo dos construcciones -“fortaleza de piedra, tierra y madera” como la describe Ulrico Schmidl- es que la primera de ellas no hubiera podido ser construida tal como se la describe, terminada y habitada en el tiempo que Ayolas y su hueste descansaron en el sitio del desembarco. Carecían de los materiales, la tecnología, las herramientas y de la mano de obra calificada para realizar semejante proeza.

Sobre este punto, Schmidl parece incurrir en anacronía, pues relata que luego de la batalla de Lambaré los conquistadores descansaron en el lugar durante dos meses, luego realizaron la breve incursión contra los agaces y retornaron, descansando, dice el cronista, otros seis meses. Todo esto demandaría un lapso total de unos ocho meses, quizás nueve, lo que llevaría el calendario al mes de octubre de 1537, momento en que Schmidl, según su propio testimonio, estaba en Candelaria con Irala, aguardando a Ayolas.

Por lo que se aprecia, cuando Vicente Pistilli da el siguiente calendario de sucesos: “La batalla de Lambaré, el 9 de enero de 1537. La fundación de Asunción, el 11 de enero de 1537[25], presentándolos como “asuntos resueltos”, nos permite preguntar con la mayor curiosidad: ¿Cómo hicieron Ayolas y sus acompañantes para estar el 2 de febrero del mismo año, a quinientos cincuenta kilómetros al norte, fundando el puerto “Nuestra Señora de la Candelaria”? Contando, además, con los dos meses que descansaron luego de la batalla de Lambaré, y los seis meses más de sosiego que se tomaron después de la represalia ejercida contra los agaces, de acuerdo a la versión de Schmidl.

Como puede apreciarse, la memoria del cronista bávaro le traiciona más solícitamente en la concatenación de los sucesos con las fechas.

Por lo demás, se sabe, por las declaraciones de Salazar y Gonzalo de Mendoza, cuando comenzaron las obras de construcción del fuerte de la Asunción, aunque no se consigna cuándo acabaron. Puede inferirse que la obra no habrá durado más que dos o tres semanas, porque Gonzalo de Mendoza declara en sus probanzas que “La cual acabada, el dicho Juan de Salazar de Espinoza partió para el puerto de Buenos Aires...”. Sabiendo que arribó a destino en octubre y que la navegación corriente abajo demandaba alrededor de un mes, la casa fuerte estaría acabada, en lo esencial, es decir con techumbre y cerramientos, hacia mediados de septiembre de 1537 [26].

La declaración de Juan de Salazar (1545), pese a ser minuciosa, no menciona que haya habido una batalla contra los karió, se limita a relatar que “...a la subida de este río del Paraguay, llegados a este paraje de la Frontera, e vistas las grandes necesidades pasadas, este testigo tomó parecer de Hernando de Rivera e de Gonzalo de Morán... e del dicho Gonzalo de Mendoza, e de los dos religiosos, e de otras ciertas personas que con este testigo venían, si les parecía que hera bien y servicio de su magestad... hacer paces con esta generación carios, por ser gente que sembraba y cogía, que hasta aquí no se avía topado otra ninguna, los quales dixeron... que les parecía bien e cosa muy útil  y provechosa a esta conquista e ansi visto lo susodicho, asentaron paz e concordia con los dichos yndios desta tierra e les dixeron que de buelta que por aquí bolbiesen se haría una casa y pueblo...[27]  No obstante, la frase “hacer paces” nos indica que algún enfrentamiento hubo, si no de las dimensiones indicadas por Schmidl, al menos el suficiente para que demandara un gesto de pacificación.

Pero el testimonio de Salazar es claro en el sentido de que la casa fuerte comenzó a edificarse “a la vuelta”, es decir, después de la exploración que Ayolas se determinó a realizar en el norte, y en esta contradicción entre Salazar y Schmidl habrá que darle la primacía a quien relataba dichos sucesos siete años después, frente a quien lo hizo luego de treinta años y en una edad avanzada.


4. LAMBARÉ NO FIGURA ENTRE LOS PUEBLOS ALEDAÑOS A ASUNCIÓN EN LA ÉPOCA COLONIAL

A muchos parecería suficiente argumento señalar que ninguno de los documentos producidos en el Río de la Plata, Perú y Tucumán, durante el siglo XVI, menciona la palabra “Lambaré”. Ni Azara ni Aguirre, ni, modernamente, Cadogan o Susnik, mencionaron a alguna población indígena conocida por Lambaré o con nombre parecido.

A esta significativa omisión debemos agregar el dato cierto de que, si hubiera habido untey’í guaraní en la zona pretendida, habría figurado en la lista de pueblos recorridos periódicamente por los gobernadores; y, tal vez, habría tenido un cabildo indígena. Mas, por no ser parcos, veamos algunas consideraciones complementarias a estos hechos que de por sí son, efectivamente, pruebas sólidas para fundar el juicio enunciado en el subtítulo precedente.

Durante las primeras décadas de la Conquista las poblaciones indígenas guaraní constituyeron cuerpos masivos que atraían naturalmente a los conquistadores, quienes pasaban a sumarse al núcleo, convirtiéndolos en lugar de asentamiento propio, puesto de observación del territorio a conquistar, fuente de alimentación, de mano de obra y servicios generales. Les servía asimismo para justificarse en sus relaciones, los informes que remitían a la metrópoli, en las que hacían gala de sus esfuerzos y afanes en pos de la mayor gloria de Su Majestad.

Además, esas eran las prescripciones de las Ordenanzas de Población sobre tal materia. Entonces tales tey’í o caseríos pasaban a denominarse pueblo o villa. En general Domingo Martínez de Irala, con buen criterio político, conservó la toponimia indígena, aportando lo que hacía al protocolo oficial, como otorgarle al pueblo así refundado un santo patrono y una festividad patronal. Dadas estas circunstancias, parece incontrovertible que el gran vizcaíno no hubiera desperdiciado la oportunidad de “fundar” otro pueblo o, más tarde, crear una nueva encomienda. Si Lambaré hubiera estado poblado, sin duda alguna habría sabido aprovechar la circunstancia, tanto él como sus sucesores políticos.

Pues bien, no aparece ningún punto de la actual Lambaré o sus alrededores incluido en el plan de fundaciones (o refundaciones) emprendido por Domingo Martínez de Irala. Eso no pudo deberse a otra causa sino al hecho de que allí no existía aldea alguna; o, al menos, ninguna cantidad mínima de habitantes con las condiciones de permanencia y densidad demográfica como para conformar un pueblo acordemente a las reglas de la legislación indiana y a las necesidades inmediatas de los conquistadores.

Y que no hubiera tey’i alguno en la ribera de la actual Lambaré es perfectamente comprensible, si se siguen las crónicas, en especial de alguien que conoció el lugar en esa época y que no hablaba por boca ajena, como es Ruidíaz de Guzmán: “Estos guaycurúes dan continua pesadumbre a los vecinos de la Asunción, que es la ciudad más antigua y cabeza de aquella gobernación -relata-  y sin embargo, de tener mucha gente de españoles e indios, con la comarca muy poblada, han sido poderosos para apretar esta república, de suerte que han despoblado más de ochenta chacras y haciendas muy buenas de los vecinos, y muértoles mucha gente...[28] En estas condiciones, ¿Qué posibilidad había de que alguna población prosperase en Lambaré, frente mismo a los señoríos del depredador?

Un autor moderno recoge impresiones similares: “...aunque diezmadas por la guerra (los agaces) las parcialidades sobrevivientes, concentradas en las inmediaciones del Pilcomayo, mantuvieron sin desaliento su implacable hostilidad que se hacía sentir principalmente al Sur de la Asunción (...) Desde Itacumbú hasta Guará, los cultivos guaraníes y su población femenina estaban constantemente amenazados por las irrupciones de los agaces[29].

Más alejados de la ribera, hacia el sur (en los lugares donde están hasta hoy) se asentaban los pueblos guaraní Ypané‚ Guarambaré, Itá y Yaguarón, refundados por Irala, que mantuvieron ese carácter hasta que fueron asimilados bajo el gobierno de don Carlos Antonio López [30]. Ellos ocupaban la zona conocida por “La Frontera”, de la que se hablaba durante la Colonia y a la cual ya nos refiriéramos anteriormente. Entre los veintiún pueblos de indios asimilados por Don Carlos no se lista ninguno con el nombre Lambaré ni algún otro situado en ese emplazamiento. Parece lógico pensar que si hubiera habido dos asentamientos indígenas, uno en la bahía de Asunción y otro en el actual barrio de Lambaré, Irala hubiera realizado fundaciones en ambos lugares.

Tres siglos después Don Carlos, en su mensage presidencial de 1849, informa que “Se ha concluido la importante obra de la Iglesia Catedral. También se han concluido la de Lambaré, de esta Capital, y otras iglesias nuevas de la Campaña, que el gobierno ha mandado edificar por cuenta de los diezmos[31]. Resulta tan claro que el pequeño asentamiento rural que existía entonces en Lambaré se reunía alrededor del lugar que donde don Carlos hizo erigir el templo (dedicado a la Virgen del Rosario), que no hacen falta más datos para tener esta información por verídica e indubitable [32].

Otro dato cierto e irrefutable de la inexistencia de alguna población indígena estable en el área que hoy llamamos Lambaré son los mapas antiguos. Recurriremos solamente a dos de los muchos de que se dispone, levantados en la época colonial. Son suficientemente ilustrativos a la finalidad demostrativa que se persigue: el “Paraqvaria, vulgo Paragvay. Cum adjacentibus. Mapa de las Regiones del Paraguay, dedicado al P. Vicente Carrafa”, de 1647; y el “Mapa de las Missiones de la Compañía de Jesvs”, de 1749, el cual se muestra más adelante, en el ítem 7. Se verá que en ellos no figura ningúntey-í ni tava pueblo indígena en las adyacencias de Asunción, aunque sí es posible ubicar, en el segundo de ellos, un presidio en la ribera fluvial de Lambaré, dato importante que comentaremos.


5. EL NOMBRE “LAMBARÉ”

Mencionamos anteriormente que la palabra Lambaré aparece originalmente en la crónica de Schmidl y en ninguna otra más; y que la voz utilizada en el manuscrito del cronista es “Lampere”. También hicimos notar que el Padre Guevara reproduce su relato e introduce dos personajes, los caciques Lambaré y Yanduazubí, pero no registra el origen de tal información, lo cual nos obliga a investigarlo también a él [33].

Y en tal sendero anticipamos una conclusión: no queda más que inferir que Guevara tomó estos datos (como muchos otros) en préstamo de alguna obra leída por él en cumplimiento de la encomienda que le diera su superioridad, consistente en proseguir con el trabajo de historiar la presencia y acción de la Orden de Jesús en la Provincia del Paraguay, tarea iniciada por el Padre Lozano.

Mandato que fue muy mal cumplido por Guevara, a criterio de Félix de Azara quien, al respecto, decía que: “Los Jesuitas conociendo los defectos de la historia de Lozano quisieron hacerla corregir é hicieron este encargo á uno de ellos llamado Guevara, tan pequeño de espíritu como de cuerpo, según me lo han asegurado personas que lo han conocido y tratado (…) Ella -prosigue Azara refiriéndose a la “Historia..” del Padre Guevara - es una copia de la de Lozano; la sola diferencia entre una y otra consiste en que el último parece haberse esmerado en escribir con mayor pureza[34].

En efecto, no favorece a la credibilidad de la versión del Padre Guevara el hecho de que muchos de sus datos acerca de aquellos tiempos -ya lejanos para él-, provinieran de autores que no conocieron el Paraguay (como no lo conoció el mismo Guevara) y que, debido a esto, y a la confusión con que manejaba sus omitidas fuentes, incurriera en varios errores.

Revisando algunos de estos, como el ya citado de llamar a un lugar y a un cacique con el mismo nombre (coincidencia altamente improbable pues no se conoce caso en que patronímicos y toponímicos guaraní se superpusieran), además de fechar la fundación de Asunción en el año 1536 y de transcribir equivocadamente el nombre de Juan de Ayolas como Juan de Oyolas, sólo queda inferir que en esas materias sus únicas fuentes debieron ser dos: la crónica de Schmidl y el texto de López de Velasco, pues no pudieron haber tropezado estos los dos últimos con Guevara, con dos siglos de distancia entre sí, exactamente con los mismos yerros.

Fulgencio R. Moreno afirma que “La ciudad (Asunción), primer fruto de aquel pacto, se estableció en los dominios de Caracará, limitado a sur por los de Cupiratí y Abambaré, y hacia el norte por los de Timbuaí, Mayrerú y Moquiracé[35]. Según esta curiosa versión, cada zona o barrio asunceno quedaba identificado con el nombre del cacique que lo señoreaba; pero Moreno no declara ninguna fuente que pruebe la existencia de todos esos nombres; y la documentación histórica no favorece su versión, lo que nos permite sospechar que recogió un dato impreciso cuyo origen no desea develar en su obra pero que estamos en condiciones de reconocer: al igual que los demás, Moreno reproduce literalmente la lista de nombres de caciques que se hallan en las crónicas de Álvar Núñez, y también el error de la versión de Juan López de Velazco (que indicamos un poco más adelante), incluso poniéndola entre comillas, aunque sin citarlo.

Alvar Núñez Cabeza de Vaca, por ejemplo -testigo directo y cronista del momento-, no menciona a ningún cacique Avambaré, sino solamente a los siguientes: Pedro de Mendoza, Juan de Salazar Cupiratí, Francisco Ruiz Mairarú, Lorenzo Moquiracé y Gonzalo Mairarú [36]. Otros cronistas de aquella época e historiadores posteriores mencionan diferentes nombres de jefes indígenas (sin cita de fuentes) entre los cuales tampoco figura nuestro Lambaré.

Efraín Cardozo por ejemplo, basado en Schmidl, se refiere a la breve y fugaz batalla entre Ayolas y los karió, indígenas que “estaban establecidos en las colinas y valles que estaban más allá del cerro de Avambaé, o Lambaré…[37]. De manera que si para Moreno la palabra Lambaré es una pronunciación hispana que deforma “Avambaré”, para Cardozo se trata de una voz que deforma “Avambaé” (“patrimonio indígena” o “tierra de los hombres nativos”), suposición también infundada, como veremos más adelante.

De igual modo, para Fulgencio R. Moreno “Lambaré” es originariamente un nombre de persona, mientras que para el segundo -al igual que lo consigna Schmidl- es de una zona [38]. Otros historiadores también repiten el uso de la palabra Lambaré según cuál haya sido su fuente original. Blas Garay, en su “Compendio Elemental”, refiere que Ayolas luchó contra los cacique Lambaré y Ñanduá, pero no indica fuente documental, de lo que se infiere que lo leyó en la obra de un autor anterior [39].

La diferencia entre los historiadores que repiten otras versiones, como Garay y Moreno, y los que investigan por sí mismos en los archivos, como Efraím Cardozo y Julio César Chávez, radica precisamente en que estos segundos dejan los datos indubitados, mientras que los del primer tipo suelen dejar huecos e incertidumbres. Los investigadores especulan raras veces, los otros historiadores lo hacen casi siempre.

Si se admite que en ese tiempo ningún cronista ni documento consigna la existencia de algún cacique de nombre Lampere, Lambaré, o de sonido similar, cabe suponer que la confusión proviene de una involuntaria supresión de la preposición de; es decir, alguien mencionó al cacique “de Lambaré”, un autor recogió la frase sin la preposición y desde aquí el error se propagó con fortuna (como tantas veces sucede), de tal suerte que el nombre del lugar derivó a nombre de persona en forma completamente accidental.

Entre quienes trabajan en investigación histórica se sabe que no son poco frecuentes estas equivocaciones que, cometidas por un escritor o por un editor, se reproducen después por otros que no se toman la molestia o no poseen los medios para confrontar fuentes distintas.

Uno de ellos fue el cartógrafo español Juan López de Velasco, cuya “Geografía y Descripción Universal de las Indias” fue editada por primera vez en España en 1574, quien informa a sus lectores europeos que “La ciudad de La Asunción, la primera población y cabeza de esta provincia, está en 25° y ½ de altura austral, trescientas leguas de la boca del Río de la Plata, y trescientas leguas de Santa Cruz, y cuatrocientas ochenta á los Charcas, de camino, por donde hasta ahora se ha andado, junto al río Paraguay á la parte del oriente. Fundóla Juan de Salazar, capitán del gobernador Don Pedro de Mendoza, por el año de 36 ó 37 con poder de Juan de Ayolas, que quedó en lugar de Don Pedro de Mendoza, en el sitio y comarca donde agora está, que antiguamente se llamaba “Alambare”, del nombre de un cacique principal de la comarca, que comunmente se llama ahora Paraguay, por el río que pasa por ella; y llamóla del nombre que ahora tiene, por haberse comenzado á fundar el día de la Asunción: tendrá como trescientos vecinos, casi todos encomenderos, y más de dos mil novecientos hijos de españoles y españolas nacidos en la tierra, que se sustentan y viven de los tratos y grangerías, en lo general, de estas provincias referidas, de los cuales casi todos usan los oficios que saben, y así hay en la dicha ciudad oficiales de todas las cosas que son menester en ella[40].

López de Velazco no conocía Paraguay, de modo que repetía información proporcionada por otras personas, obras o documentos, entre ellas, con mayor probabilidad, la de Schmidl, considerando que al momento de editarse la “Geografía” hacía veinte años que este cronista retornó a Europa y la primera edición de sus manuscritos había ya cobrado gran divulgación.

Del geógrafo Velasco cabe pues decir lo que Polibio afirmaba del historiador Timeo: “No habiendo visitado nunca ninguno de los países que describe, cuantas veces tiene que dar en su obra alguna noción de geografía incurre en falsedad por ignorancia, y si alguna vez atina con la verdad le sucede como al pintor, que para representar animales salvajes copia los domésticos (…) Esto ha sucedido a Timeo, como a cuantos se fían demasiado de los conocimientos que de los libros sacan[41].

