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ALEJANDRO ENCINA MARÍN (+)

  ALGUNAS HISTORIAS…Y LOS DEMÁS SON CUENTOS, 2007 - Narrativa de ALEJANDRO ENCINA MARÍN


ALGUNAS HISTORIAS…Y LOS DEMÁS SON CUENTOS, 2007 - Narrativa de ALEJANDRO ENCINA MARÍN
ALGUNAS HISTORIAS… Y LOS DEMÁS SON CUENTOS

Narrativa de ALEJANDRO ENCINA MARÍN

Editorial EL LECTOR
 
Director Editorial Pablo León Burián
 
Coordinador Editorial Bernardo Neri Farina
 
Diseño: Estudio Condoretty
 
Asunción-Paraguay,
 
2007 – 98 páginas.

ÍNDICE

PRÓLOGO

PRESENTACIÓN

LA BODA DE LA PRINCESITA 

MI TÍO, EL ESPÍA 

EL CURUNDÚ 

KATUETE 

LA VIANDA 

¡¡¡NOLASQUÍ VIVE!!!

COMO LO VI, LO CUENTO (EL ASALTO A LA POLICÍA 7/03/47)

DEL AMOR EN EL TIEMPO DE LOS NARANJITOS/ DE TRAJE BLANCO

EL SAN ANTONIO ACUÁTICO/ PLATA YVYGUY


 


A MANERA DE PRÓLOGO

Al llegar a mis manos los originales de estos trabajos comencé por pensar que se tratarían de textos rigurosamente científicos por los antecedentes de su autor, respetado profesor universitario y prestigioso abogado. Sabía que eran relatos, pero aún así tuve la idea de que serían tediosos, pesados, aburridos. No se trataba de pensar que los abogados careciesen de imaginación -la mayoría de ellos la tienen a raudales cuando tratan de presentar como inocente al más pintado de los criminales- ni que esperase un texto cargado de citas en latín, para enredar mejor el pleito. Nada de eso. ¡Pero cuentos del profesor doctor Alejandro Encima Marín!

Era cuestión de ponerse a leer. Y así lo hice con la presunción inicial de que en el siguiente párrafo me encontraría con algo parecido a un texto jurídico. Para mi sorpresa, terminé el primer relato sin el "obstáculo" de las cuestiones tribunalicias. Esto me animó a avanzar en las siguientes páginas sin la preocupación inicial, hasta que tuve que rendir-me al gozo de una lectura de atractivos casos. Los temas escogidos por el autor son hechos conocidos directamente por él o acopiados por terceras personas. En ellos predominan el humor, la imaginación, la sorpresa, la novedad. Tienen que ver con el pasado del país que vive en el recuerdo y en el afecto. No están escritos desde la nostalgia sino desde la intención de memorar las anécdotas que trascienden lo personal y que han sido, de algún modo, la identidad del país. También llama la atención la escritura de Encina Marín. Uno piensa -yo lo pensé- que tendría la dureza y aridez de las sentencias judiciales. Sin embargo, tiene la plasticidad para contar sin tropiezos, con gracia, las anécdotas elegidas con acierto para hacer que este libro llene de placidez nuestro espacio de tiempo.

Entre muchos temas, sin este libro nunca hubiera sabido, tal vez, el hecho que originó el nombre de la hoy próspera KATUETÉ, localidad del Departamento de Canindeyú, que había nacido a la vera de un camino de tierra con chozas de plástico.

En "LA BODA DE LA PRINCESITA", Encina Marín evoca la ciudad de Villarrica de los años 20 con una anécdota curiosa, risueña, original. En "MI TÍO, EL ESPÍA", recuerda la víspera de la Guerra del Chaco con un caso digno del mejor tema cuentístico. "CURUNDÚ" tiene como escenario la Guerra del Chaco: un hecho extraño entre soldados. En "LA VIANDA" nos presenta una anécdota de la infancia que luego trasciende en el tiempo. "NOLASQUÍ VIVE" es la evocación del conocido personaje, hecho leyenda, que con su imaginación exuberante se divertía y divertía a los demás. En "COMO LO VI, LO CUENTO", trata el asalto al Cuartel Central de Policía el 7 de marzo de 1947. En "DEL AMOR EN EL TIEMPO DE LOS NARANJITOS" -parafraseando a la novela de García Márquez- Encina Marín recuerda con gracia sus años juveniles. En "SAN ANTONIO ACUÁTICO" y "PLATA YVYGUY" -que completan el libro- aparecen tópicos de las conocidas creencias populares.

