LAS MUJERES (GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA)
Por ANA BARRETO VALINOTTI
Colección 150 AÑOS DE LA GUERRA GRANDE- N° 07
© El Lector (de esta edición)
Director Editorial: Pablo León Burián
Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina
Director de la Colección: Herib Caballero Campos
Diseño y Diagramación: Denis Condoretty
Corrección: Milcíades Gamarra
I.S.B.N.: 978-99953-1-430-9
Asunción – Paraguay
Esta edición consta de 15 mil ejemplares
Octubre, 2013
(94páginas)
PRÓLOGO
Este libro sobre Las Mujeres durante la Guerra contra la Triple Alianza es el resultado de una denodada y prolongada Investigación que viene realizando la autora desde hace varios años sobre las mujeres y su actuar en la Historia paraguaya
La joven historiadora Ana Barreto nos brinda en esta obra una acabada descripción de la realidad de las mujeres en aquella tremenda guerra, siendo lo más destacable el hecho que rescata la voz de aquellas protagonistas que en muchos años han sido olvidadas por el predominio de una cultura machista que las ha querido recordar exclusivamente en su rol de madres, esposas o hijas.
En este libro se puede ver como las mujeres durante aquel doloroso lustro fueron proveedoras, colaboradoras desde los hospitales y hasta muy cerca del campo de batalla. Las mujeres fueron incluso obligadas a trabajar para el gobierno con el fin de proveer los insumos que precisaba el ejército.
Pero al igual que esas mujeres que trabajaron, el libro trata sobre también aquellas otras mujeres que en ocasiones por el sólo hecho de pertenecer a una determinada familia fueron tachadas de "traidoras". La historia de ellas también es analizada desde sus propios testimonios para que el lector pueda comprender lo que sucedió también con ellas. Además no se deja de lado la polémica que se produjo en el centenario de la Guerra contra la Triple Alianza, en cuanto a la disputa sobre cuál debía ser la figura de la mujer en aquel conflicto si la de Residenta o la de Reconstructora.
Este libro es fruto de un esfuerzo grande por lo cual agradecemos a la autora su dedicación y esperamos que siga en su tesonera labor de rescatar la voz de aquellas que conforman la "mitad invisible de la Historia".
Octubre de 2013.
Herib Caballero Campos
Introducción
A diferencia de otros grupos o colectivos, la mujer nunca ha estado ausente en el relato de la guerra grande. También, si se trazase un paralelo, la figura femenina se ha mantenido como protagonista incluso sobre figuras varoniles hoy centrales en esa narración.
Como todo relato histórico, las variaciones de la narración a través del tiempo también han sido particularmente interesantes con respecto a las mujeres. En los primeros años de terminada la guerra, eran tachadas de comportamiento bárbaro durante la época de López: se creía que por haberse llamado a sí mismas conciudadanas las mujeres disputaban lugares públicos velados a los ojos del civilizado siglo XIX. Los hombres de la élite pasaron a dibujar a sus "heroínas del honor", modelos a seguir para sus propias hijas y futuras esposas. Se disputaron años, la tiranía y el liberalismo sus propios nombres femeninos.
En los inicios del siglo XX, aunque cierto nombre causaba más de un roncha la pronunciación pública, la memoria que antes le era antagónica, empezaba a dibujar un relato de servidores leales a la patria. Con el tiempo, los juegos del lenguaje, el recuerdo de sus participantes y el trazado final de un nacionalismo histórico, las piezas -personajes y colectivos- fueron moviéndose en torno a una figura, la del Mariscal.
Desde Francisco Solano López, terminaron delineándose heroicidades. En los textos escolares que se utilizaron durante toda la segunda mitad del siglo XX es magníficamente claro: las mujeres que lo siguieron hasta el fin fueron las incondicionales residentas, las mujeres que no lo hicieron, bueno, esas fueron pocas y fueron muertas por traición. Fuera de estos dos grupos no existen mujeres.
Pasa aún algo más llamativo: no hay necesidad de nombres. A diferencia de recordar cada nombre y cada apellido de cada valeroso soldado u oficial, con la historia de las mujeres quizás apenas basta decir "que fueron las más gloriosas de América" para dejar en claro su importancia. A los hombres hay que nombrarlos, por qué no a las mujeres?
Ello hizo que la pregunta guía de este trabajo, desde el cual coino historiadora he decido partir es: ¿Qué, quién mujer? Heroína, tal vez. Traidora ¿cuánto? Incondicional, no. Nombres, lugares, fechas, sucesos. Quise saber quién dijo, que hizo, cuándo hizo y en lo posible, dejar que esa ella lo cuente.
Si pudiera señalar una guía para esta investigación, definitivamente serían los trabajos de la historiadora alemana Bárbara Potthast, especialmente su Paraíso de Mahoma o País de la Mujeres. Publicado en el Paraguay en 1996, muchas de sus hipótesis y datos pasan localmente hasta hoy inadvertidos en trabajos históricos no sólo en lo que compete a la guerra sino a la condición de la mujer durante el siglo XIX.
La desmitificación de las heroínas del "panteón de la patria", una aproximación a los diferentes roles que cumplieron durante guerra, el uso de la figura femenina con fines propagandísticos, las características de la traición, otras aproximaciones a la mujer como "reconstructora" en la post guerra y el devenir historiográfico posterior, la convierten en una de las obras claves para -dado el significativo volumen de datos- mirar desde varias aristas una época que a veces pareciera, ya no hay nada más que agregar.
Es por ello que gran parte de los documentos aquí reproducidos, he usado para volver al Archivo Nacional e ir revisándolos por mí misma. Algunos más nombres hemos encontrado, algunas más interrogantes también, indiscutiblemente, voces que necesitan antes siquiera de ser reinterpretadas, ser escuchadas.
Por una suerte de particular contexto, las mujeres en la guerra me hicieron sentir diferente esta vez. Existe un condicionante físico que no había cuando el Dr. Hérib Caballero Campos me planteó escribir sobre las ellas durante la guerra, y es que no imaginaba hace unos meses, que yo misma estaría hoy librando batallas y resistiendo en trincheras, a veces reales a veces imaginadas contra un desconocido enemigo, el cáncer.
En éste sentido, a mi negación primera de querer narrar mujeres, debo agradecer el aliento del Dr. Caballero, quien creyó que este libro podría llegar a término, al apoyo incondicional de la historiadora, maestra y amiga Beatriz González de Bosio quien me repitió que no escribir no era una opción, a Milda Rivarola, quién para animarme a leer, me cedió sus apuntes sobre diplomacia en los años de Laurent Cochelet y parte de su archivo gráfico, y principalmente a David Velázquez Seiferheld, luego de años de trabajar juntos, fue en éste momento en que ni mis manos, ni mis ojos, y hasta los pensamientos no me han sido del todo leales, ahí estuvo quién hizo no sólo que mis mujeres puedan hablar, sino que yo las pueda escuchar. Con mi corazón, David.
Capítulo I
Los preparativos para la defensa del orgullo nacional 1865-1866
Para el Paraguay, como para los países de la Cuenca del Plata, había sonado la hora de dirimir los antiguos conflictos por el camino de las armas. Décadas de tensiones de toda índole nunca resueltas o indefinidamente postergadas entre los cuatro países se transformarían en el más trágico conflicto bélico de América Latina en el siglo XIX.
Independientemente de cuál sea el marco de interpretación para comprenderla, la Guerra de la Triple Alianza sigue siendo inasible en su totalidad: la complejidad de los elementos políticos, económicos, sociales y culturales que la componen sigue siendo materia de estudios en muchos casos pendiente. Y, si hasta no hace mucho tiempo el nacionalismo de cada uno de los países involucrados hizo suya una determinada comprensión de la guerra para legitimar cada quien y a su manera, cada proyecto nacional; hoy, esa mirada heroica, patriótica, guerrera, comienza a ceder su lugar a "las otras voces" de la guerra: la de las mujeres agricultoras, comerciantes, enfermeras, vivanderas, trabajadoras sexuales, emigradas, los niños, los esclavos, a la comprensión de la economía de guerra, al funcionamiento o no de las instituciones, a las teorías políticas en vigor en la época, y a los "antihéroes" y "antiheroínas": desertores, "traidores", "opositores", "legionarios" o "destinadas".
Lo concreto es que las hostilidades comenzaron a fines de 1864. Tras la invasión brasileña al Uruguay, y con ella como pretexto, Paraguay invade militarmente el Mato Grosso en represalia; al mismo tiempo que envía una expedición de socorro al Uruguay. Al negársele el paso por territorio argentino, Paraguay declara la guerra a Argentina. En mayo de 1865, se suscribe el Tratado de la Triple Alianza, por el que Argentina, el Imperio del Brasil y Uruguay -país en el que habían caído los aliados de López-, unen fuerzas contra el Paraguay. Un revés tan inesperado como doloroso para el Paraguay tuerce el curso de la guerra: el 17 de setiembre de 1865, las tropas paraguayas expedicionarias del sur comandadas por José de la Cruz Estigarribia se rinden a las tropas aliadas tras un prolongado sitio. La guerra, para el Paraguay, adquiere un cariz defensivo y en febrero de 1866 comienza la movilización total de la población. Según el historiador Luc Capdevila, se anticipa el concepto de Guerra Total que se acuñó tras la I Guerra Mundial.
Y si el Paraguay ya era conocido por la disciplina y tenacidad de sus ejércitos, un nuevo elemento contribuye a acrecentar el orgullo y el patriotismo nacional, en un país gobernado de manera autoritaria: en mayo de 1866, la opinión pública internacional conoce, en detalle, lo que ya se conocía a grandes rasgos: el texto del Tratado Secreto. En Paraguay se divulga en agosto de 1866: se producen movilizaciones, proclamaciones muchas veces espontáneas y no pocas veces estimuladas por las autoridades estatales. Defender el orgullo nacional se convierte en una consigna movilizadora de todos los recursos de la patria, aunque no estuvieron ausentes conflictos internos, como se verá en este libro. Por su parte, en el bando aliado, la historiografía contemporánea también recupera las disidencias frente a la guerra, y la represión que las mismas sufrieron.
En setiembre de 1866 fracasa la iniciativa de López en búsqueda de la paz, en el diálogo de Yataity Corá, con Mitre. La suavidad de las formas de los protagonistas de la entrevista contrasta de manera trágica con el trasfondo de sangre, enfermedades y crueldad que ya entonces caracterizaba al enfrentamiento armado. Sabiéndolo o no, los actores se encaminaban a protagonizar lo que a la postre significaría para el Paraguay la desaparición de la amplia mayoría de su población y un terrible desequilibrio demográfico, y para los cuatro países, una historia prolongada de gravosos compromisos económicos e inestabilidad política.
Enfermeras con estatus
El 24 de diciembre de 1864 el Paraguay inició una ofensiva militar al territorio del Mato Grosso (Brasil) con el fin de tomar posesión de una zona largamente en litigio con el Imperio. La expedición estaba comandada por el general Vicente Barrios, cuñado del presidente Francisco Solano López. Las acciones empezaron con el ataque al fuerte de Coimbra el 27 de diciembre del mismo año, y se extendieron hasta el 3 de enero de 1865, fecha en que las tropas paraguayas ingresaron a la ciudad de Corumbá, que días antes había sido abandonada por la mayoría de sus habitantes.
El comando paraguayo se instaló en las calles y casas vacías, y se procedió al saqueo de la ciudad, a la violencia contra los escasos pobladores que había decidido permanecer, así como al despojo a comerciantes extranjeros que se encontraban asentados en Corumbá, y que habían exigido neutralidad. El propio comandante de las fuerzas paraguayas fue señalado como partícipe activo de estos hechos.