En efecto, dejando de lado sus demás errores y confusiones, si se toma el dato dado por el geógrafo López de Velasco acerca de que Asunción fue fundada en la comarca “que antiguamente se llamaba “Alambaré”, del nombre de un cacique principal de la comarca, que comunmente se llama ahora Paraguay, por el río que pasa por ella”, es forzoso colegir que el supuesto cacique Lambaré debió haber vivido y hecho famoso mucho antes de que llegaran los primeros conquistadores europeos, pues la comarca -como dice el autor- ya se llamaba así al fundarse Asunción. Y todavía más: todo el Paraguay, antes de tomar el nombre del río, se denominaba “Alambaré”.

Si no se admite que todo esto se trata simplemente de un error expandido por la deficiente descripción y mala memoria de Schmidl, de lo dicho, supuesto o interpretado hasta aquí podría inferirse que la zona ocupada y defendida por los karió, a la llegada de los españoles, era denominada por los indígenas con alguna voz que sonaba parecida a Lampere, que es como la oyó y transcribió Ulrico Schmidl, y que los españoles pronunciaron Lambaré.

Respecto a que el sitio donde se fundó Asunción, se denominaba Paragua-y; no ha de admitirse duda razonable en esto pues lo afirman todos los cronistas. El nombre del río pasó después a designar a la “comarca” dominada políticamente por el gobierno instalado en Asunción [42]; y, si bien los documentos iniciales asuncenos comenzaban situándose en “el puerto” o “la ciudad” de Asunción, “que es en el río del Paraguay, de la Conquista del Río de la Plata”, con el tiempo acabaron por llamar Paraguay a toda la provincia. Esta última denominación predominó incluso sobre el de Provincia del Guairá, nombre con el que se propuso llamarnos en la división territorial ordenada por Carlos II en 1617 [43].

Respecto a la suposición que hace Efraím Cardozo acerca de que Lambaré provendría de avambaé, cabe consignar que este concepto es de origen posterior a esa época. Como en la cultura sedentaria guaraní no se hacían diferenciaciones de propiedad inmobiliaria ni territorial, un término como avambaé no cabía en su vocabulario pues carecía de función. Avambaé es como a partir del siglo siguiente los jesuitas denominaron a las tierras que ponían en posesión de los indígenas para el sustento familiar (lo demás era el Tupambaé).

Se ensayaron asimismo otras interpretaciones de lo que podría haber significado “Lambaré” o de cuál otro vocablo guaraní pudo haber derivado, alguna muy pintoresca, como la que se lee en una revista cultural: “El chasque -o chasqui- es una voz indígena quechua que significa mensajero (...) Los indígenas que habitaban el Paraguay ya tenían sus chasques, a quienes llamaban de “mbaré”. El Cacique Guarambaré y el Cacique Lambaré, han sido dos de los más célebres chasques del Paraguay antiguo[44]. Notable fantasía e increíble falta de proporción la del autor de esta imaginativa versión. ¿Puede uno imaginar a dos altivos caciques oficiando de simples mensajeros, corriendo solitariamente por bosques y praderas, noche y día, a merced de enemigos y fieras, para realizar una tarea de índole subalterna?

Por lo demás, la palabra mbaré no figura en ningún diccionario respetable con la acepción que allí se le da. Por lo demás, si esta palabra hubiera existido en guaraní para designar al mensajero o chasque, es razonable inferir que en nuestro país no hubiera predominado la voz quechua sino la nativa.

Otra aproximación fonética a la palabra Lambaré pretendió hallarse en la voz mboré o emboré, que según González Torres es una leyenda recogida por Moisés S. Bertoni, que relata que cuando los jesuitas fueron expulsados de los dominios del Carlos III, como que en el Paraguay poseían grandes riquezas y las ocultaron en unas cuevas o túneles subterráneos, estas quedaron custodiadas por espíritus malos o monstruos. En una versión parecida se habla de que casa de piedra blanca, sin puertas ni ventanas, situada en una lomada y protegida por un tupido monte, están depositados los tesoros jesuíticos, al cuidado de un cacique inmortal: Mbororé [45]. Como se ve, la leyenda es muy posterior a los hechos iniciales de la Conquista y ninguna relación guarda con ellos, salvo una ligera similitud en la fonética.

Por último, la versión a nuestro criterio mejor fundada es la que sostiene Barteomu Meliá, a su vez basado en León Cadogan, para quienes la raíz de la palabra Lambaré es ambá, que significaba hábitat, morada o lugar de residencia, es decir, algo más pequeño o personal que un poblado o aldea [46]. Considerando que en guaraní el sufijo re indica tiempo pasado, mientras que la ele habría surgido del artículo “el” con el que se castellanizó la voz, se concluye que El ambá re aludiría pues a un lugar que alguna vez fue hábitat reducido o morada pequeña y provisoria, posibilidad -esta sí- perfectamente plausible .

Definitivamente, si al tiempo de la Conquista hubiera existido algún tey’i o poblado indígena permanente aledaño a la actual Asunción, que haya sido  denominado “Ambaré” (o parecido), hubiera dado lugar a una fundación con el mismo nombre, como sucedió con Areguá, Ypané, Tobatí,Itá, Yaguarón, Villeta del Guarnipitán (guarani-pytá).  Sin embargo, no requería de un tey’i para que la denominación del lugar igualmente persistiera, tal como ocurrió con sitios inhabitados como Arecutacuá, Tacumbú o Itá Pytá Punta, por ejemplo, que conservan su toponímico original en la actualidad.


6.  EL MITO DEL CACIQUE LAMBARÉ. UN DOCUMENTO APÓCRIFO. HÉROES OLVIDADOS

En la franca y saludable empresa de comprendernos mejor es preciso recuperar el sentido griego clásico del término mitos (μϋθς), confrontado con logos (λογός), es decir, lo imaginario frente a lo real, lo que no es susceptible de manipulación intelectual frente a lo racionalmente demostrable, una clásica antítesis de la cultura occidental asumida por la Teología cristiana para vencer los obstáculos que le opone la Lógica [47].

El mito está indisolublemente ligado a lo primitivo, a lo predominantemente irracional, a los estilos y doctrinas románticas, a lo pueril, entendido esto no peyorativamente sino como lo que propio de los niños, para cuya educación es su herramienta preferida. No es extraño pues que los autores valoren al mito según sus funciones, por ejemplo cuando sustituye a  la explicación científica, cuando calma las ansiedades de la imaginación hambrienta de prodigios o la reencamina siquiera provisoriamente en medio de la desorientación intelectual. Y -quizás lo principal- porque provee de respuestas sencillas. En tanto que el mito se genera en el ámbito de las representaciones mentales, es común hallarlo en las culturas primitivas así como a los símbolos en general. En que son necesarios es algo, en efecto, acerca de lo cual los antropólogos y filósofos van de consuno.

Deberíamos considerar, sin embargo, que mientras los símbolos son parte inalienable de la cultura humana, sea primitiva o de vanguardia, los mitos son más característicos de la primera. A medida que la inteligencia avanza y supera etapas, los mitos van perdiendo utilidad, porque en el proceso de elevación en espiral de la historia, hay épocas en las que la racionalidad entra en eclipse, se apaga su luminosidad y durante algún tiempo parecemos movernos en la penumbra esotérica o romántica, donde reverdecen o nacen nuevos mitos, prospera la superstición y las religiones, en general, en su fase más fundamentalista, aplastan arrolladoramente cualquier intento del logos por volver a emerger.

Como todos los héroes míticos, se desconoce el origen primero del mito del cacique Lambaré. ¿Fue gestado por la fantasía del poeta popular y anónimo? ¿Fue el prosaico producto del error de un autor y de la negligencia de muchos otros? Fundado en el cuidadoso examen de las fuentes, anticipo la conclusión de que hay que responder afirmativamente a esta segunda interrogante.

Pero, ¿Por qué el mito del Cacique Lambaré se instala, se acomoda y persiste en el imaginario social paraguayo? No es un héroe epónimo, al estilo como los que los antiguos inventaban para fundar sus tribus y fratrías, sino a la inversa, el nombre que le atribuyen procede del lugar donde supuestamente vivió.

Toda creencia requiere “una comunidad de creyentes”, al bien decir de J. J. Sebreli, cuando escribe sobre Carlos Gardel, Eva Perón, Ernesto Guevara y Maradona [48]. Pero estos son seres de carne y hueso convertidos en bronce y mármol por una cultura hambrienta de héroes (en una época muy privada de ellos), mientras que el Cacique Lambaré es completamente imaginario [49], aunque el escenario del que se le rodea fue real. Pertenece pues a la clase de los Jasón, Ulises, Orestes, Rómulo, Guillermo Tell, Robin Hood, Roland y otros, aunque sin la dimensión universal que ganaron estos, gracias a la literatura y otras artes.

Si bien la primera función del mito es explicar, sustituyendo la certeza por la fantasía o el dato por la interpretación, y también simbolizar identidades, fortalecer sentimientos de pertenencia o alimentar el folklore, en muchos casos adquiere valores más pragmáticos, como servir a la cohesión política o religiosa. El mito se torna utilitario cuando entra a sostener banderas nacionalistas, partidos, cultos, estandartes y reivindicaciones de cualquier signo y temperamento, buenos, malos, justos o arbitrarios, tradicionales, innovadores, retrógrados o revolucionarios.

El mito del cacique Lambaré, nacido de una simple equivocación (posiblemente un error de imprenta), del tratamiento displicente de los textos y la ignorancia de hechos a los que seguramente no se les concedía importancia, pasó a adquirir valor ideológico utilitario desde el momento en que el nacionalismo de signo latinoamericano descubrió la veta del indigenismo. Todos se pusieron a buscar un héroe indígena del carisma de Lautaro, Caupolicán, los Túpac Amaru o Atahualpa el guerrillero. Y los que no lo encontraron en los registros históricos, los inventaron.

Pero al mito del cacique Lambaré le faltaba la historia mítica, por lo que alguien se tomó a cargo la tarea de imaginarla, aunque despreciando la información histórica, careciendo del talento o descuidando la habilidad necesaria para hacerla creíble. El intento hasta ahora más audaz quedó perpetrado a través de un escrito que supuestamente trascribe un acta de escribanía del año 1541, labrada en Asunción, bajo el gobierno de Domingo Martínez de Irala y en ocasión de haberse descubierto la conspiración indígena de la Semana Santa de aquel año.

Aparece en este texto un heroico cacique conspirador, cargado de abalorios y chafalonía romántica, ingenuamente travestido con esa heroicidad guerrera que se considera indispensable para lograr ser inscripto en el martirologio nacional. Antes de ser sentenciado a muerte, el personaje pronuncia en guaraní un discurso reivindicatorio indigenista, pletórico de términos, giros y énfasis de gran actualidad, cuidadosamente traducido y redactado, párrafo por párrafo, por un también fantástico escribano desconocedor de la lengua que traducía -el guaraní- la cual, para más padecimientos, carecía de grafía.

No tenemos prueba de quién fue el autor de este documento apócrifo, pero aparece en la obra “Protagonismo Histórico del Idioma Guaraní” de Roberto Romero [50], en un capítulo titulado “De Cómo Murió el Cacique Lambaré”. Al final del mismo se cita como fuente original al Archivo de Simancas, del cual el acta fue extraída (sic) en 1940, pero que obra en los folios personales del doctor Gustavo González, según asegura la nota.

De esta suerte -supuso el ingenioso autor-, quien quisiera constatar la autenticidad del documento tendría que dirigirse a España y realizar los trámites necesarios para acceder a la fuente, si todavía existe algo luego de la extracción, o bien intentar acceder al archivo de una persona fallecida y hallar algo que, de obrar efectivamente allí, habría sido depositado en ese reservorio al menos hace sesenta años.

Pero realizar estos grandes e inciertos trabajos no es necesario, felizmente, como se podrá comprobar a continuación de la lectura del material apócrifo, el cual pasamos seguidamente a transcribir [51]:


Conminado a prestar el Requerimiento a juramento de fidelidad al Señor Rey Carlos V, Lambaré, altivo jefe de los carios, se negó a ello, diciendo según la tradición: “Na ñesu va’erai yvypóra renondepe. Che jara Tupâ ñoite”. (No me arrodillaré ante un mortal. ¡Yo no reconozco otro señor más que: Tupâ!).

Durante el primer gobierno de Domingo Martínez de Irala, el cacique Lambaré dirigió una gran conspiración contra los españoles, juntamente con los caciques Paraguá y Guarambaré.

La sublevación fue dominada y los referidos Mburuvichá o jefes guaraníes fueron condenados a morir en la horca, según el siguiente proceso: “El presente gobierno de acuerdo con el Señor Gobernador de esta Provincia, en el proceso incoado a los Mburuvichá: Lambaré, Paraguá y Guarambaré, por insurrección en la persona de Su Majestad Católica don Carlos V, y vista la necesidad de preservar la tranquilidad de esta Provincia, hace saber a todos los moradores de esta tierra del Cacique Paraguay, que en la Santa Semana de este año de 1541, serán ajusticiados los Caciques: Paraguá, Lambaré y Guarambaré, los que dicen no conocer más Señor para ellos que un tal Tupá, y en vista de ello levantándose contra este mismo Gobierno, y en el proceso de que parte tomaron, dijeron: heí vaecué Tamandaré pejutahá ñane pojocuá hetá ára pytaguá cuera, upévare tecotevé pejejucá. Lo que quiere decir en Cairo-Guaraní; Dijo Tamandaré que iban a venir unos extranjeros a ponerles en cadenas, por lo que era necesario el levantamiento. Considerado la tranquilidad de esta bahía del Mburuvichá Paraguay, y por orden del señor Gobernador de ella han de ser así ajusticiados. Ellos mismos dijeron: Mbaéicha rupí oúta pytaguá cuera omboaparypy tetá guaraníme, oicuaá yre iñeé ha imbaembyasy. Cova co tetá, Cacique Paraguay mbaé, ndo hejá moái hetá tetá ambué oú pytú pá isasó, upevare tecotevé oicuaá magma pytaguá cuera, mbaéicha Carió-Guanraní ha Paraguay ray omanó ha oporojucá Tupá rérape, aní jaguá avavé oñoty ipy ha hi anga yparagua-y ykere ha Paraguá yvypy. Esto es: cómo van a venir los extranjeros a esclavizar a la tierra guaraní, sin conocer su lengua y sus sentimientos. Esta patria, que pertenece al indiano Paraguá no va a permitir que se les ahogue la libertad, y que han de morir en bien de comunidad, etc., etc. Ellos mismos dijeron: Jaicó vaecué jetá árape, ñande sasó poyvy vype, ha coanga peê pejuta pytaguá cuera pe mondojo ñande sasó ome’e vaecué oréve hetá ara pahá rire Mburuvichá Paraguay tayraré, ha upéva ñaipysyróne ñamano pevé, aní peicha peichante où pytaguá cuera oikyty kysé ipucuvape ñane sasó. Heta árapema peé pytagua cuera peñomi guaraní ha carió ray cuera ruvyrejevé. Esto es: Hace tiempo, que vivimos bajo el manto de nuestra libertad para que ahora vengan ustedes a ponerla presa y que han pasado muchos años desde que el Cacique Paraguay y sus hijos le dieron libertad de otras razas, y que también nosotros comerciamos con la sangre de ellos, lo que es una intriga manifiesta en la persona de Su Majestad Católica y la del señor Gobernador de estas Provincias.

En auto de rigor de la presente y dicho y confesado, el Gobernador y Señor de esta Provincia, Capitán y Lugarteniente Domingo Martínez de Irala, en consejo de todos los presentes, ordena se cumpla la ejecución de los Caciques: Paraguá, Guarambaré y Lambaré, al primer lunes de esta misma pascua de en el frente de la Iglesia Catedral se esta Provincia, porque han intrigado en la persona de Su Majestad Católica y en la del Señor Gobernador de esta Provincia; utilizando el engañoso lenguaje de sus abuelos, que así lo usan para defenderse de la autoridad de esta Provincia, y envenenando el alma de nuestros hijos, que olvidando la lengua de Castilla, solamente en guaraní ya quieren hablar, así con lengua de asesinos, y dado el cúmplase en los puertos, de Paraguay, de la Provincia de su Majestad Católica del mismo nombre, así lo firmo, en nombre del Señor Gobernador.

FDO. Leonardo García H.

ESCRIBANO DEL SEÑOR GOBERNADOR

El presente documento fue extraído del Archivo de Simancas España, en el año 1940. Vol. 1024, Sección Historia, Legajo Paraguay, folio 122 y vta.

Perteneció al Archivo particular del Prof. Dr. Gustavo González.


Del somero examen de este material se desprenden, cuando menos, las siguientes falencias:

 

ERRORES EN LA CITA DE FUENTES

El Achivo de Simancas, como sabe cualquiera que haya hecho investigaciones históricas de la época colonial, no contiene documentación relativa a América; esta se concentra en el Archivo de Indias, en Sevilla. Además, Simancas no divide su acervo en “Secciones” y, por supuesto, no tiene un “Legajo Paraguay”.

El archivo de materiales históricos del doctor Gustavo González -que fue legado al Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos y aun obra allí- no contaba con copias de actas coloniales ni originales o copias de tipo similar.

 

ERRORES FORMALES Y DE CONTENIDO

TÍTULOS, CARGOS, DENOMINACIONES Y OTROS DETALLES: en referencia al funcionario a quien se atribuye la supuesta acta, es notorio el desconocimiento de las denominaciones utilizadas, pues los escribanos no firmaban “El Escribano del Señor Gobernador” sino “Escribano de S.M.”, o “de Su Majestad”. Posteriormente suscribían bajo el título de “Escribano de Gobernación” o “Escribano Público y del Cabildo”; o simplemente “Escribano Público”.

Ningún funcionario escribano de nombre Leonardo García H. aparece en las actas y citas de la época. Los primeros escribanos en el Río de la Plata y Paraguay fueron sucesivamente Pero Hernández (1536), Melchor Ramírez (1538), Juan Valdez de Palenzuela (1539), Diego de Olabarrieta (1540), Juan de Valderas (1541), Pedro Fernández (1542), Martín de Orué (1543), Bartolomé González (1544); no continúo la lista por ser irrelevantes a nuestros propósitos los nombres de los años posteriores; mas cualquiera podría proseguirla recurriendo al Archivo Nacional de Asunción.