Es de celebrar la aparición de este libro, valiosa contribución para nuestra bibliografía. Es también de celebrar que su autor se decidiera a que le conociesen fuera del ámbito en el que vivió siempre y en el que se hizo de un notable prestigio: la ciencia jurídica.
A partir de ahora, un título más se agrega a su nombre.

ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE

 

 


PRESENTACIÓN

 

Como ocurrió con muchos amigos, cursé toda mi enseñanza primaria en escuelas del estado donde ya me perfilaba como un mal alumnos de matemáticas...

Al concluir la primaria, mi padre dispuso, por obvia razones, que me preparara a entrar en el Colegio Nacional. Sin embargo, mi madre, en forma reiterada, trató de convencerlo de inscribirme en el Colegio de San José, circunstancia que constituía todo un esfuerzo económico toda vez que debía abonar una mensualidad de CIENTOS DIEZ GUARANÍES mensuales.

Demás está decir que no era la mejor época económica de mi padre, colorado él y abogado sometido a los vaivenes de la profesión que a veces permitía que el pan que se traía a casa fuera de mayor volumen, lo que permitía alguna refacción de la casa de la calle Independencia o el mejoramiento de las pilchas de la familia.

En el Colegio San José, con el correr de los años, me vinculé con la Academia Literaria dirigida por el Padre Cesar Alonso, quien ya desde los primeros cursos trató de convencerme que sabía escribir y que en consecuencia no debía abandonar lo que sin duda era por entonces un signo de afán de mejoramiento intelectual.

Ya en los últimos cursos obtuve premios que me permitieron escribir algunas gacetillas para el Diario "La Unión', dirigido por el Señor Alfonso Dos Santos, y con el correr del tiempo el Dr. Alberto Nogués me vinculó con el Instituto de Cultura Hispánica y con algunas revistas de cultura y tiraje internacional, lo que pasó a engrosar mi currículum. Mi vinculación con el Dr. Nogués fue la que me abrió el camino para achicar el mundo que, a parte de nuestro país, solo me había permitido conocer ciudades de la Argentina y del Brasil.

Es verdad que mi padre había pensado en hacer de mí un hombre útil, y el pequeño establecimiento de Puerto Rosario me enseñó los rudimentos de los quehaceres del campo sin contar con que también aprendí a cubicar los rollos de madera que por entonces se embarcaban en cantidades siderales con destino a la Argentina y el Uruguay. En el año 1953, después de haber cumplido con creces con los deseos de mi padre, fallecido, recorrí un remoto lugar de nuestro país conocido como "Cerro Guasú" a espaldas de la Cordillera de Mbaracayú y denominado por los indios "Pai Tavyterá" como "Yasuká Venda", es decir "El ombligo del mundo", donde fui comisionado por mi progenitor para hacer un trabajo de monteo, o sea apreciar las posibilidades de la explotación de la madera de los montes del lugar.

A esta altura de mi vida se interrumpió mi conocimiento del suelo patrio cuando por intermedio del mencionado Dr. Nogués obtuve una beca de estudios que me permitió vivir en Europa, con base en Madrid, donde completé los estudios del Doctorado en Derecho que me permitió volver a casa con el título respectivo bajo el brazo y una constancia de haber cursado en condición "Sobresaliente".

De allí en más empecé a constituir lo que Agustín Lara llamaría "La crema de la intelectualidad" y paralelamente con mi actuación política me integré a diversas instituciones culturales.

La política, sin embargo, me fue adversa y aun cuando tuve una intensa actividad soy un extraño espécimen que, perteneciendo al Partido del Gobierno, como decía un amigo mío, soy "un colorado que nunca mandó", si se entiende por "mandar" la ocupación de cargos públicos. En verdad, de los más de sesenta de militancia, casi siempre mi temperamento republicano me ubicó en la vereda de enfrente de quienes manoseaban el contenido del estatuto partidario.

De este modo mi experiencia interna me permitió conocer los calabozos del Departamento de Investigaciones y finalmente hasta el exilio que me llevó a pasar un largo año en Buenos Aires.

De regreso al terruño, incorporado ya en la Cátedra de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional y de la Universidad Católica continué esta actividad hasta llegar a la titularidad de la enseñanza de las materias penales.

