Desde los comienzos de la Era Digital sostuve que las nuevas tecnologías iban a representar una democratización de la fotografía en la medida en que aumentara la calidad de las imágenes y disminuyeran los costos de los equipos de captura y procesamiento.
En mayo del 2000 adquirí mi primera cámara digital, una Coolpix 990 de 3 Megapixels gracias a la cual pude retornar a la escritura de la luz, actividad de la que estaba alejado y que había cambiado por el marketing y la publicidad. Justamente mi jefe fue el culpable ya que sabiendo mi afición por la fotografía me acercó un artículo de la revista Veja donde mostraban imágenes hechas con las nuevas máquinas que se veían muy bien, ya no era necesario ir al laboratorio a comprar rollos y revelar, ni tampoco perder el tiempo en costosos escaneados de calidad variable. Resultaba sumamente tentador archivar para siempre el mezquino libro de Kotler y reemplazarlo por la cámara digital en busca de nuevas impresiones, dejando atrás, sin pena ni culpa, a mis antiguos compinches: el Ektrachrome 64, el Velvia 50 y el fotómetro Lunasix Gossen.
A partir de allí comencé a caminar la ciudad con la cámara en el bolsillo. En aquella época era una rareza y la gente se maravillaba al ver la foto en el momento, se causaba un pequeño revuelo en el Mercado de Abasto, el Mercado 4 y otros tantos lugares de Asunción con ese aparatito y la gente posaba cómplice ante el pequeño objetivo. Hoy, una década después, la cosa cambió radicalmente y las cámaras digitales invadieron todos los rincones de la ciudad, sin distinción de poder adquisitivo. Todo vale, desde el celular hasta la réflex que también filma, por ende ese candor inicial se perdió en gran medida. Ya las personas son más reticentes a las fotos, ya todos estamos siendo monitoreados por cámaras de seguridad en éste reality show del nuevo milenio.
A lo largo de estos 10 años he sido bastante recurrente en los lugares que me gustaba fotografiar en Asunción, fui un testigo ocular en Itapytapunta, en el Jardín Botánico, en el Mercado 4, el Abasto, la Recoleta, el puerto, el rio y hasta el Ñu Guasu, fuera de los límites pero uno de los grandes espacios de esparcimiento de los asuncenos.
El material se fue acumulando y ya las decenas de miles de fotos reclamaban un orden y una quema de archivos para cerrar esta etapa, y así se fue gestando el libro, editando pacientemente y sacrificando muchas imágenes. El proceso de edición siempre implica la parte dolorosa que es descartar material y eso me llevó 3 años, entanto seguía generando nuevas imágenes para clausurar la década. Para la estocada final de edición colaboró conmigo un peso pesado del fotoperiodismo y el reportaje: Jorge Sáenz, quien me hizo laburar una semana de jornadas eternas hasta que me quedaban los ojos como Pikachú de tanto ver el monitor, escarbando en los confines de los terabytes.
A Propósito de Asunción no pretende ser un compendio formal de la Madre de Ciudades sino más bien la mirada de un extranjero que la eligió como hogar desde hace 14 años; un relato que se va hilvanando a fuerza de impresiones y que recorre los atardeceres, los remansos, las miradas espontáneas de sus habitantes y un pedacito de su historia.
Hay imágenes tomadas con muchas de las cámaras digitales que fueron pasando: Coolpix 990, 5000 y 3700; Fuji S2, Nikon D50, D80, D90 y D200; desde los 3 hasta los 12 Megapixels y que en definitiva no fueron más que herramientas para escribir con la luz. Y Asunción es la ciudad de la luz, donde en verano los fotómetros explotan.
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