En 1541 Domingo Martínez de Irala no era llamado “gobernador”. Tampoco recibía el título de “Señor de estas tierras” que, si se hubiera empleado, correspondería al emperador y a ningún otro.

Las actas notariales y otros documentos oficiales no se referían al monarca español como “Carlos V” sino como “el Emperador”. Recuérdese que Carlos era “V” en el Sacro Imperio Romano Germánico, pero “Carlos I” en España.

El remate “… dado el cúmplase en los puertos, de Paraguay, de la Provincia de su Majestad Católica del mismo nombre, así lo firmo, en nombre del Señor Gobernador” no guarda ningún parecido con los que empleaban los escribanos de la época. En el inicio de sus actas se establecía lugar y fecha. Aquella era siempre “el puerto” o “la ciudad” de Asunción (jamás “los puertos”, porque había uno solo). La fórmula más empleada era “en la ciudad de la Asunción, que es en el río del Paraguay, de la Conquista del Río de la Plata”, pues todavía no se hablaba de provincia, y mucho menos, de “Provincia de su Majestad Católica”. Por último, en 1541 todavía no se empleaba la palabra Paraguay para designar al territorio sino solamente al río.

Los nombres Paraguá, Lambaré y Guarambaré atribuidos a los caciques ejecutados no tiene base en ningún documento ni crónica de la época. Como viéramos, Lambaré era denominación toponímica, Guarambaré lo era de un pueblo guaraní originario de la zona comprendida entre los ríos Manduvirá e Ypané, mientras que Paraguá no es más que una abreviatura de Paraguay. Ninguna crónica de la época consigna un solo caso en que un indígena guaraní llevara el nombre de un sitio o accidente geográfico.

TRASLITERACIÓN Y ANACRONISMOS: La grafía guaraní que utilizaba el supuesto escribano es la que los lingüistas consideran guaraní moderno. En algunos casos emplea soluciones que fueron introducidas hace unos pocos años por la llamada escuela de grafía “científica” (V. Gr., el sonido de la i griega se representa con la jota). El acento circunflejo, no utilizado en castellano, mal podría emplearlo un escribano en palabras traducidas del guaraní.

El término “cacique” -palabra de origen quechua- no era conocida entonces por los españoles. A los jefes indígenas los llamaban “principales”; al cacique se referían como “indio principal”. Tampoco existe información fidedigna que certifique que los españoles comprendieran ni utilizaran entonces el término “mburuvichá”.

En cuanto a la frase “en la Semana Santa de este año de 1541 serán ajusticiados los caciques…”, en ella se incurre en anacronía. La conspiración fue descubierta el Jueves Santo de ese año. Si la pena aplicada a los jefes confabulados fue ejecutada de inmediato, como se acostumbraba y es norma hasta ahora, tuvo que cumplirse el Sábado de Pasión, a más tardar. Lo normal habría sido que el escribano consignara la fecha, la hora y el lugar con la máxima precisión. La mención que se hace posteriormente de “el primer lunes de esta pascua” resulta descolocada después de lo anterior; contando además el error evidente de que la Pascua (debió estar con mayúscula) tiene un solo lunes y no varios.

Otra anacronía se comete en el párrafo que dice “…envenenando el alma de nuestros hijos, que olvidando la lengua de Castilla, solamente en guaraní ya quieren hablar, así con lengua de asesinos…”. En 1541 los hijos mestizos de los españoles tendrían a lo sumo tres años de edad, de modo que la supuesta queja resulta sumamente forzada, tan forzada como el resto del colofón.

No era costumbre de los escribanos transcribir declaraciones o descripciones en dos lenguas. Estos funcionarios no comprendían el guaraní y, en esa época, nadie estaba en condiciones de escribirlo; ni siquiera había intérpretes indígenas capaces de pasar de una lengua a otra con tanta soltura. Si entonces hubiera habido alguien con esa habilidad, existirían otros documentos que lo demostrarían. Según refiere Bartomeu Meliá, el primer documento en lengua guaraní fue redactado recién en el siglo XVII [52].

El requerimiento mencionado al principio de la supuesta acta habitualmente se formulaba en el primer encuentro con un jefe o un grupo de indígenas. Era la condición formal establecida para presidir toda acción posterior, sea violenta o pacífica, destinada a tomar posesión del suelo y declarar a los nativos vasallos de Su Majestad. No se formularía un requerimiento a jefes con los cuales se estaba en convivencia desde bastante tiempo; además, no se podía juzgar por rebelión a quienes no fueron previamente declarados vasallos.

Finalmente cabe considerar un hecho evidente: si alguna vez se hubiera expresado una declaración tan insolente y subversiva, expresada en términos políticos tan actuales, como sin duda es lo que contiene el acta supuestamente trascripta, se trataría de un hecho extraordinario que hubiera sido recordado y mencionado con asiduidad posteriormente. Sin duda habría sido nada menos que la primigenia Declaración de Libertad americana.

Hasta ahora en el Paraguay los héroes de la época colonial son de dos clases: los de la religión católica y los de la política. Roque González de Santa Cruz y José de Antequera son sus prototipos; pero ambos fueron seres de carne y hueso, sólo tuvieron que mitificarse o exaltarse algunas circunstancias que les rodeaban. La elevación a los altares de González de Santa Cruz culminó décadas de esfuerzos para enaltecerlo; su nombre ya está en el santoral pero también en la denominación de una localidad, en rutas, calles, plazas y monumentos. Paradójicamente, para poner su nombre en un sitio, hubo que desechar el toponímico histórico de Tabapy, precisamente donde acabaran tan violentamente los sueños de aquellos Comuneros paraguayos inspirados por José de Antequera.

En una cultura secularmente autoritaria, tradicionalista y católica, pues, la heroicidad religiosa parece prevalecer frente a la heroicidad cívica. Y no se toma en consideración que González de Santa Cruz murió mientras intentaba bautizar a los indígenas en la fe cristiana y con ello provocar la consecuencia esperada: convertirlos en vasallos de Su Majestad hispana, con el efecto accesorio en aquel momento inherente e inevitable: ser reducidos.

Soy conciente del peligro que lleva implícito el intento de desmantelamiento de una imagen instalada en el imaginario colectivo, aunque se lo procure en beneficio de la certeza científica y en contra de la falsedad histórica, que son finalidades nobles por sí mismas. Pero la desmitificación supone minar la tranquilidad de mentes sencillas, ingenuas, acríticas, que confían en tener las respuestas correctas y definitivas.

No estoy persuadido de que la figura del inexistente cacique Lambaré preste efectivamente al nacionalismo local, al indigenismo o a cualquier otra ideología que se sirva de este u otros mitos, alguna utilidad que no pueda ser proveída por la ciencia de la Historia rigurosamente cultivada. Si se puede escoger entre contar con personas reales y relatar hechos verídicos o tener que inventarlos, siempre será preferible lo primero, excepto para el artista.

Si en vez de Lambaré la mitología indígeno-nacionalista hubiera elegido a los caciques, líderes y generales Tabaré, Guazaní o Macaria, hubiera contado con tres héroes reales, adornados de las prendas que se requieren para tal rol histórico. Y hasta podría sumarse al cacique Aracaré, víctima propiciatoria de la gran rebelión que se resume seguidamente.

Estos líderes karió-guaraní -como recuerdan muy bien quienes leyeron los relatos de nuestro pasado colonial- fueron quienes en el año 1541 coaligaron a varios miles de indígenas y conformaron dos poderosos ejércitos para enfrentar a los conquistadores afincados en Asunción, lo que se concretó en dos campañas militares.

Esta breve historia comenzó cuando Álvar Núñez , en los últimos meses del año 1542, decidió escarmentar a los guaicurú chaqueños y al mismo tiempo identificar un buen camino hacia el Perú. En el viaje, Aracaré, el cacique de los indígenas guaraní llamados ackeres (yacarés) por Schmidl, encargado de guiar a los exploradores, fue acusado por estos de traición, informándose al Adelantado que Aracaré iba por el camino encendiendo fogatas para alertar a los indígenas de la presencia de los conquistadores [53], además de predicarles que “los christianos eran malos, y otras palabras muy malas y ásperas[54].

Además de estos cargos, el Adelantado acusó a Aracaré de posteriormente estorbar y combatir a los caciques guaraní aliados de los españoles, a saber: Juan de Salazar Cupiraty, Lorenzo Moquiracé, Timbuaí, Gonzalo Mayrarú y otros [55], por todo lo cual Álvar Núñez envió una orden a Irala, que retornaba del viaje que estaba haciendo hacia el norte por el río Paraguay, para que hallara y ejecutara a Aracaré, orden que Irala cumplió, posiblemente en tierras de la margen izquierda, entre los ríos Jejuí e Ypané.

Fue una mala decisión del Adelantado y un problema creado para Irala, pues Aracaré tenía un hermano cacique en otra comunidad, Tabaré, quien organizó la coalición contra los conquistadores, desafiándoles. Lo atacaron trescientos españoles y mil indígenas, al mando de Alonso Riquelme. La batalla duró tres días, empeñada con furia sin par; los indígenas aliados de los conquistadores, enemigos jurados de los karió de Tabaré, aniquilaban todo lo que se les ponía al alcance de sus mazos y macanas, sin parar mientes en mujeres y niños. “Esta victoria dio Dios a los nuestros el año 1541 a 24 de julio, víspera del apóstol Santiago”, confirma Ruidíaz de Guzmán [56].

Si seguimos la información de Schmidl, en la batalla murieron tres mil combatientes rebeldes luchando frente a un ejército compuesto por cuatrocientos españoles y dos mil indígenas.

Pero después de la deposición de Álvar Núñez por Irala y sus seguidores, Asunción fue escenario de riñas y disputas entre los partidarios de uno y otro, lo cual envalentó nuevamente a los karió, que vieron la oportunidad para sacudirse a los conquistadores de encima. Esta vez fue el cacique Macaria quien organizó una fuerza que, según Schmidl, se conformó con unos quince mil combatientes [57], a los cuales Irala enfrentó con trescientos cincuenta españoles y mil indígenas japerú aliados, enemigos de los karió, derrotando a Macaria, obligándole a replegarse a otra fortaleza que el cronista bávaro identifica como Froemidiere, adonde las fuerzas de Irala, atacando a la madrugada, entraron “con mucha gente.. y matamos  a muchos, sin perdonar la vida de los hombres ni de las mujeres y niños”  [58].

Si embargo Macaria volvió a huir con algún remanente y se refugió cien kilómetros más al norte, en un lugar denominado Caraybá, donde se fortificaron, pero fueron traicionados por un delator. El ejército conquistador, esta vez reforzado con doscientos hombres venidos de Asunción e indígenas batatheis (en la fonética de Schmidl), sortearon sus trampas y obstáculos, los pusieron rápidamente en fuga y los forzaron a replegarse cien kilómetros más al norte, en Hieruquizaba (fonética de Shmidl), donde gobernaba Tabaré. Como esta plaza militar era más difícil, Irala optó por retornar a Asunción a preparar una ofensiva de envergadura superior.

En dos semanas Irala reunió nueve bergantines, doscientas canoas y mil indios japerú, además del cacique delator que facilitó la victoria de Caraybá y que esta vez aportaba mil indios karió para luchar contra los suyos aunque aliados a los conquistadores. Hieruquizaba quedaba a cuarenta y seis leguas de Asunción, en dirección noreste, lo que hacen unos 250 kilómetros. El campamento de Tabaré se situaba en la margen derecha del río Jejuí, aproximadamente en el límite actual entre los Departamentos de San Pedro y Canindeyú.

Nuevamente la táctica de tomar prisioneros a las mujeres y a los niños y amenazar con su matanza decidió la batalla y obligó finalmente a los indígenas a rendirse y jurar sumisión. “Nuestro capitán general (Irala)se lo otorgó -dice Schmidl- y los acogió en paz (...) La guerra contra ellos duró un año y medio, hasta 1546[59].

Las batallas contra los karió levantados frente al poder del conquistador constituyen anécdotas suficientes para desacreditar el mito del guaraní mansamente avasallado a cambio de espejitos, anzuelos, cuñas y bolitas de cristal. Como asimismo, sirve para refutar el mito contrario, el que sirve a los apologéticos del indigenismo, aferrados a la versión de que los naturales lucharon fieramente por su libertad siendo vencidos solamente por la superioridad armamentista. En realidad, el arma más letal que los derrotó fueron sus disensiones internas y el odio ancestral que cultivaban entre sí esos pueblos rivalizados por siglos de afrentas, traiciones y crueldades recíprocas.

El sentimiento que movía a los indígenas rebeldes no se manifestaba con caracteres de defensa de una nacionalidad, idea inexistente en su universo cultural, sino por el predominio sobre cierto espacio físico y sobre pueblos aledaños, siempre susceptibles de ser esclavizados tan pronto como su debilidad lo permitiera. De ahí que en las guerras entre ellos no era raro que exterminaran a las mujeres y niños de los vencidos, ya que de ese modo aseguraban el súbito decrecimiento demográfico y la debilidad permanente de sus enemigos [60].

De estos relatos, siguiendo puntillosamente el espíritu de sus cronistas, resulta inevitable inferir que en el sitio denominado Lambaré no hubo ningún cacique con ese nombre. Y lo afirmo no solamente afincado en el argumento ya expresado de que los jefes indígenas no llevaban el mismo nombre que los lugares donde dominaban, sino por algo más: si el jefe indígena que regía la zona donde desembarcaron Ayolas y su hueste hubiera hecho algo memorable se lo hubiera nombrado, como se hizo con todos estos protagonistas de sucesos reales.

Es demasiado relevante el hecho de que nadie se haya acordado del nombre del jefe indígena que dominaba en la zona posteriormente conocida como Lambaré, que ningún protagonista haya considerado importante asentarlo en sus crónicas, relatos o informes. Los caciques que se rebelaron contra el dominio español, sea cuales haya sido sus motivaciones reales, dejaron sus nombres impresos en las crónicas de Schmidl, Álvar Núñez Cabeza de Cabeza y Ruidíaz de Guzmán, tanto como en memorias, relaciones e informes de los vivieron los años iniciales de la Conquista.

Desde 1539 hubo innumerables levantamientos y revueltas contra los españoles, a causa de los cuales muchos caciques acabaron atormentados, descuartizados o ahorcados. De algunos nombres se guardó memoria escrita, seguramente por su notable liderazgo, su talento militar o su porfía, como es el caso de Aracaré, Macaria, Guazaní y Tabaré. De otros, por liderar pueblos muy numerosos o ser cooperativos y amistosos, como Abapajé, Yamandú y muchos más [61]. Abacoten, Tabor, Alabos son algunos nombres de caciques agaces que recuerda Álvar Núñez, además de los cuatro karió mencionados más arriba. Mientras que Schmidl menciona a Aracaré, Macaria, Tabaré, Iñis, Sueblaba, Zaique Limy y Zeherá Guasú.

Es preciso concluir, abrumado por estas pruebas, que el tal cacique Lambaré no aparece en ninguna crónica, cuando forzosamente debiera suceder así, si es que la acción guerrera de tanta magnitud que se le atribuye hubiera ocurrido realmente. Los trescientos sesenta europeos que venían en la expedición de Juan de Ayolas fueron actores y testigos de los hechos que precedieron y siguieron al desembarco en Lambaré, mas ninguno de ellos oyó ni recuerda en sus memorias un cacique con ese nombre. Ni siquiera alguno con otro nombre parecido.

En la investigación histórica de la realidad, como se advierte en este caso, el silencio de los documentos puede ser tan elocuente como mil discursos.


7. EVOLUCIÓN DE LA ZONA DURANTE LA COLONIA

Es evidente que durante los primeros años del período colonial en Lambaré no hubo población estable sino solamente el tránsito o la estancia efímera de peones y ganado. Se trataba de una de las dehesas que circundaba Asunción, al igual que el Campo Grande, Trinidad, el Tapuá, pero bastante más alejada que otros barrios de la cintura urbana, como Mangrullo y Mburicaó.  Las carencias crónicas de recursos para costear las obras públicas indispensables para superar una topografía accidentada, cruzada de arroyos, bajíos y bañados, fueron, sin duda, el motivo más señalado para que estos barrios no superaran su condición secular de ruralidad. Pero al menos hasta mediados del siglo XVIII hubo otro obstáculo insuperable en Lambaré: la amenaza de los depredadores chaqueños.

Toda la ribera izquierda del río Paraguay, desde Remanso Castillo hasta el valle del Guarnipitán  (Ypané, San Antonio  y Villeta), estaba bajo dominio de las autoridades políticas y militares de Asunción, que regulaban la navegación y organizaban la defensa contra las incursiones de los pámpidos de la ribera derecha. Este control permitía que Lambaré, al mismo tiempo que Asunción, estuviera mejor protegida y vaya afirmándose como suburbio productor, ganadero, hortícola, tambero, proveedor de leña y carbón y otros insumos para las operaciones mercantiles cotidianas del Mercado Guazú asunceno.

Que el valle de Lambaré era dehesa asuncena es un aserto que se desprende literalmente de las actas capitulares, de las que podemos mencionar, a modo de ejemplo, la del 12 de junio de 1595: “...en el dicho Cabildo pareció presente Francisco Camelo, residente en esta ciudad, y se obligó a tener en su custodia y guarda todos los caballos y potros que están en la dehesa de Lambaré, con las condiciones que las han tenido a su cargo los demás que hasta aquí los han guardado...[62]. Margarita Durán se refiere a otros documentos que datan de 1597 en adelante, en todos los cuales se advierte cómo aquel valle era controlado por el Cabildo asunceno dada su cada vez mayor importancia para el abastecimiento de su centro urbano [63].

Por ejemplo, se registró que en noviembre de 1613 el Capitán Francisco González  de Santacruz,  Teniente  General  y Justicia  Mayor  de Asunción, Corrientes  y Concepción del Bermejo, ordenó que  los  caballos sueltos  de  los vecinos asuncenos fueran  llevados  a  Lambaré "donde otras veces han estado y se han tenido caballos por ser abundante  el pasto y agua, y cerca de la ciudad para  que  en cualquier  rebate  poder acudir con la  presteza  necesaria..." [64]. El primer título de propiedad inmobiliario en Lambaré fue registrado en abril de 1604, informa un documento citado por Durán [65], lo que nos dice mucho acerca del inicio del poblamiento de carácter permanente en ese valle.