El regreso del exilio no fue fácil y si bien me empeñaba en el trabajo profesional era poco el transitar de clientes por mi bufete hasta que en 1970 alguna bendición de mi padre hizo que un día llegara hasta el escritorio un señor brasilero que me confió obtener la autorización gubernativa y llevar adelante el desarrollo de un inmueble por entonces inhóspito donde trabajé intensamente por 15 años y a un ritmo inferior por otros 15 más. En el lugar de más de 50.000 hectáreas de superficies fundé y desarrollé dos colonias que hoy constituyen pujantes ciudades y además una estancia de 5.000 hectáreas, todo ello a satisfacción de mi cliente con el consiguiente incremento de mi patrimonio.

Transité, entonces, por gran parte del territorio paraguayo pues llegué hasta Puerto Sastre por el río, a Cerro Guazú por agua y tierra (Asunción, Concepción y Yerbales de la Industrial Paraguaya hasta alcanzar el río Ypané-mí), alcanzando la meta trazada. También por el Chaco circulé por tierra y por aire hasta Pozo Colorado y aledaños cuya propietario había contratado mi servicio como abogado y posteriormente como administrador de sus bienes.

Cuando el mundo se me fue achicando, volví varias veces a Europa y alguna oportunidad por una extraña escala en Dakar, llegué también al continente Africano.

Por mi vinculación con asociaciones de ex residentes en España volví al Viejo Continente y posteriormente asistí a diversos congresos que me permitieron conocer Ecuador y Perú y más adelante, en mi condición de asesor jurídico de Don Aldo Zuccolillo, viajé a congresos de la Sociedad Interamericana de Prensa con sede en Washington y San José de Costa Rica.

Todo esto solo queda dicho para justificar que tengo mucho que contar y que según el éxito de este librito quizá me lance a la aventura de un segundo tomo pues me queda mucho que relatar de todo mi trajinar y de curiosidades protagonizadas en diversas partes.

Esta aventura que tiene su Primer Tomo en el ejemplar que ustedes tienen en sus manos, es la reemplazante de un texto de Derecho Procesal Penal al que nunca accedí pese a las instancias de amigos y colegas por la sencilla razón de que, trabajando en la profesión de abogado, nunca podría negar algunos de los discutidos principios del Derecho de los que hacía uso en mis escritos profesionales.

Preferí, entonces, publicar estas Historias y los demás son cuentos porque sobre su veracidad nadie podrá contradecirme.

Con este material enderezo en mi vida el refrán chino que un compañero mío trastrocó cuando dijo que el hombre perfecto debía: "Tener un libro, plantar un hijo y escribir un árbol".

Este párrafo les permitirá advertir que mi obrita no pretende ser sino una miscelánea de vida: no es un libro serio ni tampoco más que un "divertimento" que ofrezco a mi gente amiga en el momento en que al vida tiene tantas amarguras que, de acuerdo con el concepto de la felicidad que tenía mi presunto antepasado Saturio Ríos, les permita relajarse con el contenido.

Y si no les gusta ¡¡¡PACIENCIA!!!

ALEJANDRO ENCINA MARÍN

Asunción 2007

 


COMO LO VI LO CUENTO

(EL ASALTO A LA POLICÍA 7/03/47)

Ya corría marzo pero como siempre en el Paraguay el tiempo no se daba por enterado: Todavía hacía calor y ni siquiera alguna lluvia mitigaba la temperatura.

Como muchas mañanas acompañé a mi padre por algunas oficinas públicas hasta llegar al "Tribunal í" de la calle Palma e/ Chile y Alberdi donde funcionaban por entonces los juzgados en lo Comercial, algunos del fuero Criminal y el Archivo General de los Tribunales que empezaba a sentir el deterioro de sus bellos cielorrasos finamente pintados al óleo probablemente en la época del Mariscal López cuando funcionaba en el lugar el "Club Nacional" en el que se realizaban los saraos de la época con refinadas orquestas europeas y paraguayas que operaron el fenómeno que Juan Carlos Moreno González llamó la transmisión de la música al pueblo "A través de la Ventana".

Efectivamente, el edificio donde hoy se asienta el Banco de la Nación Argentina contaba con gran cantidad de ventanales a través de los cuales el público curioso se agolpaba para ver danzar a los elegantes y escuchar las piezas musicales que se ejecutaban y que con el correr del tiempo pasaron a integrar el acervo del folklore musical paraguayo: "London Karapé" traducción de una música inglesa cuyo nombre primitivo era "Little London", "La Palomita" a la que luego alguien le puso verso en castellano y guaraní y un cúmulo de Cuadrillas y Mazurkas que eran los aires de moda hasta llegada la hecatombe de 1864/70.