En las primeras acciones se registraron decenas de bajas y más de un centenar de heridos en las tropas paraguayas, lo que propició la instalación de un hospital militar en la zona. Hasta ahí, con el fin de atender a los heridos, se trasladaron numerosas mujeres de la élite asuncena. Según el historiador Víctor I. Franco, El Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles, en su edición del 15 de junio de 1865, daría cuenta de la labor realizada por las mujeres en la campaña del Mato Grosso y del reconocimiento que recibieron por ello de parte del Estado:
"El 16 de febrero de 1865, el Vicepresidente Sánchez, invocando el nombre del Presidente de la República, dirigió una nota a Juan Andrés Gilí, Presidente del Tribunal Superior, felicitando a su esposa María Escolástica Barrios de Gilí y a sus hijas solteras Emerenciana de la Paz y María Carolina, en nombre del gobierno, "por su patriótica, generosa y penosa visita a los hospitales de Corumbá, adonde habían ido por propia y generosa determinación, a llevar, a su costa, elementos, limosnas y consuelos a los heridos paraguayos". Franco agrega además que, por idéntico motivo, Elisa Alicia Lynch, compañera del Presidente de la República, hizo llegar como recuerdo tanto a doña María Escolástica como a sus hijas, "un artístico costurerito, con sus piezas de oro".
Sin embargo, no solo fue la motivación de atender a los heridos la que estimuló estos traslados sino que, como se ha observado, a raíz del pillaje inicial de las tropas a las órdenes de Barrios, varias familias paraguayas se sintieron tentadas de ir hasta el norte, a hacerse con su propia parte del botín, ya que fuera de Corumbá quedaban estancias con considerables bienes, sobre todo esclavos. En este sentido, el cónsul francés Laurent-Cochelet en un despacho a Edouard Drouyn de L>Huys -Ministro de Asuntos Exteriores de Francia- aseguraba que:
«También que muchas damas de la Asunción, parientes del Coronel Barrios, que fueron a Coimbra y Corumbá con el pretexto de cuidar a los heridos y que volvieron luego de muy poco tiempo, trajeron una cantidad de joyas y de objetos de valor que no debieron ciertamente ser abandonados por los habitantes en su huida. Existe pues toda probabilidad de que los propietarios de esas joyas hayan sido [...] robados por los soldados enviados al interior de la zona a buscar a los habitantes fugitivos, y obligados a ceder su botín a sus oficiales por precios poco relacionados con su valor».
La esposa del general Barrios era Inocencia, hermana del presidente López, y la alusión a las demás parientes se refiere muy probablemente a Carolina y Emerenciana Gilí Barrios, sobrinas del general Barrios. De hecho, Carolina y Emerenciana, fueron las dos únicas mujeres nombradas en grado militar por Francisco Solano López como Capitán y Teniente, respectivamente, por su labor al frente del hospital para heridos paraguayos en Mato Grosso.
La suerte y fortuna de estas tres mujeres: Escolástica, Carolina y Emerenciana, cambiaría radicalmente en 1868, como se verá más adelante.
Con respecto a los esclavos y esclavas que fueron traídos a Asunción capturados en la campaña del norte, la historiadora
Milda Rivarola supone que, a diferencia de las mujeres de élite, cierta agresividad antibrasileña fue ejercida por las mujeres de clase media-baja contra aquellos: “La tranquilidad pública no fue turbada en la capital, respecto a los extranjeros; salvo algunas violencias ejercidas impunemente por las mercaderas contra las esclavas brasileñas", dice el ya citado cónsul francés Laurent- Cochelet al ministro Drouyn de L'Huys. La misma impresión sobre estas esclavas también las tuvo George Thompson, inglés e ingeniero del Ejército paraguayo: "muchas de las mujeres tomadas en Mato Grosso fueron enviadas a Asunción, a fin de ser repartidas entre las familias para servirles en cambio de los alimentos. Sin embargo, muchas tenían que mendigar por las calles y daba lástima ver cuán desgraciadas parecían". Efraím Cardozo agregaba que los esclavos hombres habían sido llevados a "establecimientos para trabajar en sus respectivas especialidades como jornaleros”.
Enfermeras por monedas, enfermeras por amor
"Los enfermos eran enviados a Cerro León, donde morían casi todos. No faltaban las medicinas sino la dieta y el alimento apropiado; pues no era probable que sanasen personas atacadas de disentería, cuando su único alimento era la carne cocida" George Frederick Mastermann
Además del rol de asistir caritativamente a los desvalidos, para 1865 cuando se instalaron hospitales en el Paraguay para atender a los heridos que llegaban a la capital de los diferentes frentes, la labor de las mujeres en los hospitales operaba en distintas direcciones. Algunas tenían un sueldo como
Asistentes de los cirujanos, pero la mayor parte venía voluntariamente a asistir a hijos, esposos o padres. Entre el frente de batalla en Ñeembucú y Cerro León en las Cordilleras, había otros hospitales como por ejemplo en Asunción. Los nombres de aquellas 120 o 150 enfermeras que tenemos son las del Hospital General. Ello nos da una idea aproximada de cuántas eran en realidad las que acompañaban a los hombres.
Sobre qué hacían, el inglés George Frederick Mastermann, que había llegado al Paraguay como farmacéutico a fines de 1861, refiere lo siguiente:
"Alrededor de una de las camas, se veía a una familia entera hablar cariñosamente con un hijo o un hermano herido; en sus ojos, hacía poco mustios, se reflejaba la felicidad que chispeaba en los de los enfermos [...[ Un poco más allá, una madre suponiendo el placer con que su hijo recibiría su bien conocida guitarra, se la había traído, y el enfermo apoyado en un brazo tocaba "la media caña ” que bailaban alegremente su hermana y un joven practicante [...[ En un ángulo más sombrío, se hallaba un grupo más triste aún. Una esposa sostenía la cabeza de su moribundo marido. La mano de la muerte empalidecía sus gastadas facciones; no necesitaba ya de la ciencia del médico, pues había perdido la esperanza de salvarse, olvidado en el suelo, estaba el pequeño regalo de chipá y cigarros que se había afanado en traerle desde lejos y a pie; y murmuraba con prisa frenética el Ave María, mientras procuraba introducir entre sus dientes ya apretados, un gajo de naranja. Pero sus desvaríos no podían detener el espíritu que se le escapaba, y la cansada criatura que dormía profundamente a su lado sería huérfana cuando despertara".
Las mujeres contratadas servían a los heridos que no tenían quién los cuide. Las jornadas de trabajo se alternaban
En horario diurno y nocturno. Las trescientas, cuatrocientas camas y en algunos casos durante el cólera, mil camas del hospital nunca estaban vacías. No pocas de estas mujeres desconfiaban de los métodos de medicina moderna de los cirujanos y a escondidas ponían en práctica antiguas recetas naturales. Aunque algunos observadores decían que las enfermeras jovencitas flirteaban con los practicantes o mostraban predilección hacia algunos heridos, lo cierto es que otros decían que ellas eran indispensables en las atiborradas salas de heridos de guerra, golpeados por las heridas tanto como por las enfermedades. Casi todas las mujeres de la lista tenían entre 15 y 20 años.
Dominga Franco, María Inés Méndez, Petrona Pabla Cañete, María de la Cruz León, Manuela Bergara, Juliana Duarte, Francisca Bogado, Natividad Encina, De los Ángeles Fernández, Marcelina Gayoso, Juana Soto, Josefa Maréeos, María de la Cruz Mencia, Romualda Reyes, Margarita Larrosa, Teodora Carísimo, Pastora Caballero, Sebastiana Bazán, De Jesús Giménez, Dominga Almeida, Mercedes Velaztiquí, Ángela Arza, Encarnación Rodríguez, Martina Pintos, Simeona Candía, Ceferina Villalba, Victoria Ortiz, Manuela Romero, Juana López, Dolores Fernández, Gregoria Pintos, Felicia Osorio, Antonia Florencio, Teresa Alonzo, Indalecia Fernández, Ángela Frutos, Isabel Frutos, Ramona Candia, Isabel Aguirre, Teresa Patino, Escolástica Ortiz, María Ana Achar, Lorenza Careaga, Juana Bautista Bazán, Rosalía Caballero, Brígida Ruiz, Encarnación Insfrán, Margarita Aguirre, Asunción Aquino, Bonifacia Benítez, Jacinta Sanabria, Juana Machaín, Rosa Gómez, Hilaria Caballero, Feliciana Otazú, María Ramírez, Magdalena Prieto, Dolores Portillo, Socorro Cabañas, Maximiliana Fernández, María Álvarez, Eusebia Gamarra,
Eusebia Ozuna, Candelaria Azcurra, Petrona Noceda, Margarita Romero, Servanda Viñales, Ramona Fernández, Rafaela Pereira, Felipa Ramos, Concepción Alarcón, Benjamina Jara, Rafaela Casanova, De los Ángeles Cabrera, Juana Mendoza, Vicencia Bogarín, Dolores Román, Rosa Rolón, Concepción Pereira, Elena Cabrera, Encarnación Méndez, Dorotea Cañiza, Florentina Caballero, Cecilia David, Petrona Bogado, Calixta González, Gregoria Aguilera, Rosario Gauna, Asunción Arrúa, Rosalba Echagüe, Cayetana Valiente, Francisca Esca¬lante, María Águeda Prado, Juliana Méndez, Manuela Sama- niego, Juana Torres, Francisca Dolores Martínez, Prudencia Gómez, Eduvigis Gavilán, Francisca Astigarraga, Silveria Orrego, Águeda Franco, María Acosta, Dionisia Bazán, Simona Palacios, Bernardina Osorio, Bienvenida Pereira, Apolinaria Báez, Francisca Bogado, Mercedes González, Nicolasa Pereira, Anastasia Ferreira, Carlota Fernández, María Sosa, Asunción Lombardo, Genoveva González, Juana Ferreira, Pabla Cañete, Rufina Lugo, Inocencia León, Isidora González, Francisca Paredes, Manuela Fleitas, Bárbara Rojas, Mercedes Fobal, Concepción Sanabria, Josefa Almada, Francisca González, Mercedes Martínez, Marta López, Inocencia Vallovera, Luisa Vargas, Clara Achar, Juana Álvarez, Fermina Bazán, Leandra Otazú, Luisa Giménez, Dorotea Romero, Castorina Nacimiento, Liberta López, Melchora Espinóla, Petrona Mieres, Rita Larrosa, Asunción Ramírez, Ciriaca Benítez, Del Carmen Ozuna, Genera Benítez y María Espinóla.
Son las mujeres a las que en noviembre de 1866 se les pagaron cuatro pesos a cada una por servir en el Hospital General de Sangre.
Lavanderas esclavas
El Estado paraguayo tenía una gran cantidad de esclavos y esclavas de su propiedad: así como para los hombres era obligatorio el enrolamiento para servir a las armas, algunas mujeres esclavas debían servir en los hospitales lavando las telas que usaban los heridos como ropa personal y la ropa de cama. También fueron incorporadas libertas del Estado y pardas libres. Existen listas de asignación de los cuatro pesos en billetes que cobraban en los Hospitales de Sangre de los años 1866 y 1867. Al principio había alrededor de 20 mujeres empleadas, pero las listas finales dan cuenta de 40 mujeres pagas.
Del Carmen Plaza, Luisa Rodríguez, Dolores Contreras, Sabina Contreras, Melchora Rodríguez, Inocencia Samaniego, Valentina Rodríguez, Juliana Samaniego, Concepción Chaparro, Juana María Samaniego, Josefa Arza, Felipa Samaniego, Margarita y Marcela Plaza, Francisca Rodríguez, Juliana Arza, Asunción Ferreira, Carlota Rodríguez, Bonifacia Meza, Andresa Ferreira, Del Carmen Martínez, Gregoria Castro, Sabina Arza, Candelaria Mora, Hilaria Mora, Cecilia Arza, Anselma Arza, Gregoria Soria, Juana Caballero, Asunción Contreras, Alcántara Martínez, María Castro, Zeila Rodríguez, Rafaela Chaparro, Rosa Antonia Martínez, De los Santos Contreras, Manuela Mora son los nombres que se repiten en casi todas las listas.
El Paraguay: un país, un campamento de guerra
La ya mencionada correspondencia entre el cónsul francés Laurent-Cochelet a Drouyn de L'Huys nos muestra en apretada síntesis el cuadro que se percibía en Asunción, tras la revelación del texto del tratado secreto:
"El 16 de Agosto, El Semanario publicó el Texto del Tratado de la Triple Alianza (en realidad, lo publicó el 11 de agosto, nda) dando la señal para las demostraciones patrióticas. Enseguida comenzaron las reuniones públicas, en las que no sólo los funcionarios públicos y los sacerdotes, únicos ciudadanos que restan, sino también las mujeres, vinieron a declarar su adhesión a la política y a la persona del Mariscal López, y su disposición de verter hasta la última gota de sangre en su defensa [...]. A pesar de todas estas demostraciones, las mujeres están inquietas y se atienden a ser enviadas, de un día al otro, a las trincheras".
