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JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO

  NARRATIVA PARAGUAYA DESPUÉS DE -YO EL SUPREMO- DE ROA BASTOS - Por JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO - 22 de Noviembre del 2010


NARRATIVA PARAGUAYA DESPUÉS DE -YO EL SUPREMO- DE ROA BASTOS - Por JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO - 22 de Noviembre del 2010

NARRATIVA PARAGUAYA DESPUÉS DE "YO EL SUPREMO" DE ROA BASTOS

ACERCÁNDONOS A LA NARRATIVA PARAGUAYA POSTERIOR A

YO, EL SUPREMO 

DE AUGUSTO ROA BASTOS

 

 

Por JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO

 

El que una literatura sea desconocida no es sinónimo de inexistencia. En esta sociedad en que por la globalización resulta imposible sustraerse al conocimiento integral de una cultura, aunque sus productos y trabajos no se comercialicen y no lleguen a los consumidores, resulta difícil encontrar casos de aislamiento semejantes al de Paraguay en el ámbito hispánico. En el caso de su literatura tan desconocida como el propio país, desde que su escritor más universal, Augusto Roa Bastos, se consolidara en el panorama internacional, sus obras no han trascendido y permanecen ancladas en el universo de la edición crítica de clásicos o en la pequeña editorial. Desde los fallecimientos de Roa, Elvio Romero y Josefina Pla, acontecidos en el tránsito de siglos, no existe un autor ­que haya logrado trascender las fronteras de la periferia editorial literaria.

 

Augusto Roa Bastos. Foto de Javier Medina

 

         Sin embargo, desde que Roa Bastos publicara Yo el Supremo y lograr establecerse entre los grandes autores de boom latinoamericano[1], se ha producido paradójicamente un aumento gradual de la producción literaria editorial en Paraguay en paralelo a un incremento de la posición marginal y periférica del país dentro de las letras hispánicas. Hoy, raramente algún escritor del país guaraní escapa del enclaustramiento literario. Las causas son diversas y deberíamos remontarnos a la historia cultural del país para entenderlas en buena medida, pero en los últimos años radican en la incapacidad para internarse en los vericuetos comerciales internacionales[2]. Centrándonos en la narrativa, su historia parece restringida a unos nombres aislados de autores fallecidos, como Rafael Barrett, Gabriel Casaccia, Josefina Pla, José María Rivarola Matto y Augusto Roa Bastos, o, entre los vivos, algunos nacidos antes de 1940 como Rubén Bareiro Saguier o Carlos Villagra Marsal. Otros escritores nacidos después de ese año han sido estudiados en el ámbito universitario e incluso han editado sus obras en el extranjero, como es el caso de Renée Ferrer, Raquel Saguier o Guido Rodríguez Alcalá, pero no han logrado trascender de forma que sus obras se hayan publicado con regularidad o hayan conseguido cierta notoriedad editorial. Y eso sin pensar en que alguno de estos autores pudiera lograr vivir de la escritura, puesto que quizá, y aun expresándolo con reparos, sólo Augusto Roa Bastos ha podido ser valorado como escritor más o menos profesional.

Se han venido mencionando a lo largo de los años distintas causas que favorecieron este aislamiento intelectual: la geografía del país, determinante de una mentalidad mediterránea donde todo escritor se conforma con ser admirado entre su población más que en consagrar su obra; el haber sido durante la colonia una región de parapeto entre los imperios español y portugués, lo que sumado a su lejanía del mar, la convirtió en una isla rodeada de tierra; el bilingüismo de un pueblo que habla guaraní y tiene la dificultad de educarse en español, sobre todo porque no se ha establecido en toda la historia del país un sistema educativo articulado y capaz de generar talentos intelectuales; la tardía aparición con una escasa densidad de obras y valores hasta época muy reciente –se puede afirmar que hasta Casaccia y Roa Bastos–, puesto que buena parte de los argumentos se refugiaban en el costumbrismo local; las causas históricas y políticas que mantuvieron aislado a un país que anduvo durante décadas buscando su identidad frente al vecino argentino, que se vio sometido a férreas dictaduras como la de Francia y guerras exterminadoras como la de la Triple Alianza (1864-1870), y a represiones y exilios de la intelligentsia; la idiosincrasia del paraguayo, amante de su tierra hasta olvidarse de todo lo exterior; la autarquía económica y cultural; y, sobre todo, la ausencia de imprentas y, por tanto, de editoriales, lo que limitaba al escritor y lo restringía al ámbito periodístico o a la obra de utilidad pública, no de ficción [3]. Sea como sea, la fama adquirida por Yo el Supremo parecía romper con este aislamiento mediterráneo.