De este lugar, mi padre y yo cruzamos hasta la vereda de enfrente donde varios allegados al Foro hacían tiempo mientras conversaban sobre diversos temas entre los cuales el de la política llevaba la palma con motivo de una inquietud creciente en la capital y todo el país. Torcimos luego por Chile hacia el Cabildo y nos detuvimos en el numero 115 de la arteria donde se hallaba instalado el Escritorio Notarial de mi abuelo Don Roque Encina, próximo a alcanzar el decanato de los Escribanos de Sudamérica que le cupo desempeñar años después al alcanzar más de 6 décadas de ejercicio profesional. Serían poco más de las diez de la mañana...

Mi padre tenía por costumbre saludar al suyo todos los días cuando estaba por terminar la jornada y mi abuelo se aprestaba a volver a su casa usando para ello de un curioso periplo tranviario subiendo a algún coche de la línea 5 en Presidente Franco y Chile para dirigirse en el mismo hasta el final de la línea, en el Puerto, y volviendo a pagar un nuevo boleto seguía en el mismo vehículo por Colón hasta Estrella, 25 de Mayo, Estados Unidos para apearse frente a su casa en la avenida España.

Tras cambiar algunas frases mi padre y el abuelo se despidieron y mi progenitor me indicó su intención de revisar un sombrero que había mandado planchar con un profesional llamado Gervasio Amarilla Vega que tenía su taller en la calle Alberdi e/ Estrella y Oliva en los altos de una casa donde funcionaba una Agencia de Seguros y también la Escribanía de Don Carlos Casabianca.

Subimos al piso superior y entre charlas habremos llegado a poco más de las 10:15 cuando sentimos escuchar varios disparos y para mi sorpresa una mujer entrada en años cayó en una especie de crisis y prorrumpió en gritos en guaraní con los que anunciaba que "ya llegaba la revolución".

Al arreciar los disparos ya con característica de combate mi padre me ordenó bajar y nos dirigimos a pasos apresurados, casi un trote, hacia la calle Oliva donde mi padre me expresó: "esos disparos son hacia la Policía, ¿será que papá ya tuvo tiempo de tomar el tranvía?" y se dirigió hacia Chile con la clara intención de volver hacia el Escritorio de mi abuelo.

Todo el mundo corría en una u otra dirección y recuerdo haber alcanzado a Don José Rodríguez Alcalá quién también apresuraba el paso vestido como siempre elegantemente con pantalón de fantasía, chaleco y saco negro, en una mano su sombrero Orión, y en la otra su bastón quién jocosamente nos dijo "a veces estas corridas son buenas para la salud".

Por Chile bajamos hasta Estrella para encontrarnos con una multitud que corría alejándose de la calle Palma por lo que mi padre optó por volver por Estrella hacia 25 de Noviembre (hoy Nuestra Señora de la Asunción) tratando de llegar a la parada de taxis (chapa blanca) viendo azorados que todos se ponían en marcha y doblando por Oliva se alejaban del lugar.

Al llegar a la esquina sentimos que se intensificaba el tiroteo advirtiendo que ello ocurría por que 3 o 4 personas desde la esquina trasera de la policía disparaban contra un hombre que corría en nuestra dirección a quién reconocimos como Don Bernardo García miembro de la Juventud Colorada y por muchos años Gerente de la compañía telefónica quién corría zigzagueando y que al alcanzarnos le dijo a mi padre: "¡vamos, doctor! la policía fue asaltada y creo que mataron al jefe" (Coronel Rogelio Benítez).

No nos quedó más remedio que seguir a paso apresurado por Nuestra Señora de la Asunción hasta Manduvirá para ir hacia el edificio del Tribunal Grande frente al cual mi padre tenía su Escritorio con el Dr. Norberto Balmaceda y el Escribano Teodosio Zayas quienes desde la esquina miraban hacia el centro mientras pasaban corriendo hacia ese lado varios policías de la Comisaría Seccional 3era. y un grupo de civiles entre los que recuerdo a un joven colorado de apellido Riego que con un revolver en cada mano nos gritó: ¡VAMOS A DEFENDER LA POLICÍA!.