Nadie quedó fuera de la obligación de prestar algún servicio: o en combate, o en la logística. Es que tras la fase defensiva de la Guerra, -y no se puede dejar de repetirlo- todo el Paraguay se convirtió en un gran campo de batalla donde
Ya no era posible distinguir entre "vanguardia" y "retaguardia". Todos los habitantes debían prestar su concurso, de una u otra forma. Así, en el Archivo Nacional, encontramos una carta personal de Valerio Rolón, escribiente de Campamento Cerro León al sargento Del Rosario Gavilán pidiéndole tenga en consideración a sus padres con el trabajo que éstos desempeñan ya que tienen edad avanzada:
“que en la actualidad se halla V. encabezando el partido donde existen mis ancianos padres Juan Andrés Cabrera con su esposa y teniéndolos con mucha consideración a estas personas atendiendo a sus avanzadas edades y debilidades fuerzas, de consiguiente el amor y deber de hijo al padre que V. no ignora; ruego la bondad de V. se sirva regular las muchas exigencias de los servicios y mirar a ellos con alguna consideración, que yo actualmente estoy haciendo servicios de escribiente a la Mayoría, que a la causa de no personarme ante V. en esta diligencia pero si por acaso te ofrezca alguna necesidad cerca de mi ministerio o el poco mérito que tengo ofrezco de recompensar a V. sus voluntades en igual servicios y es una gracia que espero merecer de la benéfica y liberal mano de V. Este que a suscrito le saluda, y rubrica diciendo viva V. muchos años. Valerio Rolón".
Otro testimonio similar es el siguiente, del Juez de Paz de Caraguatay al Vicepresidente Sánchez, el 31 de marzo de 1869: "y antes bien los vecinos de siete partidos con el entusiasmo unísono para coadyuvar al Supremo Jefe de la República en la santa causa que defendemos dedicándose de tal hueste todos y cada uno sin distinción de sexos y edades al trabajo de la agricultura y otros servicios públicos que se ofrecen en este distrito"
Negociando con el Estado
Cuando el mariscal López decretó la movilización total de la población masculina en 1866, y un año más tarde comenzó a descender la edad para lograr nuevos enrolamientos, la economía paraguaya se transformó automáticamente en una economía de "guerra total".
Las mujeres paraguayas que tradicionalmente se ocupaban del cultivo de la chacra, la venta posterior de productos de granja y agrícolas, y cosían vestuarios para el ejército, pasaron ahora a convertirse en las principales proveedoras del Estado de esos productos, y por supuesto, también debían además labrar con más intensidad la tierra, luego de planificados y supervisados los campos agrícolas.
La carga del abastecimiento al ejército pasó en el segundo año de la guerra a recaer enteramente en mujeres, niños, niñas y hombres mayores de 60 años.
La yerba mate y la carne, que provenían de las estancias estatales, eran la única provisión alimentaria que tenían las mujeres sin necesidad de comprar, aunque racionadas. Para el resto de productos comestibles, las mujeres no solo se convirtieron en las principales proveedoras al Estado o a particulares, sino que ellas controlaron en un 60% el traslado y comercio de los productos comestibles.
Atrás quedaron los días en que las mujeres vendían artículos de hierro, loza o géneros importados al interior. Con la guerra, el flujo se hizo del revés, productos de granja eran los que se negociaban en los campamentos y en Asunción. De esta forma, los precios se duplicaron y triplicaron al volverse escasos. La producción de sal, en Lambaré, funcionó solo al mínimo y las mujeres, como ocurrió con varios otros productos, la suplantaron con el uso de hierbas.
Los sembradíos de algodón también se vieron afectados por la orden de plantar productos comestibles, lo que sumado al bloqueo para la importación de telas, hizo que se viera la posibilidad de generar con urgencia ropas, ya que por decreto del 14 de febrero de 1866, se impuso la contribución obligatoria de vestuarios para el ejército de parte de la población civil aunque de acuerdo con las posibilidades de cada familia. Así, renacieron las antiguas hilanzas indígenas de fibra de caraguatá.
Al principio, la ausencia de hombres significó que muchas mujeres se volvieran las principales proveedoras del Estado de ciertos productos. Las listas indican que una mujer podía ser la proveedora por excelencia, por ejemplo, de aguardiente, encontrándose facturas de 800 unidades vendidas de una vez, pero así también largas listas de vendedoras de dulce, o de chipas, o cigarros o sandías. El hecho de que las mujeres hayan pasado a administrar pequeños negocios no les era extraño, ya que el mercado era un lugar femenino. Pero si en algún momento fue lucrativo y próspero, con el tiempo las mujeres sintieron cada vez más la ausencia de los hombres, ya que, además del trabajo, debía existir tiempo para las contribuciones voluntarias y trabajos de orden público.
La "Residenta"
Como veremos posteriormente, la figura de la mujer "Residenta" llegó a convertirse, con el tiempo, en el arquetipo de la mujer paraguaya, sus valores y cualidades: heroicidad hasta la ferocidad para defender lo propio; el muy masculino adjetivo de "virilidad"; pero también abnegación, sacrificio y acompañamiento al varón (marido, padre o hijo) en las ocasiones de máximo sufrimiento.
Más allá de la valoración de sus virtudes (y más allá de comprender el origen del término, que la historiadora Beatriz Rodríguez Alcalá atribuye a un "vicio gramatical" que feminiza el sustantivo masculino "residente"), es necesario comprender el proceso socioeconómico que, en una economía de guerra, derivó en la formación de una suerte de "soldado agrícola", que fue la mujer de la Residenta.
En ese sentido, es importante partir de la idea de que con la movilización general de varones decretada en 1866, las mujeres comenzaron a desempeñar roles que, si bien no les eran desconocidos, les significaron actividades adicionales a las del cuidado, por ejemplo, el comercio y los negocios con el Estado. Igualmente, aún cuando históricamente la mujer en el Paraguay desempeñó roles agrícolas, el crecimiento de las exigencias de alimentación durante la guerra también aumentó la carga laboral sobre las mujeres agricultoras, ya que se debía aumentar constantemente el volumen de producción de alimentos para las tropas, sin descuidar el alimento doméstico.
Con la presión militar aliada en el sur, especialmente después de la derrota de Lomas Valentinas, comenzó también un proceso de reordenamiento demográfico y territorial tendiente, por una parte a impedir que los aliados aprovechen los campos cultivables mediante la política de tierra arrasada, y capturen a la población; y por otra, a disponer que la población se mueva hacia zonas cultivables para generar más recursos alimentarios. El núcleo fundamental de concentración de estas poblaciones desplazadas fue Cordilleras; en la misma región en la que se encontraba el campamento militar tinto importante de la campaña de las Cordilleras: Ascurra.
El fenómeno de La Residenta forma parte de esta política de guerra; y está basado en la asignación histórica de roles de Ia mujer a la que se suman los rasgos militares. La Residenta
Consiste en lo que bien podría llamarse “batallones agrícolas". Su estructura y funcionamiento es militar, de grupos a cargo de un varón adulto mayor; dividido en grupos más pequeños asignados a mujeres. La disciplina se garantizaba con el rigor del castigo físico; y el horario de trabajo llegó a abarcar las noches cuando existía luna llena, con lo cual la jornada podía durar de 12 a 14 horas laborales.
Cuando los aliados lograron superar las defensas de Azcurra, la presión sobre la población hizo que se produjeran diversas reacciones: cientos, tal vez miles, de mujeres, huyeron de los campos de cultivo hacia los montes o a la capital con sus hijos, intentando sobrevivir al hambre, y escapando tanto de los ataques aliados como de la represión de las propias tropas paraguayas, sin poder contar con apoyo de los varones que habían muerto en combate. Otras tantas prefirieron permanecer con sus familiares en las zonas de combate. E incluso, como en el caso de Piribebuy, se vieron obligadas a combatir para salvar sus vidas.
Abandonar el camino del ejército podía implicar un alto precio: el ser consideradas desertoras o traidoras, como se señala en esta comunicación del vicepresidente Francisco Sánchez a los jueces de paz, en 1869:
“[...] prendiendo a toda persona que sea desconocida o aparezca sin pase, muy particularmente a los que se llamen militares, que con ese traje y calidad de paraguayos pudiera serles fácil alucinar a nuestras gentes menos reflexivas [...] Por lo tanto, repito, que conviene redoblar la vigilancia para pillar a esos malvados, que bastará cualquier acto de desobediencia al primer requerimiento para perseguirlo y prenderlo vivo o muerto. Se tendrá mucho cuidado de no mirar con indiferencia mujeres generalmente del pueblo bajo que huyendo de la vista de las autoridades para vivir en holganza han adoptado más bien, a pretexto de ser emigradas y no tener alojamiento, guarecerse en la sombra de los árboles: con ese propósito sin duda, de una caravana de más de doscientas de esa clase enviadas ahora cuatro días de aquí con destino a residir y trabajar en el partido de San Joaquín o en San Estanislao, en la primera jornada cuando llegaron al Barrero Grande habían desaparecido ochenta, teniendo por desgracia esa gente el estímulo de los varones amontonados que no se dispensan de causar los perjuicios de carnear las lecheras que encuentran a mano y robar los sembrados de los vecinos y esto cuando no asaltan las mismas casas. En consecuencia, espero el patriotismo y energía de dichos empleados que se conducirán por manera a capturar a todo trance personas de ambos sexos que que-dan indicadas
En marzo de ese mismo año, el vicepresidente escribe un oficio al Juez de Paz de Valenzuela, en relación al caso, de halarse descubierto que las residentas del pueblo se turnaban para ir a la madrugada a rebuscarse comida en los montes sin permiso, como también ello podría dar pie a fugas, Sánchez i ordenó:
Que las mantenga hasta ocho días en la guardia conforme dice que las tiene; y que les dé, a saber no solamente a estas doce mujeres sino a todas en general, que vuelvan a bajar la Cordillera serán castigadas con azotes cuya demostración de castigo, hasta diez 1/ neis azotes mandar darles a las que ahora nuevamente prevenidas/un sus respectivas sargentas de compañía, vuelvan a quebrantar dicha orden”.
A diferencia de las destinadas, encontrar memorias de las Residentas es muy difícil. Pero en cambio, los informes de los
Jueces de Paz sobre el estado de los sembradíos, la cantidad de personas presas en los pueblos por delitos de "traición a la patria" dan cuenta de muchos nombres y situaciones con las cuales se puede recomponer, cual si fuera rompecabezas la situación civil de estas "soldados agrícolas".
Más allá de las joyas: Donar para ¿vivir?
En los primeros años de la guerra se realizaron donaciones diversas por parte de las mujeres de todos los pueblos. La historiografía tradicional paraguaya siempre recuerda a aquellas que donaron sus joyas durante el año 1867 para contribuir a la defensa de la patria y este hecho es resaltado como el de la mayor entrega, por ello el Día de la Mujer Paraguaya -24 de febrero- se evoca desde esos actos.
Sin embargo, y siguiendo nuevamente a Víctor I. Franco, citamos a El SEMANARIO, que en su edición ya mencionada del mes de junio de 1865 destaca la actitud de "damas de la sociedad" que “por largos meses y días se vienen dedicando a trabajar vestuarios para las tropas y a hilar vendas para los hospitales. El mismo autor señala que ya a principios del conflicto, se habían formado comisiones de ayuda, de beneficencia, de apoyo a minusválidos y heridos, que recibían donaciones consistentes en almidón, maíz, poroto, yerba mate, frutas, dulces, etc.