         ¿Y qué se producía dentro de Paraguay mientras Roa Bastos era conocido en el exterior y Stroessner se hacía famoso por su connivencia con las dictaduras de los países vecinos y con los servicios secretos estadounidenses? Bajo el peso de su dictadura de Stroessner, surgió una narración pesimista y experimental, representada sobre todo por El laberinto (1972) de Augusto Casola, Las musarañas (1973) de Jesús Ruiz Nestosa, y La rebelión después (1970) y General, General (1975) de Lincoln Silva. Sin embargo, hubo que esperar a los años ochenta para encontrar la máxima expansión de la narrativa en Paraguay. Es cuando la literatura se convierte en un arma contra la tiranía y en aire fresco frente una sociedad anquilosada en sus viejas costumbres. En esos años surgen obras fundamentales para la literatura nacional como la de carácter político La sangre y el río de Ovidio Benítez Pereira (1984), el fresco urbano Los hombres de Celina (1981) de Mario Halley Mora, la renovación de la narración costumbrista con Angola y otros cuentos de Helio Vera (1984), la novela histórica Caballero (1986) de Guido Rodríguez Alcalá, las narraciones feministas de Raquel Saguier (La niña que perdí en el circo, 1987, y La vera historia de Purificación, 1989), y de Renée Ferrer (Los nudos del silencio, 1988), el fantástico con Manuel E. B. Argüello (Las letras del diablo, 1988) y la ciencia ficción con Osvaldo González Real (Anticipación y reflexión, 1980), y el experimentalismo bajtiniano de Juan Manuel Marcos (El invierno de Gunter, 1987) o formal de Jorge Canese (¿Así no vale?, 1987), entre otras. Fueron unos años de explosión de nuevas tendencias frente al costumbrismo realista que había caracterizado la narración producida dentro del país hasta esos momentos y de ruptura con un pasado muchas presentado como idealizado y en otras como modelo de formación de una identidad nacional y de unas costumbres extendidas. Son generaciones jóvenes que luchan por otro país distinto al que viven y por escapar del enclaustramiento al que se ven sometidos.

         La caída de Stroessner supuso la aparición de obras políticas en un ambiente de libertad, como la narración de política-ficción de Santiago Trías Coll (Gustavo presidente, 1990) y la novela social de Gilberto Ramírez Santacruz (Esa hierba que nunca muere, 1989). Sin embargo, la literatura deja con el tiempo de ser un arma de combate y es sustituida por el ensayo en las preferencias de lectura, aunque progresivamente se incremente su cultivo y edición. Durante la última década del siglo XX se produce un auge de la novela histórica (Luis Hernáez, Renée Ferrer, Maybell Lebrón, etc.), de la narración feminista y la dedicación de la mujer a la literatura (Milia Gayoso, Mabel Pedrozo, Dirma Pardo Carugati, Yula Riquelme, Luisa Moreno, etc.), proliferan la ciencia ficción y la narración fantástica (Enrique Gallerini Sienra o Bertha Medina), la proliferación de la narración en guaraní (desde que en 1981 Tadeo Zarratea publicara la primera novela en esta lengua, Kalaíto Pombero no han cesado de publicar nuevos autores) el escenario de la ciudad desplaza al ámbito rural mayoritariamente e incluso el ambiente social como ocurre en El último vuelo del pájaro campana (1995) de Andrés Colman Gutiérrez, la narrativa política incrementa su indagación en otros presentes posibles o practica el experimentalismo como forma de entender la dictadura defenestrada en 1989, y, a su vez, este experimentalismo va dejando paso a formas de narración más puras, aparte de que el regionalismo va revistiéndose de universalidad con autores como Helio Vera. Incluso el experimentalismo es un método para indagar en la historia y en la sociabilidad de la región del actual MERCOSUR en novelas como El goto (1998) de José Eduardo Alcázar, una narración sorprendente por su originalidad. No estamos ya ante una narrativa que plantea situaciones sino que interroga y ofrece mundos alternativos a la frustrante vida paraguaya. Importa tanto mostrar una sociedad real más que ofrecer perspectivas realistas sobre un mundo que los autores creen denunciable y modificable. Sin embargo, la decepción y el escepticismo ante la transición política van apreciándose desde los últimos años del siglo. Aun así, va apareciendo la novela de la recuperación del pasado, la autobiografías, las memorias noveladas. Un ejemplo es el brote de la novela judía, representada por Susana Gertopan y Barrio Palestina (1998) y El nombre prestado (2000), o Sara Karlik con Nocturno para errantes eternos (1999).