Después... ya fue el caos. Al día siguiente al mismo tiempo de que se difundía la noticia del levantamiento de Concepción circuló la noticia que el Coronel Rogelio Benítez no había muerto pero que se le había amputado el brazo izquierdo.

Apenas repuesto días después este héroe de la Guerra del Chaco volvió a presentarse al Comando en jefe reclamando el puesto que había desempeñado durante la conflagración: Comandante del R.I. 14 y cuando se le formuló la objeción de cómo lo haría si ya había perdido un brazo contestó en guaraní: "todavía me sobra el derecho y ese ya es suficiente..."

Posteriormente a esta jornada que dio inicio a lo que Unamuno llamaría " La Guerra Incivil" que empobreció y enlutó todo el territorio patrio dando lugar a que los paraguayos nos apostrofáramos unos a otros con la frase de un Prócer Rioplatense:

¡BARBAROS, LAS IDEAS NO SE MATAN!


 


El SAN ANTONIO ACUÁTICO

Yo, hacía un tiempo que novilleaba alrededor de Elenita: dos ojazos obscuros, una cabellera negra bruna, lindas piernas, el arte de recitar los mejores versos y de ejecutar al piano las obras de todos los clásicos y las músicas modernas, boleros por entonces, que alguna oportunidad cantábamos juntos.

Romántico... , pero sin la decisión de seguir la carrera hasta la meta que concluye en el altar. Por supuesto, a los diez y ocho años estas relaciones se llaman en nuestro medio solamente "afilar" y no se encara como un camino al matrimonio.

Yo había cumplido desde hacia un par de meses con Elenita. Este cumplido, matinés de los domingos, pareja obligada en las fiestas de cumpleaños y eventualmente una escapada de los sábados de mañana en el "Vertúa" donde tocaban las mejores orquestas y podíamos pasar un par de horas y con unas cervezas por mi parte, un helado por la suya y la oportunidad de bailar los ritmos de moda.

Mi paso a la Facultad de Derecho fue el trampolín para poder visitar a Elenita en su casa. Claro, yo había pasado de ser "el estudiante" para convertirme en "un aventajado universitario" y ello me abría muchas puertas como la de la propia casa de Elenita.

Con nuestras condiciones, de codiciado galán, probable abogado, como mi padre y administrador de la estancia familiar y ella una de las más codiciadas niñas de "nuestra sociedad", la relación sentimental trascendió todo los límites sociales hasta el día en que mi madre enterada que la relación estaba pareciendo seria me dijo: "Dice que andas festejando con Elenita, la hija de mi compañera de escuela en Villarrica cuando mi familia y yo vivíamos allí. Qué bien, es una buena chica y espero que te comportes como un caballero" yo intenté eludir responsabilidades y le respondí: "No llega a festejo solamente solemos estar juntos en algunos cumpleaños...".

Mi madre sonrió y me dijo: "me parece bien pero debes tener cuidado. La familia de Elenita es famosa por tener una imagen de San Antonio muy milagrosa, que les resultó infalible en los casos de que algún muchacho llegaba en tren de noviazgo a la casa, lo que motivaba que el San Antonio fuera exigido con un milagro y mientras el mismo no se consumaba con un cercano casamiento, iba a parar atado con un piolín a las profundidades del aljibe de la casa...".

Lo tomé como una broma pero, no obstante levanté mis antenas, y así una tarde en la que mientras Elenita terminaba de emperejilarse para salir conmigo acompañada de la infaltable "tomasita" salí al patio para fumar un cigarrillo sin impregnar la sala del olor a tabaco.

Ya en el patio súbitamente divisé el aljibe familiar y me acerqué hasta el mismo viendo que muy cerca del brocal se divisaba un pedazo de lo que llamamos "liña de pescar". Y allá fui curioso y levantando interminablemente toda la dimensión del piolín que denotaba que en el extremo había un peso.

Cuando ya estaba muy avanzado en mi pesca sentí la melodiosa voz de Elenita que me decía: "¡Hola! ¿Qué haces?" Solté el piolín hasta escuchar el inconfundible ruido del peso al chapotear en el agua. Casi tartamudo le respondí: "Nada, solo fumando un cigarrillo", y eché una calada como para luego lanzar el humo para que lo sintiera y respetuosamente lancé el cigarrillo hada unas plantas.