Que las donaciones comenzaron bastante antes también se confirma con la cantidad de nombres de mujeres que aparecen en cientos de documentos en el Archivo Nacional de Asunción, haciendo donaciones de esclavos para el servicio de las armas, así como de dinero en efectivo, cigarros, cabezas de ganado, géneros de todo tipo, ropas usadas y nuevas, dulces, cosechas de siembras, diversos productos de granja tales como gallinas, queso, huevos, cebollas, tomates, miel y chipas. Estas donaciones tenían una utilidad considerablemente mayor que la de las joyas: éstas eran poco valiosas en un Paraguay por entonces bloqueado, aislado, y, por lo tanto, con dificultades mayúsculas para convertir el valor de los joyas en dinero a través del comercio. Además, las donaciones en especie se realizaban de manera más sostenida en el tiempo.
Las donaciones no siempre eran espontáneas. Cada comunidad estaba obligada, por así decirlo, en la tarea de contribuir para la causa nacional, con bienes materiales o trabajo personal.
Como ejemplo, pues hay cientos de casos, citamos las siguientes donaciones:
• Acahay, abril 1867: Contribuciones del vecindario: 393 almudes de maíz, 118 andai, 1810 cigarros y 10 quesillos.
• Areguá, mayo 1867: «ciento cincuenta y cinco camisetas con puño y cuello azul del filamento de coco, elaborado por el vecindario de este partido»
• Mbuyapey, abril 1867: «envío para la misma estación 27 camisetas y setenta y cinco chiripas, es a saber las camisetas son de coco y los chiripas de lana, contribuidos de este vecindario, deseando que sean destinados para los heridos en el Hospital de Sangre».
• Villa del Rosario, mayo 1867: «ciento cincuenta velas de cebo y cien panes de jabón para consumo en los Hospitales de Sangre...]»
• Asunción, mayo 1867: «Sírvase V. recibir a nombre del que subscribe y de su esposa Doña María Antonia Ysasi el corto ¡donativo de seis camisas de lienzo americano con que deseamos contribuir al consumo de las tropas de los heridos».
• San Lorenzo del Campo Grande, mayo 1867: "sesenta y tres camisetas con puño y cuello azul, ciento veinte y siete chiripas con flecadura trabajadas voluntariamente por las vecinas de esta comprehensión del filamento de coco: mil veinte y cinco espigas de maíz blanco y veinte andaíces».
• Itá, mayo 1867: «con esta misma oportunidad tenemos también el honor de remitir a VV doscientos veinte y cinco tinajas, doscientos diez y nueve platos, y doscientos veinte y dos jarros, que hacen un total de todos ellos seis cientos sesenta y seis los cuales las oriundas de este partido han contribuido espontáneamente».
• Ypané, mayo 1867: «tres rollos de lienzo que mandé tejer en este distrito de mi cargo del hilo inglés que se sirvió remitirme el pasado año el ciudadano Domingo Rojas para el efecto, quedando un resto de dicho hilo que se está tejiendo».
Itá, mayo 1867: «setenta y ocho camisas y setenta y ocho calzoncillos de filamento de algodón, que las mujeres de este partido han contribuido de su espontánea voluntad para beneficio de los Hospitales de Sangre».
Quyquyhó, mayo 1867: «Cigarros 5000, Chipas abizcochados 280, Quecesillos 18, Andai y Zapallos 58, Salinas 30 Todos los artículos referidos arriba hemos contribuido en unión con el vecindario y los vecinos a favor del referido Hospital»
Ajos, mayo 1867: «En dinero 89 pesos billetes, Maíz blanco es espigas 3128, Maíz desgranado en almudes 49, Habilla 2, Poroto 34, Almidón 8 (?), Typiratí 3, Arroz 3, Quecillos salados 9, Gallinas 37, Panes de Jabón 28, Velas 11, Tabaco negro en mazos 124, Tabaco en sartas 33, Machacado en libras 30, Sigarros 9394».
Villa Ygatimí, junio 1867: «así mismo remito con la cantidad expresada por conducto del vecino Don Saturnino Vera para el mismo objeto, veinte camisas con cuello y puños azules, diez y ocho calzoncillos con lienzo del país y quince y tres cuartas varas de tela inclusas tres dichas de hilo de algodón y las demás [...] con filamento de coco y caraguatá que esta vecindad han contribuido».
San Juan Nepomuceno, junio 1867: «setecientos sesenta cigarros, un mazo de tabaco negro, seiscientos sesenta y cinco espigas de maíz blanco, sesenta y dos gallinas, ocho panes de jabón, cincuenta y cuatro chipas abizcochadas».
Luque julio 1867: «cientoveintiocho almudes de naranjos dulces, veinte y siete canastadas de mandioca, cuarenta camisetas con puños azules de fibra de coco, con flecos del mismo filamento».
Yvycuí, julio 1867: «trescientos treinta y siete varas de lienzo del filamento de coco, siento diez y ocho chiripas de eso, y sesenta y dos varas dos tercios de casimir del país trabajada de la cantidad de lana contribuida por este vecindario para el fin indicado».
Piribebuy, julio 1867: «ciento setenta y tres camisas de filamento de coco é ibirá con puños y cuellos azules, ciento sesenta y cinco calzoncillos de lo mismo, doscientos almud maíz en grano, y ciento sesenta y siete mazos tabaco negro».
Capítulo III
El tiempo de la agonía 1868-1869
The Buenos Aires correspondent of the New York Herald, in writing of the war in Paraguay, says the woman and children who are met as the allies advance are pitiful objects. They are often found grouped in hundreds, and even in thousands, without houses or shelter except under the trees, nearly naked, nearly starving, and invaded by all diseases that cluster around poverty and filth.
The Wheeling Daily Intelligencer, 1 Septiembre 1869.
El corresponsal de The New York Herald en Buenos Aires, al escribir sobre la Guerra en el Paraguay, expresa que las mujeres y los niños que se encuentran a la vez que los aliados avanzan son objetos lastimosos. Ellos son frecuentemente hallados reunidos de a cientos, y hasta de a miles, sin hogar o refugio excepto bajo los árboles, casi desnudos, casi hambrientos, e invadidos por todas las enfermedades que se agrupan alrededor de la pobreza y la inmundicia.
El Paraguay no se entregaba. Ni los descalabros más dolorosos de años anteriores, como los de Tuyutí, Estero Bellaco o Curuzú, habían logrado destruir la resistencia paraguaya. Los combates se volvían cada vez más crueles; y la pérdida de hombres adultos en el ejército paraguayo comenzaba a compensarse con jóvenes y, hacia fines de 1868, niños. La presencia de estos últimos en combate se hace generalizada desde la campaña de Pikysyry. El rol de la mujer adquiría cada vez más importancia, pero el costo emocional de la destrucción del hogar, o de la partida del ser querido (esposo, hermano, hijo) era demasiado alto.
En la agonía, López comenzó a ejercer el poder con mayor rigor ante las sospechas de deslealtad. También hacia fines de 1868, y bajo la presión de una supuesta o real conspiración, se integran en San Fernando los Tribunales de Sangre que conducirían a la tortura y a la muerte a cientos de personas, en su mayoría integrantes de la élite asuncena, incluyendo a parientes del propio Mariscal. En los tribunales de guerra, la inocencia proclamada o probada es un artículo de lujo, y los efectos de la represión alcanzaron no solo a los sospechosos y acusados, sino a sus familias: para las mujeres de estas familias (madres, esposas e hijas), comenzó el estigma de ser las "Destinadas".
Apenas iniciado el año 1869, la cercanía de la flota aliada a Concepción (por entonces en competencia con Villarrica por ser la segunda ciudad en importancia del país) desata rumores de algún contubernio entre las autoridades concepcioneras y los brasileños, que López ordena investigar y reprimir. Pero la represión, que pasó a la historia con el nombre de la Masacre de Concepción, conoció de rostros de brutalidad no vistos hasta entonces en la guerra. Que López haya ordenado o no las crueldades de la masacre sigue siendo materia de polémica: una polémica que a veces olvida que la represión cayó con mayor rigor sobre mujeres y niñas.
En agosto de 1869 cae Asunción, y se instala un gobierno provisorio controlado por la Alianza. La población civil se ve entre dos fuegos: uno, el del gobierno de López, que había ordenado castigar con la muerte a la traición y la deserción; y el otro, el gobierno del triunvirato, que ordenó el mismo castigo a quien se negase a prestar apoyo a la captura y muerte de López.
Ese mismo mes, en Las Cordilleras, los aliados fuerzan los obstáculos que el disminuido ejército de López opuso. Y episodios cada vez más crueles de parte de los contendientes se dejan ver en Piribebuy (la única batalla urbana de la guerra), o en Acosta Ñu (antes Rubio Ñu). Si a las batallas se suman el agotamiento, el hambre y las enfermedades, el cuadro no podría ser más dramático.
López desplaza los restos de su ejército hacia el norte. Comienza el final de la guerra, pero la agonía es demasiado lenta, demasiado dolorosa, para ser considerada sólo heroica.
Los excesos de una furia: Concepción en el vientre de Felicia
En enero de 1869, una parte de la armada brasileña llegaba a la ciudad de Concepción con la intención de cortar cualquier vía de escape de López hacia Bolivia.
El marido de Felicia, el juez de Paz Gómez de Pedrueza, fue convocado a una reunión de urgencia por el comandante del lugar Zacarías Benítez y el cura párroco Policarpo Páez, junto con otras autoridades de pueblos aledaños, para decidir si cómo evacuar la ciudad y desplazar a los civiles y a la vez, preparar un contingente de hombres, para la defensa de estas posiciones. Las formas en que debían ser llevadas a cabo fueron inmediatamente comunicadas al cuartel general del ejército en Azcurra.
La situación estaba por demás tensa. Asunción ya se encontraba despoblada excepto por la presencia de una guarnición militar, y las comunicaciones, por la distancia no podían ser más rápidas.
Enterado Solano López del plan de evacuación y defensa de Concepción, dio por aprobado el procedimiento, nombrando comandante a Pedrueza. Sin embargo, unos días después, ante otra comunicación al cuartel general donde se informaba que la flota brasileña había enviado un ultimátum de rendición, López envió al capitán José Pérez a tomar presos a Gómez de Pedrueza, al cura Páez y al suegro del primero, José Irigoyen.
El sorpresivo apresamiento de sus comandantes, y el nombramiento para el cargo del mayor Lara, quien tenía en la retaguardia su propio regimiento de hombres: niños de 11 y 12 años y algunos hombres mayores, hizo que la sociedad concepcionera se alarme y se indigne. Ante tal malentendido, y a sabiendas de lo que pasaba con traidores desde San Fernando, el comandante de Horqueta, Julián Ayala y sus colaboradores buscaron protección con los brasileños rindiéndose.
Esto desató la furia del Mariscal López. Creyéndose traicionado, envió primeramente a un cura que debía hacer de fiscal al modo de lo ya practicado en San Fernando: interiorizarse de los hechos con las familias. El presbítero Fidel Maíz eligió a Juan Insaurralde, y hasta el norte fue el segundo.
Antes que el cura vuelva a Azcurra con informaciones, llegó a Horqueta un grupo de lanceros, y como jefe, el sargento mayor Gregorio Benítez, más conocido como Toro Pichaí, célebre por la ferocidad y brutalidad con que ejecutaba a los presos en San Fernando, quien a su vez llevaba una lista de familias y mujeres a las que debía interrogar, claro, a su manera.
Felicia, la esposa de Gómez de Pedrueza, estaba embarazada de ocho meses aproximadamente cuando Toro Pichaí la mandó poner un cepo en el cuello, el Ybyra Cua, y la hizo someter a torturas. En medio de la sesión, donde ella debía inculpar a su esposo, Felicia empezó a tener contracciones de parto: Isy ha imemby era la orden: la madre y el hijo, por traidores.
Los lanceros entonces la arrastraron de los pies hasta un corral de vacas donde la desnudaron y boca arriba la lancearon. Su cuerpo muerto quedó expuesto todo un día para, al siguiente, ser enterrado en una fosa común que fue llenada con Carmen Agüero, Tomasa Urbieta de Irigoyen (su madre) y Agueda y Juliana (sus hermanas), Prudencia Agüero, Romualdo Irigoyen, Rosario Urbieta de Martínez, Carolina Martínez, Manuela Martínez de Carísimo y sus cuatro hijas, Antonia Quevedo de Aquino y sus seis hijos, Dolores Recalde, Francisca Martínez de Rodríguez y unas ocho mujeres más.