Pero no habría un casco urbano sino hasta la segunda mitad del siglo XVIII. El mapa que se enseña a continuación (1647), no marca poblado alguno donde hoy está Lambaré.

 

 Mapa de las Misiones de la Compañía de Jesús, 1647


Luego de las últimas obras edilicias de Hernandarias  nada nuevo se construyó en la Asunción del siglo XVII y la decadencia urbana asuncena se fue acentuando, acompañando a la crisis económica, fenómeno que empujó a sus habitantes a refugiarse en chacras y quintas de los alrededores, o a ir conformando nuevas donde todavía no había ninguna. Esta fue la primera ocasión histórica que propició el crecimiento de los aledaños asuncenos inmediatos, principalmente San Lorenzo del Campo Grande y Trinidad.

Como se conoce a partir de documentos primitivos, las propiedades de Juan de Salazar Despinosa -que le fueran concedidas en la primera repartición de solares realizada por Irala y el Cabildo, en 1542- se extendían aproximadamente hasta el Cerro Lambaré. Las vegas de Tacumbú y Lambaré devinieron entonces las dehesas occidentales de Asunción, allí se criaron las primeras recuas, lo que continuó haciéndose hasta bien entrado el siglo XX. Es importante notar ciertos hechos muy característicos que señalan bastante claramente la diferencia que había entre poblaciones originarias y barrios asuncenos de signo rural como Recoleta, Trinidad y Lambaré. En estos no se daban conmemoraciones religiosas patronales sino que celebraban las mismas fiestas que en los distritos céntricos. Precisamente en una de esas celebraciones, en el año 1748, ocurrió lo que sería el último gran malón de indígenas chaqueños que atacaron Asun­ción. "Cayeron sobre Lambaré zarcos y mbocovíes en pleno día... Mataron cuarenta y ocho personas, llevándose veinte cautivos" [66].

A raíz de estos ataques sorpresivos y constantes, que obstaculizaban el afianzamiento poblacional y la actividad productiva rural a la que llamaba la vocación del suelo, y que en ocasiones llegaba hasta el extremo de audacia de incursionar en los suburbios asuncenos, se erigió en la ribera de Lambaré un presidio, que es como en la época se llamaba a los fuertes militares fronterizos.

Este emplazamiento vino a complementarse con el presidio de Arecutacuá, más al norte (ver mapa 2). En 1797 el Gobernador Lázaro de Ribera ordenó que “Los Comandantes y Gefes Militares auxiliarán con un soldado al Capitán de Artillería Don García Rodríguez Francia para que pasando de Presidio en Presidio Pueda prontamente desempeñar la comisión que le he confiado…”, la cual consistía en informar al gobernador acerca de las condiciones en que se hallaban tales fuertes. El informe del comisionado dijo que: “…corrí a mi costa los Puntos Siguientes: Fuertes de Costa Abajo: Lambaré, San Antonio, Villeta, Angostura, Macaypirá, Ibioca, Ñundiay, Reducción, Remolinos, Herradura.” [67]

La existencia de un presidio en la rivera fluvial de Lambaré constituye otra prueba irrefutable de la inexistencia de poblado alguno en la zona, pues en la legislación hispana regía una muy estricta prohibición de edificar cerca de las fortalezas o de instalar estas en las inmediaciones de poblados [68]. Esta evidencia se complementa con la siguiente cita: “Dispúsose que el alcalde de segundo voto, don Pedro Bogarín abriese esta causa en su juzgado, y formando cabeza de proceso, examinó varios testigos fidedignos, que contestes declararon la nueva conspiración y levantamiento del común, y de la sumaria resultaron culpados como principales fomentadores el regidor Garay, Bartolomé Galván, Fernando Curtido, Antonio de la Sota, el capitán Francisco de Agüero, los sargentos mayores: el de Tobatí, Bernardino Martínez; el de Caracará, Juan de Gadea; el de San Sebastián, Ignacio Jiménez; y el de Lambaré, Juan de Campuzano[69].

Se trataba Lambaré, evidente, no de un poblado sino de un presidio, o cuartel, puesto que su autoridad representativa era un militar; si hubiera sido una población, sería un alcalde.



De modo pues que el caserío, parroquia, pueblo, curato, distrito o barrio de Lambaré, como indistintamente comenzó a denominársele a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, tuvo que tener su asiento a partir de la colina ubicada al sur del arroyo del mismo nombre en dirección hacia el casco asunceno antiguo, precisamente allí donde comienza la línea de colinas asuncenas que se desplaza hacia el este y que, recorriendo primero en paralelo con la avenida Eusebio Ayala y luego atravesándola,  acaba desparramada en los barrios del sur de Fernando de la Mora, prosiguiendo en una línea irregular de pequeñas alturas y llanuras, conformando el paisaje ondulado del Departamento Central.

No de otro modo, desde luego, es posible comprender la vinculación que los pobladores de esas tierras guardaban con el mercado capitalino. Viajar tres leguas de ida y otras tantas de vuelta, atravesando todos los días dos o tres arroyos y dos empinadas cuestas, no hubiera sido una tarea que favoreciera el desarrollo de ese comercio.

 


Aquel estado de cosas hubo de permanecer más o menos igual en la Provincia del Paraguay hasta la segunda mitad del siglo  XVIII, cuando el arribo de nuevos contingentes de españoles entusias­mados con las posibilidades que ofrecía la apertura del comercio en el Río de la Plata, bajo las medidas liberadoras adoptadas por Carlos III, introdujo nuevos vecinos en Asunción, portadores de recursos, de conocimientos y de constructivo afán de prosperar.

Los recién llegados, técnicos, constructores, artesanos y mercaderes, sin quererlo provocaron un nuevo desplazamiento de los antiguos patricios asuncenos -ganaderos y explotadores de yerba, algodón y tabaco- quienes de pronto se vieron arrinconados en sus fincas de Trinidad, Limpio, Campo Grande, Villeta, Guarambaré, Lambaré, rodeados, eso sí, de generosa cantidad de sirvientes, lo que sin duda se requería para residir confortablemente en aquellos lugares rústicos. Así comenzó a conformarse una suerte de pequeña aris­tocracia rural, sin oro ni blasones pero con recursos suficientes para impulsar un incipiente desarrollo en esas áreas campesinas.

Esta fue la segunda ocasión histórica de relativa bonanza para los aledaños asuncenos y posiblemente recién entonces Lambaré comenzó a acrecentar su población hasta alcanzar un pequeño casco urbanizado mínimamente denso como para requerir un templo que, según Azara, fue bendecido el 1º de octubre de 1769. En los censos de 1793 y 1799 se consignaba en Lambaré 825 y 924 habitantes respectivamente [70].

Debe notarse que, en efecto, estos pequeños núcleos rurales productivos fueron creándose muy pausadamente en los barrios Lambaré, Recoleta, Trinidad, Campo Grande, que demorarían todavía un siglo más, cuanto menos,  en reunir algunas de las características esenciales requeridas para definir un núcleo urbano. Con escasa población rural dispersa, carecían de gobierno local y de sistema urbanístico; sus edificaciones eran rústicas y precarias, el arraigo de sus habitantes de condición mestiza o indígena era inestable, no se formaban en oficios ni producían servicios de demanda urbana y, en todo lo que no fuera alimentarse, dependían del centro asunceno.  Pero, como ya dijimos antes, ese perezoso crecimiento tenía antecedentes y explicaciones históricas claras.


8.  EVOLUCIÓN DE LA ZONA DESDE LA INDEPENDENCIA

Una tercera ocasión de crecimiento tuvie­ron estos barrios rurales de Asunción durante el siglo XIX, cuando el régimen del Dr. Francia, endurecido a partir de la conspiración de 1821, inició su represión sostenida contra toda familia que no diera señales inconfundibles y reiteradas de sumisión, en particular a las de origen español o criollo que estuvieran en buena posición económica, lo cual entonces sólo era posible mediante la actividad comercial y de algunas profesiones asociadas a ella. Los intempestivos apresamientos, confinamientos, procesos y confiscaciones ordenados por el Dictador contra quienes consideraba sus enemigos políticos o poco afectos a su persona, empujó a las familias asuncenas de mejor posición económica a abandonar el centro y refugiarse en sus fincas rurales, por ver si así, desapareciendo de la vista de Francia, se libraban de su encono.

Nuevamente, como cincuenta años antes, Trinidad, Lambaré, Campo Grande, Luque, Limpio y San Lorenzo de la Frontera recibieron a propietarios asuncenos como residentes permanentes y los beneficios de sus recursos. Si bien no hubo desarrollo propiamente dicho, allí ni en ninguna otra parte del país, porque el período de 26 años que duró la dictadura de Francia representó un retroceso muy grave en el orden social, productivo, comercial e intelectual, del que el país no se recuperaría en el resto del siglo.

Una hipótesis de esta investigación formulada al comienzo de la misma queda confirmada nuevamente en las crónicas de esta época: desde el momento en que se formó la pequeña población de Lambaré nunca estuvo cercana a la ribera del río sino en sus colinas o detrás de ellas. Ilustra bien al respecto la crónica de Viaje de John Parish Robertson: “Llegamos al fin a las últimas cuatro leguas de la Asunción y en este punto de nuestra jornada avistamos el majestuoso Paraguay serpenteando su argentina y dilatada corriente a través de la tierra que, juntamente, enriquece y engalana. De repente se nos cerró el campo abierto y seguimos nuestra ruta por un camino terraplenado de doce pies de altura (...) Todos los accesos (o pasos como más correctamente podían llamarse) a la Asunción, son de esta clase. Al principio fueron hechos con el fin de defenderse de las frecuentes y hostiles invasiones de los indios. Estos desfiladeros pueden ser protegidos fácilmente por hombres armados de mosquetes contra cualquier número de aborígenes. Habiendo desaparecido todo peligro de incursiones, los accesos de la ciudad sirven solamente como frescos y agradable caminos para entrar los viajeros, o para que los habitantes rurales conduzcan sus cargas de legumbres, frutas y carne, para proveer a la ciudad. De estos habitantes encontramos o alcanzamos cientos, principalmente mujeres. Algunos a pie, otros en asnos[71]. Recuérdese que Robertson vino de Buenos Aires a caballo, siguiendo la ribera fluvial por la margen izquierda, de modo que cabe suponer que ingresó a Asunción por Lambaré y, por consiguiente, su descripción responde a esta zona.

En 1844 Carlos Antonio López estable­ció la primera demarcación de límites de Asunción, definida ya como capital de la nueva república, en la que situó sus líneas exteriores donde están hasta ahora, con excepción del espacio escindido. Los curatos de Trinidad, Recoleta y Lambaré conformaban los barrios más alejados del centro histórico, de modo que la misma línea que señalan las actuales avenidas Madame Lynch y Defensores del Chaco (entonces conocida como Del Embarcadero), desde el arroyo Itay hasta Puerto Pabla, eran también el extremo de esos tres barrios. [72]

Habíamos mencionado que tanto Lambaré como Recoleta y Trinidad recibían distintas denominaciones en los documentos públicos; hasta entonces pudieron ser parroquias o curatos, utilizándose el modo de organización diocesana o jurisdicción espiritual, pero a veces eran denominados pueblos, término que entonces solía emplearse como un equivalente de lo que hoy designamos barrio (del mismo modo como durante la Colonia a veces se hablaba de “esta república” en referencia a la provincia), mas solamente eran así designados si se hallaban alejados del centro, manteniendo carácter rural, y mientras lo mantuvieran.

Más tarde, a fines del siglo XIX, cuando se dictó la primera ley de elecciones generales, esas unidades territoriales adquirieron la designación de distritos, pero para otros efectos continuaban denominándose parroquias. Los nombres oficiales de las seis primeras parroquias de Asunción fueron La Catedral,  La Encarnación, San Roque, Santísima Trinidad, Santísimo Sacramento de la Recoleta y Virgen del Rosario de Lambaré. "Los tres últimos forman los suburbios de la capi­tal" informaba Du Graty. Sin embargo, cuando describe el recorrido de la margen izquierda de la ribera fluvial del río Paraguay, citando una a una las localidades desde Humaitá hasta Asunción, pasa directamente de San Antonio a Asunción, mencionando entre ellas solamente a “las colinas de Lambaré y Tacumbú”. [73]

Alguna confusión interpretativa podría generarse a partir del texto de un Decreto Supremo de Carlos A. López, del 22 de marzo de 1846, dictado en relación a la edificación del templo de Lambaré‚ en cuyo considerando expresa: “La colectura general abonará los Salarios de esta lista del ramo de diezmo, llevando cuenta particular de la obra del nuevo templo que el Gobierno determinó hacer edificar por cuenta de dichos diezmos en lugar del rancho pequeño e informe que está sirvien­do de iglesia parroquial en Lambaré, teniendo en consideración primero que la actual Administración por decreto de 28 de Marzo de 1844 incorporó a la Capital el territorio de Lambaré, segundo..."

Si la expresión "incorporó a la Capital" induce a alguien pensar que allí existía un pueblo autónomo, de las mismas características que San Antonio, Villeta, Ypané, Itá o San Lorenzo del Campo Grande, y que así resultó absorbido, debe tomar precauciones y advertir que aquel decreto fue el primer documento oficial que estableció los límites y la división política de Asunción. No podía haber incorporación de un territorio a otro si ninguno estaba delimitado ni definido previamente. Por otra parte, no se conoce ningún caso en que un pueblo haya sido subsumido en otro, lo cual, aunque sólo se hiciera en los papeles, iría contra los procesos de las urbanizaciones coloniales, suficientemente dispersas y alejadas, y de tal manera separadas entre sí por anchas franjas de suelo rural, que tal obstáculo físico recién sería superado, en el área metropolitana de Asunción, por la inicialmente lenta urbanización que comenzó a principios del siglo XX, que hoy se hizo veloz y ya completa, homogeneizando la mancha urbana metropolitana.

Los barrios Recoleta, Trinidad y Lamba­ré, los tres distritos externos de la ciudad, generaron la atención particular de don Carlos, interesado en incorporar esos barrios al centro asunceno, no política sino urbanísticamente. Una consecuencia inmediata de tal temperamento fueron los templos que mandara edificar en ellos y la línea de ferrocarril que unió la Casa de Gobierno con su residencia en Trinidad.

La segunda delimitación de la capital paraguaya estableció la Ley del 5 de julio de 1876, manteniendo la frontera sur de Asunción donde terminaba el barrio Lambaré y comenzaba la jurisdicción de los pueblos de San Lorenzo de la Frontera (Ñemby y Villa Elisa).

La aparición del nombre "Lambaré", en tanto unidad geográfica, en una ley de la Nación, se produce por primera vez en la ley electoral del año 1870, que crea la división de Asunción en tres distritos electorales: 1) Catedral  y  Recoleta;  2) Encarnación  y  Lambaré;  3) San Roque y Trinidad. Cuando se efectuó esta primera división de Asunción a los fines señalados,  Lambaré‚ debido a su escasa  y  dispersa  población, integró el segundo distrito junto con su vecina geográfica La Encarnación, disposici­ón que fue reiterada en la segunda ley electoral, en junio de 1882 [74].

Todas estas informaciones deberían ser suficientes para despejar cualquier duda que pueda subsistir en alguien acerca de que Lambaré haya alcanzado alguna vez suficiente envergadura demográfica y urbanística como para conformar una localidad diferenciada de Asunción, como no la tenían Recoleta ni Trinidad. En abono de este aserto y para mayor abundancia aun, es necesario fijarse en una omisión que, como prueba histórica, es quizás todavía más importante que esas alusiones explícitas: la primera Ley de División Territorial de la República, del 25 de agosto de 1906, en su Art. 7, establece: "Quedan comprendidos en la Capital de la República los partidos de Limpio, Luque, San Lorenzo del Campo Grande, San Lorenzo de la Frontera y San Antonio".  Lambaré, al igual que los demás barrios suburbanos asuncenos, no era mencionado precisamente porque no constituía un partido, entendiendo por tal a cualquier localidad con autoridades municipales.

Por estas mismas razones no se halla­rán menciones de esos barrios asuncenos en las guías que se publicaron sucesiva­mente desde principios del siglo XX. A los distritos más alejados del centro histórico, como Trinidad, Recoleta y Lambaré, se le adjudicaban dos autoridades civiles: el juez de paz y el jefe urba­no, este último ejercía algunas funciones de aquellas que hoy se atribuyen al delegado político o gobernador e intendentes.


Mapa Nº 3 - 75


En 1906 se fijaron por primera vez los límites del distrito electoral asunceno de Lambaré, que fueron los siguientes: el río Paraguay, la calle Última o De la Embarcación, el camino a San Antonio, la calle San Leandro y el arroyo Ferreira, estos dos últimos la separaban del distrito La Encarnación.

El primer acto administrativo con significado urbanístico que ejecutó la Municipalidad de Asunción res­pecto al barrio Lambaré fue el delineamiento de su planta urbana y la denominación de sus calles, realizado en 1896.  El segundo delineamiento se efectuó en 1913.

Estos actos institucionales sobre los barrios se reiteraron por sucesivas leyes que iremos viendo, así como por el Decreto Ley Nº 9.484 de 1945, por la Ordenanza Nº 4.126/59, por leyes tributarias y de organización judicial.

En 1896, la Oficina  de  Ingenieros Municipales  de la Municipalidad de Asunción levantó el primer plano  de delineamiento de la planta urbana de Lambaré, solicitado por los vecinos en el año anterior, diligencia de la que resultaron tres calles largueras  y otras tantas transversales. En 1913 se efectuaría la segunda delineación de calles en Lambaré (rectificada al año siguiente) [76]‚ y en 1925 se decidiría la expropiación de un terreno de tres hectáreas para cementerio. La Ordenanza de nomenclatura dictada para Lambaré en 1913 (Nº 255) proporciona una idea cabal de su extensión; sus calles eran: Lambaré; General Aquino, Teniente Herrero, Bolaños, Presidente Rivarola; Dr. Aceval; Zalazar [77].