Por aquel entonces, fuera de mis libros de segundo año, ya había curioseado en algunos textos recomendados por mi padre entre los cuales el ya famoso "Instituciones del Derecho Procesal Penal del Dr. Víctor Riquelme" del cual devoré el capítulo de las pruebas en el que me llamó la atención el párrafo "de los indicios concurrentes".

Medio abogado y medio detective, até los cabos: a) la advertencia materna; b) el piolín extrañamente sumergido c) el chapotear del peso en el extremo de la liña y d) el azoramiento de Elenita al verme al lado del aljibe eran "suficientes hechos conocidos que juntos inducen a creer en una verdad desconocida...": LA PRUEBA!!

Demás esta decir que luego de largas cavilaciones decidí que la situación se estaba tornando peligrosa y que era bueno "retirarme ordenadamente sobre mis bases".

No invité más a Elenita a ninguno de nuestros encuentros sociales. Me asilé en la estancia por dos semanas y naturalmente cuando Elenita llamaba con sus mejores modales a preguntar por mí, le contestaban que estaba en el establecimiento ganadero y a los quince días de exilio voluntario agregué otros quince más en los que por mi recomendación si Elenita me procuraba por teléfono siempre seguía recibiendo la misma respuesta. "Esta en la estancia" hasta que finalmente le dijo a una de mis hermanas: "Qué raro, él no suele tardar tanto". Y mi hermana fiel le respondió: "verdad".

Como en el tango, "nunca más volví" hasta que un día mi madre me indagó sobre mi comportamiento grosero: "Dicen que la dejaste plantada a la hija de Elenita", a lo que respondí: "Y vos tenés la culpa porque vi un piolín que entraba en el aljibe y cuando lo revisé me encontré con el San Antonio que vos me advertiste que tenía propiedades formidables". Y mamá volvió a indagar: "y qué hiciste". Y le contesté: "rajé".

 


PLATA YVYGUY

Desde que nuestro padre nos instaló, el 25 de junio de 1935, en la casa de la calle Independencia Nacional 575 donde metros más allá comenzaba el Barrio Obrero, nuestra vida familiar adquirió una estabilidad en la que nuestra mente de niños nunca acarició la idea que alguna vez fuéramos a mudarnos a otro lugar. Cuando veíamos uno de los tantos camiones de carga que trasladaban el mobiliario de alguna familia, solo se nos ocurría la idea de que tendríamos alguna sorpresa agradable como decían todas las personas que nos rodeaban, pero nunca que fuéramos a trasladarnos de ese lugar poblado por gente de clase media, que nos llenaba de saludos y muestras de afecto.

Y efectivamente, hasta hoy día sigo habitando en el lugar contra viento y marea sorteando en alguna oportunidad el temporal de alguna hipoteca a interés usurario que enfrenté, ya fallecido mi padre, como un verdadero "Capitán de Tormentas" hasta saldar la cuenta y, sacando pecho, continuar corno único propietario del inmueble.

Al lado de nuestra casa teníamos unos vecinos, al oeste, encabezados por un hermano mayor, alto oficial del Ejército que, tras la Guerra del Chaco, pasó a ocupar un importante cargo en la Intendencia de Guerra. Este oficial tenía varias hermanas maestras que inclusive me orientaron a la Escuela Primaria y una hermanita menor que hizo buenas migas con la mayor de nuestra familia que coincidía con ella en edad y amigas.

Vivíamos felices y sin sobresaltos hasta que un día al atardecer, en que nuestros padres habían atendido un compromiso social y los chicos invadimos su dormitorio, oímos unos ruidos extraños como golpes en la pared o una especie de arrastrar de muebles en la casa de al lado que nos llamaron la atención, por lo que recurrimos a una suerte de aya que nos cuidaba, a quien le dimos la noticia. Ella nos tranquilizó diciéndonos que seguramente los vecinos estarían haciendo un traslado de muebles y que los golpes que ella misma escuchó serían propios de la instalación de un clavo para sostén de un cuadro o alguna cosa que necesitara ser fijada contra el muro.

De cualquier manera, nuestra preocupación subió hasta el extremo de comentar el asunto a nuestros progenitores que con amplia sonrisa despejaron cualquier temor y nos dijeron que no podía ser nada grave ya que nuestros vecinos estaban permanentemente en la casa. Toda intriga debía quedar desestimada.