Igual suerte corrieron ciento treinta y nueve personas más en las poblaciones de Tacuatí, Tupí Pytá, Concepción y Laguna, la gran mayoría de ellas mujeres y niñas que fueron torturadas, desnudadas y lanceadas.
Toro Pichaí, además, mandó robar las alhajas de todas ellas y saquear sus casas, y bajo amenazas hizo participar al resto de la ciudad del saqueo y a observar los asesinatos. Posteriormente, el Mariscal creyendo que Benítez tramaba entregarse a los brasileños, lo hizo conducir hasta Azcurra detenido, cosa que no llegó a darse, ya que Pichaí cayó en manos de brasileños en Caraguatay, y sabiéndose lo de Concepción fue enviado detenido, pero al Gobierno Provisorio establecido en Asunción.
El alto precio de la traición: las Destinadas
Cuando los aliados superaron las defensas de Humaitá, y remontaron el río Paraguay hasta una Asunción vacía por la evacuación, López sintió el más profundo quiebre. Las intrigas, las traiciones, supuestas o reales, hicieron montar un Tribunal de Guerra que juzgó a paraguayos y extranjeros, utilizando la tortura para interrogatorios y sentenciando a muerte a más de 650 personas.
Las mujeres, las que fueran directamente sentenciadas como culpables o fueran familiares de culpables, fueron enviadas, "destinadas" a campamentos de trabajo: Yhú, y los más tristemente célebres, Panadero y Espadín, ubicado en territorio hoy perteneciente al Brasil.
Sin embargo, durante aquellos años, y en el afán de mantener la tranquilidad de la población y fortalecer las lealtades, se mencionaban generalmente situaciones de tranquilidad, como en el informe del juez de Paz Francisco Antonio Frutos del partido de Yhü al vicepresidente Sánchez el 31 marzo 1869:
«así es que la vecindad de su cargo ha permanecido siempre en el mejor orden y armonía, de igual modo las destinadas y residentas se hallan a la vez muy contentas, trabajando en la agricultura bajo toda vigilancia y solamente he recibido una carta de comunicación de Doña Juana Pesoa, el cual se sirvió dirigirme el Señor Jefe de Milicias de Barrero Grande por postas para su hermana Asunción Pesoa, junto con otra carta para Francisca Baldovinos, cuyas cartas relatan sobre amistades expresiones y estado de salud».
Quizás una de las formas de conocer Espadín, nos da cuenta tras la guerra, el testimonio del capitán Domingo A. Ortiz, quien había sido combatiente en la misma y en 1873 integraba la comisión paraguayo-brasileña de demarcación de límites:
"El 1° de octubre (1873) nos hallamos en la cabecera del arroyo Espadín, célebre por la desgraciada suerte que sufrieron en sus solitarias costas, centenares de las principales familias del Paraguay, durante la cruel y desastrosa guerra del año 1865.
El 9 del mismo mes, recogimos datos sobre el curso del arroyo Espadín, estuvimos hasta la isla que sirvió de recostadero al campamento de las destinadas, de cuya proximidad, eran indicios vehementes, los numerosos cráneos y huesos humanos que veíamos a los lados del camino.
El 22 de octubre, tuve ocasión de visitar aisladamente el ex campamento de las destinadas del Espadín, horrible necrópolis, donde los numerosos vestigios de las víctimas infelices que allí gemían entre el hambre y la miseria, sufriendo atroces tormentos, afligen profundamente el ánimo más frío e insensible."
En las idealizaciones y maniqueísmos posteriores a la Guerra, las "residen tas" ocuparon el lugar heroico, leal, sacrificado y abnegado; y su correspondiente correlato de cobardía y traición -especialmente en auge del nacionalismo- fue ejemplificado por las "destinadas".
Existen nombres de "traidoras" que la historiografía paraguaya, especialmente la liberal de finales del XIX e inicios del XX ha guardado con principal celo, el de Juliana Insfrán de Martínez, Dolores y Josefina Recalde, Mercedes Egusquiza de Mongelós y María de Jesús Egusquiza, muertas en San Fernando. Ya cerca de Panadero, fueron muertas también por traición las mujeres de la familia del general Vicente Barrios, Consolación, Rosario, Chepita, Francisca, Prudencia, además de Bernarda Barrios de Marcó y la famosa, Francisca Pancha Garmendia. En un reciente trabajo, también para El Lector, la doctora Mary Monte de López Moreira traza con detalle la vida de quien fuera el otro gran amor de Solano López, es por ello, que hemos buscado en la piel de otras destinadas, esa misma guerra.
El largo camino a Espadín a los ojos de Silvia
Silvia era nieta de doña Escolástica Barrios de Gilí. Hija de Carmen Gilí y Fernando Cordal. Su padre, como ya hemos visto unos capítulos antes, había pelado en Tuyutí, fue hecho prisionero y finalmente, falleció en hospital aliado.
En Asunción, Cordal fue declarado traidor y su esposa, publicó un anuncio en El Semanario en julio de 1866 donde decía:
"[...] Si bien es natural del corazón humano el sentimiento, es la reflexión de que lo explica y le da formas. La noticia de que Fernando Cordal había en la gloriosa batalla del 24 de mayo, cumplido el alto deber del buen ciudadano, de hacer el humilde sacrificio de su vida en aras de la defensa de los sacrosantos derechos de su Patria produjo en mí, es verdad, como esposa de él, el dulce sentimiento de que el hombre a quien había ligado mi suerte y que era el padre de mis hijos legaba a su familia el rico patrimonio de un nombre sin mancha, rodeado del grato recuerdo de haber cubiértose de gloria en el campo del honor con el pendón sagrado de la Patria [...] Más, ahora que Fernando Cordal, lejos de ser un buen ciudadano, es un vil traidor de su Patria, aquel sentimiento cambia desde sus cimientos en el de indignación y horror [...] él dejó de ser el amado esposo y el querido compatriota; y que su nombre maldito y execrado para la Patria, y para la religión, es también maldito y execrado para mí: que son mis votos, de que sobre ese perjuro y traidor caiga inexorable la justicia Divina, y sorba la amargura de su temeridad [...] aspiro la satisfacción que ella sea publicada en la prensa nacional, como un lenitivo que recogerá la que forma y se considera ser una hija digna de la Gran República del Paraguay, y súbdita del por mil títulos ilustre y Excelentísimo Señor Mariscal presidente de la República y General en Jefe de sus Ejércitos D. Francisco Solano López. Carmen Gilí".
Carmen había quedado viuda con tres niñas y un niño.
En los tribunales de San Fernando, al ser encontrado del Cnel. Vicente Barrios culpable de traición, un manto de sospecha alcanzó a todas las mujeres de la familia, es decir, a Doña Escolástica y sus hijas. "Yo era la mayor de seis a siete años, las otras dos, más chicas", era 1868 y estaba viviendo con su mamá en Itauguá cuando su abuela falleció en Luque. Debieron seguir a López hasta Piribebuy y es ahí donde Carmen y su hermana Manuela son finalmente acusadas de traición y, la primera, separada de sus hijos y "destinada" a Espadín. Silvia, Elisa y Clementina quedaron al cuidado de una esclava de su madre, Dolores.
"dos meses estuvimos en Piribebuy ya pasando mucha hambre, allí aprendimos a comer naranjas agrias, después fuimos entregados a un matrimonio ya viejo en un departamento del mismo punto [...] allí estaríamos unos seis meses cuando un día la esclava nos sacó de aquel punto para librarnos de los enemigos esto ella me decía y empezamos a sufrir más y tener más necesidades". Cuando el ejército abandonaba Piribebuy, Silvia encontró a sus tías Emerenciana y Carolina quienes se habían salvado del "destino" haciendo de niñeras de las hijas del ministro Falcón, quien había pedido a López en súplica. Por orden del mismo, no se les permitió a las tías recibir a las criaturas en la carreta, por lo que debieron abandonarla junto a la esclava con el resto del ejército a pie:
"después recibían una orden del Mariscal y que nos bajaran inmediatamente y siguieran ellas tras el ejército y no tuvieron más remedio que abandonarnos y a quien recomendarnos, cuando todos se iban, quedamos sólitas las tres que serían desde la diez de la mañana hasta las ocho de la noche bajo un árbol y yo esa mañana le pedía a Dios que nos diese de comer y que yo le prometía que cuando encontrase que comer no desperdiciaría nada."
La esclava las volvió a encontrar, y al pedir pasar la noche en una casa, encontró ella misma a su madre y a su propia hija: “por suerte este encuentro pues desde ese día la esclava tenía con quien dejarnos para ella poder salir a buscarnos que comer, se iba de madrugada al monte y al caer la tarde volvía con naranjas agrias y yo de día recogía huesos y los ponía en el fuego y cuando estaban bien quemados los sacaba y los pisaba y esto comía la madre de la esclava y las cuatro criaturas hasta que volvía Dolores, este es el nombre de esta gran mujer" Así anduvieron largo tiempo hasta que unos 250 kilómetros después, estando en Villa Ygatimí "se le murió la hija a Dolores, pero yo que lloraba con ella me decía déjala que se muera, así ya descansa. Y la enterramos bajo un árbol, no pasarían días que mi hermana Elisa le dio como una descompostura y en ello a entonces se vio la desesperación de Dolores". Elisa falleció y también fue enterrada como la hija de la esclava.
Silvia y Clementina tuvieron en Villa Ygatimí un encuentro con López y Elisa Lynch. El Mariscal autorizó que la esclava siga el camino de Espadín para que puedan encontrar a su madre y pidió a Elisa "que nos diera algo para el viaje pues nos iba a mandar a entregar a nuestra madre, saben hijos que nos dio una botella de caña, que por cierto tuvo buen tino Dolores de no empezar a tomar, pero lo llevamos".
"El día antes de llegar a Espadín al caer la tarde estábamos sentadas en la cumbre ya de un cerro cuando mi hermana Clementina le dice: Loló, pues nosotras así la llamábamos, sabes que yo no voy a poder ver a mamá y mañana cuando lleguen ella que siempre tiene la alacena llena de chipas, bizcochuelos y rosquetas, ustedes comerán, acuérdense de mí yo que tanto quiero comer, adiós nos dijo, y se acostó, cerró los ojos y se quedó dormida pero para siempre, cuando Loló se acercó y la alzó ya estaba muerta, yo era chica pero tenía un corazón viejo, pues viéndola muerta a mi última hermana, desde el día siguiente ya no me pude mover, amanecí toda hinchada. A mi hermana la enterramos en el cerro de Espadín, y para cavar la tumba, tuvo Loló que pagar con la botella de caña que nos dio la Linche".
Dolores con Silvia en brazos, corrió hasta el campo de las destinadas y encontró a Carmen Gilí de Cordal. La niña tardó 14 días en restablecerse, y su madre, su hermana y otras familias planearon sobornar a los indios Caiguá que las vigilaban para huir y encontrarse con los aliados. El escape no dio resultado pues cayeron en manos de López, así que debieron acompañar de vuelta al ejército en Zanja Jhu.
Cuando el Mariscal evacuó aquella zona, Carmen decidió no seguirlo y se internó en la selva veinte días hasta que encontraron otras familias destinadas y pudieron llegar a San Pedro, desde donde luego de otros varios días, se embarcaron rumbo a Asunción.
Silvia pasó la posguerra entre Asunción y Buenos Aires donde la envió la madre con unos parientes. Siendo ya mayor, decidió escribir sus memorias dejándolas a sus tres hijos, por cuyo detalle sabemos la vida y las marchas de las destinadas, junto con otros datos de relevancia del aspecto social de lo que significó seguir a López durante el año 1869 e inicios de 1870.