 Estas disposiciones comunales, así como la exigüidad del trazado urbano, confirman que el carácter eminentemente  rural  del  sitio no había sido alterado. Luego de  sucesivas  leyes y decretos  que se ocuparon de los distritos electorales  asuncenos,  en 1916 se dictó la Ley Nº 227, que les  fijaba  límites; el de Lambaré tuvo entonces los siguientes: "Sud: Río Paraguay; Este: calle Última a la de La Embarcación de Puerto Pabla, hasta el paraje denominado "Cuatro Mojones" en los límites de los depar­tamentos  de San Antonio y San Lorenzo del Campo Grande;  Norte: lado del poniente del camino a San Antonio desde "Cuatro  Mojo­nes" hasta la calle San Miguel, acera del naciente de ésta hasta el camino a Lambaré y lado del poniente de ésta hasta el arroyo Ferreira; y Oeste: orilla izquierda de éste desde el camino a Lambaré hasta su confluencia en el río Paraguay" [78].

Como se puede ver en el plano de la izquierda [79], a Lambaré se accedía desde el centro asunceno por dos caminos posibles, uno que coincidía con las líneas de las actuales avenidas Estados  Uni­dos,  José Félix Bogado y Primero de Marzo, la otra  con  la avenida  Perú, que a la sazón se la conocía como calle Salinares  precisamente porque desde antiguo conducía a las salinas de Yukyty. Pero cuando en los documentos se hablaba del “camino a Lambaré”, se refería a lo que actualmente se conoce como avenidas José Félix Bogado y su continuación, la de Primero de Marzo, que luego, recientemente, dio en llamarse “Dr. Argaña”.

Por el lado del distrito de La Encarnación la vinculación  más cercana de Lambaré con el centro asunceno era la que se  establecía  a través de los barrios Republicano y Obrero, gran parte de cuyas tierras fueran adquiridas en 1923 y que por aquel entonces estaban siendo ocupadas y explo­tadas en pequeña medida por unos 815 pobladores, según un censo levantado  al año siguiente, población granjera que  cultivaban principalmente  mandioca, batata y algodón, naranjos y bananos, criando ganado y animales de granja en una extensión aproximada de 134 hectáreas.

Los  años cuarenta son los del  creci­miento  de los alrededores asuncenos, particularmente de  aque­llos servidos por los caminos principales. Así nacen los  muni­cipios de Fernando de la Mora y Mariano Roque Alonso, itinera­rios  forzosos para alcanzar al interior. Lambaré, no siendo zona de tránsito, no se vería favorecida por el desarrollo propulsado por la expansión vial. Trinidad, en cambio, se desarrollaba alrededor de las avenidas España, Santísimo Sacramento y Artigas, pero no en su interior. En una extensa ordenanza del año  1942 (Nº 649) en la que se establece la nomenclatura de las calles de Asunción, barrio por barrio, a Trinidad y Lambaré todavía continúa llamándoseles pueblo, lo que da la idea de su ruralidad.

Mejor idea aun las dan las calles de Lambaré, según la lista de dicha ordenanza; a saber, tales eran, de norte a sur: Cabriza, Amarilla, Jiménez, Román, Alón, Acosta, Boyuivé. De este a oeste: Coronel Schweizer (camino a Puerto Casaccia), Isla Po´í, Barret, Vera, Tabaré, 15 de Junio, Paititi, Ocara Potí. La diagonal extendida entre las calles 15 de Junio e Isla Poí se denominaba Lambaré. Las zonas urbana y suburbana de la localidad conformaban, por consiguiente, un cuadro de ocho por siete calles transversales entre sí, lo que hacían apenas unas 56 manzanas. Fuera de este rectángulo, lo que le rodeaba estaba clasificada como zona rural [80].

La división política de Asunción sería ratificada varias veces a  lo largo de este siglo; la última,  antes  de  la amputación de Lambaré, se produjo en el año 1959, cuando la Municipa­lidad de la Capital dictó la Ordenanza Nº 4.126, en la que, según expresa, “crea” seis parroquias asuncenas (en realidad reitera o confirma las que ya existían): San  Roque, Encarna­ción,  Catedral, Recoleta, Trinidad y Lambaré, nombres idénticos a los utilizados para designar a los distritos electorales y a otras divisiones de índole administrativa, como las de la Dirección de Impuestos Inmobiliarios y las del  Registro General de la Propiedad.

Mas ya en la Ley  Orgánica  Municipal dictada en 1954 (Nº 222) se traducía un interés peculiar por la suerte  de los barrios Trinidad y Lambaré,  prescribiéndose  que "La Municipalidadde la Capital (...) deberá invertir en  bene­ficio  de  las parroquias Lambaré y Trinidad  cuando  menos el cincuenta  por ciento de sus contribuciones respectivas" (Art. 51).  No  obstante, no se superaría así nomás la conocida dicotomía que se dio en el Paraguay de aquella segunda mitad del siglo XX entre la declamación discursiva de buenas intenciones políticas, la debilidad de la normativa y la inercia fáctica de la realidad, que no se deja modificar con meras declaraciones.


9. LA ESCISIÓN DE LAMBARÉ Y CREACIÓN DEL MUNICIPIO

Desde las dos últimas décadas del siglo XIX la  creación  de  nuevas  intendencias fue una respuesta política a las demandas de pequeñas localidades en plan de afianzarse, en algunos casos, o en un deliberado estímulo aplicado desde el Gobierno central para que las fuerzas locales se desarrollaran por sí mismas.

Durante el régimen stronista, en cambio, la municipalización pasó a constituirse además en uno de los modos de montar el gigantesco tinglado  prebenda­rio que fue erigiéndose desde 1954.  El proceso de ambicionar un municipio propio pasó a representar entonces una combinación de afán autonómico con las contiendas caudillistas y las rencillas locales, todo ello sumado a la codicia que despertaba la posibilidad de contar con flamantes centros administrativos donde generar fuentes tributarias y prenderse a los grifos de la burocracia. En los primeros seis años de la dictadura de Stroessner se crearon doce municipios nuevos; once en la década de los años sesenta; 20 en la del setenta y 21 en la del ochenta.  

El municipio de Lambaré nació también, como otros, con esos  progenito­res. Su proceso de creación se  inició en  el Ministerio de Interior, a la sazón a cargo de  Edgar L. Insfrán, a partir de una nota elevada por la Seccional Colorada Nº 13  de aquel distrito. La nota  -del 29 de junio  de  1960- pedía a Insfrán la creación de un municipio de segunda catego­ría aduciendo  que "Obedece esta petición... al hecho  de  que Lambaré  cuenta aproximadamente 8.000 habitantes  en  toda  su jurisdicción... donde existen además de numerosas casas  comer­ciales,  fábricas  de caña, vino, azul y  otros productos  que facilitarán  su desenvolvimiento económico".

Ningún  otro argumento fue expuesto para  solicitar la creación del pretendido municipio, y tampoco  les serían exigidas a los solicitantes explicaciones  convincentes, motivaciones ni pruebas de la necesidad que fundaba semejante petición, por cuanto la ley municipal no contemplaba más requisitos que esos.


Mapa 4


Se prosiguió el trámite con notas,  pedi­dos  de  informes,  respuestas y  otras  formalidades vacías de contenido jurídico, simplemente burocráticas, incluyendo la intervención que se concedió a la Municipalidad de Asun­ción, entonces bajo la intendencia de César Gagliardone, quien suministró silenciosa y obediente­mente  toda  la  información que acerca de Lambaré se le reclamaba. No se amagó en la Municipalidad capitalina siquiera una protesta  en defensa de más de la quinta parte del patrimo­nio territorial de su comuna en tren de serle escamoteada.

Durante los últimos meses del año 1960, y  a  lo largo de 1961, el Ministerio del  Interior estuvo aplicado  a  la identificación, persecución  y  liquidación de los grupos guerrilleros Urbanización de Lambaré en los años 60 "14 de Mayo" y "FULNA". No adelantaron los trámites de la municipalización del barrio Lambaré durante  ese período, dadas las agitadas circunstancias, pero, transcurrido el intervalo, el ministro gestor retomó con mayor impulso la dinámica partidaria. Edgar L. Insfrán alentaba ambiciosos proyectos personales dentro del  Partido Colorado y actuaba en consecuencia, lo que le situaría en rumbo de  colisión  inevitable  con el autócrata.  Hasta tanto,  sin embargo,  sería el hombre más influyente ante el dictador y, consecuentemente, se recurriría a él en peticiones y ambiciones. Por ahí se reanudó la iniciativa de creación del Municipio de Lambaré.

La reactivación del proceso fue ordenada por el Ministerio del Interior, quien dispuso de un funcionario menor para verificar formalmente, in loco, si las características del distri­to se ajustaban a la información proporcionada  por los peticionantes y a los requisitos establecidos en la ley municipal [81]. En su nota del 21 de marzo de 1962, el comi­sionado producía un insólito documento en el que no  solamente reportaba la información sino que él mismo se erigía en abogado de la causa y recomendaba calurosamente al ministro Insfrán acceder a la petición de conformación del nuevo municipio.

Resumida­mente  decía el curioso documento -como se dijo, más que informe era un alegato- que: "El posible recurso  con que contaría la futura Municipalidad no será menor de  300.000 guaraníes”,  suma  que se valuaba suficiente para costear los gastos del nuevo municipio. Agregaba que "El núcleo de población de la citada  localidad es de 5.494 habitantes" y, por fin, que “La creación del  muni­cipio  de Lambaré vendría a llenar una sentida necesidad de  la población  y constituiría un estímulo poderoso a un  núcleo  de esforzados y antiguos pobladores del lugar". 

A modo de  colo­fón, adjuntaba una lista con el cabalístico número de ciento y un vecinos de la zona‚ identificados por sus nombres y sus respectivos  oficios o negocios, merced a la que puede saberse hoy que, de ellos, noventa y seis explotaban almacenes, uno solo la fábrica de azul citada, otro, la de miel, y un tercero, una tienda [82]. Naturalmente, no se realizó ninguna encuesta de preferencia entre los habitantes ni se les consultó acerca del proyecto que se preparaba e impulsaba desde la Seccional, lo que generaría reacciones adversas posteriormente.

La cantidad de habitantes de Lambaré consignada en el expediente no pasaba de ser una estimación complaciente de la Dirección General de  Esta­dísticas y Censos, ya que el último relevamiento de población practicado hasta entonces era el del año 1950, cuando arrojaba 4.094  personas residiendo en el distrito. De cualquier  manera, 400 habitantes más o menos no irían a frustrar el proyecto para el cual la decisión política ya estaba tomada.

El territorio que se pretendía para Lambaré era mucho  mayor que el actual; incluía toda la franja de terreno situada  entre la avenida José Félix Bogado y lo que entonces era denominada “ruta” General Perón hasta el río  Paraguay, desde el arroyo Ferreira hasta el puerto  de Itá Enramada, es decir, espacio que coincidía casi exactamente con la jurisdicción de la Seccional 13 del Partido Colorado, pero asimismo con la delimitación de la parroquia tal como estaba vigente.

El  pedido  oficial  de  creación  del municipio  de segunda categoría fue girado al Presidente de  la Cámara  de Representantes por nota formal suscrita por  Alfredo Stroessner y Edgar L. Insfrán, en fecha 16 de mayo de 1962;  dos días  después se expedía favorablemente la Comisión de  Asuntos Municipales de la Cámara y 29 del mismo mes se sancionaba la ley. Sin duda, eran tiempos de gran agilidad parlamentaria.

Consecuentemente, en virtud de la Ley Nº 791 de  1962, promulgada el 5 de junio siguiente,  se desmembró el barrio capitalino de Lambaré separándoselo  de Asunción, se lo convirtió en distrito  y se creó el municipio  de segunda categoría, de acuerdo a la terminología legal vigente. En su artículo primero se le fijaron límites provisorios, mientras los definitivos se dejaron a cargo del Poder Ejecutivo; pero, entretanto, los directivos de la Seccional 13 pasaron a convertirse en autoridades comunales, a percibir salarios de las fuentes tributarias y a dar solución a la dependencia de sus negocios.

Cuatro años después, el Decreto Nº 21.420/66 establecería “límites jurisdiccionales definitivos” al novel municipio, los cuales, partiendo de cuatro Mojones, se retrotraían unos doscientos metros hacia el sur de la avenida Fernando de la Mora, este de la de General Santos y oeste de la de José Félix Bogado. En lo demás permanecía igual que los señalados provisoriamente. Peor dos años después, en virtud  del  Decreto  Nº 34.037/68,  este último territorio sería  modificado, retrotrayéndose las líneas demarcadoras del lado del poniente hasta unos doscientos metros al este de la avenida Perón, que es donde se hallan actualmente [83]. Esta medida respondió a dos causas: una, el pedido de los propietarios de inmuebles ubicados en las zonas limítrofes, que temían que el valor de mercado de sus terrenos se vea perjudicado al ser transferidos de Asunción a Lambaré, perdiendo el carácter de fincas urbanas para pasar al de rurales o suburbanas. La segunda causa se vinculaba con la suerte de las grandes avenidas que figuraban como límites y que en ese mismo momento comenzaban a requerir una fuerte inversión municipal en desarrollo urbanístico, cual era el caso de General Santos, Avenida Perón y, sobre todo, la de Fernando de la Mora.

El plantel partidario que se hizo cargo del flamante municipio lambareño advino carente de recursos, de experiencia y de capacidad técnica para encarar con éxito semejante empresa - ni remotamente pensar, por ejemplo, en levantar un catastro modernizado de su ejido-, falencias que se erigían como eminentes obstáculos en el camino que reclamaba la hora, en esos barrios que, pese a la inercia municipal, se iban convirtiendo rápidamente en residenciales, en esas avenidas en las que la condición comercial, a despecho de los regímenes de uso del suelo y las restricciones zonales, se consolidaba velozmente.

Aquellos temores de que en manos de la impotencia o de la incuria de la recién nacida Municipalidad de Lambaré sus patrimonios e intereses vecinales quedarían expuestos a mucho riesgo estaban sin duda justificados, a juzgar por el hecho de que hasta hoy día no fue posible concertar la acción de la municipalidad desmembrada con la de Asunción, de tal suerte que, por ejemplo, puedan compartir la administración urbana de una misma vía de gran circulación. En realidad, se tiene en la experiencia el mal antecedente de las avenidas M. Lynch y Defensores del Chaco, con un arrastrado problema de condominio entre las municipalidades colindantes que apenas parece paliarse con las obras del acceso sur, realizadas por el Gobierno central.

Al devolverse a Asunción la íntegra jurisdicción sobre las avenidas Fernando de la Mora, General Santos y Perón, estas pudieron ser incorporadas a la red vial asuncena en consonancia con ella, ajustadas a los planes reguladores y a una política urbanística definida, vale decir, sujetas a un conjunto armónico de normas municipales y criterios técnicos aptos para regular su ordenamiento en consonancia con el resto de la ciudad.


10.  EL CERRO LAMBARÉ Y EL BARRIO ITÁ ENRAMADA

El cerro Lambaré y el barrio Lambaré comparten su identidad toponímica que proviene de una palabra de origen desconocido, tal como expusiéramos anteriormente, de igual manera a lo que sucede con el cerro Tacumbú y el barrio homónimo. En general, no es hoy ni fue raro que cuando hubo de escogerse un nombre para un pueblo, barrio o zona se recurriera a una denominación preexistente, preferentemente de un accidente geográfico. En nuestro país abundan los ejemplos de este tipo de duplicación (Acahay, Tebicuary, Altos [84], Caacupé, Piribebuy, Itapé, Caaguazú, etc., etc.).

El cerro Lambaré fue declarado  Zona  Nacional  de Reserva en 1948 [85], aunque una parte de él siempre constituyó propiedad privada, al menos desde que se tiene memoria documentada, o sea desde la creación de la Oficina de Hipotecas de  la República y del Registro General de la Propiedad  (1871) [86].

Al momento de la creación del municipio de Lambaré, la finca que compren­día el cerro y su área circunvecina pertenecía a Concepción Marín  de  Jaeggli (que la recibió de María Eva Concepción Jaeggli). Pero en el año 1980 este terreno era ya del dominio de la firma “Rosi S.A.”, perteneciente a un empresario argentino de nombre Gustavo Gramont Berres [87] -a la sazón estrechamente  allegado  a  la familia Stroessner- quien consiguió  persuadirle al dictador de autorizar un “Proyecto Altar de la Patria”, un  monumento en  la cúspide, majestuosidad que petrificaría la gloria de los héroes, incluido en primer término, por supuesto, el mismo Stroessner.  

En el marco de la intrincada operación contractual concertada entre Stroessner y Gramont, el Estado expropió la fracción del terreno de “Rosi S.A.” sobre el que erigía parte del cerro, “a los efectos de erigir un monumento en honor de los héroes de la nacionalidad”, según se aclaraba en la disposición legal; luego se ordenó a la Municipalidad de Asunción que le transfiera a Gramont, “en carácter de compensación por dicha expropiación”, 55 hectáreas del patrimonio privado comunal, que lindaba con el terreno expropiado. Pero aquí no acababa el proceso, pues todavía faltaba  la parte del negocio de Rosi S.A.: cien mil hectáreas más que la Comuna asuncena debía venderle a un precio que se establecía en el mismo decreto ley.

La irrecusable orden superior emanada de la voluntad omnímoda que regía los destinos del país quedó expresada en la engañosa expresión “autorízase” empleada por la disposición legal, a fin de hacer suponer que la misma respondía a una solicitud de parte. La fórmula empleada era esta: “Autorízase a la Municipalidad a transferir a la firma Rosi S.A. tierra perteneciente al patrimonio municipal, lindante con el inmueble expropiado, en carácter de compensación por el valor de dicha expropiación y por un total de 55 Has…” Luego, en el Art. 6º se daba otra: “Autorízase a la Municipalidad de Asunción a transferir a la firma Rosi S.A. hasta 100.000 m2de tierra al precio de Gs. 2.800 el m2… Dichas tierra serán destinadas a una zona de urbanización residencial…”.