Con el correr del tiempo solía repetirse el fenómeno, y alguna vez ocurrió que el mismo se produjo en altas horas de la noche, por lo cual preguntamos a la hermanita menor qué habían estado haciendo a horas tan avanzadas cuando sentimos el arrastrar de muebles y algunos golpes en la pared. Recibimos como respuesta que también ellos habían tenido la intriga de saber con cuál quehacer nosotros estábamos provocando el ruido extraño.

Unos años después, ya adolescentes, otros habitantes más antiguos del barrio nos dijeron que en la casa de al lado existía algún tesoro escondido y que los ruidos fantasmales eran el signo de la existencia de la famosa "PLATA YVYGUY'.

Una novedad como esa era digna de ser transmitida a nuestros padres, y mamá nos dijo que despejáramos la idea de nuestra mente dado que la creencia popular era que quienes excavaban con algún resultado en procura de los tesoros escondidos eran objeto de alguna desgracia posterior. Cambiaron sucesivos vecinos e inclusive un tiempo estuvo instalada una casa de pensión y periódicamente se repetían los fenómenos esotéricos que nosotros ya los interpretábamos como inofensivos toda vez que a nadie se le ocurría iniciar la excavación del lado de nuestra casa.

Así las cosas, fallecido mi padre, y en la medida en que contraíamos matrimonio, mamá nos cedía la habitación matrimonial en la cual eran más frecuentes los repetidos ruidos que movían a sorpresa y preocupación a nuestras respectivas parejas.

Allá por los años 60 ocupó en alquiler la casa vecina, un profesional del Derecho que en un momento determinado representó a una viuda ganadera de las que en el ranking de las fortunas pecuarias figuraba en uno de los primeros lugares. El abogado vecino atendió durante mucho tiempo los intereses de la señora, siempre viviendo con una equilibrada modestia en la casa alquilada. Le teníamos afecto tanto a él como a su señora esposa y una cantidad de chiquillos, sus hijos, que venían creciendo al lado nuestro con el jolgorio propio de los juegos de sus años.

Un día, sin embargo, se vio un movimiento extraño en la casa vecina: se arrojaban escombros que cuando alcanzaban cierta cantidad eran transportados desde la calle por sendos camiones de los que se usan para desalojar los restos de alguna construcción. Con otro vecino antiguo alguna vez cuchicheamos el chisme de que nuestro colega estaba ocupado en el quehacer de sacar el tesoro escondido. Se lo preguntamos al inquilino audaz, y éste, sonriendo, nos dijo: "...no, estoy refaccionando nomás la casa para ver si la compro más adelante..."

El caso es que un tiempo después concluyó el movimiento de albañilería y nuestro vecino adquirió un autazo de ocho cilindros y colores llamativos con el cual se desplazaba, tanto por la ciudad como por algunos lugares del interior de donde regresaba periódicamente con productos de granja, queso y otros derivados de la leche vacuna.

Y un día, el consabido camión de mudanzas hizo su aparición para transportar los muebles de nuestro amigo. Cuando le preguntamos hacia donde se mudaba, nos informó que había comprado lo que él llamó "una casita en uno de los barrios de gente media de nuestra capital".

No relacionamos la mudanza con el "movimiento" de "destrucción", que eso era lo que habíamos visto más que ningún movimiento de construcción. Nuevas familias ocuparon el inmueble y como ya habían transcurrido muchos años, no asociábamos la supuesta excavación con el cese de los ruidos fantasmagóricos que tanto nos habían inquietado durante muchos años.

Sabíamos y veíamos la prosperidad estable del colega pero sin relacionar para nada el crecimiento de su fortuna con la excavación que nos había intrigado.

A los tres años o poco más del cambio de domicilio de nuestro abogado, conmovió a toda Asunción un gran escándalo político pasional que relacionó como vértice a su hija, una mujer bonita que llamaba la atención y que al parecer tenía relaciones con un artista, por un lado, y con un empleado de policía (pyragüé) que resultó muerto mientras nuestro artista era conducido al célebre Departamento de Investigaciones donde también falleció por efecto de las tortura.

"PLATA YVYGUY" y "JETA" ¿mala suerte fortuita? ¿Racha diabólica?... misterio... Nunca lo podremos saber... ¡Ah! me olvidaba decirles que nunca más se repitieron los golpes en la pared ni el arrastrar de muebles...

A más de sesenta años seguimos viviendo en la casa adquirida por mi padre con el sudor de su frente, donde solamente hemos recibido bendiciones del Señor y fortaleza para alguna que otra dificultad propia de la vida de nuestro tiempo.

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