Miedo y dolor en mi madre: la historia de María Ana Dolores Pereira
"Repartición del Diputado del Ayudante General en jefe, Curuguaty 3 de enero de mil ochocientos setenta. Interrogatorios hechos a la Señora Doña María Ana Dolores Pereira, natural del Paraguay, viuda, de edad de sesenta años. Declara que cuando el dictador del Paraguay Francisco Solano López declaró la guerra al Brasil estaba de buena ceremonia y amigo de toda su familia, especialmente del Obispo Manuel Antonio Palacios, su hijo. Este, sin embargo, que conocía ser López un hombre de un genio irascible, bárbaro por las ideas que se traslucía, y sobre todo temeroso siempre que se trataba de asuntos que no era de su agrado, procuraba por todos los medios de su alcance, no inferirse en los asuntos de la guerra, temiendo caer en su desagrado si por ventura manifestase pensamiento contrario al respecto. Durante largo tiempo así vivían y fue respetado, así como todos de su familia. Los brasileros tenían ya paso libre en el Paraná, ocuparon ya el Paso de Patria. La pérdida de la Nación Paraguaya se iba haciendo sensible -millares de señoras sabían de cierto de la muerte de su esposos, e hijos de su país, y eran obligadas a creer que ellos vivirán. Entre las personas sensatas había ya una razón para creer que la guerra tendría mal éxito para el Paraguay, entre tanto los preparativos bélicos iban creciendo de día en día, el reclutamiento era riguroso y sin reserva, y las glorias reales del país no aparecían. Pero los festejos públicos eran seguidos. Las felicitaciones al pueblo por los hechos de armas de los héroes de la Patria no cesaban; mientras tanto los paraguayos desaparecían y que el extranjero siempre perdía en los combates, según publicaban los boletines, ganando terreno en el suelo paraguayo. López reuniendo su séquito en un banquete en que se halla su hijo el Obispo, le dice que iba al teatro de la guerra y que debía acompañarle. Este que si bien su voluntad puede contrariar, con todo no se animó a manifestarlo; entre tanto proclamó que sería
Grande conveniencia que Madama Lynch no lo acompañase. Este dicho no fue aceptado y rehusado el consejo con desprecio, como bien saben todos. Desde entonces, su hijo sintió y su familia, que no fue extraño el modo seco y de alguna manera dura porque López principió a tratarlos. Días después propalóse entre los de López, que el obispo Palacios había dicho a Doña Inocencia López de Barrios, hermana de López, y esposa del general Barrios, entonces Ministro de la Guerra; que es imposible el Paraguay vencer al Brasil, porque siendo como era ya una nación poderosa, llena de recursos, subyugaría al Paraguay. Este enredo le fue contado por la Señora Doña Inocencia que aseguró no haberle dicho al Obispo Palacios cosa alguna y que juzgaba tenía su origen esta calumnia de Madama Lynch. En esa ocasión la Señora Doña Inocencia previno a la declarante que se guardase todo lo posible de Madama, pues esta sería capaz de todo, tanto más cuanto que estaba despachada contra el Obispo Palacios, por lo que le ha dicho en el Banquete. Entonces López y el Obispo estaban en Humaitá o en San Fernando. Desde esa ocasión la familia Palacios ha sido más manifiestamente perseguida por el Gobierno y sus satélites. Un día llegó a su casa el abogado José Domínguez, tío del padre Maíz, anunciándole de parte del Gobierno que su hijo fue ejecutado, y presentándole una orden por escrito en la que declaraba traidora a la patria, como igualmente toda su familia, debiendo ser desde luego despojada de todos sus bienes. De ahí recogieron todo cuanto le pertenecía y enseguida un Sargento llamado Pancho Rojas con algunos soldados escoltó todas las de su casa, dejó su familia que se componía de su esposo, tres hijas y diez y seis criados, que al momento de recibir esa orden se retiraron. No atendieron ni a la grave enfermedad de su marido que se hallaba en cama, y obligados a llevar para Tobati a hacer entrega de todo lo existente en la estancia perteneciente a su hijo el Obispo y todo lo que fuera de la familia. Fue cumplido ese sacrificio, y en cuanto llegasen allí asesinaron al capataz de la Estancia. Después de haber hecho toda la entrega, después de demoler todo lo que se hallaba en sus manos, salió por el pueblo a mendigar el pan de cada día; después, en fin, de tanta tortura por qué había pasado y viendo sufrir a su familia, diéronle la orden para que sin pérdida de tiempo, siguiesen viaje a Yhü. Preparóse a partir con su familia. El corazón bendito de algunos amigos le había proporcionado algunas carretas para su transporte, cuando prontamente se embarcaron con los suyos y siguieron para su destino. Seis leguas habían caminado cuando un Alférez alcanzó las carretas y ordenó que cuanto antes las dejasen, pues que aquellas criminosas de tan alta traición no merecen favores tales, como es de marchar encarretadas. Apeáronse todos. Los restos, esto es, aquella que había escapado la cobija de los malvados para no agradarles y que les servía para cubrir su desnudez, tuvieron que poner sobre sus cabezas; y las carretas con los bueyes y un caballo que montaba su viejo marido todo fue tomado. Desde este paraje siguieron a pie pasando y repasando grandes esteras y bañados, sin recursos, siéndoles hasta prohibidos que llegasen en casas por el camino y que los moradores les hablasen: no podían comprar ni alimento. Llegaron a Yhü. Había ahí un rancho viejo deteriorado y lo compró por un precio exorbitante. Entonces López permitió que se negociasen con las destinadas, debiendo por lo mismo vendérseles todo el doble de su precio. En Yhü permanecieron por espacio de dos meses tal vez; su esposo gravemente enfermo y la declarante en cama. Murió su esposo, sus hijas y una criada condujeron el cadáver al hombro para enterrar. Un alférez llamado Sixto Benítez encontrándolas preguntó de quien era aquel cadáver y le respondieron de nuestra parte; entonces les dijo que lo tirasen en el maciegal y volviesen que ya marcharían al instante, tengo órdenes muy expresas contra vosotros. No hay súplicas ni lágrimas que conmoviesen aquel corazón de fierro, el cadáver quedó insepulto y ellas volvieron llegada a su pequeño rancho con aquel oficial, refirió la declarante lo que había pasado, arregláronse y en seguida marcharon con rigor sin límites; palabras duras e insultantes las trataron. Así fue llevada con su familia hasta Ygatimí: en este punto, salvo todos
Otros sufrimientos, obligaron allí especialmente a las señoritas a sembrar sin que para eso les diesen las herramientas necesarias, limpiaron el terreno y cavaron con una paleta de buey y muchas con sus propias manos, siempre amenazadas e insultadas. Súpose la aproximación de las fuerzas brasileras y fueron mandadas para Espadín. Llegaron a ese punto en un campo cortado por un río y sembrado de árboles al bajar una grande cordillera. Ninguna especie de recurso pudo encontrarse allí. La gracia de Dios la salvó; entretanto al principio se alimentaron de naranjas agrias, después mataron asnos, muías y caballos flacos para poderse alimentar. Todo fue concluido y el hambre iba ya devorando a las infelices como que está allí se hallaban, no había qué comer; sapos, culebras y otros animales semejantes le servían de alimento. En esto, un día apareció el ángel salvador. Eran los brasileros que iban a buscar las infelices destinadas a la muerte por el Presidente del Paraguay, el tirano López. Sus sufrimientos, sin embargo, no se limitaron en esto, van más adelante: tenía otro hijo llamado Trinidad s José Palacios, que al principio de la guerra fue reclutado con otros sobrinos suyos; fue elevado a graduaciones y era bien tratado por sus jefes. Llegó hasta la graduación de Sargento Mayor. Pero cuando tuvo la noticia de haber sido ejecutado su hijo el Obispo, también la tuvo de haberse degradado al citado Sargento Mayor hasta soldado raso".
A pesar de todo esto vivía en compañía del tirano.
Últimamente cuando López se retiró de Abayiba, sin el menor motivo lo mandó lancear. Réstale un hijo, que gracias al Altísimo, estaba en Europa estudiando y por tanto solo tiene que lamentar los sufrimientos de su familia. Y nada más dijo ni fue preguntada siéndole leída su exposición se ratificó en ella por hallarla conforme y la firmó conmigo que escribí.
Firmados María Ana Pereira — El capitán Luis Francisco de Paula de Albuquerque Maranhao. Conforme Gerónimo Francisco Cohelo. Capitán Sirviendo del Secretario mayor del comando en Jefe".
Terror, engaño y delación, por Susana Céspedes de Céspedes
‘'Interrogatorio de Susana Céspedes de Céspedes, tía del mayor Higinio Céspedes y del capitán José Tomás Céspedes, viuda de cuarenta y cinco años. Declara haber sido traída por los indios del lugar llamado Espadín, junto al paso de Ygatimí, a tres o cuatro leguas de distancia de la cresta del cerro y a trece o catorce de Ygatimí. Dice más, el camino por donde con otras destinadas, sus compañeras de destierro, vino a dar a nuestras fuerzas de la vanguardia, es muy difícil; una simple picada abierta en el monte por los indios, y cortada de ocho zanjas hondas; pero que el camino por donde fue llevada al Espadín da acceso a carretas pues ha visto vestigios que lo indicaban. Que la subida es mucho menos ingreme y difícil, que la de S. Joaquín y la de Ascurras, siendo la propia cordillera menos elevada que las otras dos ya mencionadas, y esto a tal punto que cuanto ella preguntaba por el cerro de que se había hecho una horrible pintura ya se hallaba en la chapada. Entretanto, el camino está un poco estragado, sobre todo en los puntos en que es cortado por algunos arrojos; pero es fácil componerlo. Agregó que sabía, haber dos guardias encargadas de retenerla y a sus compañeras de martirio, y que una de las guardias era compuesta de diez y seis niños y cuatro viejos y comandada por un alférez; sus compañeras alcanzaban al número de tres mil. Cuenta que cuando estaban en Yhü supieron que había una fuerza en Caaguazú, al cual usaba de cinta verde y amarilla en el sombrero, y como hubiesen tenido noticias de las derrotas de López, supusieron que era brasilera, o paraguaya al servicio del Brasil. Habiendo seducido al padre, el Juez de Paz y el alférez comandante de las fuerzas de Yhü, prepararon las dos mil mujeres que allí había, banderas blancas, discursos y otras señas de regocijo para recibir los libertadores.
La fuerza que estaba en Caaguazú llegó a Yhü: era paraguaya, pero se decía ligada a los brasileros: los hombres que la componían les hacía elogios, hablando mal de López, cuyo paradero ignoraban.
Pero han seguido siempre saqueando las pobres víctimas, y practicando otros actos de crueldad; y luego que les ha constado donde está López, sacaron la máscara, prendieron el juez de Paz, el alférez y el padre: eran cuatrocientos soldados de López, venían de Villarrica, comandados por el capitán Barbosa, que en aquella ciudad habían ya prendido a una y otras autoridades que se habían pronunciado a favor de los brasileros. La parte que algunas familias tomaron en esos acontecimientos de Yhü supone la declarante haber sido causa de las ejecuciones que se dicen haber tenido lugar en Itanará.
Lo que es positivo es que algunas de esas familias que han sido mandadas buscar al Espadín y conducidas a aquel punto no volvieron más. Entre otras la familia del General Barrios y Pancha Garmendia, célebre por haber resistido con inacabable firmeza a los lúbricos y desenfrenados deseos de López.
Es tal el terror de que esas desgraciadas se hallan poseídas, que un niño solo y armado de lanza, llega en medio de centenares de estas aparta algunas, conforme las órdenes que tiene y las conduce a ser azotadas y lanceadas.
Agregó que el cacique Gabino le dijera que pretendía por ocasión de la luna nueva, venir a encontrarse con su Alteza en Ygatimí.
Este, y otros caciques que se mostraron benignos a las destinadas, pertenecen a la tribu de los Cainguas Tembiguay: no son aliados de López, antes son simpáticos a los brasileros. Los Cainguas Criollos, que están más al Sud, es que tienen prestados algunos auxilios de víveres a López.
Las destinadas vivían de naranjas agrias, de coco y de algunos víveres que les daban los indios a cambio de joyas que algunas aun habían entregado en depósito del cónsul francés Cuverville, y al cónsul italiano Chapperon. La mayor parte de las destinadas quedaron todavía en Espadín. Nada más dice.
Repartición del Diputado del ayudante general, junto al Comando en jefe. Cuartel general en Curugu
aty 15 de diciembre de 1869. A ruego de la declarante Susana Céspedes de Céspedes.
Francisco Martínez."
Crímenes políticos, figuras femeninas
La historiografía heroica y guerrera repudia las figuras de la "deserción", y de la "traición a la patria" o la "deslealtad". Dada su finalidad política, este relato historiográfico nacionalista tiende a establecer criterios absolutos de dualidad "amigo-enemigo". No existen términos medios: en una situación de guerra, o se está con el país propio, o se es un traidor.