Está demás, sin duda, aclarar que, de acuerdo al principio de autonomía municipal asentado en la Constitución, la Comuna asuncena no tenía necesidad de decreto ni ley para decidir qué hacer con un inmueble de su patrimonio privado. Como dijimos, ese autorízase significaba, ni más ni menos, un simple ordénase.  

Finalmente el decreto ley estableció un confuso sistema de cogestión del cerro. Al Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones atribuyó “la construcción de parques… conservando, en lo posible, la mayor parte de las reservas forestales”, mientras que a la Municipalidad de Asunción encomendaba “la recepción, custodia, conservación y mantenimiento del monumento y de las obras…[88]

El  monumento fue erigido; Alfredo Stroessner y el Cacique Lambaré (con una pequeña imagen de la Virgen María en una mano, consorcio inexplicable a la luz del mito lambareño) tuvieron  su bronce  en  él; mas el proyecto de urbanización de Gramont - Rosi S.A. nunca coaguló. Finalmente esta empresa quebró y el terreno destinado a urbanización fue rematado y adquirido por la Municipalidad de Asunción a un precio estimado en cinco veces menor que el señalado por la avaluación fiscal, por lo que puede afirmarse que tan sórdida historia al menos tuvo, fortuitamente, un final feliz para la ciudad.

La estatua de Stroessner, forjada por el escultor del conjunto, el español Juan de Ávalos [89],  fue primero derrumbada y después arrumbada en depósitos municipales bajo la administración comunal del intendente asunceno Carlos Filizzola, para finalmente ser seccionada pocos años después. Algunas de sus partes fueron empleadas en la obra escultórica de Carlos Colombino instalada en la plaza “Los Desaparecidos”.

El  predio  ubicado  al  suroeste  del cerro Lambaré, incluyendo al que contiene al Hotel Itá Enramada, pertenecía a unos hermanos Casaccia y fue fraccionado con  mayor vigor cuando la llamada entonces “ruta  internacional General Juan Domingo Perón" comenzó a pavimentarse. La zona que rodea  al puerto  de  Itá Enramada era propiedad de la familia Chiriani, tres cuadras al este de la ruta Perón y todo el espacio comprendido entre esta vía y el río, hacia el oeste, además de unos doscientos  cin­cuenta metros de playa hacia el este de la plazoleta del puerto, lo que hacía unas 31 hectáreas, hasta que la finca fue loteada en el año 1962. 

Este  barrio Itá  Enramada alojó inicialmente casas de fin de semana y a propietarios vinculados a los deportes  náuticos y la pesca deportiva. Parcialmente urbanizada, prometía constituirse en una de las zonas de mayor potencialidad  residencial, aun cuando la negligencia municipal permitió radicar en ella instalaciones industriales y reservados que compitieron exitosamente contra el desarrollo de aquella vocación urbana.

El desmembramiento municipal de Lamba­ré fue la única pérdida territorial que padeció Asunción desde  que se fijaran de un modo oficial los límites  jurisdic­cionales  de  nuestra capital. Lambaré existe  como  municipio desde  su fundación por parte del General Stroessner y su ministro Edgar Insfrán, hace ya casi medio siglo [90], pero la historia no  le dio tiempo para conformar la identidad inconfundible que tienen los pueblos antiguos. Goza,  sí, de un futuro promisorio como suburbio privilegiado por la  naturaleza y por la ubicación geográficamente marginal que posee respecto al área de mayor movimiento metropolitano.

En efecto, así como ocurriera en dos ocasiones durante el período colonial, y una vez más bajo el régimen francista, Lambaré tendría una cuarta época de  recep­ción de población. En el período que se inicia en 1974 y termi­na hacia 1982  -al que solemos llamar “de Itaipú”-  que es cuando duplica su población. Tenía 31.732 habitantes en 1972 y 66.810 en 1982. Un salto demográfico que se compara con el de los barrios Trinidad y Recoleta, así como con toda el área metropolitana de Asunción, aunque todavía en grado inferior.

El fenómeno acompaña al proceso de fuerte incre­mento del fraccionamiento de terrenos y de la edificación de viviendas, que fue, como se sabe, uno de  los efectos más señalados de aquel momento de efímero auge económico. El  mercado  de tierras suburbanas, especialmente en Trinidad y Lambaré, alcan­zó en ese lapso el mayor dinamismo que nunca anteriormente.  En ese momento  esos barrios abandonan definitivamente su carácter suburbano para integrarse físicamente a los barrios céntricos sin solución de continuidad.

Desde 1980 ya no hay límites visibles entre Itá Enramada, Santa Ana, Santa Librada, Republicano, San Vicente,  Pinozá, Hipódromo, San Pablo  y los demás barrios asuncenos vecinos o cercanos a Lambaré, efecto natural del proceso de urbanización acelerada por sus factores habituales, como el crecimiento demográfico, la apertura y pavimentación de las vías intermediarias, la extensión de los  servi­cios de agua corriente, energía eléctrica y teléfono, redes que alcanzaron y aun alcanzan a Lambaré proviniendo de Asunción, como les sucede a los demás barrios que hasta hoy continúan, afortunadamente, integrando la capital.

Con las demás localidades aledañas a Asunción el proceso es el mismo, de tal suerte que lo que la hora política impone es regular la regionalización y legislar para el un área metropolitana cuyos problemas son cada más comunes y más graves. Esta evidencia no cobra todavía la atención ni el interés de los gobernantes, administradores o legisladores.


11.  LÍMITES TERRITORIALES, CONFLICTOS JURÍDICOS Y MANIOBRAS POLÍTICAS

En el año 1994 surgió, en ámbitos políticos vinculados a la Municipalidad de Lambaré, la idea de extender el término municipal hasta las grandes avenidas que la circunvalan por el noreste y noroeste. El lanzamiento de la iniciativa fue precedida de publicidad y presencia personal de los agentes propagandísticos en los medios de prensa, con la técnica de la sensibilización de la opinión pública, instrumentándose la figura de “reparación de una injusticia histórica”, de la que algunos periodistas y medios se hicieron eco, en ciertos casos por falta de información adecuada y, en otros, por acuerdo con los gestores de la impulsión del proyecto. Escogieron al cerro homónimo como símbolo de reivindicación histórica, política y popular.

El proyecto de ley llegó a la Cámara de Diputados, en la cual se giró el asunto a la comisión correspondiente. La Municipalidad de Asunción, bajo la intendencia de Carlos Filizzola, designó una delegación a fin de elaborar informes sobre el tema y remitirlos a la Comisión de Asuntos Municipales de la Cámara de Diputados, la que, como parte de su cometido, se reunió con los diputados a fin de ilustrarles acerca de lo que consideraban verdaderas motivaciones de los proyectistas, es decir, el interés económico y electoralista, pues tanto colorados como liberales y otros sectores políticos de Lambaré, realizaban sus campañas locales utilizando como bandera propagandística la “recuperación” de los territorios pretendidos [91].

Quizás el elemento de mayor peso de convicción en aquellas circunstancias haya sido el riesgo que se cerniría sobre otras municipalidades del país si la pretensión tuviera fortuna, pues despertaría el apetito de los municipios menores que se lanzarían a gestionar la extensión de sus límites a costa de los vecinos mayores.

La Comisiónde Asuntos Municipales y Departamentales, con voto dividido, dictaminó el rechazo, que luego fue ratificado y formalizado por la mayoría del pleno, a fines del mes de junio. El diario ABC Color editorializó el tema, afirmando, entre otras cosas, que “…el desplazar los límites comunales de Lambaré a expensas de los de Asunción no va a contribuir a solucionar ninguna dificultad urbanística ni va a beneficiar a los vecinos afectados por dicha medida[92].

 

En un detenido análisis sobre el caso de Lambaré, realizado entonces por el equipo de urbanistas integrado por Gonzalo Garay Z., Graciela López de Paz y Delia León de Simancas, se llega a conclusiones ilustrativas y terminantes a un mismo tiempo, como la que afirma que: "Lambaré siempre se ha comportado como un sector habitacional de Asunción, utilizando todo el equipamiento urbano de salud, educación, trabajo y recreación de la capital. El volumen de generación de viajes desde Lambaré a Asunción (83%) es mucho al de atracción de viajes hacia Lambaré (17%). Además de los motivos de estudio y trabajo, los motivos de aprovisionamiento diario, la población de Lambaré se moviliza hacia los centros comerciales y de abastecimiento de la Capital."

 

Plano actual. Zona de disputa

 

Lambaré crecía intensivamente a expensas de Asunción e inseparablemente de ella, sus vías principales de comunicación conducían exclusivamente hacia arterias principales del sistema asunceno, careciendo entonces de vinculación con el interior ni con el exterior del país sino a través de Asunción. En resumen, no había entonces ningún elemento de juicio que permitiera suponer que en esa etapa de su evolución Lambaré poseía autonomía urbanística o política; era un barrio suburbano, en pleno sentido técnico del término. En el plano de la izquierda se señala en color verde las zonas reclamadas.

Después de nacida como municipio, las iniciativas destinadas a la ampliación del territorio que le fuera asignado en la norma de creación conduciría el debate por otro camino argumentativo. Los representantes de los intereses lambareños optarían por aferrarse al sofisma de que Lambaré era una entidad de derecho público ya existente antes de su creación legal, puesto que poseía un territorio con ciertos límites, parte del cual perdió y que, por consiguiente, “hay que devolvérsele”. La idea de que algo se le arrebató a alguien conduce inmediatamente a la idea asociada de la injusticia; y las injusticias debe ser reparadas. Pero si alguien no existía, entonces no pudo arrebatársele nada y no hubo injusticia ninguna. De este modo lógico se plantea la antinomia contenida en este caso.

De manera que la cuestión de límites del ejido de Lambaré se resume en una alternativa: o se considera que Lambaré preexistía de algún modo antes de la creación del municipio, en 1962, en cuyo caso debería mantener lo que le era propio; o bien se considera que todo municipio recién es concebido y nace en su ley de creación, en cuyo caso su primer límite es el que esté señalado por dicha norma, que en el caso de Lambaré fueron el Decreto Nº 21.420/66, modificado por el Decreto Nº 34.037/68 [93].

La discusión acerca de si alguna entidad pública denominada Lambaré preexistió a su creación es inicialmente de índole ontológica, pues habría que dilucidar la esencia del ser; es decir, si es posible ser algo antes de la concepción. Se argumentará seguramente que Lambaré existía como barrio, como distrito civil o como parroquia electoral, y que en cuanto tales tenía fijados sus límites, y esto es cierto. Pero es un dato que en vez de facilitar complica el debate, por cuanto sus límites podrían ser diferentes para cada una de esas divisiones, lo cual se explica porque los organismos públicos que establecen tales medidas recurren a ellas en función a distintas necesidades técnicas o de gestión. No es lo mismo dividir el espacio geográfico para discriminar montos tributarios que para distribuir la población electoral porque, finalmente, la división política territorial no guarda ninguna relación con las mencionadas, pues son establecidas por otra autoridad, regidas por otros criterios y persiguiendo objetivos completamente distintos.

De manera que el Lambaré barrio, parroquia o distrito registral, no constituía en sí misma una entidad de derecho público sino una porción del ejido asunceno, del mapa tributario, del electoral o del registral, diferenciada de las otras porciones según las necesidades administrativas y las regulaciones legales que las establecen y definen.

El momento exacto en que nace como unidad político territorial, separada y singular, con las prerrogativas que la Constitución concede las municipalidades, es aquél en que la ley de su creación entra en vigencia. Si se le reconocieran límites preexistentes a su nacimiento como municipio o distrito (ambos deben tomarse como sinónimos, a los efectos de la división político territorial), se debería admitir también que anteriormente poseía alguna entidad política orgánica particular, lo cual es insostenible histórica, política y jurídicamente, pues simplemente no existe otra unidad que la mencionada:  el distrito o sea municipio [94].

En 2008 se reactiva, no obstante, la solicitud de ampliación territorial que como iniciativa política nuevamente se origina en la precedente campaña electoral municipal. En esta ocasión se agrega un factor que dieciséis años atrás no pesaba aun: se conoce cabalmente el valor político de contar con un asiento más en la Cámara de Diputados, en la que el Departamento Central posee actualmente diecinueve escaños pero que con el anexamiento del territorio pretendido daría una banca más al Departamento (y quizás hasta dos, dependiendo de las cifras electorales), mientras que Asunción la perdería.

Una eventual ampliación del ejido, tal como pretende la Municipalidad de Lambaré, supondría para Asunción la amputación de 4.853.345 m². (483 Ha), con una infraestructura vial valorada en unos diez millones de dólares y la pérdida de una recaudación tributaria equivalente a más de dos millones de dólares anualmente [95].

Desde el punto de vista social y urbanístico las sucesivas investigaciones realizadas a iniciativa de la municipalidad capitalina concluyen de modo invariable que la modificación de límites solicitada por la municipalidad lambareña plantearía serios inconvenientes de diverso orden, por cuanto, existiendo planificación y zonificación aprobadas, vigente y operativas para ciertas áreas, como las de la terminal de ómnibus de Asunción, de las avenidas Fernando de la Mora, General Perón y General Santos, el sector de Itá Enramada y otras, que tienen un régimen especial de uso de suelo o cuyo destino está previsto en el Plan Regulador, su alteración, derivada del eventual cambio de jurisdicción, las pondría en situación o al menos en riesgo de paralización o marginación.

Dicho de otro modo, más allá de las pretensiones de incrementar el ejido y las recaudaciones, se afirma que las autoridades comunales lambareñas conciben erróneamente a esas zonas urbanas como autónomas y desarticuladas, vale decir, susceptibles de pertenecer a uno u otro municipio, sin considerar una diferencia fundamental entre ambos: que Asunción posee plan regulador y un régimen de zonificación relativamente actualizado mientras que Lambaré no dispone de lo uno ni de lo otro hasta este momento.

En oposición, desde Asunción se les reclama, antes que dividir o anexar, avanzar hacia la concertación, planificando una integración física y administrativa eficiente y congruente con el resto del área metropolitana de la capital, considerando que el municipio de Lambaré solo, sin la cooperación intermunicipal, con la insustituible participación asuncena, no podría realizar ningún proyecto de envergadura para su porvenir en general, y para el área ambicionada, en particular. Este aserto, en realidad, es válido para todas las municipalidades del área metropolitana de Asunción.

Contra estos y otros argumentos se allegó nuevamente a la Cámara de Diputados un proyecto de ampliación del ejido lambareño en los primeros meses de 2008, el cual fue admitido sin exigirse a los recurrentes la demostración fehaciente de que los límites entre Asunción y Lambaré debían ser cambiados, condición exigida por la Constitución Nacional (Art. 159) y la Ley Orgánica Municipal (Nº 1.294/87; Art. 4 c), para sobre ellas poder sustentar los debates y las decisiones parlamentarias. Pese a no reunir los requisitos constitucionales y legales, el proyecto llegó con voto dividido a esta etapa final con la aprobación de la Comisión de Asuntos Constitucionales y la de la Comisión de Asuntos Municipales y Departamentales.

El proceso se llevó sigilosamente hasta que, tres días antes de clausurarse el año y el período legislativo, aprovechando la distracción y una baja asistencia, intempestivamente la presidencia incluyó el tema en el orden del día y la cuestión quedó sometida al voto previamente calculado de los diputados presentes, cuya circunstancial mayoría favoreció a la posición de Lambaré.

Abierto el nuevo período legislativo e instaladas las nuevas cámaras en el mes de junio, los impulsores del proyecto reiniciaron sus gestiones ante los flamantes senadores. Pero esta vez ya no se contaba con el sigilo ni la sorpresa, de modo que la contraofensiva asuncena pudo ser organizada y puesta apresuradamente en marcha. Se imprimieron folletos, se distribuyeron informes aclaratorios, se pidieron y concedieron entrevistas, se gestaron y gastaron esfuerzos personales, entre otras faenas, en el lobby parlamentario. Mucha mejor información y articulación de datos y argumentos provino entonces de la labor de los concejales asuncenos y, especialmente, de los esfuerzos gastados por su intendente Evangelina Troche de Gallegos. Movilizados los agentes de prensa y análisis, y estimulada la opinión pública, la parte asuncena logró una notable mejoría en la divulgación y el conocimiento del caso.

El mismo día para el que se anunciaba la votación del proyecto en la Cámara de Senadores, el matutino ABC Color editorializaba nuevamente acerca del asunto, afirmando, entre otras cosas, que “Y el nuevo peligro que se cierne ahora sobre la ilustre pero desgraciada capital paraguaya es que se le mutile otra parte de su territorio histórico. Ya con la conversión del antiguo barrio de Lambaré en municipio, en 1962, se le privó de un equivalente a una quinta parte de su extensión. Ahora, la misma Lambaré, el último parto de la exhausta madre asuncena, pretende unas 480 hectáreas más, un espacio densamente urbanizado, del cual piensa obtener unos dos millones y medio de dólares anualmente”.

Con ese bagaje, más dos sesiones públicas informales realizadas para escuchar a los defensores de ambas posiciones, el proyecto con media sanción fue sometido a consideración del pleno de los senadores, triunfando la posición de Lambaré por 21 votos contra 15, cifra que muestra ausencia en nueve bancas.

En su edición del día siguiente el matutino Última Hora informó sobre el resultado afirmando que “…luego de tres votaciones en las que primó la confusión entre los mismos legisladores, el Senado aprobó el proyecto por el cual 483 hectáreas de Asunción son transferidas a Lambaré” . Mientras que La Nación, más explícita, manifestaba que "El presidente del Senado, Enrique González Quintana, expresó mal las mociones y confundió a los senadores, por lo que volvió a reformularlas, por lo que se votó tres veces. En todas las oportunidades variaron los resultados y la última favoreció en mayor porcentaje a Lambaré.  Muchos presentes, como la intendenta capitalina Evanhy de Gallegos, entendió esta acción de González Quintana como algo deliberado para inducir a los senadores a votar por Lambaré. La bancada de Unace votó unitariamente a favor de Lambaré y la bancada de Patria Querida votó unificadamente a favor de Asunción; en el resto de las bancadas se dividieron los votos”.  