         En el siglo XXI van manteniéndose estas características, pero el número de publicaciones se incrementa de forma apreciable. Aumentan el número de lectores y el número de títulos publicados. Se apoya y se incrementa la edición infantil y juvenil para atraer a los más jóvenes y a los niños. Algunas editoriales logran consolidarse e incluso obtener beneficios apreciables. El panorama mejora aunque pervivan las deficiencias arraigadas desde el pasado. Sin embargo, la literatura va reproduciendo el descreimiento de las gentes en una transición democrática que no soluciona los problemas estructurales del país, como se aprecia en obras como Segunda horror (2001) de Augusto Casola y El Rubio (2004) de Domingo Aguilera, una narración donde lo delincuencial ofrece la visión real del país, aunque lo importante en la obra sea la reproducción fiel y objetiva del castellano paraguayo, lo que genera dificultades de lectura en el lector extranjero. En otras creaciones se denuncian nuevos conflictos sociales y situaciones negativas creadas, como el aumento de la delincuencia o el de los niños de la calle, como En nombre de los niños... de la calle (2004) de Nelson Aguilera, o de la corrupción política, una corriente iniciada en 1989 con Memorias de un leguleyo de Emiliano González Safstrand y proseguida con obras como El doctor, mi candidato (2003) de Aníbal Barreto Monzón. Quizá la realidad sea tan decepcionante que se abandona el experimentalismo y en su lugar se reafirma el gusto por narrar aspectos íntimos y vivencias personales, como ocurre en Desde el otoño (2005) de Pepa Kostianovsky. En este sentido también es frecuente encontrarnos con una narración psicológica, como la de Sara Karlik en El lado absurdo de la razón (2002). Continúa el interés por el “redescubrimiento” de la historia nacional, como nos ofrece Esteban Cabañas en obras como El dedo trémulo (2002) o Gino Canese en Jasy y Kuarahy (2002) y se expande la atracción por la búsqueda de la propia identidad paraguaya en una sociedad globalizada, o la unificación del mundo latinoamericano con otras culturas, como ocurre en La villa de Amatista (1993) de Juan Carlos Herken. Por otro lado, tienen cabida entre los lectores la novela erótica, representada por Juan Manuel Salinas Aguirre con La obsesión de Andrea (2004), la comedia en Abulio el inútil (2005) de Irina Ráfols y, sobre todo la novela stronista, donde aparece retratado ese universo dictatorial como un mundo a caballo entre lo ridículo y la crueldad, desde una primera visión autobiográfica en Memorias de Escorpión (2004) de Efraín Enríquez Gamón, ya desde una perspectiva irónica, Aldea de penitentes de Pepa Kostianovsky, ya desde la gravedad en Humo sobre humo de Esteban Cabañas, ambas de 2006, o Asunción bajo toque de siesta (2007) de Hermes Giménez Espinoza. En los últimos años de la primera década del siglo XXI, se ha incrementado la indagación en la historia paraguaya con novelas de Catalo Bogado o Nelson Aguilera (incluimos la póstuma de Helio Vera), en la producción teñida de examen sociopolítico, y en la narración con un fuerte componente autobiográfico.

Como se observa, ante esta amplia perspectiva cabe un nuevo estudio profundo que permita vislumbrar los nuevos caminos de una narrativa forjada en el yunque de la adversidad, pero de un nivel ficcionalizador encomiable. Y si, a pesar de la crisis económica, aumentan las tiradas de libros y el número de autores, tendremos que pensar en que goza de una buena salud, aunque no trascienda fuera de las fronteras del país, salvo alguna excepción. Por ello, la narrativa paraguaya presenta un panorama halagüeño y se va incorporando a la mejor tradición literaria hispanoamericana. Nunca ha sido unas cuantas obras aisladas de Gabriel Casaccia y Augusto Roa Bastos.

 

 

 NOTAS

 [1] Augusto Roa Bastos no es un escritor vinculado al grupo del boom, como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Donoso o Ernesto Sábato, consigue su resonancia internacional junto a éstos y en la época en que se consolida el éxito de sus obras, a partir de los años sesenta.

 [2] Hemos venido expresando estas afirmaciones en distintos trabajos como mi introducción a la novela Mancuello y la perdiz de Carlos Villagra Marsal (Madrid, Cátedra, 1996, en su primer apartado titulado “La narrativa paraguaya: ¿inexistencia o desconocimiento?”) o con mayor amplitud de desarrollo en La narrativa paraguaya actual (1980-1995), editada en Asunción, Universidad del Norte, 2006

 [3] Dejando al margen la imprenta de los jesuitas, que dio obras pedagógicas como el Arte y vocabulario de la lengua guaraní del padre Antonio Ruiz de Montoya, publicado en 1639, la primera imprenta civil llega a Paraguay con Carlos Antonio López, en 1844, y al año siguiente se edita el primer periódico: El Paraguayo Independiente, diario gubernamental destinado a la difusión de las ideas del presidente y la labor de su gobierno. La imprenta fue manipulada por el poder hasta prácticamente el final del siglo XIX, lo que supuso una importante restricción a la literatura de ficción dada su “escasa utilidad” política.

 

José Vicente Peiró Barco

Publicado el 22 de Noviembre del 2010

Fuente digital: http://www.truenoentrehojas.blogspot.com/

Enlace actualizado: Febrero 2012

 

 

 

 

 

 

Enlace a la novela YO EL SUPREMO de AUGUSTO ROA BASTOS

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del CENTRO CULTURAL DE LA REPÚBLICA "EL CABILDO"





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