La distancia temporal permite hoy investigar con mayor profundidad las motivaciones de quienes sufrieron los cargos de "traición a la patria" o de "deserción". Entre estas personas se encuentran numerosas mujeres, tal como se comprueba con la documentación del Archivo Nacional de Asunción.
La historiadora alemana Bárbara Potthast, al presentar datos del mes de mayo de 1867, señala que de los 130 delitos informados a esa fecha; 71 corresponden al cargo de "traición a la patria" y 19 a "deserción o fuga" propios de una guerra. En total, 90 delitos cometidos se hallaban en relación directa o indirecta con el escenario político-bélico. Esta estadística tiene otro aspecto que la hace más llamativa y que requiere más investigaciones: "en el caso de los delitos políticos, el número de delincuentes femeninas era tres veces mayor que el de los masculinos", dice Potthast, y sugiere que quizás las mujeres no eran "más valientes o fáciles de seducir en términos políticos" sino que como los soldados eran "inmediatamente ejecutados" por comentarios como estos, quizás se inhibieran de hacerlos.
Las mujeres actuaban en función de su preocupación por el bienestar del ser querido que partía a la guerra, y era casi inevitable que a las expresiones de preocupación siguieran juicios de valor sobre la marcha de los acontecimientos bélicos. Y si bien se intentaba controlar las emociones en el caso de que un pariente partiera a la guerra, la pérdida desataba quejas que en no pocas ocasiones alcanzaban a la autoridad, con el consiguiente grado de sospecha sobre la mujer, cuando no causaban directamente su apresamiento.
Algunos de los casos registrados en el Archivo Nacional, rescatados por Potthast, de estas "antiheroínas", "antipatriotas", son:
María Felicia Palacios, de Quyquyhó y Gregoria Cantero, de Santa María (1866), por acusaciones contra López por enviar soldados a las batallas bajo efecto del alcohol.
Rosa Amarilla y su hija Josefa Gavilán (1867) de visita al hijo a Cerro León, a la vuelta en su pueblo de Acahay, dijeron que la situación de los soldados no era buena.
Mauricia Ortellado, en Villarrica (1867), por declaraciones similares, en Villarrica.
Paulina Villalba (1867), de Caazapá, por decir en público que prefería tener consigo a su esposo aunque sea inválido que éste siga en los campos de batalla.
Francisca Ignacia Mongelós e Hilaria Fariña (1867) de Villarrica, por quejarse de excesos de trabajo.
Elisa Rodríguez (1867) de Acahay. Dijo que las noticias de los boletines y gacetas de época eran "yapucetas", mentiras.
Cayetano Alfonzo y su esposa Trifona Álvarez (1868), de Yhacaguazú (hoy Borja), a la muerte de sus dos últimos hijos, dijeron que ambos murieron por la falta de comida y atenciones en los campamentos militares.
Juana Bautista Fernández (1868), de San Pedro, acusada de divulgar noticias alarmantes.
Ramona Urdapilleta (1868), de Valenzuela, por opiniones adversas a la propaganda de gobierno.
Pastora Decoud, de Arroyos y Esteros (1868), por difundir "falsas noticias" y "expresiones alarmantes y perjudiciales al buen orden y tranquilidad común".
María Engracia Martínez y su hija Brígida (1868), ambas de Ajos (hoy Coronel Oviedo), se mostraron en desacuerdo con seguir las disposiciones del gobierno.
Eulogia Pereira, Saturnina Vargas y Bárbara Valdez, (1868) quienes opinaron adversamente contra el Mariscal López y Madame Lynch, acusando a esta de querer adueñarse del Paraguay.
El delirio del hambre o los porotos que robó Josefa Cuavasy
Unión era uno de los pueblos que, en tiempos de guerra, contaba con cientos de residentas. En los primeros días de marzo de 1869, una mujer, parda libre, se presentó al juez de Paz José María Hermosa, denunciando un robo.
Estaba acompañada de otra mujer que presentaba signos de enfermedad y que apenas se sostenía en pie: Dolores Galeano. La primera afirmaba con testigos, que esta, Josefa Cuavasy, una mujer de ascendencia indígena, le había robado un almud de porotos y un ovillo de hilo de algodón.
Decía la afectada que había cerrado la puerta de su pieza con una correa y que había marchado a sus labores diarias. Al regresar, no encontrando los porotos, salió de su dormitorio y encontró el rastro de los mismos, ya que aparentemente se habían caído del almud.
Siguiendo la senda de granos, llegó a la casa de una mujer mayor que vivía sola, Marta Orué. Esta le dijo que ese momento, vivía una mujer de San Estanislao quien hace unos días, súplicas mediante, le había pedido que le hospede en su casa.
Como decíamos, 1869 fue definitivamente el año del hambre, y éste como mal consejero trajo a su lado al delirio.
Cada mujer debía de ingeniárselas para comer. Si además poseía alguna cantidad de sobra, la cambiaba por otra cosa, y si no era el caso de poseer si quiera algo mínimo y básico para un trueque, debía tener las condiciones físicas y las agallas para escabullirse de las autoridades y de los ojos de otras mujeres para ir al "rebusque", es decir, a los montes a buscar qué comer.
En el caso de Dolores, un almud era una cantidad importante, basada en una antigua medida de tiempos de la colonia. La cantidad de porotos era, aproximadamente, las que entren en una caja de madera similar a las usadas hoy día en los mercados. Por supuesto, servirían de comida para un buen tiempo, pero también, cantidades del grano las utilizarían para intercambiar por huevos, por una gallina, por maíz, por calabazas, por cualquier otro alimento; en ese momento, quizás lo más importante que poseía una persona. No era la situación de Josefa, que estaba muy enferma, y muy hambrienta.
Cuando Dolores preguntó a la Orué si había visto a Cuavasy con porotos, la vieja mujer dijo que sí y que los estaban cocinando para comer ella y Josefa, quien estaba postrada.
La afectada llamó a una vecina, Juana Pabla Villalba y a fuerza arrastraron a Cuavasy hasta donde el Juez de Paz. Josefa admitió haberlos robado y excusó lo avanzado de su enfermedad (probablemente tifus) y del hambre.
El juez ordenó la inmediata prisión de la acusada y de la dueña de casa. La fiebre y el delirio se apoderaron de Josefa, y mientras seguían las diligencias propias del caso, practicadas por el juez, la misma falleció en la celda en la que la destinaron. Marta Orué pese a su edad, fue condenada a pasar 30 días, también en una celda y otros tantos trabajando en obras públicas "de acuerdo a lo que su edad pueda soportar".
Entendemos, que la actuación de todas las partes no puede- ser comprendida sino como actuaciones de tiempos de guerra: juzgar los actos como se juzgan en tiempos de paz solo conduce a confusiones. La guerra, la hambruna y las pestes hacían que, en el caso de la autoridad representada, las penas sean aplicadas con dureza para evitar que una situación en la que se tuviera que controlar a cada residenta y destinada, floja y llena de conflictos solapados, se volviera ingobernable.
Bibliografía
Archivo
Asunción.
Archivo Nacional de Asunción Colección Nueva Encuadernación.
NE 0757/1744/2366/3018/2830/1736/ (cartas personales) NE 4591 NE 2835/2832/2878/2874/2837/2835 (recibos y cuentas del Estado con mujeres proveedoras) NE 2850 hasta 2865 (recibos por donaciones de joyas) NE 3221 (mujeres que piden ser enroladas)
Archivo histórico de la República del Paraguay (antiguamente Colección Río Branco)
CRB 4685/4695 (legajo sobre presos políticos) CRB 4233/42 10/5080/4314/4216/4463/4511/3862 (cartas personales) CRB 4961/4937/4938/4944/4985 (decretos sobre residentas y otras disposiciones) CRB 4951 (informes sobre destinadas y residentas)
Sección Historia
SI I 354/418/ (donaciones y pedido de enrolamientos por parte de mujeres) SH 347/351 (enrolamientos y órdenes a jueces de paz) SH 353 (donaciones para la faja de oro)
Francia. Ministère des Affaires Etrangers.
(Colección de fichas y notas cedidas por Milda Rivarola)
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Emile Laurent-Cochelet a Drouyn de L>Huys, Asunción, 7.10.1865, Despacho No. 47 a D.P. del M.A.E., C.P. Assumption, Vol. 4.
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Emile Laurent-Cochelet a Drouyn de L>Huys, Asunción,5.10.1866, Despacho No. 56 a D.P. del M.A.E., C.P. Assumption, Vol. 4.
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EL SEMANARIO. Semanario de avisos y conocimientos útiles. 1865, 1866. Biblioteca Nacional de Asunción.
LA ESTRELLA. 1869. Biblioteca Nacional de Asunción.
LA REGENERACIÓN. 1869. Biblioteca Nacional de Asunción. THE NATIONAL REPUBLICAN. Julio 1868. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Catálogo online.
THE WHEELING DAILY INTELLIGENCER. Septiembre 1869. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Catálogo online.
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La Autora
Nací en la capital del Paraguay en septiembre de 1978. Aunque ingresé a la Universidad persiguiendo Ciencias Políticas, Historia terminó atrapándome.
La cursé en la Universidad Católica "Nuestra Señora de la Asunción", y mi tesis de licenciatura sobre análisis de discurso en la construcción de nación, se encuentra resumida en el artículo Abnegación y patriotismo en la figura de la prócer Juana María de Lara. Construcción e idealización de la "matrona" como perfil femenino ideal en el Paraguay de inicios del siglo XX, en Paraguay: Ideas, Representaciones e Imaginarios (Secretaría Nacional de Cultura, 2011).
Me gusta estudiar en archivos y me he dedicado a ello, la historia social, la historia de las mentalidades, la historia de mujeres y el análisis de discurso, son los ejes que usualmente trabajo sea en forma individual o en grupos de investigación.
Individualmente, fruto de ellos han sido la biografía de Elisa Alicia Lynch (Colección Protagonistas de la Historia, El Lector, 2011) y Mujeres Que Hicieron Historia en el Paraguay (Colección La Mujer paraguaya en el Bi centena rio, Servilibro, 2011).
He dirigido la investigación "Voces de Mujer en la Historia Paraguaya, 200 años después" (2011-2012) ejecutado por la Asociación Trinidad y la Asociación de Investigación y Especialización sobre Temas Iberoamericanos -AIETI- en convenio con el Ministerio de la Mujer y el Ministerio de Educación, cofinanciado por la Unión Europea.
Los hombres y la política me han tentado con el volumen 9 La Guerra Civil del Centenario 1911-1912 (Colección Guerras y Violencia Política en el Paraguay, El Lector, 2013)
En términos educativos, he enseñado en colegios secundarios, centros de formación docente, y me he desempeñado como asistente de cátedra a nivel universitario. He disfrutado trabajando en la adecuación de contenidos del texto escolar Historia y Geografía 7 (Editorial En Alianza, 2011)
Si bien, éste es como un año sabático, en el próximo, espero continuar con mi grupo de investigación el tema de educación y autoritarismos en el Paraguay. Mientras tanto, disfruto ser mamá todo el día de Silvio y Renato.
ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO ABC COLOR SOBRE EL LIBRO
LAS COMBATIENTES DE LA GUERRA GRANDE
Hoy aparece el séptimo título de la colección “A 150 años de la Guerra Grande”, de El Lector y ABC Color. Se trata del libro “Las mujeres”, escrito por la historiadora Ana Barreto, quien en esta entrevista habla de los distintos roles que cumplió ese colectivo, incluyendo la participación en combates.
Grabado del Cabichuí: dos mujeres luchan con un tigre,
en una alegoría de la bravura de las féminas paraguayas./ ABC Color
Ana Barreto ha escrito varios libros en las diferentes series de historia que ha publicado ABC y El Lector.
–¿Las mujeres llegaron a entrar en combate o no?
–Al ser el Paraguay todo un campo de batalla, es difícil estimar cuántas mujeres pudieron haber combatido. Además, aunque la propaganda paraguaya había exaltado el carácter heroico de sus mujeres, las versiones provenientes del bando aliado eran contradictorias.