Por su parte, ABC Color consignaba que “Tras un confuso procedimiento y en una votación a mano alzada, que luego se reiteró con los senadores parados, la aprobación con modificaciones tuvo el apoyo de 22 senadores, con 38 presentes…  Un hecho llamativo fue que no se realizó la votación nominal, tal como es tradición, y tampoco se aceptó la propuesta de votación electrónica, como si los senadores que estaban a favor de la postura de Lambaré no quisieran que se los identificara. Se pudo verificar que votaron a favor del proyecto los oviedistas, colorados ‘progresistas’, algunos liberales y aliancistas[96].

La opinión pública pareció sensibilizarse ante la develación de lo que parecía venir oculto bajo la campaña de reivindicación del cerro y su comprensión de los detalles referentes al área pretendida y a otras cifras pareció convencerle de que la iniciativa de la Municipalidad de Lambaré apuntaba claramente a incrementar territorio, ingresos tributarios e influencia política. De modo que, en realidad, fue la divulgación de las cifras del territorio pretendido y de su valor económico el hecho social que desinfló la pretensión de dar al proyecto de ley lambareño este sentido emotivo y sentimental que en algún momento inicial logró adhesiones en muchos espíritus. A los ojos ciudadanos se puso de manifiesto el lado prosaico del intento y toda la gestión naufragó en el tironeo de parlamentarios y en la contabilidad de votos que se negociaban.

Por otra parte, muchas personas residentes en la zona en disputa se manifestaron en contra del intento, los propietarios residentes por temor a la desvalorización de sus inmuebles, otros por temor a perder servicios públicos, los comerciantes por los previsibles inconvenientes derivados de los cambios de inscripciones, patentes y otros trámites; y algunos más, como los taxistas, por temor a perder sus puestos en las paradas, moneda de prebenda política muy ajetreada en comicios municipales.

Lo que vino después de la sanción de la ley fueron arduas gestiones dirigidas a lograr el veto del Poder Ejecutivo. “El presidente Lugo no debe permitir que Asunción sea mutilada” fue el título del editorial de ABC Color [97], en el que se recordaba, entre otras cosas, que “En la Cámara de Senadores, los proyectistas contaron con la ayuda indispensable del presidente del Congreso, González Quintana, quien se las arregló para pasar por alto las recomendaciones de las comisiones que desaconsejaban la aprobación y, realizando un confuso proceso de tres votaciones, acabó dando por ganador al proyecto tal como vino de Diputados”. Aludía expresamente a extrañas maniobras que precedieron a las votaciones y que fueron comentadas por los tres matutinos anteriormente. Insistía en que tales debían entenderse como la evidente parcialidad del presidente de la Cámara de Senadores, del Partido Únace, así como de todos los senadores de esa bancada, a favor de la pretensión de la Municipalidad de Lambaré, la cual estaría explicada por arreglos de reciprocidad política negociados con ese sector partidario, aunque sin precisarse cuáles.

El veto del Presidente de la República a la ley sancionada se produjo algunos días después, mediante el Decreto Nº 481/08, leído a la prensa por el Ministro del Interior, Rafael  Filizzola, secundado por el asesor jurídico de la Presidencia de la República, Emilio Camacho. Este último informó que el Presidente Lugo había oído el parecer de asesores urbanistas, expertos en derecho tributario y administrativo y que la conclusión fue clara: “este proyecto de ley contraría normas fundamentales de la Constitución Nacional”. También aludió a la violación de lo dispuesto en la Ley Orgánica Municipal, que dispone que toda modificación de jurisdicciones municipales debe estar justificada por motivos sociales, económicos, políticos y administrativos, requisito soslayado en el caso Lambaré.

Pero el considerando del decreto amontonaba otras razones para fundar el veto: no se consultó a la población afectada; no se realizaron estudios que aconsejen la medida y que aseguren su inocuidad ambiental, como condiciona la Constitución; no se estableció compensación económica para el municipio perjudicado con la medida; se ignoraba el artículo 170 de la Constitución; y, finalmente, se asienta un argumento de carácter lógico que nos parece principal: “El proyecto de ley pretende establecer los límites definitivos de Lambaré, pero en realidad no lo hace, pues altera los límites que ya eran definitivos”.

En efecto, el texto legal vetado realiza el intento ingenuo de instalar una falacia, la de pretender que una disposición legal es definitiva siendo en realidad, como toda norma jurídica, susceptible de ser modificada por cualquier acto legislativo posterior. Debió decir simplemente que se establecían nuevos límites.

Como era de preverse, la puja por el andamiento de la ley sancionada prosiguió tan pronto se dio a conocer la medida del Ejecutivo. Se dispusieron de nuevo las piezas y finalmente, según los informes de prensa, el cabildeo lambareño en los pasillos de la Cámara de Diputados dio por resultado que con sus votos tres diputados liberales, Carlos Zena, Eulalio Morel y Andrés Giménez, conformaran una mayoría de un solo voto para ratificar a la Cámara de Diputados en su proyecto original y rechazar así el veto del Poder Ejecutivo [98]. Los diputados aludidos habrían recibido como precio de sus votos sesenta contratos en la Justicia Electoral, a fin de ser distribuidos entre su clientela política.

La especie se originaba, como las demás, en los corrillos; pero como las demás también, obtenía confirmaciones y presunciones de entrevistas y declaraciones de prensa. El presidente del Tribunal Superior de Justicia Electoral, Juan Manuel Morales, quien concediera los sesenta contratos aludidos, confirmó que en su institutución tal cosa era práctica habitual con los congresistas y con dirigentes partidarios. “Me parece justo -agregó-que Lambaré reciba el cerro que le fuera despojado durante el gobierno de Stroessner para entregarlo a Gramont Berres[99]. El comercio de votos a cambio de contratos públicos ciertamente no era una novedad, mas tampoco tan frecuente como para que cualquier asunto en discusión fuera impulsado de ese modo [100].

Reanudadas las sesiones parlamentarias en marzo de 2009, el caso comenzó a ser tramitado en la Cámara de Senadores, última instancia para la suerte del veto del Ejecutivo. En esta ocasión los cabildeos fueron superados por una actitud diferente pues los senadores asumieron el caso con interés profesional. Las partes fueron convocadas a efectuar exposiciones verbales en comisiones; se escucharon sus respectivas versiones, se consultaron datos y cifras, se confrontaron argumentos y se compararon posiciones.

En la convocatoria a manifestaciones públicas la Municipalidad de Lambaré no tuvo fortuna pues su población no demostró afinidad con la publicitada “reinvidicación histórica”. En el caso de Asunción ocurrió a la inversa, aunque los numerosos y activos manifestantes  estuvieron integrados en su mayoría por habitantes de las zonas en disputa, quienes de consuno cerraron su posición contra la posibilidad de ser vecinos de Lambaré y correr suertes inciertas en relación a sus propiedades, negocios, patentes y otros documentos que prometían todo género de molestias e incertidumbres. Adhirieron también taxistas temerosos de perder sus puestos de paradas desplegando sus “enjambres amarillos”, acompañados por trabajadores municipales asuncenos, amenazados a su vez por la posibilidad de producirse la supresión de más de mil puestos, a causa de la recesión económica que supondría la pérdida de más de dos millones de dólares de ingresos tributarios por las zonas reclamadas, según fuera anunciado por la administración comunal capitalina.

Finalmente, luego de postergaciones que dieron motivo a maliciar oscuras maniobras destinadas a lograr la sanción ficta de la resolución de la Cámara de Diputados, el tema ingresó al primer punto del orden del día en la última oportunidad: el jueves 23 de abril, una sesión concurrida por numerosas personas expectantes y acompañada desde el exterior por ruidosas expresiones de solidaridad, murgas y bandas musicales.

Hasta entonces el movimiento de trebejos operaba agitada pero sordamente. Ambas partes conocían el terreno en el que se libraría la batalla decisiva y sabían cómo diseñar la estrategia y escoger las tácticas. Las autoridades comunales asuncenas que inicialmente parecieron sorprendidas por el ágil y astuto juego de movimientos lambareño, merced a la tregua que supuso el veto del Poder Ejecutivo tuvieron ocasión de recomponer las fuerzas desbaratadas por el primer enfrentamiento y diseñar nuevas suertes.

Fue afortunado para la parte asuncena que su intendenta y algunos concejales hayan logrado medir cabalmente la importancia de lo que se jugaba a la suerte en los dados parlamentarios. Evanhy Troche de Gallegos, intendenta de Asunción, Gladys Cattebecke, presidenta de la Junta Municipal, y Carlos Galarza, concejal del Partido País Solidario, lideraron claramente el contraataque, si así puede denominarse a la muy intensa, cautelosa, intrincada y finalmente agobiante tarea del cabildeo, de la acción abierta en los debates públicos y las declaraciones de prensa, tanto como los afanes por el contacto personal, sea para el recaudo del consejo privado y del dictamen puntual como para la paciente ilustración del caso a las personas quienes tenían capacidad de decisión en el mismo pero que no lo entendían o simplemente se hallaban desinteresados del mismo.

El día 8 de marzo una solicitada, o “Carta abierta a los senadores y a la opinión pública”, de la intendenta Evanhy de Gallegos ganó la calle en los medios escritos. Se afirmaba en ella, entre otras cosas,  que “Pende sobre nuestra ciudad-madre el inminente riesgo de que una parte de su territorio ancestral le sea nuevamente cercenada, tal como tan tristemente se perpetrara en el año 1962, con la creación del Municipio de Lambaré. Si llegara a consumarse esta desgraciada amputación, ocasionaría, además de una inexplicable e imperdonable injusticia histórica con nuestra centenaria capital, una herida irreparable a su integridad y a su economía”. Se anticipaba en dos semanas a la sesión del 23 de marzo, fecha fijada para el debate y votación sobre la cuestión, mas también a las entrevistas que las comisiones de Legislación y Asuntos Constitucionales y la de Asuntos Municipales de la Cámara de Senadores habían convocado a los representantes de ambas ciudades.

En la fecha de la sesión definitoria, el asunto ocupó los artículos editoriales de los diarios ABC Color y Última Hora, así como comentarios en los demás medios periodísticos. Bajo el título “Los senadores tienen la oportunidad de hacer justicia con Asunción” el primero de ellos decía, entre otras cosas: “La ‘ley de despojo’ constituye una afrenta muy grave a la historia de nuestro país, a su ciudad madre, a la racionalidad y al sentido político de equidad. Es, además, producto de maniobras politiqueras inadmisibles, que llevaron adelante el proyecto despreciando olímpicamente la opinión de las personas directamente afectadas por él, violentando groseramente el principio constitucional que define la democracia participativa y pluralista, establecida en el Preámbulo de nuestra Constitución vigente y ratificada en su artículo primero”.

Por su parte, Última Hora exhortaba: “El Senado debe votar hoy en mayoría por Asunción. Despojarla de 500 hectáreas a favor de Lambaré sería una injusticia, ya que la Comuna capitalina diariamente presta servicios a los que llegan de municipios aledaños sin recibir contraprestación alguna. Antes que debilitarla como capital del país, es necesario más bien que los parlamentarios estudien leyes que la fortalezcan”.

El senador Hugo Estigarribia (ANR) expuso los argumentos de las mayorías de los integrantes de las comisiones de Legislación y Asuntos Constitucionales y su par José Guastella (ÚNACE) los de la comisión de Asuntos Municipales, coincidentes en la posición de admitir el veto del Ejecutivo. El senador Julio César Franco (PLRA) presentó el dictamen de las respectivas minorías con una conclusión contraria.

El dictamen de las mayorías se resumió en los siguientes puntos: “1) el proyecto de ley no traduce ni permite inferir la existencia de estudios y justificación de orden socioeconómico, demográfico, ecológico, cultural e histórico, que son materia previa de obligado estudio y consideración para la determinación de límites entre municipios, tal como lo indica la Constitución en su Art. 157. 2) No se consultó a la parte afectada, la población. 3) No se realizaron trabajos de investigación para determinar con certeza la conveniencia de modificar los límites entre ambos municipios. 4) No se efectuaron estudios que evalúen los beneficios o perjuicios económicos y ambientales que tal modificación es susceptible de causar, y tampoco se previeron otras consecuencias negativas de tal decisión. 5) El proyecto de ley pretende establecer los límites definitivos de Lambaré, pero en realidad no lo hace, pues altera los límites que ya eran definitivos. 6) El proyecto de ley no establece una compensación al municipio desmembrado (Asunción). 7) No se tuvo en cuenta el Art. 170 de la Constitución Nacional” [101].

Sin debate, oídos los dictámenes, el asunto fue llevado a votación a mano alzada, dando como resultado 29 votos a favor de la posición asuncena y diez a favor de la lambareña, con seis senadores ausentes y ninguna abstención [102].

Fue tan amplia la difusión de esta confrontación como la de sus resultados. En la portada de los diarios principales, al día siguiente, los titulares parecían expresar lo que cada jefatura de redacción entendía acerca del conflicto y su solución: en ABC Color se leyó “Se hizo justicia con la ciudad capital”, mientras “Asunción conserva su territorio” decía lacónicamente La Nación; y, para Última Hora, el  ajetreado asunto quedó traducido en un simple, sencillo y elemental punto: “Asunción retiene el cerro Lambaré”.

Cabe suponer que el debate sobre los territorios ambicionados por la Municipalidad de Lambaré proseguirá a un ritmo agitado, sostenido o espasmódico, según sean los incidentes que se vayan sucediendo y durante el tiempo que les acompañe.

En el momento en que esta breve historia se escribe, la cuestión conflictiva se mantiene latente y circunscrito al ámbito, no de lo político sino de la política, vale decir, en aquél en que valen poco o nada los argumentos históricos, jurídicos y los de buen gobierno, sino las emociones de las banderías y los intereses comunes. Los políticos que no tienen interés personal en el pleito, que no ejercen directamente la abogacía de las partes, tomaron no obstante sus respectivos partidos y, si bien la mayoría de ellos es indiferente a la suerte de los bienes en juego, siempre hay y habrá esa minoría bulliciosa que encuentra placer deportivo en la disputa misma, o que espera obtener alguna ventaja, siquiera insignificante, del eventual triunfo de su ocasional enseña.


12.   PROGNOSIS

Por lo dicho y algo más, no me cabe esperar que esta historia de Lambaré vaya a provocar la atención sino de algunas personas de mente inquieta y curiosidad intelectual buceando en el pasado para saciar alguna curiosidad pendiente, para desnudar falsedades, desmontar mitos inservibles, retomar un pequeño hilo del ovillo de la investigación histórica o, eventualmente, ilustrarse para participar en debates que serían mucho más didácticos y provechosos si no acabaran contaminados por intereses puramente circunstanciales y prosaicos.

Por suerte podemos disentir y refutar sin temer más consecuencias que la de convencer o ser convencidos. Por suerte, como afirma Ernest Renan en su encantadora obra Mezclas de Historia y de Viajes, “Galileo, en nuestros días, no se pondría más de rodillas para pedir perdón por haber hallado la verdad”.

Lambaré, más allá de la suerte futura que le aproveche o con la que tenga que conformarse, es una localidad definitiva e irreversiblemente integrada al área metropolitana de Asunción, con una consistencia que se irá haciendo más granítica. Jamás podrá ya escapar a la conurbación, esta fuerza centrípeta que es la causante de que en los últimos treinta años se hayan borrado inevitable e irreversiblemente los últimos hitos de frontera urbana que todavía permanecían visibles al ojo humano.

En cuanto pieza de un conjunto, Lambaré sufrirá la suerte del todo; progresará si progresan sus vecinos y se detendrá en el tiempo, si a los demás les sucediera, como ocurrió con tantos pueblos que en nuestro país vieron pasar el progreso a pocos kilómetros y comprobar con melancolía que no se detenía a abrevar en sus surgentes. “La civilización es un movimiento y no una condición -asegura Arnold Toynbee- un viaje y no un puerto”. Lambaré es, por supuesto, una pasajera más en esta embarcación.

En un futuro cercano en el mundo todo habrá cambiado lo suficiente como para que las fronteras de cualquier tipo no sean más que líneas convencionales, herramientas aptas para ordenar la administración pero completamente irrelevantes para la suerte de la humanidad en general y adversarias de la humanidad en particular, de esos pueblos habitantes de las regiones marginales que luchan durante siglos por integrarse a la vanguardia. En ese tiempo se mirará hacia atrás, tal vez alguien desempolve estos viejos papeles y sonría.

                                                                                Gustavo Laterza Rivarola

                                                                                                Asunción  -  Abril de 2009



[1]    A. Carretero afirma, en un prólogo escrito para reedición de la versión del “Viaje…” hecha por Pedro De Angelis en 1836, que el cronista no escribió de puño y letra el texto posteriormente editado sino que lo relató a un escriba, de donde infiere que los errores de redacción tuvieron que haber sido cometidos por este. Schmidl tuvo defensores y detractores, pero no me propongo aquí participar de la polémica que le rodea sino servirme de la información que su crónica contiene.

[2]  En realidad emplea la palabra “Lampere”; como a Paraguay llama “Paraboe”, de modo que dejó para  siempre incógnita la voz guaraní que él escuchó y tradujo por “Lampere”, lo que dio lugar a que algunos historiadores intentaran adivinarlo, como veremos más adelante.

[3]  El primero en Derrotero y Viaje al Río de la Plata y Paraguay ; traducción de Edmundo Wernicke del códice de Stuttgart, editado por J. Mondschein en 1893. Ed. Napa; Pág. 58. El segundo en “Relatos de la Conquista del Río de la Plata y Paraguay. 1534-1554; Traducción: Klaus Wagner de la edición de Nuremberg de 1602”. Alianza Editorial; Cap. 20; Pág. 45. En la traducción de Lafone Quevedo, utilizada en la edición de De Angelis, se dice “…tienen sus poblaciones y fortalezas cerca del río, en parajes altos”; Cf. Op. Cit. Pág. 283.

[4]  Versión Alianza Editorial; Pág. 44. Versión Ed. Napa; Pág. 56.

[5]   Iremos haciendo notar en el transcurso de este trabajo algunas otras ambigüedades, errores y lagunas, que en su mayoría fueron cometidos por el cronista y que, lamentablemente, en algunos casos se agravan con las traducciones.

[6]   Se llamaba a sí a las advertencias o avisos que una autoridad daba a otra. Relaciones eran reportes oficiales.

[7]  Nicolás del Techo menciona a un pueblo indígena que denomina guarambarés, ubicándolo a cincuenta leguas al norte de Asunción, sobre el río Paraguay (Cf. Op. Cit., Tomo II; Cap. XXXI; Pág. 283) dato que no es verificado con la lista de naciones que habitaban las dos márgenes del río Paraguay desde Asunción hasta la laguna de los Xarayes, que hace el P. Fernández, que sí recorrió esos parajes (Cf. Op. Cit., Tomo I; Cap. VIII; Pág. 183). Sin embargo, A. Vázquez de Espinosa confirma la existencia de una reducción Guarambaré en las cercanías de Xerez, a 80 leguas al norte de Asunción; más también menciona otra reducción del mismo nombre, ubicada en los alrededores de esta ciudad, aunque a esta llama Guarambe (Cf. Op. Cit.; Págs. 634 y 638). La obra de Fernández fue publicada en 1726, la de Lozano en 1873 y la de Vázquez de Espinosa parcialmente editada en 1630. B. Susnik ubica a los Guarambaré en un lugar ubicado entre los ríos Ypané y Jejuí que no alcanza las distancias señaladas anteriormente. Guarambaré resultó despoblado hacia 1674 y, junto con los pueblos vecinos de Ypané, Atyrá y Arecayá, tuvieron que mudarse a los lugares actuales, debido a las incursiones de los depredadores guaicurú. Este ejemplo muestra las diferencias que se daban en las obras entre nombres, localizaciones y otros datos; y cómo de fácil resulta que de ellas se desprendan confusiones, alteraciones y equívocos. Cf. Op. Cit. Tomo I, Pág. 141.

[8]   Cf. Op. Cit.; Pág. 154.

[9]  Cf. Ruidíaz de Guzmán; Op. Cit.; Pág. 40.

[10]  La reproducción del dibujo obra en algunas versiones y en otras no. Se la halla en la versión de Editorial Napa (Lámina XXIX); Pág. 129; en “Descubrimiento y Conquista del Río de la Plata y el Paraguay”, de Julio César Chávez; Pág. 123; o en V. Pistilli; Op. Cit.; Pág. 270. El dibujo fue hecho en Alemania; es casi seguro que lo hiciera un dibujante a pedido del cronista.

[11]  Schmidl, particularmente, enriquecía sus relatos con animales, sucesos y objetos fantásticos destinados a realzar su heroísmo o el atractivo que lo exótico despertaría en sus lectores europeos, lo cual era un recurso común a los cronistas viajeros de la época, y aun lo utilizaban algunos jesuitas en el siglo XVIII..

[12]   “Derrotero y Viaje…”; Pág. 62. La negrita es nuestra.

[13] Sobre el error de utilizar el término “ciudad” para referirse a fuertes y pueblos léase J. C. Chávez, Op. Cit., Págs. 90, 92.

[14]  “Derrotero y Viaje…”; Pág. 58.

[15]   Lámina XXIX; Pág. 129 en la edición de Napa.

[16]   Cf. Op. Cit.; Pág. 46.

[17]  La Fronterase denominó después “Dos Bocas”, llamado así por tratarse de un lance de ribera intermedio entre dos desembocaduras del río Pilcomayo, que es precisamente donde los mapas antiguos muestran situado aquel paraje. La desembocadura ubicada más al norte coincide con la actual línea de ribera lambareña, la que está más al sur con la línea de Villa Elisa.

[18]  Primeros, de sur a norte,  los agaces (desde el Bermejo hasta el Pilcomayo),  luego los guaicurú (desde el         Pilcomayo) y a continuación de estos, hacia al norte, los pajaguá.

[19] Cf. Op. Cit.; Tomo I; Pág. 23.

[20]  En la versión Lafone Quevedo-De Angelis se dice “Hácese un castillo en Lambaré…” en el título del Cap. XXII, pero en el texto se habla de “una gran casa de piedra, tierra y madera”. Cf. Op. Cit., Pág. 285.

[21]   En la altura donde actualmente hay una plaza (sitio del ex Estadio Comuneros) entre los palacios de gobierno y legislativo. Coinciden M. Domínguez, Cf. Op. Cit., Pág. 130;  C. Zubizarreta, Cf. Op. Cit., Pág. 130; E. Gill, Cf. Op. Cit., Pág. 79; F. R. Moreno, Cf. Op. Cit., Pág. 10;  y otros.

[22]  Cf. J. C. Chávez; Op. Cit.; Págs. 117, 124 y 125.

[23]   Nótese que el cronista bávaro siempre hablaba en primera personal del plural aun cuando él no interviniera personalmente en los hechos relatados; como cuando cuenta que “Ahí dimos muerte a los hombres, mujeres y niños. Es que los Carios son un pueblo tal que cuantos ven o encuentran frente a ellos en la guerra, debe morir todos; ellos no tienen compasión de ningún ser humano” (Cf. Napa; Pág. 67). Schmidl no participó de la matanza de los Agaces ejecutada por los Karió pero se incluye en el sujeto de la frase siguiendo su estilo de relatar.

[24]   En “El Fundador…”, Págs. 27 y Sgtes.  puede leerse con más detalle que en su declaración, formulada en España, Salazar se ufana en solitario de la construcción. En la obra de Julio César Chávez (Pág. 117) se citan algunos nombres de los acompañantes de Salazar y Mendoza en el acto de recepción del edificio.

[25]  Cf. Op. Cit.; Pág. 200.

[26]  Cf. J. C. Chávez; Op. Cit.; Pág. 125.

[27]  Declaración... Cf. Colección Garay.

[28] Cf. Op. Cit.; Pág. 40.

[29]  Cf. F.R. Moreno; Op. Cit.; Pág. 162.

[30] Cf. Decreto del 7 de octubre de 1848. Sobre el asunto de que los tey-í y tavas guaraní eran equivalentes a los que entre sedentarios se llaman pueblos, habría que debatir. Lo que Irala y otros fundadores posteriores trataban de hacer al “fundar”, era impedir que los indígenas volvieran a mudarse a otro sitio.

[31] Cf. “Mensajes”; Pág. 120. El destaque es nuestro.

[32]  Más informaciones sobre este templo pueden hallarse en las obras citadas de Margarita Durán y de Luis Verón.

[33]   El Padre Guevara habría terminado este manuscrito hacia 1766. Los historiadores sistemáticos de la obra de la Compañía de Jesús en el Paraguay fueron tres: el padre Charlevoix, que en veintidós libros, publicados en 1756, se ocupa de todo el período jesuítico en esta provincia, es decir, desde 1586 hasta 1747. A su obra le complementan los cuatro libros del padre Muriel, cubriendo el período de 1747 a 1766, cuya primera versión se publicó en latín, en 1799.  Cierran el ciclo los tres libros del padre Pablo Hernández, narrando los sucesos acaecidos desde 1766 (Breve de Extinción de Clemente XIV) hasta 1830 (fallecimiento del último padre jesuita expulsado).

[34]   En la introducción a su “Viaje por América Meridional”.

[35]  “La Ciudadde Asunción”; Cap. II.

[36]  “Naufragios y Comentarios”; Cap. XX.

[37]   “El Paraguay de la Conquista”; Cap. “La Conquista”.

[38]   Considérese que en lengua guaraní no se emplea la letra ele. Se verá enseguida su posible origen.

[39] Cf. Op. Cit.; Pág. 18. Posiblemente, como lo otros, sigue a Guevara.

[40]  Cf. Op. Cit.; Pág. 556.

[41]  Cf. Op. Cit. Tomo II; Pág. 421.

[42]  Como ocurrió en Uruguay y en otros sitios de América. En Europa era común tomar de referencia un río, aunque con un aditamento, como Miranda de Ebro, Stratford-upon-Avon, Ivry sur Seine, Dona di Piave y otros.

[43]  La primera vez que en un documento oficial se utilizó el nombre “Paraguay” para designar al territorio gobernado desde Asunción fue en el del nombramiento de Diego Centeno como gobernador, por el Presidente de la Audiencia de Charcas, Pedro La Gasca, en 1548.

[44]  Revista “El Chasque. Comunicación y Cultura en el Amambay” Publicado por el “Centro de Estudios Históricos y Culturales del Nordeste Paraguayo (CENPA”.

[45]  Cf. Op. Cit.; Pág. 256.

[46] Aun significa esto hoy, entre los mbyá, como por ejemplo en Karaí ambá o morada del dios de Oriente.

[47]Aunque no debemos desconocer su otro sentido, el más común, el sentido que le da D.G. Runes en su recurrido “Diccionario Filosófico”: ficción presentada como verdad histórica, pero carente de base real; falsedad popular y tradicional.

[48]  En “Comediantes y Mártires”; Pág. 14.

[49]  Es oportuno reiterar aquí que ninguno de los innumerables documentos producidos en Asunción, La Plata o Tucumán durante el siglo XVI, que obran en el Archivo de Sevilla (la mayoría de los cuales editados y a disposición de los investigadores), tales como relaciones, cartas, declaraciones, informaciones, memoriales, pedimientos, requerimientos, testimonios, sumarios, resoluciones, etc., etc., menciona la palabra “Lambaré” o alguna parecida, sea para referirse a un lugar, a una persona ni a un acontecimiento.

[50]  Cf. Op. Cit. en bibliografía.

[51]  Cf. la obra citada de Roberto Romero; Pág. 48.

[52] Según lo que hasta ahora se sabe, el primer documento redactado en guaraní fue el Diccionario del Padre Bolaños. B. Meliá; Cf. Art. Cit.; Pág. 249. 

[53]  Lo refiere Juan De Salazar en su “Probanzas”; Cf. A.N.A.; 1546.

[54]  Álvar Núñez; Cf. Op. Cit.; tomo I; Pág. 240.

[55]  Citados por el mismo Álvar Núñez; Cf. ídem; Pág. 242.

[56]  Cf. Op. Cit. Pág. 109.

[57]  Cf. “Relatos de la Conquista...; Pág. 79.

[58]  Ídem; Pág. 80.

[59]  Ídem; Pág. 84. La versión de Álvar Núñez de la primera campaña contra Tabaré puede leerse en los capítulos 41 y 42 del tomo I de su “Relación de Naufragios y Comentarios”.

[60]  En las batallas contra los karió-guaraní rebelados, los españoles tomaban prisioneros a las mujeres y a los niños, como mejor táctica para obtener una rendición o un armisticio rápidamente.

[61]  Citado por Ruidíaz de Guzmán; Op. Cit.; Pág. 103.

[62]  A.N.A. Colección Aníbal Solís Samaniego; Folio 65.

[63] Cf. Op. Cit.; Págs. 327 y Sgtes.

[64]  Cf. A.N.A.; Sec. Colección de Copias de Documentos; Vol. 15, Fs. 5. Existen otros testimonios de la condición netamente rural de la zona.

[65] Cf. Op. Cit.; Pág. 328.

[66]  Cf. C. Zubizarreta, Op. Cit.; Pág. 204.

[67]  Cf. V. Díaz-Pérez; Op. Cit., Vol II, Pág. 54.

[68]  Cf. Recopilación de Leyes de Indias: Ley 1, Tit. VII. Libro III.

[69]  LOZANO Pedro; Historia de las Revoluciones…; Tomo II; Pág. 66. Se refiere a comuneros asunceños y los sucesos del mes de agosto de 1731.

[70]  Cf. Gutiérrez; Op. Cit.; Pág. 418.

[71] Cf. Op. Cit.; Carta XXII. Pág. 25.

[72]  En 1782 el ingeniero Ramón de César realizó una primera sectorialización del casco urbano central de Asunción, a solicitud del Gobernador Alós y Bru. Los sectores nominados fueron Samuhú-peré, Encarnación, Las Barcas, San Francisco, Plaza y Mercedes.

[73]  Cf. Op. Cit.; Págs. 117 y 133. De su designación fijada en el decreto de C.A. López obtendría Lambaré, ya convertida en municipio en la actualidad, la inspiración para escoger su Santa Patrona oficial.

[74] La primera elección política realizada en el distrito unificado con Lambaré y La Encarnación fue el 19 de marzo de 1871. El primer diputado de Lambaré fue electo entonces: don José D. González Granado.

[75]  Plano de Asunción en escala 1:30.000, levantado por el Ing. Alberto Baumgart, en 1884.

[76]   Ver Ordenanza Nº 255 del año 1.913 y elDecreto Nº 349/1914.

[77]  Como se aprecia, el único nombre que podría guardar relación con la Conquista era Zalazar, que puede referirse a Juan de Salazar o quizás a otra persona. En todo caso, esto habla de lo que se contenía en la memoria colectiva. El nombre Lambaré se refería a la localidad y no al supuesto cacique, en cuyo caso hubiera llevado este título.

[78]   Esta delimitación coincide con la que muestra el Mapa Nº 3. El “camino a San Antonio” es la actual avenida Fernando de la Mora. La calle San Miguel pasó a denominarse General Santos en 1922.

[79]  Levantado por el topógrafo De Gásperi en los años veinte. Ver en Anexos el plano completo de Asunción levantado por el mismo en 1917.

[80]  Ver Ordenanza de Asunción Nº 3.535/57.

[81]  La Ley Orgánica Municipal -Nº 222/54- establecía en su Art. 3: “Para dar existencia legal a un municipio se requiere: 1) Una población residente no menor a 3.000 habitantes; 2) Un territorio circunscripto por limitación fija; y 3) Una capacidad financiera suficiente para subvenir a los gastos de la vida municipal”.

[82]  También figuraba en la lista de solicitantes de la Seccional 13 un vecino de nombre Nicolás Bó, clasi­ficado bajo el Nº 97, al que se identificaba con el oficio de recauchutador de cubier­tas.

[83]   Ver las disposiciones mencionadas en los Anexos.

[84]  Según Susnik, Altos se denominaba Ybytyrapy, hasta poco antes de finales del siglo XVI. Cf. Op. Cit. Tomo I, Pág. 139.

[85]   Decreto Ley Nº 25.764, del 31 de marzo de 1948.

[86]  Al parecer, el primer propietario particular de este inmueble fue el General Bernardino Caballero.

[87] Su verdadero nombre era Benjamín Levy Abzarradel, aunque usaba seudónimo.

[88]  Cf. Decreto Ley Nº 3 del 11 de febrero de 1980.

[89]  Emeritano (1912-2006); autor del Valle de los Caídos por encargo del Generalísimo Francisco Franco.

[90]  La creación del municipio lambareño se dispuso por Ley Nº 791 del año 1962; la demarcación de sus límites se estableció por medio del Decreto Nº 34.037 del año 1968 (ver anexo).

[91]  La idea de recuperar algo sugiere inmediatamente que tal cosa fue perdida o sustraída injustamente, lo que en los espíritus genera, por sí sola, la impresión de la legitimidad intrínseca de la pretensión. La idea de pretender algo que nunca fue propio, por el contrario, carece por completo de tal ventaja.

[92]  Cf. “ABC Color”; edición del viernes 1º de julio de 1994; Pág. 14.

[93] Téngase presente una vez más que el decreto ley de su creación dejó a cargo del Poder Ejecutivo la fijación definitiva de los límites, dejando provisoriamente, hasta que tal medida se tomara, los que tenía el barrio.

[94] Para mayores consideraciones sobre las categorías municipio y distrito puede consultarse mi trabajo “Divisiones político territoriales del Paraguay” en el Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia, Volúmen XLIV, Año 2004.

[95]  Las manzanas suman 263 y los lotes 5.087. Los cálculos fueron hechos y publicados por la Municipalidad de Asunción.

[96]  Cf. ejemplares de edición impresa del 4 de octubre de 2008. ABC Color dio la lista de los senadores que votaron a favor y en contra del proyecto; a saber, a favor de Lambaré: Martín Chiola, Oscar González Daher, Julio César Velázquez y Alfredo Stroessner, por la ANR. Julio César Franco, Enzo Cardozo, Zulma Gómez, Ramón Gómez Verlangieri, Roberto Acevedo, Alfredo Jaeggli, Amancio López Irala y Blanca Fonseca, por el PLRA. Jorge Oviedo Matto, Herminio Chena, José M. Bóveda, Clarisa Marín de López, Lino Oviedo, José Abel Guastella, Mario Cano Yegros y Carlos Roger Caballero, por el ÚNACE. Sixto Pereira, por el Movimiento Popular Tekojojá. A favor de Asunción: Víctor Bernal Garay, Rogelio Benítez, María Digna Roa, Lucio Vergara, Celso Orlando Fiorotto, Silvio Ovelar y Hugo Estigarribia, por la ANR. Iris González, Miguel González Erico, Oscar Denis y Fernando Silva, por el PLRA. Miguel Carrizosa, Ana Mendoza de Acha, Marcelo Duarte y Marcial González, por el Partido Patria Querida. Carlos Filizzola por el Partido País Solidario. Estuvieron ausentes de la votación Miguel Abdón Saguier, Luis A. Wagner, Alberto Grillón, Lilian Samaniego, Juan Darío Monges y Juan Carlos Galaverna.

[97]  De fecha 13 de octubre de 2008. El anteriormente mencionado fue del 1º de los mismos.

[98] Sesión del jueves 11 de diciembre de 2009.

[99] Cf. ABC Color de fecha 13 de diciembre de 2008. Morales no estaba compenetrado del caso, pues en 1962 Gramont Berres ni siquiera había ingresado todavía al círculo áulico de Stroessner; llegó al Paraguay en 1969 a trabajar en televisión. Sus negocios con las tierras aledañas al cerro fueron en 1980. Las once hectáreas ocupadas por el cerro Lambaré, según se viera antes, nunca estuvieron en propiedad privada.

[100] Posteriormente se informaría que el verdadero factotum de la operación entre la Justicia Electoral y los diputados fue un ex relator y político muy próximo de Morales, el concejal lambareño de la ANR Santiago Maldonado.

[101] Cf. ABC Color del viernes 24 de abril de 2009; infografía; Pág. 15.

[102] “La Nación” identificó entre los votantes favorables a Lambaré a Julio César Franco, Blas Llano, Ramón Gómez Verlangieri (PLRA), Ramón González Daher y Julio César Velázquez (ANR).

 

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