–¿Qué decían ahí?
–Por ejemplo, el comandante de las tropas aliadas, el Mariscal Caxías, dijo que “el rumor había llegado al exterior, pero que nada por el estilo se había visto en el campo de batalla”. Mientras otras fuentes confirman que hubo paraguayas luchando.
–Es el caso de Piribebuy, ¿no?
–En Piribebuy se agrupaban miles de mujeres y niños. Y cuando la batalla (la única urbana de la guerra), y las defensas del capitán Caballero fueron rebasadas, las mujeres lucharon con lo que tenían a mano: cascotes, piedras, cuchillos, pedazos de vidrio.
–¿Sigue vigente la polémica entre mujeres reconstructoras y las Residentas?
–Aquella polémica terminó con la decisión de construir el monumento a la Residenta (en la entrada a Luque). Quizás se pueda decir con más propiedad que si bien no existe hoy una polémica propiamente hablando, hay nuevas investigaciones que apuntan a esclarecer el papel de las mujeres durante y después de la Guerra.
–¿Hay una nueva historiografía al respecto?
–Durante mucho tiempo, la polémica historiográfica estuvo condicionada por las luchas políticas; hoy, la historiografía puede analizar a residentas, reconstructoras, destinadas, esclavas, enfermeras, comerciantes, combatientes, con mayor amplitud.
–¿Qué representó la mujer en la contienda de la Triple Alianza?
–Sin menoscabar el heroísmo o el coraje de las mujeres durante la guerra, o lo que tuvieron que padecer en la posguerra, son necesarias nuevas interpretaciones y nuevas discusiones sobre los distintos roles que cumplieron en la contienda y luego de ella.
–¿Qué implicó la mujer en el proceso de reorganización tras cinco años de dolor?
–La discusión histórica, sometida a la polémica política, impide una comprensión adecuada de la sociedad y el tiempo en el que vivieron.
–Hubo mujeres que recibieron honores del Mariscal, y luego fueron deshonradas.
–De la familia Barrios-Gill, emparentada con López, hubo dos “destinadas” a Espadín al establecerse la participación del general Vicente Barrios (cuñado del Mariscal) en la conspiración que originó lo de San Fernando. Poco importó que Escolástica Barrios de Gill haya sido la que más activamente promovió la donación de joyas de 1867.
Publicado en fecha : 20 de Octubre de 2013
Fuente en Internet: www.abc.com.py
LAS MUJERES EN LA GUERRA DEL 70
“Las mujeres”, de Ana Barreto, es el libro que aparecerá mañana domingo con el ejemplar de nuestro diario, como séptimo título de la colección “A 150 años de la Guerra Grande”, de ABC Color y El Lector. La autora habla respecto del colectivo femenino en aquel proceso histórico trágico.
–¿Cuál es la imagen que se ha construido sobre la mujer en aquella guerra?
–Existen imaginarios preponderantes vinculados con las luchas políticas en el Paraguay entre fines del siglo XIX y principios del XX y que perduraron en el tiempo.
–¿Cuáles, por ejemplo?
–El primero lo construyó la prensa de guerra: la mujer que da todo por la patria, joyas, hijos, su trabajo, su valentía similar a la del varón. Es el imaginario que luego recuperó el nacionalismo al comenzar el siglo XX; y que reivindicó la figura de López y el heroísmo en momentos en que el Mariscal estaba “oficialmente” proscrito.
–Pero estaban también las “víctimas”.
–Exacto. Ellas son antagónicas al primer imaginario. Las “víctimas de la tiranía”, como Juliana Insfrán y Pancha Garmendia. Tras esa reivindicación estaba el deseo de denigrar a López. Ese modelo predominó entre el fin de la guerra y la primera década del XX.
–Hay muchas otras mujeres que padecieron de diferente forma la guerra, ¿no?
–Estos dos potentes imaginarios impiden visualizar factores como: el étnico (esclavas afrodescendientes e indias); el económico (contribución de las mujeres a la economía de guerra); político (la oposición de mujeres a la guerra: apresadas por expresar descontento o tristeza con la suerte de sus seres queridos, o fusiladas por “traición a la patria”); psicológico (el sufrimiento de las mujeres por el reclutamiento y la muerte de sus esposos e hijos, y por la pérdida de sus hogares; el miedo a ser vejadas).
–El Día de la Mujer Paraguaya se conmemora en homenaje a las mujeres que donaron sus joyas para la defensa nacional. ¿En qué fueron utilizadas esas joyas?
–Las joyas fueron requeridas para contribuir a “aumentar los elementos bélicos de la heroica defensa de la patria” (según reza el recibo entregado a quienes realizaban donaciones). Ello era poco probable: el Paraguay estaba bloqueado y las joyas no podían ser utilizadas para comprar armas.
Publicado en fecha : 19 de Octubre de 2013
Fuente en Internet: www.abc.com.py
LA RESIDENTA Y SU CONVERSIÓN EN ARQUETIPO DE LA PARAGUAYA
La mujer “residenta” llegó a convertirse, con el tiempo, en el arquetipo de la mujer paraguaya, de sus valores y cualidades: heroicidad hasta la ferocidad para defender lo propio y el muy masculino adjetivo de “virilidad”, pero también abnegación, sacrificio y acompañamiento al varón en las ocasiones de máximo sufrimiento.
Ana Barreto es la autora del libro dedicado a las residentas, que aparecerá el domingo 20./ ABC Color
Así inicia la historiadora Ana Barreto uno de los capítulos de su libro “Las mujeres”, séptimo título de la Colección “A 150 años de la Guerra Grande”, que aparecerá el domingo 20 con el ejemplar de nuestro diario. El tema de las Residentas ha despertado curiosidades y polémicas en los que abundaron los elementos políticos.
Más allá de la valoración de sus virtudes (y más allá de comprender el origen del término, que la historiadora Beatriz Rodríguez Alcalá atribuye a un “vicio gramatical” que feminiza el sustantivo masculino “residente”) –dice Ana Barreto en esta obra editada por ABC Color y El Lector–, es necesario comprender el proceso socioeconómico que, en una economía de guerra, derivó en la formación de una suerte de “soldado agrícola”, que fue la mujer de la residenta.
En ese sentido, es importante partir de la idea de que, con la movilización general de varones decretada en 1866, las mujeres comenzaron a desempeñar roles que, si bien no les eran desconocidos, les significaron actividades adicionales a las del cuidado, por ejemplo, el comercio y los negocios con el Estado.
Afirma, asimismo, la autora que, igualmente, aún cuando históricamente la mujer en el Paraguay desempeñó roles agrícolas, el crecimiento de las exigencias de alimentación durante la guerra también aumentó la carga laboral sobre las mujeres agricultoras, ya que se debía aumentar constantemente el volumen de producción de alimentos para las tropas, sin descuidar el alimento doméstico.
Con la presión militar aliada en el sur, especialmente después de la derrota de Lomas Valentinas, comenzó también un proceso de reordenamiento demográfico y territorial tendiente, por una parte, a impedir que los aliados aprovecharan los campos cultivables mediante la política de tierra arrasada, y capturaran a la población; y por otra, a disponer que la población se moviera hacia zonas cultivables para generar más recursos alimentarios.
El núcleo fundamental de concentración de estas poblaciones desplazadas fue Cordillera, en la misma región en la que se encontraba el campamento militar más importante de la campaña de la Cordillera: Azcurra.
Publicado en fecha : 18 de Octubre de 2013
Fuente en Internet: www.abc.com.py
MUJER FUE FUNDAMENTAL DURANTE GUERRA “TOTAL”
Uno de los colectivos que vivió más trágicamente la contienda bélica contra la Triple Alianza fue el femenino, que fue fundamental para sostener la economía.
“La paraguaya”, de Blanes, muestra la desolación de las mujeres en la guerra./ ABC Color
Ello se revela en toda su magnitud en “Las mujeres”, de Ana Barreto, sétimo libro de la colección “150 años de la Guerra Grande”.
Las mujeres no solo eran madres, hermanas, hijas, esposas, viudas, huérfanas, sino que al volverse aquella una guerra total, se constituyeron en puntales de la producción y la economía en general.
Cuando el mariscal López decretó la movilización total de la población masculina en 1866 –señala Ana Barreto en su libro–, y un año más tarde comenzó a descender la edad para lograr nuevos enrolamientos, la economía paraguaya se transformó automáticamente en una economía de “guerra total”.
Las mujeres paraguayas que tradicionalmente se ocupaban del cultivo de la chacra, de la venta posterior de productos de granja y agrícolas, y cosían vestuarios para el ejército, pasaron ahora a convertirse en las principales proveedoras del Estado en cuanto a esos productos, y, por supuesto, también debían labrar con más intensidad la tierra, luego de planificados y supervisados los campos agrícolas. La carga del abastecimiento al ejército pasó en el segundo año de la guerra a recaer enteramente en mujeres, niños, niñas y hombres mayores de sesenta años.
La yerba mate y la carne, que provenían de las estancias estatales, eran la única provisión alimentaria que tenían las mujeres sin necesidad de comprar, aunque racionadas.
Para el resto de productos comestibles, las mujeres no solo se convirtieron en las principales proveedoras al Estado o a particulares, sino que ellas controlaron en un 60 por ciento el traslado y comercio de los productos comestibles.
Los sembradíos de algodón también se vieron afectados por la orden de plantar productos comestibles, lo que sumado al bloqueo para la importación de telas, hizo –dice la autora– que se viera la posibilidad de generar con urgencia ropas, ya que por decreto del 14 de febrero de 1866, se impuso la contribución obligatoria de vestuarios para el ejército de parte de la población civil aunque de acuerdo con las posibilidades de cada familia. Así, renacieron las antiguas hilanzas indígenas de fibra de caraguatá.
Esta serie es un emprendimiento de El Lector y ABC Color, y los libros aparecen cada domingo.
Publicado en fecha : 16 de Octubre de 2013
Fuente en Internet: www.abc.com.py
LAS MUJERES EN LA GUERRA GRANDE
“Las mujeres”, de la historiadora compatriota Ana Barreto, es el séptimo volumen de la Colección “A 150 años de la Guerra Grande”, de ABC Color y El Lector, que aparecerá el domingo 20.
En esta obra, Ana Barreto revela el papel que le cupo al colectivo femenino en aquella catastrófica contienda bélica que enfrentó al Paraguay contra la Alianza conformada por Argentina, Brasil y Uruguay.
Desde Francisco Solano López –afirma la autora–, terminaron delineándose heroicidades. En los textos escolares que se utilizaron durante toda la segunda mitad del siglo XX es magníficamente claro: las mujeres que lo siguieron hasta el fin fueron las incondicionales residentas; las mujeres que no lo hicieron fueron pocas y fueron muertas por traición. Fuera de estos dos grupos no existen mujeres.
Pasa aún algo más llamativo –agrega la historiadora–: no hay necesidad de nombres. A diferencia de recordar cada nombre de cada valeroso soldado u oficial, con la historia de las mujeres apenas basta decir “que fueron las más gloriosas de América” para dejar en claro su importancia. A los hombres hay que nombrarlos, ¿por qué no a las mujeres?
Ana Barreto afirma: “Ello hizo que la pregunta guiadora de este trabajo, desde la cual como historiadora he decidido partir es: ¿Qué, quién mujer? Heroína, tal vez. Traidora, ¿cuánto? Incondicional, no.
Nombres, lugares, fechas, sucesos. “Quise saber quién dijo, qué hizo, cuándo hizo y, en lo posible, dejar que esa ella lo cuente”.
Si pudiera señalar una guía para esta investigación, definitivamente serían los trabajos de la historiadora alemana Bárbara Potthast –apunta la autora–, especialmente su “Paraíso de Mahoma” o “País de la Mujeres”. Publicado en Paraguay en 1996, muchas de sus hipótesis y datos pasan localmente hasta hoy inadvertidos en trabajos históricos no solo en lo que compete a la guerra, sino a la condición de la mujer durante el siglo XIX.
Ana Barreto cursó historia en la Universidad Católica. Su campo de interés y trabajo investigativo es la historia social.
Publicado en fecha : 15 de Octubre de 2013
Fuente en Internet: www.abc.com.py
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